Cuando en 1936, Carlos Manuel Cox, un aprista en el exilio chileno, se decide a publicar El antiiimperialismo y el APRA, Haya, su autor, es un hombre perseguido y reina en el Perú un orden varsoviano. Nadie sabe dónde vive el Jefe del aprismo, que escapa por muy poco a la ferocidad de la policía política. Tres gobiernos sucesivos, nacidos del fraude electoral o del golpe de Estado, persiguen con raro ensañamiento al Jefe del aprismo y a sus simpatizantes, tratados de sectarios internacionales por haber paseado por las calles del Perú las banderas de otras repúblicas sudamericanas.
En cuanto al Antiimperialismo, programa liminar, se trata de una obra que va a reorientar la mirada de varias generaciones de revolucionarios al asunto de los nexos de las sociedades latinoamericanas con la economía exterior. En cuanto al libro mismo, que intenta innovar en el pensamiento y la táctica de los movimientos de izquierda, parece haber sido escrito durante una estadía proselitista de Haya en México, a comienzos de 1928. El manuscrito, después de haber seguido un camino rocambolesco, logra llegar hasta las manos de sus editores. Es la obra más importante de Haya, no la primera. La precedieron recopilaciones, textos de propaganda y combate. Llama la atención la localización, fuera del Perú, de los editores de la gran mayoría de esa literatura aprista. Los exiliados apristas publicaron además la Instructiva secreta, es decir, la defensa del propio Haya cuando se le procesó judicialmente en mayo de 1932, y una serie de escritos, muy interesantes aunque fragmentarios, sobre las impresiones del Jefe del aprismo sobre Inglaterra, la Alemania del ascenso nazi y su visita a la Rusia soviética. Ninguno, y menos los posteriores, alcanzó la importancia de El antiiimperialismo y el APRA.
La crítica al imperialismo norteamericano y a sus secuelas en nuestros países nos es hoy tan familiar que casi no merece repetirse. De las modificaciones del concepto de imperialismo, la versión 1931 (el Discurso-Programa) y la versión 1956 (la de Treinta años de aprismo), me ocupo más adelante. Conviene ahora preguntarse qué planteó esa primera versión de tan decisivo concepto.
El imperialismo fue definido como un fenómeno global que debería recibir una respuesta global. El análisis de Haya, como lo ha sustentado en nuestros días Víctor Hurtado, es fundamental porque descubre que Latinoamérica es retrasada, dominada por potencias imperialistas y además, por mecanismos económicos más que culturales. Al lado del diagnóstico, venía la solución. El Estado Antiimperialista. Como sustento, el Partido-Frente, es decir, el APRA. Además, no proponía la dictadura del proletariado sino la hegemonía de los trabajadores. Y no la socialización inmediata de los bienes de producción sino un Estado contralor o regulador. En otras palabras, la propuesta de Haya contenía un programa de transición, cuya carencia era total en los programas de los comunistas ortodoxos.
De golpe, la doctrina hayista enfrentaba en los años veinte y treinta la cuestión de la construcción del Estado-Nación, con la reivindicación del “frente de clases oprimidas”, el de la identidad nacional, al sumarse a los reclamos indigenistas y en este sentido, a la prédica andina de Mariátegui, y el de la democracia suficientemente vigorosa como para emprender un camino de desarrollo (aunque dicha expresión no se utilizara por esos años), capaz de imponer reformas desde el Estado. De hecho, Rosemary Thorp sostiene que el Perú, entre 1890 y 1970, pasó al lado, en repetidas ocasiones, de una posibilidad de desarrollo autónomo, pero que faltó la voluntad política necesaria.
Resulta claro, por lo demás, que semejante tarea histórica no podía confiarse a las clases nativas dominantes, por la entrega de éstas al imperialismo norteamericano. Los teóricos revolucionarios, y no solo Haya, vacilaban en la definición del grupo interno de poder: civilismo, santa alianza criolla, plutocracia latifundista; pero hacia 1936, acaso bajo el acicate de la persecución —“la gran clandestinidad” — el repudio se hace más profundo. Se trata de una oligarquía “ … pocas tan refinadamente arteras” (texto firmado en el refugio de “Incahuasi”). Quiere esto decir dos cosas: no son una burguesía y no son democráticas. Se sobreentiende que tampoco son importantes. En esto Haya se equivocó, supieron resistirlo.
Otra idea fuerte del aprismo es la de la unidad continental. Precepto inicial es considerar como un solo problema y como un solo destino el pueblo que llama Indoamérica. Uno de sus pensadores, filósofo y aprista de la primera hora, Antenor Orrego, aportó la idea de un Pueblo-Continente (1939). Ahora bien, si la gran tarea no podía ser confiada a las oligarquías, socias menores del gran capital internacional, tampoco a los partidos comunistas, manejados a gran distancia por dictados de la III lnternacional de la época. Era preciso construir “Estados-apristas”, piensa Haya, para lo cual es necesario hallar en cada caso los agentes históricos de “la gran transformación”. La identificación de los agentes sociales cargados de historicidad, vale decir, de aquellos que llevan consigo un proyecto de nación, o sea, obreros industriales, clases medias y campesinos, le lleva a proponer reunirlos en un “frente único de lucha”, idea contraria a la de “clase contra clase” de la III Internacional.
Resultaba innovador el proponer otra forma de manejo ante el Gran Vecino. Con razón ha dicho Germán Arciniegas: “Un elemento de hecho, por sí solo, afecta la vida política en la América Latina: la vecindad con los Estados Unidos. No la buena ni la mala: la simple vecindad”. En lo inmediato, esperando la explosión de otras tantas revoluciones apristas en países vecinos, Haya había expresado la vocación nacionalista de un Estado fuerte y un proyecto industrializante, todo lo contrario de una “República Bananera”, basado en las nuevas capas sociales advenidas a la vida pública en los primeros decenios del siglo.
Por los mismos años Mariátegui había enviado a la reunión de la filial de la III Internacional, en Buenos Aires, un delegado y un proyecto sensiblemente parecido. Como lo ha señalado Carlos Franco (1981), siendo rivales, sendos teóricos eran poseedores de proyectos igualmente cismáticos, vistos desde la perspectiva del comunismo ortodoxo. En esa idea cismática, había una lectura de la estructura de clases ajena a aquella que condujo al raquitismo de los partidos comunistas en la América Latina, y abierta a fenómenos políticos más anchos y complejos, con inmenso caudal popular, a los cuales hoy muchos analistas engloban bajo el concepto de populismo.
Los partidos calificados de “apristas” o de izquierda democrática como Acción Democrática de Venezuela y el MNR de Bolivia se señalaron por el ardor de sus simpatizantes, la entrega de sus cuadros, su oposición a las dictaduras castrenses y su importancia electoral, llegando varias veces al poder. En cambio, los comunistas ortodoxos que vilipendiaron a Haya de la Torre fueron totalmente estériles. Ninguna revolución latinoamericana, incluyendo el caso muy singular de la revolución cubana, fue llevada a cabo por un partido comunista, o un “partido de proletarios”. En cambio, varios partidos de corte “aprista”, en Costa Rica, en Venezuela, en Bolivia, llevaron adelante revoluciones armadas. Esos aprismos insurreccionales desembocaron en regímenes abiertos, y con el tiempo, en democracias estables.
Como el propio Marx, el peruano no puede reprimir una cierta admiración por ese capitalismo que espera combatir, o modificar, en su versión salvaje. El fenómeno del imperialismo era conocido desde los trabajos de Hobson, que retoma. También la extrema dependencia de las economías latinoamericanas ante el flujo de capitales yankees, que sustituye en muchos países, después de la Ia Guerra Mundial, al capital inglés. Piensa, sin embargo, que el capital extranjero conduce, fatalmente, de no mediar las leyes y un Estado nacional, a la más abyecta dominación.
En su experiencia personal, trujillano nacido en una vieja y noble familia, había visto humillarse a los antiguos señores criollos ante la Negociación Casa Grande, la inmensa plantación cañamera que ahogaba a los pequeños y medianos propietarios. Había visto también la proletarización de una capa de yanaconas —o libres ocupantes de terrenos—, atados a los ritmos de producción infernales de los nuevos ingenios azucareros. Capitalismo agrario despiadado y anónimo: los capataces reemplazaban al patriarcal patrón de antaño. Esta influencia ruralista, como lo indica el norteamericano Peter Klaren (1973), es una de las experiencias formativas del joven Haya.
Pero el Jefe del aprismo no es un antimoderno. Con el capital extranjero llegaba la dominación pero también la técnica, el progreso. El ingreso de capitales extranjeros no debería convertirse en dependencia política o cultural, lo que exigía un Estado fuerte, dirigista, pero no necesariamente con el control de toda la producción, que contara con autoridades reconocidas por los gobernados, es decir, con un consenso interno, o sea, democrático. Por lo demás, sostener que el capital extranjero era necesario cuando se ignoraba el grado de interpenetración económica de nuestros días, era un atrevimiento. El conjunto de la proposición constituía un cisma del credo marxista manejado por la III Internacional, entonces en el cenit de su pretensión a la universalidad. El eco de la polémica fue recogido por G. D. H. Cole, un profesor inglés, socialista fabiano que, como muchos universitarios ingleses, habla conocido personalmente a Haya de la Torre a su paso por Oxford en 1926-1927, y que mantuvo siempre una gran admiración ante su independencia de espíritu.
El sentido de estas ardientes polémicas sudamericanas se inscribe en el clima del mundo de la primera posguerra. Era un clima de vísperas, de negros presagios, de polarizaciones extremas. La postura aprista resultaba ininteligible en un mundo que parecía dividirse entre capitalistas y socialistas, ricos y pobres, fascistas y antifascistas. Una lucha sin cuartel, al parecer, de extremismos. En el estudio de esta etapa del pensamiento de Haya, en su última y conmovedora contribución, el ministro Luis Alberto Sánchez recomienda (1994) no olvidar el ambiente, es decir, “los violentos contrastes y las agitadas exigencias prácticas en las que se debatió su pensamiento”. […]
Fragmento de: Neira, H., “Después del muro de Berlín. Actualidad de Haya de la Torre”, en : Vida y obra de Víctor Raúl Haya de la Torre, Instituto Víctor Raúl Haya de la Torre, Lima, 1997, pp. 17-21. (Primer Premio Internacional de Ensayo sobre su Vida y Obra, 1996.)
Publicado en El Montonero., 13 de mayo de 2024
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