Vivo en Lima, que no es la capital sino una ciudad grande que queda muy cerca del Perú. En los siglos coloniales, ese mundo ignoto que quedaba en los Andes y en los llanos de la costa se manejaba con corregidores de indios y curacas, sobre todo con estos. Curacas, autoridades locales, indios ‘mandones’ dominadores y a la vez dominados, cobraban impuestos, conducían a sus hermanos a haciendas coloniales o a las minas. Los curacas o poder local, goznes de un aparato de extracción de la fuerza de trabajo de los de abajo que no se detuvo ni cuando tropas grancolombianas vinieron a batir a los españoles en Ayacucho. Fue el modo inconmovible de explotación en el XIX y XX, hasta que acabaron los viejos latifundios. Y entonces comenzó otra época. Pero los peruanos de entonces no se dieron cuenta. Creían tener una república. ¿Sin instituciones? Bastaba ver las encuestas a comienzos del siglo XXI. Policía, fiscales y jueces obtienen niveles de desconfianza los más altos de Suramérica. 1
Con apenas 60 mil habitantes, Lima republicana tuvo murallas hasta 1868, el gobierno de José Balta. Murallas para protegerse del pirata, del corsario. Esa es la versión hipócrita, en realidad temían a los indios. Nunca bajaron, era un fantasma colonial, llegaron a poquitos. Pero la ciudad criolla levantó unas nuevas murallas (invisibles) de las que trata el psicoanalista Max Hernández, una de las cabezas despejadas en años del gran desastre. “Murallas invisibles”, que impiden darse cuenta del otro país. ¿Capital? Lima era un Principado, como Mónaco. Lleno de casinos y lugares de juegos. Uno de ellos, catastrófica ruleta, se llama Palacio de Gobierno. Es un eufemismo. Se llega ahí para cualquier cosa menos una, mandar.
En ese Principado sobraban consejeros y faltaban Príncipes, como lo entendía Maquiavelo, capaces de virtud. ¿Y qué era virtud para el florentino? La capacidad de decisión. Así, cuando en uno de los conflictos mineros de esos días, en Tía María, el príncipe toma la decisión de no tomar ninguna, en una caricatura (La República), su esposa Nadine y el Premier Cateriano entran a su habitación y el Presidente está bajo la cama. Propone una ‘pausa’, a muchos les parece adecuada. Al día siguiente de la ‘pausa’, el Sur prepara un paro de 48 horas en 9 regiones. ¿Por qué no habrían de hacerlo? Visto que el Estado de Derecho capitula. En otros países aledaños, saben usar la ley y si es preciso, la fuerza. En el Perú no. O es laxismo o es dictadura.
Todos saben que el Estado, “es el monopolio legítimo de la violencia”. Pero saber no es aplicar. Así, fuera de Lima-Mónaco otra violencia se constituía. Otra fuerza armada, y no solo con huaracas. Es decir, otro Estado. Los antimineros no lo eran todo. Un hombre sincero, el padre del presidente, don Isaac Humala, habría dicho, luego de RPP, que ahí estaba gente del etnocacerismo. Pero en Lima-Mónaco, todo se cura con el bálsamo del diálogo. Ingenuos, un gobierno anterior usó esa medicina hasta el vómito. Una publicación (Desco) contó las mesas de diálogo entre 2001 y 2005, hubo unas 4 mil (!) Diez años después, hay un país harto de “mecidas”.
En Lima-Mónaco, Dama política se había vuelto Dama mentira, Dama ladrona, Dama puta. Los peruanos de esa hora repudiaban lo que más necesitaban. Sin política, en el Principado la antipolítica había retornado, ¿la que estudió Ivan Degregori, Tanaka? Esta vez, abajo y arriba. Como nadie manda, volvían a los inicios de los 80. ¿Podría resolver la clase política de Mónaco-limeña ese reto combinado de medio ambiente, poder y reclamo, ella que todo lo arregla con almuercitos?
1 Cultura política de la democracia en Perú y en las Américas, 2014, University of Delaware/IEP, 2015
Publicado en El Montonero., 18 de mayo de 2015
http://elmontonero.pe/columnas/2015/05/la-agonia-del-principado-limeno/