Cuando era periodista en España, tiempos de Franco, en un diario contrario al franquismo, tenía los problemas que puede tener un australiano o un americano al trabajar en un diario británico. Escribía artículos —con lo que me gané algunos líos con la policía española— pero lo peor era el director del diario, diciéndome: «muy bien Hugo, pero ahora, tradúcelo al castellano». Diferencias dialectales. No era solo que al saco lo llamen chaqueta y al comer de noche, cena. Usan palabras que no usamos. Tenía una amiga española, y a veces me decía, «estoy enfadada contigo». En Lima hubiese escuchado, «enojada». El enojo es un disgusto mayor. Lo mismo pasa con el uso de mentira. Lo sabemos, quiere decir callar la verdad. Pero hay otro vocablo, el embuste. Por ejemplo, si alguien te conduce con algún pretexto a una sala, y para tu sorpresa, está llena de amigos que celebran tu cumpleaños.
Supongamos, pues, que alguien me envía un artículo embustero. Unas líneas que llegan por mail y tratan de la crisis política en nuestro país. Pongamos que decida frasearlo en el presente artículo. El autor habla de «la crisis presente». Comienza por decir que «el porvenir risueño que nos han contado» —retorno a la economía de mercado desde hace 18 años— no cuenta mucho. «Ha aumentado la riqueza pública», pero las «instituciones no se consolidan», ni dejan de «asomar, los vicios del pasado (…)» «El mecanismo electoral se quiebra», y «el Parlamento se esteriliza en luchas ásperas, o se rinde al poder sin resistencias». Y entonces, «el desaliento desolador y la absoluta desorientación envuelve todos los espíritus (…)» «Crisis económica, política y moral al mismo tiempo». En suma «el Parlamento, por la crisis que estudiamos, no hace otra cosa que sancionar los hechos consumados».
No sé qué pensará el amable lector. Si le suena a algo conocido. Ese texto, amigo lector, parece describir nuestros días. Ahora bien, ese texto que parece muy actual, remonta a 1914, en la Universidad de San Marcos, y es un discurso de Víctor Andrés Belaunde, orador, diplomático y pensador peruano, y tiene como título «la crisis presente» en libros capitales como Meditaciones Peruanas y Peruanidad en 1942. De ese discurso que aquí citamos, Porras dice que es «a la vez, emocional y analítico, expresión feliz y colmada de un orador innato como era Belaunde». En 1986, «audaz reformismo político» lo llama César Pacheco Velez. «Había tocado a fondo, la crisis de la República Aristocrática”. Víctor Andrés Belaunde es, de alguna manera, el fundador de una corriente política y filosófica que podemos llamar los cristianos democráticos, en ellos, Cornejo Chávez y Luis Bedoya Reyes.
Este embuste nos permite decir dos cosas. Por una parte, la extraña coincidencia de la situación del Perú en 1914, casi lo mismo un siglo más tarde (¡!). Cabe deducir, entonces, una suerte de extraño patrón de comportamiento tanto en las instituciones públicas como en el imaginario popular. La no aceptación del principio de los tres poderes separados, ejecutivo, legislativo y judicial. Tendemos, quiérase o no, a fusionar sendos poderes. En el caso de «la crisis presente» de 1914, no estalla de inmediato. Después de Piérola, una serie de presidenciables gobiernan, venidos del Partido Civil. Pero Leguía, en su segundo gobierno, destruye el sistema y lo reemplaza por la autocracia en 1919. Lo cual se ha repetido a lo largo del siglo XX y por supuesto, en estos primeros decenios. ¿Seguirá lo mismo? ¿Tan difícil es asumir que una democracia es plural y sobre todo, un debate permanente?
Pero la analogía entre ambas crisis no es lo central de esas líneas. Mucho más me intriga pensar cuántos se dieron cuenta de que era un discurso de V. A. Belaunde. Con toda seguridad, Domingo García Belaunde y Osmar Gonzales, que han publicado en el Fondo del Congreso, Belaunde. Peruanidad, contorno y confín (2007). Pero no es así para el colectivo histórico de peruanos. Ante los grandes pensadores, se les ignora por completo. Aparte de Haya y de Mariátegui, menos frecuentados a raíz de la crisis de las ideologías, nada de Porras, Basadre, Luis Alberto Sánchez, y dudo que se enteren de la obra de Flores Galindo o Matos Mar, y de muchos otros pensadores.
De ahí el intitulado. La desmemoria.
Amable lector, juguemos un poco. Si le pongo una frase, ¿me puede decir a qué gran escritor peruano pertenece? «Conmigo empieza a cerrarse un ciclo, el de la calandria consoladora, del azote, del arrieraje, del odio impotente, de los fúnebres alzamientos». ¿Y quién ha dicho, «frente a los distinguidos caballeros que se creen facultados para cualquier exceso porque heredaron un nombre y una cuenta corriente (…) ni las juergas ni el látigo son el símbolo de las elites auténticas”?
El primero es Arguedas. El segundo, es Jorge Basadre. Son la herencia intelectual de todos los peruanos pero no están en los pésimos libros que se imponen en la educación peruana, una de las peores del planeta. Ver Los últimos de la clase (Nicolás Lynch).
Ahora explico el intitulado, lo del Ka. Los antiguos egipcios creían que tenemos dos almas, la Ba y el Ka. La primera, muere con el cuerpo. El Ka es la energía del alma. Cuando querían matar espiritualmente al muerto, rompían las tumbas y símbolos del Ka. Eso es lo que hacemos. El Ka de Basadre, de Belaunde o el de Arguedas, está en sus libros, en sus ideas y escritura. Pero los ignoramos. Y sin embargo, son actuales. Por desgracia, en el Perú no tenemos historia sino teatro, las escenas se repiten con otros actores. No solo la soberbia de los dominadores sino el apoyo del pueblo que nunca lee. Todo esto durará hasta que surja una elite plebeya que lea y comparta su cultura humanista con la cultura digital.
Publicado en El Montonero., 21 de enero de 2019
https://elmontonero.pe/columnas/la-desmemoria-peruana-o-matando-el-ka-egipcio