«Los grandes cambios los produce el aburrimiento» —Auguste Comte
Desde mi ventana se ve, esta mañana, la isla San Lorenzo. No es frecuente ver el mar a lo lejos, desde los cerros limeños donde vivo. El invierno ha sido largo, muy largo. Cambios climáticos, sin duda alguna. Esa lucha por salvar la humanidad de la extinción natural y de paso, el planeta mismo, es acaso el tema que más me interesa y nos debe interesar, siendo agobiante. Por otra parte, a la hora en que escribo, millones de peruanos se preparan para ir a votar en el referéndum. Es republicano preguntarle a los ciudadanos qué es lo que quieren y piensan. Pero no diré una línea sobre esos resultados de inmediato.
Otro tema me toca la puerta con insistencia. El Brasil, Jair Bolsonero. Es un reaccionario de tomo y lomo, tres veces más que que el propio Trump. Hay otro tema, que creo de urgencia. Algo temible está ocurriendo en la vida francesa. Una nueva manera de enfrentar el poder político. Personajes de ese drama se llaman Emmanuel Macron y los «chalecos amarillos», en francés los gilets jaunes, el asedio y la nueva violencia en las calles de París y de otras ciudades. Macron ha sido el campeón de la unidad europea a lado de la alemana Merkel, que partirá pronto. Si Europa vacila, las grandes potencias se desequilibran. En consecuencia, las líneas que siguen son apenas un esbozo del presidente Macron. Los «chalecos amarillos», los encapuchados que rompen todo, la cólera del pueblo, para la próxima semana.
Macron es un relámpago. Clasemediero, padres médicos, nacido en Amiens, estudia con los jesuitas y es un egresado de la exquisita ENA (Escuela Nacional de Administración), escuela de cuadros, el Harvard de los franceses. Y estudia también filosofía en la Sorbona y se diploma en Sciences Po. Cuando quiere dedicarse a la política, sigue el consejo de un amigo, Alain Minc, ser antes de todo un hombre rico. Y en el banco Rothschild, en solo dos años, se hace rico. Cuando la señora Le Pen lo enfrenta en el debate presidencial, el brillante Macron la aplasta. Marine Le Pen se muestra como una señora corriente discutiendo con el mejor de la clase. El 7 de mayo del 2007, derrota de Le Pen con un 66,10% a favor de Macron, Francia y Europa respiran. ¿Cómo ha llegado a la presidencia? Ministro de Economía con Hollande, y hostil, finalmente, a la polarización izquierda/derecha, funda un movimiento nuevo, La République en Marche, y a los 39 años, presidente, el más joven de la historia francesa. Y encima, su partido gana las elecciones legislativas –se vota en tiempo distinto a la presidencial– y se vuelve un ícono, una novedad, un mito.
Ha habido un proyecto Macron. Después de modificar el paisaje político, inicia unas ambiciosas reformas. Lo acompaña una ola de optimismo. Se espera innovaciones de todo tipo, vendrán las grandes multinacionales, pero 15 meses más tarde, el crecimiento es mínimo, 0,2%, no ha resuelto el problema del paro. En Francia se aspiraba a que visto el calamitoso Brexit de los ingleses, París se volvería el centro de la economía europea (por eso, lo detesta Trump). Pero, ¿qué es lo que ha hecho estallar la cólera popular contra ese Presidente? Que en Lima, los sobones, dirían “de lujo”.
¿Qué pasó? ¿Lo perdió el ser parte de la élite? ¿Se olvidó de los más desfavorecidos? Le han respondido: «Cuando nos habla del cambio climático y el fin de la vida en el planeta, nosotros pensamos en el fin de mes». Hay gente que no puede vivir con el SMIC (salario mínimo). Y el país, en general, está cansado de estas palabras, “abstinencia, rigor, sobriedad, renuncia a lujos, simplicidad”. La cura de austeridad acaba mal.
El riesgo de las élites, llegan por el voto popular y luego se alejan del pueblo (¡!) No lo digo yo. «Para gobernar, Emmanuel Macron se ha rodeado de gentes como él». ¿Desconexión? El Die Zeit, semanario alemán, tolerante, de la inteligencia germana. ¿Se olvidó de la Francia profunda? ¿Y de eso que se llama estrategia? Ha golpeado con sus reformas liberales —y por cierto, necesarias— sectores diversos, desde jubilados a empleados, gente de las zonas rurales, de todo. Como se dice, «no todos a la vez». Pero no se reforma una vieja sociedad de la noche a la mañana. ¿Lo pierde la impaciencia, propia a un presidente todavía juvenil? Es una hipótesis. El caso es que París, este fin de semana, lucía una ciudad muerta. La cólera del pueblo. Y él se ha hecho llamar, según la prensa europea, «gobierno jupiteriano». Jupiter, el dios señor de otros dioses. Se olvidaron de la populace. ¿Apolíticos furiosos o una suerte de resurrección de los jacobinos del pasado revolucionario?
¿Pasará a la historia la rebelión por el aumento de la gasolina? No es tan sencillo. Anteriormente hubo tasas o sea gravámenes al gas, a la electricidad. A diversas tarifas. Y a la vez —lo cual fue la gota que rebasó el vaso— había cancelado el impuesto sobre la fortuna. Desde entonces, «el presidente de los ricos». Pese a que puso otros impuestos. Y una frase infeliz, los trató de «galos». Como decirles cholos. Me parece que Macron tanto como ha obrado, se le ha ido la lengua. ¡Unos 250 discursos!
Le ha faltado algo, un partido. Los de La République en Marche, son improvisados. De ese lado, la crisis política francesa se parece mucho a la crisis peruana. Llega al poder gente que no tiene partido¡! Ciertamente, parte de sus proyectos son estupendos, una alza considerable de empleos en alta tecnología, pero vaya usted explicar eso a los abandonados, hay siempre pobres y no todos son clases medias acomodadas. Y por todo eso, surgen los «chalecos amarillos». Entre vengadores sociales y criminales activos. Pero hay que esperar qué decisiones tome en estos días. A seguir.
Publicado en El Montonero., 10 de diciembre de 2018
https://elmontonero.pe/columnas/mirando-el-mundo-macron-demasiada-prisa