¿Quién dice eso? Un gran peruano, José Miguel Oviedo. Luego de su formación en nuestras universidades, siguió sus estudios y carrera en los Estados Unidos, profesor en la Universidad de Pensilvania, y a pedido del consejo editorial de Alianza Editorial, se logra una Historia de la Literatura Hispanoamericana, en cuatro volúmenes. El peruano Ricardo Palma aparece repetidas veces, por ejemplo, en la expansión romántica en el continente. O en la prosa castellana en América, en la poesía, los relatos que llamó «tradiciones». En cuanto a José Miguel Oviedo, no volvió nunca al Perú, pero dejó un monumento sobre la literatura del continente que habla y piensa en castellano, es el mejor estudio global de nuestra cultura literaria. Y nadie que yo sepa se ha animado —ni los europeos ni los profesores norteamericanos— a hacer otra. Por mi parte, como viajo tengo los volúmenes en los diversos lugares en que nos quedamos por temporadas. Mucho de lo peruano está en las miles de páginas de Oviedo. Amable lector ¿conoce usted esa biblia literaria?
En ella está, por cierto, las Tradiciones, que para Oviedo son algo más que cuentos cortos. En realidad, son cuentos cortos pero su esencia fue extraída de antiguos archivos siendo entonces algo más que eso. Sin duda, la memoria de lo acontecido, una serie de dramas y pasiones. Y en el estilo de Ricardo Palma, disertados con humor y como si fueran parte de una tragedia que fue la dominación colonial, con jovialidad y un aire ligero y sonrioso. Las Tradiciones fueron algo entre la historia y la literatura. Ricardo Palma, en el primer siglo de republicanismo, es el escritor que toma el pasado con un aire de ligereza y el ingenio de una cultura poscolonial. Acaso bajo la influencia de la cultura francesa, de la lección de Víctor Hugo y de la ironía de Voltaire. El limeño Ricardo Palma tenía el don de la literatura que puede reducir un noble al ridículo, como el joven Arouet que frecuentaba a la nobleza francesa los hacia reír —la drôlerie—, en tiempos difíciles. Ni a Voltaire ni a Ricardo Palma les entendieron. A Palma lo tomaron como un defensor del periodo colonial. Sin embargo, sus relatos hicieron desfilar en las hojas de las Tradiciones a «inquisidores, virreyes, oidores, togados arzobispos, a damas empingorotadas». Fue necesario otro siglo, el XX, para que aparecieran críticos más atinados, y cuando Raúl Porras se ocupa de las obras de Ricardo Palma, se entiende que no era solo un tradicionalista sino un republicano que observa la tendencia perversa o fantástica de esas épocas, sus intolerancias y vicios que no animaban a volver atrás. De ahí el estilo irreverente del autor. Limeño y gran periodista, figura intelectual, mal entendido, alguien que intentaba la independencia no por las armas sino por el uso del lenguaje y el caracter limeño, porque cada página de los innumerables cuentos cortos de las llamadas Tradiciones no era sino un adiós a los viejos tiempos y la dominación virreinal.
La persona
Pero seamos amables con el escritor más reconocido del siglo XIX, Ricardo Palma: hay que decir cuál fue su origen, su formación, su vida política y los viajes que hizo. Estos datos son necesarios. Provienen del Diccionario Histórico y Biográfico de Milla Batres.
Ricardo Palma (1833-1919). Nace en Lima el 7 de febrero de 1833. Hijo de Pedro Palma, oriundo de Cajabamaba, y de Dominga Soriano, de Cañete, ambos gente «modesta de menestrales» expresa Clemente Palma —que fue también escritor—, el vástago del que se ha creído siempre era un conservador. El hijo discute esa calificación. Don Ricardo, en alguna ocasión, «se vanagloriaba de tres cosas en su vida: no tener sangre azul, de no ser coronel y de no ser doctor». Él formó su propia aristocracia literaria, «sus credenciales de nobleza intelectual las hizo manipulando en los archivos y bibliotecas con los hechos y dichos de reyes, virreyes, conquistadores, inquisidores, encomenderos, oidores, togados, frailes, títulos de Castilla» (el nombre que se daba cuando compraba un título de nobleza gente extremadamente corriente en las colonias. A la nobleza, se llegaba por actos de guerra pero España, en el XVIII, el dinero lo necesitaba.)
En el Diccionario de Milla Batres se observa que el pasado del Perú casi no lo toca Palma cuando los incas y curacas salvo una excepción, una leyenda incaica, Palla Huarcuna, la muerte de una doncella destinada al serrallo de Túpac Yupanqui, que fue una leyenda popular. Se nota que las leyendas incaicas seguían con vida porque Palma escribe ese drama antiguo en 1860, a sus 26 años. También se había interesado por un drama histórico, Rodil, pero lo destruyó. Palma era muy social con la gente de su edad, entre ellos el poeta Luis Benjamín Cisneros y José Antonio de Lavalle. Con ellos y otros ocho fundaron La Revista de Lima. Y «por el dinamismo de su espíritu» —dice Manuel Zanutelli Rosas—, «lo llevaron a la política y le condujeron a actividades peligrosas». En efecto, Ricardo Palma no es ese abuelito con gran barba sino un atrevido personaje. En política, estaba al lado de los doctrinarios liberales de José Gálvez. Decirse liberal era estar en contra de los caudillos militares entre 1833 y 1895. Según Zanutelli, participó en un complot contra el mariscal Castilla, entonces presidente, pero habiéndose descubierto, no lo lograron, y fueron Palma y otros capturados y desterrados a Chile.
Más tarde, es Víctor Andrés Belaunde quien rememora el carácter del escritor Palma. Con estas palabras: «Palma ingresa en la vida activa del parlamento, en 1868. Fervoroso liberal de las conspiraciones y del destierro se trueca en un sesudo parlamentario. Es presidencialista, no solamente por su posición en el gobierno de Balta sino por convicciones íntimas. En la legislatura de 1868, la primera a que asistió como senador por Loreto, se presentó por el general Vivanco una moción, invitando a los ministros a que asistieran a los debates de la cámara. Palma se opuso, afirmando que la presencia de los ministros los distraería de sus funciones en la administración pública». Su figuración fue poco brillante, dice MZR, pero siempre, digna, acertada y caballeresca. Aconsejó a José Balta que entregara el poder a Manuel Pardo. Cosa que no se hizo. Ahora bien, cuando el Senado protesta por el golpe militar de los hermanos Gutiérrez, la firma de Palma figura en el acta que suscribe la protesta contra ese golpe militar. «Era liberal, institucionalista, consecuente en su pensamiento y en su vida.»
En la misma fuente, en el Diccionario Histórico y Biográfico del Perú de Milla Batres, algo más. Palma llamó la atención de un gran historiador y escritor, Riva-Agüero. De Ricardo Palma dice: «Es el tipo de criollo culto, literario. Es muy raro este concierto del criollismo y de la cultura». Y lo que dice es decisivo: «Los que entre nosotros se han dedicado a la descripción de las costumbres tradicionales y populares, han caído en la vulgaridad, en el mal tono, y en una jerga abigarrada y plebeya. Palma es el representante más genuino del carácter peruano, es el escritor representativo de nuestros criollos. Posee, más que nadie, el donaire, la chispa, la maliciosa alegría, la fácil y espontánea gracias de esta tierra…
No es colorista. El maestro insuperable de las evocaciones coloniales, el que sabe resucitar una época entera hasta en sus mínimos pormenores.» «Cuando queremos penetrar hasta el alma de la colonia, nos apartamos de las sabias y pesadas compilaciones de Mendiburu, Odriozola y Córdoba, de las voluminosas Memorias de los virreyes, de toda aquella materia bruta, donde no están sino las osamentas, los yertos despojos del pasado, y abrimos las Tradiciones, donde bulle vivo y cálido. Tienen la verdad de la idea, en terminología hegeliana: aquella excelencia de la poesía sobre la historia que Aristóteles proclamaba.»
«No leerlo es perder más de la mitad de nuestros hechizos» — Raúl Porras
Volviendo a nuestro tiempo
En la Historia de la literatura hispanoamericana de José Miguel Oviedo, en su segundo volumen, «Del romanticismo al modernismo», se toma a las obras de Palma como una expansión romántica en el continente.
«Palma y el arte de la tradición.
El romanticismo peruano fue tardío y endeble: casi todo lo que produjo, a partir del medio siglo [del XIX], en el campo de la poesía, el drama y la novela bien puede permanecer olvidado sin que perdamos mayor cosa. La gran excepción es Palma, quien no sólo supero a todos sus contemporáneos —los jóvenes y aparatosos autores que conformaron lo que él mismo bautizó como «la bohemia de mi tiempo»—, sino que llegó a ser una gran figura de la prosa castellana reconocida tanto en América como en España.» (p. 115)
«Puede decirse, sin exageración, que Palma es la expresión más artística e ingeniosa de la prosa romántico-costumbrista del siglo XIX. La vida de este limeño de humilde origen y verdadero talento fue larga y fecunda; nada de lo que escribió, aparte de sus tradiciones —poesía lírica y festiva, teatro, trabajos históricos, literarios y lexicográficos— supera lo que logró en este campo, del que puede considerársele un maestro.» «Existía, pues, ‘una tradición de la tradición’ bien establecida antes que Palma
empezase a escribirlas, y cuyos estímulos podían remontarse tan lejos como las obras de Walter Scott.» (p. 116)
Ricardo Palma por sí mismo
Pero conviene que el propio autor, Ricardo Palma, hable sobre lo que él mismo bautiza como la «bohemia de mi tiempo»:
«De 1848 a 1860 se desarrolló, en el Perú, la filoxera literaria, o sea la pasión febril por la literatura. Al largo período de revoluciones y motines, consecuencia lógica de lo prematuro de nuestra Independencia, había sucedido una era de paz, orden y garantías. Fundábanse planteles de educación; la Escuela de Medicina adquiría prestigio, impulsada por su ilustre decano don Cayetano Heredia; y el Convictorio de San Carlos, bajo la sabia dirección de don Bartolomé Herrera, reconquistaba su antiguo esplendor. Por entonces llegaba de España don Sebastián Lorente, era nombrado rector del colegio de Guadalupe, y ante un crecido concurso daba lecciones orales de Historia y Literatura. Lorente era un innovador de gran talento, y la victoria fue suya en la lucha con los rutinarios. La nueva generación lo seguía y escuchaba como un apóstol. Abríase, pues, para la juventud, nuevos y espléndidos horizontes.» (Aquí continúa y nombra por lo menos a 23 profesores e intelectuales, «que no empezaban a peinar canas». Entre ellos, Mariano Amézaga, Pompilio Llona, Pedro Paz-Soldán.)
«Nosotros, los de la nueva generación, arrastrados por lo novedoso del libérrimo romanticismo, en boga a la sazón, desdeñábamos todo lo que a clasicismo tiránico apestara y nos dábamos un hartazgo de Hugo y Byron, Espronceda, García Tassara y Enrique Gil. Márquez se sabía de coro [de memoria] a Lamartine; Corpancho no equivocaba letra de Zorrilla; Llona se entusiasmaba con Leopardi; Fernández, hasta en sueños, recitaba las doloras de Campoamor; y así cada cual tenía su vate predilecto entre los de la pléyade revolucionaria del mundo viejo. De mí recuerdo que hablarme del Macías de Larra o de las Capilladas de Fray Gerundio, era darme por la vena del gusto.»
Ricardo Palma lo escribe con este título, «La Bohemia de mi tiempo», y vuelve a editarlo con «Recuerdos de España», en Lima, en 1899.
Sin embargo, se encuentra también en un libro titulado Historia de la literatura, editado por Paideia, Lima, del profesor Jorge Puccinelli, libro para los colegiales de secundaria, que guardo y respeto por la habilidad de los textos recogidos en el año 1960. El autor ya no está en este mundo. Libros para la secundaria como este, se ha dejado de lado. Es una barbaridad. Estamos, en lectura y escritura, detrás de todas las otras repúblicas del continente. Se olvida que saber comprender un texto, es el primer paso para aprender a pensar, a ser libre y, con el tiempo, un ciudadano bien formado.
* Publicado en el Boletín (virtual) n°105 de la Casa Museo Mariátegui dedicado a Ricardo Palma, pp. 8-11.
Publicado en El Montonero., 20 de diciembre de 2021
https://elmontonero.pe/columnas/palma-y-el-arte-de-la-tradicion