Perú de sensibilidades y de feminicidas

Escrito Por: Hugo Neira 1.157 veces - Jul• 05•18

Se ha muerto Julio Hevia, que escribía como si le dictara un ángel. Éramos amigos, y habíamos quedado en vernos en julio. Pero la tiznada –así la llaman los mexicanos a la muerte– quiso otra cosa. Manuel Scorza, cuyas conversaciones eran todavía mejores que sus poemas y relatos, con los amigos hablaba como un filósofo. “Hugo, el gran problema del hombre no es el imperialismo sino la muerte”. Perdona, Julio, por no haberte visto antes del gran viaje. Sobre eso, en estos días, se han escrito varias crónicas sobre tu persona y tu estilo, pensadas y bien escritas.

¿De dónde viene mi amistad con Julio Hevia? Simplemente, en marzo del 2017, yo había escrito “Los dueños de la prosa barroca son Eloy Jáuregui y Julio Hevia”. Vienen del corazón barroco limeño virreinal. Son una maravilla republicana ese barroco. Términos clásicos entrelazados con populares. Con gran sentido del humor y pese a las desgracias que nos ocurren. Erudición de lo mejor, eso del “rizomático”, puro Deleuze, y “vulgata plebeya vuelta principesca”. Y como le gustaban mis crónicas, me comenzó a mandar las suyas. ¿Y qué hice? Comentarlas y colgarlas en mi página web. Publiqué seis crónicas suyas. La última –me dice mi esposa Claire– fue “Diferidos, diferentes e indiferentes” (20/5/18).

Perdona, Julio, vuelvo a los de tu escuela. Por ejemplo, una frase de Eloy Jáuregui sobre el cortoplacismo. “Achichamiento, achoramiento y combismo en la capital del Perú, tres estructuras sensuales de asumir la sobrevivencia” (2002). Sí, pues, Eloy, hace siglos que te sigo. Desde que volví al Perú y cuando era presidente el de la hora Cabana, en “Instituciones y destituciones. Sufre, peruano, sufre. La historia de la sensiblería nacional no termina con el cantante Tongo”. Eloy se permite la insolencia: “‘Lo chicha’ es una filosofía –del guaipe al trapeador: el neolameculismo– emergente, cortoplacista”. ¿Qué quiere decir ‘guaipe’? Viene del inglés ‘wiper’, es decir ‘limpiar’. En la Universidad de Piura lo aprecian como un peruanismo. El barroco que admiro, aparte del español Gracián o el cubano Carpentier, viene del abajo (más abajo que el abajo de Arguedas). Lo entiendo, crecí en Lince. Que competía con La Victoria en maldades criollas. Mi padre, que era policía, se cambiaba de ropa para ir a verme.

Hace mucho tiempo dije que Eloy era el Valdelomar de Surquillo. Con la palabra ‘barroco’, pasa lo mismo que lo de ‘cholo’, arranca como insulto y ahora es virtud. Para la Academia, “perla irregular”. La malicia está en “irregular”. Abigarrado, dice otro diccionario. Pero ¡cómo no va a serlo! Si tenemos diversas culturas, para el halago o el insulto, en la punta de los dientes. Miren cómo escribe Jaime Bedoya, del trío de admirables barrocos, a quien conocí, con peruanos, un 15 de julio, en París, en fiesta jacobina. Hoy lo leo, “Mundial y Julio”: “un repentino accidente cerebrovascular, y nos sucedió a todos los que somos de su equipo”. Ante la pesadumbre, el oxímoron.

Tengo otra pena en el alma. Después de Eyvi Ágreda, un tal Esneider Estela incendia a Juanita Mendoza, su cuñada. ¿Hemos fallado en la formación de seres con sentimientos? Emociones las tiene hasta mi perro. La sensibilidad se aprende en las aulas. ¿La maldad que crece viene de esa secundaria miserable? En un país de poetas, de artistas, ¿tenemos millones de zombis? Lo que ocurre va lejos, muy lejos. ¿Crimen? Pura barbarie. Nos vemos uno de estos jueves.

Publicado en El Comercio, 5 de julio de 2018

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