¿La corrupción es nuestro mayor problema? Sin duda lo es. Al menos ocupa nuestras preocupaciones cotidianas. Los diarios y los medios de comunicación están plenos de noticias sobre asuntos que fueron sobornos para licitaciones o para campañas electorales del pasado reciente. Pero en la vida cotidiana, el peruano de a pie, por decirlo así, se enfrenta todo el tiempo en situaciones en que tiene que coimear. Sea porque un policía lo ha detenido sin que haya cometido ninguna falta, y el asunto concluye en darle a la mano de unos 20 a 100 soles. O cuando un expediente se demora en exceso en alguno de esos ministerios que son la pesadilla cotidiana de millares de ciudadanos, y claro está, si se aceita la mano del funcionario, el expediente da saltos atléticos. Las coimas forman parte de la calculada inercia.
Hay que admitirlo, el compromiso de los peruanos con la legalidad es algo más que bajo. Un espacio (ilícito) de negociación es parte de nuestras costumbres. Seamos sinceros, es incalculable el número de carros que circulan sin papeles. Por lo demás, no se pagan las infracciones. La fila de supuestos presidentes que recibieron sobornos es conocida. Pero a lo que voy, el presidente Vizcarra insiste en que combate la corrupción. Como si solo en los gobiernos pasados se produce lo ilícito¡! Es probable que nos habita una ilegalidad organizada. Pero lo incorrecto no ocurre solo en las altas capas de los políticos y las grandes empresas. La ilegalidad es espontánea, pan de cada día. Y como yo no soy un moralista, uno de esos que cree que estamos así porque no respetamos los valores, soy sociólogo. Y mi manera de razonar gira sobre una pregunta: ¿por qué la corrupción habita las clases altas, las medias y las clases bajas?
Hay que pensar el Perú de otra manera. Cuatro hipótesis.
1. El salario mínimo ha crecido. Con Fujimori, de 345 soles a 410. En tiempos de Toledo, a 460 soles. Con Alan García (decreto 022-2007) a 600 soles. Con Ollanta, a 675 soles. Con Kuczynski, de 850 a 930. Pero no alcanza al mínimo de gasto familiar, que está siempre por encima de los ingresos.
2. Millones de peruanos trabajan, pero en Pymes. Las empresas pequeñas y medianas, por lo general informales, son el 96% del empresariado. «Pero no están listas a participar en el comercio internacional globalizado, por falta de tecnología» (La República, 19/05/2015). Y por supuesto, no pagan impuestos. No por maldad sino que no pueden hacerlo. Sus retornos de ganancia son mínimos.
3. El mercado laboral es de 16 millones de personas pero de las cuales solo 1 millón 300 mil pagan impuestos. O como dice Diego Macera, «nadie paga impuestos». Sobre la incidencia del gasto social en la pobreza, hay que leer el estudio de Miguel Jaramillo, en Grade. No se sale de esa economía de pobres que venden a pobres.
4. Todo esto ocurre cuando toda la población tiene acceso a los supermercados. En Perú hay 256 supermercados y de ellos, 162 están en Lima. Es decir, todos vivimos como si el Perú fuese una nación moderna cuyos ciudadanos tienen un ingreso capaz de responder a la oferta de una serie de objetos que elevan la calidad de vida.
Pero eso no es cierto. Nos encontramos con algo tremendamente incoherente. Por una parte, ingresos bajos. Por otra parte, expectativas de vivir como las clases medias de los países más avanzados. ¿Con cuál industria? ¿No dependemos de las mineras y unas cuantas exportaciones? Obviamente, vivimos con expectativas que no corresponden a los ingresos. Dicho de otra manera, vivimos por encima de nuestras posibilidades. Además, las tarjetas de crédito aumentan la deuda de cada peruano.
¿Qué hace entonces la gente común? Escapan de la Sunat, eluden impuestos y si es necesario, coimean. Pero sostengo que los peruanos no son los culpables. Es el sistema que es perverso. Los incita agresivamente a comprar, sabiendo que no se tiene recursos familiares para acabar el mes. Esto no es capitalismo. Sino una variante muy peruana. Vivir como los ricos, sin serlo.
No hicimos a su hora la revolución industrial. Se nos fue el siglo XIX en guerras de caudillos. Perdimos el siglo XX porque a mediados de ese siglo —de 1930 a 1980— Corea del Sur, en el Asia, da el salto a la tercera revolución industrial, mejorando su educación y produciendo computadoras, coches, medicinas, etc. Hoy, su PBI es de 1410 billones de dólares y Perú, 202 billones (2014). Nuestras costumbres nos llevan a gastos que no podemos cubrir con los ingresos corrientes. Entonces, ¿qué queda? La «nuez». El «¿cómo es?» …
Conclusión: nos hemos vuelto medio mexicanos, «los ciudadanos defienden su parcela de ilegalidad» (Héctor Aguilar Camín). De modo que un poco de modestia. No habrá corrupción cuando tengamos ciudadanos formados en buenos colegios y gratuitos. Gente con oficio y beneficio, como decía mi abuelita. Hay una relación entre informalidad y Estado débil que ni siquiera puede construir carreteras, vías férreas con empresas nacionales. Han recurrido al extranjero, sin darse cuenta de que Brasil es un proyecto de imperialismo sudamericano, por algo el asunto Odebrecht lo revelan los americanos. Vamos paisanos, despierten. ¡Todos al colegio! Lo que nos ocurre es una falta clamorosa de capital humano.
Publicado en Café Viena, 16 de abril de 2019