*Artículo publicado en El Reporte N°1, edición digital de abril de 2020
Si esto fuese una conferencia o una de mis clases, entonces rogaría a los presentes ponerse de pie y guardar silencio unos minutos, por aquellos que se están muriendo y peor acaso, los desamparados que no tienen ni para comer. Nuestra generación y niños y jóvenes, no olvidarán jamás este ensayo inesperado de Apocalípsis. Vivimos en este instante ante el azar de la vida y la fuerza de la naturaleza. Éramos cándidos al creer que las plagas eran cosa del pasado, inmersos y enceguecidos por el consumismo y el mito de nuestro tiempo, el crecimiento económico sin límites. Salvo que inventemos ahora mismo otras formas de producir y de vivir. Creo que estamos en lo que se llama el fin de una era. El historiador Braudel, que modificó los estudios de historia con el concepto del «tiempo largo» (longue durée), decía que el gran enemigo del mercado no era el Estado sino el capitalismo. «Lejos de ver la zona de la oferta y la demanda, el capitalismo es la zona del poder y la astucia». ¿Y no es eso acaso, las multinacionales?
Con quien dirige esta publicación —mi muy querido amigo—, conversando por teléfono, hemos quedado en que me ocupe de la nación, el Estado, el Bicentenario, la situación actual. Ante ese abanico de temáticas, comenzaré, pues, por la situación actual. Es decir, del 2001 hasta la fecha.
1. Un editor arequipeño, para una quinta edición del Bicentenario de Hacia la tercera mitad, me pidió un capítulo sobre ese trecho de nuestra historia contemporánea que es el Perú en los inicios del siglo XXI. Tenía razón, es libro de 709 páginas, cubre nuestra historia (social) desde la conquista hasta la fecha, pero se detiene en los años noventa.1 ¿Y sabe usted, estimado lector, qué título tiene ese ensayo que hemos añadido? Se titula: «Perú siglo XXI: la prosperidad del vicio». Sin duda es un oxímoron, o sea, un recurso literario que consiste en usar dos conceptos de signo contrario. Por ejemplo, un sol negro. Es decir, un absurdo. Pues bien, eso es la sociedad peruana. Un crecimiento económico, por una parte. El producto interno bruto crece a un 4,2% en un caso, y a 7,2% entre 2006 y 2011. Y la pobreza había disminuido, de un 54,3% pasa a cerca de 20%. Pero el desafecto político no dejó también de crecer. Con lo cual se prueba que la economía no lo es todo. Hay brechas entre ricos, clases medias y clases populares, cada vez más grandes. Por otra parte, las instituciones como el Parlamento resultan cortas para el deseo de participación. Además, el sistema actual de descentralización es un fiasco. Han aparecido oligarquías provincianas.
¿El desencanto lo origina la corrupción? Sí y no. Ya existía mucho antes que explotara el polvorín de escándalos de Odebrecht, en los días de Toledo. ¿Exceso de promesas? ¿Excesivas ilusiones de los votantes? Lo cierto, es que las élites son despreciadas y odiadas por la masa del pueblo. ¿Qué pasa, entonces, cuando una sociedad tiene una jerarquía social y económica que no es respetada? En la prosperidad de otras sociedades capitalistas hay otra racionalidad que influye, no solo el dinero sino la conciencia de la gente. De lo contrario, el incremento de la riqueza en el desorden lleva la sociedad a autodestruirse. El desdén de la virtud, eso es lo que nos estaba pasando antes del Covid-19.
2. En cuanto al Estado, debido a la crisis comenzamos a tenerlo. El Estado en el Perú ha sido y sigue siendo un archipiélago. El MEF, el BCR con Julio Velarde, director, en cuatro etapas presidenciales. De alguna manera, Relaciones Exteriores, las Fuerzas Armadas, la SUNAT. Islas de modernidad y paramos de contar. En cambio, para llegar a los ministerios no se usa el concurso público que es regla en otras naciones. Nada de esto ocurre en el Perú. Permanece el sistema del favor, el amiguismo, o los puestos como botín del partido que gane. Entonces es imposible tener una burocracia profesional. Una carrera de por vida. El sistema actual, tiene el vicio de la improvisación y además, la inestabilidad. Los presidentes cambian ministros y directores como quien se cambia de camisa. En el Perú se dan cuenta de la necesidad del Estado en los momentos de crisis. Ahora bien, en otros países vecinos, se tiene una opinión positiva para esa institución. «El Estado es la institución que propicia el desarrollo y la integración en la Europa del siglo XIX y XX». La cita que acabo de hacer viene de un profesor mexicano, Arturo González Cosío. En efecto, existe una tecnicidad de la gestión pública, tan importante como la que se necesita en la empresa privada. Pero es raro que se acepte el mercado y el Estado en la mentalidad peruana de estos días.
3. Si no tenemos Estado, no podemos tener Nación. «Las naciones latinoamericanas fueron creadas después de la Independencia y no antes». ¿Quién dice eso? Nada menos que una de las más despejadas cabezas de este continente, Octavio Paz. Entonces, nuestra historia es el envés del proceso europeo. Allá, la nación precede al Estado moderno. En América Latina, era la República y sus instituciones que tenían que reunir a los pueblos, pero no es eso lo que ha ocurrido. En México, fue la revolución de 1910 que liquida una capa social dominante. No es el caso del Perú.
¿Qué tuvimos después de la Independencia? La aristocracia colonial peruana eran mineros, gente de títulos y blasones, pero no una clase ilustrada como para ser estadistas. Así, a la revolución de la Independencia le sigue la guerra de los caudillos. «Hubo un vacío de poder», señala Jorge Basadre. No hubo ni nobleza ni burguesía, sino una de esas agrupaciones raras, a la peruana, «sólidos grupos plutocráticos» (Basadre). Gente que se enriquece con el guano, la apropiación violenta de tierras en la región serrana, de ahí, al gamonalismo (que solo desaparece en 1969). Para elegir al Presidente bastaban 3 mil o 4 mil votos en todo el país, conseguidos tras elecciones censitarias, es decir, por padrones para notables locales. Los analfabetos e indios, no votaban. «República hubo, para unos cuantos» (César Gamboa, «Los filtros electorales», 2005). Hablando claramente, no hubo sufragio universal hasta 1931.
He estudiado la formación de las naciones europeas —Francia, Inglaterra, Alemania— y luego, en la misma obra, México y Japón. La nación en Asia y Europa llevó siglos para que se volviera algo real y a la vez emocional. Pero en nuestro continente, ¿hubo acaso alguna nación emergente? Sí la hubo. Es la Argentina de inmigrantes de 1860 a 1930, y el gran instrumento fue la educación estatal. No se nacía argentino, se aprendía a serlo, con el retrato de San Martín y la bandera blanquiazul en las salas de clases. A fines del siglo XIX, el Japón de los Meiji. Una dinastía inteligente que decidió romper su aislamiento, abrirse al mundo enviando a miles de jóvenes a estudiar en el extranjero. Desde el poder imperial, fabricaron un pueblo-nación.
4. La República no tiene, pues, dos siglos. Las capas sociales dominantes en el siglo XIX no hicieron sino prolongar las formas de vida y de ocio propias a los criollos del periodo virreinal. Pocos historiadores reparan en ese estilo de vida. Menos mal que contamos con el testimonio del alemán Tschudi. Lo que ve: «eran comodones, no gustan del trabajo y si se ven obligados a escoger una actividad para ganarse la vida, de preferencia una tienda, que no les cueste mucho esfuerzo y les brinde la oportunidad de conversar con sus vecinos y fumar tranquilamente sus cigarros». Y añade: «los criollos son jugadores apasionados» (Testimonio del Perú, p. 105). Al otro lado del océano, en esos años, había arrancado la revolución industrial que cambiaría el mundo.
5. ¿La democracia? ¿Cómo se puede decir que somos demócratas sino no tenemos demos? Era un concepto que usaba José Carlos Mariátegui. El demos de los griegos era una población de ciudadanos organizados. Lo esencial en la democracia era el derecho del ciudadano para ocuparse de la vida pública. Para lo cual discutían, se reunían en asambleas, resolvían las diferencias con el voto. Los atenienses tenían una idea fundadora, la isonomia, en griego, igualdad.
Ahora bien, pregunto, ¿aspiramos los peruanos a ser iguales? ¿Realmente? Me atrevo a decir que los peruanos tienen una tendencia a la jerarquía, un tanto como algunas sociedades asiáticas. Sin embargo, esa mentalidad ha desaparecido en la sociedad mexicana. Lo cierto es que ningún mexicano de nuestros días se reclama azteca. Y menos todavía, español. Pero en el Perú, no han desaparecido ciertas nostalgias, que no son precisamente igualitarias. Hay blancos que todavía se consideran descendientes de los conquistadores. Y en cuanto a los de origen indígena y mestizo, se reclaman descendientes de algún inca. La herida de la Conquista en el XVI, permanece y alimenta la pugna secreta entre culturas. Arguedas es un ejemplo de fusiones, pero es un caso excepcional. No hay un alma nacional sino varias. Pero lo que me inquieta es la inclinación al «pensamiento mágico». La fuga de lo real tras una utopía.
Incluso afecta a la inteligencia universitaria. Para un libro de pensadores peruanos he leído íntegramente a Alberto Flores Galindo.2 Me han impresionado sus ensayos y visiones. Sin embargo algo le reprocho, y es que el autor de Tiempo de plagas, lúcido libro, toma en serio el mito del Inkarri y abraza apasionadamente la «utopía andina». Iván Degregori, excepcional antropólogo, le toma el pelo, ante su libro Buscando un Inca, diciéndole que los «indios de hoy, no esperan un Inca sino un omnibus».
Dos errores enormes. La educación que perdimos, aquella que se dictaba en las Grandes Unidades Escolares, simplemente, era clásica y eficaz, era la transmisión de conocimientos, con asignaturas de lógica, gramática, historia del Perú y del mundo, geografía, ciencias naturales. Esas enseñanzas permitían aprender a razonar, comprender, y se aprendía a organizar las ideas y al menos saber escribir un paper. Eso ha desaparecido. Hoy buscan «habilidades». Ese pretexto para no iniciar, en las capas sociales bajas, la ambición del conocimiento. Se ha hecho estatalmente el peor de los ahorros, el de «la economía del saber». Y luego, los últimos en las pruebas PISA.
6. El otro error, es que han deshistorizado a generaciones enteras. Por ello, pregunto, ¿cuál es el periodo histórico más largo en la historia del Perú? No es el de los Incas, según María Rostworowski, solo hubo Imperio Inca desde Pachacútec. O sea, dos siglos antes de la llegada de Pizarro. Y en cuanto a la República, apenas dos siglos. El periodo más prolongado es el virreinato. No lo conocemos. Como tuvo vicios tuvo virtudes. Cuando en México se preguntan cuándo se establecen principios democráticos, la respuesta es «en primer término, los españoles, ayuntamientos, audiencias, visitadores, juicios de residencia y otras formas de autogobierno». ¿Quién dice eso? Una vez más, Octavio Paz.
7. ¿Qué nos hunde? El colapso masivo de la cultura peruana, después que tuvimos una generación excepcional, en los 70: Cotler, Matos Mar, Quijano, Portocarrero, Flores Galindo. Hoy no hay analfabetos pero sí iletrados, los que no abren nunca un libro. ¿Qué nos hunde? La renuncia al saber desinteresado. La inclinación a la intolerancia. El tren de vida en un país que apenas vive del canon minero. El excesivo culto al consumismo. Baudrillard, años atrás, sostuvo que «el consumo en su insistencia tiene poco que ver con la satisfacción de necesidades». La cultura del consumo no sería sino «un código para incluirse en el sistema global de dominación». Lo dijo en 1970. Esperemos que después de esta crisis, seamos un tanto más razonables y apreciemos la salud y no los gastos de la cultura de la apariencia.
Después del Covid-19 las ideas van a cambiar enormemente. Dicho esto, el confinamiento o cuarentena, no soporta unas semanas más. Sería conveniente abrir por unos meses, restaurantes populares.
1 Hacia la Tercera Mitad, Perú, XVI-XXI. Ensayos de relectura herética, quinta edición, El Lector, Arequipa, 2019.
2 Dos siglos de pensamiento de peruanos. Por publicarse, Universidad Ricardo Palma.
[Publicado en el 2021, ISBN 978-612-4419-85-0, actualización del 7-11-21]
Publicado en El Montonero., 7 de noviembre de 2021
https://elmontonero.pe/columnas/plagas-como-ensayo-de-apocalipsis