Sobre el comentario que sigue, a mi artículo del 25.08.14 en El Montonero, «Anomia y sociedad incivil»:
«Estimado Hugo: decir que la gente adora a Valentín Paniagua “porque se fue al cielo” es una gran mezquindad. Es no reconocer lo que hizo en ocho meses. Que te sientas más cercano a Alan García que a Valentín Paniagua es tu opción, pero negar la realidad me parece un error y, te repito, una mezquindad». Alberto Adrianzen M.
Estimados lectores:
Sobre Paniagua he escrito el texto que sigue líneas abajo. Son dos páginas contundentes en El Mal Peruano. 1990-2001, Sidea, Lima, 2001, que fue un éxito de edición, voló en las librerías, y según me contaron, primer libro de venta.
Permítanme situar ese texto.
Trataba, bajo el título del Mal peruano, «del abuso del poder, la plata fácil, la falta de escrúpulos y la espera de la impunidad.» «Este libro —dice en la contraportada— trata de Fujimori y Montesinos, de la mafia en el poder pero no solo de ellos.» Ahora bien, habiéndome ocupado del ‘fin de siglo’, la ‘desnudez del mal’, el ‘tejido despótico’, me ocupé de los políticos que competían en las elecciones del 2001. Y antes de dedicar a los que se presentaban — «el candidato Alan García» (p. 232), «Toledo o la otredad» (p. 235), y al voto en blanco y «el inmenso partido de los indecisos» (p. 238), le dediqué dos páginas a Valentín Paniagua. Antes de tratar de los posibles presidenciales. Esa mención no es corta, ocupa las páginas 35 y 36. Lo hice por dos razones. En primer lugar, cronológicamente Paniagua precedía el acto electoral del 2001. En segundo lugar me admiré de su energía. Al enviar a un paquete de altos jefes de las Fuerzas Armadas al retiro. Dije que se «reveló como un gran Presidente». Dije que tuvo «un gabinete de lujo que la opinión pública no tardó en reconocer». Parece mentira, hoy me tratan de mezquino. Después que fui Director de la Biblioteca Nacional porque me nombrara el presidente García, para algunos, soy una rata. Ya sabemos, en Lima no se lee, se desacredita. Es más rápido, más eficaz. Y pensar que estaba escribiendo contra el dogmatismo, ¡qué ironía! Pero le dije a Beto y lo repito: si escribe algo bueno, lo diré, sin pensar en qué bando está ni en el qué dirán.
El Neira que escribía eso no vivía en el Perú. Termina su ciclo de profesor en Papeete. Había venido por cortos periodos a Lima para ver qué pasaba. ¿Optar por Paniagua o por García? como me reprocha Adrianzen. ¡Paniagua se enfermó en plena campaña! Por lo demás, yo conocí a Paniagua personalmente, en la casa de Vitocho, simpatizamos. Contrariamente a lo que supone (ay las suposiciones¡!) no me habría disgustado que fuera Presidente y con todos los poderes, no de «Transición». Pero creo que lo que hay que preguntarse, por el amor al cielo Beto, no es qué pienso yo y si soy amigo de fulano, mengano o perencejo, sino por qué un hombre tan competente como Paniagua, tan apreciado por todos, por la clase política, salvo los fujimoristas de ese instante, y que nos parecía conveniente a todos, a la nación, ¿solo obtiene un cinco por ciento de votos para Presidente? Y entonces, volvamos a lo que he dicho en esa nota en El Montonero. Lo apreciaban personalmente pero puede que le temiesen. ¿Un hombre enérgico y demócrata en el poder? ¿Y además cusqueño? Eso, en la historia peruana, acaba siempre muy mal. ¿Habían sentido que era de los que no eran blandos? Y si no era eso, hay otra hipótesis, amigo Adrianzen, y que es peor. Sus amigos, cuando fueron ministros, lo habían hecho impopular. Perdona, no han podido ustedes poner a nadie en contienda electoral que pase el cinco por ciento. (Ollanta, es otros votos.) La gente no olvida, en particular los indultos a terroristas, entre otras coqueterías. Después del pasaje de Sendero, de Fujimori y del enérgico Paniagua, un izquierdista de los vuestros en el poder parecería una colegiala.
Acabemos. Valentín Paniagua ejerció un poder presidencial momentáneo, su misión era preparar la Transición, lo cual hizo. Pero no pudo emprender reformas de fondo, ni tenía tiempo, ni estaba legalmente autorizado para ello. Pero tengo la impresión —y aprovecho la nota de Beto Adrianzen para decirlo— que se reveló como un hombre de carácter, y que hubiese sido un presidente enérgico que no hubiese gustado a muchos. Por eso lo adoraron, repito, porque se fue. Me declaro pues convicto y confeso de lo dicho. Los grupos de interés, desde los que representa la Confiep y también los que representa Beto Adrianzen, no quieren presidentes que no puedan manejar. El electorado lo sabe y por eso vota al 1% por sus candidatos; creen un momento en Ollanta Humala, y siguen buscando un líder fuerte y a la vez democrático. Que Dios nos coja persignados para el 2016.
El lector juzgará, ahí tienen lo que dije sobre Paniagua, en vida. Es muchas cosas salvo una mención mezquina. Quizá me equivoqué, pero sobre esa Transición, se ha escrito poco, muy poco. No hay tiempo ni hay ganas. Parte de la intelligentsia está ocupada en la persecución de los puestos, los rangos, las prebendas y, poco o nada, por la verdad histórica. A estas alturas de la vida, es algo que a mí sí me interesa.
Sobre el gobierno de Transición y Valentín Paniagua, escribí:
«No es el fin del mundo, al contrario. Desde el recompuesto Congreso {…} surge un nuevo presidente legal, un presidente interino en un país en agonía, se llama Valentín Paniagua. Se había hablado de una «junta de notables», con el antecedente de 1931. Aunque Mario Vargas Llosa recomienda esa salida, la mejor solución fue la hallada por la clase política. Para que una Transición democrática se realice es siempre necesario un máximo de legalidad. La sustitución del presidente fugado por el presidente de los congresistas está contemplada en la carta constitucional de 1993, la misma que hizo aprobar el propio Fujimori. Ante la sorpresa general, Paniagua, representante de un disminuido partido de derechas y que había obtenido su curul con poquísimos votos, se revela como un gran presidente. Modesto y a la vez audaz, llama como primer ministro a Javier Pérez de Cuéllar. El gabinete Paniagua, como lo reconoce de inmediato la opinión pública, resulta de lujo: hombres probos, competentes, mantenidos en la sombra por el peso avasallador de la «máquina». Una buena noticia en ese mar de iniquidades que la revelación de la extensión de la corrupción va a dar a conocer. Entre las muchas cosas que emprende, la imparcialidad del Estado, el retorno a la independencia de la justicia, el dejar paso a la más intensa obra de moralización, conviene destacar un gesto, no el menor. Paniagua elimina en poco tiempo lo que queda de la mafia en el alto mando militar. En medio del asombro colectivo, destituye a los comandantes generales de las fuerzas armadas y al general Luis Cubas, jefe de la segunda región. Y en diciembre son pasados al retiro 37 generales del Ejército, veinte de la Marina y 170 oficiales de la Policía Nacional. Nadie se ha atrevido a tanto en tan poco tiempo. Han pasado tres meses del video-Kouri. El país, que no se lo cree, empieza a respirar. Comienza entonces, y sólo entonces, la casi imposible Transición democrática.»
(http://www.bloghugoneira.com/que-soy/editor/libros-personales/el-mal-peruano-1990-2001)
El lector juzgará, luego de la «mezquina» nota.
Desde Santiago de Chile, leyendo la historia del Perú en otras bibliotecas, agosto del 2014, a los 13 años de escribir El Mal Peruano.