Con muchísimo gusto publicamos el comentario del colega Julio Hevia.
«Vuelvo a caer en la tentación pues, que duda cabe, todo texto de H. Neira es un pretexto para dialogar y mantener vivo el rompecabezas interminable de la existencia.
Quizá el Perú sea el país del borrón y la cuenta nueva: la más vieja por cierto de todas las cuentas nuevas, a fuerza de negar antecedentes y sufrir, endémicamente se diría, de aquello que Harold Bloom llamó “angustia de las influencias” y que Freud, siempre freudiano, prefirió denominar “narcisismo de las pequeñas diferencias”. Genios de un lado, no son muchos por cierto, e ingeniosos del otro, por lo general empeñados y alineados en desacreditar la genialidad ajena. En nuestra aldea solemos mirar la clase social del otro, su ideología y color, anteponer su género y estilo de vida, denunciar el dark side of the moon personal para mejor minimizar los pensamientos del sujeto en cuestión o, peor aún, para guarecernos del atrevimiento que el propio acto de pensar supone: demasiado hegelianos quizá, procurando opuestos, antítesis o tristes conciliaciones; poco nietzscheanos, de repente, para detectar y reconocer genealogías, trayectorias, historias minúsculas y anonimatos generosos, esos que soportan la marca de apellidos sinuosamente paridos.
No son solo los desbordes de la naturaleza los que nos toman mal parados, también nos paralizan otros desbordes, los más insolentes y creativos, esos que a fuerza de crear y cuestionar la cárcel del hábito rompen el vidrio y asincopan los estribillos valsarios y el modo pop de la existencia. No se trata, claro está, de negar en clave anárquica toda normalidad; se trata de considerar su ritmo y movilidad, su tasa de obsolescencia, sus fisuras e incongruencias. Así, por ejemplo, hay quienes, como Erving Goffman, proponen distinguir un núcleo (la norma), un primer círculo concéntrico (las divergencias) y un segundo o último círculo (las desviaciones). Añade el padre del interaccionismo simbólico que las fronteras entre esas dimensiones son más o menos permeables, vale decir, las normas nunca se mantienen incólumes, de allí que tal dinámica suponga una confrontación obligada, unas discrepancias que no es posible tapar con el dedo o aplicando una suerte de liquid paper moral e ideológico.
Fernando Pessoa que, como se sabe, estrenó varias identidades durante su devenir literario, sostenía que hay gente normal, gente anormal y gente loca. Según el escriba portugués tanto el sujeto normal como el loco se definen por la lógica de la adaptación, fuera ella correcta o falsa, eficaz o calamitosa, correcta o simulada: preciso es recordar que entre ambas dimensiones desfilan no pocos psicópatas del orbe político y campean cantidad de dealers paranoicos del entorno mercantil. Restan los anormales, en quienes los motivos o las ejecuciones se tornan atípicos, anómalos, distintos. Tal cual están las cosas en el mundo se puede afirmar que pensar es anormal, atípico y riesgoso; pensar es estar suficientemente loco como para no tranzar todo el tiempo con la norma y no estarlo tanto como para perderse en ese trance. Bueno es señalarlo para ir terminando con esta apretada re-flexión.
Julio Hevia Garrido Lecca»