Alan, el Autor

Escrito Por: Hugo Neira 1.110 veces - Oct• 18•19

Alan García. O cuando los políticos eran cultos y escribían

A los seis meses del viaje de Alan García a lo desconocido, Caretas me pide estas líneas. Una revista con la que me unen lazos de muy atrás. Vayamos al grano. A su muerte, por mi parte dije que lo perdía no solo su partido y la democracia, sino el Perú. Palabras en un programa de Canal N, entrevistado por Mijael Garrido Lecca, que dicho sea de paso es un joven excepcional como se probó esa noche conversando conmigo de igual a igual pese a la diferencia de edades. Y entonces, comencé por situarme en un espacio no discutible. El del «amigo». ‘Situarse’ era uno de los conceptos que usaba el filósofo Sartre para que no lo confundieran con tal o cual tendencia. Sí, pues, Sartre. Mario Vargas Llosa dijo alguna vez que en nuestra generación todos éramos sartrianos. En fin, lo del «amigo» esa noche, era para que se comprendiera no solo que no era yo aprista sino que no soy parte, deliberadamente, de ningún ente político peruano. La pasión por la política, en mi caso, ha sido reemplazada por la actitud académica de comprender antes de enjuiciar. Eso que se llama axiología. Es decir, la búsqueda de lo real, lo cierto, lo verdadero. Tarea del investigador y no del político. Si nosotros, en las cátedras, no somos claros y desinteresados, ¿para qué serviríamos?

Tras la idea de amigo hay dos enlaces con lo real. En primer lugar, Alan García no solo fue un político aprista sino que se dio tiempo para escribir: Modernid@d y polític@ en el siglo XXIEl mundo de Maquiavelo90 años de aprismoConfucio y la globalización. Comprender China y crecer con ella. Y no solo hizo eso. En el 2015, editados por Crisol, publica nueve volúmenes, con el título de Obras. Lo dicho y lo escrito. En total, algo como 4000 páginas de su pensamiento.

Que un político de nuestros días se dedique también a lo conceptos y al saber racional, no lo creo. No imagino al señor Acuña redactando páginas filosóficas. Lo que estoy diciendo es que lo del amigo, viene de un enlace generacional de Alan García con otros políticos que también fueron prolíficos, por ejemplo, Henry Pease, de Izquierda Unida. Estoy diciendo también, que de los 70 al 90, hubo un manantial de obras: los días de Julio Cotler, Matos Mar, Fernando Fuenzalida, Macera, Gonzalo Portocarrero, Webb, Nicolás Lynch, Mirko Lauer, Sobrevilla, Plaza, Degregori, Alberto Flores Galindo. Ahora bien, de esa generación de pensadores, anteriores al internet, pertenece Alan García. Los había leído. ¿Cómo lo sé? Porque la biblioteca personal de Alan García está en este momento, bien guardada, en el local del Instituto de Gobierno y Gestión Pública, hasta que se ubique en los lugares que indicó Alan antes de partir. Será una sorpresa. Alan lector, probablemente subrayaba frases y párrafos. Otra sorpresa van a ser sus Memorias, que están por salir.

Sin embargo, hubo un silencio total en los que a ratos llamo la «intelligentsia». Es la categoría que usamos los sociólogos para aquellos que les interesa el saber y a la vez las metamorfosis del poder. Lamentable silencio. Hubo en sus libros algo más que la hermenéutica proaprista, recuerdos de su maestro, Víctor Raúl Haya de la Torre. García lee el Perú y el mundo desde las novedades —algunas muy peligrosas— de este siglo, el XXI. No hay sitio para un estudio a fondo, por ahora me contento con decir que Modernid@d y polític@ ya es un llamado a situarnos en las ventajas y retos de nuestro tiempo. Más allá de las izquierdas arqueológicas y las derechas Bolsonaro, su segundo gobierno, después de los errores o el excesivo entusiasmo del primero, mezcla una política liberal de mercado con políticas sociales. Y el resultado fue —da pena tener que repetirlo— entre 4 o 6 millones de peruanos que salieron de la pobreza extrema. ¿Y eso no fue un acierto?

Alan estaba dos pasos adelante de la clase política. En nuestros días sabemos que el neoliberalismo todo mercado no salva por sus propias fuerzas, a una sociedad. Al lado de la economía hay otros espacios de poder. Ni tampoco el proyecto chavista de Estado total en manos de unos cuantos. En sus actos, en sus discursos, en sus libros, estaba en Alan esa idea de combinar liberalismo con tareas sociales. Que es lo que hacen Macron en Francia, los socialistas españoles, media Europa.

Del Alan que hablo, es el que estudió en París con los mismos profesores que tuve. De ahí su lado cosmopolita, su curiosidad por lo que es la China post Mao. Para entender esa enorme sociedad, Alan trabaja sobre dos rieles. El primero, las ideas centrales de Confucio, «el poder tiene obligaciones ante el cosmos y obligaciones ante la sociedad»; «La ética confuciana no conduce a evitar la sospecha sino a la lealtad y la reciprocidad». Alan se detiene en los efectos de Confucio en filósofos occidentales, como Nietzsche, Schopenhauer, Heidegger. Por otra parte, el Alan estadista, nos dice: «Asociarse al crecimiento chino de los próximos decenios en el papel de aliados, sin abandonar lo esencial de nuestra cultura libertaria y sus valores» (p. 177). Le fascinó la China: «No debemos olvidar que las proyecciones de los organismos internacionales coinciden que China será, en el año 2030, junto al Asia, un bloque cuya producción se acerca al 50% del producto mundial». Piensa en que podemos «tener bloques como el de la Alianza del Pacífico que integra a Perú, Chile, Colombia y México». Y el Alan político: «El Estado debe ser firme para impulsar el crecimiento, pero no convertirse en un Estado empresarial por cuanto, en el mundo, hay recursos de inversión suficientes  para cumplir en mayor velocidad y menor costo los objetivos de la producción y el empleo. Con lo cual se supera el error histórico de sociedades que trabajan para mantener los Estados que, a su vez, endeudan a las sociedades para subsistir». O sea Venezuela, por ejemplo. Lo digo por temor, no miedo, de lo que se instale en el 2021.

En suma, perdimos un alma y una cabeza. Para ese doble rol, no hay reemplazo alguno. Un crimen contra el político intelectual. Una suerte de especie en extinción. Confieso que estaba a punto de verlo, antes de ese 17 de abril. Quería que me ampliara una frase enigmática.  Pues bien, las páginas de Alan sobre el alto funcionario que fue Confucio, sus valores: la lealtad, la reciprocidad. Y hablando de sistemas de gobernabilidad recuerda a Robert Dahl, que sostiene que la política no es solo la representación nacional sino «todas las instituciones sociales en su aspecto político» (Ver página 182). ¿Qué había visto Alan en China en la relación entre el poder, las comunidades y la sociedad civil? En China hay 80 millones de miembros del partido. Y 800 mil villorrios, y en ellos, lo que los occidentales llaman «espacios democráticos». ¿Qué hará China? Conviene saberlo, acaso combinaciones del poder que ni imaginamos.

Pensé siempre que Alan podía inspirar una solución republicana a nuestro conflicto de sociedad sin políticos y políticos sin sociedad, y que para eso, no necesitaba ser otra vez Presidente. En países más civilizados que el nuestro, como en México, los expresidentes forman parte de un Consejo de Estado. ¿Cuál era ese proyecto institucional-societario de Alan? Nunca lo sabremos, se lo llevó consigo, a la tumba. Aquello hubiera sido una reforma del Estado y no el mamarracho que se discutió en el extinto Congreso y que además, ¡lo aprobaron! Igual los disolvieron.

Publicado en Caretas n° 2612, 17 de octubre de 2019, pp. 40-41 y 59.

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