El Octavo Ensayo arranca con una confesión. «¿Por qué detesto tanto a la izquierda?» Su éxito revela, a mi parecer, un vasto público que no soporta más a una red de privilegiados situados en cátedras y medios de prensa que se autotitulan «de izquierda». Sin por ello correr riesgo alguno. No son precisamente Ricardo Letts o Béjar. Resulta irónico pero el mismo Marx —el joven Marx del Manifiesto— se ocupó de ese tipo de teóricos llamándolos por lo que son, socialistas conservadores. El texto de Aldo es celebrado por su rara y desconcertante sinceridad. Felicitaciones.
Ahora bien, ¿puede gustarme una obra con la que en gran parte discrepo? Perfectamente, por su coraje y franqueza, y porque a Aldo lo anima el riesgoso afán de decir la verdad. Con la misma franqueza debo decir que el equivoco cultural después del fin del velasquismo y lo que este significó para el Perú, no se disipa, al contrario. La gran ocultación de lo que ocurrió entre 1968 y 1975 continúa. Por mi parte, nunca he negado mi participación. Así, un par de cosas. Nunca fui de izquierda, eso es moda ideológica propia a los años 70, yo era comunista. Dejé de serlo después de un viaje a la Europa dominada por los soviéticos. Y escribo Hacia la tercera mitad, explicación de la historicidad del velasquismo, la izquierda y de Mariátegui. «Historicidad», algo comienza y algo acaba. ¡Hace veinte años! Pero las izquierdas continuaron encuevándose. En fin, si alguien piensa que por haber sido velasquista debo ser partidario in sæcula sæculorum de todo golpe militar, conmigo se equivoca. Dejé de ser marxista pero no me hice liberal. No pasé de un absolutismo a otro absolutismo como Mario Vargas Llosa.
El intitulado de esta columna viene de una frase: «cuando miras a un abismo, también te mira a ti» (Nietzsche). El libro que comento abre un debate ante tres problemáticas. En realidad son abisales. ¿Cómo explicar que lo que aprueba Eric Hobsbawm en su planetariamente conocida Historia del siglo XX, «el mayor de los acontecimientos del Perú contemporáneo, la liberación del campesinado indio de una servidumbre secular», fuera la obra de un régimen militar? El segundo abismo es del continuo retroceso de la izquierda a medida que el país se moderniza. No es algo por celebrar. De ese pozo sin fondo emanan aventurerismos. El tercero es la personalidad de José Carlos Mariátegui. La reducción de sus ideas es de tal grado que José Miguel Oviedo, profesor en Pensilvania, dice: «es irónico que un maestro de la discusión haya terminado por ser un oráculo indiscutible» (Vol III, p. 438.) Hobsbawm y Oviedo. Esas cosas no se dicen en Perú ni en cátedras ni en medios. Lima es por momentos una Teherán de ayatolás católico-leninistas: todo lo sacralizan e inmovilizan.
Sobre la crisis de la izquierda peruana ha habido textos y posturas, por ejemplo, Nicolas Lynch —Los jóvenes rojos de San Marcos— cuando era un templo de Mao Tse-tung. Hay abundante literatura y rescato un testimonio. Alberto Adrianzén. A la izquierda peruana la sepulta con una sola frase: «Ni buena para las reformas ni para la revolución». En Socialismo y Participación, 2007. «Es evidente que la crisis de la izquierda peruana, finalmente, tocó fondo». Se refiere a los magros resultados electorales, un 2%. «Ha surgido una fuerza política progresista que no proviene de su propio seno». Se refiere nada menos que al nacionalismo de Ollanta Humala. Vaya, Beto se equivocó. Humala no fue de izquierda, ni de centro ni de nada.
Lo de Mariátegui en Mariátegui no es lo mejor de su ensayo. ¿Cómo caes Aldo en esa vieja y manida tesis del resentimiento? Viejísimo argumento para desacreditar en Lima a todo inconformismo¡! Aun el de rebeldes acomodados. De la Puente Uceda, Fuenzalida, Heraud. Y dos enormes descuidos. Uno es Benedetto Croce a quien conoció en su viaje por Italia dado que la familia Chiappe, eran amigos del filósofo. Croce no era cualquier profesorcito y jugó un papel enorme en la vida espiritual de José Carlos, el carácter no intelectual del arte, el poder de la intuición. El otro fantasmal padre ausente es Nietzsche. De ahí un Mariátegui de varias vanguardias no solo políticas sino estéticas. El amigo de Valdelomar, de Eguren y del Vallejo de Los heraldos negros. A Nietzsche lo cita abiertamente. Y eso se te ha escapado. Lo habitaba el erleben de los alemanes, es decir la vida, lo que Ortega y Gasset tradujo como vivencia. Pese a su enfermedad, ¡qué vitalidad! Nietzsche de nuevo está de moda y las modas no son fenómenos arbitrarios. Amaba el instinto, la música, al dios Dionisios. Nadie ha tenido en Europa tal pasión por la verdad del mundo. Ni nadie en el Perú ese amor por las ideas, el arte y la vida como el abuelo de Aldo. En José Carlos la lengua danza, hay fervor, no la aburrida prosa de tantos mariateguistas.
Publicado en El Montonero., 11 de enero de 2016
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