En un 17 de abril, la misma fecha en que escribo esta nota, hace un año, Alan García prefirió la muerte a la humillación.
Confinamiento, crisis sanitaria, pruebas moleculares y rápidas, cifras cotidianas de infectados y fallecidos, sanciones a los que no obedecen, ¿habría algún otro suceso más importante? No será precisamente si hay elecciones el 2021, como insiste Tuesta. Me parece ese tema un tanto extemporáneo en un país en que se está pensando en más hospitales y cementerios, y meditando los padres de familia, si es un riesgo enviar a los niños a las escuelas. Y entre tanto, pobladores se echan a pie el retorno de Lima a Huancavelica, Huancayo y Huánuco. Eran unos 500, menos mal que militares o policías los subieron al omnibus, no sin dejar de examinarlos. Había dos de ellos ya con contagio. Por lo demás, no dejo de ver la conferencia del presidente Vizcarra, lo que no quita que escuché a Milagros Leiva, en Willax, entrevistando al exdirector del Instituto Nacional de Salud, Ernesto Bustamante, quien cuestiona el uso de las pruebas rápidas. O sea, pone en cuestión la data actual. Tiempo de incertidumbre. ¿La famosa curva de contagios se quedará en una progresión aritmética —como parece que ocurre en otros países— o se volverá exponencial? Y una mayoría de peruanos aceptan lo inevitable, el «quédate en casa», pero ignoramos en que consiste ese «lunes 27 de abril que inicia la liberación de las actividades» (¿?).
En artículos anteriores en El Montonero, me ocupé del problema de la desobediencia. Y que la pandemia era algo más que eso. Algo que nunca ha ocurrido al incluir la humanidad entera. Sin embargo, me atreví a recoger la opinión de Guy Sorman en el ABC de Madrid, diciendo que también era «el virus de la desglobalización». Pues bien, en el presente artículo cabe una pregunta que resulta tan significativa como la anterior. Esta vez no es por qué la desobediencia sino por qué los pueblos se comportan de manera distinta entre sí.
Veamos ahora la heterogénea respuesta en Europa y los Estados Unidos. El Asia resulta ejemplar: China, Singapur, Corea del Sur. Por el momento, media Europa se prepara a relajar las severas medidas. El confinamiento ha sido radical en Francia. Pero en Italia y España se impuso tardíamente. Y el resultado es 156 mil contagiados en el primero, y en el segundo, 169 mil. Pero el país que tiene el mayor número de muertos es los Estados Unidos, puesto que Trump no quiso comprender lo que Anthony Fauci decía, la eminencia médica que lo corregía y lo contradecía. El resultado, a la fecha, USA, 32 mil 919 muertos. Perú, 300. Esa es la fúnebre consecuencia.
En Europa los gobiernos y pueblos han actuado de varias maneras. Suecia lucha contra el coronavirus protegiendo su economía y la libertad ciudadana y ha pasado el tema de la prudencia a los ciudadanos mismos. Ya se verá el resultado cuando la normalidad regrese. Por su cuenta, Dinamarca «se dispone a abrir escuelas y guarderías», dicen los diarios europeos. «Fue un país entre los primeros en imponer restricciones y ahora también comienza a levantarlas». Italia que tiene 19 mil 900 muertos, se prepara a abrir algunos negocios, librerías, papelerías, y tiendas de ropa (no todo), desde el 3 de mayo. En Noruega, República Checa y Bulgaria, tienen también una ruta para volver a la normalidad. «En Austria abrirán comercios menores de menos de 400 m2. Los hoteles y restaurantes tendrán que esperar hasta mediados de mayo». En cuanto a Inglaterra, «se reconoce que están lejos de preparar una salida». Eso ocurre cuando se sigue, en Londres, lo que se le ocurre a Johnson.
Ahora bien, ante el confinamiento, la cuestión es cómo lo viven los individuos. En Europa y en este lado del mundo. En el continente que el americanista, amigo mío, Alain Rouquié, tomando una idea de Octavio Paz, llama Extremo Occidente: Introducción a América Latina. El caso es que el confinamiento incomoda a unos y a otros. Pero lo enfrentan según sus culturas. Ya no son las clases sociales como en los días del viejo Marx. El tejido social de nuestro tiempo lo hacen los individuos. No sé si están al corriente, pero hace ya unos decenios que el «individuo incierto» —así lo llaman los estudiosos— es el tema predilecto en las ciencias sociales y la psicología. ¿Por qué «incierto»? Según Alain Ehrenberg en 1995. O sea, hace 25 años: «En la sociedad actual, el individuo está cargado de responsabilidades, por el trabajo, la pareja, las decisiones que toma, justamente a raíz de su autonomía». Los ilustrados del siglo XVIII, lucharon por la libertad. Sin imaginar cómo en la sociedad industrial, desde el siglo XIX, aparece el concepto de alienación. Primero en Marx para con los obreros, «no eran dueños de sus medios de trabajo». Pero hoy estar alienado sobrepasa la cuestión del empleo o la clase social. Hoy, el individuo en las sociedades avanzadas «se siente aislado en un mundo donde el conglomerado de fuerzas ajenas que están sobre él, lo controlan». En los años veinte, Max Weber —que tuvo la suerte de ver el nacimiento del siglo XX, cosa que no vio Marx al morir— ve al individuo con «un sentimiento de indefensión. Un mundo desencantado, gobernado por instituciones racionales, burocráticas e impersonales». En pocas palabras, se siente un extraño. Y acaso de ahí proviene el malestar mundial, a la vez cultural y político de estos días.
Pero cuidado con esos que piensan en Perú que todo es tecnología. Se entiende que en la emergencia que vivimos, se use en las escuelas la educación a distancia. Pero para la enseñanza superior, es otro cantar. Ahí, se necesita no solo conocimientos sino lo que se llama empatía. Y esta no es posible si el profesor no ve el rostro de los alumnos o de oyentes en una conferencia. Lo de la empatía es un nombre que ha nacido de la nada. «Consiste en ponerse en el lugar de los otros». Así, el buen pedagogo es el que no solo sabe sino que observa si los alumnos o el público lo han entendido. De lo contrario, esclarece con un «o sea». Eso solo es posible con la enseñanza presencial.
Volviendo a Europa, se sienten los efectos perversos de la modernidad —cierta soledad—, y en el Perú lo que nos sana y necesitamos, es eso que se llama «sociabilidad». Blancos, cholos, chinos, negros o mestizos, no podemos vivir sin ella. Así lo pienso y también otros investigadores en ciencias sociales. ¿Conoce el amable lector el libro de Danilo Martuccelli, Lima y sus arenas? De la página 191 a 240, evoca «la fusión del mestizaje, la música chicha, el achorado, el racismo y la competencia social». Eso Somos, «Lima, promesa y tormento». Por mi parte, Internet me sirve para comunicar y no para el conocimiento. Lo siento, los libros son mis aliados, fuente de saber razonante y que se puede entender y también discutir. Y encuevados en estos días, pensar, cavilar, enfrascarse sin preguntarse qué dice la manada, lo cual conduce al saludable redescubrimiento de la introspección.
En fin, cuando cerraba esta nota, estalla un escándalo. Un equipo de investigación, Graciela Villasís y Giovanna Castañeda, levantan el velo de la verdad: el Hospital de Ate solo tiene 20 camas en UCI (El Comercio). Y la Contraloría revela que 35 ventiladores mecánicos ya adquiridos, son inoperativos. Para colmo, solo cuentan con 18 enfermeras cuando necesitan 130. Y 4 médicos en vez de 45. Ese día, el viernes, no hubo la voz del Presidente en los medios. Con el Covid-19, estamos descubriendo nuestras grandes debilidades. Desde el 2011, se olvidaron de la salud y la educación para los pobres. Y por el lado de los hábitos, estamos acostumbrados al hervidero, en particular en los mercados. No se ve la salida del túnel. Hay que inventar nuevas maneras de convivir sin gentes a granel como en la Lima que ya fue. Si repetimos la costumbre del montón, continuarán los contagios.
Publicado en El Montonero., 20 de abril de 2020
https://elmontonero.pe/columnas/covid-19-quedarse-en-casa-o-consigo-mismo