Como cualquier hijo de vecino, vi el partido. Y tuve la alegría que todos tuvimos. Esa noche, la voz de millares de seres humanos subió a los cielos. Fue un estallido, fragoroso, tonante. Nunca había escuchado algo parecido. Y un diario nos hace saber que los censores que sirven para detectar terremotos, por la intensidad del sonido, lo tomaron como un sismo. Ahora bien, días atrás, un exalumno me preguntó si la sociología se ocupa del fútbol. En efecto, hay una rama de la sociología que se interesa, entre las diversas actividades humanas, a aquellas que son propias al tema del ocio. Es decir, qué es lo que hacemos cuando no trabajamos. Qué actividad placentera nos ocupa, acaso física (los deportes) o artística, intelectual o social. En cuanto al fútbol, desde la mitad del siglo XIX y en el siglo XX, se ha extendido a países que no lo practicaban, como la India o los Estados Unidos. Y se habrán fijado, cada modalidad de juego corresponde a una «cultura» nacional. El fútbol no es solo el fútbol.
Es un espectáculo, una fiesta pero también un previo entrenamiento. Y un plan de acción que establece cada equipo con su técnico. Es un juego, pero también es algo serio. Los niños lo entienden mejor que los adultos, se dicen entre ellos «juega en serio», al amigo que se distrae y envía de un puntazo la pelota por las nubes. Es deporte, algo gratuito, pero el que aplaudimos es fútbol profesional. En suma, interesa a los científicos sociales porque es algo propio a las sociedades que han entrado a la modernidad. El deporte de las olimpiadas no tiene enfrentamientos de guerreros como en la Antigüedad y la Edad Media. Y por otra parte, las reglas del fútbol ponen en situación de igualdad a los jugadores, y en consecuencia, anula las diferencias sociales. Un team puede venir de un país rico y enfrentar a un team que provenga de un país pobre, no importa. Hay once hombres contra otros once.
Ahora bien, la literatura sociológica sobre el fútbol es corriente entre sociólogos ingleses. ¿Por qué razón? Porque hubo un fútbol popular en la Inglaterra medieval y premoderna. Jugaban, de aldea a aldea, algo parecido al actual, ¡desde el siglo XIV! La segunda razón es que en la Gran Bretaña de nuestros días, los ingleses se portan correctamente en la vida cotidiana, pero en los estadios tienen un comportamiento agresivo. Los hooligans. Es toda una etnología, forman tribus urbanas, tienen signos distintivos, modas vestimentarias, hay estudios sobre el hooliganism, en especial, de Eric Dunning (Hooligans Abroad: the Behaviour and Control of English Fans in Continental Europe, Londres, 1984).
El fútbol, por lo visto, interesa no solo a sociólogos sino a psicólogos. Un deporte que se presta a enfrentamientos corporales, acaso no tan violentos como el rugby. En el fútbol, tanto el espectador como el jugador, tienen derecho a manifestar sus emociones, en las tribunas como en el campo de juego. ¿Cuál es el centro mismo de ese deporte? La competición. Al fútbol, como a otros deportes, le acompaña los cuartos de final, la semifinal, la final. En el atletismo, que es de individuos cada uno para sí, importa el récord. En el fútbol, donde la interacción entre los jugadores es intensa, la Copa.
El valor individual del jugador es a la vez de equipo, o sea, de la sociabilidad. Por eso nos interesa tanto. Acaso más que deportes individuales como el tenis, las pruebas de lanzamiento y velocidad, el atletismo rara vez es grupal. La sociedad moderna es una donde la performance, el esfuerzo personal, es decisiva para el éxito y también las interacciones entre individuos. En un mundo de empresas y éxitos comerciales y financieros, es una lección moral. Cada jugador cuenta, pero también cada equipo. ¿No es esto una lección de valores? Fútbol, una violencia reglamentada. Maîtrise, dice Elias en la traducción al francés. Bajo control. Y los pedagogos que insisten en valores en las escuelas peruanas, más ganaríamos si los reemplazaran por profesores de educación física. El deporte no aliena, educa.
Norbert Elias, uno de los padres fundadores de la sociología se ha ocupado del sport. De origen alemán, autor de una obra monumental La civilisation des mœurs. Traducción, de los «hábitos o costumbres». Elias describe cómo los cortesanos se impusieron reglas de conducta. Como el chevalier o guerrero medieval se convierte en el gentleman. Ahora bien, el deporte, en particular el fútbol, forma parte de ese proceso de civilización secular. Se entiende que a Elias no se le conozca en nuestras universidades. No es marxista. «Seguí mi propio camino» (Elias).
He puesto en el intitulado, multitud. En el sentido positivo que lo toma Jorge Basadre. Y he puesto nación. ¿No ha dicho Ross Poole que «la nación otorga a sus miembros una propiedad colectiva inalienable»? Es el caso presente. Viene de la cultura popular —¿quién no ha jugado ese deporte?—. Hasta el momento, pocas cosas nos unían. La gastronomía, una que otra cultura musical, el hecho de haber nacido en esta tierra. Era poco. Los caminos a la nación son insólitos. Y el éxito deportivo es uno de ellos. El mercado y la política nos desunen. La selección nacional nos reúne. De pronto irrumpe un extraño triunfo de todos. Los senderos de la historia peruana son enigmáticos.
Publicado en El Montonero., 20 de noviembre de 2017
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