¿Por cuánto tiempo? Dos graves dilemas me inquietan. El pedido de vacancia del presidente Vizcarra (pero después de este lunes, si hay o no hay) y el de Norteamérica. Pero «Biden ha vencido a Trump». Lo dicen los diarios estadounidenses. Y las manifestaciones populares y las felicitaciones de diversos mandatarios en el mundo entero. Por mi parte, puesto que practico en estas crónicas, e incluso a ratos en mis clases con mis alumnos, el arte casi olvidado de la sinceridad, he sentido un gran alivio. Puede que me equivoque, pero he visto en ese presidente de los Estados Unidos un riesgo planetario. Cualquier cosa podía ocurrir en materia de política internacional con ese hombre en la Casa Blanca. Pero queda una cuestión. No se puede negar que tiene una gran parte de norteamericanos que lo siguen.
Dos temas, pues. Los Estados Unidos, por una parte, y el fenómeno Trump, por la otra. Reconozco que para estas líneas tengo sentimientos encontrados. De ahí dos narrativas. La de la conciencia, y eso que desde Freud sabemos que también nos habita: el ego, la inconsciencia, en cursiva.
Un hecho real, que me lleva a la curiosidad y al asombro: el caso Trump. Y creo que debemos preguntarnos cómo una sociedad como la americana ha podido llegar a esta situación. Dos problemáticas me saltan al cuello. Por una parte, los Estados Unidos de estos tiempos que por casi un pelo, no se convierten con un segundo mandato de Trump en algo parecido a los «regímenes híbridos» que clasificamos en las ciencias políticas. Pero la variedad de casos es tan grande que proliferan las nociones. Epstein, partial democracy, 2006. Merkel and Croissant, defective democracies, 2004. Diamond lo llama hybrid regime, 2002. Zakaria, illiberal democracy, 1997. O como lo llama un politólogo que viene a ratos a Lima, Levitsky, competitive authoritarianism, 2002. Lo que estoy diciendo es que en este siglo XXI aparecen modalidades de poder que van más lejos que la izquierda y las derechas clásicas. Es hora de saber que hay regímenes democráticos que funcionan con apoyo autoritario de las bases, algo inclasificable. Levitsky y Martín Tanaka usan ese concepto, que como lo entenderá el lector, es algo complejo porque acopla trabajadores y a la vez elites poderosas y vanidosas. En el caso de Trump, los obreros y los dominantes blancos y el mundo de los negocios. Veamos, pues, primero a los Estados Unidos.
Habla el recuerdo, la inconsciencia. «Soy peruano, soy latinoamericano. La vida americana nos ha acompañado desde la infancia: el pato Donald y sus tres sobrinos, Mickey Mouse, una infancia de dibujos animados, inolvidables, del cine de Hollywood y los cómics. Ya en la adolescencia, Star Wars, o las películas de Woody Allen. Decir América era el jazz, los tremendos McDonald’s hasta que nos dimos cuenta que era fastfood. Luego en la adolescencia, Marilyn Monroe, y la suerte de Arthur Miller, su primer marido. No sabíamos que había crecido casi sin padres y luego su muerte, la hallaron sola, y todo lo que se dijo. Después, mientras nos dedicamos al complicado aprendizaje de ser varón, nuestros héroes: el lejano oeste, entonces, John Wayne y los Douglas, el padre y el hijo —tantos actores para los Westerns—, y hasta nuestros días, Morgan Freeman, Brad Pitt y Angelina Jolie que con los años está cada vez más bella, pero le dan roles de ‘maga malvada’, y reina despótica. Los enanos que protegieron a Cenicienta es algo inolvidable. Y entre los 8 y los 10 años, me volví un experto en aviones de guerra de los Estados Unidos. Cazas y bombardeos. Me acuerdo de uno, A-205, lo prestaron en plena guerra a los rusos, los ingleses y franceses».
Más tarde, me admiró, en historia, Jefferson, Washington, su revolución y su confederación, un gobierno nacional y a la vez, con Estados, y esa república vigorosa que en 1789 solo contaba con 4 millones de población, en general, granjeros y en pueblos pequeños (Breve historia de los Estados Unidos, de Nevins, el mejor libro sobre los primeros pasos). Y luego, la participación en la I y II guerras mundiales.
Pero desde los 70, EEUU ha girado sobre su propia historia. El problema de un presidente republicano no ha sido algo sin grandes riesgos. Por lo demás, Lincoln fue republicano como lo fue Theodore Roosevelt, y si no me equivoco, Eisenhower. Uno de los grandes soldados de los Estados Unidos lo fue Nixon, que establece relaciones con la Unión Soviética y China, aunque el escándalo del Watergate lo obliga a renunciar. Republicanos han sido Reagan, que era actor de cine e introdujo el neoliberalismo. Y los Bush, padre e hijo. Aparte de meter la pata con el ataque a Irak, no se le nota grandes defectos.
«Siempre hemos pensado que los Estados Unidos era el país a la cabeza de las patentes. Desde 1890. 26’300 patentes por año (Watson, Historia intelectual). Norteamérica, el país donde se inventó el telégrafo, los cables transatlánticos, Edison con el foco de luz eléctrica, Bell y el teléfono, la radio, las tecnologías de Silicon Valley. Y Trump ¿un jefe de Estado que no cree en pandemias y cambios climáticos? A su entender, son falacias inventadas para detener la economía norteamericana. Y por supuesto, hacerle daño.»
¿Qué es Trump? Hombre de negocios con una escolaridad barata. Cursos especializados sobre venta de inmobiliarias, en la Universidad de Pensilvania. Cuando es presidente de los negocios familiares, levanta un rascacielo que se llama Trump Tower, en Manhattan. En política, ¿republicano? La cosa no es muy clara, su primera filiación fue de demócrata. Con Reagan entra al seno mismo del republicanismo. Y propone el «aislamiento». Luego pierde en unas primarias y es George H. W. Bush el candidato. En los Estados Unidos, ante su estilo, se le clasifica con términos de «inclasificable» (Soufian Alsabagh). O el historiador Berstein, «político nativista-nacionalista». Él mismo se define como «republicano conservador». No es dañino, pero como no ama las ciencias, se explica que China ande por delante de EEUU. Pero si fuera solo eso, resulta que quienes lo llevaron a la Casa Blanca, son en un 51% los de más bajo nivel de educación. Y por supuesto, los «supremacistas blancos».
Pero no quiero sino decir la verdad. Trump desde el 2017 volvió a levantar el crecimiento de la economía americana. En el 2018, los salarios de los obreros progresaron, y el paro había caído a su más bajo nivel desde 1969. No seremos tan tacaños como decir que había una conjetura económica favorable.
¿Qué opinión podemos tener de un sistema tan complejo de elecciones, con Colegio de delegados? ¿Y por qué ha perdido las elecciones? Tal vez las cifras de la pandemia cuentan en esa derrota. Los Estados Unidos tienen más muertos por el coronavirus que cualquier otra nación, y se acerca en cifras a los muertos en la guerra de Vietnam. ¿Y todo porque al presidente Trump, no le dio la gana de ponerse la mascarilla y decir que no era una simple «gripe fuerte»?
Muchas causas. Usemos la célebre navaja de Ockham. El método de un monje inglés en el siglo XIV, con esta premisa: «la explicación más sencilla suele ser la más probable». Entonces, Biden encarna el revés de Trump. Lo primero que va a hacer es volver al Acuerdo de París sobre el clima. Lo segundo, los impuestos a las grandes empresas (Trump los había anulado). Tercero, ocuparse de esos 21 millones de estadounidenses que no tienen ningún seguro de salud. Con Biden se interrumpe esa paranoia que tenía el presidente Trump, viendo siempre complots contra los Estados Unidos y su persona. Con Biden regresa el sentido común. La cordura. Si los extraterrestres nos observan —lo cual es muy probable— el uf! que se ha echado a los cielos en todo el planeta deben haberlo notado. Y qué placer no verlo, la encarnación de la vanidad, de la grosería, realmente insoportable. Es decir, el antipolítico. Pero no me quedo del todo satisfecho. ¿Es Trump un caso aislado? ¿O el inicio de poderes que vienen del dinero y que, convencidos de que son semidioses, establezcan seudodemocracias. Eso de que el pueblo aplaude a un mandatario narcisista no es nuevo. Lo llamé alguna vez, «cesarismo». Como en Roma, en el poder hasta la muerte. Y había, entre tanto, Senado.
« También la Alemania de los treinta tuvo un formidable desarrollo social y económico, cuando todos los países naufragaban debido a 1929. Eso era Hitler. También progresa la Italia de Mussolini. Hoy los neodespotismos toman el poder con las urnas, no con las armas. Los marxismos ya no existen. Pero la formación de nuevas modalidades de dominación aparecen en este siglo XXI, de la misma forma como aparecen virus nuevos. Ni la naturaleza ni la sociedad se quedan quietas.
Publicado en El Montonero., 9 de noviembre de 2020
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