Seamos realistas,
Pidamos lo imposible.
—Mayo del 68
Si la historia como disciplina existe es porque tiene la ayuda del dios Cronos. Es decir, el tiempo. No porque seamos mortales sino porque la duración de los hechos —un plazo, un mínimo ciclo— nos dirá si alguna acción del pasado fue exitosa o un error. Y eso se debe a la ventaja de lo a posteriori. Pero el a priori no se basa en argumentos. Ambos conceptos van de Euclides hasta Immanuel Kant, pero ninguno de ellos fueron periodistas. Vivieron en eras más felices en las que no era preciso saber de inmediato lo que ocurre. Y sin embargo, algunos de nosotros intentamos la veracidad y la realidad. Pero podríamos ser un poco más modestos. En lo que se llama historia —académicamente, las hay muchas y muy diversas— la historia contemporánea es la más frágil, y la menos frecuentada.
I
Pensé entonces cómo se las arreglaba Luis A. Sánchez, que aparte de sus libros sobre la literatura, practicaba también la opinión inmediata, o sea, el periodismo. Lo llamaba bitácora. Voy al diccionario y veo que es un cuaderno de notas propio a los marinos. Y acaso no es cierto que los buques de todo tipo no pueden del todo predecir cuándo tengan la mala suerte de una tempestad. Pese a las posibilidades de las ciencias actuales, la naturaleza es siempre imprevisible. Seguro que la pasó a L. A. Sánchez, por aprista, su vida estuvo llena de exilios y retornos, de idas y venidas. Y el sopapo de un inesperado ostracismo. Pero nunca perdió la esperanza y el humor. Cuando un periodista le pregunta qué hubiera hecho si no hubiese sido aprista, su respuesta fue, obviamente, «que eso era imposible», pero como el periodista insiste, se queda silencioso un rato, y le responde: «me hubiera aburrido mucho». Mis respetos, maestro.
Hay otra posibilidad, la del cronista. Sí, pues, la que aprendí a conocer en San Marcos y luego trabajando al lado del doctor Porras. (Así lo tratamos, nunca nos tomamos como «discípulos», y él respetaba nuestras ideas, las de Mario, Pablo Macera y Carlos Araníbar, o sea, un ejemplo de verdadero liberal.) ¿Por qué los cronistas del XVI son fuentes históricas? Porque el cronista no se consideraba un ideólogo o un intelectual, eso no existía durante la Conquista. Eran testigos de vista, y en su mayoría, admiraban esa sociedad incaica que acababa de dominar, y a la vez, tenían curiosidad. Como todo ser humano tenían sus pareceres, a veces, contradictorios. Por eso el maestro Porras los separa, como se sabe, en «la crónica soldadesca» que era acaso la mejor, «por su sobriedad y rudeza». Porras los distingue a esos primeros periodistas en dos corrientes, «la crónica toledana», que dice mucho de cierto sobre la historia de los incas, sus costumbres, sus instituciones jurídicas, pero también sobre «la tiranía de los incas y las penalidades crueles de los pueblos vencidos». Lo contrario viene después, «Garcilaso de la Vega». Era una civilización. Merecía otro trato. «La crónica toledana» —lo explica Porras— tenía un rasgo político, se trataba de demostrar que el mundo incaico era bárbaro y en consecuencia, se legitimaba la Conquista. En particular en la crónica de Sarmiento.
Algo tendríamos de cronistas. Tomarían estas notas como hechos históricos, que luego alguien, en el posible futuro, retome como recopilación y lo aletorio que puede ser ante los hechos que vimos. Solo unas generaciones más adelante podrán repasar estas crónicas y las de muchos otros que escriben en los diarios, y ver si nos equivocamos o si fue tal y cual cosa un acierto. Solo me queda un arma moral e intelectual, mi voluntad de sinceridad.
II
En el panorama de la actual vida política veo dos sujetos. Por una parte, personajes individuales, expresidentes, presidenciables y posibles candidatos. Pero por otra parte, un sujeto social novedísimo. La marcha por las calles y ciudades de los jóvenes. Los que se llaman «la generación del Bicentenario». Dicho esto, me parece que este último tema es el más urgente de entender, es para reflexionar.
Si no me equivoco, el 16/11/2020, en mi columna «En Lima y el desmadre» mencioné la indignación de una generación entera. Me propuse entonces, repensar el Perú. Pero en los días siguientes, una idea me perseguía. Tenía la sensación de que de ese tipo de movimientos sociales ya me había ocupado anteriormente, justamente no en un libro universitario sino en algún periódico. Y en efecto, encontré una de mis crónicas con el título de «Los indignados, Madrid» (La República, 14/07/2011). https://www.bloghugoneira.com/que-soy/periodista/diario-la-republica/trienio-11-10-09/internacional#Los%20indignados%20Madrid
Conviene, sumariamente, conocer ese estallido social en un país tan distinto y ya europeo, la España actual. No busco parecidos, sino que se sepa. «Los manifestantes en Madrid, se reunieron en la plaza del Sol, y se llaman a sí mismos ‘los indignados’. Han sido millares, en la primavera española.» Luego me ocupo de su estatus social. «Son, en primer lugar, diversa gente. Parados e inmigrantes, pero sobre todo jóvenes, y no los peores sino los graduados que luego de prolongados estudios y carreras de punta, con años de entrega para adquirir el capital símbolico del saber y la técnica, resulta que no hay quien los emplee. Los parados en España son cinco millones y la mitad de los jóvenes en edad de emplearse. ¿Qué es lo que dicen? Que la recesión económica resulta intolerable». Lo que da lugar a un debate múltiple.
Pero el caso español me lleva a los casos de protestas, siempre de jóvenes, en lo que se ha llamado «la primavera árabe» (2010-2012). Arrancó con manifestaciones gigantes cuando, en una ciudad —Sidi Bouzid— a un vendedor ambulante, Mohamed, la policía le quita sus mercancías y sus ahorros y por eso, se suicida. Un abuso y un sacrificio, y se levantaron miles de tunecinos. No de inmediato, el presidente Ben Ali dimite. La ola de protestas pasa a otros países árabes, en Egipto, en Libia, donde Gadafi lanza sus aviones contra los manifestantes, tiene que huir, lo encuentran y lo ejecutan. En Siria se produjo una guerra civil. La prensa internacional se exalta, la llaman la «revolución democrática árabe» (Wikipedia). Pero luego todo se apaga. Y en cambio «las potencias ocidentales se aprovecharon de la inestabilidad política de los países árabes», y lo que aparece es el Estado Islámico. Lo de la democracia y comportamientos liberales pone en duda que, por ese lado de la humanidad —los islamistas—, se pueda tener una democracia puesto que esta forma de poder precisa de comportamientos laicos. Y entonces ¿qué pasó con la revolución de los jazmines de Túnez, la revolución blanca de Egipto, las cintas rosas del Yemen?
III
Volvamos al Perú. 1921-1930, la Reforma Universitaria, y el Conversatorio Universitario. Es un pequeño grupo, pero es la crítica al siglo XIX entero y la oposición a Leguía. Todos —Basadre, Porras— no llegaban a los 30 años. ¿Y qué herencia tiene esa reforma y esa actitud rebelde? Tres herencias. El aprismo, que se llama el APRA, una idea política continental. Popular, revolucionaria y americana, lo que les permite a las dictaduras de Benavides y Manuel Prado, ponerlos fuera de la ley. Era una ley contra los comunistas, entonces de la III Internacional. Los otros dos herederos de la protesta de los años veinte, son los socialistas de Mariátegui, por una parte. Y por otra parte, aunque no parezca cierto, un partido llamado Unión Revolucionaria, con pueblo, camisas negras y brazo en alto, a la manera fascista de los italianos de Mussolini. El partido que lleva a Sánchez Cerro al poder legítimo. Entonces, las manifestaciones sociales pueden ser un preámbulo. Pero con diferentes tendencias. En común tienen los tres movimientos algo muy fuerte y novedoso: «mover al pueblo».
Ahora bien, hoy en día, sea lo que sea, nos encontramos con grandes dificultades. Dos posibilidades, ambas insoportables. La primera, ¿cómo lograr reformas estructurales y profundas sin perder para la ciudadanía los derechos sociales? La transformación por lo general solo se ha podido ejercer con gobiernos despóticos en la América Latina (Fidel Castro, Hugo Chávez, etc). Vaya dilema.
En la vida peruana tan polarizada, busco las causas de nuestra ingobernabilidad. Además de nuestros problemas, resulta que hay una polarización mundial. Por un lado, gobiernos con elites liberales apoyadas en una economía mundializada que no le interesa sino la ganancia y nada lo social, para lo cual achican los Estados. De ahí que para los jóvenes, es casi imposible buenos estudios si papá no es rico. (Eso ha sido en Chile el motivo del estadillo, que yo he visto.) Y por el otro lado, la ilusión de un socialismo, pese al desplome del Estado soviético hace 30 años (¡!) El –ismo ha muerto, no la necesidad de lo social. ¿Acaso algunas modalidades híbridas? ¿Economía de mercado y Estado fiscal y social, como dice Picketty? Entre tanto, mientras sobreviven las naciones europeas que reúnen empresas, fisco y políticas públicas, esperamos que en América Latina se entienda que la Empresa y el Estado moderno —el que todavía no tenemos— no tienen ni la misma lógica, ni las mismas metas. Y en las universidades se comprenda que la economía por su sola cuenta, no hace progresar las sociedades. Las actuales son tan complejas que una sola disciplina no alcanza para comprender nuestro tiempo. En fin, espero que aparezcan entre los jóvenes, aquellos que inventarán otro mundo. En ese caso, ¡coraje!
Publicado en El Montonero., 30 de noviembre de 2020
https://elmontonero.pe/columnas/la-dificultad-de-lo-evidente