A propósito de Aldo y de su abuelo.
Hace unos días, tuviste un gesto, con honestidad dijiste que te costaba por mi pasado velasquista —al cual no renuncio, salí pobre y hacia Europa— y me llamaste “maestro” (http://peru21.pe/opinion/aldo-mariategui-maestro-hugo-neira-2220174). Podría coger el teléfono para agradecerte, pero público fue el gesto y público debe ser su recepción. Y aunque te diga que me tomo como un artesano y no pretendo ser ideólogo de nadie, de todos modos, gracias. Mi segundo asombro es verte escribir sobre tu abuelo. Grande y excepcional que decirle “ilustre” sería poco. Quiero contarte que en clases hago que trabajen “dos concepciones de vida” de José Carlos, modelo de prosa clara y elegante. Al lado de Porras, de Lucho Loayza. Quiero comentar el texto que dedicas a tu abuelo. Voy a lo principal. Casi en el último párrafo escribes un concepto que me parece clave, el de la actitud. “Heterodoxa, crítica, apasionada, comprometida y curiosa de analizar y vivir la vida”.
Ahora bien, ponerlo al lado de otros marxistas, deja ver qué lo hace distinto. Desde los años 30 hubo marxistas latinoamericanos: mexicanos, Lombardo Toledano y Sánchez Vázquez, y en el Perú César Guardia Mayorga y Ántero Peralta Vázquez, arequipeños. Y José Portuondo en Cuba y un paquete de brasileños. Salvo eruditos, nadie los recuerda. ¿Por qué? La operación intelectual de tu abuelo fue singular. Pongo un par de ejemplos de la translación de una problemática. Por conocida, la de San Agustín. Inyecta un tema griego, la polis, en el cuerpo teológico. Nada menos que la “ciudad celeste”. Politizó al cristianismo: ocuparse no solo de la salvación personal. El otro es Lévi-Strauss: desliza el rigor de la lingüística al interior de la etnología.
¿Qué hace tu abuelo? Inyecta una actitud cosmopolita al interior de la problemática peruana. Bastante localista, si descartamos a JCM y a Haya de la Torre. Y cambia el paisaje de ideas.
La escena contemporánea es anterior a los “Siete Ensayos”. Y el viaje a Europa, y “una mujer y algunas ideas”. Sin JCM, nos quedábamos con Hildebrando Castro Pozo, y su idea de las comunidades indígenas. Valioso, pero corto. Mariátegui se inspira en Nietzsche. En Gobetti, en Croce. No solo piensa en los latifundios sino en los surrealistas. Amó el pensamiento y arte que conduce a la modernidad. Vino a romper la tradición. Nuestro país todo lo vuelve procesión del Señor de los Milagros o Sarita Colonia. Lo han beatificado.
La ecuación de arriba —sin duda lúdica— pone entre paréntesis un tipo de indigenismo que era y es beatería de querer volver al Incario. A Mariátegui no le habría alucinado el Inkarri. Fue una hora del mundo su vida y su cabeza. No lo arrastra, pues, la catástrofe de la URSS y de la ortodoxia marxista-leninista. De eso deben dar cuenta las izquierdas posteriores. JCM es actual. Ellas, anacrónicas.
Una actitud: una manera de ver el mundo y el Perú. JCM está secuestrado por una ortodoxia. También lo está Riva-Agüero. Es la costumbre de la panaca. Tener un ancestro, vuelto momia, que sacan a las plazas para hacerlo hablar, cuentan los cronistas. Aldo, a José Carlos lo rodean doctas tinieblas. Quería la modernidad, el progreso, la revolución, no la vuelta al pasado. Pensaba como Gramsci, que es posterior: emancipación por la cultura y la sociedad. En vida, no lo entendieron. De su enfrentamiento con los ortodoxos del Komintern ha escrito Flores Galindo (La agonía de Mariátegui). Leguía lo hostiga desde 1928 y ya se marchaba a Buenos Aires cuando le sobrevino la muerte. No vio los años treinta, y el riesgo de confundir etnia con política como Hitler. Como lo hacen los etnocaceristas. JCM es de los grandes del Perú que lo son desde la diáspora: Garcilaso, César Vallejo, Scorza. Hace siglos, castigamos al original. A muchos otros, con el exilio interior. Bienvenido al club.
Publicado en El Montonero., 22 de junio de 2015
http://elmontonero.pe/columnas/2015/06/marx-nietzschesorel-indigenismo-mariategui/