Acabo de volver del extranjero. Me voy por temporadas para escribir. En el curso de los últimos días de julio y hasta el veinte de agosto, acabo de concluir otro de mis libros. Es uno corto, de ensayo. Sorprenderá acaso, es un tema entre filosófico y literario, nada que ver con la coyuntura. Lo acabé, mientras espero salga de las imprentas uno mucho más extenso —¿Qué es nación?— de cerca 400 páginas. Y aunque es rigurosamente universitario, no impide incidir, dado el tema, en nuestra construcción fatigada de la nación peruana.
Ahora bien, a mi regreso, en estos días me han sorprendido tres cosas inmediatas. Déjenme, pues, que se los diga. La primera es la manera cómo los políticos (oposición o gobierno) hacen política. No critico, no soy político, entiendo que usen los medios actuales de comunicación, pero observo y reflexiono. Hoy domingo 25 de agosto en el diario El Comercio, hay un artículo de Juan Paredes en su columna titulado «El autismo en terapia» y que acompaña una caricatura en la que se ve a unos y otros políticos twitteando. El asunto no es que lo usen los hombres públicos, sino, que al extenderse como una moda (¿realmente una necesidad?) entonces, la gente que es la materia de la vida pública, deja simplemente de tenerla. Se atomiza en personas que delante de amigos o familiares, se comunican, tan tranquilos, no con los que están sino con los que no están. Y al parecer, cuentan más para el interesado.
La segunda es que en estos días he tenido la ocasión de observar este hecho, que puede parecer trivial y me parece que no lo es. He visto repetidas veces gente reunida, cada quien metido en su Twitter. Incluso uno de mis amigos, no sacó los ojos del Twitter mientras me decía «Hola, cómo estás, ya hablamos». Y eso que nos conocemos hace años y es una persona educada… ¿Pero ya no hay vida relacional sino el Twitter? Y lo que es peor, no he visto un uso tan asocial del Twitter en otras capitales del sur de la América Latina.
La tercera, esta mañana, el mismo diario El Comercio, recuerda, atinadamente, que se cumplen los treinta años en que todos hemos perdido a Manuel Scorza al estrellarse el avión en el que iba a una reunión de pensadores y escritores. Decidí entonces reenviar un artículo mío publicado en 1984, poco después de la tragedia, por el diario Le Monde Diplomatique, a pedido de Claude Julien, entonces su director y gran amigo mío y de Manuel.
Hay un lazo entre estos tres hechos. Con Scorza conversábamos. Como con Julio Ramón Ribeyro, Mario Vargas Llosa. Eran los tiempos en que no había Twitter, gracias al cielo. Hoy tengo la impresión que en el Perú no dialogan ni los políticos con los políticos, ni los amigos con los amigos y nos hemos vuelto una extraña sociedad no civil.
MANUEL SCORZA. Biografía ordenada de un mago (*)
Decir Scorza es, para nosotros, evocar muchas cosas. Sin duda, el célebre novelista y la saga campesina que tiene el éxito que sabemos. Tal vez al humanista “impetuoso y desencantado” que algunos han visto en él”. 1 Más secreta, más íntimamente, es también musitar algo sobre un momento de la poesía en el Perú, no sólo de la política sino de la amorosa. Es recordar los años sesenta limeños y a cierto joven y original editor que hizo leer a millares de sus compatriotas. Es dar cuenta de un apasionado político a veces ligado a grandes corrientes populares de su país, como el aprismo y recientemente a un frente izquierdista de obreros y campesinos, 2 y en otras, como francotirador. ¿Cuál Scorza? ¿El de la noche parisina, que recorrió a veces insomne? ¿O el de las prolongadas travesías por el Perú, de donde retornaba sólo para reconstruir la imagen de un país sin tiempo? ¿Cuál Manuel? ¿El de los viajes y los congresos, el brillante que la muerte calló de un manotazo? ¿El solitario? ¿O el profuso: poeta, político, “manager” y novelista?
Cierto, tras Scorza hubo siempre varias actividades, un cortejo de ellas, en duelo desde la noche de Madrid. ¿Cómo preferir una sobre las otras, sin traicionarlo? Será mejor enumerarlas, y ordenar la biografía de ese mago perulero, que pasó de una a otras con una facilidad envidiable. Y no por azar, cuando trazo esta melancólica nota se me viene a la memoria, por eso de la variedad de talentos, una vieja página de Popul Vuh, el libro sagrado de los antiguos indios quichés “eran adivinos, todas las artes les fueron enseñadas, eran cantores y tiradores de cerbatana, flautistas y joyeros…” (II Parte, Cap. I).
El primer Scorza es, pues, un adolescente, poeta y revolucionario. Proviniendo de un país de la América Latina, ello parece normal, casi banal. Se olvida de la apuesta personal y el riesgo. Un adolescente de los años cincuenta ¿en qué espacio político podía colocar su personal revuelto? El castrismo no había todavía nacido. En cuanto a los comunistas locales, eran stalinianos en las formas y conformistas en los hechos. Así, Scorza se hará Aprista: fue ésa la gran pasión del Perú contemporáneo. Un signo que unía indigenismo y antiimperialismo. El partido que fundara Haya de la Torre, entonces también encarnaba un movimiento literario, de reivindicación de la especificidad histórica americana, naroidas andinos, opuestos a una oligarquía blanca. El aprismo político de Scorza, coincide con su poética, situada entre la plegaria y la invocación panfletaria. Mirad las antologías, está al lado de Julio Garrido Malaver, Guillermo Carnero Checa, Gustavo Valcárcel, “los poetas del pueblo”. Es el tiempo de “Canto a los mineros de Bolivia”. De “Epístola a los poetas que vendrán”. De Las Imprecaciones 1954. Este Scorza aprista y poeta es, también, el del exilio. En una nota autobiográfica, escrita antes de su muerte y publicada recientemente por el diario madrileño El País, habla de este episodio. 3
Con humor feroz, esta vez ejercido sobre sí mismo, observa que su deportación a México por la dictadura de Odría fue una obra al azar: publicaba un poema amoroso en la edición el diario aprista La Tribuna, el día mismo en que ese partido era puesto fuera del orden legal. El exilio de México, es el tiempo del pan duro y amargo, y de la tristeza de ver encallar su partido en las tibiezas socialdemócratas. En efecto, al salir de la Embajada de Colombia en Lima, donde había permanecido acosado y recluido cinco años Haya de la Torre, hará unas declaraciones a la revista norteamericana Life, que los apristas en el exilio hallarán escandalosas. El aprismo ya no era lo que fue. Las células de deportados gruñen y Scorza estalla. Su carta de renuncia revela en el poeta del pueblo, un polemista. Tiene sal desde el título Good by mister Haya, Scorza se va del Apra tirando la puerta. Militancia, poesía y poesía amorosa. En México ha ganado algunos premios. A Las Imprecaciones, sigue Los Adioses, 1988, y Los desengaños del Mago, 1961. Desilusión de la realidad y del amor mismo, la palabra del poeta conjura el mal del mundo. Pero hay un valor, un hallazgo, la amistad: Réquiem por un gentilhombre, 1962.
Pocos críticos conocen el origen, la anécdota de este poemario. Una madrugada limeña, amanece víctima de una pateadura, Fernando Quispe Asín, bohemio, pintor de Scorza. Alguien lo habia atacado, fatigado por la insolencia del bohemio, un tanto tomada de los bares de Montparnasse y mal aclimatados a los cafés de chinos sin piedad de los barrios malevos de Lima. Así concluye ese Príncipe en harapos. El crimen quedó impune.¿Quién cantará al marginal, al maldito, en la pacata Lima? Sólo el poeta de la distancia y el retorno, Manuel Scorza.
Hay pues un Scorza del retorno al Perú. Años sesenta, se lo conoce como exaprista, y poeta sentimental e iracundo. Pero él va a revelarnos otro talento. En el país, hay un viento de prosperidad. Coyuntura internacional, guerra de Corea, donde tiende a beneficiar a países mineros como el Perú. La dictadura de Odría ha quedado atrás. Gobierna un oligarca civil, pero hay una posible presión popular, que en los años siguientes se hará todavía más acentuada, hacia la libertad, la ciencia y la cultura. Scorza propone un esquema nuevo de edición y distribución de libros. La venta directa en kioscos públicos, evitando intermediarios que encarecen el producto. Y con un capital tomado de socios y amigos, funda una empresa original, “Populibros”. Y este es otro de los milagros de mago. Como más tarde sus novelas. Pues la gente hará cola en las plazas y calles de lima para comprar libros. Colas de millares, en
una capital que no era la culta Buenos Aires ni Santiago de Chile. Tras el fenómeno, una campaña publicitaria formidable. Y tras ella su promotor, Manuel Scorza. “Populibros” fue un éxito. Y el exiliado, el poeta, se reconvierte al ‘empresarismo’ cultural. Talentos renacentistas.
Va a nacer todavía, otro Scorza. Quizá el definitivo. El Scorza investigador, vuelto hacia los hechos sociales y su expresión narrativa. En efecto, los ojos de los peruanos y de la intelligentsia, se tornan, entonces, hacia la sierra andina. Algo nuevo ocurre. Los campesinos andinos se revuelven. Ya no es más la jacquerie india, tradicional, violenta y ciega. En los Andes del Sur, forman ligas agrarias, tras Hugo Blanco, en la Sierra del Centro más mestiza, se enfrentan a una compañía minera norteamericana, La Cerro de Pasco, desplegando una asombrosa coordinación inter-comunidades. En ambos casos, los campesinos invaden, en ambos, los dirigen sus propias “elites” locales, mestizas o indias. Lo nuevo es la autorganización y la autoconciencia.
Scorza sube a al Sierra Central. Observará y participará. De lo primero, dan cuenta las cintas magnetofónicas, con las que desembarcará un día en París. De lo otro, el trazo autobiográfico en Redoble por Rancas, 1970; y en Garabombo el invisible, 1972. Y también el intento de fundar un “Partido comunal”, es decir, un partido de comunidades campesinas, que no prosperará en el Perú de los años sesenta. Quedará, no obstante, su relación personal con los protagonistas con el “nictálope”, Chacón. Con Garabombo, que se llama en su vida terrestre, Fermín Espinoza. Con Genaro Ledesma, que en la ficción y en la realidad se llama Genaro Ledesma, abogado laboralista. Y en las comunidades de Uchumarca, Rancas, Chiche y Pacoyán, a las que Scorza volverá una y otra vez a visitar.
El mago hará nacer en París el ciclo de novelas que traducen Grasset o Belfond. Scorza será por definición el novelista de las luchas campesinas en el Perú. Pero después de Redoble por Rancas, la imaginación y la fantasía ganan terreno en El Jinete Insomne, El canto de Agapito Robles y La tumba del relámpago. La crítica literaria aplaudirá esa combinación de invención y de verdad de saga campesina e imaginación. Se diría, sin embargo, que es el humor corrosivo y sin límites, el que se va acentuando, en su novelística. El poder sobre la metáfora sobre la inicial voluntad documental. Los últimos días de Scorza son eso. “Véritable découverte de l’Europe”, un campesino llega a la convicción, anclado en una aldea andina, de este par de cosas: no todo lo que dicen los diarios es mentira y, además, es probable que Europa exista. La historia es el relato de los preparativos de ese viaje. La historia de Colón, al revés. La antihistoria, la picaresca.
¿Qué nos pregunta Manuel? Tal vez menos la narración indigenista y más el ingreso, por el lado de la sátira, al universo mental de lo mestizo y lo criollo. Hubiera sido una empresa saludable. Hay mucho de ello ya en las cartas del niño Remigio. Hay, pues, un Scorza final, entre la narrativa y los viajes. Pero el más audaz de ellos no pertenece a este mundo, sino al de la ficción y la imaginación. La novelística de Scorza, es preciso decirlo aún en esta rápida nota biográfica, no es sólo testimonial. Es una vasta metáfora. Tras el novelista, está el poeta. Sus indios, mágicos y míticos, son indios literarios. Y sólo se lo debe leer en segundo grado. Las comunidades en las que se ancla su información son en realidad más mestizas que “indias” y más realistas que mágicas. En otras palabras, las novelas de Scorza valen no tanto porque son indigenistas, sino porque las escribió Manuel Scorza. Es decir, un peruano, extremadamente hombre ya de varias orillas culturales. Yo no puedo suplantar al amigo desaparecido, pero puedo razonar qué es lo que Scorza intenta, tan mal comprometido con sus críticos y se trata de dotar a esa vasta y real rebelión andina de una mitología. Está más cerca de la narrativa, de las epopeyas clásicas, como el Mahabharata hindú y La Iliada, el Orlando Furioso, y hasta el esperpento de Valle Inclán (que conocía y frecuentaba) que del indigenismo clásico de un Ciro Alegría o un Arguedas. No creo muy fundado que escribiera de los campesinos porque del lado materno provenía de éstos. Scorza es limeño. Y escribe su saga, para darnos a los no indios ese suplemento del alma, de pureza y densidad histórica que sin ellos, no tenemos. Ni más ni menos.
Hay pues, ese Scorza casi secreto. Casi: quedan sus entrevistas, sus ensayos, sus artículos periodísticos. Cuando se quiera conocer las calidades no de un indigenismo primario sino de la intelligentsia latinoamericana, habrá que acudir a sus testimonios, a Scorza por ejemplo. ¡Qué lucidez, qué inteligencia de lo que nos acompañaba! Algunas de sus características personales, que echaremos para siempre de menos sus amigos —versatilidad, curiosidad universal, prontitud del juicio— son representativas de una capa social, inquieta y alerta, de donde emergen escritores y políticos, los grandes rebeldes del continente. Esa intelligentsia latinoamericana, tan próxima a la rusa del XIX, tan sólo por su juego de distancias y acercamientos con la cultura europea, y por la búsqueda de identidad, de libertad y justicia social que la signa.
Es a ese prestidigitador al que ahora evoco. Al hombre amable, que no interrumpió nunca ni el encuentro ni la palabra. 4 Hace tan poco, en setiembre, cuando Héctor Béjar pasaba unos días en París, Manuel por azar llamó por teléfono; y, a medianoche, atravesó París para vernos un momento. Fue, entonces, como siempre, la fiesta verbal. Hasta las luces del alba. Eso era Scorza. Poderosa mente. Alguien con quien, en treinta años, pese a las discrepancias, era imposible romper. No es tiempo ni lugar para indicar en qué consistían. Sólo conviene establecer que existían, y así, con otros amigos. Pero, ¿cómo dejar de frecuentar a ese mago, a ese seductor ? Sólo el estallido en el cielo de Madrid…
Revista Socialismo y participación, CEDEP, Lima, 1984
http://www.bloghugoneira.com/wp-content/uploads/2012/02/ScorzaSocyPar.pdf
(*) Originalmente este artículo fue publicado en francés en Le Monde Diplomatique, n° 358, en enero de 1984 (“ Manuel Scorza. Biographie réordonnée d’un mage ”)
1 Yann Queffelec, en Le Nouvel Observateur , viernes 2 de diciembre de 1983.
2 El FOCEP. Frente Obrero Campesino Estudiantil y Popular, participó en las elecciones para una Constituyente en 1978, obteniendo 433’413 votos, sólo detrás de APRA y del PPC (Partido Popular Cristiano). En 1980, volvió a intervenir en las Presidenciales, obteniendo una senaduría, la de Genaro Ledesma. Scorza era su Vicepresidente, con Laura Caller Ibérico.
3 Manuel Scorza. Fe de erratas, en El País, lunes 5 de diciembre de 1983.
4 No había en aquel entonces, Twitter. Todavía la gente se veía cuando se comunicaban. Eran los tiempos del homo sapiens y hoy los del hombre ocular, que dice el gran Sartori, y del videopoder. Pero ver no es ni pensar ni conocer. Sartori ha escrito sobre los riesgos de la deshumanización (otro más) y en consecuencia, de los fascismos suaves, que nos esperan a la vuelta de la esquina. Sigamos twitteando, y que Dios que dicen que es peruano, resolverá lo que nosotros, tan entretenidos con los nuevos juguetes, no habremos sido capaces de resolver.