Retratos

Escrito Por: H. N. - 7.233 veces

 

Retratos

 

Parte I

Los cuentitos de AlfreditoEl efecto WaismanSartre, más que escritor, pensadorBenedicto XVI y las religiones individuales1905. Lo infinitamente pequeño tiene otras reglasMenosprecios de Corte. De SotoGabo. Gran novela y putos críticos Matos Mar. Los bordes del DesbordeAlfredo. Filosofía en unas viñetas“Pirv”. 12 mil kilómetros de HistoriaEl fuego sagradoRamón Tamames, de la nueva EspañaPerú, la Transición interminableLa sombra de PardoLo que el viento no se llevó. Los años ReaganLetizia con zeta interdentalPorque no te aplaudenWallerstein 

 

Parte II

El Castillo Rospigliosi – "La Pasión". Versión calma del profesor Tamayo – El profesor Huntington y la inmigración "latina" – Juan Paredes. Escribir para decir – Fujimori. El alfil se mueve y bloquea – Krauze. El quinto elemento – El ciudadano Supo o la caótica producción de sentidos – Bobbio, liberal, socialista, tolerante – El filósofo Vattimo y el ciudadano Supo (o, así es la cosa) – Ser y estar. Popy Olivera – El filósofo Trías y la conciencia del límite – El Impasible Aznar y el madrileño Aguilar – Beatriz. Perséfone. María. – Cuando los globales eran locales – Trías. Bienvenido – El Papa – Schwarzenegger – Destinos intelectuales – El joven Porras – La desamorada morada. César Moro – Schmitt para parlamentarios – Góngora en Surquillo. Eloy Jáuregui – Estafeta y Coloquio. Fujimori – Alfonso Reyes, resurrección – Se ganó la galería – El Monumento a las Casas – Libre diálogo con Alan García – Bonaparte. Pro y Contra – Paul Wolfowitz, el cerebro de Bush – En España: Huaylupo – Mujeres


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Sabatina, 16 de julio del 2005
 

Los cuentitos de Alfredito

 

Hugo Neira
 

Me aburre Alfredo Bryce, la repetida estética que consiste en mirarse eternamente a sí mismo, la personalísima manera de no decir finalmente nada, el infinito solipsismo ante el propio espejo. Y ahora, esas confesiones personales sin el menor asomo de sinceridad. (1) ¿Qué de nuevo en Bryce? ¿Desde “Tantas veces Pedro”, “La vida exagerada de Martín Romaña” y “El hombre que hablaba de Octavia de Cádiz”? Prácticamente nada. De 1977 el primero, a 1985 y ahora en el 2005, tantas veces lo mismo. Bryce hablando de Bryce.  

Cansa y fatiga ese rasgo que precisamente los críticos como parte del elogio, observan,  “la suave melancolía” “la juventud perdida o el amor siempre fugitivo”. Todo ello válido a lo sumo para un par de libros,  pero ¿in saecula saeculorum?  ¿La misma historia desde la historia de un niño llamado Julius, acaso lo mejor que hizo?  Hay algo de reiterativo, de profundamente patético en ese recuento de ficticios o reales amores frustrados. Leerlo deja sensación, entre postre de suspiro de limeña, que es rico pero empalaga, y el huir de un bar donde un inoportuno te cuenta sus desgracias. Bryce podría tratar de cualquier otra cosa pero no, paradójico examen de una vida en la que no ha habido otra trascendencia que su propia contemplación. Como si fuese suficiente. Y no lo es.

¿La vida tenue y sin sorpresas del hombre Bryce da para una  autobiografía? ¿Sin aventuras ni expediciones como las del loco de cuidado que era Hemingway? El género en tanto que tal pide una prosa elegante, y Alfredo Bryce la tiene, ni lo dudo ni nadie, pero recomendable también es –para la autobiografía– tener algo que contar, y eso, no lo tiene. Lo de escribir sobre la propia vida es cosa que se les ocurrió a los románticos en el XIX, lo concedo, y Stendhal fijó los riesgos  “no tengo la pretensión de la veracidad sino en lo que concierne a mis sentimientos”. Pero es por ese asunto de los sentimientos que la cosa se complica. Los de Bryce no son los que aparentan.

Ha dicho en Lima muy orondo que “escribe para que sus amigos lo quieran” ¡Pero si los insulta! Menos mal que ahí está Arturo Corcuera y su indignada carta. Los innecesarios maltratos a los  “amigos”. Entre los maltratos uno imperdonable. Se trata de César Calvo, presente en ese catálogo de heridos y contusos, en la página 96.  Según Bryce, el joven César Calvo se le acercó “porque a través de mí podía acceder a todo un sector A y B de las musas que sus orígenes sociales D (se entiende, los de Calvo)  le tenían vetado”. ¿Pero qué te pasa Alfredo? ¿Qué vienes a decirnos ahora? A nadie como a César Calvo hemos visto levantarse con tan extraordinaria facilidad tanta mujer de variada clase, estrato, edad y origen. El poeta se tiró todo lo que le dio la gana de tirarse, musas de clase A, B, C, D y Z, y de paso a las posibles musas de Alfredito, a una graneada lista de espléndidas féminas de la oligarquía de entonces, no por generación sino linajes enteros, de abuela a nieta, sin necesidad por cierto de pedirle ayuda a nadie. Dandy, luciferino Calvo, que por lo demás no era de ningún sector D o K, sino un charapa atildado, ¡si ahí están las fotos! Hombre, Bryce, qué metida de pata. A Calvo se le puede tratar de todo menos de eso, de cholón ambicioso y arrecho que no tiene más remedio que arrimarse a un niñito blanco más insípido que el pan sin sal, no pues. Como dice Corcuera, y me sumo ¡qué te has creído!

Parece anécdota, no lo es, cholear a sus contemporáneos, encimarlos, parte de la impostura, del cuentazo seudoliterario por venderse como aquello que no se es, “un aristócrata limeño”. ¿Pero de dónde? Los Bryce, ¿qué títulos de nobleza colonial ni haciendas? Clasemedieros miraflorinos, eso sí, honrados y chamberos como el propio Alfredo, pero paremos de contar. ¡Y lo del abuelo mejor ni lucirlo que el Echenique del XIX fue un gran ladrón! ¡Si viene en Basadre! Por todo ello Bryce me aburre prodigiosamente, mise en scène, pose: el “aristócrata” que vuelve y maltrata. Conviene sin embargo decir que la presente nota no tiene nada de personal   –no escribo cuentos ni novelas– y a Bryce lo he explicado en clases, en Francia, pero eso sí, desde el pobre niño Julius que creció sin crecer y no de sus relatos posteriores que se me caen de la mano. En fin, me sorprende la temeridad del intitulado, “Las antimemorias” fue idea de André Malraux. Entonces, ¿igual que Malraux, el escritor aventurero que se hizo llamar Berger y voló sobre los cielos de sangre de España republicana, ese limeño deprimidazo que no corrió un solo riesgo en su vida, sin otra pasión que la de sí mismo? No me hagan morirme de risa y de vergüenza ajena.

(1) Alfredo Bryce Echenique, Permiso para sentir, Antimemorias 2, Peisa, 2005

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Sabatina, 02 de julio del 2005
 

El efecto Waisman

 

Hugo Neira

A este país le encanta el humor. Ricardo Palma, que nos conocía muy bien, decía que al Día del Juicio Final habría un pueblo que llegaría tarde, y ese era el peruano. Se le olvidó decir al tradicionalista que además de tardones, somos burlones, chismosos y cachacientos. Llegaremos tarde al Apocalipsis, y pese al gesto adusto de los Arcángeles, además muertos de risa. Contando chismes en medio del infierno. Instalémonos, pues, en el escepticismo. ¿No es acaso cierto que tenemos gas cuando en el mundo se instala una crisis energética de cuidado? ¿Será Dios peruano? No es que se resuelvan problemas, aparte de bajar el precio del balón de gas, pero algo es algo.

Entretanto, hay dos grandes partidos en el Perú.  El de los que, pasaporte en mano, se preparan para irse, en su mayoría jóvenes. Y el partido de los de “por cuenta propia”, que se queda y se queja pero lejos del Estado. Así,  pase lo que pase en el 2006, no cuenta mucho quien duerma en Palacio. La carretilla desde los años sesenta, el negocio privado desde los ochenta, y ahora el pasaporte –la errancia internacional– ha provocado la autonomía de muchísimos peruanos, y no ningún gobierno o las utopías sociales. Estado y sociedad andan divorciados. Se explica el desinterés por la política, pero claro, no del todo, es mejor tener gente simpática en el trono, y con acceso al eventual gasto fiscal, que lo contrario.

Quien parece reunir esas dos grandes cualidades, el regalo y la piadosa simpatía, es Waisman. Un retorno de Fujimori en cierta medida. El efecto Waisman se inscribe, pues, como retorno de la antipolítica. ¿Para qué partidos, programas ni asesores? Jolgorio y gasto populista, lo de siempre. Pobres empresarios, temían a un Alan García que no se ha cansado de decirles que él ya no, pero ahí viene Waisman con lo acostumbrado. Pero qué político. Qué atinados sus despropósitos, sus salidas de tono y hasta ese acento, tomado de operarios zambos y dicharacheros. Qué oportuno, y se inscribe en una tradición secular, acaso ni él lo sabe. 

Vuelve el barroco, siempre lo fuimos, coloniales o republicanos, leales a lo festivo. De ahí el drama del Perú, gana la comedia y se postergan siempre las medidas severas, la tragedia entra por la ventana, y así por los siglos de los siglos, amén. La política como escena pública, como gran teatro del mundo en el fondo fatalista, termina por no resolver nada, que es lo que en el fondo deseamos. Entre tanto, hay disfrute. La vida pública de preferencia jocosa. No quiero desacreditar al  humor y a quienes lo practican pero no son lo que dicen, venganza de la realidad, en el fondo el chiste es conservador. Cierto, es virtud, disposición para vivir. Los caricaturistas, en realidad malhumoristas, practican la ironía. Que es otra cosa, porque es burla. La ironía es juez. El humor en cambio es piadoso. Los irónicos son disolventes, panfletarios. Nos gustan menos que los fabricantes de chascarrillos y chistes. Estos, al parecer revolucionarios, en realidad confirman nuestro escepticismo, y menos que proponer cambios, en realidad los conservan. La crítica a Waisman, en ese sentido, lo ha afirmado. Quieren uno como él, para que todo siga igual. Los del chiste son, bajo la apariencia de iconoclastas, servidores del culto a seguir como estamos.

 Por eso importa poco que a  Waisman lo hayan tratado hasta de payasito. Qué paradoja, de espaldas a los que lo criticaron, el pueblo que gusta de la fiesta, el circo y las procesiones, lo saca en andas. Con lo cual se abre arriba rivalidades fratricidas. Toledo lidia toros y Waisman corta orejas. Ya sabemos, en política unos calientan el té y otros se lo toman, pero esta escenografía limeña es artera y sorprendente. Es un hecho que Toledo trabajó su economía para que produzca dos cosas, crecimiento y ahorro. Pero luego se va de viaje, y el “vice” Waisman, con lo empozado, resuelve problemas con el método que siempre da resultados, regalos fiscales. No la mano invisible sino “la mano visible” de Waisman, que sintoniza con ese inmenso archipiélago popular de empresarios, mediano patrón él mismo, fabricante de imperdibles y alfileres, lo cual se nota en sus declaraciones. Lo que el hombre tiene, más que calle, es canchón. Lo que creo no entiende es eso del pluralismo. Esa frase, “ponerse la camiseta del Perú” me hace correr culebritas. Ya la escuché antes, ese mismo tranquilo unanimismo. La del que está en Palacio. Es cierto que el hombre ha soportado puyazos y chirigotas. Pero no era sino “vice”, cargo honorífico. Bajo su aire de ingenuo, no me parece que sea muy tolerante. Será entonces verdad que echaremos de menos a Toledo. El candidato Waisman luce a ratos un humor de perros, pero luego lo oculta. Ojalá me equivoque, pero yo tengo lo que se llama legaña de perro. Por ver, veo hasta los aparecidos.

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Sabatina, 21 de mayo del 2005
 

Sartre, más que escritor, pensador

 

Hugo Neira

 

"El hombre es novelista de su propia novela. Ante cada acto, cada uno tiene la ocasión de autoconstruirse o destruirse"

 

La verdad es que es irrelevante, nimio, bizantino, que el ciclo de novelas de Sartre haya envejecido, no solamente porque La náusea sea de 1938 o El  muro de 1939, sino porque eso también le pasa a la literatura, suele pasar de moda. A mí personalmente no me importa mucho, a Mario Vargas Llosa parece que sí, pero el Sartre que interesa  —pienso— está en otros textos, no en sus novelas. En sus obras de teatro, por algo se siguen llevando a tablas. Acaso por las razones que quiero aquí exponer. Sartre es un filósofo. Un pensador.

La existencia precede a la esencia. El hombre está condenado a la libertad. Necesitamos de los otros para conocernos a nosotros mismos. Eso es Sartre, un puñado de aserciones sencillas y graves. Que extraigo no de sus obras literarias sino de las filosóficas. ¿Y esos postulados qué quieren decir? Los expliqué minuciosamente hace unas semanas, en el auditorio de la Alliance Française de Miraflores, ante un público que colmaba el local. Quieren decir la propuesta de una moral laica de la libertad responsable. Exista cielo e infierno, o no, el hombre es responsable. Ante los otros hombres. Y no voy a desarrollar aquí el tema del “en sí y el para sí” sartriano. Lo que sí es cierto que no se da un paso en las enciclopedias sin tropezar con las nociones sartrianas. Lo digo porque acabo de volver de las librerías de Nueva York y de París con sendos tratados. En todos está Sartre.  

Sartre es un escritor y un pensador, y de esa conjunción del decir y del pensar se desprendió, cierto es, una moda, el existencialismo, que en eso lleva razón Mario, se ha desvanecido. Quien duda que no haya más cafés con intelectuales y artistas bohemios en Saint-Germain-des-Prés, y que todo aquello es leyenda. Ni centros nocturnos, las caves malolientes de esos tiempos. Poco importa. Y concedo que tampoco importan las polémicas de Sartre con los comunistas, los de su tiempo bastante estrechos, positivistas y mecanicistas de cuidado. Todo eso se lo llevó el viento, sobre todo el viento de mayo de 1968, mostrando que una revolución, la de los estudiantes, podía ser más generosa y visionaria que la de la clase obrera. No, el asunto es otro. Cada mañana de la vida, cada uno está frente a su libertad. El hombre es novelista de su propia novela. Ante cada acto, cada uno tiene la ocasión de autoconstruirse o destruirse. Sartre llama a esa condena  ser libres, “la praxis”, lo que nos hace auténticos o miserables. Hasta Sartre, un millar de filósofos definía al hombre por sus contenidos, las esencias. Para la filosofía existencial, el nórdico Kierkegaard, el alemán Heidegger, y luego Sartre, el hombre primero vive, respira, come, trabaja, miente, o sea existe, y luego su esencia, su verdad o maldad, se precisa en sus actos. No hay naturaleza humana. Los hombres somos eso que hacemos. 

Ante el público de esa noche dije eso. A Sartre hay que tomarlo por lo que fue y es. Un filósofo que recurre a la literatura y al teatro para poner a sus personajes ante opciones, en “situación” solía decir. La libertad de Sartre no es un regalo, es condenación a optar, desde pequeños gestos a grandes. Sartre es un puñado de conceptos, contingencia, práctico-inerte, libertad (y “compromiso” que explicó Nelson Manrique). Lo teatral-narrativo fue recurso en su pluma sin duda brillante, pero que no lo agotan. El verdadero Sartre es dos monumentos que desafían el tiempo. “El ser y la nada”, que es de 1939. Y más tardío, “La crítica de la razón dialéctica”, de 1960, y póstumo, en 1985. Esos ensayos filosóficos son astucia de estilista, se vinculan “post mortem” a nuestras propias perplejidades. La comunidad judía de Amsterdam de la que fue expulsado el hombre Baruch  Spinoza en 1677 ya no es aquella, pero sus demostraciones geométricas de la bondad de un Dios “interior” nos siguen fascinando. La Atenas del siglo IV antes de JC, es pretérita pero  no la metáfora significativa de la caverna de Platón, “La República” o la posibilidad, acaso imposible, de un Estado filosófico. Hay un Sartre literatura y moda, ese se ha marchitado. Pero en mí, como en muchos, sigue vigente su filosofía de la libertad. Que extraño que Mario no haya reparado en ello, él, tan sartriano. En el grito de Orestes, por ejemplo, en la escena teatral de “Las moscas”. “Yo he hecho lo que tenía que hacer. No soy ni el amo ni el esclavo, no soy Júpiter, yo no soy sino mi libertad”. La escena, en un teatro parisino en plena ocupación alemana, llamaba a la libertad concreta de decir no. Eso es Sartre, un moralista. Se entiende por qué los muchachos y muchachas del 68 francés, decenios después, lo escucharon. «Tienes la palabra, Sastre», pero añadieron, «sé breve, sé claro». Es un consejo que se puede extender a muchos. Todos somos Orestes, puesto que no podemos ser Júpiter, inmortales.

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Sabatina, 23 de abril del 2005
 

Benedicto XVI y las religiones individuales

 

Hugo Neira

¿Quién es Josef Ratzinger? El amigo fiel e imprescindible del Papa Wojtyla, quien lo mantuvo cerca, en el Vaticano, y en el cargo de guardián de la fe"

 

Karol Wojtyla fue dos veces doctor en Teología, en Roma y la Universidad de Cracovia. “Pese a sus ocupaciones de sacerdote, obispo, arzobispo y cardenal, enseñó en la Universidad católica de Polonia entre 1953 y 1978” señala la inmensa Encyclopédie Philosophique Universelle en su Tomo V, página 3861. Ahí se resume su obra filosófica no por Papa sino por pensador.

¿Qué obra? En polaco “Osoba i czyn” es decir, “Persona y acto”. Al lado de los grandes filósofos laicos de todos los tiempos. Juan Pablo II reunió en su persona a la vez el doctrinario y el misionero carismático. No digo esto para disminuir la figura de su sucesor, sino para señalar en el dominio intelectual cierta forma de continuidad. En efecto, quien lo sucede, según todas las informaciones, es teólogo reconocido, hombre inteligente e inquietante hombre de doctrina. Ahora bien, si en materia de carisma y excelencia mediática es difícil sino imposible hallarle sucesor a Juan Pablo II, en cambio conviene señalar que el nuevo Papa dice que seguirá con el diálogo ecuménico con ortodoxos, protestantes y anglicanos y que volverá a encontrarse con judíos, musulmanes y budistas como lo hizo el anterior. Es sensato, pues, esperar. El Pontificado no hace sino comenzar.

¿Quién es Josef  Ratzinger? El amigo fiel e imprescindible del Papa Wojtyla, quien lo mantuvo cerca, en el Vaticano, y en el cargo de guardián de la fe. El hermano menor en la hora de las últimas confidencias, dice alguien, pero no hay que pensar que fuera el delfín, eso no juega en Roma. Bourricaud en su “Diccionario de Sociología” señala que la Iglesia es una organización, “pero no es una organización como las otras”. Con todo, puede haber contado en su elección el lugar que ya ocupaba. “Ratzinger asumió cada día más funciones y extendió gradualmente su autoridad”, sostienen los vaticanistas. Se ha especulado acaso sin demasiada información sobre la última “fumata”. Ratzinger es conservador, pero ¿por eso es Papa? No hay que descartar el prestigio personal, “un gran intelectual “dicen antiguos alumnos. Ratzinger fue profesor de Teología fundamental en Bonn, Munster, Tubingen. ¿Qué no hará? Difícilmente alguna modificación doctrinaria en lo que concierne al aborto, el preservativo, la consagración de hombres casados al sacerdocio o mujeres. En la materia, son conocidas sus tajantes convicciones. Pero algunos esperan novedades en materia de organización, en el pasado fue partidario de una suerte de descentralización del Vaticano ante iglesias con particularidades culturales, caso de África y América Latina. Otros apuntan a que es etnoeuropeísta. Ratzinger se opone al ingreso de Turquía a Europa.

Los problemas de la Iglesia católica son enormes. Por una parte, la secularización en países católicos. “Nosotras las mujeres, somos católicas en un 80 por ciento” dice la mexicana Soledad Loaeza, “pero un 70 por ciento, mayores de 15 años, en edad de procrear, utilizamos métodos anticonceptivos, es decir, ignoramos las directivas de la Iglesia”. Y añade, con sinceridad “cuando Juan Pablo II vino a México, lo escuchamos con devoción, rezamos, cantamos, lloramos en transporte místico y televisivo, pero seguimos desobedeciéndolo en un tema que para él, y también para nosotras, era fundamental: el control de la natalidad”.  Este dejar de lado la religión en temas precisos se extiende a otras sociedades. Justo en el mismo ejemplar del diario El País que trae noticias sobre Benedicto XVI, se anuncia a grandes titulares: “El Congreso aprueba hoy la nueva ley de divorcio y la del matrimonio homosexual”. Vaya España. He aquí pues el desafío: este tiempo.  El reto de la modernidad. Y no solamente para el catolicismo. La cuestión es simple y tremenda. ¿Cómo el actual Pontífice va a enfrentar las grandes mutaciones centrales del mundo en que vivimos?  ¿Cómo se va a estructurar el campo de las creencias ante las grandes conmociones de la veloz modernidad extendida al mundo entero? Estoy diciendo que el “homo religiosus” de siempre no ha desaparecido, al contrario, pero gente diversa, de los cuatro puntos cardinales, sufre angustia y temor y ello provoca la febril búsqueda de sentido. Y emergen nuevos consumos espirituales, para decirlo de alguna manera.  ¿Cómo esa metamorfosis gigantesca va a caber en los dogmas católicos o de otras “religiones mundiales”, en las Weltreligionen, para hablar como Weber? La gente mezcla prácticas y ritos dice un sociólogo de religiones contemporáneas, “religión personal y a la carta”. En los Estados Unidos, los de la Next Age se fabrican su propio ritual, donde Jesús y Krishna son invocados, mezclados a budismo tibetano y danzas shamánicas de indios de América del Norte.

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Sabatina, 12 de marzo del 2005
 

1905. Lo infinitamente pequeño tiene otras reglas

 

Hugo Neira

"Todos sabemos hoy que Albert Einstein marca la historia del conocimiento en el siglo XX y del saber humano"

 

Déjenme contarles una historia. Había una vez un pequeño escolar judío alemán. Nacido en 1879,  hace estudios, según se dice bastante mediocres, en un colegio o liceo de Munich. Después logra ingresar, y no al primer intento, al Politécnico de Zurich. Ahí conoce a una joven, Mileva, tan apasionada por la física como él mismo, con la cual tendrá tres hijos. Con el diploma en el bolsillo consigue un trabajito modesto, burocrático, su  tarea es clasificar patentes de inventos. Son los días de la segunda revolución industrial, de técnicas e innovaciones, pero lo que al joven físico le atraen son los problemas teóricos no resueltos. En su oscuro empleo goza de  tiempo para leer revistas científicas. Es lo que hace, y en las noches trabaja en torno a sus propias ecuaciones.

En 1905, publica tres artículos decisivos en  Annalen der Physik, la mejor revista de la época. Tratan del movimiento browniano: el orden errático de las partículas de polvo. En el segundo, y no por una reflexión arrancada no a aparatos de precisión sino mediante cálculos y ecuaciones, confirma que átomos y moléculas existen. El tercer artículo trata de los efectos fotoeléctricos no resueltos. La luz se movería mediante paquetes, los “cuantas” de Max Planck, pero esos cuantas de luminosidad, llamados más tarde fotones, tienen una  trayectoria que solo se explica con cálculos estadísticos. Lo extremadamente pequeño no obedece a las reglas mecanicistas a lo Newton, propias a la macromateria. Otra es su causalidad. No hay espacio aquí para desenvolver las consecuencias lógicas y filosóficas de esa revolución cuántica. En 1916 es “la teoría de la relatividad general”. En 1921, el Premio Nóbel de Física. Todo está con el texto de 1905, a los 26 años.

Todos sabemos hoy que Albert Einstein, el joven físico de nuestra historia, marca la historia del conocimiento en el siglo XX y del saber humano y lo asociamos fácilmente a la formula E=Mc2, a la relatividad, pero son menos evidentes las consecuencias de la renovación de la física cuántica en lo que concierne a las tecnologías que nos rodean. La sombra de Einstein está detrás no solo de reactores nucleares sino cada vez que usamos un rayo láser, una tarjeta de crédito o en una clínica se aplican resonancias electromagnéticas. Láser, en efecto, abreviación de “Light Amplification by Stimulated Emission of Radiations”, es una aplicación de la física cuántica y los debates, al parecer inútiles, de los 30. A la teoría le deben todo los técnicos.

Pocos seres humanos han sido tan famosos como Einstein. Pero su primer trabajo, el de 1905, si bien causó impacto en el seno de la comunidad científica europea, fue discutido por sus pares, Planck, Langevin, de Broglie. La ciencia, como lo señalará más tarde  Thomas Kuhn, avanza por saltos, por revoluciones científicas. Que la luz se curvase ante el peso gravitacional de las grandes masas celestes, permaneció   en situación conjetural, o sea no probada, hasta que en 1919, una experiencia de eclipse del astrónomo inglés Eddington vino a confirmarla. Después del Nóbel, Einstein enseña en Praga y en Munich, pero llegan los nazis, y parte  a los Estados Unidos. En 1943, durante la guerra, sale a la luz el nexo entre la física cuántica y las armas de guerra. Einstein escribe a Roosevelt para que el fuego atómico no sea usado. El primer trabajo, el de 1905, dice Françoise Balibar, acaso la persona que mejor conoce su aporte, No ocupa  más de diez páginas. Einstein postula la dilatación del tiempo y la contracción del espacio. Ambos como una sola cosa. Pensar ese universo nos es imposible.

Einstein, confirmó unas hipótesis, mientras abría un nuevo campo de incertidumbres aún no cerrado. Es el caso del principio de no separabilidad cuántica, en la física experimental. Dos objetos, digamos una partícula A, en Tokio, y otra B, en los Ángeles, “interactúan”. Si se afecta a una, la otra también reacciona. ¿Por qué dos partículas, pese a estar alejadas, constituyen un todo inseparable? ¿Qué es ese “campo” o “sistema” que contra toda lógica, las reúne? Hay tantos otros problemas aún no resueltos.

La enigmática materia escondida, cuatro quintas partes del Universo que no se acomodan a los cálculos astronómicos (Etienne Klein, Las paradojas de la física, 1994). A cien años de Einstein prosiguen las arriesgadas hipótesis: la teoría de cordones o nudos, no un universo sino varios. El saber científico se aleja a velocidad de nuestro sentido común como en la teoría de la expansión del universo unas galaxias de otras.

PD. 1905 es a la vez Einstein, Max Weber, la guerra ruso-nipona, Rosa de Luxemburgo, y 2005 un aniversario del Quijote. Muchas cosas para dejarlas pasar sin comentario. A ratos, y por partes.

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Sabatina, 18 de diciembre del 2004
 

Menosprecios de Corte.  De Soto

 

Hugo Neira
 

De pronto De Soto, al pasar por Lima meteóricamente y ante la sorpresa general, maltrata a Valentín Paniagua.  La cosa resulta inexplicable.  El visitante recibiría páginas enteras de bienvenida y la más hospitalaria cobertura de los medios pero vino lo de Paniagua tratado de “buen hombre” y el puntillazo taurino de “no sabe lo que hace”. El incidente, para decir lo menos, cayó mal.  La caricatura de Carlín en estas páginas (4 de diciembre) no deja sombra de duda.  En el dibujo burlón aparece un De Soto repitiendo “Vargas Llosa es un hijo de puta.  La Comisión de la Verdad son exguerrilleros que le hacen el juego a Sendero.  Paniagua le hizo un gran daño al Perú”. Los humoristas son eso, malhumoristas.  Nuestros moralistas.

Pero evitemos malentendidos. No pienso que Paniagua sea un intocable.  Por republicanismo,  nadie lo es. Tampoco vaya a pensarse que soy parte de la movida electoral que lo promueve —aunque quienes la emprenden tenga derecho a ello— pero no por eso escribo.  Pienso, simplemente, que el incidente es lamentable, que ese debate pudo ser otro y otras las objeciones al breve paso por el poder legítimo del doctor Paniagua.  Incluso estoy entre los que consideran que se dejó de emprender en esa Transición algo capital.  Una Constituyente.  Pero en fin, no lloremos sobre la leche derramada.  A lo que iba, la objeción De Soto no iba por ahí.

¿Qué hizo, pues, Paniagua, para despertar las santas iras?  ¿O mejor, qué dejó de hacer? La cosa es digna de mención.  El reproche, el gran crimen de esa Transición es el haber puesto de lago algunos programas que proponía el IDL.  En efecto el doctor Paniagua desatendió la indiscutible verdad que detenta la ONG  del propio De Soto.  Es por ese lado que el careo frustrado Paniagua – De Soto me asombra profundamente. La instancia suprema de eficacia no puede ser la que vino a decirnos, no la legitimidad ni el crecimiento sino el atender o no, a las recetas del IDL. ¿Ese es el rasero? ¿La bondad de un régimen se mide porque coincida o no con la piedra filosofal de los famosos “activos”, o sea “los ladrillos” luego de legalizados por los “pobres”  estos puedan hipotecar, arriesgar y vender?  Es un riesgo de catastrofismo masivo en el cual no se repara. Ocurre lo contrario, este país tiene muy internalizado el sentimiento de su propia impotencia, de su sociedad y de sus gobernantes, y el mensaje De Soto, excelente vendedor, pasa piola.  De la hipótesis inmobiliaria ya me ocuparé.

De Soto hace soñar.  Toda sociedad construye sus figuras de héroes y de santos.  Busca figuras ejemplares. No combato esos tropismos de multitud, los describo.  No se vive sin mitos colectivos. En el pasado hubo los hombres de bien “el decente”, pero casi se ha extinguido.  Luego, el “revolucionario”.  El chinito fugado a Tokio arrasó con el último mito, el del “técnico independiente”.  La nostalgia de un mito nos habita. De Soto ofrece uno.  La “triunfante ONG”, la suya.  Augusto Álvarez Rodrich, director de Perú.21, por lo general perspicaz, confirma esta vez el embeleco, “el Nóbel está a la vuelta de la esquina”.  No me lo creo, hasta me alegraría, pero mientras no ocurra voy diciendo: no hay Nóbel en economía sin ecuaciones.  Los escritos de Hernando De Soto no las tienen.  Con los académicos es empresario; con los empresarios, político.  Historiador con los economistas. Y así.

No creo que le pregunte nada a las terribles urnas.  De Soto sabe, y no le falta cabeza, que la multitud plebeya no está dispuesta a elegir señoritos blancos aun si estos luzcan el “The Golden Plate” o la amistad de los grandes del mundo.  De Soto no intentará ser Presidente.  Querrá emplear a uno.  Llegar a ser lo que llamaba Basadre un valido.  Por eso su criterio de selección es llano.  Hay buenos y malos. Los buenos son Alan García o Alberto Fujimori. O sea, los que lo consideraron.  Malo es Toledo: antes de la presidencia, escribió algo que lo contrariaba.  El resultado: enemistad eterna.  Y ya me puedo contar entre sus fastidios.

Supongamos, nada más que como suposición, que De Soto y sus propuestas sean una verdad tan evidente como las leyes de la gravitación universal de Isaac Newton, lo que está muy lejos de ser así. (1)  Hay en el “a priori” de su actitud una petición de principio inadmisible.  Establece un conflicto de poder entre una ONG y un Estado soberano.  Ahora bien, por prestigiosa que fuese la suya, y rengo y ciego este Estado, no se le puede dar ni soñando razón. La potestad de la voluntad general en urnas sigue siendo soberana.  Entre tanto, su trato es de Señor a vasallo.  Con la destemplanza de director de ONG mundializada ante un ex presidente de empobrecido país.  Entonces, es claro para quien rueda. Rueda para sí mismo.  De Soto y su espantable futurismo. Un tiempo que espero no llegue jamás, sin Estados ni naciones y solamente ONGs.  De Soto —el otro De Soto, no el estupendo de 1986— ha venido a decirnos, cuidado conmigo.  Yo soy la globalización, el camino, y la vida.  Y mañana vendré a juzgar a los vivos y los muertos.

(1) Acaso convenga recordar que existen sendos trabajos críticos y muy ponderados sobre las teorías de De Soto, de dos profesores de la PUCP, de Javier Iguiñiz y de Efraín González de Olarte.  Si esperamos a que alguna vez responda, será para cuando San Juan baje el dedo

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Sabatina, 27 de noviembre del 2004
 

Gabo. Gran novela y putos críticos

 

Hugo Neira
 

"La buena lectura es la que cuenta la aventura de la propia alma.
La idea es de alguien, pero ahorita no me acuerdo de quién"

 

El título auguraba una historia melancólica o biográfica o escabrosa, y temí lo peor. Hay antecedentes gloriosos en la lengua castellana: "Putas son luego naciendo, putas después de crecidas, putas comiendo y bebiendo, putas y no arrepentidas" (Sebastián de Horozco, 1510-1580). Y lo de putos a los críticos viene de Quevedo. El caso es que en un texto anterior de García Márquez, este se recuerda tiempo atrás como periodista de magro salario, me parece que en Barranquilla, y metido a malvivir en un hotel de passe, bajo hospedaje de una hetaira que sin embargo respetaba sus fatigas, y Gabo reposaba pese al agitado contorno y a la noche lasciva, en zoco de amor. Pensé en eso y me equivoqué. Ante Memorias de mis putas tristes, el anunciado millón de ejemplares –que más bien me predispuso en contra– dudé hasta de comprarlo, me dije otro relato de iniquidades, menos mal que me lo trajo de la mano Matilde Caplansky. ¡Qué gran error hubiera cometido! No lo quisiese para el lector amigo.

Así comienza: "El año de mis noventa años quise regalarme una noche de amor loco con una adolescente joven. Me acordé de Rosa Cabarcas, la dueña de una casa clandestina que solía avisar a sus buenos clientes cuando tenía una novedad disponible. Nunca sucumbí a ésa ni a ninguna de sus muchas tentaciones obscenas, pero ella no creía en la pureza de mis principios. También la moral es un asunto de tiempo, decía…". Cuando la llama por teléfono, ella responde: "Solo vuelves para pedir imposibles" (p. 9). El anciano que se describe a sí mismo "feo, tímido y anacrónico", vive solo en una casa amplia y luminosa, "de pisos ajedrezados de mosaicos florentinos, y cuatro puertas vidrieras sobre un balcón corrido donde mi madre se sentaba en las noches de marzo a cantar arias de amor con sus primas italianas". El personaje ha decidido el principio de una nueva vida "a una edad en que la mayoría de los mortales están muertos", pero todo eso es lo de menos. Como lo es si don Alonso Quijano estaba loco por creerse el Quijote. Lo que cuenta es cómo se dicen las cosas. En el presente caso, en la frase bien hilvanada e inacabable, en la atribución sorpresiva de sentimientos a las cosas,"los síntomas del amanecer", "los aguaceros descarriados", "los apremios del deseo", "los estorbos del poder". "El cura gallego encallado en la concupiscencia". En "la respiración desbaratada" del enamorado, por favor, "desbaratada". En la descripción de la durmiente: "La sangre circulaba por sus venas con la fluidez de una canción que se ramificaba hasta los ámbitos más recónditos de su cuerpo y volvía al corazón purificada por el amor". El viejo se enamora y abre su "corazón a las delicias del azar".

Texto magistral por inteligible, por practicar la virtud de la prosa llana. Pero nuestra crítica, a menudo embrollada, ante este relato corto ha vuelto a reincidir en los habituales tópicos de "lo real maravilloso" repetidos hasta el empacho, más un tonito de regateo: lo tratan de "remake caribeño". Otros, más hinchados todavía, han salido con que el relato responde a Yasunari Kawabata, escritor japonés, Nóbel de Literatura, 1968, autor de ‘La casa de las bellas durmientes’. Vaya novedad. Por una parte, el colombiano y el japonés se conocen, y se cartean. Por otra, no es lo más atinado explicar a Góngora por Quevedo, a Víctor Hugo por Mallarmé. Decía el poeta Cocteau: "Los críticos comparan siempre. Se les escapa lo incomparable".

Vayamos más lejos, no interesa casi la originalidad del tema desde Vladimir Propp, ruso de origen alemán que estudió vastas literaturas folclóricas, y gracias al cual sabemos lo que ciertos críticos quieren pasar hoy por alto: los temas literarios se repiten, no son infinitos, apenas una treintena (resumo el extraordinario aporte de los formalistas rusos) y así, sea cual fuese la lengua, cultura y época, siempre habrá alguien que deja un paraíso o vuelve a uno, alguien que busque un castillo en Kafka o lo encuentre como los felices argonautas griegos o el distraído náufrago que encontró Liliput. Una aldea en el Sud norteamericano de Faulkner o Aracataca-Macondo no son lo mismo. Lo que las distingue y cuenta son los procedimientos. En fin, lo último de García Márquez se lee de un tirón. Después del Nóbel. Después de diez años de silencio. Y de un cáncer. Toda una vida para llegar a esa maestría. Son 110 páginas. Siempre es posible criticar todo texto, pero también procede el admirar. La buena lectura es la que cuenta la aventura de la propia alma. La idea es de alguien, pero ahorita no me acuerdo de quién. De repente es ocurrencia mía, vaya usted a saber. La buena escritura es la que aspira al olvido, pero eso es Borges.

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Sabatina, 23 de octubre del 2004


Matos Mar. Los bordes del Desborde

 

Hugo Neira
 

Hace veinte años, se publicó Desborde popular y Crisis de Estado. Pero desde 1984 no solamente ha corrido agua bajo los puentes, como se dice, sino que ambos fenómenos, desborde y crisis, han ido en aumento. "Insuficiencia del aparato de gobierno, informalización general del Perú, disipación de la autoridad, merma del poder, un aparato de Estado que comienza a girar en el vacío". ¿Quién lo dice? El propio Matos Mar, no en el texto de 1984, sino en la coda, como dicen los músicos para un período vivo y enérgico que concluye algo. No es sólo que se reedita el texto original. Matos añade un nuevo y brillante capítulo a su ensayo de los ochenta. Ese es el motivo de esta crónica. Incitar a conocer la verdad sobre nosotros mismos. El desborde de antes y el del ahora. Que son hoy, varios.

Los dioses que presiden las ciencias humanas suelen ser clementes. Permiten, a veces, el retorno al escenario de los trabajos fundadores. Ocurrió con Margaret Mead, volvió treinta años después a la isla de Samoa, donde en 1928 había estudiado a diversos grupos de adolescentes y establecido diferencias de temperamento y actitud sexual según los particularismos locales. En cambio, Ruth Benedict no visitó el Japón cuyo enigma tan admirablemente descodifica en el El crisantemo y la rosa. Roberto Da Matta volvió a escribir sobre "carnavales y bandidos" y otras ambigüedades de su sociedad, la brasileña. Matos Mar es de esa estirpe de gente con buena fortuna. Ha vuelto para corregir y aumentar a Matos Mar. Para suerte y regalo de los propios peruanos.

Hablemos un poco del making de ese libro. Cuando los editores del Fondo del Congreso tuvieron la feliz idea de reeditar el texto de 1984, Matos desde México inició las grandes maniobras. Propuso que se le pidiera a tal y cual científico social un comentario. Lo sé personalmente porque estoy entre aquellos a quienes se les solicitó abordar la temática abierta por el autor. El libro que acaban de editar –que de paso debo decir que es bellísimo, una selva de combis y microbuses en portada inspirada en obra pictórica de Francisco Guerra-García– lleva, en efecto, varios textos reflexivos sobre el ensayo de 1984. Los siguientes: el de Francisco Miró Quesada Cantuarias, Luis Pásara, Juan Sheput, Sinesio López. Y el mío.

Ahora bien, cuando decimos comentarios en Lima, se suele entender unas palabras amables y de circunstancia. No es el caso. Comentarios hay, pero en función crítica, amparados en la trascendencia del tema de fondo (un asunto que es central en el actual Perú) y en la solidez intelectual y personal del propio Matos Mar. Los hombres se miden, decía Nietzsche, por la cantidad de verdad que pueden soportar. En lo que me concierne, admirando y respetando a quien fuera mi profesor en San Marcos, traté su texto de 1984 con la misma independencia de criterio con que lo hice en Hacia la Tercera Mitad. Y de paso, los otros dos grandes textos en la materia, a mi modo de ver, el de Hernando de Soto, el de Carlos Franco, sobre la plebe urbana. Pero no diré nada más. Esta nota no debe sustituir la lectura del libro mismo. Vale la pena recorrerlo, porque en el transcurso de su reelaboración se volvió, gracias a la apertura de espíritu de su autor, y la paciencia de los editores, una obra de voces múltiples. Un fuego cruzado de libres y arriesgadas lecturas de lo real.

José Matos volvió al Perú de los Conos limeños para un nuevo y descarnado examen. Eso es lo esencial. El resultado no pudo ser mejor. Desde la página 109 en adelante, hay una segunda parte, "La nueva Lima". Es el "Desborde popular" pero con los matices que cobra el día de hoy, a la vez, de orden y desorden, vida y muerte, ruptura y novedad. "Lo sucedido, dice, desborda lo imaginable". Matos Mar describe los Mega Plaza, de Comas, Los Olivos, los entiende, los evalúa, pero no deja de observar "un país en los límites de la inviabilidad política". Matos Mar, que escribe con elegancia y pasión, arremete a diestra y siniestra. Hay flechazos para la clase política, las manías académicas, las vanidades ideológicas. Un regalo. Doble valor de ese renovado ensayo. De un lado, la lectura del sabio Matos Mar de lo que es el Perú terrible y sorprendente de estos días. Del otro, con la edición y la ceremonia en la sala Bolognesi, el reconocimiento en vida a un creador de conciencia social. Bajo la batuta de Ántero Flores-Aráoz, presentación este martes 2 de noviembre.

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Sabatina, 02 de octubre del 2004
 

Alfredo. Filosofía en unas viñetas

 

Hugo Neira
 

El es varón, tiene ya sus años, un madurito, se le nota porque ya no le quedan muchos cabellos; en general va bien vestido, incluso dentro de casa, con saco y corbata. Trabaja. Y lo esencial, quiere irse de su hogar. A cada rato amenaza con que "se va". Ella, muy de casa, pero muy inteligente, en los diálogos de esta historia, se luce. Por lo general tiene la última palabra. Además, no le gusta perder. Cuando él le gana en ajedrez, ella le señala la puerta. Me olvidaba, él intenta recuperarla, convencerla, finge o dice la verdad, pero es un caballero. Es ella que lo agarra a golpes. Estoy hablando de "la pareja" en el último álbum de Alfredo. El hombre que no podía irse (Universidad San Martín de Porres). Historieta, viñetas, y algo más. Por algo lleva un prólogo de Max Hernández.

El tema de ese nuevo libro de historietas de Alfredo son nada menos que Usted, lector, y yo, y ella, todo el mundo, es decir, el problema mayor del ser humano. ¿Cuál? Qué pregunta. Ni el hambre ni el trabajo ni la enfermedad. La soledad o la compañía, es decir, la pareja. Es decir, a veces las dos cosas. La portada ya habla de una escondida fantasía, asesina y reprimida. En efecto están ambos leyendo muy tranquilamente, cada en un sillón de color rojo, pero en el fondo, sus sombras, sobre un muro, blanden sendos puñales.

¿Qué hombre es ese que quiere irse y no lo logra? ¿Realmente quiere irse? ¿Qué situación es esa, a qué mundo corresponde? ¿A qué tipo de parejas? Alfredo y esos personajes. Un hombre y una mujer que acaso se aman, viven juntos, se enfrentan y se hieren. Pelea casera y agresión verbal, psicodrama y puesta en escena, sin testigos, sin hijos, si los tuvieron, ya se han ido. (Esa es otra, no hay parientes, ni siquiera un perro, un gato; tampoco hay vecinos). Pero se cumple un objetivo curativo. La situación conflictual la resuelve la risa.

Cada sociedad, por clase, por estrato, posee sus modelos de cómo organizar el parentesco, y, de paso, los rituales de cocina, las maneras. Lo que no cambia es el ligamen. Pero tarde o temprano, casados de siempre o recasados, por la libre o lo que fuese, una mujer y un hombre se encuentran en la soledad cotidiana de uno y otro, viviendo juntos. Y eso es el mundo de Alfredo, no me extraña que su álbum triunfe en Madrid y en el extranjero. El tema es universal. Un techo y una noche en la que un hombre exasperado dice "me voy". ¿Qué podemos saber de lo que pasa en cada casa? ¿En tantos hogares y bajo tantos cielos rasos? "…cuartos a la deriva entre ciudades que se van a pique" ha dicho el poeta (Octavio Paz, Piedra del Sol). Pero donde el poema melancoliza el mundo, Alfredo mediante la viñeta ironiza. El personaje dice "te advierto que como me vuelvas a botar, me voy! Y te vas a quedar sola". Ella se lo piensa y exclama "ahora entiendo por qué dicen que los hombres son una necesidad". Qué pena que los antiguos enamorados no sean los del poema de Miguel Hernández, " No salieron jamás del vergel del abrazo".

Unen a ese hombre y esa mujer el deseo del otro, pero para contrariarlo con agresión o reproche, la vida implicada por el cónyuge, la mala fe, las dobles intenciones. Cada diálogo es una estrategia para construir un sujeto imaginario que no es ni el yo ni el tú sino la imposible pareja, la necesaria pareja. El polo narcisista ni de ella ni de él se rinde, hay una parte del yo incompartible. Parecen por momentos niños, se pelean por objetos infantiles. ¿El doloroso camino de la pareja? Ha dicho el filósofo "toda vida verdadera es encuentro" (Martín Buber). Sin duda esas viñetas nos están diciendo que también la vida es desencuentro. La comedia interminable de los malentendidos. Pero no se separan. Como en un cuento de Ribeyro, los conflictivos vecinos de una quinta de Miraflores se echan de menos cuando uno de ellos se enferma y se va.

Tragedia llevadera, los líos; hay algo peor, la soledad. De los malentendidos hizo el teatro –Lope, Shakespeare, Marivaux– una indagación de la naturaleza humana. Luego la novela, el psicoanálisis, el cine y hoy las tiras cómicas. Vamos mejorando, las viñetas nos vuelven a todos un poco más filósofos, no porque resolvamos los eternos problemas del amor y el desamor, sino porque nos hacen, acaso, un poco más tolerantes con nosotros mismos, y con el otro, sea mujer u hombre la compañía. Gracias, Alfredo.

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Sabatina, 18 de setiembre del 2004
 

“Pirv”. 12 mil kilómetros de Historia

 

Hugo Neira
 

Mientras leía, o intentaba leer, los tres volúmenes de "Pirv", en un rincón de mi memoria me acordaba del British Museum. El edificio londinense es imponente pero no deja ver que en realidad esconde, entre salas y pasillos, 42 kilómetros de recorrido de a pie. Me he llevado los 3 tomos de "Pirv" estos últimos meses por aquí y por allá, revisando sus páginas con una mezcla de curiosidad y de asombrado espanto: ¿la historia de los peruanos desde 12 mil años antes de Cristo hasta 1572? Se lo digo al autor, Javier Tantaleán, y me responde: "Son treinta años de trabajo". Algo por el estilo señala en el prólogo el rector Manuel Burga.

La corporación de historiadores sigue un movimiento casi uniforme, se prefieren monografías y textos de limitada temática, y me remito al caso más cercano, mexicanos y españoles. Ahora bien, las obras de historia general son esfuerzo legítimo, aunque infrecuentes. Precisamente, cuando devoraba el "Pirv" de tres tomos de Tantaleán, me llega de España la obra de A. Domínguez Ortiz "Tres mil años de historia". Obra ambiciosa, Domínguez Ortiz toma un inmenso campo temporal, desde la Protohistoria hasta el general Franco y la Transición. ¿Se imaginan la maestría que es preciso para abordar los primeros asentamientos del tartásico y la sociedad española del siglo XVII y la pérdida de Cuba en 1898? Leyendo a ambos, me preguntaba si lo de Tantaleán era un resumen (que ya tendría de por sí su mérito) sin guardar el derecho de plantearse tesis de fondo. Pero tiene de ambos los volúmenes de "Pirv" .

¿Se entiende entonces mi asombro? Es por un lado "Pirv" una suerte de gigantesco manual. Tantaleán, que maneja una prosa clara y universitaria, acude para ganar tiempo a didácticos cuadros e ilustraciones. Son tantos que cada volumen lleva un índice de ellos. ¿Para qué sirven? Para resumir un asunto complejo. Por ejemplo la variedad de yuca y su sentido mitológico, en Macera, lo cual se reduce a un cuadro, lo que, por cierto, ya le ha dado trabajo al autor (cuadro n°1.17, pp. 364, Vol. I) o para los nombres de los productos alimenticios como el maíz, en quechua, aymara, akaro y mochica, o sea, sara, tonko, uhara y mang, tomado de otro erudito, Horkheimer. Trabajo de benedictino el de Tantaleán, que para ello se ha leído (y entendido) a centenares de peruanistas.

Pero, por otra parte, "Pirv" es trabajo de fondo. ¿Qué quiero decir? Por ejemplo, lo que hace Tantaleán ante el tema decisivo de los Incas. En efecto, ¿cuántos hubo? ¿Sí, cuántos? En "Pirv" II  pp. 551 y ss) la cosa se ventila con el listado ya clásico de Bauer y Dearborn con arreglo al cual habría habido 17 incas. Pero Rowe sólo cuenta unos 13, que es el recitativo que aprendemos en la escuela: Manco Cápac, Sinchi Roca, etc. Pero lo que no nos dicen y a veces ni en la universidad es que Franklin Pease cuenta 14, y María Rostworowski divide sus incas en dos series de ocho, Hurin Cuzco y Hanan Cuzco, y lo mismo Zuidema. Mediante cuadros e ilustraciones, Tantaleán los coteja, y exhibe así la controversia interna, las zonas grises. “Pirv” es, pues, historia en su sentido lato de relato, y también debate. Desde puntos de interrogación que son muchos, resulta ser "historicidad", ciencia de nuestro saber histórico.

¿Quién ha hecho este trabajo antes de "Pirv"? Nadie. ¿Era necesario? Sí, lo era, de ahí el prólogo de Burga. Por mi parte diré que no hay historia sino historias, y todas son ciencia, aunque enfrentadas, precisamente por que lo son. Tantaleán y sus 1,450 páginas (Fondo Editorial del Congreso) amenaza con otros "Pirv", de 1572 a nuestros días. No quiero insistir sobre los arcanos del reconocimiento universitario. Al autor no le faltan doctorados, tiene varios. La historia es trabajo metódico de fuentes y también rigor científico por la capacidad de enfrentar hipótesis. Es lo que aparece en "Pirv". Desde los plurales desarrollos locales a la gobernabilidad curacal y al Estado o Leviatán Inka, y de pronto, en medio de un discurso diacrónico, es decir, en el tiempo, Tantaleán se detiene, vuelve a los epistemes, es decir a la discusión de principios, a lo que dice Polanyi, o que dice Marx, Ranis y Sombart (II, p. 838) para luego proseguir: la irrupción hispana. Admirable. Si Tantaleán se llamase el doctor Tschud, suizo, ya le habríamos dado varios "honoris causa". Tragedia de saberse un sabio peruano en el Perú. Esa frase no es mía, es de Jorge Basadre.

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Sabatina, 11 de setiembre del 2004
 

El fuego sagrado

 

Hugo Neira
 

Se aprende el miedo, la vergüenza, el optimismo y la depresión dice José Antonio Marina, filósofo español (Diccionario de los sentimientos, Anagrama, 2001). Lo que llamamos psicología popular son hábitos que se aprenden. Ahora bien, pregunto: ¿a qué edad se aprende la libertad? ¿Y en particular, la libertad de pensar diferentemente? El filósofo español Marina no me responde, los libros no hablan. El que me responde es Pedro Favaron. Está de visita en mi casa, y en el apretado sofá, otros dos amigos suyos. En esta misma página, meses atrás y sin conocerlo, había comentado su libro sobre César Moro: "Ojo con el joven poeta, algo del incendio surrealista anda en su desenfadada prosa" (noviembre, 2003). Pronóstico cumplido. Me alcanza ahora su nueva revista. De eso va esta crónica. De esa electricidad de la vida a los veintitantos años, o jamás.

Favaron es un joven pero en mucho a contracorriente de lo que hoy se entiende por joven. Su revista, Distancia crítica (1), se abre muy tranquilamente con "la lógica cultural del capitalismo avanzado". ¡Caray ! Esa revista será muchas cosas pero "light" no es, y eso, por sí solo, es ya un mérito. Los otros textos son por el estilo: la anarquía, los políticos del mundo (no sólo los de aquí).Textos modernos y anacrónicos, primermundistas y periféricos desbandados.

¿Qué edad tenía Mario Vargas Llosa cuando escribe su primer cuento? Aquel que le gana un viaje a París. No más de veintitrés años. La misma edad de José Carlos, cuál va a ser, Mariátegui, joven viajero de vuelta de Italia y su periplo europeo. El de "La escena contemporánea". La misma edad de cuando el trujillano Haya de la Torre se encarama en una reja del cementerio y levanta la argentina voz sobre la multitud para condenar a Leguía por la muerte de un estudiante y un obrero. Lo mismo, lo mismo, juventud, pero no "light" sino incandescente. ¿Y cómo se llama eso? Se llama el fuego sagrado. Se tiene o no se tiene. Y temprano.

Le feu sacré. Entusiasmo, iluminación. Incendio interior, no cualquier entusiasmo, algo que conlleve la alegría de las grandes rupturas. Qué edad tenía el joven hegeliano llamado Karl Marx que en Bruselas se encuentra con un amigo llamado Engels y redacta la mutua publicación sobre Feuerbach, once tesis que caben en apenas cuatro páginas; el preludio de su inmensa obra posterior. Si nace en 1818, entonces, escribe esa maravilla a los 28 años. Marx antes de Marx. Vallejo antes de César Vallejo. "El fuego sagrado".

No estoy diciendo que algunos de estos jóvenes será inevitablemente un gran filósofo o un gran narrador o un ensayista o un orador de prosapia, no puedo saberlo. Digo solamente que el fuego sagrado liberta en la juventud, o nunca jamás. En la mía, Luis Loaiza ya había leído todos los libros del mundo y andaba apenas por la veintena. Y Macera o Aníbal Quijano ya eran. Estoy diciendo que algo anda mal, los llamados jóvenes andan hoy por este mundo condicionados y cautivos de una cultura "formatada" para jóvenes. A estas alturas de la sabatina tengo ganas de introducir lo que sobre el tema dijo Alexandre Kojève –el maestro de Fukuyama–, lo del "esclavo feliz" de las sociedades postindustriales, pero opto por dejarlo.

Miro de nuevo la revista que me han traído, me gusta por su impaciencia. Un texto sobre César Vallejo de Derek Walcott, firmado por Miguel Idelfonso, que según me entero (hay un recuadro) pasó por la Católica: literatura, y una maestría en Creative Writting en El Paso. Así son los amigos de Favaron, por ese estilo, de allá y de aquí. Jóvenes que ya no lo son dada la actitud: no perfil bajo, no sumisos, no aminorados. Pero no ostentan algún proyecto rebelde o revolucionario ni su contrario liviano o resignado. Su revista no es Etiqueta negra, no van por ahí. Tampoco caen en alguna de esas sociologías que acaban por no explicar nada y aburrir a todos. Tienen su propia rebeldía a la que no hay nombre que ponerle, por ahora. Además Distancia Crítica, me dicen, edita cuatro mil ejemplares que se reparten gratuitamente. ¿Cómo lo hacen? Con todo, rupturismo, "aportes hacia una nueva conciencia social", y en un tono entre panfleto y desenfado: "Creen los narcotizados por el neón y las finanzas que vivimos una etapa histórica de libertad inusitada". Vaya. Vienen pisando fuerte. Mi mujer llega con un vaso de agua y tres cafés. Afuera cae una cordial garúa.

(1) En realidad, ya en su segundo número, agosto 2004

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Sabatina, 14 de agosto del 2004
 

Ramón Tamames, de la nueva España

 

Hugo Neira

Cuando hablamos de España sabemos que goza no solamente de buena sino de estupenda salud. El mejor momento de la Península, tanto o mejor que el XVII, cuando andaba de ogro de europeos protestantes y de moros mediterráneos, cuando el siglo de oro en letras, no solo en armas. Mejor, y de lejos que el catastrófico siglo diecinueve, y no te digo del veinte. Luego de la guerra civil que perdieron ellos y perdimos todos en beneficio del nacional-catolicismo de Franco, esos años de plomo.

Pero los sudamericanos y peruanos que anduvimos por Madrid cuando el generalísimo, sospechábamos que algo estaba pasando.  Bajo el peso del capitalismo compulsivo y autoritario del Caudillo cambiaba de a pocos, claro, pero cambiaba la sociedad española. Una que otra publicación, una que otra universidad, uno que otro recinto de inteligente resistencia, una que otra novia "progre", la de esos días, no las de ahora, las de la explosión sexual, las de entonces, "la española cuando besa es que besa de verdad". Eran pocas, pero como dice el poeta, eran.

En fin, no venía uno a hablar lo de las novias idas o muertas sino de eso del desarrollo, pero visto como un asunto que modifica no sólo la condición de la gente sino la misma gente. Es cierto que hay otra España, una que Europa ha concluido por  reconocer como parte y gozosa de la inmensa sociedad del bienestar que es Europa comunitaria, y que el África ya no comienza en los Pirineos como se decía hace apenas un par de décadas. Pero si bien es cierto que la renta por cabeza en España es altísima,  hay que agregar a sus indicadores económicos, a sus productos mineros y centrales nucleares, la evolución del empleo, los cambios en la enseñanza, o el Tren de Alta velocidad, el esplendor de Barcelona, las ganas de vivir de Madrid, la Constitución que establece un Parlamento y un Monarca, la gracia en su cine y en el teatro y la literatura de "la movida". Todo eso, y también los propios españoles. "Más altos, más cultos, menos prolíficos" decía una célebre primera plana del diario El País, a los veinte años de haberse muerto Franco. Pero no han perdido sus buenas costumbres, la sociabilidad: interminables terrazas de café y restaurantes, y el chocolate con churros en el amanecer frío de Madrid, que tiene montañas nevadas como Huaraz y Arequipa.

Cambiaron los españoles. Eso es, en resumidas cuentas, el desarrollo. Eso es lo que quería decir y que ahora digo. Locales y globales, y tan tranquilos. Ahora bien, uno de ellos, entre los más significativos, está esta mañana en Lima. Se trata de Ramón Tamames. Encarna, acaso sin desearlo, esos españoles de la modernidad cumplida. Tamames es un monumento de la Nueva España. Viene a Lima para un Seminario Internacional. Disertará sobre el dólar, el euro, y "hacia una moneda universal" (Martes 17 y miércoles 18). Y es un monumento por tres razones. Porque se formó en Madrid en derecho, economía y ciencias políticas y luego se fue a estudiar a la London School of Economics. La segunda es que conoce la Transición española porque la hizo, fue protagonista, diputado en las Cortes constituyentes. La tercera es que si bien sus libros andan traducidos y rodando en el medio académico internacional, unos cuarenta, no ha parado de escribir, viajar y pensar, conoce al dedillo lo que pasa en los dragones asiáticos o en China, además de lo que ocurre en Europa. Dios, si me pongo a escribir todo lo que hace Tamames, no acabo. Anda en Madrid en universidades como en tertulias de radio, o de lo contrario, como ahora, español al fin, por estos lados del mundo. Felicito a la Universidad de Lima por el acierto de invitarlo y de otorgarle un Honoris Causa. Y al hombre claro y amable siendo sabio que es Tamames, la más cordial bienvenida. Vayan a escucharlo. El hombre sabe de lo que habla. Y en un castellano seco y neto como un buen vino de Rioja.

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Sabatina, 24 de julio del 2004

Perú, la Transición interminable

 

Invitado especial: el viajero Adolfo de Botmiliau (1848)

 

Hugo Neira

El viajero Botmiliau, a diferencia de otros, deja pocas señales personales, destaca Porras Barrenechea. Vice-Cónsul de Francia en Perú, permanece en nuestro país de 1841 a 1848, y le debemos un texto de corte seco y preciso, en efecto, con ínfulas de informe desapasionado, pero al fin y al cabo valioso: pone el acento en un solo y grande problema: las causas del estancamiento peruano. Lo que Botmiliau llama "clase media", criollos ricos que habían substituido a los españoles, habían hundido, a su juicio, al país en la mediocridad. El texto es de l848, a veinticinco años de Ayacucho. Pero eso no es todo. El corto fragmento que reproducimos guarda, pese al tiempo transcurrido, una casi insultante y temeraria actualidad.  Porras señala de pasada que apenas bajó del barco, al Vice-Cónsul lo asaltan unos zambos bandoleros. El visitante se defiende, hace caracolear su caballo, pero igual le ponen un cañón en el pecho y le roban dinero, reloj, escopetas, espuelas y caballo y todo. En su crónica, por elegancia, Botmilieu no menciona el atraco. Texto de meditación para estas fiestas julias. !Feliz lectura y que Dios reparta suerte! H. N.

 

«La historia del Perú nos lo enseñará (la influencia del ejército) y nos revelará también otro peligro de los países libres: la ausencia de principios fijos en la autoridad que gobierna. Lo que admira sobre todo en las revoluciones de América del Sur es el envilecimiento en que cae el poder como consecuencia de su inestabilidad aún más que de su incapacidad.  Una mañana se encontró en Lima escritas estas palabras en la puerta del palacio presidencial: esta casa se alquila al mes. Y es que, en efecto, apenas transcurrían algunos meses sin que una revolución viniera a expulsar al huésped pasajero de esa morada. El advenimiento de las clases medias, cuya influencia sucedió en los estados republicanos de la América del Sur a la dominación de la aristocracia española, fue para la mayoría de aquellos estados una desgracia más bien que un beneficio. Esas clases no estaban preparadas para el gran papel que bruscamente les tocó representar y una multitud de intrigantes oscuros se disputaron bajo su pendón, no los honores, sino las ganancias del poder. El reinado de las mediocridades subalternas quedó así inaugurado al amparo de las grandes palabras libertad y constitución, y el nombre de república sirvió de pretexto para un implacable despotismo. Algunos hombres de desorden se repartieron una de las más ricas y magníficas porciones del globo. Los inmensos recursos de esas comarcas privilegiadas fueron despilfarrados o destruidos por manos culpables. Salvo raras excepciones, los jefes de las repúblicas españolas pensaron menos en prepararles un mejor porvenir que en perpetuar por todos los medios su efímera dictadura».

“Bolívar habría preferido un régimen menos contrario a las costumbres" pero, "fue desbordado por sus generales, aún por sus propios amigos; y sus rivales le acusaron de aspirar en secreto a esa corona que en realidad él no deseaba. Esa táctica triunfó y el gobierno republicano fue inaugurado en todas las antiguas colonias de España. Se escogieron presidentes, se votaron y debatieron constituciones. Desde entonces la América Española entró en la era de las aventuras políticas". "Quizá en ninguna otra parte las causas de anarquía se han mostrado tan numerosas y tan potentes. Hay, sobre todo, un carácter común en las revoluciones peruanas que es importante notar: el predominio de las cuestiones personales sobre las cuestiones de principios. ¿Qué podía ser el gobierno allí donde sólo las ambiciones personales se erigían en influencias políticas? Dignidad, autoridad,  estabilidad: a un jefe en cuanto se esperaba hacer fortuna con él; se le abandonaba, se le traicionaba en cuanto la fortuna se inclinaba hacia un rival más feliz. En cuanto a la voluntad del país, era algo que a los republicanos del Perú no les inquietaba en lo menor». (En: Dos viajeros franceses en el Perú Republicano, editorial Cultura Antártica, Lima, 1947).

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Sabatina, 26 de junio del 2004
 

La sombra de Pardo

 

Hugo Neira
 

Ser el hijo de un gran poeta como Felipe Pardo y Aliaga, vivir de niño en Chile siguiendo a la familia, completar su educación científica y literaria en Europa, arrancar la vida profesional con el más peliagudo problema de su tiempo que era el del fisco quebrado, asumir muy joven la cartera de Hacienda y Comercio, casarse, tener once hijos, ser administrador, banquero, alcalde de Lima, y en fin, llegar a la Presidencia a los 37 años, dejar el poder, y todo esto, para que una mañana fatídica, al ingresar al Congreso, un sargento, de nombre Montoya, lo mate por la espalda. Pobre Pardo. Pobre Perú.

No sé qué sentirán ustedes cuando hojeen el libro de la historiadora Carmen Mc Evoy sobre Pardo; si lo hojean, cada vez se lee menos en el Perú. Otro de esos libros hermosos, contra viento y marea, a trancas y barrancas, del Fondo Editorial del Congreso del Perú. Sí, pues, el presente Congreso, que defectos tendrá, pero que igual promulga leyes -o las modifica como el caso de la cédula viva- y que edita libros, lo cual no parece importar al "populorum" que lo asesina en las encuestas como a Pardo en 1878 el sargento Montoya. De ese desamor multitudinario por la lectura, la culpa es de todos. Hace treinta años tomamos la peor de las decisiones, abandonar la escuela pública. La alborozada clase media corrió a inscribir a los hijos a malos colegios privados, mientras se desplomaba lo público. Hoy, millones de peruanos desafectos a la lectura, van a votar. Los sargento Montoya, con botas de Humala, vuelven a prepararse para asesinar a toda seña de superioridad, por la espalda.

¿Y qué era Pardo para procurar tales enconos? Lo que más fastidia en el Perú, un virtuoso. Este hombre vino a decir en medio de la juerga del XIX, de consignatarios y aprovechados coroneles, que ya era hora de vivir de algo que no fuesen las rentas del guano. Además, tuvo otro gesto enorme: disolvió el Ejército. Lo substituyó por la Guardia Nacional. La Guardia Nacional es usted y yo con un fusil, o sea, los vecinos en armas. Le han echado la culpa de que debilitó al Perú, contrariando lo que decía Castilla, "cuando Chile compra un blindado, yo compro dos". Puede ser. La sombra de Pardo. La peor de todas, cargada de reproches.

¿Cómo era? No el personaje, el hombre. La foto muestra un hombre blanco y de aire taciturno. No era para menos, Perú del XIX, trifulcas de espadones, interminable guerra de caudillos, tras los cuales, clanes enteros de hacendados, como siempre, despedazando el poder para mejor hacer negocios. En la foto, parece un hombre de orden, y lo es. Va a fundar el Partido Civil, como su nombre lo indica, el primero en enfrentarse al militarismo. Pardo hizo otras cosas tremendas. Ese tranquilo padre de familia, ese burgués sosegado, tenía carácter hasta para regalar. ¡Hablarle el siglo pasado a los peruanos de contribuciones! Eso que nuestros gremios de ricos no entienden todavía, aunque asomen los fusiles de los Humala. No hay negocios con Estado débil y no hay Estado fuerte sin plata. Pardo fue un moderno en pleno siglo XIX, un raro criollo burgués concienzudo, y claro, le pegaron un tiro.

Libro de Mc Evoy, amplio en consideraciones históricas y políticas pero un tanto pudibundo. Falta resaltar la extrañeza del personaje, un raro burgués culto y sin juerga. No lo veo a Pardo visitando los innumerables burdeles de mulatas de la Lima de su tiempo; por Ricardo Palma sabemos incluso sus nombres perentorios, "la calle del huevo". No era un alegre criollo, Pardo. Un severo. La ironía se quedó en el padre, don Felipe. En Basadre, el retrato de Pardo es a vitriolo, claro, pleitos entre los de su generación y los civilistas, pues lo encuentra intransigente, "su palabra favorita era cuadrarse, había que cuadrarse ante las cosas, y Pardo se cuadraba". Lo siento, Maestro, no lo veríamos hoy como un defecto. Propuso "una ética del trabajo, la producción, la meritocracia", señala Henry Pease con claridad en la presentación. La obra de Pardo apuntaba a "la República práctica", insiste Carmen Mc Evoy. Traducción para nuestros días: un liberal con Estado, aunque se le tuerzan los ojitos a Rosa María Palacios y a Jaime de Althaus. La sombra de Pardo: desarrollo moral y burgués que no tuvimos. En suma: el Perú en el XIX pierde dos guerras. Con Chile afuera. Y consigo mismo, adentro, con el pistoletazo a Pardo. Después preguntan por qué salen adelante los chilenos. Con gente como Pardo, a ver si me entienden.

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Sabatina, 12 de junio del 2004
 

Lo que el viento no se llevó. Los años Reagan

 

Hugo Neira
 

¿Qué evoca, así, en primera instancia, el nombre de Reagan? ¿La guerra de las estrellas, la aceleración del gasto armamentista, la guerra fría, el fin de la Unión soviética? Prodigioso itinerario vital, un actor de cine que se volvió el hombre de las decisiones, y no menores, nos gusten o no. Reagan, hombre simpático, reductor, simplista talentoso, autor de conceptos afortunados mediáticamente y que luego bajo su administración, se hacen políticas de Estado. El "imperio del mal", para política externa. Para la vida americana, en l981, una idea, "El Estado no es la solución, es el problema". El otro enemigo, además de los soviéticos: el gasto social, los liberales, es decir, la izquierda en su modalidad americana.

¿En cual de estos hechos, se encierra el paso de Reagan por la historia? Los historiadores del III milenio, dice el inglés Hobsbawm, van a devanarse los sesos ante una era realmente insensata. Fiebre militar, retórica apocalíptica. Pero habrá de tomarse en cuenta, añade, los traumas subjetivos de la derrota (en Historia del siglo XX).  Los años Reagan. Un clima, un tiempo, un hombre. Un actor, y no de los grandes, va a entender el estado de ánimo del pueblo americano, precisamente por eso mismo, por ser un hombre corriente. El malestar americano en los ochenta es nítido, la derrota, es decir Vietnam. La impotencia, es decir la imposibilidad de controlar la revuelta de los países petroleros que suben el precio del crudo desde 1973. En cuanto a la ignominia lleva el nombre de Watergate: un presidente, Richard Nixon, que renunciará, enredado en sórdidos y ocultos líos de micros solapados en el local del partido demócrata. Reagan, el gran comunicador, va a sacarlos de ese pozo de incertidumbres. Asedio a la URSS, y por dentro, "la revolución conservadora". Eso no es todo Reagan, sin duda. Una mirada desde la América Latina no puede dejar de anotar varios gestos no precisamente cordiales. La invasión a esa minúscula e inofensiva isla caribeña de Granada (1983). La invasión no menos inexplicable a Panamá (1989) acaso para prevenir que el potencial bélico de los Estados Unidos no había perdido del todo la moral en las ciénegas vietnamitas. Pero  son posibles otras lecturas más anchas, más universales.

Cuando se hundió la URSS, poco después de Reagan, cuando prácticamente se disuelve entre 1989 y 1991, la propaganda americana atribuye el espectacular desplome a Reagan: la guerra de las estrellas habría arruinado la economía soviética. El argumento, a la luz de lo que hoy sabemos sobre Gorbachov y las razones internas de la perestroika, es atendible, sin darle por ello un lugar monocausal. Las cosas son siempre más complejas y en especial, en ese "fin de la historia". Gorbachov y Reagan pasan a la historia por acabar, cada uno a su manera, la guerra fría. El actor de cine, que viene de morir, el hombre del gran viraje de la potente América, y el ruso del aparato de poder que acabo con el propio aparato. Enterradores de la guerra fría. De una época glacial, treinta años. Ciertamente, estabilidad de la bipolaridad, en cambio no se divisaba el prodigioso renacer de Europa. Ni las dificultades en el Tercer Mundo. Ni el Islam. Ni China.

Al congelarse la vida internacional también se congelaron las ideas. Un mundo dividido entre comunistas y anticomunistas, manía persecutoria por ambas partes. Un mundo de espías, servicios secretos, de paranoias que alimentaron las dictaduras militares sudamericanas, entre otros horrores. Caza mutua al hombre, imposibilidad de consensos, tolerancia, pactos, democracia. Un mundo feroz, los jóvenes de hoy acaso no tienen idea de como fue esa edad glacial. Y por último, un mundo poblado de armas. Guerra fría: soviéticos y americanos en el comercio de la muerte. Como negocio, colosal. Pero poblaron el mundo de guerrillas de toda laya, como los "contra" a los que alimentó Reagan con el dinero obtenido de la venta de armas a Irán. Los americanos no han terminado de pagar los costos de la guerra fría, ni los colombianos. En cuanto a la URSS y su "forma soviética de socialismo" como dice caritativamente Hobsbawm, sus días estaban contados, con Reagan o sin él. ¿Habría sobrevivido a la revolución de la informática y a la internacionalización de la economía?  Ese socialismo nació con la factoría, hoy en vías de extinción. Pero por otro lado, el capitalismo, el de los ricos y el de los pobres, no fue enteramente reformado. Espera su Perestroika, como dijo en Lima,  hace poco, nada menos que Gorbachov.

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Sabatina, 05 de junio del 2004
 

Letizia con zeta interdental

 

Hugo Neira
 

No he comentado nada de la boda real, ¿qué van a pensar las generaciones venideras sobre el silencio del cronista? Estaré para entonces criando malvas, de modo que no puedo correr esos riesgos. Pero no esperen para esa boda crónica tercermundista, ni su contrario.  Mi nota es como la limousine blindada de algunos, y la lluvia de aquella mañana, poco atenta a las conveniencias.

No todos los días se casa un heredero de Corona real, un Felipe de Borbón, para colmo hasta más alto que el padre, con una periodista llamada Letizia Ortiz. Lo sabe el lector, lo sabe todo el mundo, de alguna manera todos estuvimos mirándola, a la muy madrileña catedral de la Almudena aunque quede en Madrid, lejana dado las visas españolas y el endurecido espacio comunitario de Schengen o Europa, pero cercana por la pantalla familiar, la Almudena, gente en las calles y un ballet de coches blindados (hombre, Atocha, la estación, al frente) y los Rolls-Royce de donde descendía esa categoría social adinerado-filosófica, teológica-mundializada que llaman los grandes de este mundo.

Boda en la Almudena, folletón, consolidación de monarquía, sueño de pobres, escenario fuera de la realidad, paraíso en la otra esquina puesto que se casan plebeyas guapas con Príncipes herederos. Almudena cerca y lejos, unos 1200 millones de seres humanos de espectadores, de voyeurs perdidos entre los organdís y el satén, los collares de esmeraldas, el diseño de alta costura Givenchy de la reina Rania de Jordania tan bella, un sueño árabe propuso un diario limeño, guapa a rabiar que casi se roba el show. Y claro, Letizia Ortiz.

Dos reparos sin embargo. El primero es la dificultad de la pronunciación. Nos han fastidiado los Borbones casando al heredero con una periodista graciosa y bella, inteligente y nacida para reina, de eso no cabe duda alguna, pero con un nombre que se nos va a atragantar a medio Hispanoamérica, a los 600 millones de hispanoparlantes. Es que lo de la zeta no la usamos. Y en decir Letizia y no Leticia con s (que es lo que nos sale) tenemos que torturar y torcer la lengua dada la mortificante y última letra del alfabeto. Esa zeta, maldita interdental, que hay que pronunciar, si es que hay que pronunciarla, colocando la lengua entre los dientes: azar, zebra, zinc, zona, zumo. Al único hispanoparlante al que le haya escuchado yo decir zumo con zeta es a mi hermano Federico, pero no vale, porque mis hermanos  Rojas son todos arequipeños. Vamos a tener problemas de protocolo cuando la princesa venga por aquí, si viene, y cuando queramos llamarla como es preciso, si queremos.

Y todo por eso de la zeta, seamos francos, que no nos sale ni cuando decimos corazón o zafarse según el D.R.A.E. Esto de la pronunciación ya se que  es un zafarrancho, no hay que ser zahorí. Por lo demás, la usamos como grafía, sin llegar a decir zambos y zalamerías con z; nuestro español más bien sevillano se salta las consonantes fuertes en  zambullirse y zamparse, y jamás con la lengua contra los dientes, para eso nos declaró San Martín independientes. El otro reparo fue el Prelado, lo que dijo o insinuara en la solemne misa.

Hablo del cardenal Rouco Varela, arzobispo de Madrid. Homilía la suya de lo más convencional, en apariencia,  los consabidos temas del amor y la familia. Me dirán, ¿qué tuvo de raro? La verdad es que nada, sólo que un matrimonio real en un Estado monárquico, depende mucho de lo que va a pasar. O sea, de la procreación. Un cronista madrileño, Manuel Vicent, con esa claridad hasta chocante que por allá se manejan, lo dice con todas sus letras.

"El príncipe Felipe tiene un destino seminal". ¿Qué bestia, no? Se le entiende todo. Yo me estaba durmiendo cuan embelezado cuando el discurso cuan político del Cardenal Varela me sacó del sopor. Hombre, que los Austrias de otrora se extinguieron porque los Felipe del XVII no eran fecundos. Letizia madre nos sacará de estas cuitas. Asegurar la doble o triple corona, la de Borbón y de paso la República española, incluyendo burguesía catalana. Que Cataluña fue Condado, y anda a saber como se pondrán las cosas. Hasta la feliz noticia, no voy a poder conciliar el sueño, palabra de cronista de las tres veces coronada Villa. 

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Sabatina, 29 de mayo del 2004
 

Porque no te aplauden

 

Hugo Neira
 

Esta semana una frase del presidente Toledo ha causado feroz revuelo. Sí lo aplaudían en New York decía, se sorprendía de que no lo hicieran los peruanos en las calles. Por mi parte, no voy a sumarme a la procesión de agravios que la frase ha provocado. Voy a comentarla. Sin ira, sin ceguera, sin sobonería.

No lo aplauden, entre las primeras causas, porque no tiene Partido. No lo tiene, eso no es PP. Como se sabe, un partido político es organización que no solo sirve para capturar el poder sino que procesa las demandas sociales, el alma de la nación. Falta, es notorio, el aparato maniqueo y fervoroso que explique abajo, en los distritos, ciudades y aldeas del inmenso país que somos. No tiene Usted correa de transmisión. No se queje de que el país se entere o crea enterarse tras las mass media que no tiene otra fidelidad que la de su libertad y sus difíciles tirajes. Por lo demás, por mi parte estimo a algunos perúposibilistas, a Juan Sheput, claro y talentoso, a Luis Solari, a Hugo Garavito, amigo desde los días de México, un pensador desperdiciado cuyo libro teórico, tengo entendido, duerme el sueño de los justos. ¿Qué es un Presidente con apenas ministerios y su propia voz? Un hombre aislado, sin hablar de lo mucho que lo aíslan de la calle cortesanos y amigotes, el "contorno", a los que se refirió Vargas Llosa antes de partir.

No le aplaude la calle porque casi nadie en los días que corren liga su vida a lo que el Estado hace o deja de hacer. Es extraordinario el desinterés por lo público en una economía paradojalmente próspera. Claro que está creciendo la economía, la macro, claro que se debe a los esfuerzos de un Presidente que hay que medirlo por lo que no hace, y no hace disparates, no juega con la moneda, da estabilidad a la esfera económica. Pero, vamos a ver, ¿no viene Usted después de la victoria intelectual y moral demoledora del neoliberalismo? Una masa inmensa, en particular los jóvenes, están convencidos de que el Estado ni pincha ni corta y que es el mercado en el que marca el rumbo de la sociedad. En el Perú, señor Presidente, se ha impuesto la versión "capitalista" de la "extinción del Estado" a la manera del padre Marx, y así, en la lógica de la supervivencia, los ciudadanos piensan, y no les falta razón, que no cuentan sino con sus propios esfuerzos. ¿Y Usted quiere que salgan a la calle, a su paso, y lo aplaudan? ¿Qué salgan de sus cabinas de internet, de sus casinos donde van a jugar, dejen sus chifas y sus chelas, y voceen por las calles algo así, gracias a los equilibrios macroeconómicos del presidente Toledo, "mis ingresos" juzgados por el PBI son ponderadamente más altos este trimestre que el anterior? Por Dios, ni en una sesuda reunión del Banco Mundial.

Los sentidos se han vuelto, por la fuerza de las cosas, militantemente privatistas. El liberalismo le ha socavado el piso al heredero estatal del liberalismo anterior. Así, su discurso liberal con justicia social con acentos tomados a John Rawls, en versión reducida peruana, "por los pobres", lo entiende la izquierda, lo entiende la oposición (que no lo reconocerá jamás) pero no esa clientela que Usted busca, lo cual resulta paradójico (en el mito social actual, me parece, no se inscribe un Salvador). Hay escepticismo, la política como cuento y mentira. Acaso eso tenga su lado sano, aunque el actual mandatario pague el pato. Y no te aplauden, Presidente, porque no te ven como el poder arbitral. Y tus aliados, en una lógica confrontacional, te hacen más daño que tus adversarios. Por lo demás, no hay que reclamar demasiado el sostén popular. En el Perú no hay tradición de lealtad a los presidentes, salvo cuando andan muertos.

Me queda un fastidio. El implícito de que un presidente, Toledo en el caso, y sus familiares piensen que deben ser amados. ¿Por qué? No somos una feliz Monarquía europea. A las familias reales, luego de siglos de guerras civiles, las han perdonado. Aquí el Jefe de Estado encarna el poder. Algo finalmente tan terrible como necesario. ¿Por qué debe estar en los altares populares, en las estampas de la devoción plebeya, como la beatita de Humay? El pueblo peruano siempre distinguirá Dina Páucar o Arturo "Zambo" Cavero y ese hombre —Toledo y cualesquiera otro— que manda a la policía, al ejército, que decide quién paga o no paga impuestos, qué carretera se hace o deja de hacerse. Los pueblos no quieren necesariamente a sus mandatarios. A lo sumo los aprecian, a condición de que sientan que se dedican a ellos y no les tiembla la mano. Es un acierto el tono duro del último Toledo, y no ir a México. En fin, en conversación de amigo le dije y se lo reitero, los reconocimientos son para el después. Es normal que el país desconfíe.

Esa es acaso la peor de las herencias del fujimorismo. En fin, tampoco es de desdeñar el efecto acumulado de los diversos traspiés, el asunto Zaraí, el excesivo sueldo inicial, la juramentación en Machu Picchu, la parafernalia semimística de la "chakana" y un lema equívoco, "cholo sagrado", cuando republicanamente, se esperaba otra cosa. Ese mal ya está hecho.

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Sabatina, 15 de mayo del 2004
 

Wallerstein

 

Hugo Neira
 

La ceremonia de 'Honoris causa' del gran Wallerstein en el general de San Marcos, la casona, fue muy formal. Muy serio, Manuel Burga, el Rector, toca una campanilla. Dos profesores van a buscar al invitado. Ingresa entre aplausos un hombre mayor, pero elegante, esbelto, que luego nos hablará en un castellano entendible, con un inevitable dejo entre americano y austriaco. Wallerstein es un sabio singular. Practica la sociología y la historia. No, no como interdisciplina, sino en tanto que saber crítico de otro orden explicará Aníbal Quijano en un discurso francamente magnífico. Fue una mañana excepcional.

No, la globalización o mundialización no es nueva. Es el otro nombre del 'capitalismo histórico' y lleva cinco siglos. El declinar de los Estados Unidos ha comenzado. Los dilemas actuales del capitalismo son parte de sus mecanismos de cambios y alteraciones a menudo catastróficos (Recordar 1929 y la gran recesión, el nazismo, las dos guerras mundiales). Vivimos al interior de un gigantesco reacomodo del sistema-mundo. Las proposiciones de Wallerstein caen como mazazos. Hay que actuar. Por su parte, interviene en los foros anti-globalización, de Bandung a Seattle y Porto Alegre.

Con ese aire a León Trotsky, nos parece inquieto por el porvenir, y a la vez curioso, científico: ¿qué saldrá del caos actual? Y determinado. Hay que despertarse. Me recuerda a otro disidente del Imperio americano. "Paradójicamente, el problema somos nosotros mismos, la gente misma, los que producimos imágenes, lenguajes y la falsificación del mundo en el que vivimos. Todo eso que impide transformar la realidad en sentido". Toni Negri. Exilio.

Mientras disertaba me preguntaba, in pectore, cómo construir esta sabatina sinóptica. Wallerstein consagró su discurso de recepción a demostrar que los Estados Unidos estaban perdiendo la guerra de Irak, y de paso, prevenirnos del gran desorden de este sistema-mundo en el que vivimos. ¿Cómo resumir las fecundas ideas que exhibió el profesor Wallerstein? Ahora bien, como yo soy de esos que en las conferencias toman notas, extraigo tres ideas. Las siguientes.

Wallerstein propone el concepto de globalidad. Sus libros abarcan la totalidad de un mundo. De 1500 a 1640, por ejemplo, nacimiento del capitalismo y la economía-mundo. Esa idea de totalidad toma como sujeto el capitalismo, en sus inicios comercial, luego industrial y financiero. El capitalismo, algo más que una forma económica. Una civilización singular: ricos hubo siempre, capitalistas es otra cosa. (En esto, la huella de Max Weber). Un sistema. (En esto, la huella de Marx). Continuador de otros estudiosos del capitalismo contemporáneo, austriacos como Sombart, Schumpeter, americanos como Williamson, entre otros. Nunca se sabe lo que pueda pasar a la inmensa ballena en la cual, como Jonás, todos vamos en su vientre.

La segunda idea clave viene del francés Fernand Braudel, aporte que Wallerstein no oculta, al contrario. A esto se refirió Manuel Burga, acaso porque el mismo Burga proviene de la Escuela de Altos Estudios de París. Ahora bien, si el concepto de un sistema-mundo desde el XVI es operatorio, entonces, la pequeña historia es apenas historiografía. Hay que presentar los hechos en sus diversos aspectos económicos, políticos y culturales. En sus entrelazamientos. Este procedimiento condena "los puntos de vista localistas", dijo el doctor Quijano.

El tercer punto es de epistemología, vale decir, de las condiciones mismas en las que se elabora el saber. Este nació, dice Wallerstein, dentro de un cuadro nacional. Un Estado. Y un espacio apretado, el departamento de universidad. Todo eso impide la inteligibilidad de los fenómenos. Ante la complejidad del mundo, el profesor de Yale practica más bien unas ciencias sociales a la europea. 'Sozialwissenchaften'. Ciencias de la sociedad. De que remover las convicciones de nuestros centros de enseñanza superior, creídos que todo lo americano es pequeño y pragmático. No para el profesor de Yale. Tiempos de crisis. Tiempos del pensar. Y con urgencia. Una frase de Wallerstein brilló como el filo de una hacha: el siglo XXI va a ser feroz. Pobre de los Estados débiles (pero eso lo leí en uno de sus trabajos, no lo escuché en la casona).

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