Conciencia y falsa conciencia

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Martes, 07 de abril de 2009 – Diario La República

De Mitos, varios

 

Por: Hugo Neira

Walt Kowalski es un veterano de la guerra de Corea que, al quedarse viudo, se va a vivir a un barrio de asiáticos. El hombre es un duro, y con prejuicios raciales. Sin embargo, el filme va a ir mostrando que lejos de sus hijos, por el estilo de vida de estos, blando y acomodaticio, paradójicamente se halla más cerca de sus vecinos, una familia de la etnia Hmong a la que hostiga una pandilla local de asiáticos. El Gran Torino es un coche Ford de los que ya no hay, que Kowalski, ex combatiente y ex obrero de la Ford, limpia, cuida y guarda, con un fusil en la mano. ¿Pero a quién le interesa la trama? Se va a ver a Clint Eastwood.

No existe mito más conocido en el mundo contemporáneo que el del cowboy, el vaquero, héroe solitario. No es solamente cine sino moda vestimentaria. Millones de varones llevamos jeans, tejanos, vaqueros, o sea, pantalones de esa tela dura y de azul claro, desde hace décadas. La historia del jeans, o como se le llame, es alucinante. Se impuso en América cuando la crisis de los años treinta. Era el uniforme que adoptaron los campesinos en bancarrota. Con la guerra, los Levi’s los llevan los marines que ocupan Europa. En los sesenta, lo adoptan hippies, jóvenes, estudiantes, y con patas de elefante, es el uniforme de una generación de rebeldes. Luego se eclipsa, vaya usted a saber por qué, y regresa por los años noventa, y se queda, tanto para hombres o mujeres, para jóvenes o mayorcitos. El jeans ha dejado de ser moda. Es signo, quiere decir me visto como todo el mundo.

El cine como la moda, tiene esa particularidad, es una cosa y a la vez, por el juego de asociaciones, otras. Se dice entonces que connota, que establece referencias. De ahí la semiótica, ciencia de signos. En el Gran Torino está Clint Eastwood. Uno en su butaca puede que no se pregunte qué va a hacer el jubilado Kowalski para salvar su coche, y a la familia de buenos vecinos chinos, sino qué va a hacer el cowboy Eastwood. El mito del lejano Oeste parasita esa historia más bien urbana, pero no por ello menos violenta, con pandilleros. Todo Oeste, lo sabemos desde el primer western de nuestra infancia, tiene un lado sórdido y no falta un John Wayne que ponga orden. Desde mi butaca vi ese filme y no pude dejar de recordar los de Sergio Leone, por los sesenta.

El cowboy es el heredero de un antiguo campeón de justicia, el caballero andante. El atractivo del mito caballeresco, ha dicho un filósofo, se debe a que todo hombre tiene un doble mito, el del autocontrol, es decir, la puntería, los nervios templados, y el deseo de prolongar la justicia. El mítico cowboy por lo general es un fuera de la ley, y usa del mal, de la violencia, para procurar el bien. Ahora bien, esta parte del contenido latente, no me gusta mucho. El Gran Torino es un filme magnífico. Eastwood un titán, como actor y productor. ¿Pero qué dice en filigrana? Que el ex combatiente de Corea, se supone a favor de los coreanos del sur contra los del norte, sigue siendo el árbitro. En ese barrio chino americano decide quiénes son los buenos y quiénes los malos. El bueno es el chico inmigrado que estudia. Puede que sea así, pero nada me impide pensar que el personaje de Kowalski es metáfora dudosa. América tutora de otros pueblos. Pero hablando de cine, siempre convence. Al visor, es el igual de John Ford, de Howard Hawks. Un mito viviente.

Fujimori ¿cómo eludirlo? También llama a la semiótica. Discrepo de las lecturas que se han hecho de su alegato. No creo que favorezca las posibilidades electorales de su hija, la señora Keiko Fujimori, congresista. Quiso decir lo contrario, no me voy, no me eclipso, no me jubilo. Razonemos. Y en política, fríamente. Los que se disponían a votar por Keiko por ser fujimoristas ya estaban convencidos. En cambio, habrá desanimado a esa inmensa zona gris de votantes que no son fujimoristas, pero que hasta el día que el padre no había hablado como ha hablado, acaso podían pensar en la hija como respuesta a un mal mayor. Pero ahora, ¿quién puede dudar que Keiko presidente bien pueda acudir a lo que la ley le permite, la amnistía? Ese alegato, entonces, no incrementa, resta. Fujimori se ha vuelto a equivocar. El primer error fue el ingreso por Chile, pésimo cálculo, lo dije en su momento (La República, 08/11/ 2005). Ahora es otro paso en falso, y enorme. Mostrarse hábil, en plena forma, ese es su error.

Ha abierto la boca para decir aquí está Papá. Lo saludable era una Abdicación. Porque millones de peruanos quieren voltear la página. Enterrar los años noventa. Pero no ha cerrado nada. Deja el pasado abierto, llaga purulenta. Además, a quien resulta favorecer es a los adversarios de su hija. Y a que en la calle, y luego en urnas, se enfrenten masas de camisa naranja contra masas de camisa roja. La jactancia del ex presidente prolonga el mal que mina al Perú, el de la desunión. Faltó pedir perdón, la magia caritativa de esa palabra. Si quería realmente la paz. Era la gran cita con la historia, el lado humano de la gente. Pero pasó al lado, con una sonrisa incomprensible.  

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Martes, 19 de mayo de 2009 – Diario La República

Fin de semana. Ideas  

 

Por: Hugo Neira

A veces ocurre, el encuentro con grupos de personas resulta más que estimulante. Este fin de semana, con más precisión, este sábado, tuve una larga charla con educadores. Y otra por la tarde, con un grupo de personas de un partido político emergente. El tiempo nos resultó corto, a los de la mañana, y a los de por la tarde. Y se quedaron cosas en el tintero. Van estos apuntes.

¿Cómo se explica la creatividad intelectual de América Latina, de dónde viene? Puesto que hay muchos que piensan la política pero sin ser políticos. Eso significa que pensar se hace desde una cierta distancia o desacomodo, como condición del pensamiento libre. Desde el discurso del nómade, del que está lejos de los centros del poder. La marginalidad es fundadora. El caso de los “outsider”. El pensamiento es el territorio del nómade. No puede ser engendrado para concebir un poder político, eso debe venir según las aplicaciones posibles, según los intereses de los actores.

Marx quiso darle armas de liberación al proletariado, lo que no podía sospechar es que el marxismo se iba a convertir en el lenguaje del poder del Estado y de una nueva forma de dominación, la burocracia. El filósofo busca la verdad. El político no puede decir toda la verdad, porque no sería político. ¿Por qué? Porque las verdades son insoportables. El político está para ir resolviendo lo que es posible resolver y también para sembrar la esperanza. El pueblo lo sabe, no quiere que le mientan demasiado, pero sí un poco, para mantener la ilusión. Un político que diga la entera verdad ya no lo es, es un moralista, pero su sitio no está en el Estado, está en el púlpito, en la santidad.

Churchill dijo que la democracia era el más malo de los regímenes, a condición de admitir que los otros son peores. Hoy la democracia es un mal régimen, a condición de admitir que los otros son imposibles. Su contrario no es la dictadura. Es la guerra civil. Toda dictadura es una guerra civil disfrazada. Que se lo pregunten a los venezolanos, si no llevan la camisa roja, los hostigan, van presos, o los matan. Ante la democracia, los otros intentos de organización social se han mostrado irreales. La democracia es mejor no porque sea peor sino porque no hay otra cosa.

¿Cómo puede pensarse desde el Perú? ¿Si nos falta casi todo, bibliotecas modernas, créditos de investigación, educación de calidad? Todo eso falta, cierto, pero el problema del pensar es asunto de situación, no de marginalidades económicas y sociales. Desde Latinoamérica puede alzarse una lengua de pretensión a lo universal. La calidad de un pensar en economía no la da el poder económico sino la problemática. El pensamiento siempre ha seguido un camino de nomadismo; fue a Marx, un exiliado del alemán, al que se le ocurrieron novedades. Y otra idea mía esa mañana es una broma, una  boutade, una paradoja. Europa se latinoamericaniza. Si nos caracteriza, además del retardo económico y cultural, lo étnico, el mestizaje, entonces, América Latina es el porvenir de Europa.

Otro asunto, nuestra sociedad es compleja. Eso vuelve difícil todo gobierno. No digo el actual, todo. La cuestión es preguntarse cómo los temas regionales se vuelven universales. Puesto que vivimos en una sociedad compleja, enfrentamos la opresión, la clásica, del obrero ante el patrón, del pobre ante el rico, más otras: diferencias étnicas, culturales. Nuestras respuestas interesan a muchos hombres y diversas sociedades. Pero hay que mirar también el patio cercano, es México, es India. Es Brasil. Pensar es comparar. La verdad no se encuentra mirándose el ombligo, por mucho que nos guste el Perú o su culinaria.

Me preguntaron si se podía pensar filosofía (no tanto la filosofía académica sino el pensar) en castellano. Al margen de que tras la pregunta está siempre la sospecha, “fue la lengua impuesta en el XVI”, se me ocurrieron varias respuestas: Garcilaso, el joven Gómez Suárez de Figueroa se apropió del castellano del Siglo de Oro. Los griegos no pensaron ni escribieron para ser universales, su universalidad fue un resultado inesperado. ¿Qué hizo que un pensamiento se volviera a la vez griego y universal? El pensador lo es si interesa a otros hombres. Lo justo o lo injusto hace a Sócrates no solo un ateniense sino lo que es. La universalidad es una consecuencia, no puede ser una intención.

Vallejo sigue siendo el mismo, entre otoños parisinos, y su poesía toca a todos los hombres, no porque todos los hombres han nacido en Santiago de Chuco sino porque todos los hombres tarde o temprano se mueren. Por lo demás, el castellano es una lengua filosófica. No hay que luchar por ser traducido, si se quiere conocer el pensamiento filosófico español, que aprendan español europeos y norteamericanos. Conceptos como vivencia y vividura de Ortega son intraducibles. Con el asuntismo de Leopoldo Zea.

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Jueves, 25 de febrero de 2010 – Diario La República

Avatar, algo más que cine  

 

Por: Hugo Neira

Un ex infante de marina inmovilizado en una silla de ruedas, reclutado, sin embargo, para ir a años luz de la Tierra a un planeta llamado no por azar Pandora. Un relato de 2 horas y 41 minutos.  En ese planeta que la magia del cine nos muestra con un natural de documental ecológico, hay selvas, una naturaleza maravillosa, y por cierto otra especie, los Na’vi, y así, con el uso hábil del ADN de nuestra especie, se produce otra, un avatar, un híbrido, capaz de respirar en ese mundo distinto. El guerrero, cuyo cuerpo terrestre permanece en la base, se infiltra bajo el cuerpo de otro. Hasta ahí, el relato no tiene mucho de nuevo, parece una reproducción del binomio Tarzán y los grandes simios.

Pero no es por azar que Tarzán nace en 1912, en la revista All Story Magazine, cuando reina el colonialismo, y antes de sabios como Malinowski o Boas, o sea, antes de un buen siglo de antropología y de los estudios que sepultaron la vanidad que solo los occidentales pensaban. En el filme, resulta que el avatar con cuerpo de Na’vi y alma de terrestre, es más alto, más fuerte, más bueno. Por otra parte, esos nativos de color azul (¡qué hermosa es Neyriti!, la nativa de la que queda prendado Jake, el intruso humano) viven en total armonía con su medio ambiente.

Avatar es algo más que una película. Que sobrepasa al Titanic y a La Guerra de las Galaxias, la más taquillera de la historia del cine, lo cual no es poco. Pero hay algo más que el uso de la 3D. Más que sus formidables efectos virtuales. Todo eso cuenta, pero hay algo más. Ahí está gran parte de la conciencia de un tiempo. No es casual que en los años treinta los filmes íconos fueran La quimera del oro y Tiempos modernos de Chaplin. Y en la Guerra fría las intrigas de Hitchcock, o en nuestros días, El Padrino, tiempo de mafias; pero luego la gran pantalla la ocupan Kubrick, Spielberg, es decir, la anticipación científica hasta 2012. Esta vez no hay un escenario catastrófico. Simplemente, la Tierra dejó de ser habitable. Avatar es nuestro condensado de temor y de esperanza. En aquel mundo, la natura piensa. Al filme lo anima, subyacente, un culto a la patria-Tierra, a Gea, algo como una nueva religión.

Avatar no valdría lo mismo si fuese una novela, una obra de arte menos multitudinaria. Pero es cine puro, la he visto triunfando en cada gran capital del mundo que he visitado. Y uno se pregunta a qué se debe tal unanimidad. Y recordé, porque preparaba mis cursos sobre la Grecia Antigua (mientras restablezco mi salud), lo que dice la profesora de La Combe sobre por qué los griegos iban al teatro casi obligatoriamente. Cuando llegó la democracia, se daban dracmas a los más pobres para que no dejasen de asistir. Una tragedia llevaba un día entero, no era fácil escenificar por qué Agamenón mata a Ifigenia, su hija, por defender los derechos del hermano contra las leyes de la ciudad.

Lo trágico es el conflicto de valores, entre lo tribal y lo ciudadano, la sangre y la ley, conflictos en consecuencia terribles, y por momentos ininteligibles, y al público le hablaban los actores, dioses y hombres, pero también el formidable coro, es decir, el sentido común. La tragedia ponía delante de todos la potencia de la tradición y el nuevo modelo de legitimidad sin reyes, que la contradecía. Eso es lo trágico, elegir entre valores buenos cada uno por su cuenta, pero incompatibles. Por eso los personajes eran dramáticos. La tragedia antigua, bajo una forma estética, ayudaba a la aparición de una conciencia lúcida en sus contemporáneos.

El cine es el actual gran arte colectivo. Disfrazado de entretenimiento, en él subyacen mitos y razón de nuestro mundo. No ir al cine es dejar de comprender. Me parece gravísimo que los cines hayan desaparecido en muchas ciudades provincianas del Perú. Una nación sin cines no es concebible. Es la fábrica del imaginario moderno lo que se cierra. Sin cines, sin sueños, no estamos en el siglo XXI.  

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Jueves, 06 de mayo de 2010 – Diario La República

Cine austero y convincente  

 

Por: Hugo Neira

Uno no es sino un viajero, es decir un curioso, así, dejando mis maletas en casa, luego de unas llamadas, salimos para ir al cine; al menos eso no me lo prohíben los médicos. Me inspiraron en la selección, sendos artículos de Federico de Cárdenas y de Ricardo Bedoya. Hice, pues, mi cola, compré entradas con los descuentos del caso para los mayorcitos, y me arrellané en la butaca, no había a esa hora mucha gente y gracias al cielo, nadie devoraba a mi lado gigantescas bolsas de popcorn.

Paraíso (Héctor Gálvez) es un relato centrado sobre un barrio, en el arenal habitado, en eso que llamamos asentamientos humanos, eufemismo para la inacabada periferia de Lima. Sobre ese telón de fondo, tres chicos y dos chicas con historias simples, de búsqueda de logros personales, pero es el tono lo que cautiva, y debo confesar, a mí, desde las primeras secuencias. La hábil cámara los sigue tras conversaciones, tragos, amores, el partido de fútbol o la ofrenda en la tumba del amigo muerto, o en la escuela en donde cavan, a punta de pala, un hueco para una piscina, ahí, en Paraíso, en donde el agua se compra a camiones cisterna. Al grupo lo va a dispersar la vida.

El tema es el arenal, hogar y trampa. Sin embargo, ya no son pobres extremos, hay escuela, luz eléctrica en las casas, aunque un foco por habitación, dado el coste. Y si bien no han salido del todo de la pobreza, no se les ve malnutridos, y desfilan los platos abundantes con presa de pollo, pero los envuelve la duna, la lejanía, y transportarse resulta caro, a veces los muchachos no tienen el sol cincuenta para la combi, se lo piden a las amigas que se lo niegan, las chicas van a la ciudad solo para cosas prácticas. En cuanto a los padres casi ni se les ve, pero están las madres –hogares a medias –, aquí eso permite recordar el terrible pasado, discretamente, como en sombras chinas, la memoria del terror, las violaciones, vueltas pesadilla y llanto en la noche suburbana en una de ellas, la madre de Sara. Ahora bien, el secreto no ocupa un gran espacio simbólico como en La teta asustada, aquí el asunto es otro, ¿cómo salir de ese lugar llamado con sarcasmo paraíso, vergel, jardín, ahí donde no crece casi nada? El filme no es miserabilista sino realista. Hijos de la emigración, seguirán peregrinando. Uno de ellos, Joaquín (Joaquín Ventura), desde su primer balanceo en un columpio se entiende que se va con el circo que visita la zona. Mario (José Luis García) se va a hacerse soldado. Antuanet (Yiliana Chong) que iba para maestra, no encuentra otra cosa que un puesto para vender mazamorra. Al sincero guión y cámara se suma el lenguaje, la franqueza con la que se hablan. Y se hablan poco, son más bien lacónicos, poco expansivos. La dura arena se les ha metido en las almas. Lo que contraría el estereotipo que anima la publicidad y nuestra televisión, chicos de fiestitas no son estos. En Paraíso, la chela es amarga, como un comunicado sindicalista.

El relato evita cuidadosamente cualquier grandilocuencia, se ha dicho, pero hay una excepción. El momento en que trepan a un cerro y miran desde arriba la sablera en la que viven y, entonces, la insultan. Una mentada de madre a grandes gritos. No es difícil entenderlos, no les esperan millares de becas para formarse mejor, ni otro porvenir que la chamba sin calificación. Dije que el filme no es político pero en realidad lo es. Con deliberado rigorismo, cine puritano, retenido, su resultado es una versión ferozmente austera de lo popular. Los semblantes de estos chicos y chicas son más bien graves y sus salidas y caminos, individuales. Así, a quienes les propongan quimeras colectivas, ni los van a escuchar. En fin, algo de poesía permanece en ese árbol seco y vivo a la vez, en medio de esa desolación, un algarrobo, acaso un huarango; un signo. Filme de astringente estilo, tal vez desconcierte a más de uno. Paciencia, es novedad su elegante sencillez. No hay tragedia pero tampoco “happy end”. Y no tengo por qué desvelar cómo acaba, vayan a verla.  

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Jueves, 20 de mayo de 2010 – Diario La República

El auto como mitología personal  

 

Por: Hugo Neira

(Enciclopedia Galáctica, año 3010). Según nuestras escasas fuentes, el alumbrado eléctrico llegó a la ciudad de Lima en 1884, el teléfono en 1883, y por esos años las máquinas de coser, necesarias en una industria artesanal que se llevaba a cabo a domicilio. La máquina de escribir en 1890. En fin, el primer automóvil en 1903, importado de Europa, a vapor, y la gente lo llamó, al principio “Locomobil”. Lejos estaban de saber el asombroso culto que luego le prestaron. Algunos de nuestros paleohistoriadores sostienen que fue una suerte de religión urbana. En todo caso, resulta claro que los peruanos apreciaron el automóvil más aún que los propios americanos del norte, que lo habían inventado. En efecto, EEUU durante el prolongado siglo XX, fue considerado por antonomasia, la “civilización del automóvil”, el desplazamiento al taller o a la oficina, las compras en el week end o las diversiones, en suma, la vida cotidiana dependía del auto personal. Pero es verdad también que no renunciaron a otras formas de transporte, líneas férreas, grandes buses, motos, aviones particulares, a medida que sus ciudades se saturaban. New York tuvo siempre metropolitano. San Francisco un sistema combinado de tren subterráneo y buses, igual que Toronto, en Canada.

Sin embargo, la historia del transporte limeño contradice ese uso. Asombrosamente, a medida que la ciudad crecía, no hubo sino autos. El cambio comenzó cuando un presidente llamado Leguía (una persona, o tal vez las siglas de una empresa privada) extendió las pistas hacia los balnearios. Lo mismo pasó con las carreteras por la extensa costa, que pudo tener un ferrocarril, dada la ausencia de obstáculos naturales. Nada de esto nos es comprensible, el Perú había partido bien en el siglo XIX tras un osado ferrocarril central que atravesaba los Andes. Pero a mitad del siglo XX, cuando la ciudad explosionaba, desaparecieron los pocos tranvías. La última ocasión, en ese siglo, para una solución racional, se pierde con una vía rápida sur-norte, llamada “el zanjón”, únicamente para coches particulares, incluyendo taxis. Así siguieron las cosas, la gente pudiente viajaba en enormes automóviles, y la gente pobre, que era numerosa, en los pocos buses de servicio público. En los noventa del siglo XX, una suerte de gerente de origen malayo o chino –otra incógnita de ese período oscuro– permitió la importación masiva de autos usados, y fue lo peor que pudo hacerse. El transporte colapsó. Además, Lima se pobló de unos buses sádicamente estrechos llamados “combis” que trasladaron a millones de peruanos durante más de veinte años en las peores condiciones.

Sin embargo, Buenos Aires tenía metro, y México, Santiago de Chile y Caracas. Y Miami, ciudad que la clase alta limeña frecuentaba. No obstante, se esperó hasta el 2010 para trazar un par de líneas de transporte masivo en Lima. ¿Sería cierto que predominaba una ideología de la apropiación privatista de las cosas? La inauguración del Metropolitano a mediados del 2010, por los indicios que nos han llegado, no conmovió a la población, al contrario. Una regla de la historia de las mentalidades es que los contemporáneos de un gran evento no son conscientes de su importancia. Ocurrió cuando los ingleses vieron en 1830 desfilar con indiferencia los primeros trenes, es decir, no vieron que se les venía encima la revolución industrial. Pocos limeños advirtieron el enorme cambio que se introducía en sus vidas; al comienzo solo vieron molestias pero luego se habituaron a los grandes buses. Con la comodidad hubo cambios en el humor ciudadano y la gente se puso también a leer mientras viajaban. Apareció un tipo de ciudadano más relajado y mucho más culto. Por lo demás, la adopción del transporte masivo se anticipó a la gigantesca crisis de energía de mediados de ese mismo siglo.  

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Jueves, 03 de junio de 2010 – Diario La República

Pedofilia y santidad  

 

Por: Hugo Neira

Un asunto escandaloso atraviesa el mundo en el curso de estos últimos meses: los casos de pedofilia de sacerdotes católicos. Lo cual se conecta, quiérase o no, a la condición sacerdotal misma cuando esta resulta inseparable del celibato, como pasa en la religión católica y no en otras confesiones cristianas. Se ha dicho que pedófilos se hallan también en otras actividades, entre educadores, vecinos y hasta en parientes de los infantes abusados. Se dice en los Estados Unidos, donde el escándalo de los clérigos pedófilos llevó a ponerle cifras, siendo millares, solo un 2% son cometidos por curas católicos. Ahora bien, ¿por qué es mayor el escándalo si quien lo comete es un cura católico? La respuesta es sencilla y a la vez terrible. Porque ninguna de las categorías señaladas, ni el maestro de escuela, el vecino, ni el tío del niño, pretenden el aura de la santidad.

La problemática de la pedofilia –aparte de ser una abominación– no es solo la del sexo con menores sino la de un sacerdocio privado de sexo. Es problemática, lo saben quienes estudian retórica y los sacerdotes son doctores, toda “gran cuestión implícita” (J. Russ, Métodos para pensar). En la larga historia del catolicismo, la existencia clerical que conocemos quiere decir celibato obligatorio, pero no se asumió de inmediato, fue tardía, histórica, es decir, fue decisión humana. ¿Debe continuarse? El problema se ha vuelto más sociológico que bíblico o teológico. La Iglesia Católica prosperó en sociedades que fueron durante más de un milenio rurales y analfabetas de la Edad Media al siglo XIX. Pero hoy, ante sociedades instruidas, técnicamente avanzadas y urbanas, ¿cabe el principio de la excepcionalidad de sus sacerdotes? ¿Realmente, es preciso que el intermediario con Dios sea una suerte de santo? De pronto me equivoco, y los seres humanos seguimos buscando gurúes ante lo sacro y de hecho esto da pie a un supermercado de religiones neopaganas. California es la meca del culto a Osiris, al Diablo o lo que sea. Planteo el tema, no lo resuelvo.

Que no se vea mala intención en este texto. Provengo de un hogar católico, como casi todo el mundo en el Perú. Me educaron mis abuelas provincianas cristianas viejas, muy dadas a rezos y procesiones, pero con muy poco trato con gente de sotana; en la familia fue tradición que los niños no fueran monaguillos. De joven dejé de ir a misa. Y más tarde, con la sociología, con Weber, las religiones pasaron, para mí, a ser hechos terrenales. Pero he vivido en Europa gran parte de mi vida adulta. Y postulo que ahí, los valores cristianos han sido transferidos a la sociedad civil. Ha habido un tránsito del libre albedrío a la libertad de conciencia. O sea, una interiorización de lo cristiano en la ética corriente, ciudadana. Así, el Papado habría hecho la presente civilización acaso a despecho de sí misma y ahora debe buscar otras misiones. La cuestión es si podrá reconvertirse a los usos culturales contemporáneos. Eso esperamos, incluyendo los cristianos sin Iglesia.

Por lo demás, he creído siempre en la santidad. Un héroe cultural de mi juventud fue Albert Schweitzer. Teólogo y médico, se fue al África a fundar leprosorios, premio Nobel de la Paz en 1952. El otro es Arthur Koestler, participó en todas las grandes y generosas batallas políticas e intelectuales del siglo veinte, húngaro de origen, se fue a Israel a vivir magramente en un kibboutz; desengañado, se hizo comunista, combatió en la España republicana, condenado a muerte por los franquistas, sobrevivió y escribió algunos de los más grandes libros del siglo veinte. Santos laicos, ninguno de ellos católico, el primero protestante y el segundo judío, sin que por ello olvide a monseñor Romero asesinado en El Salvador. La santidad existe, pero parece que Dios la reparte como un don entre los hombres, tal vez sin mirar mucho si cae en el Templo, la Basílica o la Sinagoga. Acaso ni le importe que algunos tengan mujer e hijos.  

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Jueves, 15 de julio de 2010 – Diario La República

Fútbol: Nobleza de Estadio

 

Por: Hugo Neira

Durante semanas, día a día, centenares de millones de seres humanos, varones pero cada vez más mujeres, hemos seguido estremecidos los partidos del Mundial de Sudáfrica con una coincidencia en la curiosidad y en la emoción que rara vez consiguen ni las religiones más extensas ni las ideologías más poderosas. Durante ese tiempo, rompiendo horarios y obligaciones, todos nos hemos sabido parte de una fiebre planetaria, de un fenómeno de masas, y la verdad, no nos ha importado mucho. No quiero ser grandilocuente, a lo que la magia del fútbol se presta fácilmente. Pero la verdad es que ese Mundial, que tanta emoción nos ha proporcionado, tuvo unas características sorprendentes.

El Mundial no comenzó como ha acabado. El arranque fue petulante, con grandes favoritos, España entre ellos, pero no tanto, más bien Brasil y Argentina, o Italia y Francia. Al inicio, parecía un show de Hollywood: grandes estrellas, y se discutía si Maradona o Pelé eran los mejores de todos los tiempos, y luego si el argentino Messi, la “Pulga” en la que confiaba Maradona, era su arma secreta “nadie en el Mundial le llega al 30%”, qué barbaridad. Los alemanes ni lo dejaron tocar el balón, se esfumó. Otro eclipse muy sonado fue el de Cristiano Ronaldo, el portugués, “el deportista más guapo del mundo” no metió ni un buen tiro. Cada quien tiene su Mundial, lo admito. Pero concederá el lector que seguramente le ganó el corazón, digo yo, la inocencia de Japón y de los coreanos, el voluntarismo de los africanos. ¡Ese equipo de Ghana! Y en los tramos finales del Mundial, los tulipas de Sneijder y de Robben con el color naranja, la inspirada gracia de Forlán, la paciencia de Andrés Iniesta, la habilidad de David Villa. El fútbol volvió a ser una fiesta antigua.

Y no es cierto que no se entienda el fútbol, al contrario. El rival es el tiempo, por eso lo de “agonista”, el reloj, los 90 minutos. Como espectáculo, tengo la impresión que nos vuelve inteligentes. ¿Han visto cómo comentamos? Y puesto que, unos más y otros menos, todos hemos cogido un balón en algún momento de la vida, en el barrio, el colegio, entonces, aquel te sale en los comentarios, medio antropólogo, cuando te dice que si el representativo de Francia perdió fue por la indisciplina de un camarín con rencores étnicos, lejos de la multiculturalidad de africanos, musulmanes y blancos que lucieron en 1998.  El otro se fija en la garra de los uruguayos, que si la idiosincracia, y el carácter o el genio de los pueblos en el deporte, y tenemos a un psicólogo de multitudes. El de más allá prefiere explicarse lo que pasa en los estadios por el uso del 4-2-3-1 o el 4-4-2 como lo más atinado. Y entonces el comentarista llama a la teoría del juego, las matemáticas de lo aleatorio y el caos autorganizador, hoy tan de moda. Todos nos volvemos teóricos, ¿y qué de malo tiene? Al ala dura de las feministas no les va a gustar, pero el fútbol nos hace pensar. Y pensar hasta en lo ético, cuando un infortunado Melo le sale un fútbol cutre, violento, y se hace expulsar, el brasileño, justo cuando más lo necesitan.

Un gran sociólogo, que se nos fue muy pronto, Pierre Bourdieu, acuñó lo de la nobleza de Estado, al describir críticamente el origen de los cuerpos de funcionarios (La Noblesse d’État, 1989). Aquí me permito, en positivo, lo de una nobleza que surge en los estadios. El resbaloso término, no de quienes ostentan sin merecerlo apellidos dobles o ricos que compraron un título, no. Nobleza como calidad, ejecutoria, valentía. Abierta a todos. Y ganó el mejor. ¿Pero, en el Mundial, qué vino a ser lo mejor? Ha triunfado la falta de lisuras, la contundencia no individual sino de equipo, el jugar con el corazón y con el cerebro. Y el alma calma. El fútbol es una competición, lo ve todo el planeta, y hemos visto la victoria no de los arrogantes sino de los sensatos. Ha vencido el equipo de los jugadores que se dieron a una praxis tranquila. Técnica y serenidad: España. ¡Qué hermoso este Mundial!  

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Jueves, 02 de diciembre de 2010  – Diario La República

El discurso de Estocolmo

 

Por: Hugo Neira

La próxima semana, en Estocolmo, es la entrega del Nobel de Literatura. Como es usual en estos casos, nuestro compatriota Mario Vargas Llosa, leerá un discurso. Contrariamente a lo que se puede pensar, no se trata de un acto meramente protocolar. Son célebres los discursos de recepción de un Nobel. Y son comentados durante decenios. MVLL ya ha recibido premios y un número impresionante de honoris causa. Pero el Nobel y Estocolmo son algo más. Se otorga el Nobel, en ciencias, a un descubrimiento capital. En humanidades se premia la obra de toda una vida. Los laureados dicen, entonces, lo que piensan de la literatura, el mundo y la vida misma. No suelo utilizar este concepto, pero será un momento trascendente. Muchos reparan en el agasajo, son los que todo lo ven fiesta. Otros repararemos en el texto, el discurso, el sentido de las cosas. Cada quien ve el mundo como le parece.

¿Qué dirá, en efecto, Vargas Llosa? O mejor dicho, ¿qué tema elegirá? No poseemos información sobre la idea central; y, casi está demás decirlo, eso solo lo sabe MVLL. Para proseguir, no cabe para este caso una proyección, eso se lo dejamos a los economistas. Tampoco un diagnóstico, eso se lo dejamos a la sociología. Ni un análisis sobre fuerzas sociales en conflicto, eso se lo dejamos a la política. Solo nos queda el sentido común, la libre y conjetural razón y lo que desde el gran siglo de la literatura española se llama el arte de la agudeza. “Capacidad para entender la naturaleza de las cosas, especialmente las complicadas o confusas”. Oh Quevedo, oh Baltasar Gracián. (El autor de estas líneas viene de una escuela pública, cuando se estudiaba el Siglo de Oro, antes que los tecnócratas lo eliminaran del sílabo. ¡Oh, qué mutilación!).

Quizá convenga proceder por deslindes. El tema del porvenir del libro impreso ante lo virtual, ya lo abordó, en respuesta a Bill Gates. Y también la novela, los derechos humanos, las libertades. Un amigo muy inteligente me recuerda que en el Rómulo Gallegos se le ocurrió dedicar su discurso a Carlos Oquendo de Amat y sus Cinco metros de poemas, ante el asombro de un público más bien internacional. Si eso es un antecedente, podría acaso evocar al uruguayo Onetti. Ya ha dicho del mismo “su mundo es un universo de un pesimismo que supera gracias a la literatura”. Pero pienso que acaso Jorge Luis Borges. Que no tuvo el Nobel. Borges, padre de todos. Nos enseñó a escribir en un castellano escueto. “Nadie lo vio desembarcar en la unánime noche”, dice de un mago en “Las Ruinas circulares”. La noche “unánime”, la canoa, el fango sagrado. ¿Será sobre la lección de economía verbal de Borges?

¿Y qué han dicho otros? García Márquez hizo una de las suyas, comenzó con estas palabras, “Antonio Pigafetta, un navegante florentino que acompañó a Magallanes, a su paso por nuestra América meridional, contó que había visto cerdos con el ombligo en el lomo”. Es decir, el realismo mágico. Octavio Paz, en cambio, “Las lenguas son realidades más vastas que las entidades políticas e históricas que llamamos naciones”. Paz, “la búsqueda del presente”. La primera frase, como al inicio de cada gran novela, da el tono del discurso. “En un lugar de La Mancha, de cuyo nombre no quiero acordarme…”.

Para un escritor, llegado al punto que ha llegado MVLL, el gran diálogo es con los clásicos. Con los del canon literario, como lo entiende el profesor Harold Bloom, es decir, “los libros preceptivos”, en lengua inglesa Shakespeare, o Dickens; en lengua francesa, Montaigne y Molière; y en la nuestra, sin vuelta, Cervantes. ¿Será el tema en Estocolmo? Pero de nuevo el enigma de las interpretaciones. ¿Abordará Mario por qué don Alonso Quijano se realiza solamente si huye de la aldea y toma la célebre adarga y monta sobre Rocinante? ¿Y cuál de los dos es el más significativo, el Quijote o el propio Cervantes, que murió pobre, fugitivo de sus propias miserias? Kafka decía que el que se volvió loco con los libros de caballería era Sancho. Ya veremos qué elige, el ganador del Nobel.  

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Jueves, 16 de diciembre de 2010 – Diario La República

Estocolmo: Del mito al logos  

 

Por: Hugo Neira

Un laureado del Nobel dice “lo que piensa sobre la literatura, el mundo y la vida”. Esto es lo que sostuve en artículo anterior, antes del acto de Estocolmo, en estas mismas páginas. De mi primera conjetura algo se cumplió. Vargas Llosa mencionó a Borges, a Cervantes, el papel de la ficción en su propio territorio discursivo, lo cual era predecible, pero también citó a Balzac, Tolstoi, a Conrad acaso por los viajes, y a Thomas Mann, cuyos Buddenbrook, aquella saga de una familia sigue inspirando a escritores más allá del alemán. Era predecible la referencia a Vallejo, y erré, no citó a Garcilaso, pero sí y con énfasis, a Arguedas. En fin, cabe destacar la primera línea del discurso. “Aprendí a leer a los cinco años, en la clase del hermano Justiniano, en Cochabamba”. Es decir, el papel decisivo de la lectura en aula, tema que comentaré al final.

Hoy todos conocemos su discurso en Estocolmo. Cabe ahora comentarlo con las artes del oficio. ¿Qué es, sin embargo, comentar? Es descubrir el vínculo entre argumentos, el movimiento de la prosa y hacer explícita la problemática central que todo texto lleva consigo. Para cumplir tal cometido no dispongo de mucho espacio. Lo intentaré sugiriendo que hay varios ejes en el discurso de Estocolmo. Como este Nobel además de narrador es un scholar, no es difícil seguirlo: su orden es cronológico. El primer eje es el aprendizaje de la lectura, la infancia, el colegio de La Salle, el inicial deslumbramiento, “el sueño en vida y la vida en sueño”; la madre, “me gustaría que estuviera aquí”. El segundo eje cuenta la dificultad, “no es fácil escribir historias”. El tercero enlaza literatura y política libertaria, contra “el tirano, la ideología, la religión”. El cuarto, “la buena literatura”, una humanidad en lectura planetaria, “en Tokio, Lima o Tombuctú”. Hay otros ejes, “nunca me he sentido un extranjero en Europa”. La revelación de Popper y de Raymond Aron se entremezcla con lo personal, esposa, hijos. Sí, la emoción, en algún momento se le quiebra la voz, pero la pausa fue corta y continuó con “volvamos a la literatura”. ¿Cómo se llama este tipo de discurso? Cuando se combina autobiografía y episodios intelectuales, estamos ante un itinerario. El escritor se ve a sí mismo, sus experiencias, y como dijo Ortega y Gasset, toda vida es navegación.

Abordemos, es hora, la problemática del texto entero. Algunos han dicho que gira sobre vida y literatura. Sin embargo algo desborda la cita misma de Estocolmo. ¿Cuál es la propuesta gigantesca, no solo de MVLL sino de García Márquez, de Cortázar, de Carlos Fuentes, del propio Borges con sus cuentos filosóficos? Ese algo, me parece, va más allá de la literatura. Dicho de otra manera, ¿una civilización puede dotarse de un discurso literario propio en espera de tener uno en el campo filosófico y científico? La respuesta, comparando civilizaciones, es sí. Eso es posible. Dos obras literarias fundan el saber griego. Los trabajos y los días de Hesíodo y La Iliada y La Odisea de Homero. Ellas preceden por siglos al “logos” de Platón y Aristóteles. Aquella civilización del saber se inició con la literatura. La obra de Vargas Llosa –y la totalidad del “boom”– prepara la libertad del espíritu tras enfrentar lo mitológico de este continente, incluyendo dictadores. Así, la apuesta de la ficción de América Latina es convocar el caos de lo irrazonable para vencerlo. Para que aparezcan los Kant, los Hegel y los Albert Einstein de este lado del mundo. Pero nuestro templo preferido tendría que ser el de Atenea-Minerva, y no lo es. Escuela y lectura andan divorciadas. Mario a los cinco años aprende a leer porque hay, por fortuna, un profesor de La Salle, el hermano Justiniano. Esa frase, esa vida, ese Nobel, es un vivo reproche a la seudoescuela actual (y parte de la universidad) que forma neoanalfabetos que cree que leer está pasado de moda.  

P.D.: Sobre política, dentro de 15 días. Pero hay buenas noticias: la alcaldesa Susana Villarán sabe decir no.    

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