Con nuevo libro bajo el brazo Hugo Neira habla del feminismo, el velasquismo cincuentenario y la cátedra de Alan García.
Por: Carlos Cabanillas |
Todos los martes, desde las 7:15 PM hasta las 10 PM, Hugo Neira desarrolla el curso de Ciencia Política en el Instituto de Gobierno y Gestión Pública de la USMP. Es el curso que solía dictar el expresidente Alan García hasta que uno de esos martes —el martes 16 de abril, hace ya más dos meses— decidió despedirse de sus alumnos con un sencillo mensaje y una última clase que parecía más de historia: desde Piérola y Prado hasta la Guerra del Pacífico. Con su pizca de psicoanálisis o laico confesionario, claro. «Contó que ‘va mucho al cementerio’», recuerda Neira. Y se dice que en uno de sus últimos despachos sugirió «que sea Hugo Neira quien lo reemplace en el Instituto si algo le pasaba»
«No tuvimos una revolución mexicana pero tuvimos tres grandes cambios, tres terremotos», sentencia Neira. «La migración del campo a la ciudad, la reforma agraria de Velasco y la reforma económica de Fujimori». La conclusión es simple y aterradora: los grandes cambios sociales peruanos se hicieron de arriba hacia abajo. Cambios impopulares y a la mala. Reformas sin la estabilidad política y el consenso que —pensando ucrónicamente —podrían haber implementado Haya de la Torre y Vargas Llosa, con sus respectivos partidos políticos. «Los cambios los hicieron dos antipartidos, dos chinos: Velasco y Fujimori. El militar y el autócrata.» Las dos caras de una misma moneda autoritaria. Algo de eso aborda Neira en su último libro, que viene en dos volúmenes, y que continúa su más reciente saga de historia comparada a ser presentada el martes 2 de julio a las 6:30 PM en el CC Ccori Wasi: El águila y el cóndor. México y Perú (Universidad Ricardo Palma, 2019). Precedido por El mundo mesoamericano y el mundo andino (Universidad Ricardo Palma, 2016). Dos epicentros de sus respectivos imperios. Dos países muy parecidos y distintos. No tuvimos un Emiliano Zapata o un Pancho Villa o un Benito Juárez. El APRA no siguió el camino del PRI (para bien y para mal). Mucho menos un Monumento a la Revolución (y sí una estatua de Pizarro sospechosamente parecida a la de Hernán Cortés).
–¿Por qué tirarnos contra los partidos a la hora de hacer cambios?
–Deberíamos ser capaces de hacer el cambio con democracia, con partidos y con
debate. Los regímenes autoritarios terminan haciendo cosas por el pueblo. Es
una locura.
–Además, fueron reformas con intereses subalternos, para impedir otros
cambios populares. Es la reforma agraria para evitar la cubanización. Es la
liberalización fujimorista para bloquear la libanización.
–Todo lo reformista de Velasco, las cosas buenas,
era una forma de decir ‘hago esto, para que no venga lo otro’. Hay cosas que a
veces hay que hacerse a la fuerza. Hoy día hay dos millones de campesinos
propietarios, desde Puno a Cajamarca.
–Sinesio López mencionaba el ‘enroque’. Luego de bloquear por décadas la
Reforma Agraria del APRA, el partido se morigera y se corre a la derecha. Y los
militares se tiran a la izquierda. Distintas ubicaciones, mismo desencuentro.
–El enemigo era la oligarquía y se la cargaron.
Nunca se les ocurrió que eso iba a pasar. Eso empieza en el CAEM, porque eran
militares cultos. Se habían montado su universidad. Cuando Carlos Delgado me
presentaba a los comandantes, resulta que todos me habían leído. Y también a
Béjar y los otros. Recuerdo que una vez Delgado preguntó «¿están en Rousseau,
no?» Y el militar explicó la dualidad, los dos brazos, la unidad entre el ejército
y el pueblo. Y yo le dije «qué bien, ¿y el profesor les contó que la soberanía
del pueblo son también las elecciones?». Y me dijo: «a esa partecita no hemos
llegado aún».
–¿Cuándo decidió dejarlo todo por venir a trabajar con Velasco?
–Yo estaba en Francia un 24 de junio como hoy, pero de 1969. Era profesor
contratado, todavía no había hecho mi doctorado francés. Habíamos perdido toda
la esperanza de que pudiera haber una revolución en América cuando murió el
‘Che’ Guevara. Tenía varios amigos que dijeron ‘se acabó, se acabó, tenemos que
estudiar, de repente nos quedamos en Europa’. Fue un choque tremendo, emotivo.
Y porque además, a partir de allí, la Unión Soviética, que no le había gustado
para nada el caso Guevara, había decidido que no quería otra Cuba, otro sobrino
a quien pagarle los estudios. Y de pronto el 24 de junio, en todos los
quioscos, ‘Reforma Agraria en el Perú’, y en todas las lenguas. Y yo cogí el
periódico y entré a una sala general de clases, pedí permiso al profesor y puse
el periódico así. Plaf. Se suspendió la clase. El profesor se bajó.
Cinco mil fundos intervenidos sin un solo muerto. Entonces dije ‘yo me
regreso’. Y el rector me dice «yo entiendo, le damos un año de plazo, tomaremos
a una persona que lo reemplace, pero yo no le creo mucho a esos militares que
han aparecido», me dijo. «Yo no creo en militares de izquierda. ¿Qué es eso?
Esos son leones herbívoros».
–Tuvo que hablar con el propio Velasco para convencerse.
–Yo ya estaba viendo las comunicaciones en Sinamos. Yo le dije: «presidente, ya
hablemos en serio». Y él me dijo, «¿qué pasa? Tienes un ligue, porque sabemos
todo de ti, muy mujeriego, mis camaradas te han seguido, sabemos adónde vas, al
cinco y medio». Y le pregunté, «¿esto hace usted con los ministros?» Me
respondió: «por supuesto, es lo primero que tengo que vigilar. ¿Acaso no he
dado un golpe de Estado? Y bueno, ¿qué quieres saber?». Disparé: «¿esto es al
muere?». Y fue contundente: «Sí, al muere. ¿Es un concepto taurino, no? Te has
quedado mucho tiempo en España.» Y le expliqué que es cuando uno se lanza y el
toro también, y uno mata al otro. Y nos dimos la mano y abrazamos. Luego llegué
a casa de mi madre, cuyos hermanos eran hacendados y los expropiaron y le dije:
«me quedo mamá, voy a quedarme en el cargo que me dan». Mi madre se echó a llorar.
Me dijo Hugo te van a matar. Toda nuestra familia ha sido
tocada. Te van a matar. Fueron siete años que vivimos con una pistola
en la mano.
–¿Cuál terremoto social vendrá?
–¿Qué falló? No fue la economía ni la política. Vivimos en democracia y en crecimiento.
Falló la sociedad. La educación se ha deteriorado. Jóvenes que no saben razonar
ni comprenden lo que leen. Ahora hay un lumpen manejado por posverdades. Y
votará por cualquiera el 2021.
–Cuando éramos más pobres leíamos más. Hay una clase media que no lee.
–No era aprista pero iba a escuchar a Haya de la Torre. Haya se echaba unos
rollos de tres horas de filosofía, de política, de historia. Haya hablaba de lo
que vio en Suecia, donde las políticas sociales eran compatibles con el
mercado. No era la Unión Soviética. Y el pueblo que lo escuchaba era un pueblo
pobre. Mucho más que el de hoy. Pero culto. El artesano que te arreglaba el
zapato era culto. Ha sido un golpe la clase blanca. Han vuelto a fabricar un
grupo separado. Antes estaban en los Andes, ahora están en Lima. ¿Cuáles son
los buenos puestos? Los puestos formales: el 20 %. Si los cholos se
educan, nos van a quitar el puesto. Que se queden allí, en sus escuelitas.
Esa es la gran trampa. Han recreado un nuevo siervo que ya no será el jardinero,
pero si el que sabe solo cosas técnicas. Esas cosas técnicas, con la velocidad
a la que va la tecnología, en una la reemplaza una aplicación dentro de cuatro
años y se quedan en el aire.
–Qué raro
que no fue maoísta. Un intelectual afrancesado cerca del poder.
–Por muy poco. Por el campo. Lo que pasa que teníamos conciencia por nuestra
cultura. Éramos herederos de los grandes historiadores: Riva Agüero, Basadre y
Porras, que fue nuestro maestro, el de Vargas Llosa, el de Macera y el de
Araníbar.
–Usted
presenció las marchas del orgullo gay en Francia.
–Las marchas son una moda acá, una tendencia.
–Vio el
estructuralismo francés que parió todo el actual debate de género. «No se nace
mujer, se llega a serlo», dijo Simone de Beauvoir.
–La construcción del varón y la mujer es tan variada como las dos mil culturas
que hay en el mundo. Para la antropología el ser humano se va formando en el
tiempo. Un japonés es distinto que un polaco y un arequipeño. Ahí son las
costumbres, la sociedad, la religión. Pero estamos exagerando la importancia de
la sociedad.
–La política
peruana ahora discute biología. Con mis hijos no te metas…
–Es un debate muy simplón. Hoy estamos en la genética. Los genes definen todo.
–¿Y las
cuotas? Género, raza.
–El mestizaje en el Perú es impresionante. Nuestro racismo es muy de boca, para
mentar la madre sobre todo. Es la hipocresía.
–Racismo de
la cintura para arriba.
–Volviendo al género, las mujeres son las que sacan adelante la familia, las
empresas. Hace rato que la mujer manda en la casa. Padres ausentes: Vargas
Llosa, Mariátegui, Arguedas. Sus madres los formaron. Y a Basadre le dio la
educación alemana.
–El voto a
la mujer lo da Odría. Y el ministerio de la Mujer lo da Fujimori. ¿Hay una
derecha feminista?
–Eso fue estratégico. Odría creía que eran conservadoras. Quizás
lo fueron, pero el voto fue más o menos igual que el de los hombres. Siempre he
tenido admiración por las mujeres.
«Es mujerólogo», interrumpe Claire Viricel. Mientras su esposo trae libros de
la alumna Lou Andreas-Salomé, Anaïs Nin y Flora Tristán. «Me gustan más que
Simone de Beauvoir», aclara. Y se pierde en su biblioteca con su pareja.
Publicado en Caretas n° 2596, jueves 27 de junio de 2019