Hace 60 años que desapareció un gran etnólogo francoamericano, nacido en Suiza el 5 de noviembre de 1902, Alfred Métraux. Se quitó la vida un 11 de abril de 1963, a los 60 años. Fue director de estudios en la Ecole Pratique des Hautes Etudes en Sciences Sociales de París de 1959 hasta su muerte. Sus trabajos sobre los Incas, los Rapa Nui y los Tupi-Guaraníes son entre los más importantes que ha dejado. Cuando era periodista en el diario Expreso, comenté en un artículo el homenaje que se le hizo en la revista Cuadernos, aquí reproducido, por los alcances proféticos de Métraux. Esta columna se encuentra también en mi libro de crónicas de los años 60 que salió en Lima en el 2001: Pasado presente (SIDEA). Amable lector, lo dejo con el joven Neira.
_____
Acercamiento a Métraux
(Diario Expreso, jueves 29 de agosto de 1963)
El último ejemplar de Cuadernos (julio de 1963, N° 74, 166 páginas) trae algo que nos concierne. Se trata de un homenaje a Alfred Métraux, el gran etnólogo francés, amigo del Perú. En un bosque de los suburbios de París lo hallaron muerto, en abril del presente año. Desde 1959 había iniciado sus estudios sobre la civilización de los incas. Fruto de esa humanísima curiosidad por los restos vivos de la gran cultura peruana es su libro Los incas, publicado por Ediciones de Seuil, en París (1962). Hubo en Métraux un etnólogo apasionado por la materia de su ciencia: los hombres indios de América. Quizás hemos tenido alrededor de las masas indígenas montañas de papel, sin alma, y escritas en una jerigonza que hace pensar, por momentos, que sus autores desconocen el uso normal del idioma. Métraux tuvo verdadera simpatía para nuestro campesinado indígena y escribió las conclusiones de sus pesquisas de un modo claro, sencillo y noble. Dos méritos, por lo demás, escasos.
El homenaje de Cuadernos a Métraux se compone de tres artículos. «Una carta a Alfred Métraux» de Victoria Ocampo, una reseña biográfica de Henri Lehman y, por último, el capítulo final, con las conclusiones, de Los incas de Métraux. La composición del homenaje no puede ser más justa: habla al escritor, triunfo de la palabra escrita sobre la muerte. Habla la amistad en Victoria Ocampo y la camaradería profesional en Lehman.
La carta de Victoria Ocampo deja entrever la personalidad de Métraux en el nivel íntimo de la conversación y la vida corriente. Métraux andaba, entonces, por el norte argentino, realizando estudios entre los indios chiriguanos, tobas y matacos y regresaba de Bolivia, de haber permanecido entre los chipayas y los uros del lago Titicaca. Aún no conocía el Perú. La curiosidad de la directora de Sur y la experiencia del francés convergieron en charlas prolongadas. Métraux era, al parecer, un apasionado de su oficio. Al auditorio argentino que le escuchaba en la quinta de Victoria Ocampo contaba a modo de aventuras lo que era su vida normal de etnólogo, entre tribus primitivas.
Quienes le escuchaban quedaban muy impresionados. «Usted conocía mejor a América que yo», dice Victoria Ocampo. Alguna vez discutieron la anfitriona y Métraux. Pero fue sobre Sur, a la que éste llamó «planta de invernáculo». El etnólogo, gran observador, hacía también críticas severas sobre la Argentina. Más tarde alabaría la ausencia de chauvinismo en su auditorio. La carta de Victoria Ocampo reivindica algunos de los mayores defectos que se le atribuyen a Sur, como a buena parte de la actividad cultural argentina: el esnobismo. Pero si éste conduce a la curiosidad respetuosa por los talentos como Métraux, Malraux, Caillois, Ortega y Tagore, que estuvieron en la Argentina invitados por la Ocampo; si el esnobismo es frecuencia y trato con las grandes corrientes del pensamiento contemporáneo y con los hombres que la encarnan, entonces es hora de mirar de distinto modo lo que parece a primera vista defecto y es, en las coordenadas americanas, virtud, santa virtud de la curiosidad.
¿Qué queda actualmente de la civilización incaica? Ésta es la pregunta que trata de contestar Métraux en la parte final de su libro. Halla que el quechua está hoy más difundido que en tiempos de los incas. Incluso lo hablan pueblos que jamás dependieron de éstos. Las misiones lo extienden a la Amazonía. Por otra parte, las comunidades son pequeñas sociedades replegadas en sí mismas. Están a la defensiva. No obstante, algunas se han cansado de esperar, y han tomado el progreso por sus propias manos. No halla, pues, inmóvil al mundo indígena. Métraux ve emigrar las masas campesinas a las ciudades, aprender el español o iniciarse en la política y atisba en ellas una forma de conciencia. Herencia de la tradición incaica las ve concebir el progreso «solo» en comunidad. Persiste, pues, el hábito de la solidaridad y el hábito de trabajar en común. La antigua civilización no está, pues, muerta.
Las conclusiones de Métraux son proféticas. Ha visto el etnólogo confesión de cultos religiosos en la adoración en las capillas, iglesitas serranas, de Santiago Apóstol, santo colonial y conquistador, de llameante espada, con la adoración al relámpago. Ambas deidades dan el Apullampa. Pero si la reminiscencia mágico-religiosa es evidente Métraux señala un nuevo aspecto: «Todos los indios que hablan quechua tienen el sentimiento de pertenecer a una misma nación, la de los incas». De hecho los indios de la montaña, del Ecuador a la Argentina, participan de una civilización mucho más uniforme que la existente en la época del imperio inca. La instrucción más extendida les ha hecho familiares los nombres de los grandes emperadores incas y les ha dado a conocer la riqueza y la felicidad de los pueblos que les estaban sometidos. «Cuando un día próximo, dice Métraux, las masas indias se rebelen para exigir que se les rinda justicia y que la tierra que les fue robada les sea devuelta, se asistirá, entonces, a un tercer renacimiento de los incas».
Publicado en El Montonero., 18 de setiembre de 2023
https://elmontonero.pe/columnas/recordando-a-un-peruanista-ilustre