Hugo Neira traza un esquema comparativo del pensamiento de cuatro culturas importantes, dos americanas y dos orientales, una de ellas China.
Por: Richard Chuhue
-¿Por qué un enfoque comparativo de las culturas?
Este libro es un tanto distinto a los que la academia en América Latina tiene como temática. Esto más bien viene de mi formación europea porque hay más libros en inglés, en francés sobre temas comparativos entre civilizaciones. ¿Por qué razón? Porque Estados Unidos, Europa y ahora también China son parte de la esfera de poder económico, entre las potencias más avanzadas, y naturalmente son parte de la mundialización. Hay unas modificaciones de los intereses de los antropólogos, los historiadores, los etnólogos, los economistas, entonces comienzan a aparecer los primeros pasos para lo que es una historia mundial.
-¿Cómo nace la idea del libro?
Yo estaba en un mundo universitario donde había un interés permanente por la investigación, y es mi lado europeo el que me inspiró. Sin embargo, comencé con una idea bien peruana dentro del esquema comparativo. Comencé con los Incas. Tuve también interés en escribir sobre Mesoamérica. He escrito dos libros sobre ellos posteriormente. Por otra parte, tenía un interés muy particular por la filosofía. Es decir, tenía la necesidad de escribir más allá de los campos que manejo, que son la historia, las ciencias sociales, la ciencia política. Quería una visión global, que es lo que da la filosofía. Es lo que más he leído en los últimos años, pues me parece que el pensamiento filosófico es capaz de tener una visión más completa y global del hombre y de la sociedad.
-¿Cuál es la importancia de su libro y por qué China?
Me di cuenta de que había un intenso debate filosófico: los europeos insisten que suya es la filosofía y no la que tienen las «culturas periféricas», esas mismas que no han tenido ruptura, como la India con los Vedas, que tiene 4000 años de antigüedad, o la cultura China, que jamás ha sido dominada. No hay un Pizarro en China, no han perdido su lengua. Es una civilización que ha continuado su historia sin ruptura cultural. A lo más, en el peor momento, dejaron una economía de enclave en la costa, pero nunca dejaron de ser ellos los que mandaban hasta el año 1910 en que comenzó la República. Entonces quise rebatir esa visión autocentrista del mundo occidental y me lancé a comparar las civilizaciones China e Hindú, recurriendo a los investigadores que las habían investigado sólidamente en París, y puse al mismo nivel el pensamiento filosófico Inca, a la vez que el Azteca. Puse en las ligas mayores al pensamiento quechua, al lado de las grandes civilizaciones. Este libro no es para el Perú, no lo pueden entender, tal vez lo harán cuando yo me haya muerto, cuando la mundialización
haya avanzado y se den cuenta de que en algún momento determinado se pensó filosóficamente en el Perú. Y ello es pensar en un concepto global del ser humano y de la vida. Eso lo tuvieron también los Incas.
-¿Ha visitado China?
Me invitaron en la época de Velasco, siendo yo director de un periódico, y fui junto con Raúl Vargas. Llegué cuando Mao Tse Tung acababa de fallecer y estaba en el gobierno su viuda, Jiang Qing, todo un personaje. Nos quedamos prendados de China. Ya Raúl y yo queríamos regresar a nuestros periódicos, él era subdirector y yo director, pero también nosotros queríamos volver para estudiar chino y ello se frustró. Regresamos al Perú, hubo cambios políticos en China y el embajador que nos había prometido una beca para que estudiáramos en China nos escribió una carta diciéndonos que no podía hacer nada porque estaba en un campo de trabajo. Era uno de los burgueses chinos que había sido castigado luego de la Revolución Cultural. Y luego me llegaron las propuestas europeas y seguí pues, pero nunca dejé de observar a la India y a China como sociedades de una autonomía intelectual extraordinaria.
-¿Por qué quería estudiar en China?
Por su racionalidad milenaria. He pasado mucho tiempo después quemándome las pestañas en leer todo lo que fuera necesario de esa cultura a partir de los especialistas y la gente seria. No buscaba la religión, quería encontrar y entender la filosofía y racionalidad china. En mi libro ¿Qué es política…?, que editó la Universidad San Martín de Porres, también los menciono de manera importante. Se dice que la política nace en Grecia, ya que ellos descubren, cuatro siglos antes de Jesucristo y como resultado de una herencia constante, la filosofía y la política como conocimiento. Entonces tendría que comenzar por ellos, pero no, comienzo por China. El primer estado, en el año 221 a.C., consigue crear un sistema político que evita lo que llaman los chinos en su historia: la continuidad de «el periodo de los reinos combatientes». Entonces se reúnen y manejan las tierras y las aguas de los ríos y progresan. China siempre fue el lugar más poblado del mundo. Cuando había 260 millones de seres humanos en el paleolítico, ya había 150 millones en China. ¿Por qué? Pues solo hay dos sitios en el planeta que tienen esa ventaja extraordinaria: los Estados Unidos, en la planicie del Oeste, y China, que también tiene altas posibilidades agrícolas y ríos. Tiene
tierra, agua y población. ¿Cómo organizas eso? Con una estructura del Estado, y por ello inventan algo extraordinario: el funcionario público, el mandarín. Este podía ser cualquier joven cuyos padres, agrícolas, lo habían educado suficientemente como para competir. Entonces también inventan al funcionario de carrera de por vida. Y Europa muchos años después toma el ejemplo del primer Estado en el mundo: China.
-¿Y cómo acaba el libro?
Con un capítulo llamado «Del Gran Timonel a nuestros días». Entonces China está en este libro al comienzo y al final, pues fue el primer Estado que manejó gente muy diversa y heterogénea, y hoy en día es una potencia que se acerca en riqueza global a Estados Unidos. Como se puede ver ese interés por esta civilización me ha durado.
-¿Qué es lo que más lo impresiona de China?
Hay cosas que me impresionan mucho: la racionalidad china. Tienen algo parecido a los griegos, a pesar de que no tienen pasajes de una cultura a otra, es independiente. Los chinos parten de un concepto, desde Confucio y Buda: No hay por qué preocuparse por el mundo es increado, nació consigo y existió consigo siempre. Resultado: no hay iglesia; hay escuelas de formación. No hay dogmas; se piensa, se razona. Y el tema de los dioses no lo tocan. Los dioses existen. ¿Qué simbolizan? Para los griegos y los chinos son las fuerzas que no conocemos. Pero no hay una teología. El hombre muere. ¿Qué es la muerte? ¿Qué es el más allá? No sabemos, debe haber potencias, creen en lo divino, pero no hay creación del cosmos por un dios único. Por lo tanto, no hay papado, no hay inquisición, por lo tanto, razonan. Debido a esa racionalidad, en la actualidad han sacado ventaja a otras naciones contemporáneas. ¿Qué nos falta para igualarlos? ¿El desarrollo científico debe ser una política de Estado? Por supuesto, pues se evitan problemas. Para qué vas a estar haciendo tonterías si tienes una profesión que te da seguridad. Esa es la solución para evitar la corrupción: la tecnociencia. Y es cuestión de mandar a estudiar a alguien tres añitos fuera y traerlo y agarrarlo de la oreja si no viene.
Eso hicieron los japoneses, mandaron a miles de personas al exterior. Y China también. La última vez que fui a la otra universidad que quiero mucho aparte de San Marcos, cuando he ido al Instituto de Ciencias Políticas de París, veo que han hecho una ampliación y ¿qué he encontrado? 200, 300 estudiantes chinos e hindúes, enviados a Francia a estudiar, pagados y becados. ¿Qué es eso? Van a estudiar a Inglaterra, Alemania, Francia, eso es capital humano que luego regresa, eso es lo que necesitamos. China hoy en día hace sus armas, sus viajes al espacio e India no necesita ya los científicos foráneos porque la ciencia es universal, un logaritmo es planetario, no pertenece a una sola civilización. Ese salto a la tecnología es el que nos falta. La visión de tener matemáticos, físicos, químicos, científicos de ciencias duras en el Perú. Tenemos que dar el salto científico y lamentablemente todavía somos un país al que no le interesa la ciencia, sino solamente algunas aplicaciones de la tecnología, que no es sino la aplicación de la ciencia.
Publicado en la revista Integración n°52 de junio de 2019, pp. 44-47