Por qué fracasan los países                                                                           

Escrito Por: Hugo Neira 235 veces - Ago• 07•23

Por qué fracasan los países: Los orígenes del poder, la prosperidad y la pobreza es un libro extraordinario. Un gran trabajo de investigación y comparatismo que les tomó 15 años a sus autores, dos economistas, Daron Amoceglu y James A. Robinson, docentes ambos, uno en el Massachusetts Institute of Technology y el otro en Harvard. La edición que tengo a la mano es del 2012, del Grupo Unión, de Argentina. Un libro que partiendo de las «primaveras árabes» del 2011 examina los orígenes de la pobreza en varios países y continentes y a través de los siglos, el impacto de los modos de producción en la larga duración (feudalismo, esclavitud), el impacto de los absolutismos, los imperios y la colonización, y demuestra que la «sabiduría convencional» sobre el tema está equivocada. ¿Qué se suele decir de los países que no llegan a prosperar? se preguntan. «Una situación geográfica desfavorable, creencias o culturas incompatibles con el éxito económico. Y también políticas equivocadas por falta de asesoría adecuada». Lo que esa «sabiduría» oculta, precisan, es el papel que juegan las élites reducidas que logran hacerse del poder, que no buscan crear riqueza para el beneficio de la sociedad sino para el suyo, concentrando el poder en muy pocas manos. Por el temor a volverse «perdedores políticos». La prosperidad viene con los derechos políticos, con instituciones inclusivas como las que nacieron de la Revolución Francesa —abolición de los gremios, igualdad ante la Ley, Estado de Derecho (p. 342)—, con los inventos, la mecanización que libera el hombre del trabajo manual y las revoluciones tecnológicas. Y «no hay receta para desarrollar dichas instituciones políticas inclusivas» (p. 536). Pero su investigación muestra que nacen cuando el poder político está «ampliamente repartido en la sociedad», cuando hay pluralismo, condiciones que lograron las grandes revoluciones: la Francesa, la Gloriosa en Inglaterra o la del Meiji en Japón. En cambio, la bolchevique y sus réplicas fracasaron en aportar libertad y prosperidad.

Destacaremos algunos extractos.

 «Antes de 1492, fueron las civilizaciones del valle central de México, América Central y los Andes las que tenían una tecnología y un nivel de vida superiores a los de Norteamérica o lugares como Argentina y Chile». A pesar de que la geografía continuaba siendo la misma, las instituciones impuestas por los colonos europeos crearon un ‘revés de la fortuna'» (p. 75).

«El temor a la destrucción creativa es la razón principal por la que no hubo un aumento sostenido del nivel de vida entre la revolución neolítica y la revolución industrial, La innovación tecnológica hace que las sociedades humanas sean prósperas, pero también supone la sustitución de lo viejo por lo nuevo, y la destrucción de los privilegios económicos y del poder político de ciertas personas. (…) La élite, sobre todo cuando ve amenazado su poder político, forma una barrera enorme frente a la innovación. (p. 220)

«Los países fracasan hoy en día porque sus instituciones económicas extractivas no crean los incentivos necesarios para que la gente ahorre, invierta e innove. Las instituciones políticas extractivas apoyan a estas instituciones económicas para consolidar el poder de quienes se benefician de la extracción.» (p. 436)

«El hecho que haya democracia no supone necesariamente que haya pluralismo. El contraste entre el desarrollo de las instituciones pluralistas de Brasil y la experiencia venezolana es revelador en este contexto. Venezuela también hizo la transición a la democracia después de 1958, pero esto ocurrió sin cesión de poder a las bases y no creó un reparto pluralista del poder político. Lo que sucedió fue que los políticos corruptos, las redes de clientelismo y los conflictos persistieron en Venezuela, y, en parte como resultado de ello, cuando los votantes fueron a las urnas, incluso estaban dispuestos a dar apoyo a déspotas en potencia como Hugo Chávez, y la causa más probable es que pensaran que solamente él podría hacer frente a las élites establecidas de Venezuela. Por consiguiente, Venezuela todavía languidece bajo instituciones extractivas, mientras que Brasil rompió el molde» (p. 535).

Basta para comprobarlo pensar en la ausencia de ferrocarriles en el Perú. Las elites volcadas en la importación de autos pensaron en sus negocios, y temiendo la competencia de otros modos de transporte, desdeñaron el desarrollo de las vías férreas, tanto las de la superficie como más tarde las subterráneas. Lima entró al tercer milenio sin metro. Es lo que nuestro gran historiador Jorge Basadre llamó el «sultanismo», término que proviene de Weber, en uno de sus últimos trabajos, un libro póstumo, que escribió un año antes de su muerte. Fue prohibido de distribución por el poder legal, porque justamente denunciaba a las élites que se hacen del poder para depredar las riquezas de la nación. Temieron ser «perdedores económicos». El sultanismo, la esfera de los favores.

En tanto que weberiano, me detuve en los argumentos de los autores respecto del relativo peso de la cultura. Preguntándose si la cultura es útil para comprender la desigualdad del mundo responden «sí y no» y argumentan lo siguiente: las normas sociales se vinculan con la cultura y puede ser difícil de cambiarlas. Pero «ni la religión, ni la ética nacional ni los valores africanos o latinos son importantes» para explicar la persistencia de las desigualdades en el mundo (p. 77). Y la confianza en los demás, muchas veces invocada, no se puede considerar una causa en sí pues resulta de las instituciones.

Sobre la «ética protestante de Weber» que traen como «explicación cultural» en su apreciación, no niegan su impacto en los Países Bajos e Inglaterra que eran «predominantemente protestantes y los primeros éxitos económicos de la era moderna» (p. 80). Pero Francia e Italia, que eran países predominantemente católicos, prosperaron igual, «por copiar rápidamente los resultados económicos de los holandeses e ingleses en el siglo XIX». Y el Asia logró la prosperidad sin el cristianismo, por cierto.

Citar al respeto a Weber por solo una de sus numerosas obras sobre las religiones podría confundir al lector sobre sus alcances.  A lo que Weber se refería no era solo el protestantismo sino la ética, el sistema que lo sustentaba. Muchos de sus escritos circulan poco. Al describir el capitalismo como un sistema de explotación formidable, no pretendía buscar su paternidad sino entender los engranajes del ‘reparto irracional de los bienes’ que el sistema capitalista representa. Ha estudiado el confucianismo y el taoísmo, el judaísmo, el hinduismo y el budismo. Se interesó por los sistemas de pensamiento de las civilizaciones y su impacto en la racionalización económica, es decir en la racionalización de las ganancias. De ahí su interés por las religiones, no por su aspecto irracional en sí sino por sus relaciones íntimas con el intelectualismo racional. La ética, una disposición.

Publicado en El Montonero., 7 de agosto de 2023

https://elmontonero.pe/columnas/por-que-fracasan-los-paises

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