De autoritarismos, hitlerismos y otras calamidades

Escrito Por: Hugo Neira 2.052 veces - May• 11•14

Se me ha pedido un artículo sobre un tema preciso: “Autoritarismo y Regímenes Democráticos en América Latina”. Es un buen tema, con un telón de fondo de actualidad. Maduro, lo que pasa en Venezuela, etc. Me parece más bien temas federativos, pero el tema se presta también a la crónica ligera, inmediatista. Y eso es un riesgo. Puede uno irse hacia la facilidad, pero ¿cómo resistir a la tentación de comentar el discurso del presidente Maduro que llama “fascistas” a la gente que llena las calles de Caracas cuando, en realidad, quien maneja los grupos de asalto a los cuales los venezolanos llaman “los colectivos”, es el propio Maduro? (El Nacional, portada, miércoles 12 de marzo).

Con todo, unas líneas sobre lo inmediato. El tema del uso de la violencia no hace un régimen forzosamente fascista, sino ciertos rasgos muy típicos. En el caso de Caracas, saltan a los ojos. No solo reprimen a los estudiantes los piquetes de policía sino gente civil armada y con consignas paramilitares. Es casi imposible negar la semejanza con los  Sturmabteilung o SA que hacían las mismas cosas en las ciudades alemanas. No eran tropas regulares, ni en Berlín ni en Caracas, la gente que reprime sino sujetos reclutados,  grupos de asalto. Y sirven para el mismo fin, la represión abierta e intolerante contra toda oposición. Resulta simplemente patético ver al Führer venezolano decir que los fascistas son los otros. Esta tropicalización del lumpen ario no está en Arendt. Es de nuestro  atribulado tiempo.

El reto de los autoritarismos por desgracia realmente existe, es ceguera negar su actualidad, pero también debo decir que se presta a lamentables equivocaciones y una serie de medias verdades. Para comenzar, ¿ese concepto de autoritarismo está bien definido? ¿No aparece a menudo citado junto al de totalitarismo?

¿Qué dice la Academia? (Lo que sigue puede ampliarse si se lee estos dos libros míos, el primero, La democracia, entre el logos y el fuego, en particular pp. 51-106. Y en lo que concierne al acceso populista de Hitler al poder, ver ¿Qué es nación? pp. 147-150, «el arte de tomar el poder gracias a los errores de sus rivales».)

La convocatoria, autoritarismo o democracia, alude a una temática fundamental. No ha habido un momento, desde los griegos hasta nuestros días,  en que no se haya dejado de intentar clasificar a los regímenes políticos. Seré escueto, con perdón del lector, reductor. Estemos de acuerdo que hay tres grandes momentos clasificatorios. El primero es Aristóteles. Su tipología de regímenes, desde Ta Politika, su obra, establece un  criterio de partida desde el tipo de dirigentes.  Son Tres. El gobierno de un solo hombre, el de una minoría, el de muchos. Los conocemos como Monarquía, el segundo como Aristocracia y el tercero, politeia. En griego, el mayor número posible. Ahora bien, estos tres regímenes tienen virtud, legitimidad, pero también un fantasma, la posibilidad de una deriva.  El Monarca puede ser caprichoso y entonces es un Tirano. Los aristócratas, los aristoi, es decir, los mejores, se pueden cerrar aun más y volverse  oligoi, es decir una oligarquía. Y en manos de demagogos, el pueblo  —el demos— puede volverse intolerante. Entonces Aristóteles le pone un nombre, democracia. Lo siento, pero así nace el concepto, que naturalmente no es lo que entendemos por democracia en sociedad de masas. Por lo demás, el pensamiento clásico no establecía ‘buenos’ o ‘malos’ gobiernos, en realidad Aristóteles señala que predominaban las combinaciones, pero no confundiré esta nota con alguno de mis cursos. Ya está bien para el punto de partida.

La triada aristotélica se quedó de pie hasta los decenios de la guerra fría. En 1965, el profesor francés Raymond Aron, tras un estudio comparativo, establece otras reglas universales de clasificación de regímenes. De un lado está la Unión Soviética. Del otro, los regímenes occidentales. La diferencia no la establece la ideología o el discurso retórico y oficial sino los procedimientos. Del lado soviético, partido único. Del otro, partidos múltiples. La conclusión cae por su propio peso. La diferencia reside en tener o no tener pluralismo político.

El tema no estaba cerrado. En 1975, un politólogo de origen alemán por el padre, y madre española, que estudia en la Complutense de Madrid y graduado en Columbia, de nombre Juan J. Linz innova brillantemente en el sistema clasificatorio Aristóteles-Aron. Su propuesta es  un sistema terciario. Autoritarismo, totalitarismo y democracia. El autoritarismo para Linz se caracteriza por un «pluralismo limitado». En cambio, en el totalitarismo (Hitler tanto como Stalin), el Estado absorbe la sociedad. Del esquema de Aron queda lo mismo, régimen democrático como sinónimo de pluralismo. Quedan de ese modo diferenciadas “dictaduras” autoritarias que guardan el poder autocráticamente pero que paradójicamente despolitizan las sociedades:  es el caso de la España de Franco, de Chile con Pinochet y el Perú de la antipolítica con Fujimori. Pero de los autoritarismos se sale, finalmente. Acaso tras plazos prolongados. Por el contrario, nadie sabe cuándo acabará la dominación totalitaria en Corea del norte o en Cuba.

Hay una cuarta fase, la actual. Un nuevo tipo de regímenes emerge desde Venezuela cuando un hábil caudillo, Hugo Chávez, decide transformar la renta petrolera en recurso distributivo. Lo de usar los “veneros del petróleo dados por el diablo” —el oro negro, como lo llamó un gran poeta mexicano— no era la primera vez que esto ocurría en Venezuela.  Ya lo había hecho Juan Vicente Gómez, desde 1908, el “tirano liberal”, luego, los dictadores militares —Pérez Jiménez— y cuando llega la era de civiles democráticos, desde 1958, también se usa la renta petrolera. En este caso, por adecos y los del Copei, se usa los “veneros del diablo” para transformar Venezuela, la cosa funciona hasta que la hunde la corrupción. Ahí surge Chávez. Tras un desplome político. Pero claro, no estaba de moda el tratarse de “liberal” como Juan Vicente, ni “desarrollista” como Betancourt, había que echar mano a otra cosa. Y aparece la etiqueta del ‘socialismo del siglo XXI’. Un delirio. ¿Qué modo de producción es ese? Ante la actual Venezuela la comparación tendría que hacerse con los Emiratos árabes, e ir y mirar qué es lo que hacen en Abu Dhabi,  al menos unas obras faraónicas con centenas de hoteles, «y aspiran a tener el centro comercial más grande del mundo» (según Le Monde).

En fin, lo del delirio chavista, el del fundador y del sucesor, da vergüenza ajena. En resumidas cuentas, estamos en una época de tentación de “regímenes híbridos”. Es el nombre con el cual académicamente se les conoce. Para mí, son construcciones estatales despóticas y novedosas, con capacidad para establecer clientelas políticas. Su riesgo es doble. «Borran las trazas» dice Lydie Fournier (revista Sciences Humaines, n° 212, febrero del 2010). Y administrando a la diabla la coyuntura favorable a las materias primas, no preparan ningún desarrollo.

De las dificultades de las democracias en el continente no me he ocupado, sin que por ello diga que no las tienen. En Chile, la socialista Bachelet está de retorno, digo —es un decir— será para asumir que el poder servirá a los reclamos sociales. El primero en Chile, “una  educación pública y de calidad”.  En el Perú no se oye padre. No es cuestión de calidad de infraestructura de los colegios, hoy desatendidos, no. Es el currículo completo el que tiene que revisarse. Y más tiempo en las aulas. El Perú histórico es incompleto. Sin masas educadas, vanamente esperamos el bicentenario. «La instrucción pública es el deber del Estado con los ciudadanos» (Condorcet, 1791). Así es como comienza una República. Pero por no haber educado al pueblo, desde que se produjo la gran emigración andina a las ciudades, la nación actual puede acabar en manos de varios inmaduros. Y esa culpa la tendremos todos. Clase política y sociedad entera.

 

Editado en  Facebook Revista Punto de Encuentro, 11.04.2014

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