Alan o el aprismo del siglo veintiuno

Written By: Hugo Neira - Dic• 12•21

Desde esa cúspide del pensar peruano sobre el destino de la nación y el pueblo que es Villa Mercedes, la casa de Haya de la Torre y su biblioteca, me piden estas líneas sobre Alan García. Lo hace el amigo Bendezú, que es el alma y motor de esa institución. Nada más facil y a la vez tan difícil como esta tarea. Al mismo tiempo, ¡qué problemática inmensa! Alan García es parte de la historia contemporánea y a la vez, por su trayectoria, sus dos gobiernos, sus libros, el ejemplo espartano de preferir el averno, el inframundo a la humillación. Entiendo la necesidad y la urgencia de hablar de quien ya no está con nosotros, porque en el Perú no mata la muerte sino el silencio.   

Es de mañana cuando escribo estas líneas. Desde uno de esos edificios clasemedieros que trepan cerros y contrafuertes geológicos, veo a Lima envuelta en la levedad de sus neblinas y de su vida política. ¿Es que sabemos hacia dónde vamos? Por mi parte, me parece mentira estar escribiendo esta nota, tras la muerte de Alan García. Por razones generacionales —le llevaba varios años—, pensé que era yo el que podía partir primero. Pensé en todo menos en lo que ha ocurrido. Fue víctima de una solapada contienda que bajo el pretexto de la lucha contra la corrupción, elimina los posibles rivales presidenciales. En su caso, el zaharimiento de una megacomisión durante cinco años del gobierno de Ollanta Humala —o mejor dicho, de Nadine Heredia—, por lo visto, no fue suficiente. Alan García ha sufrido, esta vez, el peor de los exilios. El sarcasmo de sufrirlo en su propio país. Y uno se pregunta si todo esto no es sino la reduplicación de las  persecuciones de los años treinta y cuarenta. 

Debo pasar a otro ámbito, el presente. La coacción dramática de capturar a sus rivales en la madrugada y en su casa, el brazo secular, no va a poder alcanzar a callar otra métrica, otra cadencia que es la de las ideas. La prepotencia tiene un límite donde se inicia la gaya ciencia. Y en ese jardín, se instala lo potencial, lo virtuoso, lo que no muere. Hace siglos, San Agustín se reía de los bárbaros que tomaban militarmente Roma, pensando que así acababan con los cristianos. Se reía porque la Iglesia no era un casino o un chalet, ni un cuartel. Era un grupo de gente, poco o numeroso. Gente con un itinerario, un recorrido, una travesía. En el Perú, cada político, si lo es, es una suerte de ingeniero de caminos, o lo que se llama un baquiano.  

La vida y las ideas de Alan trasladan un candil de un siglo a otro. Discípulo de Haya de la Torre, su capacidad y el destino, lo llevan a Palacio. Cosa que el maestro no alcanza a vivir, aunque cuenta mucho el Presidente de la Constituyente de 1979. Entonces, se recuperaba para la ley, algunas de las grandes reformas iniciadas en los 70. Pero nuestra sociedad, cuando se libra de alguna carga o un yugo, el latifundismo por ejemplo, inventa otros. La carencia de nuestros días ya no es del todo la pobreza sino la incompleta formación personal de millones de peruanos. Ha habido algo perverso que destruyó los colegios públicos, y eso no fue casualidad. Pienso, pues, en el político y estadista que fue Alan, entre dos siglos, dos sociedades, dos tiempos. Y creo que pensó en otros cauces. Y como todo aquel que innova, unos lo entendieron. Otros no.

Un partido es un censo perpetuo. Es también unos celos interminables. Ninguna organización humana, desde la tribu a un imperio, escapa a esos conflictos. Por lo general, internos, intestinales. En los asuntos del partido aprista tengo como regla no intervenir. Pero no cultivo la excentricidad de dejar de reconocer su importancia. La historia del aprismo es también la historia del Perú si se toma en cuenta la lucha a la vez por la justicia social y la democracia. Como sabemos, no van necesariamente juntas. El Perú ha cambiado en el siglo XX desde sus tiranos y autócratas, Leguía, Odría, y sin duda el velascato, por las razones que sabemos. Una vieja oligarquía e incluso las élites económicas de tipo industrial y banquero, no han dejado de capturar el Estado y evitar grandes reformas. Seamos breves y sinceros, el establishment político peruano, desde 1931 hasta nuestros días, controló la formulación de las políticas, aunque de vez en cuando algo llegó a remecerlo.

Ahora bien, es cierto que en su primer gobierno, confía en la fuerza de un capitalismo de Estado, lo cual era corriente. Lo practicaba también en Chile un presidente socialista, Salvador Allende. Una teoría de la CEPAL, la salida de la dependencia por la capacidad del Estado y no el mercado, y claro está, no tuvo el éxito esperado. Por lo demás, en ese periodo, el terrorismo de Sendero interviene, agravando las dificultades. Sin embargo, el segundo gobierno de Alan García fue una lección de cómo se podía coordinar la economía liberal y la corrección concreta de las grandes iniquidades que atormentan a los pobres y a los marginales. Pero ese éxito se lo niegan. Lo catalogan como capitalismo neoliberal. Cicatera izquierda, que entierra todo lo que no sea su propio mérito. El tono es despectivo. «Desarrollo, democracia y otras fantasías» (Perú Hoy n°17, DESCO, 2010).

En realidad, faltan a la verdad. No toman en cuenta los 6 millones de no pobres que emergen en su gobierno. Había hallado una fórmula para el progreso, el mercado y el Estado. Eso fue el segundo gobierno. Del 2006 al 2011, «en promedio, el PBI creció durante los cinco años en 7,2%, y su gobierno deja unas reservas internacionales netas por US $ 47,059 millones. «Gracias a un apropiado manejo de la economía», dice el Banco Central. Fue un sistema lo más próximo de lo que nos es posible, de las naciones socialdemócratas de Europa, aunque no tengamos los recursos industriales ni las clases medias profesionales y con ética para ese tipo de poder político. No duró mucho.

Para continuar, no necesitamos detenernos en los catastróficos gobiernos del 2011 hasta nuestros días. Acaso, sus consecuencias. Hoy, la sociedad que tenemos, es cada vez más atomizada. Hoy, la realidad es grandes y arrogantes corporaciones, Estado frágil, «demócratas precarios» (Dargent). Nos rodean males sociales, un pantano sofisticado de movimientos políticos que terminan en el escándalo, signos diversos de descomposición. Alan García conocía la izquierda, pero era la del siglo XX. Hoy es otra cosa. Para entenderla, es preciso la espeleología. Pasemos a cosas más serias.

Los libros que nos ha dejado Alan García, son una salida hacia un siglo XXI, si queremos lucidez. Vivimos otro tiempo. Cambios climáticos, un mundo sin hegemonía de ninguna gran potencia, contiendas y equilibrios entre los Estados Unidos, Rusia, China, la Unión Europea. El derecho internacional por los suelos. De lo contrario, Maduro ya no gobernaría. Nuestra sociedad también se ha transformado. Prácticamente no hay analfabetos. Y sin embargo, cada vez más se lee menos. Por lo demás, la vida peruana transcurre en la costa, ya no en las grandes cuencas de la sierra. Somos una sociedad urbana, lo rural es poquísimo. El nuevo contexto es no solo social y económico sino cultural. La técnica y las comunicaciones son decisivas. La sociedad es hipermediática. Y todo esto prepara a otro tipo de cultura política.  

Acaso por ello, Alan García anticipa desde el 2003, el nexo entre globalización y la justicia social. Es sencillo, pero no todo el mundo piensa así. La globalización es un hecho, guste o no. La justicia social no solo el ideal, el pragmatismo de la política es resolver los problemas. Hay una palabra clave en esa obra, la modernidad. Escribe:  «debe ser la bandera de la Política de la Juventud». Trae a colación por capítulo «la información y la genética, las relaciones sociales interactivas, el globalismo, una nueva acción y pensamientos políticos». En ese libro estudia los grandes cambios desde 1930, hasta la informalidad, la nueva composición de la clase media. En otro libro, razona y explica a Confucio, y no me parece un estudio algo exótico y lejano. Lo estudia porque ha encontrado una lógica y una ética. Y así lo dice en la página 46, «la tesis de este libro es un enfoque culturalista, según el cual con la adopción de ciertas ideas o valores, se orientaría la realidad». A lo que quiere llegar, es lo que llama «la personalidad básica» de nuestro país. Él encarnó ese modo de ser de nuestros mejores pensadores y políticos, no dejar el saber al ocuparse del poder. Todo eso debe correr hasta alcanzar no solo una manera de entender el Perú y Latinoamérica, sino «una concepción del mundo». La tarea de apristas y no apristas es eso, para el siglo XXI. La intelligentsia que libera. Esa herencia es lo que nos deja. Sus libros, su lección. Morir, si es posible, para que no triunfe la bestia.  (HN, julio de 2019)

Publicado en la revista Indoamérica n°2 , Set-Dic de 2021, Editora Matices EIRL, pp. 13-14-15.

Entre agradecimiento y sorpresa, unas cuantas palabras

Written By: Hugo Neira - Dic• 07•21

Hemos estado la semana pasada en Arequipa. Invitados por los organizadores del XIV Festival del Libro. Me pidieron que presentase dos libros. El primero, Huillca, habla un campesino peruano. Como ya les conté en este portal, este libro es una biografía del líder del movimiento de protesta contra el sistema semifeudal del mundo rural. Fue primero editado en Cuba cuando gana un concurso de la Casa de las Américas de La Habana, libro que fue traducido a siete lenguas, y que dio la vuelta al mundo. Pero no conocido en el Perú hasta hoy. Felizmente una editorial local —Achawata—, tomando en cuenta que pertenece al género testimonial, lo edita de nuevo con las páginas en que cuento la visita del campesino Huillca a Cuba, el indígena que en los años sesenta del siglo pasado, desde la Federación Departamental de Campesinos del Cusco,  organiza las invasiones de tierras en las haciendas, sin el uso de las armas ni sangre, movilizando centenares y miles de indios entre 1960 y 1965. Yo fui testigo de esa ola pacífica, y enviado especial por el diario Expreso. En Lima, recogieron mis crónicas en el momento en que se discutía en el Congreso la posibilidad de una reforma agraria. Eran los años de la presidencia de Fernando Belaunde. Pero también podemos decir que fue el primer paso hacia la reforma agraria esa ola campesina que no dependía de partido alguno. Apareció una elite dirigente en la sierra misma, entre ellos, Huillca. Era el surgimiento de una elite propia lo que asombraba en aquellos días. Y en especial, a las Fuerzas Armadas. No eran guerrillas, nadie los manejaban de fuera. El golpe de Estado y luego, en 1969, la ley de reforma agraria de Velasco, no nace en los cuarteles sino en torno a los acontecimientos en el Cusco y el sur del Perú. Huillca fue el libertador de los indígenas. Acaso por esa misma razón se oculta el inicio de un cambio en la estructura de la sociedad peruana.

En esa semana en Arequipa, también presenté otro libro. El que ha editado la Universidad Ricardo Palma de Lima para este Bicentenario. Se titula Dos siglos de pensamiento de peruanos, obra de 666 páginas para la cual he compilado los textos de 82 pensadores peruanos. Entre ellos los que llamamos la «generación de los 70». Muchos de ellos, como Fernando Fuenzalida, Julio Cotler, Carlos Franco, ya no están en este mundo. Para ese libro, reuní los mejores textos de nuestros intelectuales.

También me esperaba en Arequipa un libro de homenaje cuyo prólogo se me había pedido y se reproduce en las líneas que siguen.

                                                                      ***

Desde Arequipa, me hacen saber que se prepara un libro consagrado a mi vida y obras. Me escribe Carlos Rivera, editor y coordinador, y me envía el índice. Me entero de que en el comentario, aparecen amigos míos, Martín Tanaka, Alberto Vergara, Juan Carlos Valdivia, Víctor Andrés Ponce. El editor ha recogido textos anteriores, en épocas y circunstancias distintas. Por ejemplo, en cuanto a entrevistas, una de Alberto Vergara y Martín Paredes cuando acababa de retornar de la Polinesia Francesa, y alguna, más reciente, de Enrique Valderrama. ¿Qué otra cosa puedo decir a unos y otros? Mi inmensa gratitud. No lo esperaba porque, de alguna manera, me he acostumbrado a no esperar nada. Que es la mejor manera de proseguir en el quehacer intelectual. Más bien, contaré de dónde vengo y cómo trabajo.

Ocurre que el fino y despierto editor se ha dado cuenta de que he tenido la costumbre de escribir cartas públicas a algunos amigos, y no necesariamente por coincidencias. En Carlos Tapia, su idea y percepción de los grupos armados. Ante Alfredo Barnechea, cuando le interesaban los dragones asiáticos, que fue uno de esos mitos limeños en busca de una ruta al capitalismo moderno. En cuanto a Moisés Lemlij, porque se le ocurrió convocar a psicoanalistas y científicos sociales y exponer puntos de vista sobre el nuevo milenio. Han pasado más de veinte años. Más allá de la anécdota personal, en aquel momento se libraba una gran batalla cultural. Se expresaban los poderosos imaginarios de aquel momento, acaso desautorizados por el confuso presente. Fue un contexto muy especial, un nuevo milenio y cambios inesperados en el Perú y en el mundo. Y coincidía con mi retorno al país. Por mi parte, con la cultura europea a cuestas.

Estas líneas, además del agradecimiento —incluidos los participantes, diversas autoridades académicas—, deben seguir un rasgo de carácter, mi sinceridad. Tengo la impresión que esa actitud, dada la relación con mis alumnos y los mails que me llegan, es la que más se aprecia. No es que me den la razón. Probablemente discrepan, pero da la impresión de que están hartos del disimulo, del que escribe pensando en «el qué dirán». Saben, por lo demás, que no aspiro a ser ni ideólogo ni jefe supremo de alguna ideología mesiánica, situación cuasirreligiosa que se produjo en una universidad de Ayacucho, para mal de nuestras culpas. A veces me toman por pesimista. Es verdad que detesto esa suerte de infantilismo del optimismo a la peruana. Lo que soy es un escéptico. Más que descender del linaje de Mariátegui o de Haya de la Torre, creo que vengo del espíritu crítico e insumiso de Manuel González Prada. Pero no soy el único. Si el amable lector sigue mi consejo, va a encontrar entre algunos de los clásicos del Perú —en Riva-Agüero, en Jorge Basadre y en Raúl Porras— pasajes de mal humor, al borde del panfleto. La tradición letrada luce el recurso de la ironía y textos sin ganas de conciliación con las corrientes dominantes. Fueron toda su vida libres, y por eso, maestros.  

La invitación a estas páginas me pone en una situación difícil. Alguien ha dicho lo siguiente: «los escritores siempre fueron incomprensibles de sí mismos» (Luis Alberto Sánchez). Para comenzar, me tomo como un escritor. Pero no como los escritores literarios. Novelistas, autores teatrales y críticos literarios que escriben tan bien como aquellos que comentan. Se olvida que hay escritores en historia, filosofía, y en las ciencias sociales, antropólogos, etnólogos, psicoanalistas, economistas y sociólogos. Los intelectuales literarios narran. Nosotros, no narramos, razonamos. Nuestro campo no es el relato. No venimos de Cervantes. Venimos de Montaigne. Eso se inicia con los griegos. Su literatura viene de Homero, de un relato. El logos de Platón, de un debate. Y de ahí, la filosofía y la política. Nuestro campo de agramante es la prosa, sea el ensayo o el libro universitario. He escrito toda mi vida ensayo. En 1961, Unanue, y el nacimiento de la patria. Un concurso. En el jurado, Basadre. Tenía 25 años. Después, no he parado. He ganado premios internacionales, cuya mención no viene al caso.

Pero eso no es todo. Me he pasado la vida estudiando. De la Historia, en San Marcos, a la tutela paternal de Porras —igual la tuvo para Pablo Macera, Carlos Araníbar, Mario Vargas Llosa—, pero me pareció insuficiente. Un azar, mi libro Cuzco, tierra y muerte me hace ganar premios y la curiosidad de los franceses, que me invitan a trabajar en Sciences Po, —el Harvard de Francia— como investigador. Estudié entonces Ciencias Políticas, con profesores como Raymond Aron. Y luego, después de Velasco, cuando no me quedaba más remedio que el autoexilio, En una de sus «altas» escuelas de Francia. En la EHESS (Escuela de Altos Estudios de Ciencias Sociales). Son casas de estudios posuniversitarios. En fin, tres disciplinas. Me eduqué en la multidisciplinariedad. Además del tronco formal de las Ciencias Sociales, yo tuve que elegir un profesor en Antropología, y otro en Filosofía. Elegí, para asombro de mi tutor Jean Meyriat, a Lévi-Strauss. Ya era célebre. Recibía alumnos en numerus clausus, es decir, pocos. El filósofo fue Lucien Goldmann. Menos mal que no hice estudios superiores en los Estados Unidos sino en Europa. Tan dados a la especialización. ¿Por qué no es saludable? Porque la problemática de lo humano no se puede entender, en ciertos niveles de exigencia, sino en visiones globales.

Seamos claros. ¿Qué son mis obras? Un lugar autoral heterogéneo. Se fundan en que sociedad, ideas y Estado se entienden desde conexiones, interfaces, actitudes diversas. Unas objetivas, otras subjetivas. Por mi parte, para entender un tiempo histórico o una tendencia popular o elitaria, es preciso conceptos y situaciones, nunca estables, flexibles, variables. No estudiamos ni los astros ni la geología. Aunque ellos también se modifican. Pero no dejo de partir de la historia. Quién la olvida no sabe nada de nada. Pero no me quedo en ella. Ni en la historia como pasado, ni en la longue durée de Braudel. Mi texto se baña en la complejidad tanto del individuo como de la sociedad. Y en mis trabajos de historia social, creo haber innovado en los estudios sobre el periodo colonial al introducir conceptos que vienen de la sociología, en especial de Max Weber, utilizando el episteme de «dominadores y dominados», y el ambiguo rol de los criollos, como «dominados-dominadores», en «la lógica imprecisa» del siglo XVI y el XVIII, tanto mexicano como peruano (2016:315). En ese champ o problemática, se explica el rol de los virreyes, de la Audiencia, oidores, corregidores, curacas, el criollo virreinal y su necesidad de rango y el poder de la Iglesia. Sostengo que gran parte de ese sistema se desliza bajo el manto republicano en nuestro siglo XIX y XX. Lo que explica, en gran parte, nuestros actuales retardos. No somos todavía, del todo republicanos.

Ahora bien, hay una escritura-Estado. La mía es escritura-sociedad. Pienso más en el papel del pueblo sin dejar de lado las grandes personalidades. En mi segundo libro sobre México y el Perú, en el capítulo sobre el siglo XIX peruano, me he ocupado de Piérola y Ramón Castilla, sin olvidar el Partido Civil y el sistema censitario para las votaciones. O sea, esto último, un siglo sin la presencia en las urnas de pobres e indios. O sea el pueblo, eso que Mariátegui llamaba el demos. Invisible hasta 1931.

En fin, no escribo solo para mis colegas. Mis textos pudieron ser más densos y no lo son. Y si alguien se anima a una lectura tomando en cuenta la estilística, reconocerá que conozco y utilizo los recursos propios a los literatos, el uso de la metáfora, esquemas categoriales que vienen del campo literario; en suma, formas de expresión escrita. Que no es corriente en disciplinas ajenas a la literatura. Muchos lectores se sorprenden de que pase de la frase larga —muy a la española— a frases breves, terminantes. Pues bien, algunos piensan que proviene de la lengua francesa, algo hay de eso. Pero tiene dos orígenes locales: viene de la casa-taller de la calle Colina, Miraflores, el aprendizaje con Porras. Y a su muerte, el trabajo del periodista. Ocurre que toda mi vida he tenido ese oficio a mi lado, de modo lateral, mientras me formaba en disciplinas de expresión densa y con códigos. Mi hermenéutica es comprensiva. No solo pienso en la lógica que acompaña a toda prosa escrita (introducción, desarrollo, conclusión) sino que pienso en el lector. Para ese oficio, el periodista, se necesita alguien que pesque al vuelo el sentido de los acontecimientos. Mariátegui decía que «el periodismo es una prueba de velocidad». En un examen de quién era Waldo Frank, «en su formación, mi experiencia me ayuda a apreciar un elemento: su estación de periodista» (El alma matinal).

Es hora de decir que llevo conmigo la visión de otros mundos, el occidental, con estaciones en Inglaterra, España y Francia. Mis recursos expresivos vienen del castellano pero con la lógica del cartesianismo. No es difícil comprender que mis ideas y manera de expresarme conectan dos culturas, a la vez que entran en conflicto. Mi retórica la he llamado «el pensar mestizo». Mi subjetividad es latinoamericana y la construcción de mis textos se funda en disciplinas conocidas por el planeta entero y el rigor de buscar la verdad y no la ideología. No me considero un intelectual sino un científico social que ama a la vez el arte del texto y las ideas claras. No creo en ningún providencialismo, ni tampoco en los determinismos, ni marxistas ni neoliberales. Creo que la cultura es más poderosa que el dinero. La cultura digital, la utilizo, pero no estoy en Facebook. Y en mi página web, en mi Twitter, hay acceso a todo salvo a los insultos. Por eso me he llamado ‘el mutante’. No soy sino un artesano de ideas. Me interesa el arte, las ciencias. Vivo con alegría y asombro las modificaciones del saber contemporáneo. El conocimiento es mi taza de té. En cambio, no tengo, deliberadamente, un smartphone. No tengo tiempo para ello, no busco estar conectado, al contrario. Leo, hago ejercicios, camino, escucho música, converso con amigos horas de horas.

En materia de dinero y recursos, hice una apuesta con el destino. Quedarme el tiempo necesario en la docencia europea hasta alcanzar la jubilación. Y tener una renta que me permita ser libre. Y es lo que ha ocurrido. Lo de lóngevo «los hay pocos», me dice un amigo, acaso lo explican mis hábitos, son sobrios. Jamás he bebido. No soy dado a los mejores restaurantes. Me tiene sin cuidado la gastronomía. Pero no soy un monje y menos un santo, me he casado varias veces. ¿Todo eso explica mis libros? Cada año, viajamos a Europa para ver cómo van los saberes, y en el retorno, lejos de Lima en una suerte de claustro, con mi mujer, mis libros. Así se construyen las obras que han despertado la curiosidad de un sinnúmero de jóvenes. Libros, resultado de una manera de trabajar con una disciplina de hierro. No hay otra. Por lo demás, la escritura tiene sus exigencias: soledad, silencio. Y cuando puedo, enseño a mis alumnos el arte de la escritura razonada. No a escribir novelas o relatos. De eso se han ocupado García Márquez y Mario Vargas Llosa. Lo mío es la otra literatura, historia, foro, religión, filosofía. La que razona ante lo real y no lo inventa. La prosa. Ese es mi campo. Admiro, por cierto, la literatura, el teatro, en especial la poesía. Pero cada día leo más a los filósofos.

En suma, sin a priori ni dogma alguno y sin pertenecer a esta u otra camarilla. ¿Qué estaba detrás de la libertad de Jorge Basadre? A nuestro más grande historiador no lo sostuvo ningún gobierno ni entidad peruana. Después de la BNP, me ocupé de qué es República, qué es Nación, qué son las civilizaciones inca y azteca, China e India antigua, las cuatro comparadas. Libro tras libro, de dos a tres por año.

No basta ser libre, hay que vivir. En mi caso, dos universidades me apoyan. Ambas editan mis libros, fruto de clases o de investigaciones. Soy lo que llaman los franceses, un passeur de ideas. Trato de temas globales. Y a la vez, el país, la patria, el Perú. El mundo. Me gustan más las montañas que las playas. De ser amigo soy capaz de viajar para ver a alguien. Pero igual me entiendo con su majestad la soledad. (HN, Surco, 13 de diciembre de 2018)

                                                          ***

Estando en Arequipa, nos trataron como a príncipes. El libro de homenaje se titula:  Hugo Neira. La ilustración de nuestro tiempo (Universidad Católica Santa María, editor y coordinador, Carlos Rivera). No puedo menos que darles las gracias. No nací en Arequipa, ni he sido profesor de la universidad que lo publica. Les agradezco porque es un libro muy bien organizado.

Contiene entrevistas, ensayos y discursos míos, también muchos de mis artículos un tanto desperdigados en revistas y periódicos. Y una sección «Perfiles» en la que me ocupo de Mariátegui, Haya de la Torre, Scorza, Fuenzalida o Tantaleán. Pero también de Sartre, Borges, Jesús y los Esenios. Neira periodista, sociólogo. Es cierto que me atraen disciplinas distintas y que mi amigo Juan Carlos Valdivia Cano me ha entendido bien y usa una metáfora para describirme: es el título de uno de mis libros, Del pensar mestizo, de 2006. No soy como el gran José María Arguedas que pensaba en quechua y en castellano. Lo que ocurre es que a lo largo de mi vida, acaso sin deliberada intención, he tomado conceptos y herramientas intelectuales de la tradición europea y occidental sin dejar de ser peruano. La hibridación, no el distanciamiento. De Montaigne, el exilio, el hábito de viajar, y si no se es rico como Montaigne, si no se tiene una torre o un castillo, se puede tener un patio, incluso  un  corral. Adolfo Castañón,  estudioso del creador del ensayo, sostiene que la salud del intelectual le venía porque sabía irse  (Por el país de Montaigne, 2015). Nosotros no hacemos libros. Son los libros que nos hacen: «Je n’ai pas plus fait mon livre que mon livre m’a fait». Una cita de Montaigne. No es un caso raro. Lo fue Lukas y lo fue el español José Ortega y Gasset, liberal, catedrático, no era judío, ni marxista, pero era un paria. ¿Por qué se le detestaba? Porque en 1917 llama a España «invertebrada», anticipándose a la guerra civil. El forastero es capaz de discernir, a diferencia de los cuya vida no es sino una continuidad. Los alemanes tienen un concepto, lo que Mannheim llamaba la Freischwebende Intelligenz. Los que están como pájaros, adentro y afuera. El marginado es más lucido que el sedentario.

Publicado en El Montonero., 6 de diciembre de 2021

https://elmontonero.pe/columnas/entre-agradecimiento-y-sorpresa-unas-cuantas-palabras

¿Identidad o identidades?

Written By: Hugo Neira - Nov• 30•21

En el Perú y pensando en otras sociedades                                                

Esta pregunta me la ha hecho un alumno. Y recordé uno de mis profesores en Europa que me dijo: si no estás seguro de tu respuesta, di que la darás en la clase siguiente. Eso es lo que hice, sin imaginar el lío en que me metía. Al final de este texto, hay unas líneas de una enciclopedia de las mejores que existe (la de Oxford, de Filosofía, nada menos), pero ahora explico que la identidad es una mismidad numérica, o sea la estrella de la Madrugada y la de Tarde, es lo mismo. Vivimos en una era en la que, además de los libros, el poder está en las imágenes. Desde el principio del siglo XX, el poder de lo visual no es solo cuadros artísticos, imágenes en las iglesias, sino el cine, la fotografía, internet. Y entonces ¿qué rostro, qué personaje podía ser el representante de Londres, Inglaterra, el Reino Unido, y los mismos norteamericanos? Estoy hablando de Charlie Chaplin. De su personaje, tomemos algo de Wikipedia, la enciclopedia libre que es planetaria. «Desde 1889 a 1977, fue un actor, humorista, compositor, productor, guionista, director, escritor y editor británico. Se le considera un símbolo del humorismo y del cine mudo. Al final de la I Guerra Mundial, era uno de los hombres más reconocidos de la cinematografía.»

Arrancó en 1914, yo no había nacido todavía. La primera película se llamaba Todo por un paraguas, y luego, con el tiempo, lo vimos como Charlot, en el baile, en el fuego. Y siguieron La quimera del oro, y de la mano de mi padre, Luces de la ciudad, Tiempos modernos y El gran dictador. Le pregunté a mi padre si era inglés, y lo era. Mi padre me preguntó qué me parecía que cambiara de oficios. Y en efecto, Charlot era músico ambulante y bombero, también prestamista. Más adelante lo vimos en una película cuyo nombre no recuerdo, era un hombre sin casa ni dinero pero ayudaba a un niño llamado Jackie Coogan, nunca pude olvidar esa ternura desinteresada. De niño no podía entender esa mezcla de comedia y sentimentalismo.

Cuando había crecido y era escolar, hacía mi secundaria en el Melitón Carvajal —esos formidables colegios que el dictador Odría creara para los hijos del pueblo— y tenía tres posibilidades: formación en comercio, en maquinarias o una para continuar en las universidades. Con mis compañeros de colegio y el apoyo de los profesores, entendí que el personaje de Chaplin encarnaba miles de trabajadores en Estados Unidos y Reino Unido que se habían quedado sin trabajo luego del derrumbe de la economía con la gran crisis de 1929. Y mejor aun, Charles Spencer, su nombre de nacimiento, era un hombre de maneras educadas, de ahí que se vistiera como un empresario con éxito, y ese sombrero propio a burgueses o acaso alguien de la nobleza inglesa. O sea, un vagabundo con bastón y sombrero de torre. En cuanto a su vida, se casó varias veces, en los Estados Unidos, lo veían comunista, tuvo problemas con el servicio de Inmigración y Naturalización y le prohibieron el regreso a los EEUU.

El personaje de Charlie Chaplin me permite intentar comprender ya no a un europeo ni un norteamericano, sino a un personaje que todos conocemos, Mario Moreno Reyes, que usted, amigo lector, conoce como Cantinflas. Nació en 1911 y muere el 20 de abril de 1993. De nuevo un personaje, en películas en negro y blanco o ya con colores, un comediante mexicano. No seamos mezquinos, cicateros, Cantinflas encarna una manera de ser, una identidad que se ve o se le escucha, algo particular y que es propio al personaje. En cuanto a Mario Moreno, no es solo un éxito filmatográfico sino que lo tuvo en la lengua. A Mario Moreno le debemos eso que le gustaba, por ejemplo, a nuestro querido Julio Hevia, que se nos fue y nos dejó ¡Habla Jugador!, libro formidable sobre la jerga peruana. No sé si existe algo parecido en México, pero en Cantinflas se han contado centenares de adjetivos y verbos. Que se escuchan en los 31 filmes en los que el personaje de Cantiflas hace de boxeador, ruletero, gendarme,  bombero, torero en Ni sangre ni arena. En otras, Cantinflas es mago, también supersabio, o un siete macho, o político (Si yo fuera diputado). Y como Cantinflas y México son una nación emergida, el mexicano que es Cantinflas no tiene complejos ante sociedades avanzadas: puede ser uno de Los Tres Mosqueteros, o Don Quijote, o puede hacer la vuelta del mundo en 80 días. Sobre estas ideas, dicho en nuestra jerga, los peruanos diríamos que «se igualan».

Y nosotros, ¿qué? También hemos tenido personajes, sobre todo en Lima. Uno fue Pedro Cordero y Velarde. Hubo otros, pero ninguno tan afirmado. Cordero y Velarde se había autodenominado Apu Capac Inca y, como si fuera poco, Conductor del Mundo, Soldado de tierra, Mar, Aire y Profundidad. (O sea, evocaba los submarinos, era entonces la II Guerra Mundial.) Además era Rey de Financistas y Mago del Estado por Voluntad Divina. Fue un personaje popular en la década de los 50.

Su historia es triste. Nace en Pasco, de padres ayacuchanos. Desde joven se dedicó a la música, dirigía orquestas, hacía bufonadas y chistes. La gente se divertía por lo que llamaba «corderadas». En Lima, se alojaba en un solar de la calle San Idelfonso, cerca de la Escuela de Bellas Artes. Perdió todo con el terremoto del año 40 pero se repuso. Durante diez años educó a músicos hasta que dos personas —amigos suyos, gente de la bohemia limeña, el periodista Federico More y el músico Osmán del Barco— decidieran jugarle una broma: en El hombre de la calle, lo animan a que se postule a la presidencia de la República. Era un hombre de la calle a quien escuchaba la gente de la calle.

Se toma en serio la broma, sus mentores lo inscriben y para estos fines, él entonces despilfarra sus propiedades. «Cuando se da cuenta del engaño, derrotado y empobrecido, cae en una depresión y en la locura. Pero lo que sigue es digno de un caso psicológico. Se queda con la fantasía que si no llegó a ser presidente del Perú, sí llegaría a ser el Apu Capac Inca, Emperador y Conductor del Mundo, Soldado de Tierra, Mar, Aire, y Profundidad. Y mago del Estado por Voluntad Divina.

Loco Cordero y Velarde. Se ganaba la vida cuando había un mitin político en Lima. Lo llamaban y le pagaban para romper la atención del público. Loco pero formidable orador, en plena Plaza de Armas o más bien en la Plaza San Martín, Cordero era leal a su sueño de grandeza y la gente prefería escucharlo porque, a los que gobernaban, les decía zamba canuta. Acaso más vigoroso que los candidatos normales, y además, con su peculiar indumentaria. «En honor a su alta investidura, lucía una chaqueta negra de solapas y condecoraciones y la Banda Presidencial. Siempre con su sombrero de tarro, y él siempre sonriente y parlanchín.»

Por mi parte, confieso que conocí a Cordero y Velarde. El azar. Yo iba a una imprenta porque era parte de una revista de un grupo de jóvenes de izquierda, en San Marcos, pero yo no era el director, hacía un trabajo más bien técnico. Llegaba a esa tienda de impresiones para examinar lo que se llama el «machote», o sea leía por completo los textos antes de que se editaran. Y bueno, había una sala para los clientes y ahí conocí a Cordero y Velarde, que tenía su propio periódico. Conversamos muchas veces, no le simpatizaba ni el aprismo ni el marxismo. El país no estaba hecho para ser una república. Él prefería una monarquía. Para que los peruanos aprendieran a obedecer. Dicho eso se despedía a paso muy parsimonioso, como corresponde a quien era Apu Capac, Emperador del Perú. Su periódico era El león del pueblo y su libro Pueblo mártir.  Me parece que el título lo dice todo. En ese momento no entendí por qué insistía sobre la importancia de Lima, pero tenía razón. La tasa de migraciones era mayor que en otro departamento. Lima se estaba transformando en una ciudad de migrantes. ¿Estaba loco? De 1940 a 1990 no hubo un solo gobierno que no dejó de tener una política de vivienda. Además fue el tiempo de las invasiones «ilegales», y el crecimiento de las barriadas, los conos, y los informales.

Conclusión. Luego de lo que hemos resumido, hubo teatro, café-teatro y diversos personajes. Comediantes y actores no han faltado, pero los personajes son muy diversos. Es el caso de Tulio Loza, pero debo decir que tenemos mucho en común. Él es nacido en Abancay, en Apurímac. Yo también. Tulio Loza ha estudiado en San Marcos, yo también.

Pero el «cholo», en su trayectoria artística —lamento decirlo—, no es convincente. Creo que el problema no es el actor sino la masa enorme de peruanos que pueden llamarse cholos. Los hay de tantas actitudes, de los que no cambian al vivir en el mundo urbano que es enorme. Los hay humildes, pero los estereotipos son diversos y es muy posible que las etiquetas sean diversas. Hay estereotipos diríamos tradicionales y otros muy próximos a los criollos costeños. Si esto es así, entonces hay una gran diferencia entre Nemesio Chupaca Porongo y el personaje del osado Camotillo el Tinterillo. Lo que Tulio Loza nos está diciendo es que la choledad no es una sola  sino el resultado diverso de la metamorfosis del cholo. Es una aventura personal como cuando llegaban los migrantes a una tierra y gente distinta. No tenemos por qué asombrarnos, todo en el Perú —desde los Andes al territorio—, todo está fragmentado. De Piura en la zona norteña y costeña, a digamos Cusco o Puno o Arequipa, son lugares, regiones y culturas heterogéneas. Y mientras pase el tiempo y continúen las migraciones internas, no podremos decir cuál es la identidad  de un peruano. País que por la Conquista tiene dos culturas, la española y la de la población local e indígena; la costa y la sierra, los ricos y la pobreza de una gran parte del Perú. Pero con el tiempo y la entrada a la modernidad, los pueblos logran sus enlaces internos, probablemente a lo largo de este siglo XXI. Y solo entonces podremos usar conceptos holísticos. Lo que nos puede hacer avanzar no es otra cosa que es el humanismo. Y que será algo que viene de lo indiscernible, una idea de Leibniz.

Publicado en El Montonero., 29 de noviembre de 2021

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Feria del libro en Miraflores y la historia de un indio excepcional

Written By: Hugo Neira - Nov• 22•21

Como se sabe transcurre la Feria del Libro organizada por la Cámara Peruana del Libro, una feria del Bicentenario promovida por la Municipalidad de Miraflores, auspiciada por la Universidad Ricardo Palma y patrocinada por la Fundación BBVA, en el parque Kennedy de Miraflores. La FIL dura hasta el 1° de diciembre del 2021. Al pie de la Iglesia de la Virgen Milagrosa, por lo menos un centenar de expositores y estanterías atractivas para el público. Como se trataba de libros, se montaron dos auditorios para presentar de viva voz algunas obras que son novedades. Es así como el jueves 18 estuve en uno de ellos.

Una editorial nueva, Ediciones Achawata, se había ocupado de reeditar un libro mío titulado, en su primera edición, Huillca, habla un campesino peruano. La primera edición fue en Cuba, por la Casa de las Américas, y fue el resultado de un concurso planetario. Ganó mi libro que es la historia de un ser de carne y hueso, su biografía. Y como Cuba estaba vinculada a la Unión Soviética, la historia real de ese peruano fue traducida a siete lenguas, el ruso, el polaco, y otras más. Pero la historia real y su itinerario tienen que ver con las luchas campesinas de los años 60 en el Perú, que culminaron con la reforma agraria. Paradójicamente, en cualquier lugar del mundo se conoce a Huillca y en el Perú muy poco.

Huillca es un personaje real, encarna un tiempo y un giro histórico de la vida peruana. El concurso cubano situaba ese libro en un género especial, el testimonio. Por supuesto, cuando la editorial Achawata me propuso reeditarlo, acepté pleno de alegría. Mis paisanos peruanos podrían conocer ese texto que no es mío sino de Saturnino Huillca, y de hace 49 años. Algo fundamental: no se modificó ni una palabra del libro primero. Me pidieron en cambio que pusiera como entrada una descripción del viaje mío y de Huillca a La Habana para recibir el premio.

Me dieron unos dos mil dólares. Y yo se los di a Huillca. El gran hombre que era Saturnino me dijo:  -Pero eres tú el que lo ha escrito. Y yo le contesté: – No, Satuco, tú lo has hecho con tu boca, ante un micro. En realidad, es una larga entrevista al Secretario General de la Federación Campesina en el Cusco durante dos años de encuentros y grabaciones. Y eso es lo que expliqué la noche del jueves en el auditorio Chabuca Granda de la FIL, a viva boca. Les agradecí la presencia del público porque, con un micro en mano, diciendo solo la verdad, me parecía que volvía a ser el joven que fui en un mitin en San Marcos, muchos años atrás.

Les conté cómo había conocido a Huillca. Jorge Basadre —nuestro gran historiador del Perú republicano— también escribió sobre la importancia del azar en la historia. Lo que tomamos como el azar. ¿Cómo llegué a conocer a Huillca? Yo vivía en Lima y Huillca en el Cusco. Estaba, por mi parte, terminando mi formación en San Marcos en la ciencia de la historia, pero era periodista del diario Expreso. Yo no vengo de las grandes familias, tenía que trabajar para continuar mis estudios. Y ocurre que el diario Expreso decide tener jóvenes «progresistas», así se llamaba a los que éramos libres de los partidos pero con un espíritu crítico que nos acercaba a los grupos de izquierda. Era el diario de Mujica Gallo que quería ser ni La Prensa ni El Comercio. Hubo un llamado a concurso. Salí elegido entre otros, como Raúl Vargas.

Pero debo decir que tuvimos mucha suerte porque el director fue alguien muy especial. Era un hombre de la carrera diplomática, había vivido mucho tiempo en los Estados Unidos, con dos formaciones, filosofía y economía: Encinas, el hijo del gran Encinas que fue el gran amigo de José Carlos Mariátegui, y aquel que explicó al gran pensador que era Mariátegui el mundo andino. El otro lado del Perú. El amauta Mariátegui, por su enfermedad permanente, no pudo conocer físicamente ese Perú arriba de los tres mil metros sobre el nivel del mar. Yo guardo un gran agradecimiento a Mujica y a Encinas. Y en este caso, él fue quien me envió al Cusco. Estamos hablando en estas líneas del Perú de los años 60 del siglo pasado.

Del sur venía algo inesperado. Millares de campesinos tomaban las haciendas, las ocupaban, pero no las casonas sino las tierras. Es decir, no era los estallidos de violencia del pasado peruano ni los actos vandálicos que luego la Policía o las Fuerzas Armadas reprimían y por los cuales los campesinos perdían tierras y la vida. Algo muy inteligente había en esas «invasiones de tierras», como se decía entonces en Lima, y que los campesinos ellos llamaban «recuperaciones de tierras». El director de Expreso quería saber qué diablos pasaba en el Cusco (con efectos en Puno y Ayacucho). Por lo visto, no eran guerrillas. Eso no era Hugo Blanco —que ya estaba prisionero en Arequipa—, la zona en que estuvo era La Convención, el lado casi amázonico del Cusco. En ese lugar, había una agricultura de alto rendimiento gracias al trabajo de mejora de los «arrendires», campesinos que arrendaban tierras al hacendado a cambio de trabajo gratis para él.

Pero con las noticias que llegaban a Lima era imposible entender qué pasaba. Federaciones de campesinos, huelga de los «arrendires» ante los gamonales, sindicatos de campesinos como si fueran obreros de unas fábricas —una novedad—, todo eso llegaba a Lima justo cuando había democracia y se debatía en las cámaras una posibilidad de reformas en el mundo rural. En plena Guerra Fría. Muchos en la capital, como siempre lejos del país, no entendían qué ocurría, acaso una intervención de Cuba. Se necesitaba entonces que alguien estuviera en el terreno mismo de esa rebelión, sin balas pero sí con ojotas, que reclamaba lo que había perdido en los muchos litigios con los poderosos hacendados. Se necesitaba una suerte de corresponsal de guerra. Y entonces, el director de Expreso, en el círculo de jóvenes periodistas que él llamaba sus juniors y yo entre ellos, me pregunta (y lo recuerdo como si fuese ayer):

– Neira,  ¿es usted de Apurímac?

– Sí

– Y usted conoce el mundo rural.

– Algo, en vacaciones voy a las haciendas de mis tíos, los hermanos de mi madre, los Samanez.

– Y usted también ha sido alumno de José María Arguedas y monta a caballo.

Y entonces, me dijo: – Usted se va al Cuzco y se queda todo el tiempo que dure ese fenómeno y nos envía sus artículos. Y así fue.

Ya en el Cusco, busqué a mis amigos del Partido Comunista. Pero me dijeron, «no estamos en eso». Hay trotskistas, y me recomendaron que fuera directamente a la Federación de Campesinos. Y entonces conocí a Huillca.

Entre los líderes de ese enorme movimiento, había algunos que habían hecho el servicio militar. Algunos sabían leer y comenzaron a hojear el diario que llegaba de Lima y en el cual veían lo que yo contaba. Era a favor de ellos. Y me nombraron «compañero cuna», es decir un amigo, un socio. Me volví el único periodista que acompañaba las marchas de los campesinos sublevados, pues echaban a los otros periodistas. Y por otra parte, conocía a algunos de esos líderes que, habiendo tenido una formación militar, engañaban a soldados y policías. Hacían correr el rumor de que tal o cual hacienda iba a ser tomada, cuando en realidad tomaban otra, a mucha distancia. La policía no podía llegar a tiempo para impedir la invasión de la hacienda que los rebeldes había decidido. Cuando todas estas estrategias se supieron en Lima, por mis crónicas, se vino abajo el mito que los indios no podían ser astutos y lucir inteligencia.

Porque este fenómeno de indios organizados por ellos mismos y entre ellos, Huillca, ha sido callado por el Perú de los no indios. Ese silencio y el no conocimiento de ese fenómeno de revolución que venía de la misma masa de los dominados, no necesitaba de partidos ni elites que los dirigieran. Las tomas de tierra fueron la gran causa que llevó a la reforma agraria. En el mundo militar, la cosa era evidente: ¿iban ellos a detener a millones de indígenas que, de Puno a Cajamarca, podían ponerse en marcha para recuperar las tierras que perdieron en el primer siglo republicano? Lo dice Basadre,

en su libro Sultanismo, corrupción y dependencia en el Perú contemporáneo, p. 13:

«La apropiación de la región serrana del país, por un pequeño número de antiguos y nuevos propietarios de tierras, que antes pertenecieran a las comunidades indígenas, al Estado, a la iglesia, a las municipalidades y a las beneficencias. Este fenómeno tuvo continuidad a lo largo de toda la época republicana y se acentuó al fmalizar el siglo XIX y al empezar el siglo XX. Las masas rurales empobrecidas quedaron como mano de obra servil en los grandes dominios agrícolas u optaron por la emigración.»

Eso ha sido la enorme diferencia de los dos Perús, durante el siglo XIX y XX hasta que los líderes indígenas de los años 60 iniciaron lo que vino después, el fin del gamonalismo con modo de producción feudal y servidumbre indígena. Eso duró desde la colonia, y los abusos, hasta 1969. Luego vino también, por decisión propia, la gran migración hacia las ciudades.

Huillca es, pues, el San Martín de los indígenas. Un héroe que no hemos entendido. No todos pues son Grau. Y Huillca, no necesitaba ser marxista para ser revolucionario. Acaso el sentido común del pueblo y de los marginados. Del mismo modo que hay una inteligencia perversa para gobernar sin derecho —el solo deseo de capturar el Estado para enriquecerse— existe también la inteligencia de los pueblos. Son siempre una sorpresa. La poderosa Roma nunca imaginó el cristianismo, ni la nobleza francesa la revolución de los plebeyos. De alguna manera entramos a la Modernidad. Y esa biografía no es novela o imaginación. Todo es cierto, es una larga entrevista. Venía a Lima en avión, yo le pagaba los pasajes. Dos años de conversación y con dos traductores porque Huillca no quería hablar sino en quechua.

Publicado en El Montonero., 22 de noviembre de 2021

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Végueta y San Martín: una página de historia

Written By: Hugo Neira - Nov• 15•21

Hay una pequeña localidad urbana, en la costa peruana, que se llama Végueta. Tiene algo de específico, se encuentra en lo que se llama el «norte chico», en el valle de Huaura, a 170 kilómetros de Lima y a 15 minutos de Huacho, y el caso es que esta ciudad se halla en la ruta sanmartiniana del libertador del Perú. Y se destacó, hace dos siglos, porque sus habitantes apoyaron claramente a los marinos y tropas que habían puesto el pie en las playas de Tambo de Mora y las islas de Végueta. El hecho que San Martín descendiera a tierra está en la memoria de los peruanos de Végueta. Seamos claros, hay un culto de patriotismo y a San Martín. Al filo del mar, hay una hermosa estatua del libertador, de pie con un brazo y la espada apuntando al norte lo cual significaba la continuación del proceso independentista. Esta obra es el fruto de diferentes Comités Patrióticos. Y así pues se ha convertido en el respeto y la gratitud de los peruanos, y es parte de la memoria de nuestro pasado.

Se explica, pues, que con una población de 22031 habitantes, Végueta es declarado por el Congreso de la República como «distrito histórico de la Independencia Nacional», esto en 1984 bajo Ley N°23942, siendo su primer alcalde don Gualberto Collantes Peralta. En este paso intervinieron Manuel Ulloa Elías, presidente del Senado, Elías Mendoza Habersperger, presidente de la Cámara de Diputados y Fernando Belaunde Terry, Valentín Paniagua y Luis Percovich Roca.

Estos fundamentos constitutivos no fueron inútiles, al contrario. El distrito funciona creativamente mediante comisiones ad hoc. Por ejemplo, decidieron producir una revista, un libro en realidad, en torno a esta temática, Végueta, en la ruta sanmartiniana  del Bicentenario del Perú. Es decir, el pasado glorioso y en el mundo actual, el presente. Cuando escribo estas líneas tengo en las manos ese libro creado en Huaura, Perú. El presidente de esa comisión es Miguel Ángel Rodríguez  Mackay (profesor en Relaciones Internacionales, dicta clases en San Marcos, San Martín de Porres, y otras universidades y es columnista de varios diarios). Tal libro reúne artículos y ensayos de académicos y diplomáticos de Argentina, Chile y España. Por mi parte, he escrito sobre la energía de San Martín, sus muchos viajes a caballo. El tema no ha motivado un libro solo de remembranza, hay textos novedosos como el de Raúl Chanamé, sobre «la estrategia independentista». En efecto, por algo el Libertador pasa de Paracas al norte, evitando Lima. Las guerras de la Independencia no fueron tan simples como a veces la historia plácida de algunos de nuestros historiadores las presenta. Algunos dicen que fue una independencia que llegó por el mar. Cierto, pero el desenlance fue en los picos de los Andes. Y muchas veces estuvo a punto de apagarse. Todavía hay peruanos que no han comprendido que la Independencia fue un estallido, no solo en un país sino en varios, y hubo algunos efectos externos como la invasión de España por Bonaparte, en 1810. Toma dos reyes españoles, y en 1810 los hace abdicar y deja el Imperio castellano acéfalo.  Las causas de la independencia son variadas, unas son problemas locales y otras, estaban ocurriendo del otro lado del Atlántico, grandes cambios, con efectos en la América todavía colonial.

La Municipalidad distrital de Végueta se ocupa intensamente de la memoria de San Martín, y en estos días, su actual alcalde, el licenciado Eutemio Ríos Alarcón, junto con las comisiones encargadas han invitado a diversas personas para celebrar la ruta sanmartiniana, el Bicentenario y a San Martín, con varios eventos. El primero ha sido presentar la Revista del distrito de Végueta seguido de un acto teatral reproduciendo el desembarco. En la playa este viernes 12 de noviembre de conmemoración, los invitados venidos de Lima entre ellos diplomáticos extranjeros, docentes, articulistas, militares, congresista, y las autoridades y vecinos de la localidad, se izó la bandera del país del Libertador junto a la del Perú, un gesto justo y emotivo. Pero también vimos también los soldados de San Martín, saltando de sus botes, en la playa llamada Tambo de Mora. Era una escenificación excepcional, como teatralidad la isla don Martín y las arenas de Tambo de Mora donde hace dos siglos los botes de oficiales y soldados dieron varias vueltas antes de  desembarcar. Ese día no escuchamos el trueno de un cañon en el improvisado público, sabíamos que llegaron con la prudencia de ir a una guerra. En cambio, vimos desde nuestras tribunas los soldados con uniformes de colores llamativos propios a ese tiempo en que el uniforme era una forma de lenguaje —el heroísmo y la posible muerte— y se acompañaba de una estética. Ese día yo vi los soldados de la libertad. Y poco después, vimos a San Martín mismo, vistiendo pantalones de blanco color, del estilo, me parece, de los franceses bonapartistas —algo sencillo— en contra de los gustos de la nobleza en exceso de joyas y adornos. Ese día vimos a un joven de Végueta vestido como San Martín. Pues bien, nunca me olvidaré de ese historicismo vuelto poema silencioso. Algo más fuerte que la oratoria, una representación teatral, y una gran idea. Vivimos en la era de la imagen, está por todas partes, en la televisión, el cine, pero la escenificación del dramatismo de tener patria es algo muy fuerte. Podemos hacernos una pregunta, sin dramatizar en exceso, qué hace o puede hacerse por la patria eterna del Perú. Tras las grandes civilizaciones inca y preincaicas, los siglos de colonia y dominio imperial de lejos y nuestro frágil republicanismo, ver algo de los pocos grandes momentos fundadores es decisivo. Para los niños de colegio y los estudiantes, verlo sería una gran forma de educar, como lo ha hecho sin grandes gastos una municipalidad en el norte chico, en Végueta, a 170 km de Lima. Escribo estas líneas para contarles la historia del nacimiento del Perú republicano, en una playa histórica, como si el viaje en el tiempo, su escenificación de corta duración, fuera más fuerte e intenso que el cine, un libro, un cuadro. Si vemos seres humanos, entendemos por completo. Y agradezco a la gente de Végueta, que nos trataron como a reyes.

En cuanto a mi contribución, lo que he escrito sobre San Martín es corto. Me pregunté qué se podía decir de nuevo. ¿Otra vez si fue bueno su Protectorado?  ¿O dejar que continuase Simón Bolívar? Pero cada día, en quienes cambian las sociedades y la historia misma, en la línea del sociólogo Max Weber, cuenta el carácter, la persona misma. Nuestra especie tiene el lujo de la razón, pero también un sistema nervioso, y el carácter cuenta mucho en guerras, reyes y presidentes. Me pregunté entonces cómo era San Martín. Y me puse a leer las biografías que  existen y nos dan una posibilidad  de conocerlo. Pues bien, explico su ancestro, sus orígenes, el guerrero, pero sobre todo sus viajes. Cierto, con su constitución fuerte hizo viajes entre Argentina, Chile, luego Bolivia y Perú. Era inevitable  libertar a esos dominios y volverlos naciones republicanas. He contado más de 14 viajes en territorio latioamericano. Por ejemplo, el 27 de enero de 1815 fue ascendido a la clase de coronel mayor, y el 1° de agosto de 1816 fue nombrado general en jefe del Ejército de los Andes. Y el 24 de enero emprende la campaña sobre Chile. Cuando los realistas lo derrotan, vuelve a Chile, en otros casos vuelve a la Argentina. ¿Y de qué manera viajaba? Por la única que había en esa época, las independencias siendo anteriores a la época de la revolución  industrial. No había todavía ni ferrocarriles, autos y menos aviones. ¿Entonces? San Martín era lo que se llamaba «un hombre de a caballo».Y podemos dccir que era una persona saludable con mente sana evidente. No se le conoce vicio alguno. Y tuvo una larga vida luego de retirarse a Francia. De ahí su serenidad, su desinterés personal. Un guerrero con una ética, un ejemplo para todos.

En Végueta se sabe por vía de sus habitantes que lo han escuchado de sus abuelos abuelos y tatarabuelos que a San Martín le regalaron un caballo. No creo que sea un mito. Una señora llamada Benita Quispe, que fue la primera que se acercó al general y sus soldados, le preguntó si venían para echar a los españoles. Fue la que hizo ese regalo, una persona perteneciente a los pueblos autóctonos. Se cuenta que estaba dando de comer a sus cerdos, y se acercó sin temor alguno.  Rápidamente se dio cuenta que eso era un desembarco libertador. Lo que sucedió en Végueta pasó de generación a generación. Así son los pueblos del Perú. Lo de la señora Quispe se encuentra en los archivos del Obispado de Huacho.

¿Qué pasaría con la actual historia oficial si investigáramos los archivos    provincianos? Sería entonces la historia del pueblo del Perú, no la de las oligarquías y de unas cuantas familias como lo es hoy.

Publicado en El Montonero., 15 de noviembre de 2021

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