Elogio de un libro peruano y para peruanos

Written By: Hugo Neira - Ene• 10•22

Es la madrugada, todavía no es de día en Santiago de Chile. He pasado la noche en un paseo por el libro titulado El  umbral de los dioses (Cauces Editores). No tiene una sola temática porque los dioses y demonios van de un lado a otro, y el libro llegó a mis manos como un regalo, y en Los Álamos, donde vivimos, alguien lo entregó en la caseta de los vigilantes (o como otros les llaman, wachimanes). Me lo dieron cuando nos despedíamos, lo metí en el portafolio sin acudir a algún tipo de magia. Pero ya sobre las nubes, que es el lugar desde donde se puede leer mejor su contenido, llama la atención  la portada. Hay vivos y muertos, diversos seres tanto amables como demoniacos. El libro nos hace saber que las imágenes de la portada son las «Cuatro Partes Del Mundo», obra de Alex Ángeles, Carlos Lamas y Ángel Valdez, acrílico e impresión serigráfica sobre tela del 2003. Es acrílico —insisto— y la tela mide 178×158 cm. No es fácil verlo por entero, reposa en la Colección del Instituto Cultural Peruano Norteamericano (ICPNA).

Pero si el posible lector todavía no asume que está ante un libro singular, al menos puede que se sorprenda que tenga más de dos autores. A saber Moisés Lemlij y Luis Millones. O sea, dos ciencias sociales, la psicología, como es sabido en Lemlij, y la antropología con Millones. En la página 15 el libro nos prepara para una «aproximación psicoantropológica a los mitos andinos». Pero en el prólogo se hace público que es una conversación entre el psicoanálisis y la historia, viene de los años sesenta «cuando la coyuntura generacional reunió a un conjunto de jóvenes interesados en la cultura andina». Hubo afinidades y amistades, y rivalidades. Pero eso no es todo. El prólogo explica que por un conjunto ligado «al propio desarrollo de las disciplinas en mención». Pero con los autores de esas páginas se descubre, desde el índice, que Max Hernández  se ocupa de «Las formas de lo invisible», «Los sueños del inca conquistador» en páginas de Moisés Lemlij y también «Pachacútec y el incesto dinástico», y «Algunos mitos referentes al dios Pachacámac» de nada menos que María Rostworowski, y en conjunto con Luis Millones, Alberto Péndola y Max Hernández está el capítulo sobre «Identidad y origen: el mito del nacimiento de Pariacaca».

El libro se anticipa en ser claros sobre sus fines y metas, no solo de uno sino de varios. «Se ha mencionado que Lima fue el lugar de encuentro y teatro de las acciones de la reflexión y consulta de los autores. Esto se ajusta a la verdad, pero no quiere decir que las investigaciones se redujeran al ámbito de la capital. Se trabajó en Ayacucho, en la selva, en Carhuamayo, Junín y en los valles del Chillón y de Lurín —o sea Lima— para cubrir temas que son muestras de esta labor multidisciplinaria. Hay, pues, un profundo interés en dar una dimensión nacional y de proveer un correlato empírico a nuestras reflexiones»  (página 13).

El libro luego se ocupa del Taki Onqoy, «la enfermedad del canto». «Los años oscuros de Santa Rosa de Lima» (en manos de Luis Millones). Y con Moisés Lemlij y Luis Millones, desde las páginas 237 a 254, sobre los demonios del siglo XVII, que es una interpretación psicoanalítica de las «idolatrías». Y en una que sobrepasa al pasado histórico, la importancia del psicoanálisis del mito, no me digan que me equivoco, estamos rodeados de mitos contemporáneos que se podrían discutir si es que usamos la razón, incluso cuando se trata de actitudes y mentalidades que han salido de eso que se llama razón. Quizá otra disciplina es de urgencia, me refiero, más allá del libro El umbral de los dioses, al que nuestra Edad Media no está del todo estudiada. La aceptación de un Dios superior. El Dios Sol fue desplazado por el Dios Padre eterno, venido al mundo andino no tanto por los conquistadores sino por la habilidad de dominicos, agustinos, franciscanos. Todo lo que sabemos de esa transición de la fe de los  indígenas a la teología que llega desde el mar, se apoya no solo en las disciplinas de nuestros días sino en los testigos, Santa Cruz Pachacuti, desde que lo tenemos, desde 1927. Y de los cronistas, desde Garcilaso hasta Arguedas. Es cierto que a Juan Carlos Estenssoro, peruano y profesor de historia en París, le debemos la mutación ya no de los incas sino de la masa de indígenas, el pasaje «del paganismo a la santidad», título de su libro. Pero esa transformación no fue solo el peso del poder colonial. La Iglesia actuó de una manera mucho más compleja, incluyendo no solo los viejos rituales sino las huacas sagradas, los protagonistas predicadores indígenas. Consta en «El mito del nacimiento del Pariacaca», información que conoció Julio C. Tello, desde la etnografía que estudia en 1977, y también Julio Cotler y José Matos Mar, desde los ritos y tradiciones de Huarochirí, en 1987, traducidos gracias a Taylor. Y este libro que celebramos nos dice que el periodo peruano con doble mentalidad, que se llama periodo colonial o virreinato —o si se quiere, del siglo XV hasta el fin de este tiempo más o menos moderno, nuestra Edad Media—, no hemos terminado de estudiarlo.            

Las tendencias, la rivalidad de clases y estamentos, las leyendas, las utopías actuales, nada de esto acaso requiere de otra disciplina. Sin olvidar el cuerpo, la mente, la fe, acaso la sociología. Pero la sociología hoy no es sino un apéndice del marxismo, el liberalismo, cuando el socialismo no se hizo fuera de las pasiones y las emociones o las utopías. Casi todas provienen de la vieja europa. Pero este libro abre unas ventanas nuevas. Cómo se forma en lo que ese libro llama «las formas de lo invisible». Desde el primer aprismo al filo del comienzo del siglo XX, o el desdén a Vargas Llosa y que prefirieran a Fujimori. Y cómo llegó, adónde llegó Sendero Luminoso. En «¡Qué  difícil es ser Dios!» de Carlos Iván Degregori, no podemos evitar dos frases suyas: «SL fue una etapa oscura de nuestra historia». Pero también dijo «que era un objeto de estudio opaco y elusivo». Hay otra idea en Iván Degregori: «Los Robin Hood ya pasaron a la historia. Abimael Guzmán y la izquierda latinoamericana». Como se entiende, hay ambigüedad. Los 75 mil muertos, los jóvenes que creyeron que habían hecho estudios para manuales, la base social de jóvenes campesinos y buena parte de la población andina, ignoran las herramientas intelectuales que necesitan. Tenemos que entrar a otro milenio, como China, India, y pronto el África.

Algo de lo más histórico es que el país que surge pese a la administración imperial produjo un campo de religiones. Y eso es lo que explica este libro, los indígenas absorbieron otros cielos, otros dioses, mientras estaban embebidos. Por más abrupto que fuera el camino impregnado de la fe de los recién llegados, sería algo de fusión de ambas religiones, algo barroco. No había contradicciones, detrás del Dios Sol, un Dios oculto, hacedor del Cosmos. Y que tuviera hijos con poderes únicos, que eran exploradores y bajaban al mundo de los mortales. Esas visitas, las conocían en la memoria de las creencias milenarias.

Publicado en El Montonero., 10 de enero de 2021

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Para la presidencia y el Estado se necesita una batuta

Written By: Hugo Neira - Ene• 03•22

La política entre otras artes

El final de este mes diciembre nos lleva a usos corrientes. Estando lejos de Lima, muy lejos, pero siempre del lado del Océano Pacífico, en otros países, otras ciudades, algunos ciudadanos en casa, con la familia. La música no está ausente. El repertorio es accidental, puede ser de los vecinos pero composiciones más breves, melodías conocidas listas para cantar a toda voz, y bailar lo que ya conocen. Festejan el nuevo año, algunos han ido a escuchar música religiosa —hay una capilla a tres cientos metros de la casa en que vivimos—, otros han ido a un concierto. En materia de música así se dice, concierto. También se dice igual en Perú. Y en todas partes del planeta.

Concierto se dice cuando se trata de composiciones musicales para diversos instrumentos. Y aunque haya también los coros, siguen los bemoles. Imagínense dos conjuntos de músicos tocando algo distinto a la vez. Escucharíamos solo ruido. Pero en el concierto del que hablo, el resultado es la armonía. Porque los instrumentos diversos intervienen cuando un maestro, que dirige la sinfónica, con una varita en mano que se llama la batuta —palabra que viene del italiano «battuta»— marca el compás a la orquesta, tanto silenciando a un grupo de instrumentos como invitando a otros a tocar. Detener los violines o hacer ingresar las arpas al lado de grupos de vientos o maderas, o flautas o clarinetes, y luego, un poco al fondo, los instrumentos de metales, o de percusión, timbales, platillos, o el gong, el xilófono. Esa batuta la tiene la persona que dirige el conjunto, al punto que esa palabra se la usa ya no solo para la música clásica sino para las grandes orquestas, para grandes empresas, un rectorado o un Estado de nuestros días. Aquí la palabra clave es concertar. Con la batuta. A la administración del Estado y las fuerzas políticas dentro del Estado.

Concertar es una palabra que viene del latín. CERTARE, es luchar y también arcordarse, armonizar, concordar, que quiere decir estar de acuerdo. Concertar es poner, colocar o relacionar a un número de personas que en negocios han concertado para emprender  juntos con otros. En política es estar de acuerdo, o cooperar, para un resultado que implica grupos y personas numerosas, debido a una concordia, una fraternidad. Y se puede decir entonces que se ha concertado. En la gramática corriente, concordar no puede dejar de lado dos palabras decisivas: «con», es una de ellas, y «entre». Sí, pues, entre personas, clases sociales, y regiones. La sustancia real y moral de esta palabra la hemos extraído del más serio diccionario de la lengua castellana, nos hemos apoyado en DICCIONARIO DE USO DEL ESPAÑOL de María Moliner. Y la armonía de los conciertos musicales.

CONCERTAR es el verbo que se puede encontrar en negocios, política y música en sus más altos niveles. 

En el arte de la música no hay nada mayor y mejor que la existencia de los conciertos. Y en ellos los directores de orquestas sinfónicas. Lo que tendría de parecido, con sus dificultades, es un Jefe de Estado, sea un Rey sea un ciudadano elegido por los votos,  alguien que tiene el poder legal de una presidencia. En ningún caso va a ocuparse de todas las diversas entidades e instituciones. Ningún Estado o toda otra nación moderna deja de tener una multiplicidad de instituciones, a diferencia de las empresas privadas. Y un Estado es más extenso que una orquesta.

Y dejemos de lado lo que un pueblo espera de los Estados nuestros en esta América Latina con tantos retrasos, por ser sociedades muy fragmentadas: hacer llegar los recursos,  llegar a la modernidad y a un país sin hambre, de dignidad humana y atención pública, igualdad ante la ley. Es algo que podemos alcanzar pero no es para el día de mañana. Y es cuando alguien mueve la batuta.

Sé lo que piensan muchos de mis paisanos y contemporáneos, no creen que el Estado es algo importante. Por lo menos, yo debo lo que soy a los estudios que tuve en un colegio del Estado y en universidades estatales. No era la educación de hoy que creen que es suficiente. Pero, para decirles algo sobre la importancia del Estado, aparece en Europa desde el siglo XVI, y los Estados Unidos, y no olvido como Rusia y China son lo que son por tenerlo desde el origen. Y otros países asiáticos y las potencias que están apareciendo.

En uno de mis viajes, encontré un libro sobre Egipto. Yo estuve un tiempo en El Cairo, para hacer una tesis corta que me pedían en París. Me mantuve gracias a una disposición de la universidad en que estaba, me cambiaron por un profesor egipcio y así yo dicté unos cursos e hice una tesis breve sobre el Egipto de hoy.

Y es por eso que, por curiosidad, me acerqué a una librería gigantesca en la que encontré un libro titulado Instituciones de Egipto, en tiempos de faraones. Casi me caigo al suelo cuando descubro que los faraones tenían instituciones, antes de JC. Tenían lugares para los extranjeros, los reyes (con menos poder que el faraón), residencias faraónicas, residencias para la corte, diversas sepulturas, y dominios de la corona. Y palacios para la función legislativa y el poder ejecutivo, en otro lugar; los grandes cuerpos del Estado —seis grandes tribunales, archivos y bibliotecas— y luego, unos «nomarcas» (de nomo, unidad territorial económica, fiscal y religiosa) que controlaban otros funcionarios en ciudades, como nuestros alcaldes; distritos y ejércitos para la dominación de los países del desierto oriental  y de Sinai. Todo estaba organizado. El desierto, los oasis y lugares fronterizos.

No lo sabía. Sabían ellos dónde estaban las tierras cultivadas, qué pagaban en impuestos. Tenían catastros, yo creía que eso era de los primeros griegos. Se sabía todo lo del Nilo, cuando bajaba o subía el agua. Y de los rebaños y la fauna. Y los recursos minerales.

Y  la gente calificada por profesión, educación y cultura. Había una educación egipcia y una economía. Y el monopolio del Estado. Tenían un Ejército y una Marina. No sigo, hay una época en que aparecen otras ciudades en el Mediterráneo.

Y ahora usted, estimado lector, coja su silla para lo que sigue. ¿Sabe quiénes copiaron el Estado de Egipto? Los romanos. El Egipto faraónico y sus instituciones anticipan el modelo romano de los Césares que luego se volvió Reyes, Emperadores. Y demócratas o totalitarios, pero siempre hubo Estados. Hasta nuestros días.  El orden de la política no viene de los Césares sino del orden de los Faraones.

Debería cada semana una orquesta tocar públicamente. ¿O es que no tenemos ni una entidad musical capaz de un concierto con director con batuta en mano? Quizá entenderíamos qué es la gran música y cómo los Estados cumplen sus deberes. Sería un paso enorme porque el ser humano comprende ciertos símbolos que nos hacen vivir mejor mediante concertaciones y no por la violencia y las guerras internas.

Publicado en El Montonero., 3 de enero de 2022

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Mensaje y misiva sobre la elección presidencial en Chile

Written By: Hugo Neira - Dic• 21•21

Lo que decían los diarios chilenos el domingo 19 y lunes 20 de diciembre

Acabamos de llegar a Santiago. Y recurro a los diarios de esta mañana. No he venido a Chile por razones periodísticas sino por una serie de trabajos de carácter académico, pero no cuesta nada una nota breve sobre estas elecciones. El diario El Mercurio recordaba que había que elegir entre Gabriel Boric (candidato de Apruebo Dignidad), y su rival, José Antonio Kast, del Partido Republicano, candidato por el Frente Social Cristiano. El diario Las Últimas Noticias del lunes 20 cubre la primera página con su rostro y en grandes letras: BORIC PRESIDENTE. Y el mismo diario: «Candidato de Aprueblo Dignidad se impuso en segunda vuelta con 55,86% de las preferencias al 99,77% de las mesas escrutadas».

Cabe tomar, para esta breve nota, lo que ha dicho el vencedor. «Vamos a expandir los derechos sociales con responsabilidad». Los diarios dicen que esta «segunda vuelta cuenta con la más alta participación, supera las cifras del Plebiscito Nacional del 2020». En uno se dice que Gabriel Boric llega al gobierno con especial legitimidad: además de ser elegido en la elección más masiva de la historia de Chile, llegará a La Moneda (el palacio de gobierno de Chile) el presidente más joven en doscientos años. «No es una anécdota», dice el autor de esa columna, Bunker, sino «una señal de esperanza». Boric, el vencedor, también dijo cuando habló en una plaza popular de «Cuidar la democracia».

Esta nota quisiera que sea lo que los mismos chilenos conocen. Pero me atrevo a decir que nunca estuvo más polarizada la elección, con unos 15 millones de electores. La toma de poder es para el 11 de marzo, con un nuevo Congreso. Y añadir que a las dos grandes tendencias políticas, se sumaron diversas partes del voto de la derecha y de la izquierda, que es la que ha vencido. Los políticos chilenos, los veo con una actitud cívica, contrariamente a otras repúblicas de este vasto continente. Un ejemplo, cuando el conteo de votos iba a la mitad, el republicano Antonio Kast, candidato por el Frente Social Cristiano, reconoció su derrota y llamó a su contrincante, Gabriel Boric, de Apruebo Dignidad, para felicitarlo. Y es una tradición muy cívica la chilena, como cuando en el 2013 la vencedora fue Bachelet —y poco importaba que con votos comunistas—, y tomó desayuno con el presidente electo Sebastián Piñera. 

Me impresionan los rituales republicanos para después de unas elecciones. Entre tanto, se cuidaron los votos de las mesas, no como pasó con una candidata en el Perú. Tengo algo de envidia cuando dicen «primero Chile». Y hoy con Boric electo, hijo pródigo de la Concertación, un antropólogo proyecta el futuro, a partir del 11 de marzo, «con equipos completamente nuevos a cargo del gobierno». En las páginas políticas de Las Últimas Noticias dice que «Boric podría ser un gran Presidente, si encuentra los equipos adecuados». El antropólogo, Pablo Ortuzar, investigador del Instituto de Estudios de la Sociedad y, como dice el diario, más bien cercano a la derecha. Por si acaso, personalmente no lo conozco. Pero si pienso en el Perú, en mi patria, hay muchos agudos analistas que si los hubiesen llamado, otra política tendríamos. Pero no se equivoquen, no busco una chamba. Lo digo por decirlo. La gran politica, en cualquier situación, no se hace con amiguitos sino con los  mejores. El Estado y gobernar es siempre difícil, y se necesita gente que comprenda la sociedad, sobre todo en países de diferentes culturas como el nuestro. País fragmentado geográficamente y de regiones y brechas económicas enormes y distantes.

Publicado en El Montonero., 21 de diciembre de 2021

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Palma y el arte de la tradición *

Written By: Hugo Neira - Dic• 20•21

¿Quién dice eso? Un gran peruano, José Miguel Oviedo. Luego de su formación en nuestras universidades, siguió sus estudios y carrera en los Estados Unidos, profesor en la Universidad de Pensilvania, y a pedido del consejo editorial de Alianza Editorial, se logra una Historia de la Literatura Hispanoamericana, en cuatro volúmenes. El peruano Ricardo Palma aparece repetidas veces, por ejemplo, en la expansión romántica en el continente. O en la prosa castellana en América, en la poesía, los relatos que llamó «tradiciones». En cuanto a José Miguel Oviedo, no volvió nunca al Perú, pero dejó un monumento sobre la literatura del continente que habla y piensa en castellano, es el mejor estudio global de nuestra cultura literaria. Y nadie que yo sepa se ha animado —ni los europeos ni los profesores norteamericanos— a hacer otra. Por mi parte, como viajo tengo los volúmenes en los diversos lugares en que nos quedamos por temporadas. Mucho de lo peruano está en las miles de páginas de Oviedo. Amable lector ¿conoce usted esa biblia literaria?

En ella está, por cierto, las Tradiciones, que para Oviedo son algo más que cuentos cortos. En realidad, son cuentos cortos pero su esencia fue extraída de antiguos archivos siendo entonces algo más que eso. Sin duda, la memoria de lo acontecido, una serie de dramas y pasiones. Y en el estilo de Ricardo Palma, disertados con humor y como si fueran parte de una tragedia que fue la dominación colonial, con jovialidad y un aire ligero y sonrioso. Las Tradiciones fueron algo entre la historia y la literatura. Ricardo Palma, en el primer siglo de republicanismo, es el escritor que toma el pasado con un aire de ligereza y el ingenio de una cultura poscolonial. Acaso bajo la influencia de la cultura francesa, de la lección de Víctor Hugo y de la ironía de Voltaire. El limeño Ricardo Palma tenía el don de la literatura que puede reducir un noble al ridículo, como el joven Arouet que frecuentaba a la nobleza francesa los hacia reír —la drôlerie—, en tiempos difíciles. Ni a Voltaire ni a Ricardo Palma les entendieron. A Palma lo tomaron como un defensor del periodo colonial. Sin embargo, sus relatos hicieron desfilar en las hojas de las Tradiciones a «inquisidores, virreyes, oidores, togados arzobispos, a damas empingorotadas». Fue necesario otro siglo, el XX, para que aparecieran críticos más atinados, y cuando Raúl Porras se ocupa de las obras de Ricardo Palma, se entiende que no era solo un tradicionalista sino un republicano que observa la tendencia perversa o fantástica de esas épocas, sus intolerancias y vicios que no animaban a volver  atrás. De ahí el estilo irreverente del autor. Limeño y gran periodista, figura intelectual, mal entendido, alguien que intentaba la independencia no por las armas sino por el uso del lenguaje y el caracter limeño, porque cada página de los innumerables cuentos cortos de las llamadas Tradiciones no era sino un adiós a los viejos tiempos y la dominación virreinal.

La persona

Pero seamos amables con el escritor más reconocido del siglo XIX, Ricardo Palma: hay que decir cuál fue su origen, su formación, su vida política y los viajes que hizo. Estos datos son necesarios. Provienen del Diccionario Histórico y Biográfico de Milla Batres.

Ricardo Palma (1833-1919). Nace en Lima el 7 de febrero de 1833. Hijo de Pedro Palma, oriundo de Cajabamaba, y de Dominga Soriano, de Cañete, ambos gente «modesta de menestrales» expresa Clemente Palma —que fue también escritor—, el vástago del que se ha creído siempre era un conservador. El hijo discute esa calificación. Don Ricardo, en alguna ocasión, «se vanagloriaba de tres cosas en su vida: no tener sangre azul, de no ser coronel y de no ser doctor». Él formó su propia aristocracia literaria, «sus credenciales de nobleza intelectual las hizo manipulando en los archivos y bibliotecas con los  hechos y dichos de reyes, virreyes, conquistadores, inquisidores, encomenderos, oidores, togados, frailes, títulos de Castilla» (el nombre que se daba cuando compraba un título de nobleza gente extremadamente corriente      en las colonias. A la nobleza, se llegaba por actos de guerra pero España, en el XVIII, el dinero lo necesitaba.)

En el Diccionario de Milla Batres se observa que el pasado del Perú casi no lo toca Palma cuando los incas y curacas salvo una excepción, una leyenda incaica, Palla Huarcuna, la muerte de una doncella destinada al serrallo de Túpac Yupanqui, que fue una leyenda popular. Se nota que las leyendas incaicas seguían con vida porque Palma escribe ese drama antiguo en 1860, a sus 26 años. También se había interesado por un drama histórico, Rodil, pero lo destruyó. Palma era muy social con la gente de su edad, entre ellos el poeta Luis Benjamín Cisneros y José Antonio de Lavalle. Con ellos y otros ocho fundaron La Revista de Lima. Y «por el dinamismo de su espíritu»  —dice Manuel Zanutelli Rosas—, «lo llevaron a la política y le condujeron a actividades peligrosas». En efecto, Ricardo Palma no es ese abuelito con gran barba sino un atrevido personaje. En política, estaba al lado de los doctrinarios liberales de José Gálvez. Decirse liberal era estar en contra de los caudillos militares entre 1833 y 1895. Según Zanutelli, participó en un complot contra el mariscal Castilla, entonces presidente, pero habiéndose descubierto, no lo lograron, y fueron Palma y otros capturados y desterrados a Chile.

Más tarde, es Víctor Andrés Belaunde quien rememora el carácter del escritor Palma.  Con estas palabras: «Palma ingresa en la vida activa del parlamento, en 1868. Fervoroso liberal de las conspiraciones y del destierro se trueca en un sesudo parlamentario. Es presidencialista, no solamente por su posición en el gobierno de Balta sino por convicciones íntimas. En la legislatura de 1868, la primera a que asistió como senador por Loreto, se presentó por el general Vivanco una moción, invitando a los ministros a que asistieran a los debates de la cámara. Palma se opuso, afirmando que la presencia de los ministros los distraería de sus funciones en la administración pública». Su figuración fue poco brillante, dice MZR, pero siempre, digna, acertada y caballeresca. Aconsejó a José Balta que entregara el poder a Manuel Pardo. Cosa que no se hizo. Ahora bien, cuando el Senado protesta por el golpe militar de los hermanos Gutiérrez, la firma de Palma figura en el acta que suscribe la protesta contra ese golpe militar. «Era liberal, institucionalista, consecuente en su pensamiento y en su vida.»

En la misma fuente, en el Diccionario Histórico y Biográfico del Perú de Milla Batres, algo más. Palma llamó la atención de un gran historiador y escritor, Riva-Agüero. De Ricardo Palma dice: «Es el tipo de criollo culto, literario. Es muy raro este concierto del criollismo y de la cultura». Y lo que dice es decisivo: «Los que entre nosotros se han dedicado a la descripción de las costumbres tradicionales y populares, han caído en la vulgaridad, en el mal tono, y en una jerga abigarrada y plebeya. Palma es el representante más genuino del carácter peruano, es el escritor representativo de nuestros criollos. Posee, más que nadie, el donaire, la chispa, la maliciosa alegría, la fácil y espontánea gracias de esta tierra…

No es colorista. El maestro insuperable de las evocaciones coloniales, el que sabe resucitar una época entera hasta en sus mínimos pormenores.» «Cuando queremos penetrar hasta el alma de la colonia, nos apartamos de las sabias y pesadas compilaciones de Mendiburu, Odriozola y Córdoba, de las voluminosas Memorias de los virreyes, de toda aquella materia bruta, donde no están sino las osamentas, los yertos despojos del pasado, y abrimos las Tradiciones, donde bulle vivo y cálido. Tienen la verdad de la idea, en terminología  hegeliana: aquella excelencia de la poesía sobre la historia que Aristóteles proclamaba.»

«No leerlo es perder más de la mitad de nuestros hechizos» — Raúl Porras

Volviendo a nuestro tiempo

En la Historia de la literatura hispanoamericana de José Miguel Oviedo, en su segundo volumen, «Del romanticismo al modernismo», se toma a las obras de Palma como una expansión romántica en el continente.

«Palma y el arte de la tradición.

El romanticismo peruano fue tardío y endeble: casi todo lo que produjo, a partir del medio siglo [del XIX], en el campo de la poesía, el drama y la novela bien puede permanecer  olvidado sin que perdamos mayor cosa. La gran excepción es Palma, quien no sólo supero a todos sus contemporáneos —los jóvenes y aparatosos autores que conformaron lo que él mismo bautizó como «la bohemia de mi tiempo»—, sino que llegó a ser una gran figura de la prosa castellana reconocida tanto en América como en España.» (p. 115)

«Puede decirse, sin exageración, que Palma es la expresión más artística e ingeniosa de la prosa romántico-costumbrista del siglo XIX. La vida de este limeño de humilde origen y verdadero talento fue larga y fecunda; nada de lo que escribió, aparte de sus tradiciones —poesía lírica y festiva, teatro, trabajos históricos, literarios y lexicográficos— supera lo que logró en este campo, del que puede considerársele un maestro.» «Existía, pues, ‘una tradición de la tradición’ bien establecida antes que Palma

empezase a escribirlas, y cuyos estímulos podían remontarse tan lejos como las obras de Walter Scott.» (p. 116)

Ricardo Palma por sí mismo

Pero conviene que el propio autor, Ricardo Palma, hable sobre lo que él mismo bautiza como la «bohemia de mi tiempo»:

«De 1848 a 1860 se desarrolló, en el Perú, la filoxera literaria, o sea la pasión febril por la literatura. Al largo período de revoluciones y motines, consecuencia lógica de lo prematuro de nuestra Independencia, había sucedido una era de paz, orden y garantías. Fundábanse planteles de educación; la Escuela de Medicina adquiría prestigio, impulsada por su ilustre decano don Cayetano Heredia; y el Convictorio de San Carlos, bajo la sabia dirección de don Bartolomé Herrera, reconquistaba su antiguo esplendor. Por entonces llegaba de España don Sebastián Lorente, era nombrado rector del colegio de Guadalupe, y ante un crecido concurso daba lecciones orales de Historia y Literatura. Lorente era un innovador de gran talento, y la victoria fue suya en la lucha con los rutinarios. La nueva generación lo seguía y escuchaba como un apóstol. Abríase, pues, para la juventud, nuevos y espléndidos horizontes.» (Aquí continúa y nombra por lo menos a 23 profesores e intelectuales, «que no empezaban a peinar canas». Entre  ellos, Mariano Amézaga, Pompilio Llona, Pedro Paz-Soldán.)

«Nosotros, los de la nueva generación, arrastrados por lo novedoso del libérrimo romanticismo, en boga a la sazón, desdeñábamos todo lo que a clasicismo tiránico apestara y nos dábamos un hartazgo de Hugo y Byron, Espronceda, García Tassara y Enrique Gil. Márquez se sabía de coro [de memoria] a Lamartine; Corpancho no  equivocaba letra de Zorrilla; Llona se entusiasmaba con Leopardi; Fernández, hasta en sueños, recitaba las doloras de Campoamor; y así cada cual tenía su vate predilecto entre los de la pléyade revolucionaria del mundo viejo. De mí recuerdo que hablarme del Macías de Larra o de las Capilladas de Fray Gerundio, era darme por la vena del gusto.»

Ricardo Palma lo escribe con este título, «La Bohemia de mi tiempo», y vuelve a editarlo con «Recuerdos de España», en Lima, en 1899.

Sin embargo, se encuentra también en un libro titulado Historia de la literatura, editado por Paideia, Lima, del profesor Jorge Puccinelli, libro para los colegiales de secundaria, que guardo y respeto por la habilidad de los textos recogidos en el año 1960. El autor ya no está en este mundo. Libros para la secundaria como este, se ha dejado de lado. Es una barbaridad. Estamos, en lectura y escritura, detrás de todas las otras repúblicas del continente. Se olvida que saber comprender un texto, es el primer paso para aprender a pensar, a ser libre y, con el tiempo, un ciudadano bien formado.

* Publicado en el Boletín (virtual) n°105 de la Casa Museo Mariátegui dedicado a Ricardo Palma, pp. 8-11.

Publicado en El Montonero., 20 de diciembre de 2021

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Leyendo al Amauta

Written By: Hugo Neira - Dic• 13•21

Introducción

En una investigación sobre José Carlos Mariátegui, he encontrado el texto que sigue «No existen nacionalidades». No es del propio Mariátegui sino de lo que podemos llamar su contexto. Es decir, amigos, conocidos a los que llamaba para publicar en la revista Amauta.

Exactamente, en el número 13, de marzo de 1928, el año III de la revista, en la página 36. El autor de este breve texto es Gerardo Gallegos, en Guayaquil, en febrero de 1928. Como se sabe, la revista de Mariátegui se ocupaba de temas de doctrina, arte, literatura, y polémicas, de tal manera que en el sumario de cada edición publicaba una carta de Romain Rolland o de Waldo Frank sobre la decadencia, o sobre arte peruano. En el mismo número de Amauta, hay un texto de Luis E. Valcárcel titulado «Sumario del Tawantinsuyu», lo que no impide que la revista de Mariátegui se ocupara de la Vida Económica, crónicas de Finanzas, Comercio, Agricultura, Ganadería, Minería, Industrias, Transportes, Seguros, y Estadística.  Todo ello, al lado del texto de Mariátegui sobre la reforma universitaria, y un poema en quechua de José Varallanos. Y una nota polémica de Martín Adán en contra de Josefina Baker.

Nada de lo que es importante escapaba a Mariátegui, incluyendo la ciencia, por ejemplo, en el n°13, «el precursor de Einstein», que escribe Hugo Pesce. Está claro que Amauta no fue solo una revista política sino la más grande y abierta de todas las revistas que hemos tenido durante el siglo XX. Además, la revista muestra arte peruano como la indiecita, un oleo de Teresa Carvallo, o esculturas, y en literatura los versos de Martín Adán, «la defensa del disparate puro», dice una nota. Todo ello, dice JCM, «la poesía contemporánea» y el elogio del disparate, primeros pasos del surrealismo, era la defunción del absoluto burgués.

Cien años después, nos hemos empobrecido. Separamos en extremo la economía y la política ante el arte y la ciencia. El testamento de Mariátegui y la generación del inicio del siglo XX, vinculaba todo lo que es humano, desde el poema a la necesidad de instituciones del agente ejecutor del Estado. Navegamos, sí, pero con un solo remo. Mariátegui no solo derramaba una doctrina sino una pedagogía, no como ahora, amaestramiento confundido con asignatura. Sin tentar el estallido del nuevo conocimiento. La esterilidad se ha impuesto en nuestras escuelas y universidades. Nuestra cultura, un erial. Cuando echamos una mirada a la revista Amauta y esa generación, se nota una excitación, una exaltación, un amor por el conocimiento que se ha marchitado a lo largo de un siglo. Asistimos a las exequias, al velorio de una educación que es necrología, casa mortuaria, desengaño de lo sustancial que es la educación, curiosidad y éxtasis. En otros países, los escolares y estudiantes aman sus escuelas.

He aquí el texto en Amauta, sobre la nación.

«No existen nacionalidades en nuestra América (en Amauta)

Si la civilización es algo más que los autos que ruedan en las avenidas, los aeroplanos que vemos pasar, los radios y ortofónicas de los clubs; y es otra cosa que el «rouge» que, con los últimos modelos, les llega a las chicas «bien» desde París, es preciso aceptar que los pueblos de Indo-América-Latina y especialmente los bolivarianos viven todavía en plena Edad Media.

El genio de Bolívar libertó a estos pueblos, adelantándose su visión en dos siglos a la Historia. Pero no aró en el mar: sembró en el tiempo.

Mientras llega la hora—si es que antes no nos toma por su cuenta Yanquilandia— y aunque los que se dedican a los discursos altisonantes nos hablan de la grandeza de la patria y enorme cultura del pueblo, el panorama que presentan los pueblos diseminados a lo largo de los Andes, es desastroso: tal como el que en la Edad Media presentaban los bárbaros de Europa. Porque no arraiga todavía en el alma de las multitudes la conciencia de su unidad de origen y de estilo. Esta es su tragedia.

Tras la sombra de Bolívar quedaron fragmentos de nacionalidades erigidas en cacicazgos con el nombre de repúblicas, y en las que un militarismo craso y hasta analfabeto con sed de mando, impuso la brutalidad de su sable. Y con ellos, una multitud de patriotas (vividores políticos) se dedicaron a fanatizar al pueblo, a adular a los caudillos, y a prosperar en sus intereses en nombre de una patria y de una nacionalidad que no existen todavía.

Porque no basta hacer cuatro zanjas que dividan unas regiones de otras, y agrupar en ellas un pueblo bajo el gobierno de un presidente, para tener una nacionalidad y crear una patria. Este concepto podría ser base de «nacionalidades» en las tribus de África, pero no en pueblos que han dado hombres de cultura que han asombrado Europa. La Nación es una entidad social con fronteras étnicas, geográficas y morales. La patria es el pasado histórico de un gran pueblo que lo funde en una unidad homógena —idioma, educación, cultura, costumbres, mentalidad— y lo proyecta al porvenir en un solo destino. Y esta Nación y esta Patria no existen todavía en Indo-América-Latina ni siquiera en aspiración definitiva del sentimiento colectivo, menos en la realidad de nuestra historia.

No tenemos patria, porque desde los orígenes la rompió en pedazos la ambición del caudillaje militarista; ni existe una verdadera nación porque a pesar de que, desde el modo de pensar hasta las maneras de vivir son idénticas en estos pueblos, y más acentuadamente en los bolivarianos, estamos divididos en grupos insignificantes que ninguno puede responder por si solo a este concepto.

Lo que sí es verdad es que la patria y la nación se han encarnado en tiranuelos, caciques y déspotas que han vivido y aún viven de lo que produce la lana de los rebaños ciudadanos. Vivimos ridículos y miserables aplaudiéndonos como tontos, grandezas de que con razón se ríe el resto del mundo. Y vivimos cultivando entre grupo y grupo rencillas de tribus, inconscientes de que traicionamos el destino de una gran nación: Indo-América-Latina.

Un ejemplo histórico y cercano en la Historia lo tenemos en Italia, que solo afirmó su entidad de tal cuando el sentimiento de la unidad de su pueblo fue lo bastante fuerte para derribar las murallas de sus ciudades rivales y levantar las fronteras de su verdadera nacionalidad.

Nuestra patria, nuestra verdadera nacionalidad está por formarse, es el conjunto de pueblos que demora a lo largo de los Andes, dispersos y haciéndose una bárbara campaña de emulación y de odio con medro de su vitalidad y desarrollo. Las fronteras que los dividen son ficticias porque no responden a una realidad histórica.

Indo-América-Latina vive políticamente en periodo de la Edad Media. Nuestra civilización política está a la altura un poco mayor que las tribus del Oriente y bastante menor que la de los indios aborígenes, que con todo y vestir plumas, crearon en esta América, dos poderosos imperios de civilizaciones florecientes.

Pero el pensamiento gigantesco de Bolívar, deformado y traicionado por ignorantes políticos y por ambiciosos caudillos se abrirá camino, lentamente, en el sentimiento de estos pueblos. (Gerardo Gallegos, Guayaquil, febrero de 1928 Amauta 13, marzo de 1928)»

Publicado en El Montonero., 13 de diciembre de 2021

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