2021: ¿fin, comienzo o repetición?

Written By: Hugo Neira - Ene• 04•21

Sería una pena dejar pasar una ocasión de echar un vistazo a nuestro pasado y a la vez eso que se llama porvenir. Lo digo porque un año 21 en el Perú no es una fecha corriente. Además del tema del Bicentenario. Es norma, pues, corriente y necesaria tener la disposición para preguntarse por el futuro, tanto el de cada uno como el de la colectividad peruana, puesto que el trasmañana nos habita, el hoy y lo que venga, lo que veremos más adelante, a lo corto o a lo largo. Como llevo sobre mi alma la mochila pesada de la historia, puedo abordar cómo fueron los otros veinte años en el pasado, y sin intentar brujería o hechizo alguno, sorprendernos en una extraña semejanza. Los veinte años primeros de cada siglo resultan ser una contingencia que se repite. Una suerte de preámbulo feliz. Y solo después, los estallidos sociales.

Hace un siglo, este periodo muy conocido —el novecientos— comienza con la sorpresa de una coalición nacional de Nicolás de Piérola con los civilistas, y luego, una sucesión de presidentes, Eduardo López Romaña (1899-1903), Manuel Candamo, José Pando y Barrera (1904-1908), y luego el  revoltoso Billinghurst, un paréntesis al dominio del Partido Civil de nuevo con José Pardo hasta el segundo gobierno de Leguía en 1919 —con un golpe de Estado por si acaso habiendo ganado en las urnas— y su Oncenio. Años de modernización y optimismo, al punto de “La Patria Nueva”. Fueron decenios de educación primaria gratuita, “de ‘habeas corpus’ tomados de las constituciones europeas de la primera postguerra” (Historia del Perú, Lexus). Y por vez primera, el reconocimiento de la existencia jurídica de las comunidades indígenas. La nación peruana reconocía, al fin, los derechos de los indígenas —cosa que no se hizo en el largo siglo XIX, cuando los hacendados arrebataron las tierras a los ayllus—, un paso dado por Leguía que aplaudieron los estudiantes de San Marcos y los intelectuales “indigenistas”. Antes de Haya y de Mariátegui. Pero el lector actual puede dudar de ese progreso considerándolo solamente constitucional y no real.

Fueron años excepcionales desde el punto no solo político sino de la historia económica del Perú. Sugiero al lector que se consiga el libro de Rosemary Thorp y Geoffrey Bertram, titulado Perú: 1890-1977. Son investigadores de Oxford, y observaron, para una versión panorámica, no cada gobierno sino lo que se llama técnicamente las “tendencias de largo plazo”. Encontraron un desarrollo autónomo, azucarero, algodonero, de la lana, el caucho y los productos extractivos, la minería de metales. Sin duda, un crecimiento orientado por las exportaciones. Es evidente que la primera guerra mundial fue benéfica en términos de demanda para la economía peruana, y algo más, que solemos olvidar. La apertura del canal de Panamá en 1915, que permitía pasar del Callao al lado Este de los Estados Unidos.

Sin embargo, tenemos que detenernos para intentar comprender los efectos sociales de ese mundo artesanal, industrial y popular. Mientras gobernaban las elites, los gremios emergieron. La economía hacía nacer otro pueblo, asalariado y pobre. Eso se nota por algunos estallidos sociales como la lucha por las 8 horas de los primeros obreros sindicalizados. O algunas sublevaciones sangrientas rurales en Puno. La Reforma universitaria y la generación del Centenario, los jóvenes profesores Basadre, Porras, Mariátegui, Haya, acaso discípulos de Manuel González Prada. Aparece, pues, esa otra sociedad plebeya y descontenta puesto que la pobreza siguió siendo el rasgo más notorio de la vida peruana, incluso en los años de bonanza.

Todo eso concluye brutalmente con el Crack de la Bolsa de Nueva York en 1929. Una caída en el Perú que duró hasta 1936. Pero no es solo eso. En 1931, luego de la caída de Leguía, se llama a elecciones. Es entonces la aparición de partidos de masas. Fueron años de reducción de salarios, desocupación. “Lo que sí se extiende es la burocracia” (Lexus). ¿La paz de las clases medias? ¿Fue la crisis laboral lo que produjo esos partidos de masas? Acaso las causas económicas no explican del todo la emergencia sociopolítica sino una conciencia de sí entre el pueblo llano. El caso es que  desaparecieron civilistas y pierolistas, y los reemplaza la Unión Revolucionaria de Sánchez Cerro y el Aprismo de Haya de la Torre.

Fue la primera elección de voto secreto y personal de siglo y medio de vida republicana. En el siglo XIX, con un sistema de voto indirecto y de votos de para “notables”, se podía llegar a ser presidente con 3000 votos en todo el país, el caso de Pardo. En esa “modernización sin modernidad” (Augusto Ruíz Zevallos), no votaban los indios, por ser analfabetos. En 1931 hubo para Sánchez Cerro 152 mil votos, Haya: 106 mil, de la Jara: 21 mil y Osores: 19 mil. Son pocos para nuestros días, pero pirámides de votos en esos días. En fin, lo que sigue, tras el asesinato de Sánchez Cerro y la guerra civil que siguió entre el ejército y los apristas, pasaron las décadas que fagocitan la vida peruana. De 1932 a 1956. Perdimos un siglo entero. Porque al final del siglo XX, otro mundo se ha instalado. 

Volvamos a este tiempo. ¿Qué ha pasado en el Perú? No voy a fatigar al lector con una realidad que todos conocemos y que cabe, en una frase: “Riqueza económica y pobreza política”, de Francisco Durand. Del 2000 al 2021, se mejora el per cápita y el PBI, pero al azar del tipo de salario o situación social. Como sabemos, tres cuartas partes de la sociedad son informales. Y la precariedad de los que tienen que trabajar hoy para comer mañana, se ha exhibido con la presente pandemia. Somos un falso país en desarrollo puesto que nos faltan puestos estables y recursos humanos que puedan trabajar si los inversionistas extranjeros lo decidieran. De lo contrario, dado el crecimiento de la población, que ha triplicado del 2000 a estos años, hará casi imposible la vida peruana.

En el novecientos peruano, no había datas precisas sobre la pobreza peruana y hubo, sin embargo, una brillante generación: García Calderón, Victor Andrés Belaunde, Villarán. Pero hoy el Perú se conoce mucho mejor que hace un siglo. Está en los libros de Flores Galindo, el formidable trabajo de Iván Degregori, de Matos Mar y en Cotler; en los estudios de Martín Tanaka, sobre todo, “democracia sin partidos”. Desde la fecha (2005), es ahora peor: no hay partidos sino lo que se llama catch-all party, partido atrapalotodo. Es decir, sin brújula alguna. Pero sí los hubo en estos veinte años, según los análisis de Carlos Parodi y también de Paredes, por nombrar los más distantes. ¿De quiénes? De Fujimori, Toledo, García, Ollanta Humala. Que han sido, a excepción de Alan García, unos improvisados, lo que llamaríamos outsider.

El país real ha sido también estudiado por Francisco Sagasti, Pepi Patrón, Max Hernández y Nicolás Lynch, Democracia y Buen Gobierno “están las respuestas a empresarios, trabajadores, dirigentes de base, profesionales”. Ese texto tiene tres ediciones. Pero no podemos responder qué autoridad se necesita en el Perú para construir un país dentro de una economía moderna que haya escuchado a los ciudadanos, sobre todo a los más pobres. ¿Cómo juntar el Estado y la vida peruana? Esa distancia que existe entre Lima y las provincias, los urbanos y los rurales, los criollos y el mundo andino, sigue existiendo. Falta, pues, el poder pero escuchando al pueblo.

En artículo en El Comercio, en mayo del 2016, antes del carnaval de bajarse a presidentes, insistí en el riesgo de un vacío de poder. Lo titulé “O realismo o colapso”. Hacer política desde abajo hacia arriba, por muy inteligente que se sea, tras escuchar los estratos sociales. Dije que “el 2016-2021 quien gobierne, lo tiene difícil. Los años dorados de la fuerte demanda externa habían acabado. El ritmo de crecimiento de la economía mundial, según el FMI y el Banco Mundial, va a ser bajo”. Y eso lo dije antes de la pandemia¡!

Hoy, difícil, muy difícil. Hay otro factor. La mundialización y el neocapitalismo que se hace llamar liberal. Es un tema que desarrollaré pero no ahora. Tema inmenso. Otro tipo de capitalismo, no aquel que hizo distribuciones en las sociedades avanzadas, entre 1970 y 1990. Tendremos conflictos internos y sabe dios qué geopolítica mundial.

En fin, suelo llamar las placas tectónicas a la infraestructura de la producción en el Perú. No se ha modificado, los pobres siguen siendo los mismos y numerosos. Los regímenes democráticos desacreditan a la misma democracia. Es el caso de Odebrecht, compraron a políticos, periodistas, empresarios. La confianza ante los políticos se ha perdido. No se ha sabido hacer el post velasquismo y el post Sendero Luminoso. ¿Qué se hizo por los campesinos? Nada. A falta de representantes, los movimientos antisistema toman las calles y las carreteras. No hay política, ni Estado. Ni el pueblo se encuentra con aquellos que quieren gobernarlo. Los culpables de esta grave situación somos todos. Especialmente los medios de comunicación en la era de los fake news. Nos falta mucho, por ejemplo, una ética republicana: respetar al otro. Pero lo se que dice en política en Lima es maniqueo, y cualquier hijo de vecino se cree formar parte del Club de los Propietarios de la Verdad Única. Esos que dicen, a los que los contradicen, que «están en lo incorrecto». Me lo han dicho, pues, eso soy. Vengo de una educación en la que te enseñaban a dudar.  

Publicado en El Montonero., 4 de enero de 2021

https://elmontonero.pe/columnas/2021-fin-comienzo-o-repeticion

Que Putin nos salve y Dios nos perdone

Written By: Hugo Neira - Dic• 28•20

El intitulado no nos concierne. Es en Buenos Aires y no en Lima donde aterriza la vacuna rusa que dicen que es “buena y barata”, la Sputnik V. Pero el tono y la ironía es la del diario bonarense, La Nación, y la nota periodística es de Carlos M. Reymundo Roberts que con el título, lo dice todo. Sin embargo, su crónica es muy buena pero para argentinos. Dice por ejemplo la “vice”, y si no sabes que se refiere a Cristina Fernández viuda de Kirchner, te pierdes. El presidente actual es Alberto Fernández, después del octubre pasado. Al parecer, el duo tiene ideas distintas. El Estado argentino corre con los gastos de electricidad que son enormes. El FMI le propone que elimine esas subvenciones de las tarifas eléctricas, pero si así lo hicieran, las calles se llenarían de protestas, opina la “vice”. Resultado, no hay solución alguna. Después de los esfuerzos del presidente saliente Mauricio Macri para insertar una economía liberal, la economía continúa hundiéndose. Los retos económicos ocuparon a Fernández y a Cristina, pero luego vino la pandemia. Oiga usted lector, estamos hablando de la Argentina. ¿Sabe cuántos aeropuertos tiene ese país? Pues 1’138 (Wikipedia), aunque algunos son para privados y aviones de corto vuelo. Y eso de recibir ayuda de Putin, tiene sus bemoles. ¿Cómo llamar al sistema post soviético? Los rusos actuales tienen ingresos per cápita de unos 28 mil dólares y la Argentina no lejos, unos 21 mil (Perú, en 13 mil). Y eso antes de la pandemia. La Argentina, admirable país de Borges, Maradona y el Che Guevara. Lo que es Rusia ya no es la potencia mundial de los años de la Guerra Fría pero sí una sociedad industrializada. Con laboratorios y técnicos que hace rato entraron al mundo de la ciencia y la tecnología. Un salto que no se ha dado en la América Latina y sí en el Asia, Corea del Sur, Taiwán, sin mencionar China e India.

En la prensa argentina no es que llegaron las vacunas sino quién lo logró,  o sea Cristina, “en las manos de los gringos estaban los Pfizer”. La “vice” —como dice el periodista—mandó a Moscú a la viceministra de Salud, Carla Vizzotti. Pero —siempre hay un pero— se dice que la vacuna de Putin “está en fase de prueba” y que no va a ser usada por mayores de 60 años, y que “en los centros de vacunación pondrían fotos de Putin y discursos de Cristina”. Como se puede ver, ni la pandemia ni las vacunas cuentan para nada. La prensa argentina no es diferente de la peruana. La bipolarización reina en los medios. Ellos también. Y eso no me consuela, como decía mi abuelita, “mal de muchos, consuelo de tontos”.

Si se dice que el marketing de las vacunas es difícil, se añora a los que daban esperanzas pero imposibles. Un amigo, que conoce bien el Estado peruano, me dice que está prohibido “pagos adelantados”. Es posible, hay leyes que son necias, pero ahí están.

Estoy lejos. Y al partir por unos días, me llevé un diario para leerlo en el viaje. El Comercio, el ejemplar del jueves pasado. En la portada esta frase: “Ejecutivo admite que no hay acuerdos listos para vacunas”. Ocurre que antes de partir, estuve un buen rato escuchando al presidente Francisco Sagasti ante la ciudadanía y muchos periodistas.  Ahora bien en los últimos días, al diario El Comercio lo encontré saludable. Por una sencilla razón, han aumentado los artículos y reflexiones de orden latinoamericano y mundial. Claro está, un diario debe ocuparse de lo que pasa en el país pero en el siglo en el que vivimos, es preciso saber cómo va el mundo. Porque estamos en otra era. En algo que llamamos mundialización, y que nos guste o no, tiene efectos tanto positivos como negativos en las centenas de naciones que tiene este planeta. Hasta aquí, andábamos bien. Pero la manera como reaccionaron los  periodistas que escucharon al presidente Sagasti, no me pareció algo sano. Tengo 60 años de periodista —comencé a los 20 años— y después de San Marcos y en  universidades francesas, me terminé de formar en tres disciplinas, luego de lo cual, vuelto doctor, pude participar en los concursos públicos en París para ser profesor de por vida. Académicos y a la vez periodistas, los hay, pero muy pocos. Los dos oficios, la investigación y la comunicación, me sirvieron para un periodismo que toca los fondos y una producción de libros cuya densidad se limita por la necesidad de explicarse con la mayor sencillez posible. Luis Alberto Sánchez lo hacía con toda facilidad. Hay pensadores y escritores que son gente de diarios, como se dice. Savater, por ejemplo, que nos dijo de la vida y la gente, primero en revistas y periódicos, luego en sus libros.

Pero en fin, me estoy saliendo del tema.

Me sorprendio el editorial de El Comercio. Había escuchado por mi parte al presidente y  las preguntas y respuestas. En el editorial se dice que “en las últimas semanas, una gran incertidumbre sobre la lucha contra la pandemia del COVID-19 se ha instalado en la ciudadanía”. Un poco glosando lo que dice el editorial, el fastidio del periódico, “los rumores sobre las medidas restrictivas y la información sobre la adquisición y llegada de vacunas”. Pero “lamentablemente no fue eso lo que ocurrió”. ¡Claro que no ocurrió! No hubo un Martín Vizcarra que le dijo “las vacunas llegan por diciembre” o algo por el estilo.

Han pasado los días pero tengo una versión distinta. Lo que por mi parte escuché fue la entrada del presidente antes de tocar el tema de las vacunas, fue Sagasti haciendo un retrato sin piedad del aparato del Estado, paralizado por las trabas administrativas sembradas en ministerios y entidades estatales, para detener la corrupción (¡!) El resultado es patético.  Los trámites detenidos por la inestabilidad administrativa, cambios de gabinetes, y cambios de presidentes por 5 días. La idea de que habíamos «perdido el tiempo» no entró en la cabeza de ninguno de los periodistas. Lo que tenían en la boca era una palabra, la culpabilidad del expresidente Vizcarra. Lo que querían era que el presidente Sagasti dijera algo sobre Vizcarra. Su respuesta hace historia: “ese fue un gobierno. Ahora estamos en otro”. Y cuando alguien le preguntó que cómo otros países como Colombia, Chile, México sí iban a comprar vacunas y nosotros no, la respuesta draconiana de Sagasti siguió siendo la misma: “hemos perdido el tiempo”.

Resulta, pues, que para comprar vacunas, era preciso una primera etapa que, mal o bien, se hizo en los días de Vizcarra. Pero la cosa era comprometerse con un pago o compromiso de gastos por adelantados. Y eso no se hizo. Por varias razones.

La primera, los países ricos, como los Estados Unidos y varios de Europa, compraron por adelantado. Además, el problema era la pandemia, y el hecho que el virus se modifica y también las estrategias de los médicos y biólogos. Una situación diríamos inestable, la lucha de la ciencia no ante una enfermedad conocida sino algo nuevo y permanentemente inestable. Algo variable, voluble, imprevisible. Fue por meses algo enorme y a la vez apasionante, pero eso no nos interesó. Nuestro plato preferido fueron las maniobras del actual Congreso y en especial, de algunas bancadas. Eso fue nuestro Carnaval. Bajarse a Vizcarra, luego poner a otro, que duró cinco días. Entonces, ¿con qué Estado peruano se iba a negociar las compras de tal o cual vacuna? Si la estábamos pasando bomba —periódicos, políticos, marchas callejeras— ¿quién levantó la mano para decir algo simple, “¿y las vacunas? ¿Qué programa de televisión? Es hora de decir que si los brasileños tienen su célebre carnaval, también tenemos el nuestro, los eternos líos entre Congreso y Ejecutivo, sean los que sean. Que suba el número de contagiados pasa a un nivel menor. Este no es un país serio. Se inventa sus juegos. A veces pienso que por edad nos hacemos adultos, pero no en los comportamientos.

Sagasti no se aventuró esa noche a fechas y nombre de vacunas. Eso disgustó no solo a un diario sino a los periodistas. Los entiendo, hay unas maneras de ser peruano. Un mandamiento que no viene de Moisés sino del diablo, “pegar al que se ha caído”. A Vizcarra ahora lo persiguen. Y cuando era presidente, se callaban o la mermelada. Ya lo harán más adelante con el que se haya atrevido a sentarse en el sillón de Palacio. Ya lo veremos.

Cuando el JEE de Lima nos produce más bien un jejeje de otro calibre.

Muy tranquilos, con sus personeros, hay ciudadanos que creían que se les inscribían. ¿Negligencia? ¿Falla técnica o profesional? O bien, lo que más temo, lo de siempre. Perú tiene mucho de que sentirse gran país, pero no hay nada perfecto en este valle de lágrimas, y después del fútbol y la gastronomía, somos el país de la pendejada. Lo que digo no es cualquier cosa. Hay una tesis universitaria en San Marcos sobre lo que ese comportamiento significa.

Si se anulan los partidos con tradición y los nuevos (el exalcalde de La Victoria, o de Soto, y otros), adiós al 11 de abril. Se supone que es el peruano de a pie quien debe votar a favor o en contra, y no los funcionarios del Jurado Electoral.

Por lo demás, usted señor Presidente Sagasti, si para desgracia suya ocurre una buena posición del partido moradito para la segunda vuelta, le van a echar la culpa a usted. Este país no es el de los que saben perder. La costumbre del país es buscar un turco y echarle la culpa. Y al que gane después de este apuro de librarse de partidos, será una hora de total sospecha que habitará en la cabeza de millones de peruanos. Si no se resuelve este conflicto, lo peor puede pasar. Pobre del que gane, no podrá gobernar. Lo digo en alta voz para que lo entiendan. El Perú es, según el Latinobarómetro, uno de los países con más desconfianza del Estado y los poderes institucionales. Y César Vallejo como profeta: “la cólera del pobre tiene un acero contra dos puñales”.

Publicado en El Montonero., 28 de diciembre de 2020

https://elmontonero.pe/columnas/que-putin-nos-salve-y-dios-nos-perdone

La democracia en América Latina bajo el Covid-19 (M.A.)

Written By: Hugo Neira - Dic• 21•20

Columnista invitado: Manuel Alcántara

En Europa y particularmente en España y Francia, hay una clase de profesores e investigadores que se ocupan académicamente de la América Latina, y forman parte de una institución conocida como ‘americanistas’. Manuel Alcántara, español y catedrático en Salamanca, es uno de ellos. Me atrevo a decir, entre los mejores. Ha conocido el continente país por país. Viaja frecuentemente y tiene una opinión equilibrada y distante de las ideologías. El artículo que aquí publicamos en El Montonero es una reflexión a la vez global y particular de cada república latinoamericana. Pocas veces se tiene un análisis tan honesto y verdadero. Le hemos pedido el permiso de reeditarlo y lo aceptó con muchísimo gusto. (HN)

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Nueve meses después de la llegada a la región del virus SARS-CoV-2 y de su rápida expansión, que ha supuesto que los países de América Latina acumulen casi un tercio de las muertes registradas en el mundo, hay evidencias suficientes para tener una idea del impacto en sus sistemas políticos. No obstante, cualquier análisis es provisional y puede sufrir profundas alteraciones habida cuenta de que la pandemia no está aún controlada. Simultáneamente, la habitual imbricación de la política con la economía y con lo que sucede en la sociedad cobra especial relevancia en esta circunstancia.

Como señaló el padre de la anatomía patológica, Rudolf Virchow, «una epidemia es un fenómeno social que conlleva algunos aspectos médicos». En este sentido, a lo largo de 2020, el profundo deterioro de la economía latinoamericana –con una caída en torno al 9% del PIB–, el incremento de la desigualdad por ser el mayoritario sector informal el más golpeado y los efectos psicóticos en diferentes grupos sociales tienen y tendrán un efecto substantivo. La disminución de la confianza con respecto a las instituciones políticas, el incremento del malestar, así como la potenciación de movilizaciones sociales demandando servicios, trabajo y, en definitiva, atención, ocupan y seguirán ocupando la agenda política. Por otro lado, se trata de un escenario muy heterogéneo que no hace sino agudizar más el cariz de democracia fatigada con que iniciaba 2020.

Una evaluación de la política en la región del año que ahora acaba puede abordarse, al menos, desde cuatro perspectivas. El papel del Estado, el liderazgo político, la dinámica electoral y la calidad de la democracia constituyen los ejes de esta nota que finaliza con un pantallazo de las citas electorales del año.

Como se puso de relieve el 1 de julio, cuando se cerró la edición de Política y crisis en América Latina. Reacción e impacto frente a la Covid-19, la pandemia sorprendió a la región con un marco muy desigual de capacidades estatales. En efecto, los ingresos fiscales sobre el PIB mostraban una horquilla que iba del 33,1% de Brasil al 12,1% de Guatemala, país que se veía acompañado por otros seis con una cifra inferior al 20% (Colombia, México, Panamá, Perú, República Dominicana y Venezuela).

La informalidad laboral, según la Organización Internacional del Trabajo, era superior a las dos terceras partes de la población en Bolivia, Guatemala, El Salvador, Honduras, Nicaragua, Paraguay y Perú, mientras que solo era inferior a un tercio en Uruguay (24,5%). Esta precariedad, no obstante, no dejó de ser óbice para la implementación de diferentes paquetes de apoyo puntual a sectores vulnerables, como ocurrió en Brasil, Colombia y Perú, entre otros.

En paralelo, desde el Ejecutivo se pusieron en marcha medidas coercitivas con confinamientos más o menos generalizados, suspensión de garantías, control de fronteras interiores y exteriores que evidenciaron cierta diligencia. En cierto sentido, se produjo una recuperación del postergado papel del Estado que había ido desmantelándose poco a poco tras la implementación en la mayor parte de los países latinoamericanos de las medidas auspiciadas por el Consenso de Washington desde hace tres décadas.

En segundo lugar, la región intensificó la personalización de la política gracias al reforzamiento de los presidentes. Si ya de por sí el presidencialismo es una forma de gobierno que potencia la figura del titular del poder Ejecutivo, la pandemia fue un marco en el que se exacerbó dicha tendencia. Por una parte, los otros poderes que habitualmente tienen la tarea de contrapeso quedaron fueran de juego durante los primeros meses por su condición de órganos pluripersonales con enormes dificultades para sesionar, bien fuera por la lentitud en poner en marcha mecanismos de actuación virtual o por los engranajes reglamentarios que debieron ser actualizados. El carácter unipersonal de la presidencia facilitó la cadena de mando, la concentración de decisiones en la mayoría de los casos de carácter técnico, así como la centralización de la información. En la mayoría de los países el activismo del presidente fue la nota destacada y solo en Costa Rica, Ecuador, Nicaragua y República Dominicana la actuación presidencial se situó en cuotas bajas. Ello se acompaña con que los poderes Legislativo y Judicial solamente tuvieron protagonismo en Brasil y El Salvador.

Los índices de valoración de los presidentes que han estado en el poder a lo largo de este lapso presentan un perfil irregular. Andrés Manuel López Obrador (México), Nayib Bukele (El Salvador) y Jair Bolsonaro (Brasil) mantienen –más los dos primeros– un alto nivel de apoyo, mientras que el presidente chileno, Sebastián Piñera, quien partía de niveles de aceptación mínimos cuando comenzó el año tras una pequeña escalada, vuelve a cotas muy bajas. De la misma manera, Iván Duque (Colombia) y Alberto Fernández (Argentina) apenas si cuentan con el visto bueno de la tercera parte de la población de sus respectivos países.

Elecciones en tiempos de Covid

El año que concluye ha sido de transición en términos electorales entre dos ciclos en los que se concentran las elecciones de la mayoría de los países latinoamericanos. Durante su desarrollo, solamente República Dominicana y Bolivia condujeron a sus ciudadanos a las urnas para llevar a cabo elecciones presidenciales y legislativas. En ambos países las elecciones debieron ser aplazadas por la pandemia una y dos veces, respectivamente. A falta todavía de análisis más afinados explicativos del comportamiento electoral todo hace indicar que los efectos de aquella fueron poco relevantes a la hora de incidir en el resultado.

En el caso dominicano el triunfo de Luís Abinader, del Partido Revolucionario Moderno (una escisión del histórico PRD), y apoyado por otros seis partidos aliados, se debió más al desgaste del gubernamental PLD y a la salida de las filas de este de Leonel Fernández, que creó la Fuerza del Pueblo con poca fortuna electoral. Con respecto a Bolivia, se mantuvo el carácter mayoritario del MAS, acrecentándose su caudal electoral en favor del candidato Luís Arce por el pésimo gobierno de la presidenta en funciones, Jeanine Áñez, y por el escaso atractivo del principal candidato opositor, Carlos Mesa.

Se celebraron también elecciones municipales en Costa Rica (2 de febrero), en Uruguay (en septiembre tras postergarse en mayo) y en Brasil (noviembre). Las elecciones de Uruguay endosaron en cierta medida el quehacer del gobierno de Alberto Lacalle Pou del Partido Nacional, pues sus candidatos ganaron en 15 de los 19 departamentos, mientras que el Frente Amplio obtuvo el triunfo en tres (uno de ellos la capital, que concentra la mitad de la población del país). En cuanto a Brasil, sus comicios locales se celebraron a lo largo de noviembre sin deparar excesivas sorpresas: Bolsonaro, a pesar de su notable popularidad nacional, fue incapaz de trasladar su apoyo a diferentes candidatos a lo largo del país que no consiguieron ser elegidos. Paraguay y Chile, que debían haber celebrado también elecciones municipales, las postergaron a 2021.

Para concluir, hay que señalar que dos informes de política comparada presentados a lo largo del último mes ofrecen datos interesantes acerca del deterioro de la democracia en la región en perspectiva mundial. El informe de Freedom House Democracy under Lockdown señala que la pandemia ha exacerbado el declive de la libertad y de los derechos civiles que se viene registrando en el mundo en los últimos 14 años. De esta forma, 80 países de entre 192 considerados en el informe han visto cómo su democracia se debilitaba en mayor o menor grado durante los últimos nueve meses. Dentro de este grupo, aparece buena parte de los países latinoamericanos; es el caso de Argentina, Bolivia, Cuba, Ecuador, El Salvador, Guatemala, Honduras, Nicaragua, Panamá, Paraguay y Venezuela (Francia también está incluida en este grupo).

Por otra parte, el trabajo del V-Dem Institute Pandemic Backsliding: Democracy and Desinformation. Seven Months into the Covid-19 Pandemic analiza siete tipos de violaciones de estándares democráticos que vulneran los derechos humanos o que desempeñan prácticas autoritarias que sabotean la rendición de cuentas por la limitación del acceso a la información y por el silenciamiento de la voz de la ciudadanía, además de llevar a cabo restricciones sobre la actuación de los medios de comunicación. El resultado del estudio para América Latina muestra que Brasil, México, Nicaragua y Venezuela han registrado violaciones en mayor medida, mientras que las acaecidas en Guatemala y Honduras adquieren un matiz algo inferior. Los restantes países de la región se sitúan en un rango menor, similar al nivel de España o de Francia. El Salvador, por otra parte, es uno de los países que tienen mayor riesgo de ver deteriorada su situación democrática.

Por consiguiente, 2021 debe confrontar estas inercias negativas en un panorama de creciente inestabilidad, con Guatemala como caso álgido habida cuenta de la descomposición desde hace años de su sistema de partidos y del manejo corrupto de la política. En términos electorales, el nuevo ciclo se iniciará en febrero en Ecuador, con la duda de si el correísmo podrá presentar una candidatura dentro de una oferta muy variopinta sin claras preferencias populares por el momento. Igualmente, Perú intentará en abril reducir su recurrente confrontación entre el Ejecutivo y el Legislativo con candidatos con reducida experiencia política y volátil apoyo partidista. Chile bullirá en medio de tres procesos por los que elegirá autoridades municipales, la asamblea constituyente y, finalizando el año, los comicios generales. El Salvador, México y Argentina tendrán elecciones solo legislativas, en las que sus gobiernos buscarán alcanzar el apoyo legislativo que no tiene el primero y consolidar el que mantienen los otros dos. El escenario mexicano será insólito si fragua el pacto entre el PAN, el PRI y el PRD para contrarrestar al oficialista MORENA. El año concluirá con la incógnita de si en Nicaragua se podrá articular una oposición suficientemente seria que sepa canalizar el hartazgo de la sociedad con la gestión mafiosa de los Ortega bajo la bandera del sandinismo.

Publicado en El Montonero, 21 de diciembre de 2020

https://elmontonero.pe/columnas/la-democracia-en-america-latina-bajo-el-covid-19

Lemlij y Millones: otra versión de SL

Written By: Hugo Neira - Dic• 14•20

Necesaria introducción

La Enciclopedia Galáctica creada por Isaac Asimov, gran escritor de ciencia ficción, es un texto deliberadamente ficticio. Se le llama ucronía y se base en hechos posibles en el pasado, pero que no ocurrieron. Por ejemplo, que los dinosaurios no se hubieran extinguido. O que Hitler ganara la guerra en Europa y domina el mundo entero. O que Pinochet apoyara a Salvador Allende. Un ejercicio mental para comprender que la historia es diversas posibilidades, porque el azar existe. No es la primera vez que utilizo este género literario e imaginativo en El Montonero. Fue en setiembre del 2018, se supone que sabios en el futuro se preguntan si realmente «existió el Perú» ( <http://www.elmontonero.pe/columnas/enciclopedia-galactica-existio-el-peru> ) La presente ucronía gira sobre una bifurcación de Sendero Luminoso, que lo hace totalmente distinto. La idea me vino debido a un libro recién publicado de dos peruanos, Moisés Lemlij, psicoanalista, y Luis Millones, antropólogo, autores de Memoria, imagen y violencia, editado por SIDEA. Acaba de salir. Lo que más me ha llamado la atención es el cuarto capítulo, pp. 93-149. Los vínculos «entre guerra y fe» —brillante tesis—, pero con mis dudas. Por eso, esta ucronía.

Enciclopedia Galáctica. Religión y violencia en los Andes 

En el siglo XX en el Perú, iba a surgir una guerra popular de Sendero Luminoso contra el Estado peruano. La primera señal fue unos pobres perros colgados de los postes, diciembre de 1980. Esto ocurre en un modesto pueblo, en Chuschi, y el enemigo para SL era «Teng Hsiao Pin, el sucesor de Mao a su muerte», y al que tratan de «hijo de perra». Con el tiempo se llegó a saber que Abimael Guzmán era «la cuarta espada», después de Marx, Lenin y Mao. De paso por Chuschi, quemaron las ánforas de un local de votación. Era el vaticinio de una violencia sin límite alguno. Hasta entonces no se conocía a Guzmán, modesto profesor peruano de filosofía, cuyo rector de la Universidad Nacional San Cristóbal, en Ayacucho, Efraín Morote, lo llama para construir un partido político a partir de los estudiantes ayacuchanos. Ambos eran marxistas, pero en un país más bien rural y campesino como el Perú de entonces, prefirieron una revolución maoísta. Por iniciativa de Morote, Guzmán aprende el quechua y toman los años sesenta como un periodo de formación. Pero un giro inesperado ocurre.

Preparándose a ser la cabeza de un grupo insurgente y terrorista, decide visitar la República China en 1965, o sea, en plena «revolución cultural». Mejor dicho, cuando vivía Mao. Es muy probable que, de vuelta al Perú, no se hubiera interesado por la Reforma Agraria establecida por el gobierno militar de Velasco. Y habría sido indiferente a los cambios de propiedad en el mundo rural. En China le llama la atención el Tíbet, entonces cerrado a los visitantes, pero logra visitar ese remoto lugar. Hasta entonces, según sus biógrafos, se consideraba ateo. Pero algo ocurre. Fue suficiente unas semanas en el Tíbet, tierra mágica como es sabido. Al vivir entre monjes budistas, Abimael cambia por completo. Y en un monasterio tibetano le vino aquello que se llama «la revelación». Lo inesperado es parte de la doctrina de los Upanishads.

A partir de entonces, el profesor de filosofía y guía de Sendero Luminoso evita por completo la violencia. La primera y decisiva de las «ocho verdades de los tibetanos para formar el espíritu». Saber cómo se produce esa metamórfosis es casi imposible. Habría que ser también un iniciado. Tampoco sabemos si se acercó a algún Dalai Lama, ni qué maestro lo convence de «la armonía del mundo», concepto trascendente del budismo tibetano. Hay que tomar en cuenta que Abimael Guzmán conoce el Tíbet después de años de la invasión china en 1959 y el drama del éxodo de monjes por todas partes del mundo. Acaso le pidieron emigrar a los Andes, por su parecido a las montañas del Himalaya. Pero reconvertido al budismo, lo cierto es que volviendo a Ayacucho después del Tíbet, y quizá orientado por el rector Morote —a fin de cuentas, antropólogo­—, el profesor Guzmán se zambulle en las religiones andinas antes de la Conquista y luego las del largo periodo colonial. Es cierto que la llegada del cristianismo elimina a las divinidades del mundo incaico, pero no significa que en la mentalidad andina se fusionara con el cristianismo. El fin del Tahuantinsuyo fue político, pero no desaparecen los hechizos y encantamientos y prácticas de alucinógenos y chamanismo indígenas en el curso de los siglos. En el periodo colonial ocurre el Taki Ongoy además de la defensa de las huacas, entre otros rituales. El «triunfo católico de la Iglesia y de la fe» no fue total. Un mesianismo subterráneo acompaña al catolicismo. Y las dos ideologías se amalgaman. He conocido trotskistas que van a misa.

Por otra parte, antes de lanzarse a una guerra interna, los senderistas habían observado «la topografía y la estructura organizativa de los pueblos de Ayacucho» (Millones). Y conocían los conflictos del pueblo rural con los burócratas y administradores. Y entonces dejaron de tomar actitudes autoritarias con los campesinos, al punto de parecerse a los evangelistas, y su conducta comenzó a ganar la mente y almas de los desposeídos y desamparados. Es así como una suerte de religiosidad aparece en el Sendero post Tíbet. O sea, la novedad de un movimiento político «con el rostro de una nueva fe». No era el dogma de la Internacional Comunista. Los indígenas andinos siguieron, bajo el dominio de españoles o criollos, su propio credo: comunitarismo,  solidaridad y un fuerte dogmatismo. Así, como es sabido, el nuevo Sendero comienza a crecer rápidamente, en particular entre los jóvenes puesto que se les permite varias esposas, como en el Islam. Y en cuanto a las mujeres, en su fase de expansión pacífica, deciden que las hijas de Eva serían las administradoras de toda forma de organización social, desde las aldeas hasta el poder nacional. Y es así como en los inicios del siglo XXI llegan al poder desde las urnas. Algunos se retiraron de ese segundo SL, pero el lado religioso fue más útil que las balas. De ser de otra manera, Sendero Luminoso habría incursionado en varias iglesias, «donde ametrallaban a los evangelistas». Y eso hubiese sido un gran error. En quechua se dice «no me mandes demasiado». El concepto está en los Comentarios Reales de Garcilaso de la Vega.

Lo que sí sobrepasa nuestra imaginación es el hecho de que la nueva religión política llega a  incluir países vecinos, Ecuador y Bolivia, y sus lazos y contactos con los países del Asia inquieta a los Estados Unidos. Por otra parte, antes de lanzarse a una guerra interna, habían evaluado al ejército peruano y evitaron una guerra. Además, los campesinos ya con tierra y autorganizados en rondas campesinas, no habrían aceptado un sistema autoritario cuando por fin habían salido del dominio de los gamonales.

Volviendo al siglo XXI

Dejando de lado la ucronía, la importancia que le atribuyen a la religiosidad los autores, en especial el antropólogo Millones, nos lleva a un debate que supera el espacio de esta nota. En la historia, cierto es que las religiones tuvieron momentos de violencia, por ejemplo, las Cruzadas de los cristianos. O la Inquisición. Pero no siempre fue así. Cierto, el Islam no tuvo misioneros sino guerreros, y Mahoma se impuso con la espada. También es cierto que el comunismo liga la violencia a la victoria del proletariado. Pero no siempre: los socialdemócratas alemanes no tomaron el poder por la fuerza. En suma, no hay un pattern, es decir un modelo. Lo que hay son casos particulares. Sin embargo los trabajos de Luis Millones y Moisés Lemij son ejemplares por dos razones. – Primero, el trabajo en común de disciplinas distintas. Pienso también en María Rostworowski y Max Hernández. La segunda es que con Memoria, imagen y violencia, el lector sabrá cuán frágil es la modernidad en el Perú, y el peso del pasado y la tradición en nuestras maneras de sentir y vivir. En Europa, la pregunta que se hacen hoy es la siguiente:  ¿cuánto nos han influido Atenas y Roma? Lo nuestro no es algo que terminó, no es pasado perfecto sino que sigue siendo poderoso e invisible: la cultura del Tahuantinsuyo y la España de la Contrarreforma. Ambas intolerantes. Se entiende por qué el peruano de a pie no acepta la pluralidad de partidos y de ideas. En Lima, discordia y democracia van de la mano. El senderismo no ha desaparecido, ha sembrado la costumbre del odio como virtud. No hay debates sino injurias, el placer del chisme y el recurso al descrédito del rival. Como el aire o el agua, el dogma es imprescindible en la vida peruana. Quedan en la Lima del siglo XXI algunos intelectuales, pero lo que abunda son los inquisidores. De derecha o de izquierda, son de la IPVU, club de propietarios de la verdad única. No se rían, poseen buena parte de los medios y gobiernos. Y se usa la tecnología más avanzada para el arte de la desinformación.

Hay excepciones, pienso en Iván Degregori, justamente sobre Sendero Luminoso y Abimael Guzmán, su capítulo «Qué difícil es ser Dios». Mira Iván, si estuvieses en este mundo, te diría lo siguiente: en el Perú actual lo más difícil es ser presidente. Si eres un Dios o un profeta, es más fácil y creíble. Este país no necesita un Bolívar ni un Lenin, sino un Gandhi. Él o ella que funde una nueva religión, y barrerá en la expectativa de los peruanos puesto que han perdido la confianza en la clase política, sea quien sea. En vísperas de unas elecciones, los candidatos más aprobados, apenas tienen un 10% (¡!). Quieren santos. Y ellos, ser creyentes y devotos. El pueblo quiere una suerte de obispos laicos que lleguen pobres y se vayan pobres. Difícil ¿no? Quizá la magia de los Apus, en unión con Santa Rosa de Lima, nos devuelva la serenidad.

Publicado en El Montonero., 14 de diciembre de 2020 <https://elmontonero.pe/columnas/lemlij-y-millones-otra-version-de-sl>                                                                                                            

Cómo va el mundo. ¿Y nosotros?

Written By: Hugo Neira - Dic• 07•20

I

Es preciso una sincera y resumida explicación del sentido de estas crónicas. Me interesa cómo va el mundo y a la vez mi país. Para lo primero —el panorama mundial— suelo viajar a Europa cuando en nuestro hemisferio es el verano y en el viejo mundo el invierno, o sea, el periodo de actividades. Esa rutina, que tiene algo de liturgia, se interrumpe con la pandemia. Nueve meses sin vuelos ni la llegada de revistas. Pues bien, este sábado, para mi sorpresa, nos llega un envío enorme por correo. En efecto, son revistas cuyas fechas datan de marzo a noviembre, y no me he quemado las cejas sino echado una hojeada sobre algunas de ellas. Y a ojo de buen cubero, en algunas de ellas, aparte de la rivalidad entre la China de Xi Jinping y los Estados Unidos de Trump, los cambios climáticos y una Turquía enfrentada a medio mundo —cosa que no sabía—por encima de todo, el tema dominante es el coronavirus.

El Covid-19 obliga a pensar el mundo entero. O acaso, a un repensar. Es verdad que estamos al borde de un periodo de vacunas, pero de la misma manera como el mundo no fue el mismo después de la primera guerra mundial, cuando llegó la paz, ya estaba muerta «la belle époque», el vaticinio de José Carlos Mariátegui al regreso de su estadía europea. Y en efecto, los célebres años veinte y treinta del siglo pasado fueron feroces. Aparece el nacional-socialismo de Alemania y el comunismo ya no solo de Lenin, sino el de Stalin. Y tras la segunda Guerra Mundial, nuevas y enormes modificaciones —creación de la ONU, guerra fría, nacimiento de una Europa unida, larga hegemonía de USA— hasta la victoria económica del Occidente capitalista ante la URSS que se desploma. Y luego de la caída del Muro de Berlín, tiempo del neoliberalismo y una China potente, la nuestra, otra época. Y entonces, incontables científicos, políticos, filósofos, poetas, toman esta crisis como una ocasión para modificar nuestra manera de vivir y de pensar: «Otra relación con la naturaleza»; «Otra mundialización»; «Otro mundo». Lo dicen en diversas lenguas y lugares.

Transmito algunos. En Praga, porque la República Checa pasa por el confinamiento como todo el mundo, Tomas Sedlacek escribe: «esto no es el Apocalipsis». «Tenemos más tiempo para vivir con nuestros hijos». En cuanto a los adultos, «después de semanas de auto-ostracismo, nos acostumbramos a vivir sin tanta prisa». Las ciudades «se vuelven villas, lugares de calma y tranquilidad». Un colombiano, William Ospina, «siente que vive con lo indispensable», y se ha puesto a pensar que quizá seamos «demasiado numerosos». La lentitud y la soledad, es un cambio, «pero quizá todo lo que cambie no será para mal» (El Espectador). En cuanto a Inglaterra, «cada vez más, importantes políticos y jefes de empresa, esos que veían que la interconectividad era una ocasión, ahora se han puesto a pensar que también es un riesgo». No me asombra esa opinión en los británicos, amorosos siempre de su aislamiento, pero la cosa no se detiene ahí. Muchos comienzan a pensar que mejor era «el Estado Providencia», y añoranzas de cuando fue presidente y democrático Franklin D. Roosevelt, esto en The Spectator de Londres. O sea, todo lo contrario del neoliberalismo: «se necesita la intervención del Estado para preservar y promover la prosperidad» (Jamelle, en The New York Times). Así, pues, abran los ojos y los oídos los economistas neoliberales que creen a fondo en el mercado y lo privado, y al diablo el Estado y las políticas públicas. Están saliendo de esa ilusión —el economicismo, sin importarles las consecuencias en las sociedades— sin comprender que tanto como hace ricos a muchos, también produce masas de nuevos empobrecidos. Sino, una vueltita por Chile les haría reflexionar de otra manera. El Estado y el mercado se necesitan. Así de simple.

Mientras tanto, en Argentina, «los cazadores de virus» encuentran una coincidencia entre la desforestación y el Ebola, el paludismo y ahora, el Covid-19. David Quammen: «Todo indica un escenario de venganza de la madre natura». Vayan a decirlo, pues, al inteligentísimo estadista brasileño, Bolsonaro, apurado en desvastar la Amazonía, y sin árboles.

Se preguntan por todas partes cómo va ser la vida después del confinamiento. Si nos afecta la costumbre de llevar una mascarilla en la nariz, evitando en las calles a la gente y subiendo a un ascensor con el mínimo de personas, ¿acaso mejor, tú solo? Las reflexiones son abundantes y vienen de Copenhagen (Dinamarca), Viena, el cálculo de si son dos metros lo que te separa de algún desconocido. El caso es que la distancia social no es la misma. En los Estados Unidos es de seis pies, o sea 1,83 metro. En Francia es un metro. Con todo, la distanciación social resulta volverse una suerte de ética que junta el cuidado propio con algo de social, «yo cuido mi cuerpo, y también el tuyo». Un famoso artista, John Glover, hace dibujos en The New York Times, con figuras a medias pintadas. Y en cuanto al aislamiento prolongado, puede provocar problemas psíquicos, de depresiones a traumatismo. Sin embargo, está claro que la gente sabe que no es razonable salir, pero igual lo hacen. Sobre ese enigma, preguntar a Max Hernández. 

Y la ausencia de cine, conciertos, exposiciones en museos, teatros, y festivales durante la pandemia, ha producido inventos de formas especiales para música clásica, con un concierto en línea. Los rapistas americanos inventan diversas maneras de hacerse oír. Ni distracciones, que nos parecían corrientes, ni tampoco funerales. Cuando se muere el padre, la madre, los tíos, los chicos y las chicas, los amigos, el vecino, no se les ha podido acompañar hasta el último respiro con los ritos funerarios tradicionales.

Los efectos diversos de la pandemia, en la India, los aumentan las divisiones entre hindúes y islámicos. En El Salvador y en México, a falta de orden de la Policía, las mafias se ocupan de la organización de la gente. Entre tanto, los museos y bibliotecas de Japón están recogiendo todos los documentos posibles sobre el Covid-19. En La Habana aparece un mercado informal, la única manera de abastecerse para los cubanos. Esto lo dice un cubano, Marcelo Hernández, en La Habana (publicado el 8/6/2020). A diferencia de otras sociedades y culturas, ¡los chinos no consumen! El Estado les pide que olviden el Covid-19 porque, si no consumen, no se puede reactivar la economía. (En un diario de Shanghai, firmado por Caijing Ribao. Esto en abril del 2020.)

En suma, cambiar de vida. Después del confinamiento muchas familias deciden instalarse en la campiña, o en los distritos externos de las ciudades, algo de eso también ocurre en Tokio, París y Nueva York. Por otra parte, venezolanos regresan. Y ciertas nuevas ideas. A saber, la defensa de las minorías. Cálculos de la disminución de las riquezas naturales de aquí al 2040. La modificación del turismo: ahora no quieren lo que llaman «de cuartel». Exceso de población, destrucción de la naturaleza. Lima solo aparece cuando se habla de gastronomía.

II

Y Perú, aquisito nomás.

Estuve preocupado cuando Lima, la semana pasada, estaba cerrada al sur, al norte y por líos en La Oroya, también la carretera Central. Me acordé entonces cómo Evo Morales lo tumba a Gonzalo Sánchez de Lozada. Era lo que llamaban «la guerra del gas», tema que había provocado enormes marchas de indígenas. Le cerraron a la ciudad de La Paz las carreteras. Y Lozada, que le había ganado en las urnas en el 2003, tuvo que fugarse en un helicóptero. Pero aquí, los ministros y otras acciones evitaron un riesgo mayor. Pero seamos sinceros, los conflictos sociales se han acumulado, desde el 2016 a nuestros días, la polarización fue el plato fuerte de la clase política. Y hoy hay una «agenda urgente», como dice el diario El Comercio, a primera página. ¿Resolverlos en tiempo de pandemia, economía venida abajo, y gobierno de transición? ¿Todo a la vez? Con la vacunas que se van a usar, ¿no puede haber alguna que produzca sensatez? He escuchado que hay una que se llama anticojudina. Si se aplicara, por ejemplo, en las leyes sobre el trabajo agrario, habría inspectores que deberían ver los problemas en el terreno y no en la oficinita. En cuanto a los sindicatos, cuya representación se ha esfumado con la aplicación del neocapitalismo que retrocede todo al siglo XIX, y ahí tienen los resultados. Dicen que son 5 conflictos, hay muchos más. Hemos vuelto al tiempo de gremios no reconocidos. Solo nos falta un Manuel González Prada. Porque candidatos a Leguía, veo varios. ¿Bicentenario? Por favor. Si vamos para atrás. Pequeñas minorías paralizan el enorme Perú.

Publicado en El Montonero., 7 de diciembre de 2020

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