Vacunas. ¿Otra vez la expedición de La Condamine?

Written By: Hugo Neira - Feb• 08•21

La aventura de las vacunas llegando a unos países más pronto que otros, es una agria polémica de estos días. Y para algunos que conocemos nuestra historia, nos sorprende la semejanza, al punto que podemos tomarla como una analogía. Lo que ahora ocurre —las idas y venidas de que sí y no las vacunas— recuerdan las exploraciones geográficas del pasado. Por ejemplo, cuando vinieron al Perú para medir el meridiano terrestre y comprobar la esferidad del planeta.

Charles Marie de La Condamine, hombre de ciencia francés, naturalista, geógrafo y matemático, de alguna manera, ha resucitado. Se le recuerda por participar en la expedición científica que llegó al Perú todavía virreinal, en 1735. En su caso, no era asunto de vacunas, aunque hubiera plagas, por la sencilla razón que Pasteur no había descubierto la primera vacuna contra la rabia (mucho más tarde, en 1885). Los apuros de La Condamine eran porque buena parte de la gente de su tiempo no admitía que la tierra no fuese chata. Se necesitaba mediciones astrogeodésicas, mapas de mares y continentes tomando en cuenta la esferidad del planeta. Urgente tema, se viajaba todavía con barcos de vela. Y entonces la Academia de las Ciencias de París, decide enviar un comité de sabios para numeralizar la longitud del arco del meridiano terrestre. Así, Charles Marie de La Condamine, miembro de la Academia de las Ciencias desde 1730, viajó con otros tres personajes. Pierre Bouguer, matemático y astrónomo, de 37 años. Louis Godin, matemático, de 30 años. Y Joseph de Jussieu, médico y naturalista, también de 30 años. Salieron de Francia, pero sus trabajos de medidas les tomaron diez años.

Ahora bien, como estamos acostumbrados a los viajes veloces de nuestro tiempo, no podemos imaginar lo difícil que era esa misión en esa época. Partieron del puerto de La Rochelle en mayo de 1735 y primero estuvieron en España. Para circular por los dominios españoles necesitaban una autorización. Por fortuna de la misión, era el tiempo de la España Ilustrada de Feijóo, y el apoyo de Jorge Juan y Antonio de Ulloa, que conocían ese mundo al otro lado del Atlántico. Lo consiguieron y enrumbaron a Martinica, luego Cartagena, Panamá, para llegar a Ecuador y Lima y Callao.

Lo que se les pedía era un arco de meridiano, medición muy precisa. Tuvieron que hacer medidas de distancias en lugares distintos. Se les pedía un elipsoide, o sea, una superficie curva. Hay que ponerse por un momento en el caso de los cuatro científicos: estaban determinando el tamaño de la tierra esférica y para eso, triangulaciones. Y en consecuencia, se separaron. La Academia francesa había enviado al norte del planeta otra misión, cercana al Círculo Polar. En cambio, Godin, Bouguer y La Condamine tenían como misión la medida de un arco que pasara por la línea ecuatorial. Y lo hicieron, y las longitudes fueron después revisadas por Jorge Juan y Antonio de Ulloa que luego las publican como Observaciones astronómicas y físicas hechas de orden de S.M. en los Reinos del Perú (nos llamaban Reino, lo de Virreinato viene de tristes historiadores). Los cálculos fueron posteriormente corregidos por matemáticos, el francés Joseph Delambre en 1799, y por el alemán Helmert, en 1880. Casi un siglo después.

La misión solo fue el inicio de un concepto estricto. Ellos trabajaron a partir de triángulos con dos bases, la una al norte y la otra al sur. Pero el sitio mismo donde se hacían las medidas no tenían las mismas alturas sobre el nivel del mar. La Condamine y Bouguer inventaron un aparato especial para los ángulos. Pero las montañas sobre las que subían —más en el Perú que en Ecuador— producían resultados distintos. Además, todavía no se había establecido el metro. Eso que nos parece sencillo y práctico.

Es al revés, la implantación legal del sistema métrico se produce en 1799. Durante la Revolución Francesa, y hasta la mitad del siglo XIX, no lo adopta la comunidad científica de otras naciones. La misión y sus mediciones de un arco de meridiano, fue el nacimiento de las unidades básicas del mundo natural. Habían enfrentado la complejidad de las distancias y solo posteriormente, con el alemán Robert Helmer en 1880 y un algoritmo logra entender las variables. Lo que encontraron fue algo inestable, aquello que luego en el siglo XX se encuentra en la física y que se llama el indeterminismo (Heisenberg, 1927). Le dieron el Nobel en 1932. Como se sabe,  el mundo de Newton y  los sistemas planetarios, no tienen nada que ver en la escala de las partículas subatómicas. Y a menudo los hechos sociales, políticos y medicinales que nos rodean son imprevisibles. ¿Qué pasó con el muro de Berlín? ¿Cómo China sobrepasa a los Estados Unidos? ¿Qué va a pasar en el Perú el 11 de abril?

Todo lo dicho anteriormente es un ejemplo de que no siempre nos encontramos con problemas simples sino complejos. Porque existe en algunas problemáticas, fuerzas que se contradicen. Por mi parte, el largo viaje de los sabios franceses tras el meridiano terrestre, me lo explicó una maestra cuando era un colegial de quinto de primaria, en el colegio fiscal n°429, en la avenida Militar de Lince. Lo hacían para inspirarnos curiosidad a esa edad. Y por lo visto, buena pedagogía. Su recuerdo y algo de la bibliografía en torno a la aventura de esos sabios, nos lleva inexorablemente a la pandemia actual, movediza, mudable. Variables en el coronavirus, en laboratorios, en la transformación de la ciencia misma, y las diferencias de los Estados, ricos y pobres.

Amable lector, voy a usar el concepto de «arenas». Hay un excelente libro de Danilo Martuccelli, Lima y sus arenas. Y como subtítulo, «poderes sociales y jerarquías culturales» (2015). Obra de un profesor de sociología, en París, capaz de percibir «el agotamiento de un ciclo político y la impresión que tienen los limeños de vivir en una sociedad muy compleja». La arena es fragmentos de tamaño pequeño, pero como metáfora, se usa en otras lenguas, quiere decir algo movedizo y precario. Y por eso propongo esta hipótesis, las diversas «arenas», o sea, los problemas para llegar a tener vacunas en Perú que se fabrican al otro lado del planeta.  

La primera arena es que el coronavirus de esta pandemia ha aparecido de golpe y se ha expandido sin dar tiempo a médicos y gobernantes para una política de salud. Luego, laboratorios competidores entre sí, y el tema de la distancia, en particular para países como el Perú, dada la fragmentación de nuestro territorio.

Segunda arena, diversas vacunas. Los laboratorios con diversos procesos y primeros resultados: la Oxford-Astra Zeneca es inglesa. La de Moderna y la de Pfizer-BioNTech son americanas. La rusa es la Sputnik V. Y la China, tiene su Sinovac. Esta heterogeneidad se extiende a las diversas vacunas. El tipo de cada una es diferente: la inglesa ataca con un vector viral, lo que se llama ‘adenovirus’, o sea, un virus  genéticamente modificado. En cambio en la de Moderna y Pfizer, interviene el ARN del virus, es pura biotecnología (nanobiología). La rusa es un vector viral, como la inglesa. Donde se establecen diferencias más hondas es en la eficiencia. Segundo campo de las «arenas». La eficacia de la Oxford-Astra Zeneca es de un 70%. Las americanas, del 95%. Y se dice que la rusa todavía más segura (92%), por su protección completa contra la hospitalización y la muerte.

La tercera arena es cómo conservarlas. La inglesa, la Oxford, no presenta ninguna dificultad, se mantiene con temperaturas positivas (2°-8°), digamos las de un refrigerador. La Moderna de los americanos, tiene que estar a 20° bajo cero durante 6 meses pero puede mantenerse estable en un refrigerador corriente no más de 30 días. La más complicada es la de Pfizer, de los americanos, que tienen que estar a 70° bajo cero más allá de 15 días. ¡Vaya usted a conseguir refrigeradores de ese tipo! Pero los Estados Unidos no sufren por ello, no tienen que importar vacunas como es nuestro caso. Las fabrican en su territorio. La rusa es la más manejable. No hay diferencias en las dosis. Todas tienen doble pinchazo.

La cuarta diferencia es el costo de las vacunas. Son secreto de Estado y de las empresas productoras.  

La quinta, hay países en Latinoamérica más cerca mentalmente al mundo moderno que otros. ¿Saben cuándo encargaron sus vacunas en Chile? En el 2020, cuando los laboratorios se pusieron en marcha, solicitando gastos adelantados para ir a producir millones de vacunas. Entonces, los Estados Unidos, el Reino Unido, la Unión Europea y Australia se precipitaron a comprar las vacunas, y de pronto, Chile. Era agosto y el presidente Sebastián Piñera con el subsecretario Rodrigo Yañez acordaron la compra de nada menos que 10 millones de vacunas chinas de las cuales han recibido 4 millones. Y ya empezaron la vacunación de masas. También han pedido 10 millones de la vacuna americana Pfizer.

¿Por qué no ocurrió eso en Lima? Dos hipótesis: parte de la clase política estaba entretenida en tumbarse presidentes. Además la globalización es un hecho pero no pensamos más allá de nuestras fronteras. Lo siento, hay que decirlo, una buena parte de la sociedad peruana no está en el siglo XXI. Otras naciones se conectan con la realidad de este siglo. Se necesita para mandatarios gente que ame el país, que sea honrada pero también algo de cosmopolita. Estamos en otro siglo. Otro mundo. Y en cuanto a Sagasti presidente, que por momentos ha vivido fuera del país, acaso es quien ha entendido esa nerviosa red de laboratorios y Estados, tan flexible como las Bolsas y las finanzas internacionales. Entre tanto le han dicho de todo y se mofaron en las caricaturas. Bueno, eso es el mundo de los medios. Pero ahora, ¿qué van a decir? Y digo esto sin ningún interés personal, no aspiro a puesto alguno en el Estado. Soy quien insiste en que no hay Estado sino gobierno. Hoy llegarán las primeras vacunas, acaso esta noche, mientras el amable lector lee esta nota. Hasta el próximo lunes.

Publicado en El Montonero., 7 de febrero de 2021

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La entropía peruana y sus Ersätze

Written By: Hugo Neira - Feb• 01•21

Entropía es una manera termodinámica para medir la pérdida de energía (Diccionario de la Ciencia, Claude Allègre). Y Ersatz, su definición más adelante.

No es cómodo reflexionar y hablar de un país que sufre no una crisis sino varias. La pandemia, el hundimiento de la economía, la posibilidad de una venganza colectiva en las urnas en abril y la sensación de un desorden gigantesco. Curiosamente, crisis y cripta son dos vocables cercanos. Cripta es catacumba. ¿Qué se está muriendo en estos días? ¿Una época? ¿El fin de ese ahora detestado y maltratado sistema de economía abierta que nos ha dado, mal que bien, algo de crecimiento en los últimos decenios? ¿Pese a la corrupción de varios estadistas? Hoy, dada la enorme cantidad de víctimas del Covid-19, se nota claramente y también de modo subterráneo, la búsqueda del culpable. Pocas veces he visto, con tantas ganas, la búsqueda del chivo expiatorio. Por ahora son Vizcarra y Sagasti —los juntan—, se preguntan hoy si PPK lo hubiera hecho mejor, y cosas por el estilo. Pero lo que nos falta a los peruanos es una crítica de nosotros mismos. No nos dimos cuenta —o no quisimos ver la realidad— de lo frágil que son las instituciones, el Estado y la sociedad misma. Por ejemplo, la imposibilidad de confinar a poblaciones que llamamos informales puesto que «si no salen a trabajar hoy, no comen mañana». Esa frase no viene de ninguna ideología o de pedantes doctos. Lo dicen voces populares. Con una franqueza que falta a otras capas sociales de este país porque los señoritos confunden educación con hipocresía.

Hace casi veinte años que dejé Europa en donde fui profesor titular de universidad, puesto que obtuve por concurso público. En Europa no se es catedrático como en Perú, a dedo. Pero ya de retorno, me sorprendieron diversas cosas, entre ellas un absurdo optimismo. Los antiguos griegos decían que el asombro es el inicio del conocimiento. Y en efecto, me asombraba, por su irrealidad, esa idea flotante en la mentalidad peruana de que éramos un país ya listo para entrar al club de la OCDE. ¡Por el amor de dios! A la  Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos? Tienen 37 países miembros, entre ellos Alemania, Australia, Bélgica, Dinamarca, España, Estados Unidos, Estonia, Finlandia, Polonia, etc, en Europa, y los Estados Unidos, Japón, Nueva Zelanda. De los países americanos, un par de ellos, México y Chile. Y hace poco, Colombia. No están, en este lado del mundo, ni Brasil ni Argentina. Seamos sinceros, no veíamos la pobreza. No habita únicamente el espacio rural andino y las provincias, sino la misma Lima. ¿No la hay en San Juan de Lurigancho, y en la vía de Evitamiento, hasta incluir en esas zonas riesgosas al Agustino y Santa Anita? Antes de la pandemia, una entidad municipal me pidió trabajar en la descripción de los problemas urbanos en el margen izquierdo del río Rímac. Hice el trabajo y descubrí el otro país que existe. Y pensar que esos suburbios están a tiro de piedra de la espalda del Palacio de Gobierno.  Pero en lo que somos campeones mundiales es en el lenguaje evasivo. ¿Sabe el amable lector cómo se les llama a esos lugares? «Periféricos interiores». Un oxímoron (es decir, dos ideas contrarias).

Ser crítico en el Perú es un riesgo, te toman como alguien que no ama la patria. Pero lo real, lo verdadero, tarde o temprano se abre camino. Y para ver si eso nos está ocurriendo, le echo una mirada a la prensa local. Y encuentro a un exministro de Economía, Luis Miguel Castilla, con libro intitulado La oportunidad del siglo, y me ha llamado la atención por lo que dice: «El tiempo corre, la pobreza aumenta y somos un país mucho más precario de lo que ya éramos». ¡Aleluya! Volvemos a la sinceridad, aunque en punta de pie… Nunca palabras crudas. En cuanto al eminente ingreso a la OCDE ya podemos esperar el día en que San Pedro baje el dedo. 

¿Qué es Ersatz? A veces es necesario un concepto que no puede traducirse a lengua alguna. Ersatz es algo que reemplaza. Más claramente, un sucedáneo. Por ejemplo, un diabético que toma un chocolate que no es chocolate. El Ersatz es algo falso, artificial, de imitación. En suma, no es lo que pretende ser. Ahora bien, estamos rodeados de Ersätze, y acaso no nos damos cuenta. Por ejemplo, cuando hablamos del Estado, la educación peruana y la política que tenemos. La política no es odiar al rival, no es una guerra. Si no alcanzo aquí a describir los Ersätze peruanos, lo haré en otro artículo en este portal. Además, el gran problema de los peruanos es «el otro». Tema gigantesco.

Vuelvo, pues, sobre lo dicho por el ex ministro Luis Miguel Castilla. En la entrevista que le han hecho en Caretas, dice: «El Estado no da para más». Y luego pone sobre la mesa «la batería de reformas indispensables para un golpe de timón». Por mi parte, le doy la razón pero, señor Castilla, la cosa es más grave, es parte de nuestras propias automentiras. ¿Usted ha dicho Estado? * Llamemos las cosas por su nombre. Primero, no tenemos Estado. Lo que tenemos son gobiernos, no es lo mismo. Dos. No queremos tener Estado. Lo decimos de lengua para fuera. Y alguien puede decirme, pero bueno, ¿qué falta hace? Y si es un empresario o un exportador, o un minero, nos dirá: ¿acaso no crece la economía con un fisco que no tiene que pagar excesos de policías y docentes y comechados? Prácticamente, varias capas sociales peruanas creen que no lo necesitan. Arriba, los fanáticos del liberalismo y partidarios de Estados achicados. Y abajo en las capas pobres, no les importa, porque siguen sus vidas en el vasto campo laboral de lo informal.

Se llama Estado algo que ni conocemos, y sin embargo tenemos islas de modernidad estatal, lugares en donde hay un cuerpo especializado: Relaciones Exteriores, el MEF, el Banco Central de Reserva. Y acaso alguna otra entidad, pero no el conjunto de instituciones. ¿Los ministerios? Por favor, no me hagan llorar o reír.  Se entra a uno de esos paquidermos inútiles por una de las tres P. La P de partido (luego de las elecciones, el botín del vencedor). La P de parentela, eso de llevarse los parientes que es uno de los modus vivendi que nos han quedado de la colonia. Y la tercera P es tener un pata (pata o patín, o patricio, o amigo fraterno, ver Julio Hevia en ¡Habla Jugador!)

Lo del Estado es tema porque no lo hay. Pero en estos días de emergencia, se nota que tenga sentido que exista. Por eso felicito a Vivas por su «Decreto mi cuarentena» en El Comercio: les dice a sus amigos liberales, «una razón de vida o muerte para invocar la fuerza del Estado». Pero Fernando, pasada la pandemia, volveremos a lo mismo. Con dolor tenemos que admitir que nos sentimos mejor sin un Estado moderno. ¿Por qué no fue construido de la Independencia a nuestros días?  Alguien lo dijo, «un refinado y mañoso sistema de exclusiones en el que se esmeran tanto los de arriba como los de abajo». Esa observación viene de un libro de Dwight Ordoñez y Lorenzo Sousa (2003), admirable crítica de lo peor de nuestras costumbres, El capital ausente. ¿Lo ha leído el amable lector? Si lo hace, prepárese para un diluvio de verdades, que arden. Pero nada ha cambiado. Al  contrario, retrocedemos. (Entropía que también llamo anomia.) No hay Estado sino gobierno, una administración un poco más grande que una municipalidad y listo el pollo.

Otro Ersatz, la ciencia. En Somos, un gurú con barba y todo, Ragi Burhum, y nos sale con el hastag #SinCienciaNoHayFuturo. Gracias señor, qué revelación, no nos habíamos dado cuenta¡! Un país de ‘pelotudos’ como dirían los argentinos. No lo tuvimos nunca, sin embargo, cuando yo era un niño, en las escuelas del Estado (que eran muy buenas y han desaparecido), nos hablaban de nuestros científicos, de Antúnez de Mayolo, matemático y físico, que fue el autor de la central hidroeléctrica del cañón del Pato, en Áncash. Por supuesto, Daniel Alcides Carrión que se hizo inocular el producto de un brote de verruga, y la estudiaba mientras se moría. Trágico, ¿no? Además precursores, Pedro Paulet, arequipeño, precursor de la aeronavegación a propulsión, un peruano nacido para la era espacial. Pero tuvo que suspender sus experiencias porque los vecinos se quejaron a la policía de los ruidos del extraño aparato. Sí, pues, el Perú sigue siendo una sociedad en la que no hay lugar para sabios. Por lo general se van. Pero, señor Ragi Burhum, usted nos dice que no contamos con la ciencia, y es cierto. Pero la cuestión es el porqué. La causa, de muchas cosas, que el Estado —que no existe— «no da para más».

La respuesta es otro Ersatz. La educación peruana. Hubo una vez una excelente educación secundaria en escuelas públicas, en ese momento, mejores que las privadas. Al retornar he encontrado un desastre. Diversas causas: la desaparición simple y llana de asignaturas. Lo peor y que tiene que ver con el conjunto de los peruanos, es que hasta los años 70-90, eran otra sociedad, al parecer iba a entrar en la sociedad del conocimiento. Vayan hoy a un colegio y se echarán a llorar.  

Me escribe Heraclio Bonilla. Está en Lima, ha pasado años en Colombia como docente. Y como muchos que estuvimos fuera, vemos y sentimos lo que no perciben los sedentarios. «No acercamos al bicentenario, en el marco de un país en ruinas, expresado en la caída del producto bruto interno, del aumento brutal del desempleo». «Ahora ni siquiera la protesta legítima existe, porque los partidos políticos son anacronismos de antaño, porque los que se movilizan no saben nada del territorio donde habitan y no tienen por lo mismo ideas claras de las metas que persiguen ni cómo conseguirlas». Y termina: «A diferencia de la generación del centenario, ni el paisaje, ni la historia ni los dioses inspiran la búsqueda de un camino distinto». Heraclio, tengo que decirte que a estos jóvenes que hacen las marchas para tumbarse presidentes interinos, les han cerrado el cerebro, no hubo Historia del Perú desde 1990. Los han vuelto ahistoriados. Nuestros paisanos cantan el nombre del Perú pero son el pais —el único— que no tiene Historia nacional en las aulas de los escolares y el menor porcentaje de presión fiscal de América Latina junto a Venezuela y Guatemala. O como dice un personaje de Alfredo Bryce, «la gran cagada y ¡viva el Perú!».

*https://www.bloghugoneira.com/non-classe/has-dicho-estado

Publicado en El Montonero., 1 de febrero de 2021

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Escuchando a De Soto. Y un triste adiós a unos amigos

Written By: Hugo Neira - Ene• 25•21

Las agendas a veces las hace el azar. Comentaré el primer mitin virtual de Soto que quienes lo siguen han llamado «Gran mitin virtual. Hernando entra a la cancha». Fue en la noche del viernes pasado, 22 de enero, a las 7 pm. Pero creo necesario recordar que el 24 de noviembre se nos fue Pedro Cavassa, entre amigos, Quino. Fue de un momento a otro. Y en estos días, también Carlos Tapia. Ambos temas no tienen relación alguna. Salvo lo que dijo un filósofo: «la vida tiene sorpresas mientras te empeñas en hacer planes». 

I

Comentaré ahora el programa de Hernando de Soto. Fue mucho mejor de lo que podíamos esperar. A la primera o segunda frase, salté a buscar mi lapicero para tomar notas. Le escuché decir que «el Estado está maniatado». Todos los peruanos lo sabemos, el exceso de normas («28 mil al año» y «1439 que pertenecen a grupos pequeños»), lo llamamos «la tramitología». Ciertamente, no hay Estado sin leyes y reglas, pero bueno es culantro pero no tanto. Se comprende que es una manera de frenar la corrupción, pero la medicina ha resultado peor que la enfermedad. Las pequeñas coimas se reproducen en función del tropiezo y el enredo. Unos cuantos soles, y el expediente camina. Esa invitación a la sencillez, no solo es posible sino que es un buen proyecto tanto popular como para las grandes empresas. Primer acierto.

De Soto comenzó con ese tema y dirigiéndose a diversas instituciones sociales, propone inyectar en los dos primeros años de presidente —«si usted tienen la amabilidad del voto»— unos 37 mil millones de dólares, para que los que llamamos por ahora informales puedan obtener un capital y salir del círculo vicioso de la baja ganancia de sus pequeñas empresas. ¿Qué propone de Soto? Nada menos que «cerrar la brecha entre los sectores A/B y los C/D/E. Es decir, su proyecto, que proviene de su equipo de trabajo (citó algunos), cubre los intereses de las grandes empresas, obviamente, pero también abarca la gran parte de los empleos, gente, y producción de los productores medianos y populares con enorme potencial.

En su exposición, estuvo sereno, sonriente, además de proponer un nuevo paradigma para eliminar los obstáculos del Perú y dirigiéndose a «los jóvenes cuyo horizonte se ha perdido» (referencia a los estragos de la pandemia), habló de la importancia de las empresas y la historia del terrorismo: «fuimos el solo país que venció algo tan grave como Sendero Luminoso, pero por lo visto, no hemos aprendido nada». ¿Qué es lo que no hemos entendido? Sencillamente que «el Perú es un país con informales que no tienen cómo ingresar al mercado mundial, y un sistema que trabaja para los formales». El sistema actual protege las desigualdades. De Soto intentaría formalizar ese potencial gigantesco que está bloqueado. Millones que no gozan de la legalidad de sus propiedades.  Y no se trata solo de propiedad sino de lo que llama «securitizar» para que «sus  derechos de su activo puedan generar capital en las bolsas y mercados financieros global». (Esta explicación proviene de una entrevista en el diario Expreso). En efecto, hubo una reunión de 50 mil pequeños mineros de las federaciones nacionales de la pequeña minería artesanal, que representan a 500 mil mineros informales que trabajan la tierra sin papel alguno. De Soto les dice: el tener propiedad, es tener moneda. El misterio del capital es que les falta paquetes de información y acreditación, o sea, el «pasaporte» para entrar en los eslabones del sistema internacional. Según De Soto, «hay unos 800 mil millones de dólares en proyectos bloquedados en el Perú». En suma, se trata de darles a los mineros informales la identidad legal. Y entonces, no solo sale favorecida la gran empresa extractiva sino los productores medianos, los gobiernos regionales y central (más tributos). El Perú no es pobre. Está desconectado. Clase por clase, valle por valle.

Vuelvo a eso de evitar la brecha entre sectores A/B y los C/D/E. ¿Cómo llamar esa estrategia? Diría que es lo que nosotros los sociólogos llamamos conexionismo. Es decir, grande, mediano o pequeño, cada uno es un valor. Eso signicaría una filosofía política fraterna y amigable. De Soto no es que no crea que exista clases sociales —las hay—, pero lo que está claro es que la sociedad peruana no es una sino varias. No hemos salido de la situación colonial. Ahora bien, debo decir que a De Soto lo conocí por lectura, cuando escribí, antes de volver al Perú, Hacia la tercera mitad, tuve que ocuparme del enorme fenómeno de lo informal. Encontré tres interpretaciones: la de Carlos Franco, la de Matos Mar y la de De Soto, a quien no conocía. El primero, Franco, la «plebe urbana». Matos Mar, «el desborde». Pero preferí la versión que los tomó como los verdaderos empresarios. Lo hice pese a que Franco era más que un amigo, un hermano, y Matos, mi maestro en antropología. Preferí lo real, lo que envolvía la totalidad de la vida peruana. Después nos conocimos, y en estos últimos años, nos encontramos, no regularmente porque él suele viajar al extranjero y yo también. Pero hemos conversado a cada rato.

Ahora bien, el De Soto de hoy es alguien más que esa persona calificada mundialmente como teórico de los derechos de propiedad y acaso porque ha conocido 30 presidentes que lo han reconocido y porque el ILD ha sido elogiado por Milton Friedman, el Nobel de Economía. Lo veo esta vez más político que tecnócrata. Escuche bien, amable lector, ha articulado una federación de grupos sociales de trabajadores en la cual no solo hay  mineros sino todo tipo de vendedores, gente de diversos oficios, cosa que no tienen otros candidatos presidenciales. No estoy diciendo que tiene un gran partido sino que lo acompañan entidades laborales casi invisibles hasta la fecha.

Pero es necesario que diga que no busco un puesto en el Estado. Nunca he sido mermelero. Uso mi libertad. Y seré igualmente claro y desinteresado para todos los otros aspirantes a entrar en Palacio. Por lo demás, no tengo criterios maniqueos. Alguna vez un pensador francés dijo: «la historia no es enteramente racional, ni enteramente absurda» (Merleau-Ponty).

II

Cuando un amigo se va a ese lugar que es insondable, uno pierde algo de su propia vida.

Cuando venía a Lima desde las islas de la Polinesia Francesa tras 25 años de vida fuera del Perú, traía las pruebas de Hacia la tercera mitad. Publicarlo no hubiese sido posible sin Mati y Marcos Caplansky, sin Moisés Lemlij que buscó a Salomón Lerner. El libro lo había terminado en Papeete, 760 páginas, y la coordinadora era Dana Cáceres y Quino. Y no puedo olvidar cómo me ayudaron. Luego hubo otros libros. Quino estuvo trabajando conmigo cuando estuve en la Biblioteca Nacional. Hicimos libros no solo valiosos. Amábamos a fondo la escritura y estábamos convencidos de que los libros deben ser hermosos. Y sin tanto floro, al diablo, vaya a ver amable lector, Garcilaso, testigo de vista,  y Sueño y pasión por el Perú. Apuntes sentimentales. En ambos, Pedro Cavassa. Ocurre que Quino estudió antropología en la PUCP y a la vez, se dedicó a un oficio artesanal, la diagramación. Ahora bien, hubo un momento en que salí de la BN —y no quiero ni acordarme mis razones— y me dediqué a dar clases y escribir libros. Así,  salieron ¿Qué es República? y ¿Qué es Nación? editados por la USMP. Incluso otro libro posterior, Civilizaciones comparadas, editado gracias al banco BBVA, lo dedico «a la memoria de Mario Brescia», y agradezco a Carlo Reyes, a Claire «por su escrupulosa revisión de los originales« y a Quino, «que ha hecho lo imposible para que este libro sea correctamente editado». Pero está también un lujoso libro, que es Joyas de la Biblioteca Nacional del Perú, gracias a la ayuda del Banco Central de Reserva y de Julio Velarde. Ese libro tiene una infinidad de imágenes de los libros-tesoros que guarda la Biblioteca, y fue diagramado por Pedro Cavassa, esta vez, editor ejecutivo. ¿Se entiende por qué lo echo de menos?

Además, otros nexos con Quino. Por una parte, descendía de italianos, Cavassa. Lo mismo yo, mi padre Neira Damiani. (O sea un abuelo italiano que aterrizó de pronto en la Arequipa del siglo XIX. Y el bisabuelo se casó con una arequipeña chacarera y tuvieron una nube de hijos. En Arequipa los conocen, unos macizos mestizos). En cuanto a política, Quino fue trotskista. Por mi parte dejé el marxismo cuando conocí la URSS. Pero ante la política peruana, solía conversar por teléfono y le anticipaba a Quino mis ideas, y me respondía con una versión sensata y sutil. Entendía perfectamente hasta los partidos que no le gustaban. Era un don, algo especial. Al «otro» no lo despreciaba.

Sí, pues, confieso esa suerte de inesperada soledad que emerge cuando de la noche a la mañana se va el amigo y con ello, una copiosa parte de tu vida. Quizá porque cuando se va teniendo una vida más bien longeva —que es mi caso– la muerte o la «tiznada» como dicen los mexicanos, se complace en llevarse a los íntimos, incluyendo los amigos. Cómo no ponerse un tanto melancólico. Pero no lo tomo como solo un asunto patológico, como lo ha vuelto el psicoanálisis. Sin la melancolía no habríamos tenido poetas. Una suave tristeza cubre innumerables poemas. Es un sentimiento, duelo y melancolía, y aquí un poema de Gómez de Avellaneda, español: «Venid todos los que el ceño airado…, los que no esperáis consolación alguna, … Venid también, espíritus ardientes, que en ese mundo os agitáis sin tino». No es poema del Siglo de Oro, sino del XIX, pero la cultura peruana se ha distanciado de lo hispano. Cueto, en El Comercio, se acuerda de que hace un decenio que nos dejó el maestro Cisneros. Dice que le enseñó la diferencia entre Habla y Lengua. Pero hace 30 años que no hay asignatura de castellano en los colegios del Estado (¡!). Vamos Cueto, di algo.

El otro amigo es Carlos Tapia, ya no está en este valle de lágrimas. Con él no tuve actividades comunes, pero en los 90, escribí un libro titulado Cartas Abiertas y le dediqué una «en torno a guerrillas y grupos de presión armados» [https://www.bloghugoneira.com/biblio-upload/CartasAbiertas.1997.pdf].* Luego, nos conocimos. Aprecié su maneras de ver las cosas, era de izquierda pero sin deseos de despotismo. No era el único y si Alfonso Barrantes hubiese llegado a Palacio, no habría cometido ese error de quedarse en el poder para siempre, como en la Cuba de Fidel y la Venezuela de Maduro. Pero no cambiamos nosotros sino la historia. A la caída de la URSS, un giro feroz de un capitalismo destructor de sindicatos, sociedades y Estados, se impuso en el fin del siglo XX, hasta nuestros días. Hay una fecha en que Cotler cree que era posible «afirmar la Democracia», era el año 80. Pero entonces, afuera, el socialismo colapsa. Y en el Perú, Sendero es sangre y matanza de campesinos, arruinando a las diversas izquierdas de esos días. Por algo Basadre dejó un libro que deberíamos conocer, El azar en la historia. Y ya está bien, hasta el próximo lunes.

* En Cartas abiertas, p. 77, les dediqué también una a ‘Quino’ Cavassa y Dana  Cáceres, «Acotación sobre la sociedad hipercompleja»

Publicado en El Montonero., 25 de enero de 2021

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La era de Trump. La miseria de un millonario, su ignorancia

Written By: Hugo Neira - Ene• 18•21

La nación americana, esa América del Norte que desde sus primeros colonos y las emigraciones de una masa de gente de diversos orígenes —alemanes, irlandeses, ingleses, holandeses— construyó una nacionalidad estadounidense, es un sistema de autogobierno más que una herencia colonial, su repugnancia. (En 1773, antes de Bolívar y San Martín, que se inspiraron en esa revolución. Antes de la Revolución francesa de 1789.) Ellos patentaron una unidad política y cultural que admiró al mundo. Pues bien, eso que conocemos como los Estados Unidos, pasa por uno de sus más difíciles momentos.

No es una guerra como cuando inesperadamente Japón ataca Pearl Harbor, ni se trata hoy de la supremacía en el Pacífico. Tampoco es el crack de octubre de 1929, el hundimiento de la bolsa. No tienen, como entonces, 12 millones de parados y 5 mil bancos que cerraron. Con Roosevelt nace “el nuevo trato”, y  se recuperaron. No hay ninguna guerra mundial ni tampoco “guerra fría”. Ya no hay la URSS. No hay una guerra que se pierde en el lejano Vietnam. Y no es la geopolítica que los molesta en estos días, ni el equilibrio de poder que ahora no vacila como cuando un presidente como Nixon y su asesor Henry Kissinger fueron a negociar en Pekín con Mao. Tampoco un desconocido, un pobre diablo, llamado Oswald, asesina al presidente Kennedy (pero no sabemos quiénes lo manejaron). La “gran sociedad” continúa, en el periodo post Kennedy con Lyndon Johnson, la “guerra contra la pobreza”. Desde Eisenhower, el fin de la guerra en Corea —y el tema de los negros, y la lucha por los derechos civiles— y pese al escándalo Watergate, los gobiernos se siguen unos a otros, Ford, Carter, hasta los años ochenta. Y la elección de Reagan (primero y segundo gobierno), y luego Bush, los problemas de USA eran entonces más bien externos. El Medio Oriente, Allende en Chile. Castro en Cuba. Las intervenciones de Irán e Irak fueron otro riesgo. Pero no como la situación actual que es más bien intestina.

El dilema actual es distinto. Todo comienza cuando un ciudadano proveniente de una empresa familiar especializada en comprar y vender, construir y reconstruir “torres de oficinas, hoteles, casinos y campos de golf”. Y llega a ser candidato para ocupar el rango n°45 de Presidente de los Estados Unidos, y lo consigue el 20 de enero de 2017. Se llama Donald Trump. No es en realidad un republicano según los politólogos norteamericanos —cuyos libros he traído—, intentó tener un partido presidencial Partido Reformista, pero prefirió candidatear del lado republicano. Llega al poder a los 70 años, se ha casado tres veces, es el presidente americano de mayor riqueza en la historia de los Estados Unidos. Pero su último gesto como presidente es no admitir que ha sido vencido en las presidenciales del 2020 por Biden. Se niega a esa derrota. Ha hecho “falsas afirmaciones de fraude”, dicen los diarios, y lo que es grave, “ha presionado a funcionarios del gobierno”. Y por el Twitter, ha llamado a un asalto al Capitolio a las hordas que lo siguen.

Se escribe esta nota periodística días antes del 20 de enero. No sabemos qué va a pasar. Ni qué camino tomará Trump. Ni qué harán los ‘supremacistas blancos’. 

Por mi parte he estado fuera del Perú durante un mes, y estando en otras capitales de América Latina, y flotando en el clima el caso Trump, encontré revistas y libros sobre Donald Trump y los Estados Unidos de este momento. Estoy diciendo mis fuentes. Así, como hay un lado oscuro en la sociedad norteamericana también existe un pensamiento crítico y libre que me permite recoger datos y nutrir esta sumaria explicación. Y entonces, a partir del párrafo siguiente, y en comillas, haré saber cómo ven la situación de los Estados Unidos y cómo lo ven en otros lugares del planeta.

En primer lugar, desde Europa lo ven así: “L’Amérique ne fait plus rêver. La América actual ya no nos hace soñar. Texto en Le Courrier International. “En cuatro años de mandato de Donald Trump, la figura de los Estados Unidos se ha degradado”. Es una sensación hoy muy corriente, los que conocen esa América, hoy “le tienen piedad”. ¿Se imagina, el amable lector, los aliados de los norteamericanos del otro lado del Atlántico? Están estupefactos por “las faltas de Trump”, dicen los ingleses. Hay estadísticas. Brevemente, preguntan si les tienen confianza a los americanos y dos, a Trump. La respuesta es clara: opinión favorable a los Estados Unidos, entre 54 y 31%. Para Trump; de 9 a 15%. En cuanto Alemania —no se entendieron cuando Trump— son bastante escépticos. Lo ven débil a Joe Biden, lo que ven es una “radicalización de la derecha que encarna Trump”. Están presintiendo una “ruptura histórica”.

Veamos del lado de la inteligencia —con aquellos que piensan—,  una ensayista pone la gran cuestión en la mesa.  (La autora es Premio Pulitzer y jefa de la la sección de libros del diario The New York Times.) ¿Cómo ha podido suceder esto? ¿Cuáles son las raíces de la falsedad en la era de Trump? ¿Cómo se ha convertido la verdad y la razón en la era Trump? Ella está poniendo en su lugar el desorden político y moral, el tema de la verdad.

¿De qué se trata? De la actividad del presidente Trump y sus maneras. En el libro que revela la muerte de la verdad: “El presidente número cuarenta y cinco de los Estados Unidos miente de un modo tan prolífico y a tal velocidad que The Washington Post calcula que durante su primer año en el cargo podía haber emitido 2140 declaraciones que contenían falsedades o equívocos”. Y añade: “Estos asaltos a la verdad no se circunscriben en el territorio de los Estados Unidos sino en todo el mundo. Por eso se producen oleadas de populismo y fundamentalismo que están provocando reacciones de miedo y terror.”

Entonces ¿“la sabiduria de la turba”? ¿De dónde viene? De un amigo de Trump, el ruso Putin, que intervino en el Brexit,  “y Rusia se lanzó a la siembra de la dezinformatsiya (concepto ruso) en las campañas electorales de Francia, Alemania y Holanda”. Los trolles rusos intervinieron en la elección de Trump al dispersar una serie de fake news, una manipulación masiva contra la señora Hillary Clinton, enormes mentiras como que daba dinero a los musulmanes terroristas. Es una realidad que se inventa. La gran herramienta del hombre de negocios Trump. Detesta las ciencias. 

Lo que notan los profesores y periodistas norteamericanos es la ignorancia de Trump. “Cuando llegó a la Casa Blanca, Trump no hizo esfuerzo alguno para rectificar su ignorancia en materia de política, interior o exterior”. Otra opinión, la de su jefe de estrategia, Stephen Bannon: “lee solo lo que reafirma su opinión”. Casi sería innecesario saber que el habitante de la Casa Blanca pasaba ocho horas al día viendo la televisión”. Y si estamos en el campo de su comportamiento, un diario y un canal (Vice News)sostiene que Trump recibía dos veces al día una carpeta llena de recortes de prensa aduladora que incluían tuits de admiración, transcripciones de entrevistas televisivas y noticias donde lo ponían por las nubes”.

Trump ha llamado la atención no porque sea un Lincoln o un Martín Luther King, sino porque viene a ser un caso aislado, todos los presidentes hicieron estudios antes de ser mandatarios. Sin el uso del conocimiento, ¿qué queda? La intuición animal. Philip Roth ha llamado a ese estilo “la fiera indígena norteamericana”. Y el historiador Richard Hofstadter, una definición grave, que lo dice todo: “el estilo paranoide”. Parece que es una cultura americana reciente, sentirse amenazado. Por eso mismo me atrevo a pensar que Trump, en una mezcla de amor propio, narcisismo y paranoia, se ha autoconvencido de que no podía perder.

Por otra parte, se nota al hijito de papá. En un libro que no ha escrito sino dictado, dice: “el mundo es un lugar horrible”. Y su método es atacar, atacar, atacar. El libro tiene un título modesto, El secreto del éxito. En fin, “se sabe que Trump se define a través de personas e instituciones a las que ataca, a saber, Hillary Clinton, Barack Obama, la prensa, las agencias de inteligencia, el FBI, el poder judicial, cualquiera que él considere una amenaza”. Los americanos cultos lo llaman “negatividad”. A mí me parece la resurrección de Stalin. Y por supuesto, no cree para nada en la necesidad de la protección medioambiental, y tampoco entendió la pandemia del Covid-19.

No estamos en tiempos de la palabra y el discurso, no hay sitio para un Mussolini ni un Hitler. Como en otros países, en Rusia, en Turquía, hay trolles y millares de bots para desinformar. Estamos hablando no de cualquier sociedad sino de los Estados Unidos de América que es el país con el mayor número de estudiantes en el mundo: 14 261 717  (el 4,75%). Un país con 4 599 universidades. Entonces dos culturas, ¿los que leen, escriben y piensan y los otros? No quiero ser elitario pero nunca hubo un presidente norteamericano tan ignorante. Tiene un cartón Trump, de bachiller en economía en una universidad que no es de las más selectas. Pero entonces es cuando al pueblo le atrae un líder que, según la célebre revista Forbes, es la 324 persona más rica del mundo. ¿Es eso su atractivo?

Si describimos el lado oscuro de los Estados Unidos, observemos el lado claro. Se recuerda a quien pensó en el totalitarismo, Hannah Arendt: “el sujeto ideal para un gobierno totalitario no es el nazi convencido o el comunista convencido, sino el individuo para quien no hay distinción entre hechos y ficción, entre lo verdadero y lo falso”. Entonces, ¿qué ha hecho Trump? Propagar lo falso, como las fábricas rusas de trolles que las emiten en cantidades industriales, por el Twitter del presidente de los Estados Unidos y de ahí a cualquier parte del mundo. ¿Qué sociedad entonces? ¿Tribalismo, deslocalización, miedo al cambio? No se está muriendo una democracia sino una cultura. Se está muriendo la verdad.

Resulta que ya no sabemos, gracias a los trolles, qué es lo real y lo irreal, lo cierto o lo falso, y el debate razonado ya no es parte de la vida política sino de las emociones. Por mi parte, creo que existe una verdad objetiva. Pero veo autocracias, el revés de la libertad. Así, con “la muerte de la verdad”, Trump viene no a ser un político norteamericano sino alguien más poderoso que esos dictadores de antaño de las “repúblicas  bananeras,” o busca algún despotismo personal que necesita legitimizarse. Estas cosas ya han ocurrido. En Roma antigua, para cambiar las leyes, un imperiu maximum.  Y con una Norteamérica imperial, ¿cómo nos iría? Por lo visto, el futuro puede ser autocracias con apoyo popular. ¿Volverán los Imperios? Puesto que no hemos construido ni la nación ni el Estado moderno. ¿Volveremos a tener virreyes? Ya los tenemos, Banco Mundial, el señor Saavedra. Cuando discutía su idea de la educación —él es quien manda— en El Comercio, me cerraron las puertas. Gracias.

Publicado en El Montonero., 18 de enero de 2021

https://elmontonero.pe/columnas/la-miseria-de-un-millonario-su-ignorancia

Donald Trump y el ataque al Capitolio

Written By: Hugo Neira - Ene• 11•21

Sorpresa, extrañeza, quedarse de una pieza. La historia de los Estados Unidos no ha dejado de ser una serie de conflictos, desde su independencia, y cuando los blancos invadieron las llanuras de los indios del Oeste. Pero eran guerras, incluso en la civil de 1860-1865, o en los momentos en que se mata a algún presidente —a Lincoln, a los dos hermanos Kennedy—, resulta tan chocante como lo que planetariamente hemos visto. Nos referimos por supuesto al «Asalto de seguidores de Donald Trump al Capitolio que remece a Estados Unidos». Esa noticia es la primera plana del diario El Mercurio de Chile y probablemente algo semejante en otros países. Noticia y asombro, el efecto emocional en la historia contemporánea solo se puede comparar con el 11/09 del 2001 cuando dos aviones suicidas derriban las torres gemelas. Pero al menos, eran rivales, gente de Al Qaeda. Pero esta vez proviene de un presidente que pierde una elección, y sugiere por medio de Twitter un acto vandálico. La intención, «miles de personas ingresaron a la fuerza al edificio del Congreso para obligar a la suspensión de la sesión en la que se certificaba el triunfo de Joe Biden». Esto, en la vida americana, no ha ocurrido nunca.

Joe Biden dijo del caos en el Capitolio que «no representan a quienes somos realmente».  Sin duda alguna, no se debe hablar de un pueblo estadounidense homogéneo, pero en este caso lo que hemos visto es una masa social compacta y combativa que ha trepado por las escaleras del Capitolio, y escalando los muros entraron por la fuerza en la Cámara de Representantes. Y Donald Trump, creyéndose vencedor, dice: «eso es lo que pasa cuando  los grandes patriotas entran en la escena».

¿Los que se autotitulan patriotas? La verdad, no entiendo. Entre los que intervinieron pese a los gases lagrimógenos estaban los que se llaman «supremacistas blancos». Los que se consideran los más americanos que nadie, ¿atacan a su sacro Capitolio? Me imagino entonces a un turba violenta de católicos que metan fuego al Vaticano. O musulmanes que rompen los muros de La Meca. La prensa dice que este ha sido un acto sin precedentes en la historia moderna de EEUU. Por mi parte, iría un poco más lejos. Supera a las utopías y a la imaginación del cine.

Una película que tuvo mucho éxito es Día de la Independencia. Los extraterrestes arriban e inician una guerra. Una nave espacial de los invasores se sitúa encima de la Casa Blanca, y un chorro de fuego de una energía desconocida, no solo incendia sino que la hace desaparecer por completo. Cuentan que el presidente Clinton, cuando vio la película, se echó a reír a carcajadas. Le preguntaron por qué. Y su respuesta fue: «eso es lo que quisiera el Congreso». Pero solo era un film. Hollywood se ha atrevido a diversas películas en que cae la Casa Blanca, pero nunca pasan de ser golpes de Estado de baja potencia. ¿O acaso el pueblo que lee todos los días los tuits de Trump, ha querido ser el héroe cinematográfico de este siglo?  Y en cuanto a Osama Bin Laden, diez años después, hallado en Pakistán, en una operación de fuerza cuando gobernaba Obama, lo matan. En algún momento cuando pasé por Nueva York, volví a visitar lo que había visto en ruinas de las famosas torres, y encontré no solo las torres sino el National September 11 Memorial, un museo, y algo muy americano, dos piscinas. Al parecer, lo que ha ocurrido esta vez ocupa hoy la justicia. Lo que ha pasado en el atentado al Capitolio es un síntoma muy profundo. Es una clara  metáfora de la desconstrucción de una sociedad que se fragmenta. Desde Europa, Piketty subraya que los que la invadieron llevaban la bandera de los Confederados que perdieron la Guerra de Secesión.  

¿Hay algún otro lenguaje que anticipa el oscuro futuro? Acaso no en la política pero sí en la ciencia ficción. Los americanos tienen más escritores en ese género que cualquier otra literatura, unos 300 y hablamos de los selectos. Entre ellos, un par, H. P. Lovecraft y Philip K. Dick. El primero, en su obra En las montañas de la locura (At the Mountains of Madness). Es el relato de una desastrosa expedición a la Antártida en 1930. Pero al lado de lo que hemos visto… En fin, hay que reconocer también a un gran escritor,  Philip K. Dick, unos 121 relatos cortos, el creador de Blade Runner, el robot con conciencia y emociones. Dick se inspiró en su propia vida, obsesionado por las drogas, la paranoia, y la esquizofrenia, pero no pudo ir hasta ese extremo de las masas que llegaron al Capitolio. Entonces, ¿qué tiempo es este? ¿El de los Estados Unidos de este siglo? ¿Los hechos reales superan el mundo de lo imaginario?

No me tomen por un antinorteamericano. Su cultura nos baña, quiérase o no. Como peruano —mejor dicho, desde que era niño—, tuve mi Norteamérica de los cómics y el cine. ¿Qué niño de entonces no la tuvo? Me refiero a nuestros mejores amigos, Pato Donald por ejemplo. Personaje de Disney, por lo general renegón, nunca entendí por qué se vestía como marinero. Cuando tuve más años, descubrí que venía de más lejos, por el año 1931. Con el tiempo le pusieron los sobrinos. Y una novia, Daisy. Me encantaban los zapatones que se ponía. En cuanto a Mickey Mouse ocurre que te hace de amigo pero también de los suyos, Pluto, Minnie Mouse.

Mucho más tarde, en los días del presidente Kennedy, recibí una invitación. La embajada americana invitaba a jóvenes de los partidos políticos en el Perú. Yo había sido cuando sanmarquino, uno de la juventud comunista. Por eso mismo me invitaron. Éramos unos 10, de todas las tendencias, y nos desplazaron por diversas Estados y nos hicieron conocer el sistema interno de los partidos norteamericanos, desde las elecciones primarias hasta el resultado final de las elecciones. Conocimos a Kennedy y a su hermano. Luego, no habré vivido en los Estados Unidos, pero no dejé de visitarlos. Tenía un hermano, médico, Federico Rojas Samanez, que vivía en California. Y cuando era profesor en la Polinesia Francesa, en los viajes que eran frecuentes rumbo a París, podía detenerme unos días en su casa.  

Ahora bien, la gran cuestión, aparte del fenómeno Trump, es intentar entender qué le pasa a la potencia americana. ¿No es acaso una sociedad que quiere un cierto repliegue? ¿Mientras por otra parte quieren seguir siendo los dueños del mundo? Sinceramente no entiendo.  ¿Tan lejos va la ambición de poder de los parias blancos, pobres o rurales, los que llaman «white trash», lo que quiere decir algo como ‘chusma blanca’? Los que conocen a fondo la cultura americana dicen que eso se remonta a cuando los primeros colonos americanos se instalaron en Virginia, y eran apenas sirvientes de los que ya estaban establecidos. Vaya por Dios, entre ellos mismos, subproletarios de los proletarios mismos. Un profesor de estudios francoamericanos, Carol Anderson, dice que el espíritu del Ku Klux Klan —la organización de supremacistas—, toma esas formas: «el estallido de la cólera blanca es inevitable al avance de los negros».

Es paradójico pero los Estados Unidos son la víctima del modelo neoliberal que ellos establecieron en los inicios de los 90, cuando se hunde el rival, el Estado soviético. Esperábamos un periodo de progreso pero lo que se instala es una revolución  conservadora en ambos lados del Atlántico. Comenzó con Margaret Thatcher y siguió con Reagan. El menú lo sabemos: exaltación del mercado, privatización de las empresas públicas, sindicatos disueltos, precarización e inseguridad en el empleo. El resultado es que el neoliberalismo ha acentuado las luchas sociales y culturales. Según The New York Times, la clase media americana que era la más rica del mundo, ya no lo es. «En los últimos treinta años, los ciudadanos de otros países avanzados se encuentran mejor». Y lo que es peor, los jóvenes americanos entre los 16 y 24 años, están detrás de los de Canadá, Australia y Japón. ¿Y este es el modelo hegemónico para el capitalismo mundial? Hay, pues, un malestar. Las desigualdades se abren en casi todas las sociedades avanzadas.

Por si acaso, la crítica al nuevo Imperio no proviene de socialistas o marxistas. Uno de ellos es americano y Premio Nobel de Economía, y señala cómo el impacto destructor del libre intercambio empobrece a las clases medias y populares. Se llama Joseph E. Stiglitz. Léalo, amigo lector, tiene respuesta al malestar general en el mundo. A las grandes corporaciones que dominan la economía de la finanza (no la de inversión, por eso no hay novedades ni nuevos productos), no les importan ni las sociedades, ni los Estados ni las diversas naciones y culturas. Y se hunde el propio capitalismo porque la fuente de la prosperidad fue otro tipo de modelo económico. Hoy se siembra desigualdades, el gran mal de este comienzo de siglo, no la pobreza.

La gran potencia americana era cuando el auge de Silicon Valley. O bien cuando la NASA envía al espacio, el 16 de julio de 1969, el Apolo 11 y dos astronautas, Armstrong y Aldrin, que pisaron la superficie lunar por primera vez. Entonces era admirable.

¿Cómo es posible que en la nación donde se inventaron tantas cosas —entre ellas, la actual tecnología— se elija a una persona que no cree que existen las modificaciones climáticas ni los virus que atacan a los seres humanos? Qué desatinado riesgo que esa persona haya tenido en sus manos el botón rojo y el código de lanzamiento de armas atómicas durante todos estos años. Trump no es otra cosa que un «hijito de papá». Un riesgo para América y el género humano. «Golpe de Estado». «El día de la infamia». Sin duda, pero Donald Trump no es sino «el profeta de la decadencia». Lo ha dicho Scott Clement, en nada menos que The Washington Post, en noviembre del 2016. A veces los periodistas son los profetas de nuestras desgracias. Ojalá no lo veamos de nuevo en cargo alguno. Que compre y venda inmuebles, y punto.

Publicado en El Montonero., 11 de enero de 2021

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