Otro siglo, otra política. Notas sobre mi propio asombro

Written By: Hugo Neira - Dic• 02•19

«Hace mucho tiempo, en una galaxia muy lejana»—Star Wars

Al revés, vengo de un viaje corto pero muy intenso. Una semana en España como invitado, y luego una breve visita a países vecinos al nuestro. No hay nada mejor que la información presencial. El encuentro que tuvimos fue con periodistas, académicos, hombres de negocios en Madrid, es decir, gente de informes claros y sinceros de cómo van las cosas en ese país, y de paso, en Europa y en el mundo. Lo digo porque lo encontrado es una cantera cuya agua, en semanas venideras, llenará repetidas veces esta columna. En el viaje estaban dos peruanos aparte de mi persona. Federico Salazar y Ricardo Uceda. En la invitación estaba también Aldo Mariátegui que reside en Madrid.

Confieso que fue un placer volver a Madrid aun por unos días. Lo cordiales que fueron con nosotros, y lo claro y sincero cuando hablaron de sus propios problemas. ¿La prensa española? Qué placer. «La prensa triunfa frente a los ‘fake news’». El papel de los medios de información, en los lectores, tiene mayor credibilidad. Y prensa que denuncia los fraudes de másteres y tesis doctorales. «Hay políticos con ‘titulitis’ que hinchan sus curriculums» (La Razón). Y los 680 millones de euros de dinero público de gente del PSOE. Pero Pedro Sánchez ha sido el primero en las elecciones. O sea, el ciudadano español separa los socialistas que cometieron delitos del total de su partido. Eso ocurrió con la Junta andaluza, es decir, un gobierno local, y no con el total del personal. ¿Sensatos, no?

Por mi parte, ya había visitado Chile en su crisis, y como el azar hace bien las cosas, me reencontré con un boliviano ilustrado y su versión de los acontecimientos, que resultan impresionantemente complejos. En la prensa peruana, que todo lo reduce, la cosa de Evo no es si fue un golpe de Estado o no lo fue. Hay otras personalidades en La Paz que son decisivas, y que aquí, ni se mencionan. Al amable lector, ¿le han dicho quién es y qué rol tiene David Choquehuanca, aymara, secretario general de la Asamblea de los Pueblos Americanos —nada menos— y Canciller? ¿Y otro personaje, cerca de Evo y rival a la vez de Choquehuanca, Alvaro García Linera, blancazo y cochabambino, teórico original de un marxismo comunitario, y cuando se casa con una ingeniera paceña lo hace bajo el rito arqueológico del Tiwanaku (nosotros decimos Tiahuanaco)? No me fastidien reduciendo el tema a un lío entre Evo y Carlos Mesa. La política boliviana es un cruce entre El Señor de los anillos de J. R. Tolkien, y las consecuencias de tener trotskistas católicos, únicos en su especie.    

En la prensa peruana, a la vuelta, encuentro un buen artículo sobre «el protagonismo de la calle», de Alonso Cueto. Una vez más los literatos la aciertan. Sin embargo, no sé si «una sociedad conectada con la calle es la más saludable», como dice. Puede que sí, puede que no. A lo que voy, coloquialmente, «tener calle» es conocer la gente, sus sentimientos y emociones, algo corriente para los que hemos vivido la infancia en barrios de clase media baja o zonas populares, maneras y estrategias que los hijitos de papá ignoran. Ahora bien, ante el artículo de Cueto, tengo que decirle amistosamente —nos conocimos justamente años atrás en Madrid— que mucho de eso, el tema de las clases, venido del marxismo, hace rato que la sociología y las ciencias sociales tienen otra hermenéutica (el arte de interpretar). Gracias a unas tendencias más bien modestas, no visiones excesivamente globales, sino middle range theories, teorías de términos medios. Lo cual nos libra de los dogmas ideológicos. De ahí, entre lectura planetaria y aparición de modalidades sociales novedosas, el caso mayor y más conocido es el de Michel Hard y Antonio Negri, en Imperio, publicado por Paidós en el 2000. Revelan un nuevo sujeto social. Se llama multitud.

El tema no es novedad, lo usa hace rato la reciente filosofía francesa: Foucault, Deleuze, Guattari, e incluso muchos estudiosos lo hallan en Maquiavelo o en Spinoza, en Nietzsche. La multitud interesa porque se enfrenta a formas de dominación muy diversas. Pero en América Latina, ¿qué tiene que ver los cocaleros de Evo con la protesta de las clases medias en Santiago? Son movimientos sociales, distintos, precarios, intermitentes —los ‘chalecos amarillos’ franceses han celebrado un año entero de presencia— y la cuestión de qué son queda planteada. ¿Nuevos espacios de creación de conciencia? ¿O de nihilismo total, rompiendo cuanto hay? ¿Libertad o transformaciones impensables? ¿Búsqueda de un alma, puesto que los viejos relatos utópicos ya no existen?

Por un tiempo, seguí el debate de Negri —vive en los Estados Unidos después de ser una de las cabezas de las Brigadas Rojas— y luego de lanzar lo de la multitud, dialoga con Gorz, Sloterdijk, Rancière, Badiou, Boltanski. Alguien las llamó «las nuevas subjetividades salariales», Zarifian, sociólogo, ni marxista ni neoliberal. O sea piensa por su cuenta. Esas multitudes que discuten a sus Estados, son una modificación gigantesca de la relación entre gobernados y gobernantes. Así de simple y así de enorme. No es una crisis económica. ¿Otras modalidades de representación?

Seamos claros. Los estallidos sociales han sacado la política de sus muros. Vivimos en una era de inesperados fenómenos sociales. En ese caso, politólogos, sociólogos, pensadores y políticos, deberían ser más modestos. Nos ocurre que no sabemos qué ocurre. Me hacen pensar en Schopenhauer, en El mundo como voluntad y representación, la voluntad «como fuerza motriz ciega». «El hombre —pensaba Schopenhauer— era un ser irracional guiado por fuerzas inferiores» (Watson). La metáfora es geológica, de la tierra solo conocemos su superficie pero ignoramos cuando estallan los volcanes. Ninguna encuesta, ningún logaritmo, puede prever cuando una nación correcta y hasta conservadora como la chilena, estalla de la noche a la mañana. Yo ya no creo solo en la razón, cuentan también las emociones.

En cuanto al voluntarismo de gente que sale a la calle y pone límites a sus gobiernos, bien puede ser un movimiento espontáneo de las clases medias, hartos de élites que se hacen cada vez más ricas. Se ha hecho un culto desmesurado a la riqueza. Quizá quieran un capitalismo que no haga más ricos a los ricos, mientras las meritocracias de diversos calibres son las capas serviles. ¿Por qué un joven chileno no va a salir a manifestar, si sigue una carrera universitaria, quedará prisionero de por vida de su deuda a un banco? Revolución de individuos, quieren salud y educación, con Estados que al menos en ese campo democraticen la vida intelectual y la salud pública. Por el momento, hasta en China, hay 4 millones de multimillonarios.

Antes de volver a Lima, con ganas de retorno al Instituto y mis tareas, el último día fui a ver a un viejo amigo. Le creen pintor, uno de los mejores, pero hacía sus cuadros con desdén, de a pocos. Se llama Velázquez. Quería ser noble, y lo logró. Tuve que hacer cola en El Prado, había una interminable. Venían por una exposición de Goya y sus infiernos. Cuando vivía en Madrid, iba al Prado cada semana como quien va a misa. La curiosidad, amigos. La curiosidad, madre del saber.  

PD: Se nos ha ido el amigo Juan Carlos Valdivia, que pedía una «reforma política sin plazos y con debate», quien se ocupaba de los desequilibrios del poder. Adiós amigo.

Publicado en El Montonero., 2 de diciembre de 2019

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Populismos. ¿Y si ensanchamos la democracia? (3/4)

Written By: Hugo Neira - Nov• 25•19

En un artículo anterior (11.11.2019) nos ocupamos de los populismos y sus mutaciones. No hay otra manera de decirlo, visto la crisis de Chile, de Bolivia. Pero los populismos estallan en todos los continentes. En mi modesta opinión, expresan algo más que la pugna clásica de intereses y clases sociales. Está en ellos no solo la idea del pueblo sino la idea de la nación. En otras palabras, en un tiempo dominado por la mundialización y la globalización, la mentalidad comercial ha trasladado la lógica de los mercados a otros dominios del quehacer humano tales como el Estado-nación que tienen arraigo en pueblos y culturas. Los resultados son catastróficos, los gigantescos rechazos. Y eso me lleva a estudiar la política no solo conectada a la economía sino a sentimientos y formas de vida. ¿Necesidad de una sociología de lo sentimental?

De ahí que vuelva los ojos al aprismo peruano y su emergencia en los años treinta, nace cuando los compositores y músicos eran exponentes de la musica criolla. ¿Casualidad? El aprismo de los treinta coincide con el vals y con El plebeyo. Y lo que se dice, y con razón y admiración de Felipe Pinglo —de secundaria en el Guadalupe, sin madre, porque muere al dar a luz—, y se le llame «bardo inmortal»,  «con un estilo de amplio arraigo popular». ¿Y qué fue el discurso de Haya de la Torre, de Manuel Seoane, de Luis Alberto Sánchez? «Un estilo de amplio arraigo popular».

Cierto, retomaron de la fiesta de toros los pañuelos blancos en manos de multitudes, la marsellesa con letra adecuada a la vida peruana, y otros rituales, el brazo izquierdo en lo alto pero no con el puño cerrado de los comunistas, y así por el estilo. Sin embargo, al tiempo que Haya recogía en sus viajes a Oxford, Alemania y Rusia, filosofía de la política, el vals dejaba de ser austriaco y amanecía con sentimientos criollos y guitarras con Rosa Luz, De vuelta al barrio, y El Plebeyo. Sobre este vals, sea verdad o no, se dice que fue el drama de Luis Enrique Rivas, tejedor que vivía en el cerro San Cristobal y se enamora de Gianina, bellísima hija de 17 años del industrial italiano Zuccarello. Bien, si el lector no toma en serio lo que le estoy diciendo, le advierto que por algo a los dictadores no les gustaba esa música, les parecía un mensaje social de afiliación aprista. De hecho, los apristas, en su diario La Tribuna, publicaron «El canillita», «El plebeyo», y fueron multados. Juan Carlos Tafur, amigo, la derecha no es siempre «bruta y achorada». Por algo la marsellesa aprista les irritaba.    

Cuántas veces he pensado que ese aprismo popular nace no solo como un movimiento de trabajadores y clases medias, y una élite política con Haya a la cabeza, sino también con una emotividad que provenía de dos fuerzas sociales de los años veinte: los gremios obreros donde predominaban anarquistas, y de la juventud estudiantil como sujeto social y político rebelde. Tiempo de la reforma universitaria, el Centenario, y unas clases medias que subitamente dan la espalda a los civilistas para apoyar a Leguía, y luego, giran hacia Haya de la Torre o hacia el sanchecerrismo. Más que doctrinas, emociones. A saber, el juvenilismo aprista, los años formativos, 1919-1931. La exaltación de la «nueva generación», minorías iluminadas. El rostro obrero. La conjunción, mayo de 1923. APRA y las fundaciones. Haya el estudiante peregrino, su itinerario, 1924-31. La dispersión: las células apristas en el exilio. Discusión en el laberinto ideológico, 1926-1930. Conclusión: ideas apristas de los años treinta en un aire del tiempo y una cierta cultura popular criolla, hoy extinta. No es que no haya partidos, sino que lo que llamamos música, no tiene sentimientos. Cuando Lucha Reyes nos hacía llorar, había pueblo, partidos y ensueños de utopías.

Y eso mismo encuentro cuando intento comprender el peronismo. La migración, el gaucho como ética, el barrio, la fraternidad en la pobreza. El tango. Una manera de ser argentino. Un sentimiento. Eso explica cómo el peronismo ha sobrevivido a su fundador. ¿Me equivoco? ¿Sabe, el amable lector, que en la sociología de nuestros días, en Europa, se estudia hoy la sociedad y sus afectos? Frédéric Lordon, La société des affects, Seuil, 2013. Sentimientos, no solo ideologías.

Hubo presidentes en la Argentina, por ejemplo, Carlos Menem, no era para nada un gran orador, hijo de comerciantes, de emigrantes sirios, nacido en la provincia de La Rioja. El profesor Rouquié que conoce de maravilla la historia del peronismo lo llama «el heredero infiel». Debilita, en efecto, los sindicatos, desindustrializa la Argentina de Perón, disminuye los salarios, pero el peronismo continúa. Y en 1987, el peronismo vuelve a ganar las elecciones generales. Cuando algo perdura, es por algo. Estoy en la línea de José Pablo Feinmann, filósofo, que se ocupa del imaginario popular y de la vida misma. El peronismo «filosofía política de una obstinación argentina». Pobres marxistas que solo ven la lucha de clases. Pobres neoliberales que solo ven el costo y beneficio. Destinados a ser aplastados por el populismo, caja de Pandora de las esperanzas. La crisis de nuestro tiempo es de legitimidad y afectos.

Sobre la democracia y cómo salvarla.

1. Ha habido en el curso de la historia diversas modalidades. De Atenas de la Grecia antigua, a la Italia del Renacimiento, en Florencia. Y los Estados Unidos y Francia del siglo XVIII.  Pero tras la Independencia, la revolución en el Perú «escapa de las manos de la nobleza colonial, y cae en manos de militarismo, caudillajes, plutocracias» (Basadre). Y un secular vacío de poder legal que nos acompaña hasta el siglo XXI. ¿República? Un Leguía que se repite, como mandatarios. ¿Cómo disminuir la barrera que separa gobernantes y  gobernados?

2. La democracia se salva con más democracia. Tenemos que inventar instituciones populares que nos hacen falta. ¿Por qué no se tiene cabildos o reuniones de vecinos en nuestras municipalidades? ¿Por qué no podemos tener parlamentos pequeños en cada región? ¿Por qué no aprendemos de la España de las Autonomías? Tienen derecho a nombres diversos. En Sevilla se llaman Juntas, en Asturias es Principado, en Cataluña es Generalitat, obviamente en catalán. Murcia es Consejo Regional. ¿Lo sabía el amable lector? Con derecho a lenguas distintas mientras el castellano sigue siendo la lengua oficial del Estado. Y tienen banderas y enseñas propias a las comunidades. El Estado español se guarda ciertas competencias, la Defensa y Fuerzas Armadas, no hay 17 ejércitos. Competencias del Estado y Competencias regionales. Así de sencillo. Los problemas en Puno no son los de Chiclayo o Piura.

3. En fin, hay que encontrar las conexiones por ahora inexistentes para acercar el poder escaso al pueblo republicano, el cual se le consulta, con las urnas, solo cada cinco años. Además, ¿por qué los plazos presidenciales son tan cortos? ¿Cinco años? Imposible iniciar un proyecto social y concluirlo. ¿Por qué no se puede tener presidentes para 7 años como lo tuvo la V República francesa? No les fue mal con de Gaulle y Pompidou. Al Perú le falta todo, desde pistas, aeropuertos, puertos marítimos, represas gigantes, hasta ciencia aplicada y científicos, industrias para la cuarta o quinta revolución industrial. Ciudadanos bien nutridos desde niños. Se necesita sabios peruanos a puñados. Y un Estado más fuerte, con puestos por concurso público. No porque se es amigo de tal Presidente o Ministro. ¿Bicentenario? Seguimos coloniales. Y a más tecnología, menos sociedad. La nuestra está atomizada. ¿Cómo va a haber partidos si todos son el rival de todos?

Publicado en El Montonero., 25 de noviembre de 2019

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La anomia (1980-2018). De unos cuantos a plaga social, arriba y abajo

Written By: Hugo Neira - Nov• 24•19

Anomia en quechua:

«Purunpacha, el momento en que nada existe ni vale la pena.»

—Lionel Vallee — Revista Allpanchis, vol. XVII, n° 20

La anomia es un término muy conocido en el mundo de los estudios sociales. En lo que me concierne, fui el primero en aplicarlo a la sociedad peruana, en 1987. Es concepto que permite caracterizar a individuos como a sociedades. Cuando lo usa por vez primera Durkheim ante la problemática del suicidio, es para observar “un tipo de individuo cuyo egoísmo lo conduce a una forma de vida que no viene de autoridad extraña a sí mismo sino de sus propias reglas, por ejemplo eliminarse”. El suicidio anómico. Pero no es concepto moral. No condena, explica. La sociología no es una disciplina normativa como lo es el Derecho. Hay disciplinas que desde el siglo XIX se llamaron ciencias políticas y morales. La sociología no tuvo esa ambición. Ni nuestro razonamiento es una extensión del clásico y olvidado manual de Carreño sobre las buenas maneras. O algún otro discursito sobre “los valores”. Conviene decirlo en un país como el Perú que siempre espera, incluso en un texto universitario, una suerte de sermón o lección. Nosotros no heredamos ni el atril y menos el púlpito del sacerdote.

Ya habrá tiempo para la teoría, renovada como lo propongo en los tramos finales de este ensayo, a propósito de la “servidumbre voluntaria” del individuo y los populismos. Por ahora conviene observar la evolución del concepto. Después de Durkheim, la anomia se extiende como categoría a las sociedades, cuando se observa “desorganización y desmoralización sociales”. Con Thomas y Znaniecki, con Merton y con Parsons. Es ahí donde la encuentro. “Cuando la anomia es la consecuencia de que una sociedad proponga a los individuos que la componen ciertos fines, sin darle los medios para realizarse” (Dictionnaire de la Sociologie, 1998). Es el caso paradigmático del Perú de fines del siglo XX a nuestros días. Hay vigente una ideología invisible, y desde los dominadores podemos suponer esta proposición: háganse ricos, pero nosotros los dominantes, no les damos leyes, ni un sistema de méritos y otras reglas, no vaya a ser que nos la vayan a aplicar. Seguiremos con el mismo sistema de jueces, colegios para ricos y con la deliberada mala educación fiscal. A la sociedad cámbienla ustedes, los emigrantes andinos, desde la informalidad, háganse un lugar desde el propio esfuerzo sin que nosotros modifiquemos las instituciones y nuestros propios comportamientos que son herencia y privilegio.

Y los recién llegados se establecieron en las arenas estériles de la costa, y arriba el poder de siempre, el grupito de amiguetes, o el clan familiar o la argolla comercial o financiera. Y entonces, ellos aprendieron. Y aparece el achoramiento. Gran concepto, obra del pueblo que se da cuenta de cómo parte del pueblo mismo aprende las reglas no dichas de la mecánica tradicional de la dominación. Y aplica para su propio beneficio —familiar o también clánico— la ilegalidad que les precede, la de los poderosos.

El progreso material de estos decenios nos ha empeorado como sociedad. Cada vez más desigual, más violenta, menos solidaria. Ahora bien, la gran sorpresa de los últimos treinta años es que la informalidad —cuya alabanza se hizo en los ochenta— ha creado capas emergentes de autoempleados. Y a la vez, la prosperidad del vicio. La ausencia de escrúpulos, el enriquecimiento ilícito y a gran escala y en poco tiempo. De modo que hoy la anomia es de arriba a abajo. Y para eso no hay indicador en las medidas del Banco Mundial. Castoriadis decía que toda sociedad tiene sus grandes mentiras. Y detestan que las descubran. Tarea incómoda la del sociólogo, el del aguafiestas.

No es la primera vez que nos ocupamos de la anomia. En efecto, he escrito sobre la anomia en 1987, 1996, 2001, 2004, 2006. Cuando he visto el conjunto de estos trabajos, me he sorprendido. Son seis ensayos. Evito, como se puede apreciar, lo del “séptimo ensayo”. Está en las antípodas de mis pretensiones ser ideólogo. Y por respeto a José Carlos Mariátegui. Por lo demás, sería en mi caso una imperdonable huachafería. No está entre mis abuelos y su marxismo dejó hace tiempo de ser el de mis propias lecturas de Marx. Dicho esto, nada me impide pensar y rememorar un pasaje de Mariátegui que decía que su libro ‘Los siete ensayos’ “no era orgánico”, sino, y al querer de Nietzsche, ese tipo de obra “que se forma espontánea e inadvertidamente”. 

Por ello, me pregunto: ¿por qué me ocupé tantas veces? Lo que ha ocurrido es que la serie de trabajos personales en torno a la anomia corresponden al síndrome mismo de la patología social que el concepto describe y que ha seguido creciendo con el transcurso del tiempo. Me he encontrado en la situación del médico especializado en un tipo de endemia y la sigue años tras años. Pero el dengue, la fiebre amarilla o la tos ferina son relativamente estables. Lo que yo he percibido —y la gran mayoría de peruanos— es que la anomia se ha extendido. Y ha prosperado, tanto como el desarrollo mismo del país. En otras palabras, es parte de la mejora de las cosas y a la vez del empeoramiento de otras.

El progreso material de estos decenios nos ha empeorado como sociedad. Cada vez más desigual, más violenta, menos solidaria. Ahora bien, la gran sorpresa de los últimos treinta años es que la informalidad —cuya alabanza se hizo en los ochenta— ha creado capas emergentes de autoempleados. Y a la vez, la prosperidad del vicio (término que tomo prestado de Daniel Cohen). La ausencia de escrúpulos, el enriquecimiento ilícito y a gran escala y en poco tiempo. De modo que hoy la anomia es de arriba a abajo. Y para eso no hay indicador en las medidas del Banco Mundial. Castoriadis decía que toda sociedad tiene sus grandes mentiras. Y detestan que las descubran. Tarea incómoda la del sociólogo, el del aguafiestas.

Obré desde unos límites que son los de la realidad. En efecto, los trabajos que de alguna manera preparan el presente ensayo tienden a observar, en casi todos los casos, la anomia social. Salvo uno, “El tejido despótico”. En el ensayo del 2001 comprendido dentro de El mal peruano, en la sexta parte, dejo de analizar la realidad inmediata, el país de Fujimori, su fuga, los vínculos con Montesinos, la mafia en el poder. Y propongo raíces más profundas. Si el libro se abre con el tema de los videos, la cultura de la criminalidad vuelta gobierno, es cierto que también concluye en cómo la sociedad peruana ya ha venido preparada para ese tipo de regímenes, desde el fondo de los tiempos. Sociedad jerárquica y desigualitaria. Y por primera vez, vinculo tema social e historia del pasado. ¿Del pasado he dicho? Grave error. Caritativa idea de lo que nos pasa.

De 1987 al 2001, pensé que la anomia era social. Y que esos eran sus límites. De modo que, hasta entonces, me producía —como a muchos— sentimientos encontrados. Fenómeno contradictorio. Porque, si bien era verdad que establecía reglas y estrategias anómalas en la carrera de individuos y grupos del comercio informal, no dejaba de ser cierto que establecía una dinámica de clases emergentes. Abundaba el pro y el contra. Estaban fuera del control del fisco, se negaban a aportar al Estado al cual sí le reclamaban obras. Pero no se veía la penetración en las zonas formales. Ni en las instituciones republicanas y el poder político. Pero ya no es así. Lo ilegal no está solamente en la informalidad sino en las instituciones. En la policía, jueces, representantes al Congreso. El país galopa hacia la legalidad de lo ilegal.

Aquí me voy a ocupar del actual Perú y los síntomas sociales de la anomia e inmediatamente, de la anomia política. Esto último, desde sombrías hipótesis. Desde la hipótesis de que la anomia sea admitida como legítima (puesto que mejora los ingresos globales y familiares) lo cual es algo que está tocando la puerta mientras se redacta este ensayo. La sórdida hipótesis acaso augura que tengamos clase política y mafia en el poder. Y que, contrario a estos solemnes y queridos conceptos, Estado moderno, libertad, ley, orden, individuos conscientes, tengamos un tipo de evolución en el que la prosperidad vaya de la mano con un desorden de sociedad sometida a un Narco Estado. Ha pasado en varios países asiáticos. Las sociedades no se mueren, lo que sí deja de tener sentido es un tipo de vida. El buen vivir es incompatible con el desorden social. El buen vivir es la ley. En estos días, más que posibilidad, es un problema. Tramitología, leguleyadas. No ayudan, confunden.

La evolución de una sociedad 2001-2018

La anomia es concepto que permite caracterizar a individuos como a sociedades. Cuando lo usa por vez primera Durkheim ante la problemática del suicidio, es para observar “un tipo de individuo cuyo egoísmo lo conduce a una forma de vida que no viene de autoridad extraña a sí mismo sino de sus propias reglas, por ejemplo eliminarse”. El suicidio anómico. Pero no es concepto moral. No condena, explica. La sociología no es una disciplina normativa como lo es el Derecho. Hay disciplinas que desde el siglo XIX se llamaron ciencias políticas y morales. La sociología no tuvo esa ambición. Ni nuestro razonamiento es una extensión del clásico y olvidado manual de Carreño sobre las buenas maneras. O algún otro discursito sobre “los valores”. Conviene decirlo en un país como el Perú que siempre espera, incluso en un texto universitario, una suerte de sermón o lección. Nosotros no heredamos ni el atril y menos el púlpito del sacerdote.

Por ahora conviene observar, con la mayor neutralidad posible, la evolución del concepto. Después de Durkheim, la anomia se extiende como categoría a las sociedades, cuando se observa “desorganización y desmoralización sociales”. Con Thomas y Znaniecki, con Merton y con Parsons. Es ahí donde la encuentro. “Cuando la anomia es la consecuencia de que una sociedad proponga a los individuos que la componen ciertos fines, sin darle los medios para realizarse” (Dictionnaire de la Sociologie, 1998). Es el caso paradigmático del Perú de fines del siglo XX a nuestros días. Hay vigente una ideología invisible, y desde los dominadores podemos suponer esta proposición: háganse ricos, pero nosotros los dominantes, no les damos leyes, ni un sistema de méritos y otras reglas, no vaya a ser que nos la vayan a aplicar. Seguiremos con el mismo sistema de jueces, colegios para ricos y con la deliberada mala educación fiscal.

A la sociedad peruana  la cambian los emigrantes andinos, desde la informalidad, háganse un lugar desde el propio esfuerzo sin que nosotros modifiquemos las instituciones y nuestros propios comportamientos que son herencia y privilegio. Y los recién llegados se establecieron en las arenas estériles de la costa, y arriba el poder de siempre, el grupito de amiguetes, o el clan familiar o la argolla comercial o financiera. Y entonces, ellos aprendieron. Y aparece el achoramiento. Gran concepto, obra del pueblo que se da cuenta de cómo parte del pueblo mismo aprende las reglas no dichas de la mecánica tradicional de la dominación. Y aplica para su propio beneficio —familiar o también clánico— la ilegalidad que les precede, la de los poderosos.

Desde la hipótesis de que la anomia sea admitida como legítima (puesto que mejora los ingresos globales y familiares) lo cual es algo que está tocando la puerta mientras se redacta este ensayo. La sórdida hipótesis acaso augura que tengamos clase política y mafia en el poder. Y que, contrario a estos solemnes y queridos conceptos, Estado moderno, libertad, ley, orden, individuos conscientes, tengamos un tipo de evolución en el que la prosperidad vaya de la mano con un desorden de sociedad sometida a un Narco Estado. Ha pasado en varios países asiáticos. Las sociedades no se mueren, lo que sí deja de tener sentido es un tipo de vida. El buen vivir es incompatible con el desorden social. El buen vivir es la ley. En estos días, más que posibilidad, es un problema. Tramitología, leguleyadas. No ayudan, confunden.

Antecedentes. Del tejido despótico (colonial-virreinal) a la República anómica

Por supuesto que la teoría de la anomia, después de Durkheim y de Merton, se puede aplicar a los procesos de changement —el cambio social— sobre todo en sociedades latinoamericanas en las que, a diferencia de los casos europeos o canadiense y australiano, las conductas de las elites no han sido precisamente puritanas y austeras. La triste verdad es que en la América Latina, una serie de burguesías periféricas (con la excepción de Chile, Uruguay y Costa Rica) se desviaron hacia alianzas con militares represivos para retrasar la democracia económica y social, y luego, siempre trampeando, dieron los mejores ejemplos de mala conducta en los periodos de auge económico, lo suficiente para que, a la hora de ascenso de nuevas clases medias emergentes, el resultado sea tan errático como el de las elites criollas. La jaula de hierro de las oligarquías preparó sus naturales herederos, y de paso, sus ahijados. El achorado reproduce las viejas mañas. La creatividad popular es sorprendente, también recrea el mal peruano. Los nuevos sicarios y sus carros carísimos, sus lujos, nacen de la nada, son el milagro de la fortuna, Sarita Colonia al revés. El mayor pecado es quedarse pobre.

No todo en las clases sociales es lucha, es también mímesis, imitaciones. Un día en París, en el hall de Sciences Po, mi profesor y amigo François Bourricaud, que tan finamente describe la sociedad peruana en sus obras, me pega un jalón, y sabiendo que volvía al Perú después de mi tesis francesa,  me dice: “No se olvide usted Neira, ustedes acabaron con la oligarquía, pero no con el hombre oligárquico”. ¿Esa intuición de Bourricaud me inspira cuando busco los orígenes de las pautas de conducta de los actores sociales del siglo XX peruano en las pautas coloniales y de los mismos dominados republicanos? ¿Pautas invisibles y permanentes? Es probable. ¿No es acaso el tejido despótico la realidad y no la ilusión de la norma igualitaria? ¿No es el sistema peruano tradicional más bien un sistema holístico? ¿No siguen funcionando las parentelas, con sus propias clientelas, y lo que reemplaza al curaca indio de otrora no es otra ocsa que el caudillo local y regional? ¿Qué capitalismo es este? En la necesidad de estar en el mercado, el más simple y humilde de los negocios, en capas medias y populares es el resultado de un sistema de alianzas y contactos. O sea, la regla no es la libre competencia. Sino pequeños círculos de semimonopolio. ¿Puede alguien contradecirme y negar que la matriz colonial no es lo que hoy funciona en Perú de arriba abajo? La importancia de los contactos, las relaciones.

Hay un principio jerárquico que organiza el Perú como en la India, con la diferencia de que en el segundo caso la cubre una idea de la trascendencia, que viene de su potente filosofía y religión que entre nosotros no existe. No creemos ni en los Vedas ni en la reencarnación. Pero la sociedad de castas (vergonzantes) del Perú se pretende cristiana. Gigantesco malentendido. El cristianismo no fue ni es un holismo, desde su nacimiento fue una apuesta por el individuo, desde el libre albedrío, la opción del bien o del mal como asunto de cada cual, el cristiano como el responsable de un destino de salvación o perdición que no está predeterminado. La modernidad, cristiana o laica, cuenta con los individuos. En el Perú turbulentamente están apareciendo. Acaso sea esa la gran transformación del siglo XXI.

En suma, la sociedad peruana no cambia. Hasta hoy, más bien se repite. Y nunca fue fraternamente igualitaria. Ni con Incas ni con Virreyes. Ni en los años republicanos. No somos tampoco una “sociedad caliente”, que es como llaman en antropología las que soportan cambios profundos, las sociedades de las rupturas, dice la antropología con Lévi-Strauss. ¿Somos eso? ¿Es eso nuestra historia? Hemos tenido quiebres, pero no vinieron de dentro. La Independencia vino con una flota y por el mar, como la Conquista. ¿Qué gran revolución social tuvimos? Todas fracasaron. Somos casi una de esas sociedades frías, de continuidades. Aunque tengamos la vanidad de creernos muy dados a lo revolucionario. Eso sería, por novedoso y doloroso, el imperio de la ley. A condición de que no fuese, como ahora, una fuente más del desorden. Y la última irrupción de lo extraño, que nos beneficia a la par que nos desconcierta, que nos pone en contacto con el mundo al tiempo que nos fragmenta, es la globalización. Nos une y nos rompe. Pero no solo a nosotros, al planeta entero.

Y cómo vamos a digerirla si no hemos terminado de comprender qué fue la Independencia ni la Conquista; y en este país que ya creía que no necesitaba de la historia, se le viene encima la historicidad de estos tiempos, y sin los Basadre o la Rostworowski capaces de entender la originalidad de cada encrucijada de la historia, las furias y las penas de cada tiempo (Macera). Cómo me divierten… Aquellos docentes constructivistas que eliminaron el mínimo trazo de aprendizaje humanista en colegios privados y públicos confiando que el mundo había enviado a la jubilación al padre Cronos (¡!). El más potente de los dioses. Pienso en los mayas. Un momento determinado se libraron de sus sacerdotes y rituales y pirámides, pueblo rural y laborioso; siguieron las rutinas estables que estaban descritas en los templos, pero un día cambió el clima. Y no hubo quién les interpretara los cambios. Y abandonaron sus ciudades. Y se volvieron un mundo de peregrinos empobrecidos. Hasta el día de hoy. Hoy nuestros jóvenes no saben de dónde vienen. Saben que son jóvenes. No es suficiente. Los han deshistorizado. El porvenir puede ser muy cruel y reenviarlos a formas del pasado que creen haber dejado atrás.                                                          

En busca de la anomia. De lo social a lo cultural

Todo peruano sabe que su sociedad está desordenada. Aquí no descubrimos la pólvora. Si vive en la capital, sabe que lo espera el caos del tránsito, los bocinazos, los autos que se pasan el semáforo rojo, los peatones que no toman los puentes que les han construido para salvar sus vidas sino que atraviesan la pista a toda carrera. Sabe que ningún trámite que intente será sencillo, que siempre faltará un documento que el negligente funcionario no le ha dicho que lo necesita, o muestra que lo hace de mala gana. Si va a comprar un terreno está enterado que el vendedor probablemente no es el verdadero titular y que ha fraguado una inscripción falsa en los registros civiles. O que alguien ya se ha hecho pasar por él mismo, con la ayuda de algún notario o un abogado. Si alguien de la familia ha ido a ver un médico, no ha dejado de recomendarle que verifique la identidad del galeno, no vaya a ser que no sea médico. Los medicamentos que va a comprar en una farmacia corren el riesgo de ser adulterados o productos “bamba”. Si necesita de una pieza de vestir, o le atrae una, la va a comprar en plena conciencia que puede ser de contrabando o que simula ser marca de lujo y extranjera cuando la han confeccionado en alguno de los talleres clandestinos. Irá a una cita, a un café, sabiendo que la persona a la que va a ver llegará tarde, infaltablemente.

Si es un mediano empresario o acaso un alto funcionario, y la cita es una entrevista para tomar alguna colaboradora, fingirá que no sabe nada de la entrevistada, pero la verdad es que el día anterior ya le ha pedido a su secretaria que la investigue. No vaya a ser que los títulos que dice tener la susodicha se hayan comprado en Azángaro, y sean falsificados los supuestos diplomas y títulos obtenidos en el extranjero. Entre tanto, pedirá algún diario para leer las noticias. Y cuando pague, la cajera mirará a contraluz su billete, no vaya a ser que sea uno de los tantos billetes de cincuenta nuevos soles falsificados que recorren cajas y bolsillos. Al fin llega la entrevistada y no se aprietan la mano, ella pone la cara para el besito de rigor, quebrando bien el cuello no sea que al maldito se le ocurra zamparle un beso en la boca. La confianza reina. Y no hay que molestarse mucho, el que se pica pierde. Y después de todo, qué importa. El cebiche está tan rico¡!

La anomia no es, pues, solo la delincuencia. Son costumbres. Algo que muestre en cualquier circunstancia y momento la omnipotencia del conflicto, encubriéndolo. Sin duda, el acto del crimen forma parte de los métodos ilícitos para llegar a un fin, por ejemplo, tener dinero, en consecuencia, el que te pone un revólver en la sien para obtener lo que llevas contigo —y de paso el reloj y el celular— quiere eso, tener dinero, y toma como camino la violencia, sacarle el dinero a otro. Los ejemplos de anomia del párrafo anterior son más sutiles que un asalto a mano armada. Son una pauta de conducta. Son actos sencillos y sin embargo extremadamente alambicados. Llegar a una cita tarde puede no ser tan grave si al menos hay una amable llamada de teléfono que previene el involuntario retardo. Por otra parte, algún tipo de estudio o formación profesional inacabada, no es un crimen, se puede confesar y salir ganando por el gesto de sinceridad. La franqueza no es un deporte que practiquemos a menudo. Ahora bien, toda sociedad se compone de individuos que tienen metas y a los que la sociedad exige unos pasos o acciones determinadas para llegar a esas metas. Una capacitación. Escribir una tesis y graduarse. La anomia social consiste en desviaciones de la norma. Si se valora enormemente la meta, por ejemplo un puesto de trabajo formal, entonces, se impone la oscura tentación de simular lo que no se es. ¿Un atajo, un cálculo de probabilidades de ir por la vía más fácil? Lo cierto es que lo ilícito pasa a ser lo lícito porque lo importante es la finalidad. Cuentan los resultados. Y si esto constituye la ideología pragmática de estos años, entonces la sociedad entera admite lo ilícito como una posibilidad razonable. El conjunto de nuestras relaciones sociales queda entonces implicada.

Mentir, por cierto, genera alguna tensión, pero el estrés es el precio para llegar a las finalidades. Y entonces ocurre algo mayor, se interioriza el acto ilícito como un mal menor. La anomia misma se constituye como condición de un sistema social que por ningún lado quiere aceptar reglas claras e impersonales para puestos de trabajo. Y establece las metas, pero no propicia los medios, por ejemplo mejores y gratuitas universidades. Las sociedades occidentales, como sabemos, para nuestro gusto poco creativas, se han impuesto los concursos públicos. Y en general reclutamientos estrictos. La sociedad peruana ha inventado el atajo. Hay que llegar a la meta, a como dé lugar.  Y el caso es que llegan.

Es el caso del plagio de tesis. ¿Por qué tendría uno que hacerla si puedo mandarla a hacer? La accesibilidad de un doctorado se logra con el dinero y el ritual de un jurado que hace como que no se da cuenta que el doctorante no sabe ni medio de lo que dice la supuesta tesis suya. No se ha entendido que la exigencia universal de hacer una tesis no consiste en conseguir un cartón fraguado sino en que el doctorante haya aprendido a razonar sobre un tema determinado, y por lo menos una vez en la vida haya hecho una investigación. Importa el fin pero sobre todo el camino. El sancionar una tesis que no pertenece a quien la presenta es tan evidente como sancionar a un tenista o a un atleta no por ingerir drogas y estimulantes sino por enviar en su lugar a otro a la competencia. Me parece escuchar la respuesta, ¡pero si todo el mundo deportivo hace eso!

La idea de Kant de la moral (qué barbaridad meter a Kant en este texto) consiste en preguntarnos si el acto que cometemos, podemos hacerlo universal. Digamos, quiero ver un espectáculo, una pieza de teatro o un partido de fútbol, e ingreso clandestinamente. He conseguido mi finalidad. La cuestión kantiana consiste en preguntarse si el medio cómo he conseguido entrar es confesable. ¿Puedo decir que es universable? Pero nos hemos vuelto muy pragmáticos para entrar en ese tipo de consideraciones. Tengo un trabajo que hacer para un pesado profesor que me lo impone, lo bajo de Internet, no entiendo ni palotes de qué se trata, pero se lo llevo el lunes y se lo entrego como mío. Miles de estudiantes lo hacen. Lo peor no es que el profesor sea engañado sino el estudiante mismo. El es víctima de sí mismo.

El caso Acuña es el punto más visible de una pirámide de cinismo nacional ante el tipo de medio que se utiliza para llegar a una meta. Juan de la Puente, en el diario La República, ha escrito, sobre este caso de máximo desacato a normas universales que a una buena parte de peruanos les llega altamente, las siguientes líneas: “Ese parece ser el punto que topa con el caso Acuña. Una tesis plagiada es una mentira ante una universidad, y quien cayó en ella regenta a su vez una universidad y pretende gobernar un país. Es una mentira más en un mar de zapatillas y prendas de vestir con marcas falsificadas, medicinas adulteradas, beneficiarios ‘bamba’ del Vaso de Leche y Pensión 65, certificados médicos comprados para lograr días de licencia, plagios en los exámenes para la carrera docente, sustitución de postulantes a las universidades, cobros disfrazados y adulteración de facturas. Nuestras mentiras privadas terminan siendo públicas. {…} Por otro lado, es falso que ese contexto sea clasista; estos engaños son propios de los de ‘arriba’ y en los de ‘abajo’. A riesgo de caer en un error grueso, no se puede sentenciar que el plagio no le importe al pueblo, incluso para los efectos de la elección de un jefe de Estado. El concepto pueblo es muy grande para generalizar en este caso porque tiene matices de tiempo y espacio. Así como se aprende a robar en los círculos más íntimos, se aprende a mentir, engañar, ocultar, y aprovecharse del otro en los espacios sociales inmediatos.” (Juan de la Puente, “Plagio, mentira pública e informalidad”, 29 de enero de 2016.)

Hoy, la anomia ordinaria como rutina

“Campesino muere electrocutado con cable tirado en el suelo” (Diario Correo, mayo 2010). “Esposos, sus dos hijas y una nieta mueren al caer auto al río Chillón” (La República (LR), abril, 2010). La hipótesis de la policía es que chofer se había quedado dormido. Entre tanto, en Puno, “tres mineros quedaron sepultados en un derrumbe”. Y en el departamento de La Libertad, cinco sujetos, entre ellos dos mujeres, de la Banda “Los Ocas”, caen capturados en Ascope. En la región central, en Jauja: “Choque frontal entre auto y camión deja 5 personas muertas”. Entre tanto, un excomando de la Marina de Guerra, “hirió de dos balazos a su exposa y a su hijo, Joseph, de 7 años, y luego intentó suicidarse”. Todo esto se lee en los diarios como sucesos diversos. Los actos de suicidio se exhiben con los de delincuencia común. “Pandilleros matan a humilde obrero”. “Proxeneta reclutaba a menores y las ofrecía a turistas” (22.01.2007, LR). Una sorda guerra entre policías y delincuentes se cuenta como si fuera episodios de un folletón sentimental. “Pareja de esposos traficaba droga en cementerios”. O: “Niña de 4 años muere en balacera”. Daría la impresión de que todo el mundo está como violento. Por lo general, los jockeys y los policías suelen ser retenidos, ecuánimes. Pero las cosas son bastante distintas en la anomia generalizada. “Jockey acuchilla a indefensa anciana” (05.01.07, LR). Luis Serna, presentado por los periodistas como “joven promesa en la hípica nacional”, agrede a una mujer de 65 años con 15 cuchilladas. Y luego se da a la fuga. A los 23 años, ganador de 28 carreras en el Hipódromo de Monterrico. Mientras por los mismos días, un oficial de la policía agrede a un periodista en el local del crimen.

Da que pensar la improvisación de los mismos hampones. Cuatro de ellos, simulando ser huéspedes de un hotel, intentan robar en un hospedaje en San Miguel y el serenazgo y policías logran capturarlos a tiro limpio. Los fallidos delincuentes tenían pistolas automáticas y un vehículo para la fuga, por cierto también robado. Las notas policiales no tiene color racial ni social, todo el mundo está servido. “Misteriosa mujer envenena a estudiante”. Se trata de una ‘pepera’. Al joven lo encontraron sin vida a unos 100 metros de un club nocturno de San Juan de Miraflores. “Desvalijan sala de grabación de folcloristas”. Al estudio donde se grababa a Dina Páucar, al Chato Grados, igual se llevaron, en Ate, los equipos para grabaciones en análogo y digital computarizado”. ¿Lo popular ataca a lo popular? En Trujillo matan de trece balazos a confeccionista de Gamarra que había ido a visitar a su señora madre. Parece que el distrito de Florencia —dice el diario— “es uno de los más neurálgicos de la norteña ciudad”. Estas cosas no pasan, pues, solo en Lima.

Algunos de los crímenes revelan patologías. Ya no se pueden explicar ni por la necesidad, la pobreza o lo que fuese. “Detienen a depravado padre que ultrajó a su bebe de siete meses”. Este caso levantó polvareda, con toda razón. La Ministra de la Mujer viajó hasta el lugar. El Presidente de la República dijo esperar la sentencia más grave “y que se muera en prisión”. El caso ocurre en Satipo, y para salvarla, transportan a la niña en avión de la policía. El padre tiene 22 años. La madre y la abuela de la pequeña son también embarcadas, al parecer necesitan apoyo psicológico. Son frecuentes los asesinos seriales. Los que matan por placer. “El mayor asesino en serie en la historia del Perú sumió a Huaral en el terror. Pedro Pablo Nakada ha confesado sin reparos sus actos criminales. Unos 25” (Claudio Chaparro y Melissa Merino, Suplemento Domingo, LR, 7 de enero del 2007).  Huaral, no llega a 100 mil habitantes, a 81 kilómetros de la capital, a hora y media por la Panamericana norte, y por muy provinciana que sea, tiene crímenes de los más espectaculares. De modo que ese tipo de crímenes —en serie— ya ha escapado de las pantallas de  televisión de los que tengan cable. Ronda la vida cotidiana.

Casi ya no es noticia. Como los crímenes por venganza y celos. A veces los varones. A Gissella, de 18 años, la matan “con una bala calibre 22 disparada a boca de jarro”. No pudo librarse de Moisés Gian Carlo Villafuerte de 20 años. La tenía a Gisella secuestrada en un cuarto arrendado. La muchacha estudiaba cosmetología. Todo este mundo ya no es un mundo tradicional y rural. Es como medio país, ciudad y campo. 

A veces las que matan son las mujeres. A Manuel Humberto Moreno Malqui, médico de profesión, se le ocurrió divorciarse de Gilda Liz Chávez, y dice el rumor y el chisme, “dedicarse al amor libre”. Vivía en Punta Negra, uno de los balnearios sureños, y su enrejada casa, al lado de la playa, era conocida por los vigilantes particulares. Lo mataron con una de sus amigas. La esposa, una empresaria con tres hijos, se hizo ayudar con su tramitador. La policía no demoró mucho en encontrar los culpables. Un hábil seguimiento de tarjetas de crédito.

Muchas de estas noticias tocan a los miembros del poder judicial.  En ese caso, a grandes titulares. “Tremendo juez al descubierto. Magistrado de Puente Piedra favoreció a tragamonedas y buses-camión”. Algunas noticias son extravagantes. A Fernando Zevallos, conocido delincuente, que cumple condena de 20 años por tráfico de drogas, le habían incautado un avión comercial. Un avion Boeing OB 1745-P, que estaba aparcado en el Grupo Aéreo número 8 de Lima. Pues bien, el avión ha desaparecido. Al parecer, ha sido desmontado y vendido por piezas en el exterior. El desorden es de rigor. El diario Gestión, diario muy serio, nada escandaloso y concebido para hombres de negocios, da esta noticia: “El 91% de ventas de hoteles y restaurantes evade el IGV” (2009). Nada menos que unos 20 mil establecimientos.

Los de arriba también tienen sus problemas. La Procuradoría anticorrupción declara tener “42 casos por lavado de activos”  (Gestión, marzo 2009). Según la unidad de Inteligencia Financiera del Perú, “el posible monto involucrado en lavado de activos, desde setiembre del 2003 hasta setiembre del 2008, asciende a 2,634 millones de dólares”. Divididos por categorías, la mayoría son por ilícitos en drogas, 2,035 millones. Por tráfico de armas, 206 millones. Y corrupción de funcionarios, 147 millones. Pero no hay que preocuparse en exceso. La entidad elabora unos 167 informes sobre información financiera. De ellos llega al poder judicial solo un 10%. Lo de la sanción espera el día que San Juan baje el dedo.

Se comprende la reacción popular. “Justicia popular en barrio de El Agustino”. El diario explica que “los pobladores casi matan a mototaxista que intentaba violar a escolar de 13 años”. A Santiago Calatayud de 36 años, residente en la vivienda 397 del jirón Aguadulce, lo sorprenden los vecinos, le dan una paliza, le botan los enseres y le prenden fuego a la casa entera. La policía llega a tiempo para impedir que la turba lo linchen. No muy lejos, en Chosica, “los pobladores intentan hacerse justicia con sus propias manos”. Esta vez el delito que castigan es a “una familia que vivía de vender droga al menudeo”. De nuevo, la sanción popular fue el incendio de los pocos enseres y electrodomésticos. Es cierto que el delito está muy activo. En el mismo diario, por la misma fecha, se hace saber que un “plagio”, mejor dicho un secuestro, de un comandante de fragata fue frustrado porque una brigada del serenazgo de San Borja, lo impide. Al dicho comandante lo habían estado siguiendo cuatro sujetos, y ya lo tenían en una agencia bancaria, cuando se frustra el secuestro. Capturaron a uno y los otros tres se dieron a la fuga.

Uno puede pensar que se trata de un microclima. De situaciones locales. En efecto, hay casos de muerte debido al descuido en los centros de trabajo y a la no aplicaciones de reglas para la protección de la vida ante oficios riesgosos, como ocurre cuando el obrero Efraín Rosales muere tras un deslizamiento de rocas en la vía San Marcos-Huari. Pero me temo que también sea una pauta cultural, una manera de comportarse. La desidia. El descuido.

Da que pensar otro tipo de noticias. “Peruano detenido en Japón como asaltante y traficante de armas”. Michael Marmillo, en banda yakusa, que llegó a robar “más de 100 casas de millonarios”. Quizá la cifra sea exagerada, pero la nota está hecha con un tufillo de orgullo nacional, Marmillo sería pieza clave de la banda de Matsuma Gumi, un capo japonés. Marmillo habría reclutado a delincuentes colombianos. Un nikkei de tercera generación. Como cualquier otra sociedad, la peruana también sucumbe a la tentación de la heroicidad del delito. Ya vendrá la literatura y el cine.

No es el único caso de carrera delincuencial exitosa en el exterior. “Peruanos integraban mafia de ilegales”. ‘Dragón’ al descubierto, dice el diario. Y nos narran esta historia. “Empresario Pablo Moreno y supuesto fiscal Aldo Cramer del Risco fueron detenidos en Costa Rica”. El periodista no puede ocultar su entusiasmo al recalcar la importancia de los citados. “Eran buscados por Interpol en 186 países. Llevaban inmigrantes peruanos y chinos a EEUU”. Cuando nuestros paisanos se pasan al lado oscuro, lo hacen en serio. Ambos, “Cramer del Risco y Moreno residían en Costa Rica desde el 2002” y estaban “casados con mujeres costarricences”.

Menos mal que nos queda de pie las buenas tradiciones. Como por ejemplo los lazos que se tejen entre patrones y sirvientas (se dice empleadas) en el seno de los hogares decentes. Estoy bromeando, la supuesta fidelidad que nos remonta a los egregios ejemplos de las matronas romanas, que hacían de sus fámulos prácticamente parte de la familia, no son hoy las de otrora. En nuestro tiempo, las cosas funcionan de otra manera. La delincuencia profesional corrompe y tienta a las empleadas del hogar. Es el caso de Lizeth C. C. (caritativamente la nota periodística oculta el nombre), adolescente, 16 años, empleada doméstica de Miss Perú y que participa de un “plagio” (un secuestro) y se lleva a Romina, la hija de su patrona, pero comete un error. Llama por teléfono a su hermano y le hace saber que tiene a la niña y pregunta adónde debe llevarle. Al darse cuenta que la han descubierto, devuelve a su casa a la niña, en la urbanización de El Golf. Esto ocurre en Trujillo. Los secuestradores, entre los cuales está el hermano de Lizeth, huyen sin un centavo. Los clivajes sociales han penetrado las antiguas fórmulas de convivencia de los de arriba y los de abajo. Los de arriba, hacen como los que no se dan cuenta.

Como si nada pasara, los clubes y condominios privados proliferan por la costa peruana cercana a la capital. Cada año aumenta la actividad de construcción en los distritos de Asia y Cerro Azul. Hasta el 2010 contábamos con 41 condominios. Puerto Viejo, San Antonio, Bujama, Asia, entre Lima y Cañete. “El balneario de Asia está en el kilómetro 97 y su bulevar parece un centro comercial de cualquier ciudad estadounidense”. Los lentes solares están a 350 dólares y 700. Un periodista recorre la playa de Asia. Cuando llega a Loma de Mar —hay diversas playas— hay portero. Le hace saber que es “solo para socios”. Como se ha dado una ley en la materia en la fiscalía de Cañete, la cual permite el acceso libre, entonces, cumpliendo con la secreta ley peruana que es sacarle la vuelta a la ley, se improvisa un truco. Hay que pasar por un camino peatonal. Por una trocha de tierra. La de los bañistas del distrito es para ir en carro. La trocha no, además es interminable, hay pendientes y está empedrada. El periodista que la atraviesa y describe esa odisea, lo hace en compañía de una familia de pescadores de Quilmaná, “los huachimanes no quieren que nos bañemos en la playa. Es injusto que caminemos cuando esta playa nos pertenece desde años atrás”, dice el pescador. “Sus pasos levantan el polvo. Su voz de protesta se pierde en los arenales del sur”. (Luis Arreola. Marginación. “Domingo”. Suplemento del diario La República. Enero del 2007).

¿Quiénes compran en los distinguidos condominios playeros? ¿Quiénes excluyen? El perfil del comprador, según el suplemento Domingo y la consultoría de Rolando Arellano, “son personas entre los 30 y los 49 años. Un terreno puede costar entre 25 y 30 mil dólares. Para los compradores el bulevar es una consecuencia de Asia y ahora se ha convertido en una causa para el aumento del movimiento inmobiliario. Los que adquieren estas casas son generalmente profesionales con ingresos por encima de los 12 mil soles mensuales. Hay empresarios exitosos. Muchos de origen provinciano. La investigación descubrió que el tema racista es más un tema económico que de color. “No es tanto si eres o no cholo, sino más bien si tienes o no tienes plata”. “En cuanto a la leyenda urbana, sobre que las empleadas no pueden bañarse en la playa, a mi no me consta”, dice Arellano.” (Luis Arreola, pp. 16-18). La discriminación ya es obra de los neoricos, que por lo visto son los excholos, y da mucho que pensar. ¿No es cierto amable lector? Esto ya no es un tema de racismo. Sino de reproducción de las pautas exclusivas de siempre, salvo que ahora el rango no vale por ser alto, blanco, o un personaje, sino por el billete. Y como sabemos, este puede llegar a adquirirse por medios lícitos. ¡Tanto mejor! Pero también por medios ilícitos. Por ejemplo, los lavados de activos. Lo dice el profesor Francisco Durand, El Perú fracturado. Formalidad, informalidad y economía delictiva. “Las tres economías”. Él vive fuera del país, en los Estados Unidos. No deja de visitarnos. Y analiza nuestras tragedias. Acaso una forma de la anomia sea describir académicamente esa vasta descomposición sin intervenir ciudadanamente. Acaso ese reparo alcance a estas mismas líneas. Sin embargo, tanto Durand y muchos investigadores, incluyendo al autor de este libro, tienen un argumento. Solo desde el exterior de una sociedad se percibe sus grandes calamidades. El medio contagia o al nihilismo, o hace de cada quien un acomodado parte de la prosperidad del vicio. Del papel del outsider he tratado en otros textos. No tengo mucho deseo de ir a buscar la referencia mientras escribo en esta madrugada en una ciudad sudamericana que no es Lima. ¿Qué hago yo diciendo estas cosas a los peruanos, bajo otros cielos, que ni caso hacen sino a su propio ego y que, desde siglos, toman la peruanidad como un fatalismo incorregible?                                      

Perplejidad. Una categoría insólita: la República anómica

Uno de los más antiguos y visitados lugares o topoi del pensamiento ha sido para los peruanos el de República. El último de nuestros clásicos, el más cercano acaso a nuestros dilemas, ha sido Jorge Basadre. En el siglo XIX, el gran problema era para las elites gobernantes (el pueblo de analfabetos y masas rurales no contaba) si la antigua metrópoli no fuera a que se decidiera a recuperar sus perdidas colonias. No fue un vano fantasma, el episodio del 2 de mayo de 1866 probó que esa era una posibilidad en la geopolítica de las potencias europeas, por entonces colonialistas a fondo. A México lo invaden las tropas francesas para instalarse como en Argelia y fueron rechazados. Luego, en este lado del mundo, el temor se desvanece. El auge económico del guano y el salitre hace soñar con un fácil progreso. Después, sucesivamente, la guerra del Pacífico, la resurrección económica y una economía de exportación del algodón y el azúcar que impulsa al país hacia una inesperada bonanza. Desde los años veinte, el tema dominante es la forma del gobierno. Desde la aparición del aprismo, la forma del Estado. Desde los años cincuenta, el tema del poder y del desarrollo. La gran interrogación fue cómo salir del subdesarrollo. Luego cambió el mundo. Pero algo había quedado zanjado. Éramos una república.

No lo creo así.  No somos, obviamente, una monarquía. Ni un Estado asociado como Puerto Rico. Ni se ha perdido la Soberanía, al menos no en términos legales. Somos un país independiente de la América del sur aunque el motor principal de nuestro modo de producción dependa actualmente de corporaciones internacionales que han echado raíces desde los años noventa, sin ningún contrapeso de un Estado cada vez más débil. No creo que el tema republicano esté cerrado. Nuestra república no es lo que deseaba Basadre. ¿Qué fue de “la promesa”? A despecho de lo mucho que se ha dicho sobre esa idea, me voy a detener en ella. La promesa era “la esperanza de vivir libres cumpliendo un destino colectivo”. Y desglosado en unos cuantos propósitos, tomados de Basadre, lo siguiente. Quitarle empirismo al Estado. Incrementar nuestra vitalidad como pueblo. Lograr que se eleve su nivel económico, intelectual, moral y social. Salir de las inmoralidades de nuestra vida criolla, de los grandes y pequeños peculados, evitar los desbordes primitivos, los gritos de los reaccionarios y la mentira de nuestros convencionalismos”. Esa promesa nos sobrepasa y nos abruma.

Perplejidad quiere decir duda, vacilación, irresolución, que es lo que nos acompaña desde hace dos siglos. El concepto de República no quiere decir ni progreso ni democracia ni quien manda, tampoco su contrario. Quiere decir ‘rex’, concepto romano, y los griegos no lo tenían. La dificultad con su concepto, nomos, era que podía decir la ley, con quien se compartía el derecho y la obligación. Las lenguas modernas no hacen entrar esa noción en su repertorio o léxico, y las costumbres que se van a adoptar provienen del mundo romano, traducido ‘rex’ por right, Recht, derecho, loi, règle, para producir la ‘civilitas’. De ahí sigue el ‘jus’, y el concepto y práctica de justicia. Y algo decisivo, son fórmulas profanas y no sagradas. Occidente se construye antes que el Concilio de Trento. A nosotros nos ha llegado la idea de lo justo por vía virreinal eclesiástica y moral y no como obra de una sociedad civil que se autorregule mediante la ‘lex’. No sorprende que dos siglos después de ostentar el nombre de República no sea una vivencia, fuera del uso esporádico del pasaporte. Lo era para Basadre, tacneño, patriota. Y a la vez historiador de la larga duración. Se dedicó a la vida republicana preguntándose si se prolongaría. Temía que en el siglo XXI nos rompiéramos. Las naciones son frágiles.

En esa preocupación por la cuenta larga del tiempo de las transformaciones de fondo, los ciclos seculares y las sorpresas del azar de la historia, es en donde  modestamente me sitúo. Es una inquietud metapolítica, desde mi juventud. Hace muchos años, en 1962, en un diario entre liberal y progresista, el Expreso de Manongo Mujica y José Antonio Encinas, siendo editorialista publiqué un artículo que era una interrogación. Traigo a colación algunos pasajes de ese texto, y en su totalidad en la viñeta. «A todos los problemas políticos actuales es posible resumirlos en una sola pregunta: ¿Ha sido útil la República? Subdesarrollo, analfabetismo, dependencia económica. Bajos niveles de vida y de consumo. Carencia de coherencia nacional. Fragmentarismo cultural y psíquico. Ausencia de un gran ideal nacionalista. Exilio o frustración de la elite intelectual refugiada en las utopías sociales. Preponderancia de lo regional sobre lo nacional. Crisis de la clase dirigente, crisis de la derecha peruana. Desarraigo espiritual colectivo evitando las tradiciones, en busca de un cosmopolitismo vacuo. Esto y más es el resumen del balance de más de siglo y medio de vida republicana». Y luego continuaba con un llamado al autoconocimiento, “claro, frío, sin mitos ni ideologías, sin los eufóricos o los adormecidos”.

Bien mirado, decenios después, al menos tres novedades. Dejamos de ser un país analfabeto; entramos, quiérase o no, al consumo de masas; y llevamos un poco más de veinte años con procesos electorales. También se puede decir, con algunos reparos, que le es difícil a la elite intelectual refugiarse en las utopías después de Sendero y el hundimiento del comunismo. Pero no tenemos una vida republicana. Todos los peruanos sabemos que ante un juez o el interior de una comisaría no somos iguales sino desiguales.

¿Qué es ‘la promesa’, en años que corren de otro siglo? Una República es una “comunidad política”. No es solo la suma de partidos que se disputan el poder, o incluso, gente que disputa el poder sin los partidos. A más política que tenemos menos consideración por los mismos políticos. Algo ha pasado. Hemos hecho una falsa ruta. Nos ha importado mucho, y con razón, los procedimientos jurídicos para tener una correcta democracia y en el campo de las necesidades, la adecuación del fisco a las demandas sociales. En la contraparte de esas preocupaciones, dejamos de lado otras. No se estableció ningún common sense entre nosotros, ningún “espíritu de las leyes”. Las políticas la hicieron los técnicos. Los políticos se olvidaron que, a veces, es preciso gobernar contra la opinión. Cuando alguien hace eso, es un estadista. Alguien que piense, como se dice, “en los altos intereses de la nación”. Parece una frase, lo es, pero eso separa presidentes y estadistas. La historia no juzgará, ya lo está haciendo. ¿Por qué todo mandatario en el Perú comienza con una alta aprobación —de lo contrario, no habría ocupado el sillón presidencial— y acaba desaprobado? Vox populi.

La república era el primer debate, “aquel que permite poner en claro el tipo de ciudadano que deben ser los que se aprestan a mandar y a obedecer (sí, a obedecer, la detestada palabra) y qué tipo de nación”. Teníamos que habernos puesto de acuerdo en para qué vivimos juntos. Eso es la nación. Un querer estar juntos para algo. La rex publica no es sino el marco político de todos —de gobernados y gobernantes— para un gran propósito. Es el medio. No es el fin.

Hemos tomado otro camino. No solo dejar de ser pobres sino hacernos cada vez más ricos y en el mayor desorden. Los efectos perversos están a la vista de todos, en la vida cotidiana, en la primera plana de los diarios, en las informaciones radiales y televisión. Crece la economía (cuando crece) y se deshace el tejido social. Cada vez más fragmentados y junto al crecimiento por estratos, el aumento de la desigualdad, la delincuencia, la legalidad de los ilegales, el recelo ciudadano ante quien gobierne, las leyes con excepciones, la anomia. Y querer tener un Estado que dé mucho y cueste poco. Tenemos, como dicen los mexicanos, una “sociedad peticionaria”. Con muy pocos contribuyentes. ¿Qué ha fallado? El desdén por la política. Una república, pobre o rica, es fundamentalmente un hecho político. El problema de los clásicos es que son persistentemente actuales. Y lo son porque su vigencia —el texto es de 1947— revela lo que no hemos hecho.

En ese marco de perplejidad sitúo la problemática de estas líneas. Que es la siguiente: ¿Qué le espera a una República como la nuestra, incompleta, y que ha dejado de ser la preocupación de sus ciudadanos —tendrían que modificar sus costumbres y la educación de sus hijos y nietos— si además de los problemas que ya tiene se le suma la anomia? ¿Como sustitución del orden legal? ¿Mediante la captura del Estado?

En suma, ¿puede haber una república anómica? ¿Y a qué tipo de categoría corresponde ese caso? ¿Ser democrática, a medias, incompleta, o tiránica disimulada, o una y otra, confusa e híbrida?

Buscando la República

Vinculando la anomia a carencias republicanas, por un cierto tiempo, mi reflexión se orientó a las formas de legalidad vigentes y forzosamente, al sistema democrático mismo. Una propuesta, a inicios del 2007, me llamó la atención. Realizada por la Intelligence Unit de la revista The Economist de Londres, dividía el índex planetario de democracias en estas cuatro categorías, las full democracies o democracias completas. Las flawed democracies o democracias incompletas. Los hybrid regimes, o regímenes híbridos, y authoritarian regimes, y regímenes autoritarios. No comentaré largamente esta clasificación, diré sencillamente que me llamó la atención que solo contaban 28 naciones como democracias completas y que una sola de la América Latina clasificaba, Costa Rica. En el grupo de los incompletos, andábamos. Y en el de los híbridos, Venezuela, lo que no sorprendía a nadie. Combinación de aprobación en las urnas y gobierno personalista y pretoriano. El índex no hablaba si había o no democracia sino de su “calidad”. Pero en sus índices no había a mi gusto una respuesta a los diversos rostros de la indiferencia, a la defección de buena parte de los ciudadanos, a la poca seducción del Estado mismo. Estas encuestas minimizan los antagonismos internos. Y francamente, son tan racionales, tan británicas que no pueden dar cuenta de los condicionamientos psicosociales que entran en juego en nuestros procesos electorales, y cómo la misma democracia es manejada en beneficio de narcisismos y propensiones al delirio, locales. Nos dicen que somos democráticamente incompletos, pero no por qué lo somos. En castellano tenemos ‘ser’ y ‘estar’. Y en inglés, solo ‘to be’. Ser y estar es un doble maravilloso,  dicen los filósofos, y también para las ciencias políticas.

¿Cuándo nos pusimos republicanamente anómicos? ¿En qué circunstancia? Decidí entonces averiguar por otras trayectorias históricas. Y no cercanas. Dejé de lado a la Argentina, sus populismos se parecen inquietantemente a los nuestros. A Chile y a Uruguay, que han tenido de todo, desde regímenes militares feroces a utopías, pero no una suerte de centralidad del desorden, como nos ocurre. Busqué más lejos. En situaciones que tuvieron un comienzo y un fin. He tenido dos hermanos médicos. Con ellos aprendí que la medicina progresa en las autopsias.

Repúblicas, líderes carismáticos y el sendero luminoso de la anomia

El primer caso es la Alemania de los años treinta en manos del mesianismo racial de los nazis. Sabemos todos que pasó, pero para la academia el tema no está del todo enterrado. El nazismo sigue siendo un fenómeno. Es decir algo único en su género. Para algunos es un “totalitarismo”. Para otros “un hitlerismo”. Es decir todavía sigue siendo incomprensible el sostén aportado por los alemanes en todo momento a Hitler. La sociedad civil y la mentalidad de todo un pueblo queda incluida en el nazismo, que no solo fue un movimiento, un partido y un Estado sino una forma de vida. Hace poco leía a Ian Kershaw, y los problemas y perspectivas de interpretación no han concluido. Por lo que pasó en la guerra y en los campos de concentración, lo sabemos. Pero surgen temas incómodos, el nazismo habría producido “una dinámica revolucionaria de masas”. No piense el lector que esto lo sostiene algún admirador del nazismo, sino severos profesores. El tema es de una inquietante complejidad. Pero a lo que vamos. Si dejamos de lado la fascinación del nazismo ligado al instinto de las masas, el tema de la guerra o Blitzkrieg o guerra relámpago, el acceso del partido al poder mediante las urnas, o el Mein Kampf, o la Noche de los cuchillos largos, si nos concentramos solo en el Estado o Reich de Hitler, de 1933 a 1939, su economía mixta, el rearme, su plan de cuatro años, podemos tener una sorpresa. Era una maquinaria de producción que creaba empleo y marchaba a la guerra, cierto. Y algo más.

La Alemania nazi era anómica. Nos referimos al manejo del Estado. No hablamos ni de la marcha hacia el poder y de los preparativos de guerra. Al nazismo lo componían fuerzas muy distintas. Y el aparato del poder expresaba esas tendencias. De un lado estaba el Estado, del otro el Partido. Y no pensaban ni actuaban de la misma manera Göring por el primero, y Hess, el partido, el que era un fanático (en plena guerra se tiró en paracaídas en Inglaterra e iba para matar a Churchill). No era lo mismo los SA, la Sturmabteilung o grupos de asalto, formados por proletarios y agricultores y clase media baja, que los distinguidos SS. Ni sus respectivos jefes, Rohm por un lado, Himmel por el otro. Cierto, la dirección de la economía estaba completamente en manos del Estado. Pero dentro del mismo, había corrientes distintas y los partidarios de los créditos a los productores de alimentos (siempre la idea de los prepativos de guerra) se enfrentaban a los industrialistas, acero, magnesio, textiles sintéticos, hidrocarburos. Las autopistas se construían (en cemento, para llegar con tanques a la frontera) y Goebbels, con la propaganda, estetizaba la política, con radio, prensa y los grandes actos multitudinarios. Las fiestas nazis. La gobernabilidad era un campo de tensiones constantes. Todavía es un regalo para los historiadores comprobar los conflictos entre Lander, ministerios y partido. ¿Cómo funcionaba el sistema? Hitler era el jefe indiscutido. Ahí acababan las disputas.

Anomia estatal y Führerprinzip. El Tercer Reich, dice un especialista, “era una policracia”. Es decir un régimen “dividido entre centros de dirección, oponiendo la administración del Estado, al partido, a la SS, y a la vez, acciones divergentes de Göring, Rosenberg, Goebbels, von Ribbentrop”. “Pero era el Führer quien tenía la última palabra”. François-Georges Dreyfus señala que en sus campañas Hitler no ocultaba ese destino a los alemanes, “el estado racista no tendría ningún cuerpo representativo, los cuerpos serían consultativos”. Está en Mein Kampf. Igual votaron por él en 1933. En cuanto a si la policracia alemana puede ser comparada con la Unión Soviética, le parece que sí: “El partido comunista de la URSS es la fuerza que dirige y orienta la sociedad soviética”. Art. 6 de la Constitución de 1977 (Dreyfus, Le III° Reich, 1988). La diferencia radica en las circunstancias. La guerra mundial no fue el fin de los soviéticos. El poder era algo impersonal, el partido. No el Jefe. Pero igual, la anomia soviética fue distinta mas llevó también a su sistema al fin que todos conocemos.

O que creemos conocer. Voy a explicar y situar la fuente que nos permitirá acercarnos a la Rusia soviética antes de que desapareciera. En los años setenta, solía volver a América Latina y comprobaba, con asombro, cómo se ignoraba los grandes problemas de los soviéticos; por mi parte había conocido la Rusia de esos años y su desastre. Este era conocido en Europa antes de 1989. Y como podremos apreciar, en textos de escuela. La URSS después de la segunda guerra mundial era una asignatura de historia. Se exponían los últimos años de Stalin, de 1945-1953. Las esperanzas surgidas en la era Kruschev, hasta 1964. El XX Congreso y la destalinización. El socialismo bajo Brejnev. El culto a la personalidad. La vida en la URSS. Se observa ya la caída demográfica. Ahora bien, se dice cómo eran las clases sociales. Las desigualdades, “el socialismo no se podía confundir con un igualitarismo prematuro” (Stalin). La distancia entre un general o un almirante y el ingreso de un obrero kolkosiano, 28 veces el salario mínimo. La existencia de dos bloques, “los privilegiados” y los demás. En cuanto a la economía, era frágil, malas cosechas, insuficiencia en el equipamiento informático, complejidad innecesaria producida por la planificación. Una gran capacidad de ahorro pero pocas ocasiones para adquirir bienes. Había en la URSS una patología social. El alcoholismo era una plaga. La ausencia del trabajo era frecuente, y era para ir a un segundo empleo. La delincuencia crecía con los hooligans, los jóvenes que no querían trabajar. La corrupción en la burocracia era frecuente. Todo esto, en el «ABC du Bac». (L’histoire au baccalauréat, col. ABC, ed. Nathan, París, 1977.) Todo eso lo sabía un escolar cualquiera en Francia. El Bac es el examen que dan al final de la secundaria. Así son las cosas de la educación por esos mundos. 

La anomia soviética no necesitó de un dictador que tomara decisiones, hasta cometer los grandes errores de Hitler. Fue un asunto de estratos sociales. Mientras la gerontocracia en el poder se batía entre ellos para obtener el poder, los apparátchiks, miembros del PC que a la vez lo eran de un partido o de un sindicato, establecían un sistema debajo del sistema. Una economía informal permitía que la economía cumpliese, bajo cuerda, las metas de los planificadores. Es así como un gerente ante otro gerente (todos del Estado) se acordaban mutuos intercambios. Podía ser un intercambio de servicios que no aparecían en los informes. Se cumplían las metas, las cifras pero no en la realidad. Una fábrica podía demostrar que había llegado a una x cantidad de toneladas de producción de muebles, pero lo que no se decía era que esos muebles eran enormes y pesados y no podían ser introducidos en los hogares de los beneficiados. La burocracia mentía en las estadísticas. La estructura industrial que tanto sacrificio había costado estaba entrando en decrepitud pero las cifras de producción decían otra cosa. Se llegó al caso extremo de expedir una carga de zapatos al extranjero compuesta de zapatos solo para el pie derecho… (E. Todd)

La economía subterránea devoró el mayor de los sistemas económicos creado por un Estado alguno, fundado en una correlación matemática entre necesidades y producción. La economía subterránea llegaba a resolver problemas individuales. Un obrero, con dolor de muelas, escapaba de la regla de ir a un hospital al llegar a un acuerdo con un dentista, cambiando unas cuatro tardes de trabajo suyo por una intervención o dos del dentista. Esos tratos eran moneda corriente. Y la economía negra o invisible, los trabajos que no dan dinero pero sí servicios, todo eso es anomia. El hundimiento de la URSS por la anomia (aunque no con ese nombre) fue previsto por lo menos por dos observadores que anticiparon el colapso. Dos franceses. La sovietóloga Hélène Carrère d’Encausse (L’Empire éclaté, 1978). El imperio reventado. Y Emmanuel Todd (La chute finale, 1976). La caída final. A unos doce años de los acontecimientos.

La primera, de origen ruso, familiarizada con la lengua y con la gente, deduce la imposibilidad de los herederos del zarismo de seguir controlando pueblos y naciones e intentar cumplir con metas sociales. Todd subtitula su libro “la descomposición de la esfera soviética”. La historia del par de zapatos con solo el pie derecho es suya. Y se comienza a dar cuenta que algo va mal en el “paraíso de los proletarios del mundo” cuando crecen los índices de suicidios, o el tiempo de las colas de las amas de casa para obtener alimentos básicos. Al comienzo eran colas de horas, luego de un día entero, por último, de varios días, y las familias se turnaban en la cola. ¿Cuál es el límite de la paciencia popular?

La idea de descomposición, salvando distancias y diferencias, es algo que va acompañando este trabajo. Una anomia descompone. Y en ese caso, no ocurren revoluciones, levantamientos sociales, barricadas. El sistema no explosiona sino implosiona. La anomia agota una sociedad. ¿Necesitamos extendernos sobre el caso actual de Venezuela? En los medios universitarios europeos se ha tratado con simpatía unos años a la ‘Revolución bolivariana’ de Hugo Chávez, pero hoy lo ven distinto al paradigma del populismo clásico, al estar fundado en dos elementos claves: las fuerzas armadas y el petróleo. Desapareció la república venezolana. Fue una anomia política marcada como en otras ocasiones por el poder personal.

Buscando la República. Breve viaje a Platón y Aristóteles

Democracia, ciudadanía, repúblicas, tienen diversos sentidos. Son polisemia. Ahora, debemos tener en cuenta la claridad de los conceptos a cuya disciplina nos sometemos. Y nada mejor que apelar a los inicios. El volver a los clásicos, cuando se trata de la descomposición de las repúblicas formales en anomia, abre puertas inimaginables. La Antigüedad, tan codiciada en sus virtudes por los pensadores de los tiempos modernos y contemporáneos, tuvo su fin, su descalabro. Y sugiero que por un instante, le prestemos atención.

Hay un fin de la democracia griega que significa el fin del mundo de ciudades-estado griegas (Dictionnaire de la Grèce antique, 2000). Se inicia el fin en el 338 a.C., con la victoria de Filipo II, rey macedonio, el padre de Alejandro Magno. Los helenistas, en los cuales forzosamente nos apoyamos, no prefieren ese periodo sordo, oscuro. Atenas es interesante a partir del 462. Con las reformas democráticas de Clístenes, de donde se origina, mal que bien, nos guste o no nos guste, eso que llamamos democracia. La elección de gobernantes por los gobernados, y en el caso de los griegos, en particular por los atenienses, por tiempo breve. En el 431 son las guerras del Peloponeso. En el 430 el apogeo de Pericles. Aristóteles es del 384 al 322. Cuando los macedonios los dominan, la cultura griega es un cuerpo sin cabeza, y es el tiempo en que se levanta el Coloso de Rodas, o la biblioteca de Alejandría. Entonces, la autarquía de Atenas había desaparecido. Las civilizaciones no se mueren por infarto. Declinan.

El sistema de elegir en ágoras o plazas públicas a las autoridades anuales no desapareció del todo, no de inmediato. Hubo restauraciones democráticas, no entraremos en el detalle. Pero bajo los macedonios que impusieron reyes, Grecia se empobrece. Más tarde, para acabar de dominar llaman a los romanos. Quedan entonces varias ciudades semiautónomas, debilitadas. Otras con reyes. Todas sometidas a Roma. Es interesante para nosotros ver cómo surge una dominación. Los romanos no imponen mucho al comienzo, solo un principio, el orden. Los dominadores romanos tienen como rival el helenismo, esto es, reyes griegos que sienten que algo tienen en común, pero es tarde. El mundo griego se divide entre su apoyo o su resistencia a una helenidad bajo protección de Roma. La conquista es lenta. Primero es militar, luego fiscal y administrativa. No contaban con el Fondo Monetario pero casi. Atenas y el puerto de Rodas guardarán su autonomía más tiempo que las otras ciudades-estado.

Ahora bien, algo que alegrará a nuestros hombres de negocios y liberales. Nunca la economía del mundo griego y del Mediterráneo hasta el siglo II a.C. fue más próspera. O sea, las anomias políticas ocurren también cuando todo marcha bien en la economía¡! En fin, al mundo de la Grecia dominada llegaron los negotiatores, los representantes de Roma que intervenían directamente en los contratos. Hubo, sin embargo, una respuesta de la helenidad a la superioridad militar romana. Sus filósofos. Los romanos los importaron y tomaron el griego como lengua culta y de pensamiento. Los maestros de las elites romanas eran griegos. Nosotros no vamos a enviar a Washington y a Nueva York a los nuestros. No los tenemos ni para el mercado local, menos para exportarlos.

Los filósofos griegos del pensar político. El arte de las clasificaciones

A los filósofos griegos del siglo III a.C. debemos la primera tipología de regímenes políticos. La cual permanece, aunque con cambios introducidos en nuestro tiempo por Raymond Aron y luego por el profesor Linz. La cuestión de clasificar las formas del poder establecidas por Platón y luego por Aristóteles permanecen debido a su extraordinaria sencillez. Preguntándose cuál era el grado de poder que cada régimen constitucional se atribuía, ambos filósofos (Platón, el maestro de Aristóteles que luego le contradice) llegaron a la siguiente conclusión. O bien el poder lo ejerce una sola persona, o bien varios, o bien muchos. A lo primero llamaron Monarquía, de nomos, uno solo. A lo segundo Aristocracia, de aristoi, las mejores familias, los más conocidos por su coraje y sapiencia. Y cuando era el pueblo o demos, la multitud, Democracia. Ahora bien, como los amigos de la verdad o filósofos no eran unos soñadores sino activos ciudadanos de Atenas, sabían que esos tres regímenes elementales se podían deformar, tenían la posibilidad de echarse a perder, entonces, cada uno de ellos derivaba o bien hacia una tiranía, hacia una oligarquía, o hacia un tipo de democracia que Platón llamó oclocracia. Vale decir, manejado por los demagogos que agitaban al pueblo contra las elites. 

En Platón eso da el siguiente cuadro:

……………………… Uno solo ………… Una minoría …………  La multitud

Respeto a la

Constitución:………… Monarquía ………… Aristocracia …………  Democracia

               ……… (régimen + deseable)…… ___ ………..(régimen – deseable)

No respeto

a la Constitución: ……… Tiranía …………… Oligarquía …………… Democracia

                     (régimen – deseable)   ……… _____ ……… (régimen + deseable)

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Fuente: Nay, Olivier. (2004). Histoire des idées politiques. París: Armand Colin (p. 43).

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Platón concibe este cuadro a partir de la idea de que los dirigentes deberían tomar las decisiones gracias a la ciencia que poseían. Su preocupación era como sabemos la ciudad ideal, a la que llama ‘la República’, en donde moraban los reyes-filósofos y una casta de guardianes. El mundo platónico estaba pensado jerárquicamente, luego venían los sacerdotes, los guerreros comunes y el resto, ricos y pobres. Platón toma en cuenta las variables posibles entre  la ciudad ideal, oligarquía, la democracia y la tiranía, e introduce un cuarto tipo de régimen, la timocracia. Este régimen se funda en el honor. A Platón le preocupa la corrupción, en su tiempo, la posibilidad de que los poderosos Medo-Persas, el gran rival de las ciudades-estado de Grecia, corrompieran con su oro y su lujo asiático a la clase gobernante. La timocracia sería un tipo de gobierno de ricos patrióticos, incapaces de ceder al imperio persa.

Debemos detenernos. Platón es tan importante que no puede haber un solo tratado de filosofía y ciencia política en nuestro tiempo que no lo incorpore y se origine una lectura de La República y de Las Leyes. Un filósofo inglés de nuestro tiempo, Alfred North Whitehead, sostuvo que toda la filosofía occidental de estos dos mil años no es sino las notas a pie de página de las obras de Platón. Sin embargo, no hay que olvidar algo, La República de Platón no es un texto. Nunca existió, aunque ha alimentado casi todos los proyectos políticos y filosóficos, sobre todo por atribuir el poder a “los guardianes”. Y esa idea, a la vez atractiva e inconveniente, el rey-filósofo. Una contradicción en la raíz misma. Si el Rey es Rey, no necesita ser filósofo. Y si es filósofo no es hombre de acción sino de contemplación. Tuvo seguidores como detractores, Popper lo hace el padre de los totalitarismos. El debate sobre Platón es gigantesco. En mis clases prefiero explicar a Aristóteles. 

Con Aristóteles nace una ciencia política que estudia lo real desde lo racional. Es quien acude a la observación de los sistemas realmente existentes, y se sabe que pide a sus discípulos un estudio de terreno, en el cual recogieron 183 constituciones de las diversas ciudades-estado del mundo griego. Al acto empírico agrega Aristóteles la necesidad de separar y distinguir los diversos regímenes según “el género próximo y la diferencia específica”. Por lógica, tres categorías. Aristóteles parte como Platón del tipo de dirigente pero su criterio es distinguirlos en “nombre del bien común”. Criterio que no es platónico sino realista. El cuadro de Aristóteles es el siguiente:

                           Gobierno de un hombre            de una minoría       del pueblo

Por el interés           

común:  ………… Monarquía              ……        Aristocracia       ……       Politeia

Propósito

beneficiar

a los dirigentes: …… Tiranía  …………………        Oligarquía   …… Democracia

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Fuente:    Nay, Olivier, Op. Cit. (p. 47).

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Ni Platón ni Aristóteles consideran que existe un régimen bueno o malo. Ambos presentan diversos regímenes mixtos. En Aristóteles el tema es claro, el hombre es un animal político, un zoon politikon, es decir, la actividad política es natural, ocurre en la polis, “una comunidad autorganizada”, sin Basileus o reyes, pero cada régimen legal puede degradarse, y el monarca puede ser un mal monarca o un usurpador, un tirano. Lo que había inventado Aristóteles —dice Olivier Nay— era “el método comparativo”. Y además, el elogio a la prudencia (Histoire des idées politiques). La lectura de Aristóteles, además de su libro fundamental, Ta Politica, literalmente “escritos políticos”, se completaría con Ética a Nicómaco, donde identifica diversos roles en la ciudad y el primero de ellos, el del político. “Para dirigir la ciudad precisa en saber adaptarse a las contigencias. Debe interpretar la ley en nombre del bien común” (Nay). Aristóteles no cree en la fusión en la misma persona, como Platón, del saber y del poder. En cambio los divide en tres. Vale decir, la Antigüedad filosófica de los griegos prepara las Luces del XVIII. Poder ejecutivo, legislativo, judicial. Con él nace lo que en el fondo es el tema de este libro, y de muchos otros, hasta el fin de los tiempos. Qué es política. Qué es ser político. Qué es lo que se puede hacer. Los radicales siempre amarán a Platón, quiere otra sociedad. Todo está en su famosa carta VII.

Los otros, los prudentes, preferirán a Aristóteles, “el mejor régimen es aquel que cuenta con el mayor número de ciudadanos que lo aprueba. Esa sería la mejor de las politeias”. Es decir, sugiere diversas formas. La traducción aproximada de politeia es régimen, constitución, modalidad de gobierno. No dice que sea forzosamente un sistema abierto de gobierno. La open society de Popper. Hay dudas en ambos filósofos. Para Aristóteles, la democracia que deja solo al pueblo, al demos, sin elites, deriva inevitablemente a manos de los demagogos. Aristóteles vive el esplendor de la Atenas del siglo III y de sus instituciones, y a la vez, el comienzo de la deriva. Lo expulsan y ve los inicios de “la edad helénica”. Luego vendrá un tiempo de retorno de los reyes, los lujos excesivos de los muy ricos y la dominación de los griegos bajo los macedonios, los espartanos y finalmente los romanos. A Atenas le sigue su propia anomia. Aunque en griego no tengan como nominarla. Salvo el concepto de ilegalidad.

Ahora bien, si se comprende ambas clasificaciones de regímenes, está claro que lo que tienen en común es el peso de las constituciones. Es decir, la legalidad. La deriva comienza cuando uno o varios o una multitud fanática toma el poder y lo vuelve ilegal. Nosotros llamamos a eso anomia. Y en este texto, anomia al nivel más alto, en el Estado y el poder. La pregunta que le he hecho a la sociología política es si anomia y legalidad  coinciden. Y fatigando bibliografías encuentro un trabajo de un sociólogo, uno solo: Dominique Colas (“Anomie et légalité”. Revue européenne des sciences sociales). Profesor en Sciences Politiques de París, autor de diversas obras, entre ellas la más frecuentada, Sociologie politique (1994). Partiendo de Durkheim, y admitiendo que el concepto de anomia, en efecto, no existe en el pensar griego, la politeia o constitución y forma de vivir la vida política más próxima al fenómeno contemporáneo de la anomia, bien puede ser lo que Platón llama “una democracia desarreglada”. Y en Aristóteles, entre sus regímenes que no se interesan por el bien común, a los que llama “democracia”.

La lectura de Aristóteles por el profesor Colas (que conoce diversas derivas políticas de nuestro tiempo, comenzando por las del mundo ruso en el comunismo y después de este) resulta extremadamente importante para nuestros casos latinoamericanos. Para Colas, hay varias aplicaciones del concepto ‘orden’ en Aristóteles, o taxis en griego. En primer lugar, un tipo de democracia entendida como “igualdad” es valorizada al sumo grado, “según la ley”, tanto para ricos y pobres. Una segunda especie sería aquella donde las magistraturas dependen de un concurso. La tercera es donde todos los ciudadanos participan en la gobernabilidad, “según la ley”. La cuarta forma es que todos los ciudadanos y las magistraturas están sometidos a la ley. Un quinto tipo de poder es aquel en que pertenece “a la masa popular”, y son “los decretos” y no la ley, los soberanos. En el libro de Colas, yo he marcado en el margen, “los populismos”. El tema merece debate.

Hoy, Perú, la República anómica o la República legal. Siglo XXI

Una república no es el resultado ni de una geografía ni de una economía sino de una colectividad lúcida, donde a pesar de las separaciones —y eso es la democracia— hay algo en común. Y en donde no se desprecie la vida pública. Ni se la posponga en nombre de la felicidad del hogar como refugio. Si se pierde el todo, el país, nos perdemos con él. No nacieron fácilmente las grandes naciones. 1835: “La política es el conjunto de normas abstractas que los ciudadanos practican en la vida diaria” (Tocqueville). Lo que quería decir Tocqueville no era solo las instituciones de Norteamérica sino un estado de ánimo entre la gente, una forma de vivir. “O bien una forma de integración basada en compartir los mismos derechos aunque no se pertenezca a determinados grupos vinculados por lazos de sangre, religión, lengua, mitos, o costumbres secularmente compartidas” (Savater). O lo que el gran pensador que fue Rogelius Castoriadis apuntaba: “A una suerte de autorganización de la sociedad” (…) “Es crear las instituciones que, interiorizadas por los individuos, faciliten lo más posible el acceso a su autonomía individual y su posibilidad de participación efectiva en todo poder explícito existente en la sociedad”. La cura a la anomia es la República. Que está por hacerse.

Surco, noviembre de 2018

Bibliografía:

Aubenque, Pierre, Cassin, Barbara, Detienne, Marcel & Festugière, André-Jean. (2000). Dictionnaire de la Grèce antique. París: Ed. Albin Michel.

Boudon, Raymond & Bourricaud, François. (1982).  Dictionnaire Critique de la Sociologie. París:  PUF.

Carrère d’Encausse, Hélène. (1978).  L’Empire éclaté. París: Flammarion.

Colas, Dominique. (XLII-129/2004). Anomie et légalité. Revue européenne des sciences sociales. (87-94) – (1994). Sociologie politique. París: PUF.

Dreyfus, F.-G. (1988). Le III° Reich. París: Le livre de poche.

Durand, Francisco. (2007). El Perú fracturado. Formalidad, informalidad y economía delictiva. Lima: Fondo Editorial del Congreso del Perú.

Mariátegui, José Carlos. (1928). 7 ensayos de interpretación de  la realidad peruana. Lima: Biblioteca Amauta.

Nay, Olivier. (2004). Histoire des idées politiques.  París: Armand Colin.

Neira, Hugo. (2001). El mal peruano 1990-2001. Lima: SIDEA.

Todd, Emmanuel. (1976). La chute finale.  París: Ed. Laffont.

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Resumen:

La anomia es un término muy conocido en el mundo de los estudios sociales. En lo que me concierne, fui el primero en aplicarlo a la sociedad peruana, en 1987. De retorno de Europa, encontré una sociedad cuya base de trabajo lo ocupaba la informalidad. Me sorprendió cómo un fenómeno que resolvía el problema del empleo —con puestos precarios y de poco ingreso— y a la vez, constituía un estrato social sin legalidad. Pues bien, de los años ochenta del siglo XX a las dos primeras décadas del siglo XXI, el Perú vive una dinámica de orden y desorden. Hablamos, pues, de un modus vivendi que es a la vez una economía y una sociedad de capas ascendentes (pero sin profesionalizarse), que alcanzan los niveles más altos de la sociedad, y el poder político. El gran mal del Perú se llama anomia. Y ella ha crecido.

Palabras claves: Orden y desorden, pasaje a la modernidad, sociedad dinámica sin elites

Abstract:

Anomie is a most usual term among social scientists. For my part, I was the first to apply it to the peruvian society in 1987. Back from a long-term stay in Europe, the society I found was basically occupied in informal employments. The phenomenon surprised me: meanwhile unemployment was resolved with low-paid and precarious jobs, a new and lawfulness social layer was born. Thus, from the 80’s of the XXth century until the first two decades of the XXIth century, Peru has been facing an order/disorder dynamics. That is to say a modus vivendi which represents an economy and emerging non-professional layers that reach the highest levels in the society and political power as well. Peru’s greatest evil is anomie and it has expanded.

Key words: order and disorder, transition from tradition to modernity, dinamic societies without ruling elites

Publicado el 24 de octubre 2019 en el blog del IGGP de la USMP

https://gobiernoygestionpublica.edu.pe/iggp/2019/10/24/la-anomia-1980-2018-de-unos-cuantos-a-plaga-social-arriba-y-abajo/

Conversando con Juan Domingo Perón (2/4)

Written By: Hugo Neira - Nov• 18•19

En algún momento de mi vida que comienza a ser longeva, conocí a Juan Domingo Perón. No fue un acto voluntario, sino la casualidad. En los años últimos de Francisco Franco, residía en España para concluir una tesis francesa, y como investigador en Sciences Politiques de París, me facilitaron ser residente de la Casa Velázquez, amplia casona en el campus de la universidad de Madrid, dedicada a dar alojamiento a personal académico, y a artistas y pintores venidos de Beaux Arts (Bellas Artes). Era sabido que Perón vivía en España, pero me parecía un personaje inalcanzable para mi modesta persona. Sin embargo, el azar hace bien las cosas.

Ocurría que los jóvenes estudiantes en Madrid se habían declarado en huelga. El poder franquista los intimidaba con una amenazante ley. Si suspendían clases, el ejército iba a ingresar en el campus. Ahora bien, entre ellos había juristas y decidieron llenar las aulas de otra manera. Al no contar con figuras españolas, dado el temor a las represalias del gobierno de Franco, se les ocurre buscar entre los residentes extranjeros, gente que se atreviese a dar lecciones, conferencias, etc. Fue así como me encontraron en la Casa Velázquez y me rogaron que diera unas cuantas clases. Y como yo era formalmente un «americanista», se nos ocurrió un tema, explicar qué era la Argentina de Perón a esa España franquista y no franquista. Y así fue.

Al terminar la última lección, se acercaron unos muchachos que resultaron ser montoneros argentinos en el exilio. Y me dijeron: «Escucha Neira, ¿cómo vos comprendes lo que es el peronismo y no sos argentino?» Y luego: «Se lo vamos a contar a Juan. ¿Querés conocer a Perón?» Francisco Franco había acogido al exilado Perón, y vivía en Madrid, no muy lejos, en Puerta de Hierro, zona residencial con palacetes, y en una de ellas, Perón, con todos los cuidados y privilegios de un gran político y estadista, en mansión gigantesca.

Perón me recibió. Conversamos. Era un hombre cordial, sereno, sapiente de su propio carácter, absolutamente simpático y sonriente. Se tomó un buen rato pasearme por salas y jardines. Y llegamos a un lugar espacioso en que tenía su despacho y escritorio, y paredes enteras con anaqueles que guardaban los documentos oficiales de su último gobierno. En otras palabras, la historia viva del Estado argentino con Perón. Y vista su cordialidad, me atreví a pedirle su autorización para poder volver alguna vez y leer esos documentos. Me dio el visto bueno y regresé varias veces, sin necesidad de verlo para no incomodarlo, pero igual me dejaba trabajar y luego me invitaba a tomar un té o un café. Había un mayordomo, que no lo era del todo. Un gordito, servicial y discreto, y Perón le decía «Lopecito». Años después supe que José López Rega —llamado también «el brujo»— era el expolicía que cuando vuelve con Perón a la Argentina será el creador de la «Triple A», destinada a limpiar de «guerrilleros marxistas» las filas de la juventud peronista. Un asesino. En esos días, el amable López Rega, nos servía el café.

Cuento aquí la casualidad de ese encuentro para explicar lo que sigue. El director de la Casa Velázquez se asombró de esa relación con Perón, y lo hizo saber a profesores de París. Y así, dos académicos deciden viajar a Madrid para conocer personalmente a Perón. Uno de ellos, el mayor de edad —en ese momento gran profesor en la Sorbona que se ocupaba de la América Latina—, François Chevalier, historiador, que había vivido muchos años en México. En ese 1969, era lo que llaman los franceses, un mandarín. O sea, una autoridad en un campo del conocimiento. Su libro, América Latina: de la Independencia a nuestros días, está traducido y publicado por el Fondo de Cultura Económica de México. El otro viajero era Alain Rouquié, joven chercheur (investigador) que comenzaba una brillante carrera. Los libros que luego escribe han girado sobre el tema de Los Estados militares en la América Latina, 1982. Y A la sombra de las dictaduras (2010), y El siglo de Perón, (2016, para su versión en francés), libro que comentaré, de extrema actualidad vista la crisis en Chile y en Bolivia.

Llegaron a Madrid y los llevo en mi coche a la casona de Puerta de Hierro. En el camino les escuchaba decir del peronismo, que si el justicialismo, que si los descamisados,… y así por el estilo. Llegamos y nos esperaba Perón. El ritual de siempre, el paseo por oficinas y espacios dedicados a documentos, pero esta vez el paseo incluía una vasta sala donde se había colocado una maqueta de la geografía de Vietnam, por entonces en guerra con los Estados Unidos. Perón usaba, como en las casas de juego, una larga pala con la que removía no bolas sino soldados de plomo y tanques. Uno de nosotros —creo recordar que fue Rouquié— le preguntó por qué le interesaba tanto cómo les iba a los norteamericanos en Vietnam. Y Perón nos respondió: «a mí me bajaron del caballo».

Y luego nos explica cómo los «consejeros militares», al inicio unos 15 mil, habían pasado a 500’000 hombres, pero los comandos de Ho Chi Minh les estaban dando una paliza. Y en efecto, meses después, en junio de 1969, comenzaron las tropas americanas a replegarse. Continuaron los ataques aéreos pero no se gana una guerra solamente desde el aire. Esa conversación no la olvidé, los hechos que siguieron fue el total abandono de la presencia americana. Por una vez en su historia, los americanos perdían una guerra.

En el momento de despedirnos, Perón hizo una de esas cosas propias al genio y humor argentino. Hacía frío, nuestro maestro Chevalier había dejado colgado su abrigo. Y para salir, intentaba ponérselo. Y entonces Perón se precipita a ayudarlo, como si fuese un mayordomo. Chevalier se confundió todavía más, y entonces, Perón le dice: «-No se preocupe, profesor. En la larga guerra entre el abrigo y el hombre, yo estoy por el hombre». Años después, en novela de Cortázar, encuentro una descripción de qué es la ironía porteña, eso que llaman los argentinos, la «joda». Y recordé a Perón, lo argentino que era. Cuando te hacen la «joda», es que te quieren y juegan, pero también que te están jodiendo.

Al regreso, mis colegas franceses volvían fascinados. Me asombraron, regresaban si no peronistas, un tanto «peronarizados». Fue entonces cuando comencé a tomar en serio el poder carismático, idea de Weber, en los grandes políticos. Y en cuanto a Alain Rouquié, años después, lanza en las arenas del saber académico una obra bastante heterodoxa, El siglo de Perón. En estos días, he recibido un mail de Rouquié. Está encantado por los resultados de las elecciones argentinas. «Vuelven los peronistas». Siempre sostuvo la tesis de que eso ocurriría.

O sea, ¿somos naciones de «hegemonías democráticas»? Es un oxímoron, es decir, tendencias contrarias que se juntan. No sé si eso será bueno o malo, solo sé que se repite. Entonces, ¿somos regidos por «autocracias electorales»? Quien nos puede explicar ese concepto es Rouquié. Ha entendido, pese a ser europeo, la casuística de este lado del mundo.

Publicado en El Montonero., 18 de noviembre de 2019

https://elmontonero.pe/columnas/conversando-con-juan-domingo-peron

Brasil no es solo Odebrecht. Es Lula

Written By: Hugo Neira - Nov• 12•19

Introducción necesaria                                               

Me alegro por Lula. Pero no lo mezclo ni con Evo ni menos con Maduro.

El caso del Brasil se diferencia de otros del continente. La creación de otra clase media fue el efecto directo de políticas públicas, bastante complejo, y que Nora Lustig y López-Calva, del Banco Mundial, han llamado una «política del no pobre». En este mismo ensayo nos detendremos a analizar. El caso arranca desde un hecho político, el fenómeno Lula. Obrero metalúrgico, elegido al tercer intento presidente, bajo su gobierno y en muy poco tiempo, 9.7 millones de brasileños salen de la pobreza. Entre 2003 y 2006. ¿Qué pasó en Brasil? Celebro su libertad. Por eso publico este texto que es parte de un ensayo que todavía no va a las tintas. No sin dejar en claro que no creo que tenga que ver con una suerte de «izquierda del socialismo del siglo XXI» que no existe sino en la cabeza confusa de algunos pocos. Es un acto de cinismo que Maduro que ha empobrecido a Venezuela se atreva a sentirse contento tras la libertad de Lula como si fuese parte de esa manera de combinar la economía y la justicia social. Nada que ver. Maduro no tiene, para decirlo de alguna manera en términos de Marx, un modo de producción. No es sino un aprovechado de un solo ingreso, el petróleo. Ni siquiera se le puede comparar a un Emirato oriental. Los árabes invierten en ciencia y nuevos modos de producción, lo cual ni se le puede ocurrir a esa ridícula y caprichosa dictadura venezolana, con militares cubanos post Fidel que se hacen pasar como izquierda. Nada que ver. Brasil de Lula es una cosa. Otra la Argentina peronista. Otra la aventura del antiguo líder de cocaleros que es Evo. Hay que verlos por separado. Quizá lo que los une es algo que Basadre, vaticinó. Los llamó «sultanismo», «sistema estatal que carece de contenido racional y desarrolla en extremo la esfera de lo arbitrario y de la gracia del Jefe». Lo pongo aquí porque los peruanos que leen son pocos, y acaso toman a Basadre solo como un historiador. Basadre pensaba. Qué lástima que los peruanos no conozcan a sus «profetas».

                                                          ***

Los parecidos entre la situacion brasileña y la peruana se reducen a dos hechos: en ambos casos, la extendida informalidad y la aparición de una nueva capa de estrato medio, un «sector C», como lo llaman los brasileños, realmente emergente, vale decir distinto a la clase media ya existente. En el caso del Brasil, bajo Lula da Silva, sorprende la cortedad del efecto. Fue casi de inmediato. En Perú, la reducción de la pobreza extrema no la hubo entre 1997 y 2002, al contrario aumentó del 18,2% al 24,4% (C. Parodi). Comenzó a bajar en el 2005, y solo en el 2010, se reduce a 7,6%. Hablamos de la «extrema». La pobreza peruana es heterogénea. Y las situaciones oscilan entre departamentos muy pobres, como Huancavelica y Apurímac, con Madre de Dios o Moquegua. La otra diferencia Perú/Brasil es el modelo económico. En Perú, como en Colombia o Chile, la lucha contra la pobreza se hace en un marco de economía liberal. La del Brasil es una combinación de políticas. Algunas de las cuales no habría aprobado el Fondo Monetario Internacional. Las perspectivas se redujeron para Brasil en cuanto la coyuntura exterior le fue desfavorable.

Brasil es algo muy serio. Como población, 203 millones. Y como PBI, US$ 2,245 mil millones. Cómodamente, tres veces la Argentina, cinco veces Venezuela, en cambio dos veces México, que es el único que se le aproxima. Entre los BRICS, el Brasil es el más moderno, con una población seis veces menor que China produce casi un tercio de la totalidad de la economía china, que se halla en los US$ 9,240 billones, bastante lejos por el momento de los Estados Unidos (US$ 16,800 billones en el 2015). Más moderno, la mayoría de su producción está en el sector de industrias y terciario. Aunque su sector primario le permite exportar alimentos. No nos debe sorprender, pues, que se crearan puestos de trabajo con empleos estables, unos 9.4 millones. ¿Cómo hizo para conjugar los empleos en el sector privado con un elevado gasto público que, sin embargo, no produjo una inflación y el aumento del costo de vida? El caso es que cuando le aplican el índice Gini —aquel que mide la desigualdad—, Brasil se coloca entre las naciones con elevado Desarrollo Humano.

La política voluntarista de Inácio Lula da Silva ha hecho correr ríos de tinta. Lula fue elegido dos veces presidente. Cuando fue elegido por primera vez en enero del 2003, lo fue con una alta votación, el 63%. En su segundo periodo le fue más difícil, pero se impuso con un 48,61% contra un candidato socialdemócrata, Geraldo Alckmin. Grosso modo, su política económica era un éxito. La presencia de Lula en la escena mundial era enorme, Brasil se sitúa como la sétima economía del mundo. Era, a esas alturas, confiesa un observador europeo, «negarse a reconocer los logros de su Presidencia». Por una razón que se añade a la consistencia de las medidas sociales que se introducen durante su gobierno. La luna de miel del Brasil con la economía mundial llega a su fin desde el segundo semestre del 2009. Llega la crisis, se desacelera la economía brasileña. Pero el equipo de Lula, el mismo que había acompañado políticas internas asistencialistas, se manejó adecuadamente. «Bastante mejor que otros países industrializados como China y Rusia» (Annuaire L’État du Monde, 2010). «El Banco Central puso término a la depreciación del real». La continuación de las políticas públicas se mantuvo pese al impacto de la crisis financiera de la economía mundial. Según L’État du Monde, las autoridades prefirieron sacrificar obras de infraestructura que habían previsto antes de la crisis; las reformas iniciadas en el 2003, dirigidas a sectores modestos y en la base de la pirámide social de Brasil —uno de los países más desigualitarios del planeta— no se detuvieron. Continuaron las políticas propobre. Eso no era ni el capitalismo de Estado ni el crecimiento liberal.

Para comprender el Brasil de Lula acudiré, entre la vastedad de estudios que se le ha consagrado, a algunos que me parecen objetivos, competentes y hechos por brasileños, o brasileñistas. Nadie mejor que los propios ciudadanos para entender desde dentro sus sociedades, y todavía nos apoyamos para la Grecia Antigua en el seudo Jenofonte para saber cómo funcionaba por dentro, realmente, la ciudad de Atenas. Los análisis a los que me remito son, como su nombre lo indica, minuciosos. De los muchos aspectos de la gobernabilidad bajo Lula, por las razones de este libro, nos atenderemos preferentemente a la «clase media emergente». Un movimiento de ascenso social de los estratos D y E en dirección al estrato C era algo que diversos observadores constataban a medida que se intensificaba. Una encuesta del 2005, del Instituto Pesquisa Target, empresa privada de mercado, «señalaba que más de dos millones de familias habían ascendido en la escala social y habían dejado de ser considerados como clase baja» (Murillo de Aragao, CEPAL). Otros datos señalan que en entre el 2002 y el 2008, «tres millones de brasileños que residen en las seis principales regiones metropolitanas del país (Sao Paulo, Río de Janeiro, Belo Horizonte, Porto Alegre, Salvador y Recife) habían salido de la pobreza y accedido a la clase media» (ibídem). Seamos sintéticos. En torno a la causalidad de la «clase emergente», podemos reunir varias posturas. Para Murillo de Aragao, son tres afirmaciones.

            a) El movimiento (ascencional de la clase D y E hacia la C) se deriva de políticas públicas adoptadas en los últimos gobiernos a partir de 1994.

            b) Se demuestra que la creación de una clase media, en países como Brasil, depende sobre todo del efecto de las políticas públicas.

            c) A pesar de las evidentes ganancias en términos de movilidad social y de reducción de la pobreza, existen pérdidas en los estratos superiores de la clase media.

Este investigador sostiene la tesis que los cambios de la renta se venían observando desde 1994, y se refiere a la implantación del Plan Real. Luego, se refiere a otros tres causales: d) baja inflación e) programas asistenciales y f) generación de empleo privado.

Como se puede apreciar no hay una causa única.

Nora Lustig, de la Tulane University, y Luis F. López-Calva, del Banco mundial,  señalan los siguientes factores:

a) Para la reducción de la desigualdad y la pobreza extrema, los programas focalizados, como Programa Bolsa Familia. «En el caso de la reducción de la pobreza, el estudio realizado por Sergei Soares y colaboradores (2010) muestra que ‘hubo una disminución de doce puntos porcentuales del número de pobres, que pasó del 26% al 14% de la población brasilera. El dinero proveniente del PBF responde por, aproximadamente, el 16% de esa disminución’. Por su parte, la tasa de extrema pobreza bajó de un 10% a un 5%, estimándose que un tercio de esta reducción se deriva de la renta transferida a través del PBF.» Fueron unos 11 millones de personas los que recibieron la Bolsa Familia. Pero Nora Lustig sostiene que ella no significaba más que un 0,5% del ingreso total de una familia.  Siendo una gran ayuda «las transferencias condicionadas», no es suficiente para explicar la disminución de la pobreza.  

Creo que es conveniente destacar un hecho central. La decisión de Lula de elevar el salario mínimo.

b) Este pasa, en cinco años, de 200 reales a 450. En dólares, de 112,35 a 252,80. Y la pobreza se redujo del 37,13% (2003) al 25,16% (2008). Esta decisión de Lula —a la que en nuestro país se oponen muchos economistas— se suma al hecho de una evolución de los precios del consumo que evita la inflación. El que nos proporciona estos elementos de juicio es Murillo de Aragao, es como si esa política no fuera lo suficientemente decisiva. Recojo un dato sucesivo: de diez puertas abiertas al empleo, seis fueron asalariadas. Es decir, 20 millones de empleo asalariados (Marcio Pochmann, «Informalidade reconfigurada», 2012).

c) Cabe señalar otro hecho, igualmente tratado como un hecho corriente, la creación de empleos formales en el sector privado. Y el acceso de la población a líneas de crédito (Murrillo, ibídem).

Volviendo a la explicación de Lustig y de López-Calva, hay otro elemento. Sostienen «una reducción de la segmentación espacial». El punto merece un poco de atención. No hay que olvidar que estamos tratando de comprender lo ocurrido en una sociedad de desigualdades no solo económicas sino culturales, étnicas, por algo Brasil fue llamado hasta los años setenta ‘Belindia’, una suerte de Bélgica con una inmensa y pobretona India. Menos mal que líneas adelante se explica qué quieren decir con fragmentación espacial. Parece que había diferencias abismales entre territorios sociales dentro del mismo Brasil, «áreas metropolitanas y municipios pequeños», y esto cesa en los años de Lula. ¿Por qué? Los investigadores no lo saben, «sigue siendo una incógnita». Podemos suponer muchas cosas, desde actividades de los partidos que apoyaban a Lula, alguna entidad estatal, pero lo cierto es que «aumentó la demanda de mano de obra y los salarios en ciudades pequeñas y medianas».

En fin, el último analista —y testigo de vista— pone el acento en la estabilidad  fiscal y económica que se mantuvo en los dos gobiernos de Lula. Al punto que en años en que disminuirá el crecimiento del PBI —salvo en el 2007 que fue de 7,5%— el incremento de la renta del estrato C no disminuye. En esos años «millares de brasileños cruzaron la línea que separa las clases D, E de la C».

¿Cómo describe Fabiana Luci de Oliveira la nova classe média brasileira? Los principales indicadores son trabajo en empresa formal y estable. Acceso a la educación superior. Mora em casa própia. Tiene casa propia. Y capacidad de ocuparse en planear el futuro, y no lo olvida, «acceso a bienes de la tecnología de las comunicaciones y la información, celular, computadora, internet, para consumir bens culturais, es decir, para afianzar el ascenso social». Más adelante, es formal, «se explica el crecimiento de la clase C por el incremento de la renta personal y la reducción de las desigualdades en la distribución de la renta». Nota el aumento de la escolaridad, el aumento de las operaciones de crédito.

Y no elude la gran cuestión, la fragilidad. Y se pregunta: ¿la nova classe média puede retroceder en términos de patrones de vida y hábitos de consumo? En caso que el crecimiento sea artificial, dice, la nova classe no sobrevivirá en los próximos años. Han subido, sin embargo, desde los cimientos de la pirámide social. De todo lo vivido, «quedan —dice— valores y actitudes ya internalizados». Y por lo tanto, posibilidades de estimarnos.

Publicado en Café Viena, 12 de noviembre de 2019