Populismos. ¿Neofascismos o neodemocracias? (1/4)

Written By: Hugo Neira - Nov• 11•19

Si hay un problema en las arenas siempre inquietas de la vida política, es esa tendencia que llamamos populismo. No me estoy refiriendo a las actitudes de tal o cual político o partido peruano, ni siquiera a las marchas en Santiago de Chile que he visto hace poco y que llenan avenidas pero no dicen si tienen líder o un comité con quien hablar. Contrariamente a un a priori muy corriente, el populismo no es un tipo de régimen. Y menos una ideología. En estas líneas trato de resumir lo que dije en un conversatorio organizado por mi amigo Prialé y al que participaba Jaime de Althaus. El tema fue «democracia y populismo». Y preferí ocuparme más bien de lo que llamamos populismo. El tema es ancho y muy complejo. Como podrá apreciar el amable lector.

Para principiar, no es una novedad, hace decenios que han aparecido. En los setenta a los noventa del siglo pasado los llamábamos nacional-populismo. Pero hubo populismos agrarios en los Estados Unidos de 1896 —el People’s Party—, y más cerca a nuestros días, en Yugoslavia, Turquía, en la India, cuando la industrialización arruinaba regiones enteras. Por doquier.

Lo de nacional-popular fue el concepto que permitió definir al estudioso Gino Germani, qué era el peronismo. Pero en 1969, quien escribe esta nota, investigador o chercheur en París, prefiere otro concepto, a saber, populismes ou césarismes populistes. Ponía el acento en la relación emocional entre masas y líder, en este caso, Juan Domingo Perón (en Revue française de Sciences Politiques, junio, 1969).* Este trabajo mío ha sido tomado en cuenta a medida que el populismo se multiplica en naciones y culturas diferentes. Vayamos, pues, paso a paso. De lo sencillo a lo complejo.

En primer lugar, se usa como peyorativo. Por lo general, su repudio viene de los detentores de convicciones y doctrinas, de izquierda o de derecha. Lo ven como un  intruso. Pero esa actitud que parte de prejuicios, no nos conduce a nada. Razonemos, por algo brotan en diversas naciones. Uno de sus distintivos o rasgos peculiares es su indeterminación. Suelen tener como objetivo una política antidemocrática y a la vez los anima una democratización. O como dicen, «una transformación social», que bien puede culminar en reformas profundas o bien en gobiernos autoritarios. Venezuela actual, Nicaragua. Por eso se les ve con temor, y en efecto, saben lo que no quieren —seguir pagando impuestos por encima de sus posibilidades, como en Chile— pero no saben reformar sin romper del todo el orden social y político. Entonces, la medicina resulta peor que la enfermedad.

En segundo lugar, si es así, el  populismo es ambiguo. Si comparamos los populismos, podríamos calificar, en la sociedad francesa, a la señora Le Pen como populista —anti euro, anti Europa— pero con ilusiones que hacen pensar en Hugo Chávez, el socialismo del siglo XXI, esa caída en picada al desorden. Pero a Le Pen padre e hija, no les haría gracia alguna que los clasifiquen al lado del extinto presidente venezolano. No obstante, de hecho y en la praxis, se parecen enormemente. Los populistas franceses y de otros países europeos detestan a la clase política tanto como los populistas sudamericanos.

En tercer lugar, si son diversos y heterogéneos, si proliferan en Europa (en Francia, Hungría, la república Checa, en la Italia del norte) tenemos que entender la causalidad que los pone en el escenario de la vida política. Hay diversos casos. Hay el populismo étnico, el de los catalanes. Con la misma intensidad de aymaras peruanos o bolivianos, o identidades indígenas como en Ecuador. ¿Aspiran, entonces, a una suerte de autonomía y a adoptar los sistemas socialistas anteriores a la caída del Muro de Berlín? No necesariamente, los populistas en economía suelen ser más bien proteccionistas. Les molesta la mundialización pero no por ello la economía de mercado. Las marchas antimineras en el Perú, quieren el progreso pero no aceptan un país industrialista. Parecen revolucionarios, pero por lo general, tienen temor a la modernidad. La velocidad de la mundialización los desespera.

Por un momento, tenemos que darles la razón. Son paradójicamente el efecto perverso de la mundialización y el modelo neoliberal. No hay duda de que la economía abierta, el mercado liberal, aumenta la riqueza de las naciones. Pero como ya sabemos, se producen entonces brechas enormes entre los más ricos y ya no solo los pobres sino con las mismas clases medias, he ahí el caso chileno. La gente que he visto marchar pacíficamente en Santiago, son clases medias, muy por encima de las nuestras (15 mil dólares per cápita, Perú, 6 mil). Pero cuanto más se progrese, más abundan los marginales. Los que no tienen formación para obtener un empleo seguro. Los jubilados que no les alcanzan las miserables pensiones. Economía moderna, no todo el mundo está preparada para ello. Y entonces, la educación. Pero resulta carísima y la salud, casi imposible de salvarse de un cáncer si es que no eres rico, muy rico.

A esto se añade un espacio gigantesco que separa a ricos de los medio ricos. Las grandes corporaciones que rigen la economía mundial por encima de Estados y naciones, no ven esas clases sociales mayoritarias, solo se conectan con financistas y empresarios pujantes. ¿Qué hacer con los ciudadanos que no tuvieron buena secundaria y estudios superiores, los malformados pese a todo, inclinados al consumismo? Cruel paradoja, los dueños del mundo generan un nuevo tipo de pueblo descontento. En las grandes ciudades, México, Lima, Buenos Aires, se habita en espacios separados, en culturas ajenas. En América Latina, lo más llamativo del populismo es el odio a las elites. Eso es grave. Eso es la Alemania de los años treinta en la que se buscaba un chivo expiatorio. No digo que las masas que circulan en las protestas sean nazis. Digo que la política que siempre es debate, se transforma en emociones.

Si se sigue creyendo que nada importa las brechas sociales, puede pasar lo peor. Cuando el populismo, a partir de que la soberanía verdadera es la del pueblo, busque ciegamente su líder, lo encontrarán. El misterio del carisma personal. Y eso fue Mussolini, Hitler, Stalin, sin duda, césares totalitarios. Y en la línea de populistas con carisma —ese don para fascinar multitudes y pueblos enteros— Castro, Sukarno, Khomeni—. Dirigentes excepcionales, nos guste o no. El poder carismático, según Weber, puede ser tan legítimo como el poder tradicional o el poder legal-moderno, este último, con el sufragio. Siempre y cuando las mañas de la tecnología no intervengan, como en Bolivia.

Pero no se alarmen más allá de lo necesario. Lo digo para los que creen que esto es nuevo, profesor de historia que soy: hubo césares democráticos, como de Gaulle, Haya de la Torre en los años treinta. Y un Perón que siempre llega al poder desde las urnas. ¿De modo que todos somos populistas? El tema es cómo la democracia debe continuar en las sociedades del siglo XXI sin caer en jefes de Estado omnipotentes, que tarde o temprano degeneran en despotismos. ¿Qué hay que hacer? Una democracia con élites que vengan del pueblo. Empresarios, no, zapateros a sus zapatos. Hijos del pueblo, no señoritos. Pero no repitamos el caso Toledo. ¿Cholo? ¡Un criollazo!

*https://www.bloghugoneira.com/wp-content/uploads/2012/02/cesarismopopDPM.pdf

Publicado en El Montonero., 11 de noviembre de 2019

https://elmontonero.pe/columnas/populismos-neofascismos-o-neodemocracias-14

El futuro de la democracia. ¿Realmente?

Written By: Hugo Neira - Nov• 04•19

¿Conocemos a Norberto Bobbio? Italiano, aunque su familia era filofascista, estuvo en la resistencia italiana a Mussolini, con el tiempo un socialista liberal, siguiendo a Piero Gobetti (a quien admiraba José Carlos Mariátegui) y a Pareto, y luego de 1946, en economía seguía a Hans Kelsen. Era un tanto socialdemócrata pero se alejó de la política, sin dejar de aportar con sus enseñanzas. No estuvo a favor de las Brigadas Rojas (la versión italiana de Pol Pot y de Sendero Luminoso) cuando secuestran y matan a Aldo Moro. Tampoco lo pudo comprar la mafia. «Fue un firme partidario del principio de legalidad, la limitación y separación de los poderes, y al mismo tiempo, como socialista, se opuso a la tendencia autoritaria y antidemocrática de la mayoría de comunistas italianos.» Estaba a favor de un «compromiso histórico», «un reencuentro entre el socialismo y la democracia por una política de paz» (Wikipedia).

Y bien, ¿qué tiene que ver con  nuestros problemas actuales? Seré sincero, en Bobbio me estremecen su conceptos, su boga, su vigencia. «Si la democracia no ha logrado derrotar totalmente el poder oligárquico, mucho menos ha conseguido ocupar todos los espacios en los que ejerce un poder que toma decisiones obligatorias para un completo grupo social». Caray, ¿qué pasó? ¿Don Norberto se está paseando por la Alameda de Santiago? Bobbio para los días que corren, no se ocuparía de ‘democracia representativa’ o ‘democracia directa’. Tampoco si es cuestión del poder de pocos o de muchos. Sino eso que él llamaba «poder ascendente y poder descendente». Eso se le puede preguntar al presidente del Ecuador, al que el pueblo le dijo nones luego de un nuevo emprestito del FMI. O a un Evo Morales que no quiere irse, o a los peronistas que volvieron, pero qué tontería estoy diciendo, ¡nunca se fueron! Años atrás, conocí a Juan Domingo Perón, entonces exilado, viviendo en Puerta de Hierro, Madrid, en gigantesca mansión, invitado por Francisco Franco. Así son las cosas, ellos se entienden. Y le dijo al peruano: «Por mí votaron los padres, luego los hijos, y por mi votarán los nietos». Y así fue. (Me ocuparé del peronismo uno de estos lunes.)

Volviendo a Bobbio, ¿por qué usa conceptos como subgobierno, criptogobierno, y poder omnividente? Con el tiempo y con lo que nos ha pasado, comienzo a entenderlo. Lo de subgobierno fue Alberto Fujimori con Vladimiro Montesinos. Por cierto, maestro epónimo de estos días en todo lo que se ha vuelto red de posverdades y psicosociales permanentes, para manejar las muchedumbres, tiempo de mentiras el nuestro. La realidad sin embargo es otra. Pero no hay tiempo para lecturas, ni de diarios, ni revistas y menos libros. La plaga de la no lectura es más fuerte en el Perú que en otras sociedades. En fin, subgobierno puede ser también según Bobbio, gobiernos de tecnócratas. Es el caso del Perú de presidentes improvisados, Toledo, Ollanta, etc.

Ahora bien, la tarea de delegar la economía a expertos no es un daño. Pero malo cuando no se gestiona adónde van los beneficios. Si solo van a los bancos, o de preferencia a  las clases altas, entonces se siembran desalientos. El de Chile es uno de ellos. En el Perú, puede ser distinto, puesto que la informalidad ya es una forma de abandono de la sociedad formal y el Estado. Lo de cripto, es posible que haya estallado en Santiago. «Un conjunto de acciones realizadas por fuerzas políticas». No creo que de chilenos. Apuesto a que son pocos. Ya sabremos, la mano de Cuba es larga, muy larga, no solo llega a Caracas, que es una colonia de los cubanos.

Bobbio habla de las «dictaduras invisibles». ¿Son esas que se insertan en supuestas democracias? ¿Y de dónde viene la debilidad de la democracia actual? Ocurre cuando la ideología dominante hace creer que ese liberalismo —hay otros— es la economía de mercado y como teoría, el Estado mínimo. Pero como vemos, provoca estallidos sociales por todas partes. De Europa a Chile —nave insignia del neoliberalismo impuesto por el departamento de Estado de los Estados Unidos— y Pinochet. No lo modificaron, ni conservadores ni socialistas. Y ahí tienen el resultado. No todo es negocio.

Este es un asunto del siglo XXI. Podemos fatigar los clásicos, diversos autores y pensadores —Locke, Montesquieu, Kant, Adam Smith, Constant, Tocqueville— pero los clásicos no conocieron los fenómenos actuales. Y si pisamos tierra, podemos considerar que justamente, esa forma de producción de bienes que llamamos capitalismo, se sostiene sobre una doctrina económica liberal que tiene como meta la disminución brutal, o paulatina, de eso que se llama Estado. En suma, la democracia que reparte consumismo, tiende a la despolitización. A que las relaciones de los individuos solo sean de individuos entre sí. Me apoyo en Bobbio, el liberalismo económico hace inútil el liberalismo político. Lo desgasta. Y vienen las sustituciones.  Chávez y compañía.

¿Adiós al Estado benefactor en Europa? ¿Adiós al ogro filantrópico? Así lo llamaba Octavio Paz. Nunca fue rival del PRI, pero tampoco estuvo en la clase política mexicana. Sensato Premio Nobel, Octavio Paz. ¿Qué queda entonces?

Escuchemos a un especialista en estudios sobre la América Latina. O sea, uno de esos académicos neutrales, en la medida que al ser humano le sea posible, y lo que nos dice: «Después de decenios de gobiernos autoritarios, los países de la América Latina progresaron hasta llegar al campo de las democracias, hacia 1980. Pero esas democracias restauradas, no son como los regímenes representativos del ayer, son herederos de dictaduras». (A la sombra de las dictaduras, Alain Rouquié, que ha estudiado minuciosamente Brasil, Argentina y México, desde un cargo de Embajador. Formado en Sciences Politiques, ilustre amigo que ha tenido la sensibilidad necesaria para que, siendo francés —es decir, cartesiano— logre entender nuestros laberintos nacionales. No es fácil.)

Conviene, pues, recordar que en Perú, en los 80 y hasta el fin del siglo, las izquierdas redescubrieron el camino de los urnas. Eso es Alfonso Barrantes, eso es Julio Cotler (Democracia e integración nacional, 1980. El intitulado lo dice todo). Pero en 1989, Clases populares, crisis y democracia en América latina. ¿Qué y quiénes interrumpen el entusiasta decenio del 80? Quién va a ser, una secta que mata perros e interrumpe un acto electoral en Chuschi. Sendero Luminoso produce su contraparte, la autocracia de los 90. Es curioso, cuando se quiere echar la culpa de nuestras desgracias y se busca un chivo expiatorio, atacan a Velasco. Pero rara vez recuerdan los apagones y los toques de queda de esos años.

No se qué pasará en Chile. Pero su problemática desborda límites nacionales. Tres posibilidades. Uno, se calman, se establecen reformas profundas. Pero no creo que la calle —el gran poder— ceda. Intentan una constituyente, es la segunda posibilidad. Pero no quieren ser parte de las instituciones democráticas actuales. Quieren experimentar. Establecer nuevas formas y maneras. Sin embargo eso no solo ocurre en Chile. En Uruguay, gente por lo general joven, sale a la calle con esta consigna: «estamos hartos de la normalidad». Si esto es así, el tema es más cultural, más profundo. Y como lo escribe Rouquié, «el enigma de la democracia en la América Latina».

Publicado en El Montonero., 4 de noviembre de 2019

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Santiago, testigo de vista

Written By: Hugo Neira - Oct• 28•19

Estuvimos en Santiago de Chile, por azar. Por un par de días y recoger unos libros que necesito. Pero mientras volábamos, ya había comenzado lo que los chilenos han llamado «el estallido social». Y al llegar, justo en esa madrugada, ya se había declarado el toque de queda. Las carreteras estaban vacías y la gente en su casa. No les digo cómo llegamos del aeropuerto a la ciudad.

Nos dedicamos a ver qué pasaba. Lo que vimos fue muy heterogéneo, con fases y actos diversos. Y si escribo esta nota es porque me parece corto e incompleto tanto en los diarios como lo que se ha dicho en la televisión limeña. Como siempre los estereotipos, y el reduccionismo. Existe la complejidad pero por lo visto, los comunicadores no han escuchado jamás ese vocablo.

Lo que hicimos fue salir a la calle, a ver qué pasaba. En efecto, gente desfilando por la avenida Irrarázaval. Pero en las banderolas y pancartas, no había otra cosa que la protesta contra el presidente Piñera. Esas marchas eran de gente que apenas llenaba una calle (que días después, llegaron a ser la enorme masa de un millón de personas en la calle, y pacíficamente). Vimos, más lejos, algo asombroso. En Nuñoa, un distrito algo como Barranco o acaso Miraflores, una zona de clases medias, encontramos gente que se reunía en las plazas y los jardines para bailar y festejar. ¿Qué celebraban? La sanción popular que recibía el Gobierno. Era el cacerolazo. O sea, gente que llevaba una cacerola o una sartén —poco importa-, un tam tam de centenares de personas. No había discursos. La muchedumbre reunida, era una epifanía, una diversión, la gente de pronto saltaba como en los estadios de fútbol. Regocijo, festejo.

¿Qué había pasado? Había un malestar desde hacía años, pero con Piñera la cosa se había puesto peor. Les habían aumentado la tarifa del agua, la electricidad, los servicios, y por último, el precio del transporte por el metro, y eso fue la gota que rebalsa el vaso. Recordé entonces cómo, en ciertos casos, un avión pierde el control. A veces es falla mecánica, y otras veces, el factor humano. O sea, el error del piloto. Piñera se ha equivocado. Ha impuesto gastos excesivos. Ha pedido públicamente perdón, pero era tarde. En las calles le reprochan haber hecho maniobras financieras para evadir sus impuestos. El horror, ha perdido su popularidad. Y acaso, su legitimidad. Manías de hombres de negocios…

Pero no quiero ofender a la verdad. Mientras el ciudadano corriente festejaba en la calle, otras cosas habían ocurrido en Santiago de Chile. No con multitudes, con encapuchados. Nadie sabe quiénes son ni de dónde vinieron. Pero se ha destruido o saqueado supermercados, tipo Wong o Metro, ¿saben cuántos? Unos 160, al menos, ese era el número cuando estuvimos en Santiago. Así se rompía la cadena de abastecimiento. Y eso no es todo. Santiago tiene una de las mejores redes de metropolitano de América Latina. Por abajo, por favor, no por encimita como nos pasa en Lima. Pues bien se habían quemado unas 71 estaciones, incluyendo en algunos casos, trenes y cuanto hay. Cuando nos fuimos, trabajaban como locos para recuperar las líneas y la paz.

El amable lector tiene que entender que unas y otras cosas, no son las mismas. Lo del vandalismo en las estaciones de metro y en donde se compra alimentos, se ha hecho en poquísimo tiempo, y a la misma hora¡! La eficacia y la brevedad, revela que eso no es obra del caos y la improvisación de una multitud. Es algo preciso y preparado. Se entiende entonces lo que ha dicho Piñera en los medios. «Estamos en guerra».

Insisto, algo heterogéneo. Primero las marchas. Luego plantones para aplaudir la protesta. Y un tercero actor, los encapuchados y el vandalismo.

Una hipótesis. Se ha atacado a Chile porque es el modelo neoliberal que establece el Departamento de Estado de los Estados Unidos, tras el golpe de Estado de Pinochet, el 11 de setiembre de 1973. La democracia se restablece el 11 de marzo de 1990. Pero el modelo de los Chicago Boys y Milton Friedman, ha permanecido con gobiernos autoritarios o democráticos.  

Otra hipótesis. El régimen dictatorial no reina en Chile pero sí la dictadura del todo mercado y lo mínimo de Estado. Reflexionemos. No nos va a provocar un derrame cerebral. Chile tiene un ingreso per cápita de 15 mil dólares (nosotros, 6 mil). No hay extrema pobreza, que en Perú todavía tenemos. Y su pobreza es de un 8%. Su economía ha crecido, pero ahondando las diferencias sociales. ¿De qué se quejan? No solo de los impuestos abusivos de Piñera sino del costo de la educación y la salud. ¿Sabe el amable lector el precio que tiene un examen médico tipo escáner en una clínica de Santiago? Cuesta lo mismo que en los Estados Unidos. Pero un americano tiene un per cápita de 53 mil dólares¡! Y la educación, a un padre chileno, ante las carísimas universidades chilenas, paga lo que equivale a una universidad en Estados Unidos.   

Quieren un cambio. Voces de la calle: «No todo es negocio». «¿Por qué en Canadá, la salud, y la educación, es de calidad y gratuita?» «Queremos Estado». No lo dicen para que desaparezcan las empresas. Estado sólido y Mercado. Una combinación sensata.

¿Qué he visto en Chile? Tres cosas. Cómo la sociedad civil le ha parado los machos a un Ejecutivo legal pero abusivo. La gente que desfilaba no se dice de izquierda o de derecha. Prefieren llamarse sencillamente «el pueblo». Las banderas que vi en las marchas eran solo las de Chile.

En segundo lugar, destrucción masiva —quema de ferrocarriles y mercados— acaso obra de fuerzas externas. Se habla mucho de la Federación Internacional de Anarquistas. Se comienza a pensar que hay grandes potencias, esas que apoyan a Maduro, Rusia, Turquía, que miran como lobos este continente de ovejas que creen estar  a salvo de los conflictos del planeta. En efecto, no estuvimos en ninguna guerra mundial, pero no vamos a escapar de la actual. Pobre continente, lleno de materias primas, de agua y territorios, pero muy dado a ser naïf. Es decir, ingenuos.

En fin, la lección chilena. Ni izquierda ni derecha. ¡El pueblo! Y no todo es economía. No todo se explica con un logaritmo. No todo es cifra. Necesitamos políticos no hombres de negocios en el Gobierno. Piñera y PPK tienen algo en común. Hombres de fortuna. Pero dirigir un Estado tiene otra lógica, no la ganancia. ¿Estallido social? Más bien implosión. Como en un agujero negro. ¿Fin del neoliberalismo? Qué época. Ha fallado el socialismo. Y ahora, el capitalismo. Y eso necesita dejar de lado las fórmulas establecidas. Estamos en otro siglo. Con políticas que vienen de los ciudadanos, y no de arriba. La democracia ha tenido diversas modalidades. Los pueblos quieren participar. Así de sencillo y así de difícil. Algo enorme ha pasado.

Publicado en El Montonero., 28 de octubre de 2019

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Velasco explicado. ¡Qué novedad, lo visual!

Written By: Hugo Neira - Oct• 21•19

La historia del Perú y el poder de la imagen. Sobre el velasquismo y las razones de los militares para una reforma agraria, me había convencido de que era imposible que mis coetáneos —es decir, la gente que coexiste en vida de uno— lograría enterarse de lo que realmente pasó en los años 60. Al punto que en mi último libro —El águila y el cóndor. México/Perú— me ocupo inevitablemente de la reforma del agro, pero dejando de lado los tópicos locales, acudiendo a la información externa. En el planeta circula la Encyclopædia Universalis, y ahí se dice: «hasta 1968, una situación neofeudal, la gran propiedad en manos de un 0,4% que concentraba el 75,9%, y todo el resto de usuarios, indios mestizos, se repartían el 5,5% de la tierra disponible». ¿Pero quién se apoya en esos textos en el Perú? Muy pocos.

Pero cuentan las estadísticas. ¿Sabe el amable lector cuántos agricultores hay en este momento? Según el INEI, 2’12’087 unidades agropecuarias. De Puno a Cajamarca pequeñas chacras y empresas mayores. Ya no hay arrendires ni pongos. Hay propietarios campesinos. Hoy los nietos de los que recibieron las tierras. Han entrado al mercado. Ganan dinero legalmente. Compran las mismas cosas que usted compra, amable lector. Ese cambio completa la Independencia. Los campesinos no mejoraron su situación bajo la República. Incluso, empeoró. El siglo XIX, los hacendados criollos, libres del control de la burocracia virreinal, asolaron las comunidades y aldeas andinas. «Desde hace 500 años, el control de la tierra se convirtió en el control de las personas», dice una síntesis de La revolución y la tierra.

Seamos francos, en nuestros días, un argumento racional y semántico no convence. En el Perú no se lee. La lectura obliga a razonar. Y el tema agrario es ideológico. O sea, creencias. Y con las creencias y las religiones, no se discute. La sola posibilidad de hacerles ver a los peruanos lo que ocurrió, sería un milagro. Un viaje al pasado. El ver con los ojos lo que fue aquello. Y ese milagro ha ocurrido. En las salas Cineplanet, en particular en el Alcázar (repleto al tope), mis coetáneos han podido ver aquel mundo agrario andino antes y después de la reforma. Se dice que en octubre no hay milagros, pero sí los hay. Se llama La revolución y la tierra. No se lo pierda, amable lector.

Para entender, hay que volver a los años 60. El enemigo público era el latifundio. De ahí «la tierra para quien la trabaja». Con sencillez y ganas de decir verdades, los testigos que aparecen en el documental describen la costumbre arcaica de servirse sin pago alguno de la mano de obra de los campesinos sin tierras a cambio de una parcela que les prestaban para que alimentaran a su familia. Sobre 30 días, 18 eran para el patrón, y el resto para el siervo. Eso cesó en 1969. Sin embargo, a esa mutación humanista y modernización de la vida peruana —ya nadie trabaja gratis— se le llamaba el «fracaso de Velasco». Sin embargo, a los supermercados llegan el camote, el olluco, la yuca, el choclo y la carne de los ovinos que ya no vienen del latifundio con aparceros. Hace rato que hay campesinos con propiedad. ¡Nada menos que 50 años! Pero lo que no pudieron ni historiadores, ni sociólogos, lo puede el rotundo relato que es visual. Insisto, la era de la imagen.

Es cine pero no película de ficción, no hay Batman ni Superman. ¡Es un documental! O sea, lo real. Y nada aburrido. Ahora bien, no hablo bien de un film porque conozca al director. No soy dado a esas vainas. En el fondo, soy por libre un solitario. Perdón por el rollo, pero a eso quería llegar, a la sinceridad. Eso es el documental de Gonzalo Benavente Secco, lo que hace es sencillo y a la vez, notable. Se inicia con testigos de esa historia, es decir, comienza con Hugo Blanco que explica que nunca fue guerrillero, sino que se hizo campesino en la Convención. Personas del mundo académico, como María Isabel Remy (entre sus muchos escritos, Los múltiples campos de la participación ciudadana, IEP). Se entrevista a Antonio Zapata con juicios muy cuerdos. A Héctor Béjar, que dice algo muy importante: «nosotros, los guerrilleros, considerábamos nuestros iguales a los indígenas, pero ellos no nos consideraban sus iguales». Lo que explica, entre otras causas, el nulo reclutamiento de esas guerrillas.

Y un acierto más. Benavente ha tenido el acierto de construir su relato, el antes y después de Velasco, con un número enorme de filmes anteriores al suyo. Van de 1927 a 1991, por lo menos 12, entre otros, Robles Godoy, La muralla verde, 1970, o de Federico García, Túpac Amaru, 1984, y con toda razón, una de Nora de Izcue, Runan  Caycu, 1973, donde se entrevista a un dirigente de la Federación Campesina del Cusco, Saturnino Huillca, que cuenta cómo llegó a inventar el mecanismo de tomar tierras sin hacer daño a nadie, como si fuese un discípulo de Gandhi. Conocí a Huillca, tras dos años de conversaciones, escribí sobre su vida, se titula, Huillca, habla un campesino peruano, premio de la Casa de las Américas, en La Habana. Traducido a 13 lenguas. En el documental de Benavente, aparecen diversos personajes. Un Graña, gran señor rural, el de las naranjas sin pepa. Zósimo Torres, líder sindical de Huando. Es decir, diversas vidas, unos costeños, otros andinos. En fin, es documental pedagógico. Lo digo porque un  joven, tal vez antropólogo, en el documental dice: «soy universitario, mi madre era analfabeta, nunca nos explicaron la reforma agraria en las aulas». Lo cual revela cómo los docentes partidarios de Patria Roja, que se creen de izquierda, callan esos hechos, porque ellos no fueron protagonistas¡!

Entre los entrevistados se encuentra el que esto escribe. Sí, pues, acompañé el inmenso movimiento de los sindicatos campesinos que invadían los latifundios, los ocupaban, no mataban a nadie. Mis crónicas periodísticas, en Expreso, fueron publicadas por Manuel Scorza con el título de Cuzco: tierra y muerte. En fin, vamos al grano, ¿qué  encontré de original en 1962 y 1963, al acompañar a los campesinos que recuperaban sus tierras? Nada menos que un puñado de dirigentes que no eran guerrilleros ni intelectuales sino gente quechuaparlante que hablaba castellano y que había hecho su servicio militar, aprendiendo tácticas y estrategias. Indígenas que piensan, ¿qué les parece? Una herejía insoportable. Entonces, se entiende que no necesitaron de vanguardias revolucionarias para derrotar a los hacendados. Tampoco se entiende a Velasco. Pásara, en un lamentable libro, lo clasifica como «criollo». Qué disparate. ¿Tan difícil es decir que era piurano y un hijo del pueblo?

Es hora de decir que hubo tres figuras decisivas para que acaeciera la Reforma. Hugo Blanco en la Convención. Luego, Saturnino Huillca, indio cusqueño, valiente y impresionantemente inteligente. Y luego, solo después, Juan Velasco Alvarado. Más claro, las gigantescas movilizaciones sociales y espontáneas de los indígenas, llevaron a los oficiales de las Fuerzas Armadas a realizar de jure lo que ya era de facto. ¿Me hago entender? No ocurrió así nomás. Tuvo una causalidad que es una estupidez negar. Sin embargo, en el diario oficial El Peruano, Ernesto Carlín dice que Gonzalo Benavente «hace un documental político». No señor. Lo de Benavente es un documental imparcial. Otros dicen «insólito éxito». Qué mezquindad. La gente que va al cine y ve ese documental agradece que, por una vez, no les mientan, y se dicen las cosas como son.

Publicado en El Montonero., 21 de octubre de 2019

https://elmontonero.pe/columnas/velasco-explicado

Alan, el Autor

Written By: Hugo Neira - Oct• 18•19

Alan García. O cuando los políticos eran cultos y escribían

A los seis meses del viaje de Alan García a lo desconocido, Caretas me pide estas líneas. Una revista con la que me unen lazos de muy atrás. Vayamos al grano. A su muerte, por mi parte dije que lo perdía no solo su partido y la democracia, sino el Perú. Palabras en un programa de Canal N, entrevistado por Mijael Garrido Lecca, que dicho sea de paso es un joven excepcional como se probó esa noche conversando conmigo de igual a igual pese a la diferencia de edades. Y entonces, comencé por situarme en un espacio no discutible. El del «amigo». ‘Situarse’ era uno de los conceptos que usaba el filósofo Sartre para que no lo confundieran con tal o cual tendencia. Sí, pues, Sartre. Mario Vargas Llosa dijo alguna vez que en nuestra generación todos éramos sartrianos. En fin, lo del «amigo» esa noche, era para que se comprendiera no solo que no era yo aprista sino que no soy parte, deliberadamente, de ningún ente político peruano. La pasión por la política, en mi caso, ha sido reemplazada por la actitud académica de comprender antes de enjuiciar. Eso que se llama axiología. Es decir, la búsqueda de lo real, lo cierto, lo verdadero. Tarea del investigador y no del político. Si nosotros, en las cátedras, no somos claros y desinteresados, ¿para qué serviríamos?

Tras la idea de amigo hay dos enlaces con lo real. En primer lugar, Alan García no solo fue un político aprista sino que se dio tiempo para escribir: Modernid@d y polític@ en el siglo XXIEl mundo de Maquiavelo90 años de aprismoConfucio y la globalización. Comprender China y crecer con ella. Y no solo hizo eso. En el 2015, editados por Crisol, publica nueve volúmenes, con el título de Obras. Lo dicho y lo escrito. En total, algo como 4000 páginas de su pensamiento.

Que un político de nuestros días se dedique también a lo conceptos y al saber racional, no lo creo. No imagino al señor Acuña redactando páginas filosóficas. Lo que estoy diciendo es que lo del amigo, viene de un enlace generacional de Alan García con otros políticos que también fueron prolíficos, por ejemplo, Henry Pease, de Izquierda Unida. Estoy diciendo también, que de los 70 al 90, hubo un manantial de obras: los días de Julio Cotler, Matos Mar, Fernando Fuenzalida, Macera, Gonzalo Portocarrero, Webb, Nicolás Lynch, Mirko Lauer, Sobrevilla, Plaza, Degregori, Alberto Flores Galindo. Ahora bien, de esa generación de pensadores, anteriores al internet, pertenece Alan García. Los había leído. ¿Cómo lo sé? Porque la biblioteca personal de Alan García está en este momento, bien guardada, en el local del Instituto de Gobierno y Gestión Pública, hasta que se ubique en los lugares que indicó Alan antes de partir. Será una sorpresa. Alan lector, probablemente subrayaba frases y párrafos. Otra sorpresa van a ser sus Memorias, que están por salir.

Sin embargo, hubo un silencio total en los que a ratos llamo la «intelligentsia». Es la categoría que usamos los sociólogos para aquellos que les interesa el saber y a la vez las metamorfosis del poder. Lamentable silencio. Hubo en sus libros algo más que la hermenéutica proaprista, recuerdos de su maestro, Víctor Raúl Haya de la Torre. García lee el Perú y el mundo desde las novedades —algunas muy peligrosas— de este siglo, el XXI. No hay sitio para un estudio a fondo, por ahora me contento con decir que Modernid@d y polític@ ya es un llamado a situarnos en las ventajas y retos de nuestro tiempo. Más allá de las izquierdas arqueológicas y las derechas Bolsonaro, su segundo gobierno, después de los errores o el excesivo entusiasmo del primero, mezcla una política liberal de mercado con políticas sociales. Y el resultado fue —da pena tener que repetirlo— entre 4 o 6 millones de peruanos que salieron de la pobreza extrema. ¿Y eso no fue un acierto?

Alan estaba dos pasos adelante de la clase política. En nuestros días sabemos que el neoliberalismo todo mercado no salva por sus propias fuerzas, a una sociedad. Al lado de la economía hay otros espacios de poder. Ni tampoco el proyecto chavista de Estado total en manos de unos cuantos. En sus actos, en sus discursos, en sus libros, estaba en Alan esa idea de combinar liberalismo con tareas sociales. Que es lo que hacen Macron en Francia, los socialistas españoles, media Europa.

Del Alan que hablo, es el que estudió en París con los mismos profesores que tuve. De ahí su lado cosmopolita, su curiosidad por lo que es la China post Mao. Para entender esa enorme sociedad, Alan trabaja sobre dos rieles. El primero, las ideas centrales de Confucio, «el poder tiene obligaciones ante el cosmos y obligaciones ante la sociedad»; «La ética confuciana no conduce a evitar la sospecha sino a la lealtad y la reciprocidad». Alan se detiene en los efectos de Confucio en filósofos occidentales, como Nietzsche, Schopenhauer, Heidegger. Por otra parte, el Alan estadista, nos dice: «Asociarse al crecimiento chino de los próximos decenios en el papel de aliados, sin abandonar lo esencial de nuestra cultura libertaria y sus valores» (p. 177). Le fascinó la China: «No debemos olvidar que las proyecciones de los organismos internacionales coinciden que China será, en el año 2030, junto al Asia, un bloque cuya producción se acerca al 50% del producto mundial». Piensa en que podemos «tener bloques como el de la Alianza del Pacífico que integra a Perú, Chile, Colombia y México». Y el Alan político: «El Estado debe ser firme para impulsar el crecimiento, pero no convertirse en un Estado empresarial por cuanto, en el mundo, hay recursos de inversión suficientes  para cumplir en mayor velocidad y menor costo los objetivos de la producción y el empleo. Con lo cual se supera el error histórico de sociedades que trabajan para mantener los Estados que, a su vez, endeudan a las sociedades para subsistir». O sea Venezuela, por ejemplo. Lo digo por temor, no miedo, de lo que se instale en el 2021.

En suma, perdimos un alma y una cabeza. Para ese doble rol, no hay reemplazo alguno. Un crimen contra el político intelectual. Una suerte de especie en extinción. Confieso que estaba a punto de verlo, antes de ese 17 de abril. Quería que me ampliara una frase enigmática.  Pues bien, las páginas de Alan sobre el alto funcionario que fue Confucio, sus valores: la lealtad, la reciprocidad. Y hablando de sistemas de gobernabilidad recuerda a Robert Dahl, que sostiene que la política no es solo la representación nacional sino «todas las instituciones sociales en su aspecto político» (Ver página 182). ¿Qué había visto Alan en China en la relación entre el poder, las comunidades y la sociedad civil? En China hay 80 millones de miembros del partido. Y 800 mil villorrios, y en ellos, lo que los occidentales llaman «espacios democráticos». ¿Qué hará China? Conviene saberlo, acaso combinaciones del poder que ni imaginamos.

Pensé siempre que Alan podía inspirar una solución republicana a nuestro conflicto de sociedad sin políticos y políticos sin sociedad, y que para eso, no necesitaba ser otra vez Presidente. En países más civilizados que el nuestro, como en México, los expresidentes forman parte de un Consejo de Estado. ¿Cuál era ese proyecto institucional-societario de Alan? Nunca lo sabremos, se lo llevó consigo, a la tumba. Aquello hubiera sido una reforma del Estado y no el mamarracho que se discutió en el extinto Congreso y que además, ¡lo aprobaron! Igual los disolvieron.

Publicado en Caretas n° 2612, 17 de octubre de 2019, pp. 40-41 y 59.