Mi envidia de España, la Transición terminada¡!

Written By: Hugo Neira - Jun• 24•19

En España se preparan a decirle adiós al rey Juan Carlos I. No es que se encuentre enfermo sino que va a dejar todo tipo de vida pública. Hace ya cinco años que ha abdicado. Desde el 18 de junio de 2014, el rey se llama Felipe VI, su hijo. España no es la única monarquía parlamentaria, en Europa lo es desde Suecia, Noruega, Holanda y el Reino Unido, democráticas a carta cabal. En estos días, los mejores diarios de España se preguntan cómo pasará Juan Carlos I a la historia. Muy buena cuestión.

En el inicio lo llamaron «Juan Carlos el Breve». La broma, era que no iba a durar. Pero ocurrió lo contrario. Hoy hace bien un diario en recordar que «la izquierda desconfiaba, y los falangistas también». Y no les faltaba razón, Franco lo había prohijado, y entre otros actos, lo envió a las tres escuelas militares, la de Tierra, de Aire y la Marina, para que fuera oficial. Sabía Franco el histórico desdén de los militares ante la Corona española. De paso, como Príncipe, estudia derecho. Pese a todos esos preparativos, pudo haber un golpe de Estado militar. O la probabilidad de una república. Dividiendo de nuevo a los españoles.

¿Cómo Juan Carlos I llega a ser el Rey de la España de elecciones e instituciones democráticas? Creo que hay un acuerdo general que comienza a afianzar y robustecer su rol de Rey cuando prescinde de Arias Navarro, un ministro heredado del franquismo, y se atreve a llamar a Adolfo Suárez, secretario general del único partido, la Falange, pero partidario de reformas. Se necesitaba un gran coraje. Pero desde esa dupla, Juan Carlos I y el joven primer ministro (se le llama presidente), todo cambia. Ambos corrieron riesgos al llamar a un referéndum, en un país al que no se le había consultado jamás políticamente. Sin embargo, ambos abren la posibilidad de una constituyente, la inscripción de partidos entre ellos el comunista (el cuco, el gran temido, que resulta que solo obtuvo un 9% de votos), el retorno de los grandes exiliados como Santiago Carrillo y la Pasionaria. Y el fin de las llamadas Cortes, un parlamento de tipo corporativo. De junio de 1977 a 1978, en diciembre, la Transición española entierra 40 años de autoritarismo. Además, Juan Carlos I no cedió cuando el golpe del coronel Tejero. Por lo demás, es la España del PSOE, Felipe González y el ingreso a la Unión Europa y las autonomías.

La sorpresa de España. En esos días yo estaba en Madrid. Para completar mi tesis francesa necesitaba de archivos españoles y me nombraron miembro de la Casa Velázquez, institución que es una residencia para investigadores. Pero también fui parte de un diario opuesto al gobierno de Franco, el Madrid, cuya supervivencia fue un milagro. Cerca de los acontecimientos, me sorprendió el enorme error de la prensa europea. Recuerdo haber leído en un diario londinense las muy pesimistas predicciones del gran hispanista Raymond Carr y las no menos equivocadas de Guy Hermet, del Instituto de Estudios Políticos de París, por lo tanto, ambos, los mejores conocedores de la España de Francisco Franco. Quizá por eso erraron. No fue necesario ir «por montañas nevadas, con banderas al viento» —canción de los franquistas— para llegar a esa democracia de consenso, dejando a la España de la rabia y de la idea para otra ocasión. Más tarde, habría un rey que iría por América pero no por caminos imperiales, sino a explicar, en Buenos Aires o en Santiago, cómo se sale de regímenes de fuerza sin por ello volver a desenterrar «el hacha de la guerra». Nadie pensó que España sin Franco girara a un régimen a la vez monárquico y democrático. 

No solo la habilidad de los actores políticos —el Rey, los partidos políticos— explican la Transición española. Cierto, así se llama hoy el periodo que España dejó atrás, el régimen dictatorial del general Francisco Franco. Pero hay algo que la sostiene, y que no suele ser incorporado al examinar ese pasaje tan sorprendente. Lo siguiente: la posición económica de España en el mundo había cambiado. «Hasta 1950 se le consideraba como un país subdesarrollado. Y en 1987 un nuevo país industrial». Hoy día, asumimos que regímenes autoritarios pueden tener éxito, es el caso de China, Rusia. Pero se calla que eso ocurre cuando Franco. Visto la ineficacia de su modelo autárquico —copiado de la Alemania nazi de los años treinta, decide cambiar por completo de modelo, y bajo la sugerencia de tecnócratas, abre el espacio geopolítico de España a la inversión de empresas extranjeras. Fue un boom de crecimiento, con tasas altísimas, compitiendo con las de China. Entonces, es la sociedad la que cambia¡! Llega el consumo, la apertura al turismo, los progresos industriales, y los resultados de esa política, positivos para los asalariados. Dejaron de buscar empleo en Europa.

En otras palabras, precede a la modernización política de los españoles dos decenios de modernización económica y social. O sea, la democracia se asienta sobre una base sólida, una sociedad que con Franco, acaba la revolución industrial que España no había logrado hasta entonces. No niego el papel de sus políticos, pero conviene que pensemos por qué nuestra propia Transición es tan lenta, o acaso imposible. Las líneas que siguen no son un pensar improvisado. Tengo entre mis libros inacabados una historia de la Transición española.  Y de esa larga y difícil transición democrática en el Perú, a la que le ha dedicado César Arias Quincot un libro. No es el único que se ocupe de esa inestable transición peruana. Nicolás Lynch, con La transición conservadora, que es obra de 1992. Y hoy podemos decir que la transición post Alberto Fujimori, es interminable. ¿Podemos, sobre un país todavía subdesarrollado, montar instituciones que necesitan clases sociales ya integradas a la modernidad?

Algo más. La Transición española se produce porque hubo una conciencia colectiva de no volver a repetir el pasado. Escuché a la gente decir, «todo menos la guerra civil». Y decirse, a sí mismos, «somos los turcos de Europa». Lo peor. Y con ello, sentimientos contradictorios. A Franco lo lloraron, pero no quisieron que los franquistas gobernaran.  Cierto, hasta 1975, España fue un régimen autoritario y excluyente. Pero el régimen constitucional establecía un intenso debate y la búsqueda de consensos. Seamos claros. La Transición fue un pacto, con grandes silencios sobre el pasado franquista. Ese era el precio del retorno a la libertad. Todo aquello que los peruanos no pueden hoy día establecer. Por eso la envidia mía, ellos han salido de sus autoritarismos. A nosotros, la bipolarización, esa guerra civil e hipócrita sin balas, nos lleva a lo peor. El España, aparta de mí ese caliz, es hoy, por lo menos para mí, «Perú, aparta de mí ese caliz».

Publicado en El Montonero., 24 de junio de 2019

https://elmontonero.pe/columnas/mi-envidia-de-espana-la-transicion-terminada

Hacia otra visión del Perú: «El águila y el cóndor. México/Perú. Tiempos modernos y contemporáneos»

Written By: Hugo Neira - Jun• 18•19

En estos días de julio, antes de la feria del libro, la Universidad Ricardo Palma, presentará mi último libro. Hace ya unos años que dejé, voluntariamente, un puesto muy honorable, el de director de la Biblioteca Nacional del Perú. Desde entonces miro de lejos el Estado, sin desear ningún puesto público. Acaso porque sostengo que en nuestro país hay gobierno pero no hay Estado. Y dos siglos después de la independencia, no hemos sido capaces de montar ese cuerpo político que desde Hegel —sí, Hegel el prusiano, uno de los padres de la modernidad— se ocupa del «bien común» y no de los intereses particulares. Para servir a ese ideal del «bien común», me consagré a mis clases y a mis investigaciones, aunque algunas de ellas me llevan lejos del Perú, puesto que no encuentro ni las corrientes de ideas contemporáneas que nos ayudarían en nuestra extraña situación de país que ya no es subdesarrollado pero tampoco es un país moderno. Y desde entonces, además de mis clases y mis artículos, publico un par de libros de ciencias sociales por año. Dos universidades me editan. La Ricardo Palma que ya mencioné, y la Universidad San Martín de Porres. Esta última ha editado ¿Qué es Política en el siglo XXI? Un esfuerzo de síntesis que no he hallado en castellano y acaso es el dominio de la cultura anglosajona o de los europeos. Pero como hice estudios en dos grandes escuelas de Francia, esas que tienen, más allá de sus universidades, para aquellos que deciden consagrar su vida no al poder ni al dinero sino al saber, puedo hacerlo a la par que mis colegas europeos.

¿Por qué? Porque soy uno de los raros peruanos que tuvieron un puesto de profesor universitario de por vida en Francia (no se usa el de catedrático) y por concurso público. Y claro está, mis preocupaciones son peruanas y latinoamericanas, pero ni mis métodos ni mis libros lo son. Gran parte de las ciencias sociales están bañadas de ideologías y del pensamiento mágico que desdeña el saber racional. En consecuencia, construyo libros que explican situaciones sociales apoyándome en una corriente especial, la de la multidisciplinariedad. Y en repetidos casos, en el comparatismo. He escrito así un grueso volumen que compara el mundo inca con el azteca, a partir de los conceptos del quechua y el náhuatl. Desde su nivel de algo que podríamos llamar filosofía por su universalidad. Porque terminada esa comparación de las dos grandes civilizaciones precolombinas, me atreví a explorar el pensar de la India Antigua y la China Antigua.

El libro que se presenta el 2 de julio es también comparatista. Ya hubo un primer tomo dedicado al México clásico y al Perú antiguo. Dada la densidad de ambas civilizaciones, el rector Iván Rodríguez me permitió detenerme en el momento de la independencia de ambas culturas, y proseguí con un segundo tomo. Esta vez sobre lo mexicano y peruano republicanos. Es decir, siglos XIX y XX. Fue una tarea titánica. Pero en el libro que estará en manos de los lectores, desfila del lado mexicano, Miguel Hidalgo, Iturbide, las guerras de Santa Anna, Benito Juárez, hasta el Porfiriato, la revolución mexicana, el gobierno prolongado del PRI, y luego, Lazaro Cárdenas. Un estudio no menos minucioso ha sido ocuparse de los caudillos peruanos, Ramón Castilla, el periodo del guano, antes y después de la Guerra del Pacífico, del Huáscar, y ocuparme de Piérola, el civilismo, el militarismo, Leguía y el «feroz siglo XX». Así lo llamo. Pero no crea el lector que es solo historia. Al finalizar el siglo XX  hay un capítulo sobre el fin de siglo y estos dos decenios. Creo y sostengo que ha habido una revolución oculta. No política sino en los cimientos mismos de la sociedad. La llamo las ‘placas tectónicas’. Migraciones internas, cambios de costumbre y de mentalidad. Han ocurrido modificaciones enormes que la clase política no logra digerir, hasta nuestros días. De ahí el abismo que se abre entre el país real y el país político.

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Las placas téctonicas. O revoluciones ocultas del Perú contemporáneo

Cuestión previa

En este capítulo, se intenta imparcialmente abordar algunos hechos sociales contemporáneos que explican la transformación de la sociedad peruana. Pero tenemos una dificultad. Hace diez años Héctor Béjar dijo lo siguiente: «el silencio de hoy a los cuarenta años de la Reforma Agraria es la mejor demostración de su importancia». Hoy se cumplen cincuenta años y el silencio es más poderoso que nunca. En cambio, esa revolución sin sangre es comentada en el extranjero con una mirada objetiva que no se practica en Perú. Prisionero de lo que se llama un sistema de pensamiento «cerrado». En consecuencia, hemos tomado la decisión de recurrir a fuentes y enjuiciamientos no de peruanos sino del extranjero. Con una excepción. La información que proviene del INEI (Instituto Nacional de Estadística). Dejemos, pues, que hablen las cifras y los censos. 

A los peruanos nos ha obsesionado la revolución que no hicimos, para unos, por inevitable temor. Las revoluciones no pueden impedirse ser sangrientas y suelen desembocar en nuevos y elaborados despotismos. A otros, porque nos parecía inevitable. Hubo gente que quería el poder total, pero hubo también gente generosa que estaba dispuesta a dar su vida para que acabase la iniquidad de la vida peruana. Pero la gran noche de la revolución, no ocurrió nunca. Hubo guerrillas, invasiones de tierras, y Sendero Luminoso, pero eso no es ni 1789, ni 1917, ni 1910, ni la entrada de Fidel Castro a La Habana. Y sin embargo, el país ha cambiado. Se removieron las bases de la sociedad misma. Por eso preferimos utilizar una metáfora de orden geológico y estructural: las placas tectónicas. Los geólogos las estudian porque forman las dorsales oceánicas y las cadenas submarinas. Lo que vamos a describir ocurre en el abajo de lo peruano. 

El uso de esa metáfora nos conviene. La revolución, como transformación política, en la definición corriente (Enciclopedia Oxford de Filosofía) hace pensar en cambios radicales de un Estado, de un régimen y del orden social. Algo que fermenta mucho tiempo pero estalla en corto plazo, Diez días que estremecieron al mundo, de John Reed. Lo que vamos a señalar es como las placas tectónicas, un tiempo lento, hechos reales y decisivos, pero no significan en lo inmediato un cambio trascendente en la sociedad. Es el caso del cambio producido en la demografía y la organización social peruana. Estamos hablando de la gran migración del campo a la ciudad. De los Andes a la costa. Un tiempo largo. En «una dinámica demográfica de la población peruana en las últimas cinco décadas». De una transformación que se ha realizado delante de nuestros ojos. Tan importante que solo la comparan con el «descalabro demográfico de la sociedad prehispánica como consecuencia de nuevas enfermedades y la desarticulación del Estado inca». En cambio, «el siglo XX, está marcado por el signo opuesto: la explosión demográfica y una rápida urbanización».

1. Migración interna. De las ojotas rebeldes a la choledad empresarial

Nos atrevemos a usar el  concepto de cholo, no como insulto, sino como reconocimiento social. Las cifras nos permiten un punto de vista objetivo y racional. En 1940 el 70% de la población del Perú era rural. Hoy es todo lo contrario. En el 2017, la población urbana es mayoritaria en todos los departamentos del Perú. No solo en la costa sino en sierra y selva. Hoy, el 76% de los peruanos reside en localidades urbanas. La migración interna es un acontecimiento inmenso. Por la sencilla razón que ocurre cuando la población total alcanzó su mayor tasa de crecimiento. En cifras globales, en 1961 había 10’217’500. En el 2007, había aumentado a 28’220’700. Desde entonces, la tasa anual ha disminuido. El Perú ha hecho su transición demográfica. Es por eso erróneo creer que la migración del campo a la ciudad ha disminuido poblacion rural. «Entre 1961 y 2007 la población rural aumentó en poco más de 1,4 millones de personas.»  ¿Qué significa esta migración interna de los últimos cincuenta años? Lo que sigue se apoya en los censos de población realizados en 1940, 1961, 1972, 1981, 2005, 2007 y 2017.

Una transformación sin precedentes. Se urbaniza la sociedad. La capital, Lima, en 1940 —cuando se inicia el exodo rural hacia la capital— contaba con 645’172 habitantes. En 1961, viente años más tarde, la población es de l’845’910. En 1993 llega a los 6 millones. Hoy, en el 2018, alberga 9 millones. Respecto al resto del país, Lima metropolitana ha pasado de 9,4% en 1940 a 28,4%. Pero sería un error pensar que despuebla la capital a las ciudades costeñas o serranas. La distribución (voluntaria) de población del campo a la ciudad hace crecer también a otras urbes. Y el  INEI (Instituto Nacional de Estadística e Información) señala que en los días que corren, las ciudades del interior crecen a una tasa superior a la de Lima. Estamos hablando de un proceso de modificaciones, tanto económico y social como cultural, en curso. Además, hay que decir que lo urbano se acompaña de otro cambio significativo. Los peruanos de hoy viven más bien en la costa que en la sierra o la selva. En la costa, reside el 55%, en la sierra el 29,6%. La selva sigue siendo poco poblada. Hay que decir que es la primera vez que en tres mil años, la sierra deja de ser el centro nuclear del Perú histórico. Estas mutaciones no nos impiden decir que todavía la peruana es una sociedad muy fragmentada. Por ejemplo, la pobreza monetaria afecta a un 21,7% de la población. Sin embargo, entre 2007 y 2017, cerca de 6 millones de personas dejaron de ser pobres. 

Otro cambio gigantesco. Analfalbetismo y alfabetismo. En 1940, un 57,6%. Que pasó en 1961 a 38,9 %, y en 1981 se reduce a 18,1%. En el 2017, habría solo un 6%. Por lo general, población de adultos mayores y que viven en lugares alejados. Hay debate sobre lo actual: según diversos estudios, consideran que queda un 13% de analfabetos. Departamentos como Huánuco, Ayacucho, Huancavelica, oscilan entre 14% a 11%. Y siempre hay más mujeres analfabetas que varones. Pero se puede decir grosso modo que la población peruana es ahora urbana, costeña y alfabeta. Es innecesario insistir en el impacto de esas modificaciones que llamamos la dinámica de las capas tectónicas. Es decir, la población misma.

Los peruanos conocen estos cambios o creen conocerlos. Los han percibido como la aparición en la capital de migrantes andinos o provincianos. Y con ellos, varios eventos inesperados, toma de tierras eriazas, aparición de las barriadas (transformadas, con la ayuda del tiempo, en distritos). Gente que construye sus propios hogares, al inicio choza en los arenales costeños, luego casa propia. Matos Mar llamó la atención de esa mutación. Y Hernando de Soto explicó, muy tempranamente, ese comportamiento social de los recién llegados (El otro Sendero: la revolución informal, 1987). No por azar la subtitula, «la revolución informal». Los «cholos» bajados de las alturas andinas  ocupaban terrenos, organizaban sus calles y plazas, se inventaban sus propios oficios. Nace con ellos el autoempleo, la autoconstrucción y el autogobierno. Son a la vez el éxito, por ejemplo, Villa el Salvador, y la informalidad, con todo lo de positivo y negativo que la habita. De Soto encuentra en ellos el inicio de un capitalismo venido desde abajo. Aníbal Quijano anuncia el nacimiento de una sociedad cholificada. En efecto, Norma Adams y Jürgen Golten, en Los caballos de Troya de los invasores, encuentran la clave de ese asombroso éxito popular. Los excampesinos llegan a la gran ciudad con el «poder simbólico» (Cf. Bourdieu). Es decir, sus costumbres. Provienen de un patrón de comportamiento andino, cauto en los gastos, prudente porque la tierra como las lluvias son precarias, y con una moral del trabajo y la austeridad (que era milenaria). Al punto que la antropóloga Adams les encuentra un parecido a los pioneros americanos, y lo dice: «no saben que lo son, pero son protestantes». La migración confirma una de las tesis de Max Weber. El capitalismo había aparecido con la Reforma y desde abajo. Los calvinistas alemanes eran sobrios y ahorrativos. Los invasores andinos también lo fueron, en las dos primeras generaciones. Lo suficiente para prosperar por cuenta propia. Hoy sus nietos o tataranietos son parte del país consumista que es el Perú actual.  Su cultura ha cambiado, es chicha, es achorada, es otra cosa. Y es otro tema. Aquí explicamos el génesis y no el apocalipsis.

Con la migración interna, ha ocurrido algo mayor que una revolución, que suelen ser políticas y en consecuencia, visibles. Lo que hemos descrito, tomó tiempo, y para muchos, tomaron como natural un hecho voluntarista, pero anónimo, discreto, improvisada, y eficaz. De abajo vino el vendedor ambulante, luego los mercaditos callejeros, luego la tienda propia, la empresa, los emprendedores populares. Sin la emigración, nada de eso existiría. Si esto no es una revolución social, que baje Pedro y lo vea.

2. La segunda placa tectónica. La reforma del agro en 1969

La segunda placa téctonica ocurre en 1969. Desaparece el gran latifundio y lo que los peruanos llamaron desde los años veinte, el gamonalismo. Pero ese acontecimiento, la entrega de tierras que les pertenecía a los campesinos, es un tema inabordable en el Perú actual. Se sigue diciendo que la reforma agraria de Velasco fue un fracaso, mientras los peruanos van a los supermercados a comprar camote, olluco, yuca, habas verdes, cebada, choclo y carne de ave, de ovino, porcino, y leche fresca, producción que ya no proviene de los latifundios. Muchos de los actuales propietarios de tierras son hijos y nietos de los antiguos arrendires y peones. Pero la ideología dominante niega esos cambios en el mundo rural que sin embargo, los alimenta. Por eso —con la excepción de la estadística del INEI— hemos dicho que acudimos únicamente a la información externa. Ingleses, franceses, americanos que admiten esa reforma como un paso decisivo a la modernidad. Para otra ocasión, la historia de la contrarreforma agraria.

¿Cuál es la situación actual? Según el INEI, el número de unidades agropecuarias es de 2’128’087, y con ello, ocupando una superficie de 7’125’008 hectáreas (2016). Tomando en cuenta el régimen actual de tenencia, hay 2’213’506 unidades agropecuarios.Que se descomponen en 1’516’888 propietaros, unos 256’387 comuneros, 94’244 arrendatarios. Y posesionarios 94’063. Un análisis más preciso, con propiedades de cien o más hectáreas, hay 18’813 propietarios, entre las cuales aparecen también 1’336 comuneros. ¿Qué es lo que ha desaparecido en este censo de propiedades, que va desde pequeñas empresas a grandes propiedades? Ha desaparecido lo que se llamaba el latifundismo. Un sistema de propiedad precapitalista desaparece por obra de una ley, la n°17716. Y desde un gobierno militar que llegó al poder mediante un golpe de Estado. El lector puede comprender lo renuente que era la sociedad peruana a romper el sistema de dominación de los hacendados precapitalista, que tuvo que ser una dictadura (de militares de izquierda) que cambiara, de abajo para arriba, el país sumiso y arcaico anterior a 1969.

Que fue una mutación decisiva no se admite en Perú, todavía. En cambio, sí en la  Encyclopædia Universalis. Antes de la acción espectacular de la reforma, describe de esta manera la vida rural: «En la sierra montañosa de los Andes, donde se concentraba una gran parte de la población rural, reinaba hasta 1968, una situación neofeudal; estaba la gran propiedad en manos de un 0,4% que concentraba el 75,9 %. Todo el resto de propietarios —indios, mestizos, blancos— se repartían el 5,5% de la tierra disponible, por lo general, terrenos mediocres». «Los pagos no se hacían en dinero sino bajo la costumbre arcaica de cambiar tierras de alquiler por mano de obra y días de trabajo del siervo indio. Cuando la reforma agraria fue dada por terminada, en 1979, se habían distribuido 7 millones de hectáreas». Con todo, en la ideología limeña, la reforma agraria fue «un fracaso».

Sin embargo, las tierras recuperadas por los campesinos indios, los hacendados las habían pillado en el siglo XIX. El primer siglo republicano fue una catástrofe para los campesinos indígenas. Libres del control de la administración virreinal que protegía a los campesinos, los hacendados criollos tomaron tierras que no les pertenecía durante el primer siglo de vida republicana. Su independencia, fueron las invasiones de tierras de los años sesenta. Y su San Martín, los sindicatos campesinos que encabezaron líderes indígenas como Saturnino Huillca. Y unos pocos políticos, como Hugo Blanco. (Veáse mis libros Cuzco, tierra y muerte, premio nacional Fomento a la Cultura (1965), y Saturnino Huillca, habla un campesino peruano, premio Casa de las Américas (Cuba, 1975).

Ahora bien, los fundos rurales no fueron distribuidos de manera individual. El gobierno de Velasco estableció un sistema de cooperativas, como Sociedades Agrícolas de Interés Social (SAIS). Pero ni los campesinos comuneros (hay 6’000 comunidades) ni los expeones llamados colonos, es decir, los antiguos peones de la hacienda, la admitieron. Aspiraban a ser propietarios directos. Y eso es lo que ocurrió. En los años ochenta, una reforma a la reforma ocurre en el Cusco. Es una segunda ola de invasiones. Las cooperativas desaparecen en los años ochenta.

Hoy el agro guarda las antiguas comunidades campesinas, pero los exindígenas son propietarios directos. Tenían razón, es una tendencia planetaria en los agricultores, al manejo directo de su propiedad. Explicar esa tendencia natural nos llevaría a un paseo por la antropología y la psicología. Contémonos con insistir que ha nacido una capa social nueva, rural y agropecuaria. Se aplaude esa mutación en Lima, callando su origen.

Sigamos con la explicación que proporcionan observadores no peruanos. Jacques Lambert —francés, americanista, profesor de derecho en la universidad de Lyon—, en un libro célebre por su objetividad, 1956. Es decir, antes de la Reforma. Cuando reinaba el latifundio serrano. (En la costa peruana había gran propiedad, pero pagaban salarios.) Lambert examina la situación rural antes que se mueva la placa tectónica de la reforma. Y en el capítulo IV de un libro dedicado «a las estructuras sociales e instituciones políticas de la América Latina», sostiene lo siguiente: «la responsabilidad de los latifundios en el retardo de la evolución social». ¿Qué quiere decir Lambert? Además de describir la ineficacia de ese sistema de propiedad, de cómo la gran propiedad monopolizaba la tenencia de tierras, observa algo mayor. «El latifundio no solo era cruel y opresivo sino que lo detestaban» porque al indio colono —así se llamaba a los peones de la hacienda—  «lo ponían fuera de la vida política y económica del país». Para Lambert, el indio dentro de la hacienda, estaba encapsulado. La gran propiedad arcaica, el latifundio, no era sino un sistema económico muy débil (los hacendados no eran empresarios sino rentistas). «La gran propiedad arcaica, dice el profesor de Lyon,  imponía la fidelidad personal del campesino indio.» A ese tipo de poder se le llamó el gamonalismo. Desde los años veinte. Desde Hildebrando Castro Pozo, José Carlos Mariátegui. Por eso, Lambert considera el latifundio como una rémora enorme. ¿Cómo podía haber república peruana si sobrevivían esos espacios feudales en todo el territorio?

El «indio», tradicionalmente, obtenía alguna seguridad en su condición de siervo. «Se conformaba con su miseria», dice Lambert. Pero en los sesenta, ocurre un cambio de conciencia en las masas rurales. Descubren el camino a la libertad. Y la emprendieron por su propia cuenta. Fue esa la razón, el gran fenómeno de las invasiones de tierras, el mayor movimiento de rebeldía después de Túpac Amaru II, lo que provoca la decisión de los militares de intervenir y liquidar los semifeudos andinos.

¿Qué paso en el sur, de 1961 a 1965? Llamaremos a un profesor inglés. El más célebre de sus historiadores. Eric J. Hobsbawm publica, en 1959, Primitive Rebels.Traducido en el 2001 como Rebeldes primitivos. Es un estudio sobre las formas arcaicas de los movimientos sociales en el siglo XIX y XX. ¿Qué tipo de gente y de rebeldía lo ocupa? Los anarquistas españoles, el bandolero social, la mafia siciliana, las sectas obreras. Y «un movimiento campesino en el Perú». Sus fuentes son dos. Un informe sobre la tenencia de tierra publicado en Washington, de 1966, y mi libro Cuzco, tierra y muerte, de 1964. Hobsbawm sitúa esa rebeldía de campesinos peruanos como «gente prepolítica  con aspiraciones a la justicia social». Fue un acierto del profesor de Oxford. Los líderes de ese enorme movimiento eran gentes como Sumire, Huillca. Hablaban quechua y en esa lengua se dirigían a las masas. Pero también había entre ellos los que habían hecho servicio militar y eran bilingües. La estrategia atinada de las marchas campesinas viene de ahí, evitaban el enfrentamiento con la policía o el ejército. No eran una guerrilla. Como me encargué de decirlo, no hubo milicias campesinas. Yo escribí ese libro en el lugar de los hechos. Con verdades de puño. «¿Por qué hay invasiones? Porque se han cansado de esperar». Ahora bien, sin extenderme en refutar a Hobsbawm, lo cierto es que los rebeldes no eran tan primitivos. Hubo unos cuantos trotskistas: Hugo Blanco, Vladimiro Valer, Fausto Cornejo. Pero el trotskismo no contaba en la vida política. Entonces, ¿qué fue aquello? Algo que vino de la más extrema marginalidad. Uno de los titulares de mis crónicas habla «de multitudes nuevas, sin partido». Y eso fue lo que ocurrió. Indigenistas, los había habido desde los años veinte. Decenas de antropólogos y estudiosos. Pero esta vez no eran indigenistas sino indios. No es lo mismo. Fue una inesperada toma de conciencia de los explotados. Pero, por eso mismo, no se les pudo entender ni aprobar.

Para concluir, una de las razones por las que la reforma ha sido rechazada es que ocurre fuera del sistema normal de partidos. Se entiende que para las derechas sea un tema maldito. ¿Pero por qué para los partidos de izquierda?  José Carlos Mariátegui, en 1928, acaba con el mítico «problema del indio». No hay tal, la cuestión era «el problema de la tierra». Eso concluye con los movimientos campesinos de los años sesenta, antes del gobierno de Velasco. Pero la izquierda se ha sumado —con algunas excepciones— al llanto de viudas por la desaparición de los hacendados arcaicos. ¿Y por qué razón? Porque ese triunfo de lo popular no lo manejó ningún partido de izquierda. Héctor Béjar, que fue guerrillero, hace su mea culpa en 1965.  El honesto y valiente Béjar. Pero el resto de la intelligentsia que se autocalifica de izquierda revela, en la incapacidad de entender ese movimiento autónomo, popular y libre de fundamentalismos, lo lejos que está del pueblo. Y de unas ciencias sociales objetivas y valiosas. La idea de que una fracción del pueblo se rebele sin una vanguardia, o que una elite revolucionaria aparezca desde abajo, es lo que más les molesta. Y entonces, lo que saben hacer, el silencio.   

Lo peor de todo es que el latifundio peruano es la continuación de una institución virreinal llamada la encomienda. Fue la recompensa de la Corona a los conquistadores para que explotaran a los indios. Bernard Lavallé la define como la «transferencia a particulares para que diesen protección e instrucción evangélica al encomendero». Y a eso seguía el «repartimiento», es decir, aldeas enteras que tributaban con trabajo de servidumbre. Esa figura jurídica evitaba dar títulos de nobleza a los españoles en Indias. El encomendero lo que importaba era la mano de obra indígena. Les hemos llamado equívocamente feudos. No es exacto, es lo que más se les parece. Pero los señores feudales en la Europa medieval, eran jueces y a ratos, la defensa militar de sus siervos, de ahí los castillos en España. En el Perú los señores no tenían ninguna obligación con sus indios peones o colonos. Entonces, quienes defienden todavía el latifundio no saben que están echando de menos una monstruosa entidad que viene del fondo colonial.  Las haciendas permitían la existencia de amos y siervos, como las encomiendas. Y sin embargo, se sigue sin entender que eran incompatibles con un Perú que aspira a ser republicano. (pp. 491-499)

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Falta el tercer terremoto, el libre mercado. Hasta la próxima.

Publicado en Café Viena, 18 de junio de 2019

Cajamarca. Un par de cuestiones

Written By: Hugo Neira - Jun• 17•19

Estuve la semana pasada una noche y dos días en Cajamarca. ¿Por qué la prisa? Tenía que volver a Lima para mis clases. No suelo dejar colgados a mis alumnos. Me habían invitado a un congreso de economía. El evento se realizó en la universidad nacional de Cajamarca y lo organizaron los propios estudiantes. En particular, uno de ellos, Edinson Palacios, a quien agradezco y felicito por su voluntarismo. No es fácil llevar gente a un congreso cuando no abunda el dinero para invertirlo en ese tipo de actividad pese a que Cajamarca está a una hora exacta de Lima por avión. Por otra parte, la mañana en que me tocó exponer, me precede Carlos Parodi. Lo conocía por sus libros. Pero no lo había escuchado nunca como expositor. Es economista y se explica con gran sencillez en temas complejos. Fue muy estimulante escucharlo.

Me ocupé de dos problemáticas. El estado actual del mundo. Y el lugar del Perú de nuestros días. Aquí, abreviaré enormemente el primer punto.

A la cuestión de quién gobierna el mundo, pienso en  Rusia y sus ejércitos, China, cuyo PBI está por alcanzar a los Estados Unidos. Nuestro tiempo no es aquel del final de la segunda guerra mundial. En ese entonces, USA era la primera potencia. Y en temas de esta envergadura, me apoyo en los mejores estudiosos. En Pierre Hassner, profesor que conocí cuando yo era investigador en la escuela de Ciencias Políticas de París. ¿Qué dice hoy, Hassner? Dice que no hay piloto en el timón del mundo. No manda nadie. Estamos en uno de esos periodos de la historia en que ninguna potencia es del todo hegemónica. Hay varias potencias. Pero un mundo al borde del caos.

Exploré también un tema aledaño. La preocupación en sociedades democráticas, en particular Europa y los Estados Unidos, «ante el inesperado éxito económico de los regímenes autoritarios» (Sciences Humaines, n°266). China, Rusia, los Emiratos, la Turquía de Erdogan. Mucho más que las democracias liberales¡! Y mientras crecen con la apertura del mercado mundial casi todas las economías, no deja de ser verdad que se abren brechas sociales gigantescas. ¿Entiende entonces, el amable lector, la aparición de lo que llaman ‘populismos’? Expresan la protesta de la sociedad civil ante la sociedad política.

Ahora bien, para situar el Perú de hoy en la caótica mundialización, pedí en Cajamarca que hiciéramos un esfuerzo en situarnos en los años 50 del siglo XX. Fue entonces que Alfred Sauvy, gran demógrafo, inventó un término o concepto, el «tercer mundo». De ese modo se designaba a los países no alineados, tiempos de la Guerra Fría y la polarización entre la Rusia soviética y la Europa y los Estados Unidos capitalistas. Pero el concepto intentaba cubrir una diversidad de países, tales como el África o el Asia, y pronto se establece la idea del subdesarrollo. F. Perroux bautiza esa situación con el concepto de la ‘dependencia’. Un poco más tarde, se considera que hay un núcleo de naciones avanzadas —Europa, los Estados Unidos e incluso la URSS— como un centro de poder, vinculado a los países de la periferia. Y así, se establece de modo dogmático, que la riqueza de los países avanzados se construía sobre la pobreza de las naciones cuyas ganancias en importaciones, por lo general de materias primas, nunca alcanzarían para adquirir las producciones hipertécnicas de los Estados centrales y desarrollados. La salida de esa situación, se pensó, era la autosuficiencia. Y el rol de los Estados crece en esos años. En esa teoría estuvo la CEPAL, y eso influye tanto en gobiernos autocentrados como Cuba, el Chile de Allende y el Perú de Velasco.

Pero por los 80, se desmorona esa teoría. Aparecen países que se industrializan en el Asia del sureste, como Corea del Sur, Taiwán, Singapur. Este último, con 5,7 millones de habitantes y un PBI (2014) de US$ 307,8 mil millones, superior al nuestro (entonces de 202,6). Menos PEA. Los llamados «tigres asiáticos». Y el caso de Corea del Sur, en 1950 era más pobre que el Perú. Pero a diferencia nuestra, se especializaron en producciones de alimentos y fabricación de productos de la tercera ola industrial. En conclusión, se hunde la teoría de la dependencia. Hoy, mal que bien, liberales e incluso socialistas, entran al mercado mundial. Lo que los separa es la distribución de riqueza.

En fin, para calificar de ‘subdesarrollado’ un país, hubo tres indicios. Primero, país en mayoría analfabeta. Segundo, país de grandes hambrunas. Tercero, país con mayoría de población rural, es decir, de poca productividad y sin las ventajas de la vida en ciudades. El Perú fue eso en los años 60 y 70.

¡Pero hoy ya no hay analfabetos! Sin embargo, la población que sabe leer, no lo hace. Ni libros ni diarios. Tenemos iletrados. Y como ese hecho no nos parece grave, me atreví a leer al auditorio, lo que sigue: «Los datos revelan que el graduado (peruano) promedio que sale de la escuela pública secundaria carece de la capacidad en pensamiento crítico y de aprendizaje, y en consecuencia es inempleable». ¿Quién lo dice? Nada menos que el Banco Mundial. Se refiere a 7,6 millones de jóvenes.

¿Y la hambruna? Hay pobres, niños mal nutridos, pero la gastronomía es nuestro éxito. Aunque con efectos perversos, nos hemos vuelto una país de gorditos. La enfermedad más frecuente es la diabetes. Además, segun el INEI, somos un país urbano. ¿Pero qué somos? Ni subdesarrollados ni potencia regional con una economía modernizada, una sociedad con salud y educación al alcance de todos, que es lo que ocurre en las sociedades avanzadas.

¿Qué ha fallado?, pregunté. No la política. Mal que bien, llevamos veinte años de elecciones. Tampoco la economía. Lo he dicho anteriormente en esta misma columna. «El per cápita en los años 70 del siglo pasado era de US$ 557, luego en 1976 pasa a US$ 943, en el 2000 a US$ 2,023, y en el 2017 a US$ 6,571. No solo ha crecido, sino que han surgido nuevas clases medias.» Pero el malestar ha crecido del 2001 a nuestros días. Es decir, ¿cuánto más se crece, el pueblo se aparta de la democracia?

Entonces ¿qué somos? Les dejé la respuesta. Todo lo que quise era que despertaran. No todo es economía y política. Dinero y poder. Falta el saber. Se han olvidado de la ciencia y el conocimiento. Ha fallado la sociedad misma. En las pruebas  PISA estamos detrás de Indonesia y Bolivia. Y sin embargo, según el Banco Mundial, «el 80% de padres de familia están satisfechos con la educación que reciben sus hijos». En cuanto a los comportamientos, hemos retrocedido. Casi no hay sindicatos. Y es corriente lo ilícito desde el contrabando pasando por la coima como algo normal, a la sorprendente cantidad de choferes que manejan borrachos. Está claro que no se necesita solo economía para salir de nuestra extraña situación. Se necesita instituciones y Estado. Y otro esquema de crecimiento. Que vincule el crecimiento global con el bolsillo de los ciudadanos. El mercado y la inversión social en salud, ciencia y democracia, no es un imposible. Pero para eso se necesita estadistas, no gente improvisada. Sino el capitalismo achorado de estos años y las masas iletradas hundirán la poca democracia que tenemos.

Publicado en El Montonero., 17 de junio de 2019

https://elmontonero.pe/columnas/cajamarca-un-par-de-cuestiones

Francisco Miró Quesada en la filosofía mundial

Written By: Hugo Neira - Jun• 13•19

Acaba de dejarnos el filósofo Miró Quesada. Aun habiendo llegado a vivir un siglo, siempre pesa una pérdida de alguien como él. Estas breves líneas, obviamente se suman al sentimiento de duelo de su familia, de hijos y parientes y amigos. Pero quisiéramos en esta ocasión, observar cómo lo consideraban sus colegas en el exterior. Al escribir esta nota, tenemos en la mesa de trabajo una de las publicaciones sobre los filósofos modernos y contemporáneos que es de lo más seria y profesional. Es decir, la Enciclopedia Oxford de Filosofía. Editor Ted Honderich.

Nuestra fuente es un volumen de 1251 páginas, en la que abundan explicaciones sobre conceptos y corrientes de pensamiento diversos, por ejemplo, la escuela de Harvard (p. 511). O la filosofía francesa, a partir de Descartes. O la británica, esa filosofía analítica que la hizo famosa (p. 434). Pero sobre todo, con nombre propio, personas. Filósofos. Hegel en la página 516. Al lado de un desarrollo sobre qué viene a ser el hedonismo. En ese océano del saber filosófico, hay muy pocos latinoamericanos. Y aún menos peruanos. Pero los hay, y son tres. Augusto Salazar Bondy (p. 1020). Francisco Miró Quesada. Y está Mariátegui, José Carlos. En este caso, podemos admirar el espíritu de esa célebre enciclopedia. Incluye no solo a filósofos sino a pensadores, tal es el caso de Michel Foucault: señalan su lección inaugural en el Collège de France, sobre «el discurso». De Mariátegui no dudan en apreciarlo porque no teniendo estudios secundarios y superiores, como autodidacta, elabora los temas de los Siete Ensayos. Mariátegui está, alfabéticamente, a un paso de Maritain y de Marcuse.

El filósofo Francisco Miró Quesada que ya no es de este valle de lágrimas, aparece en la enciclopedia Oxford, en vida. Así, la reseña que mencionamos la colocamos aquí, sin modificación o alteración alguna. Estamos diciendo cómo era respetado, conocido y apreciado. En el campo de la filosofía no hay un Nobel de premio. Ni lo hay tampoco para los que destaquen en antropología, historia, sociología o psicología. Nobel, el fundador de ese reconocimiento, no pensó en estas disciplinas. Pero la presencia de un pensador peruano en esa fuente universal del saber filosófico que citamos, no es cosa de todos los días. Por eso, por lo excepcional del caso, lo publicamos en esta hora lugubre y a la vez, de gloria.

«Miró-Quesada, Francisco (1918 –  ). Filósofo peruano nacido en Lima y miembro de una familia de prestigiosos intelectuales. Su padre, Óscar Miró-Quesada de la Guerra, fue en su época un conocido intelectual y divulgador de las teorías más recientes en las ciencias naturales. Francisco Miró-Quesada estudió derecho en la Pontificia Universidad Católica del Perú y filosofía en la Universidad Nacional Mayor de San Marcos. En esta última universidad ejerció la docencia desde 1940. Sus temas de investigación son lógica, filosofía de las matemáticas, epistemología, filosofía de la ciencia y filosofía del derecho. Sus influencias  principales fueron la fenomenología de Husserl, en los inicios de su formación, y posteriormente, el positivismo lógico y Bertrand Russell. El proyecto filosófico central que atraviesa su obra es la búsqueda de una nueva teoría de la racionalidad. Él entiende la racionalidad como un conjunto de principios  universales, permanentes y necesarios, de naturaleza formal, que subyacen a la diversidad cultural, lingüística y moral. Así, en sus diversos libros sobre lógica, y especialmente en su Lógica I. Filosofía de las matemáticas (Lima, 1980) se propuso encontrar principios comunes a la diversidad de sistemas lógicos. De igual manera, en el terreno ético, sostiene como principios universales el humanismo (el tomar al ser humano como fin y no como medio) y la simetría.» (p. 804)

Y luego de la reseña, la bibliografía.

Sentido del movimiento fenomenológico  (Lima, 1940); Apuntes para una teoría de la razón (Lima, 1963);  Ensayos de la filosofía del derecho (Lima, 1986).

Publicado en El Montonero., 11 de junio de 2019

https://elmontonero.pe/columnas/francisco-miro-quesada-en-la-filosofia-mundial

Cuando cambió el Perú. No más gamonales

Written By: Hugo Neira - Jun• 12•19

Muchos temas trotan en mi visión del mundo actual, por ejemplo los resultados de las elecciones para el Parlamento Europeo, tanto o más que los populismos, los votos ‘verdes’ o ecológicos. ¿Saben lo que eso significa? Un cambio de vida, de civilización. También podría reflexionar sobre un tema actual y peruano. La confianza en el Ejecutivo desde el Congreso. Pero prefiero esperar lo que sigue, luego del 15 de este mes. Sin embargo, dejo esos temas por otro. Estamos en junio. Y en junio de 1969, termina el feudalismo y el trabajo sin salario de millones de indígenas. No era solo una reforma de la propiedad de la tierra. Se acababa la colonia. No más indios siervos y mandones gamonales.

Las líneas que siguen son aquellas que escribo el 31 de agosto de 1975, cuando Velasco deja el poder y lo reemplaza Morales Bermúdez. Era yo el director del diario Correo, y sabía lo que me iba a costar ese gesto. El texto que sigue no tiene ninguna modificación al original. Pero no es todo el texto. Un fragmento.

«Velasco, el fundador

Tuvo que venir de la humilde provincia esta fuerza de renovación que transforma el Perú, Juan Velasco, nacido en Castilla, distrito de Piura (1910). Tierras norteñas, tierras de dolor y éxodo. Gentes de abajo para las cuales la historia siempre fue una mala pasada. El adolescente Velasco se embarca. De polizón viene de Paita al Callao. Toca las puertas de la Escuela Militar de Chorrillos, todavía bajo influencia francesa. Para ingresar sienta plaza de soldado (1929). El resto, lo conoce la historia reciente. Las mudanzas geográficas y burocráticas de una carrera militar. Hasta la madrugada del 3 de octubre.

Quizá de esas tierras de Castilla la piurana trajo consigo su amor al terruño, al río y a la montaña agreste, como los de Chaclacayo, ahora, su retiro. Quizás trajo, también, esa efusividad de hombre de campo que no le gastaron nunca las aristas lujosas de Palacio. Y la voluntad de partir el pan con el hermano, la búsqueda de una comunidad de riquezas y bienestar, hijo pródigo él mismo, de un trabajo honesto. Y porque venía del norte costeño, el alma de la jarana y la zumba costeña airearon siempre su palabra, porque las traía educadas por el habla popular, ojos y oídos donde se reconocía el pueblo. Y un cierto candor, como el de las almas campesinas. Y de toda la secreta región de la infancia, la derecha intuición y la conciencia del destino de los otros, de millones, que a despecho de su caso no llegaban a generales.

A este soldado se le ocurre pues, en 1968, la gran herejía de la vida peruana. La herejía de la felicidad para los pobres. Solo siete años: y del pueblo dulce y sumiso, de una de las más explotadas patrias de la América indígena, se alza otra nación, otro orden, otro Estado. Nada más fantástico que esta realidad. Nada más desbordante, aún que la imaginación, que el proceso revolucionario de estos años. El nombre de Velasco queda ligado para siempre a la recuperación de los recursos naturales del dominio extranjero, a la nacionalización del comercio exterior y la banca, a la liquidación del latifundio, a la naciente siderúrgica, petroquímica y pesca, a la propiedad social y el oleoducto que atravesará los Andes, como al nacimiento de miles de instituciones de base. A una política internacional tercermundista, a la reforma de la prensa, y a tantas otras cosas que no tienen por qué estar en una nota de comprobaciones melancólicas.

Este soldado marcó una hora. Desde entonces sabemos mejor quiénes somos y adónde vamos. Su nombre estalló como una granada entre nosotros: Velasco. Se rompieron las dentadas ruedas de la tradición. Se hizo trizas el país oligárquico y altanero. Reforma agraria o comunidades laborales: la virtud de Velasco fue el desquite de los oscuros. Y durante siete años para todos, revolucionarios o no, la zozobra y el asombro de vivir un tiempo de intermedios, sus decisiones mantuvieron en vilo la nación, pro o contra. Jamás indiferente ante sus gestos. Y cada medida iba añadiendo en el reino indeterminado y siempre inconcluso de lo político, otro ordenamiento socioeconómico, coherente, que le sobrevive. Cierto, la política revolucionaria peruana no comienza en 1968. Fue el pedido de varias generaciones sacrificadas en mazmorras y en exilios. Cierto, la «intelligentzia» reclama su lugar en este resumen, desde Mariátegui a Arguedas. Pero sin esa gran osadía, sin Velasco ¿qué hubiera sido la política sino una forma más de la incoherencia criolla? ¿Qué, la literatura, sino otra manera del desencanto? Cuando volteamos hacia atrás, Luis Cardoza y Aragón, por otra patria americana que se nos parece, «algo de lo mejor nuestro es memoria de pesadilla». Y bien, pregunto: ¿es esta nuestra memoria de los siete años transcurridos? ¿Es la descripción del presente, la descripción de la noche? Ciertamente no. Tiempos difíciles, sí. Puesto que tiempos de rupturas. Tiempo para hombres enteros.» […]

            Correo, domingo 31 de agosto de 1975, p. 12

Nota actual

Una semana más tarde, el gobierno militar que me había llamado a ser Director —no fue un cargo que yo había pedido—, con la misma potestad que me había nombrado, me quitó el cargo. Lo encontré normal. Hasta ese momento, ese diario encarnaba una de las varias corrientes políticas que habitaban lo que se llamaba el velasquismo. Hubo tendencia procubana (en Expreso) de corte democratacristiano, de voluntad más bien autoritaria. Y nosotros, en Correo, una corriente que aprobaba la «propiedad social», es decir, la autogestión. Acaso era una quimera, pero eso era lo que nos reunía, Jaime Llosa, Carlos Delgado, Carlos Franco.

Ahora bien, acaso la insolencia de ese adiós a Velasco me valió la persecución bajo el gobierno de Morales Bermúdez; se declaró contra mi persona. Once meses estuve haciendo una vida clandestina. Me hacían auditorías, pero primero querían meterme preso. Y no lo lograron. El esposo de una tía mía, hermana de mi madre, José Hermoza, a quien la reforma agraria le había intervenido mas le habían dejado tierras, —lo suficiente para seguir como agricultor (era muy moderno, se había formado en los Estados Unidos)—, llamaba a mi madre y le dice que venga a su granja. Cuando me recibe me dice: «nadie te va a buscar, Hugo, en la hacienda de una de tus víctimas».

Y así fue. Un año más tarde, aparecieron tres coroneles, que eran velasquistas, y le dijeron a mi madre: «No sabemos dónde está su hijo, pero dígale que se vaya. Le hemos abierto la puerta. Pero por un corto tiempo. Que pase por Torre Tagle donde le espera su pasaporte». Y así fue. En Francia me esperaron con los brazos abiertos. Volví a los estudios. Historia, Ciencias Políticas, y añadí Ciencias Sociales. No volví nunca a la política peruana. Seguí estudiando y cuando llegue el ángel de la guadaña, aquel que visita a todo mortal, me encontrará escribiendo un texto o leyendo un libro. Perdón por estas líneas finales, pero hay cosas que a veces hay que contarlas. Nadie tiene comprada la vida.

Publicado en Café Viena, 11 de junio de 2019

Cuando cambió el Perú. No más gamonales