El Texao de Juan Guillermo Carpio Muñoz se puede
considerar como la enciclopedia de Arequipa, debido a su riqueza histórica e
informativa, compilada cuidadosamente y en un formato original durante los 20
años que le llevó al autor esta tarea. El sociólogo y periodista, exdirector de
la Biblioteca Nacional, Hugo Neira, lo sabe bien, no en vano leyó las más de
7,000 páginas que integran los 12 tomos de la edición completa de este libro,
cuya presentación estuvo a su cargo en junio.
Entrevista: Monica Cáceres
-¿Por qué deberíamos considerar la obra de Juan Carpio, el Texao, como una enciclopedia?
La obra de Juan Guillermo Carpio, Texao,
Arequipa y Mostajo, en definitiva rompe todos los modelos de edición de
estudios e investigaciones, no se trata solo de la acumulación de documentos o
textos, porque contiene información de la historia nacional e internacional y
está todo expresado en varios tomos, a esto es a lo que llamamos enciclopedia.
¿Qué es lo que destaca de este trabajo?
Puedo decir que se trata más de la historia regional, porque cada tomo nos
lleva a un registro de datos sobre Arequipa, junto a la historia del Perú, con
narraciones y descripciones de momentos y personajes que se entrelazan en una
riqueza de datos que cautiva a arequipeños y a los que no lo son. No solo es el
registro de la historia, va más allá, hasta llegar a la explicación de sucesos,
la descripción de identidades.
-Se puede ver que el autor se ocupa de varios temas, no solo de la
política.
Así es. Podemos ver que a cada capítulo le dedica espacios muy nutridos
sobre cómo es la cultura popular de los arequipeños, desde sus expresiones
populares, las peleas de toros, la música popular y a la comida tradicional.
Podemos hallar aspectos como la rebelión popular de 1867, pero también los
terremotos, lo que fue Arequipa en el momento de la Guerra del Pacífico y otros
temas sobre arte, música, fotografía o simplemente la vida en la ciudad. Así,
podemos encontrar la historia política sin duda, pero también la historia
cultural, dada la importancia que se da a literatos, juristas, artistas y
pensadores.
-Usted ha hecho mención a las fuentes consultadas por Carpio Muñoz para
esta obra.
Sí, es indudable que lo recogido por el periodismo local, la recuperación
de lo que en su momento dijeron los testigos de vista de los acontecimientos,
es decir, el diario La Bolsa, El Deber,
El Pueblo, ha sido de gran trascendencia en estos libros. Cada capítulo
tiene algo que ver con las costumbres y tradiciones. Carpio Muñoz ha sabido
tomar los deseos, los dolores y los placeres de la gente y nos lleva a la
Arequipa de los chacareros y de los juristas, de los personajes destacados, de
los artistas. Es una fuente riquísima para investigaciones posteriores de
antropólogos y sociólogos y lingüistas.
-¿Qué concluye después de revisar los 14 tomos de Texao? Me he quedado
admirado porque hay varias disciplinas ahí. La antropología, los aportes, los
arequipeñismos, pero también la gente, sus y hábitos. Es un libro excepcional
por eso y por eso digo, seriamente, que es una Enciclopedia que se puede seguir
extendiendo con otras disciplinas. Por ejemplo, el Misti y su geología no están,
tampoco la flora y fauna de Arequipa que es distinta a otros lugares.
-¿Cuál sería su mensaje para las nuevas generaciones respecto al Texao?
Es una obra para todos los arequipéños y los peruanos. A pesar de no
conocer al autor, puedo ver que su objetivo fue vincular la historia de
Arequipa con la historia del Perú, es un modelo de trabajo digno de admiración.
Es increíble cómo ha podido el autor atinar a un modelo que es importante y
adelantarse a lo que es ahora tendencia mundial: hacer la historia del mundo
comparándola con otros momentos.
Entrevista publicada en el diario Correo-Arequipa, 16 de julio de 2019
Hoy día domingo 14 de Julio, me he quedado en casa. Por varias
razones. Estoy cargado de trabajo puesto que llego al fin de ciclo
universitario, y esta vez he estado si no agobiado, sí muy ocupado con mis
clases. Ya era mucho tres, suelo no hacer demasiada pedagogía para dejar algo
de mi tiempo para escribir. Pero en este ciclo han sido cuatro. En sus últimos
días, Alan García se estuvo despidiendo. Entre otros adioses, le dijo al rector
de la Universidad San Martín de Porres, a Antonio Chang, que «si algo le
ocurría» (en condicional), su curso y sus alumnos podían seguir si yo tomaba su
cátedra. Y eso es lo que ocurrió. De pronto tuve unos 40 alumnos más de los que
ya tenía a cargo. Hice lo posible. No siempre hay una persona como era Alan —
no solo sus estudios en Francia, el largo periodo de exilio—, sino ¡dos veces
presidente! Hice lo que pude. No soy político, apenas un profesor que a ratos
también escribe para el ciudadano, y no solo para los colegas.
La segunda razón es que quería presenciar la fiesta francesa por
el día 14 de julio, el equivalente del día de la Independencia en los Estados
Unidos o nuestro 28 de julio. Ocurre que esta vez, además de los rituales y
desfiles del caso, se iba a mostrar públicamente, un nuevo invento. Un aparato
que permite al hombre volar por los aires. Un hombre de pie, y en los pies, una
suerte de máquina redonda. Eso es todo, ¡y vuela! Y de hecho eso es lo que hemos visto. Como se
comprenderá, eso significa muchas aplicaciones. De entrada es un arma de
guerra, podemos deducir que los cielos se pueden cubrir de ejércitos aéreos.
Pero claro está, como ha ocurrido en el pasado, objetos nacidos para la guerra
fueron los primeros aviones en el curso de la primera guerra mundial. Pero
desde los años treinta, se convierten en aviones comerciales. Acaso este
invento modifique la vida y el desplazamiento de la humanidad. Porque los
cambios climáticos no son broma.
Este ha sido un domingo de sorpresas. Resulta que en el diario Trome, en la edición de este domingo 14 de Julio, en la columna tan conocida
como El Búho, su autor se entera que acabo de sacar un nuevo libro. En efecto,
el segundo tomo de mis trabajos de comparaciones entre México y Perú, después
del primer tomo dedicado a la comparacion de Mesoamérica y el mundo andino (o
sea, la comparación entre la civilización azteca y los incas) y luego de sendos
procesos históricos virreinales, llegué hasta las independencias de ambas
sociedades. El texto era ya extenso. Gracias a la buena voluntad del rector de
la Universidad Ricardo Palma, Iván Rodríguez, se me permitió un segundo tomo.
Le doy las gracias. Por cierto fue
trabajoso pero necesario. La Independencia de México y Perú, el siglo XIX de
ambos, el siglo XX con los grandes temas de cada sociedad, y por último, el
ingreso al siglo XXI.
Volviendo a la nota periodística del Búho, debo decir que me llama
«Maestro Neira». Y la verdad, que me ha conmovido. No conozco al autor, que por
cierto es periodista muy seguido. Ahora bien, dice que algunos de mis trabajos
como periodista le han servido personalmente en su proceso personal de ser el
periodista que hoy es. Y luego se ocupa de uno de mis primeros libros, acaso el
más conocido: Cuzco:
tierra y muerte. Lo entiendo, ese libro
le permite relatar mi vida, la suerte de que la eminencia que era Raúl Porras
me llamara a su equipo, en donde estaba Mario Vargas Llosa, Pablo Macera,
Carlos Araníbar y esta modesta persona, entonces, «un jovencito erudito». La
nota es la historia de cómo llegué al Cusco, enviado por el Expreso de Manuel Mujica y de su director, José Antonio
Encinas. Un diplomático peruano que había obtenido no uno sino dos doctorados
en Harvard, economía y filosofía, modestamente. Encinas reúne entonces un
equipo de juniors, que pasamos por un concurso para ser los editorialistas,
Luis Loaiza, Abelardo Oquendo, Raúl Vargas y el que escribe. Ahora bien, cuando
apareció «un fenómeno nuevo en la sociedad peruana» —tomo las palabras del
Búho— y «miles de campesinos en Cusco estaban ‘invadiendo’ las gigantescas
haciendas de propiedad de las familias más importantes de la región», en Lima
no se entendía qué era lo que estaba pasando. No era una guerilla (eso fue
Béjar) pero esa toma pacífica en la que no había ni incendios ni agresiones a
los hacendados, ¿qué era? Encinas decide entonces enviarme a mí al Cusco, por
el tiempo que esa fuerza emergente y sin nombre actuara. Me lo impuso: «Usted
ha sido alumno de Arguedas y de Matos Mar». Y era cierto. Lo que hice fue muy
sencillo, guardé en el bolsillo mis ideas y a prioris. Entreviste a los campesinos y en especial sus líderes. Los artículos
salieron publicados en Lima, y en Cusco, leídos por los dirigentes de esa
gigantesca marcha de campesinos hacia sus «recuperaciones de tierras». Visto
que les daba la palabra en mis crónicas, me nombraron «periodista compañero
cuna». Y los seguí semana tras semana. No hice sino decir lo real. Esas
invasiones no eran violentas. Había aparecido una élite campesina, gente que
tenía una estrategia para no enfrentar la violencia policial. Mi libro los hace
entrar en lo que algún día será la historia del pueblo peruano, a saber,
Sumire, Urbano López, Vladimiro Valer, y por cierto, Saturnino Huillca, el
dirigente quechua que no le daba la gana de hablar en castellano, uno de los
seres humanos más completo. Mucho años después lo entrevisté y escribí un libro
sobre su vida (Huillca, habla un campesino peruano). Gané (ganamos) el premio Casa de las Américas, 1974. Viajamos juntos
a La Habana. Los 3 mil dólares del premio, se los di a Saturnino. Después de todo
era su vida y sus ideas.
Ese libro lo tradujeron a 7 lenguas. Y Cuzco: tierra y muerte me dio dos premios. Uno, el Congreso de
Lima, porque había despejado los criterios imprecisos de esos días. Y otra
cosa, un profesor francés, de paso por Lima, François Chevalier, se interesó
por mi libro. No lo sabía, era lo que se llama un mandarin, es decir, el catedrático de la Sorbona
prácticamente dueño de un área del conocimiento. Era un enorme americanista. Me
propuso ir a París y trabajar como investigador. Me darían un contrato que me
permitiría seguir estudios en cualquier grande école de París. Fue un giro decisivo en mi vida. Todo por decir las cosas
sencillamente. Raúl Vargas me entendió. «Neira se ha vuelto un cronista de
indios». Sí, pues, del rigor de Porras al hecho de saber admirar algo que era
emergente y poderoso: lo que sucedía en el sur del Perú cambió mi manera de ver
la historia y la sociedad. Sin ese país campesino que recuperara tierras, no
hubiesen dado el paso que dieron las Fuerzas Armadas en 1969. La reforma del
mundo rural se inicia en esos meses. De Quillabamba a la nación ya no de
servidumbres indígenas.
El nuevo libro.
El águila y el cóndor.
México/Perú. Tiempo moderno y contemporáneo, editorial
Ricardo Palma, 2019.
En efecto, como dice El Búho,
otro libro más sobre el Perú, pero desde una perspectiva comparativa. En
realidad, hace un buen rato que practico esa modalidad. Vivimos cada vez más,
en un mundo de naciones y culturas. Y a ese texto le preceden otros, de tipo
comparativo. He publicado Civilizaciones
comparadas (2015), que incluye a los incas y los aztecas. Y luego de
compararlos, a partir de sus conceptos de orden que podríamos llamar
filosófico, siendo conceptual —analizando algunos vocablos del quechua y del
náhuatl— tuve el atrevimiento de continuar. Y comparamos las dos únicas y
grandes civilizaciones de la América anterior a la Conquista, con la China
Antigua y la India. El comparatismo también lo he usado para mi libro ¿Qué es Nación? (2013). En ese caso
estudié y explico tres construcciones nacionales, Francia, Gran Bretaña y
Alemania. Pero como la nación no es un fenómeno solo occidental, me ocupé de
tres construcciones extraoccidentales, el Japón de los Meiji, la India de
Gandhi y el México de la revolución. En ese libro, explico los procedimientos
necesarios para abarcar entidades históricas como las indicadas. Y para decirlo
todo en una sola frase, en esos casos, soy un trabajador intelectual que reúne
varias disciplinas, y asumo una mirada holística. Es decir, global. Los
maestros en que me inspiro, vale la pena decirlo, son Louis Dumont para la
India, Gellner para las naciones industrializadas y Eric Hobsbawm, a quien
conocí en Oxford, y que acaso es el historiador más completo ante la historia
global. Esos trabajos anteceden al último libro mío.
Hubo un primer tomo de esa
comparación México/Perú. El mundo mesoamericano de los aztecas y el andino de
los incas. Hoy agradezco al rector Iván Rodríguez de la Ricardo Palma, puesto
que resultaba enorme el comparatismo mexicano-peruano desde sus civilizaciones
y el periodo virreinal. El primer tomo se detiene antes del proceso
independentista. Y me permitió continuar con el siglo XIX, el XX y el ingreso a
este. Quiere decir que en el II tomo me ocupo de nuestro siglo republicano, el
XIX. Y continúo, tanto para México como para el Perú, hasta nuestro tiempo
contemporáneo.
Para el Perú, el libro se
cierra con la actualidad. He escrito capítulos que revisan lo que llamo, «el
feroz siglo XX». Desde nuestro Novecientos y la aparición de la intelligentsia, a Haya de la Torre, y el
ahora, los últimos años, los outsiders,
el enigma peruano de crecimiento económico y desafecto político. Del riesgo de
una sociedad de masas sin nación concluida. Hay un capítulo final. Sostengo que
ha ocurrido una serie de «revoluciones» ocultas en el Perú, la migración, los
efectos de la reforma agraria de 1969 y el ingreso a la economía de mercado,
esto último, con ventajas pero con enormes brechas. ¿Crecimiento sin
desarrollo? ¿Democracia y corrupción? Por mi parte, más que fijarme en lo que
ocurre en la clase política, suelo mirar lo que llamo las «placas tectónicas».
Lo de abajo, su cultura, las sorpresas que pueden venir de la sociedad misma…
Lo que sigue en esta nota,
son fragmentos de «un epílogo para peruanos». No aspiran a razonar desde alguna
de las ideologías dominantes. El sociólogo es todo lo contrario del ideólogo.
Lo que sí tiene, es sinceridad. Nuestro futuro inmediato es imprevisible.
Adelante pues, y buena lectura.
Epílogo (sincero) para peruanos
Nuestro siglo XIX fue caótico. El siglo XX, feroz. Temo lo que nos ocurra en el presente inmediato. Nuestro proceso industrial es incompleto, no hemos estado ni en la primera revolución industrial, ni en la segunda o tercera. Seguimos siendo un país de exportaciones mineras y agrícolas. La burguesía peruana no lo es del todo. Y lo peor, la actual educación primaria y secundaria —con muy pocas excepciones— va a la cola del planeta en las pruebas Pisa. Los últimos de la clase (Nicolás Lynch). Y el resultado es una caterva de parados sin oficio, de descontentos ilustrados, de graduados sin destino. Tampoco de esa catástrofe cultural se escapa la educación superior. Transición y desubicada intelligentsia parecen que van de la par. Hace más de diez años que el Banco Mundial nos ha dicho que no tenemos recursos humanos. Y en esas condiciones, cualquier tipo de modelo de desarrollo corre al fracaso.
En consecuencia, la calidad de la vida política, en vez de mejorar, se ha empobrecido. Hay, sin embargo, unos pocos propietarios de la palabra y el saber simbólico. En una alianza perversa con los medios, manipulan a las multitudes con posverdades. El verdadero poder sigue siendo las empresas. Pero no es novedad. Lo que es nuevo, y francamente perverso, es el ser riesgosamente un país de peligrosísimos psicosociales a través de diarios y medios. El resultado es que la gente deja de creer que los periódicos le digan algo verdadero. Otro asunto. Se está olvidando nuestra compleja identidad. Se la quiere única, contrariando nuestras mezclas que somos, un país trabajado por legados hispanos, indios y africanos. «El país de todas las sangres». Desde esa óptica, quizá un país más adelantado que muchos otros, puesto que nuestro mestizaje nos ha formado en medio de culturas distintas, lo cual no es un defecto sino virtud.
Pero también, hay que decirlo, cabalga un sustrato redencionista y fatalista de la historia en el alma de mucha gente. De ahí provienen esa suerte de santones laicos, jefes de partidos que giran pronto a la secta, profesores del Ciclo Básico que organizan exterminios tártaros, líderes supremos e iluminados de toda laya. Seguimos siendo un curioso país donde la diferencia entre manifestación y procesión no es muy clara, ni entre misa y masa, y entre devoción y convicción.
Dos siglos de vida republicana. Y seguimos sin entender que el quehacer intelectual y el político son actividades nobles, pero amalgamadas pueden producir monstruosidades. Con mayor razón en una sociedad que no ha entendido que una república, para serlo, debe ser laica. Lo cual no significa abjurar de la fe católica o de otras religiones. Lo que nos pervierte, no es que la Iglesia se inmiscuya en la vida pública sino que la política y el debate republicano se pervierten porque derechas o izquierdas, son fundamentalistas. En materia de creencias políticas, hemos trasladado el vicio de la intolerancia inquisitorial al debate nacional. Nos pervierte una cultura política de fondo judeocatólico en la que el héroe tiene que ser siempre un mártir. Se admira a Mariátegui, y callamos que estaba a punto de emigrar a Buenos Aires cuando le llega la muerte. A Haya de la Torre se le toma como un gran maestro, que lo era, pero cuando ya no está. Además de esos comportamientos intolerantes que proceden de la vertiente criolla-occidental, se suma, en el siglo XX, una serie de interminables desdichas políticas tras el culto apocalíptico de los mitos del ciclo andino. Inkarri, el Taqui Ongoy.
Hay una corriente en la antropología peruana que no estudia los antiguos rituales. Los resucita. El uso de la herencia cuerda de los incas se transforma, en el Perú actual, en un pretexto para querer gobernar totalitariamente. Puede que la Teología de la liberación tenga algo que decir. Pero más ganaríamos con la liberación de todas las Teologías. En las que incluyo las ideologías. En cuanto a la vida política, no hay partidos. En realidad, se comportan como religiones. Lo digo porque ante nuestros problemas, no tienen como respuesta sino algún tipo de mesianismo. El pueblo, en cambio, tiene el buen sentido de todo pueblo. Y entonces se da el caso asombroso que las masas resultan ser a ratos lúcidas, mientras las élites deliran. Mientras esto dure, el Perú no entrará del todo a la modernidad. La gran ruptura sería volvernos un país de científicos. Pero la utopía andina que reina adora el pasado y desdeña el porvenir.
El debate por el pensamiento libre es, pues, decisivo. Tenemos todo, minería, posibilidades inmensas debido a la variedad de climas y escalones bioclimáticos. Pero nos falta la pasión por el conocimiento y en general la cultura y las artes. El cultivo de eso que se llama la cultura, desde la literatura hasta las ciencias naturales, nos llevará a playas más lúcidas y humanas que las actuales. Estoy convencido de que la especialización del saber y el poder en esferas independientes no puede echar, a la larga, sino frutos saludables. Una sociedad comienza a respirar mejor cuando sus políticos, por muy cultos o iluminados que parezcan, no aspiran al monopolio imposible de las certezas. Cuando lo privado y lo social se separan de lo gubernamental por la magia del conocimiento. Y cuando en el fondo de las aulas, los más listos y los más talentosos se destinan a diversos oficios y saberes. Y no forzosamente a ser pastores del extraviado rebaño de sus contemporáneos. Mucho tardará, sin embargo, para que el Señor nos llame por senderos tan civilizados. (HN, pp. 502-504)
Lo que
ocurre en 1969 es algo que venía a ser un problema desde hacía un buen tiempo.
El tema del indio, de la tierra, del enfrentamiento de comunidades indígenas y
grandes haciendas a lo largo de la vida republicana. Pero de eso no se habla.
De modo que, aprovechando que no hay cursos de historia del Perú en la
secundaria peruana, se da la impresión de que un dictador —o sea Velasco–
decide caprichosamente la expropiación de los latifundios. En la falsificación
de la memoria del 68 hay mucho de antihistoricismo. Se hace como si ese
problema y posibilidad —para usar los términos de Jorge Basadre—, la tenencia
de tierras en los Andes, fuera un asunto que emerge con el gobierno militar.
Pero en realidad es todo lo contrario. Al punto que podemos trazar sin
exagerar, una suerte de genealogía.
Que los indígenas peruanos sufrían de diversos abusos y formas de explotación, es algo que era tan evidente que mucho antes de la Independencia, fue materia de crítica por los mismos españoles. Es el caso de Jorge Juan y Antonio de Ulloa, hacia 1735. Siendo ambos marinos, observaron puertos y ciudades, pero también las plazas de armas, y de paso el comercio ilícito que venía de Europa y de China. Y muy pronto, en su extenso informe, en la sesión cuarta, de la página 197 a 367, «el tiránico modo de gobierno establecido en el Perú por los corregidores sobre los indios, y el estado miserable en que estos viven». Además, los indígenas pagaban los tributos reales y las malditas alcabalas. Pero si los corregidores hacían fortunas con sus mulas, venta de géneros, «en crecidas utilidades que sacan», los marinos españoles encuentran que a las crueldades de los corregidores con los indios se sumaba las de curas, eclesiásticos seculares y regulares. «En vez de ser sus padres espirituales y defensores», estos curas, en sus iglesias, «se aplican en hacer caudal». Desde la limosna de la misa cantada, o el regalo de dos o tres docenas de gallinas, o las semillas, «o las chacaritas que cultivan, o las festividades, o el mes de los finados». Entre fiestas y finados, «sacan al año 200 carneros, 600 gallinas y pollos, de tres a cuatro mil cuyes y de 40 mil a 50 mil huevos» (Noticias secretas de América, Historia 16, Madrid, 1991).
He
invocado una genealogía. Es decir, los antepasados de 1969. Aquí van.
1888. Del lado
intelectual, radical, elitario, librepensador, Manuel González Prada. Discurso
en el Politeama: «No forman el verdadero
Perú las agrupaciones de criollos i estranjeros que habitan la faja de tierra
situada entre el Pacífico i los Andes ; la nación está formada por las
muchedumbres de indios diseminadas en la banda oriental de la cordillera».
«A vosotros, maestros de escuela, toca
galvanizar una raza que se adormece bajo la tiranía del juez de paz, del
gobernador i del cura, esa trinidad embrutecedora del indio». González Prada,
el primer paso a la insumisión, la lección magistral para Haya de la Torre y
José Carlos Mariátegui.
1919. Golpe
de Estado de Leguía, pese a que había ganado las elecciones. Su próposito:
sepultar al Partido Civil y una nueva constitución. Y en ella, la vez primera
en que en las constituciones republicanas se establece la defensa legal de las
comunidades indígenas ante el asalto de los hacendados. Tiempo de indigenistas,
Hildebrando Castro Pozo, Nuestra
comunidad indígena, 1924. Pero todavía no se abordaba el problema indio
como asunto social y legal.
1928. En
Mariátegui, «el problema del indio», unas 11 páginas. «El problema de la tierra»,
40 páginas. «Empecemos por declarar absolutamente superados los puntos de vista
humanitarios o filantrópicos». Entonces, «el problema agrario, colonialismo/
feudalismo, la política del coloniaje, el colonizador español, la comunidad
bajo el coloniaje, la revolución de la independencia y la propiedad agraria,
política agraria de la república, la gran propiedad y el poder político, la comunidad
y el latifundio, el régimen de trabajo, servidumbre y asalariado, proposiciones
finales».
De 1920 a 1945: violentos movimientos campesinos, rebeliones
como la que estudia el francés Jean Piel en Tocroyoc, o en Lauramarca,
estudiado por Wilson Reátegui y por sanmarquinos como Flores Marín y Rolando
Pachas. O el levantamiento de un mayor del Ejército, llamado Rumi Maqui, quien
según Alberto Flores Galindo, «logra convocar a indios de Puno, Cuzco, Abancay
y Ayacucho». Pero a lo que vamos, el conflicto entre haciendas y comunidades
crecía a medida que las haciendas conseguían judicialmente vencer a las
comunidades. Gracias a lo que se llamaba el gamonalismo, el gran propietario y
sus familiares y allegados. En ese lapso, hubo de parte del campesinado
acciones violentas. Lo que los franceses llamaban jacquerie, levantamientos feroces y sangrientos que acaban por
ser aplastados por el Ejército. José María Arguedas lo recuerda, «los funebres
alzamientos». Huancané, por ejemplo. Pero algo nuevo en el sur peruano,
especialmente, en el Cusco.
Entre 1961 y 1965, «miles de campesinos en Cusco estaban
‘invadiendo’ las gigantescas haciendas de propiedad de las familias más
importantes de la región. Los campesinos las llamaban ‘recuperaciones de
tierras’.» Era una movilización gigantesca, solo comparable a cuando se alza
José Gabriel Condorcanqui, Túpac Amaru II. En el corazón de ese movimiento, la
Federación Campesina del Perú. En Cuzco:
tierra y muerte, libro que recoge de inmediato las crónicas sobre esa
emergencia rural, la sorpresa es doble. Es un fenómeno social novedoso.
1963. «¿Cómo es una invasión? Las invasiones son pacíficas. Una poblada,
formada por campesinos de las localidades vecinas, invade, casi siempre en la
madrugada, los terrenos de una hacienda. Pero la casa —hacienda o el caserío
vecino— y los pongos al servicio de los amos, quedan indemnes. Nada hay más
ajeno al carácter de las masas indígenas que el desenfreno. Invadir no es pues
saquear, robar, incendiar o violar. Es simplemente entrar a la tierra prohibida
de la hacienda. Desde los balcones de madera los hacendados pueden ver cómo sus
propiedades cambian de mano. Pero sus vidas están a salvo. El sindicalismo
agrario no es un movimiento vengativo». Esta nota se escribió en el terreno mismo
del conflicto, y ocupa la página 98 de Cuzco:
tierra y muerte, edición de 1964.
1950-1969: La reforma agraria no hubiese sido sin el CAEM. En los inicios de los años 50, bajo el
mando del general Marín del Águila, algo que va más lejos que una simple
escuela militar. El Centro de Altos Estudios Militares del Perú (CAEM) se vuelve una universidad para oficiales.
Se estudia Economía, Ciencia Política con los mejores profesores civiles que se
pueden encontrar en Lima, y además, con profesores extranjeros. Y todo ello es
la apertura a los problemas sociales, a la formación de una «nueva mentalidad»
en los altos cuadros de la Fuerza Armada del Perú. Un pensamiento desarrollista en los
militares peruanos.
Esperaban, pues, de la presidencia de Fernando Belaunde esa reforma del mundo agrario. Al frustrarse esa salida, se enfrentan entonces a un dilema. Tras los acontecimientos del valle de la Convención del Cusco —el ejemplo de Chaupimayo— ¿eran los militares los que tenían que pagar el precio de la inmovilidad de la capa social de terratenientes? Luego de idas y vueltas, finalmente se deciden a llevar a cabo la reforma que no era solo agraria (una modificación de la tenencia de la tierra) sino la liberación de la capacidad productiva de la mano de obra de los campesinos en sus propias hectáreas. El ingreso a la economía moderna.
1969 al 2019: Hay en el Perú un nuevo tipo de tenencia de la tierra. Hay una dinámica tras la aplicación de la ley de Reforma Agraria. De las SAIS (Sociedades Agrícolas de Interés Social) que coordinaban a las exhaciendas en manos de peones, se pasa a parcelaciones, que es lo que los campesinos prefieren. La desmembración de las cooperativas lleva a formar nuevas comunidades campesinas. De cerca de 4000 en 1969, han llegado a ser 7000. Muchas de ellas han sido reconocidas por adjudicación con la reforma agraria de 1969. En fin, el posvelasquismo tiene una historia bastante distinta entre Pasco y Tumbes, entre Cusco y Piura.
¿Qué fue
la Reforma Agraria? Una serie de historicidades que se reúnen en un momento
determinado. El cambio de mentalidad en las filas de los oficiales, dado el CAEM. Y un cambio de liderazgo en el mundo rural cusqueño.
Por un lado, oficiales como Fernández Maldonado, Mercado Jarrín, Leonidas Rodríguez
y claro está, Juan Velasco Alvarado. Y del lado rural, entre jóvenes
estudiantes y líderes campesinos, Vladimiro Valer, Fausto Cornejo, Saturnino
Huillca. Los militares borraron del escenario a la vieja oligarquía. Los
campesinos, ora en comunidades, ora en propiedad privada, borraron a los
gamonales.
Han
pasado 50 años. Fue el final de un sistema de propiedad que extendía la
encomienda colonial a las haciendas republicanas. Un arcaismo. Un fin de la
colonia.
Han pasado 50 años de la desaparición de los latifundios, de esas
haciendas que eran la continuación en el Perú republicano de la encomienda
colonial y de los repartimientos del siglo XVI, cuando los conquistadores
tomaron tierras a su real gana. Pero hoy ya no existen gamonales y
«enganchadores». Ese tipo de campesino que recibía un adelanto en dinero y
mercancías, a veces en contra de su voluntad, y trabajaba en las haciendas con
su salario retenido. Esto pasaba en las haciendas azucareras de la costa. Y
muchos hoy todavía dicen que no deberían haberlas tocado. El «enganche» era
parte de las modalidades de servidumbre de ese agro precapitalista, más bien
feudal, antes que se aplicara la ley n°17716, y aparecieran otras modalidades
de afectación y adjudicación que liberaron la fuerza de trabajo. Entonces
aparecen otras formas de empresa rural o propiedad. Las Cooperativas Agrarias
de Producción. La SAIS (Sociedad Agrícola de Interés Social). Además, siguieron
creciendo las Comunidades Campesinas. Pero a todo eso se le llama, el «fracaso
de Velasco». O sea, quieren ignorar lo que es real.
Abra usted el Compendio Estadístico del Perú, 2016, tomo II, p. 1035, y tiene el número de productores
agropecuarios, en total, 2’260’973 familias peruanas en el 2016, y con una
superficie agropecuaria en explotación, de 38’742’465 hectáreas. Vaya y dígales
que deben volver a los latifundios, por ejemplo. Lo que pasa es que cubren con el
«fracaso de Velasco y la Reforma Agraria» la ausencia de información y
conocimiento de lo que ha continuado en la tenencia de la tierra en el Perú
durante cinco décadas. No lo saben, ni quieren saberlo. El velasquismo no tiene
herederos políticos. Ningún partido puede atribuirse esa gran transformación.
Lo que intentamos en estas cortas líneas (el tema del campesino pobre es también
el tema del indio, de la identidad, y otras muchas cosas) es acudir al sentido
común, a la razón, y este artículo es apenas un sumario de cómo se transformó
el mundo rural, mientras seguíamos repitiendo el «fracaso de Velasco».
Cantaleta que solo un idiota puede creer que en los Andes no han cambiado de
modos de trabajar. Y de vivir. Y por encima de todo, otra sociedad rural. De
donde saldrá otra vida republicana, para asombro y sorpresa de los que repiten
como loros lo que ni los exhacendados creen. Se acabó la colonia. ¡Y no lo
entienden!
La reforma agraria removió las formas de la tenencia de la tierra.
Surgieron diversas modalidades de producción y de propiedad. Los gamonales de
horca y cuchillo desaparecieron. A la reforma agraria de Velasco le sigue una
dinámica popular. La reforma de la reforma. Por ejemplo, las SAIS cusqueñas desaparecieron porque los campesinos optaron por la propiedad
privada, aunque fuese pequeña. Pero una gran parte de peruanos no se han
enterado de esos cambios decisivos en la tenencia de la tierra del Perú, de
1969 hasta nuestros días. Más fácil es creerse lo del «fracaso» que ponerse a
estudiar qué diablos ha pasado en los años de este siglo XXI. Entre tanto, se
consume en los supermercados y mercadillos, achote, ajo, arroz cáscara y arveja
verde, café y camote, maíz amarillo o del otro, mango, manzanas, mashua, piña,
plátano, soya, tomate, yuca, frijol, lenteja, haba, hortalizas, frutas, desde
la chirimoya a la guanabana, pero, pese al tamarindo y la deliciosa lúcuma, igual,
la cantaleta, «el fracaso de Velasco»… En la mesa peruana, aves, ovinos,
vacunos, y la producción de leche, pero, «el fracaso de Velasco». Claro está,
todo eso se importa del Japón o Nueva Zelandia. ¿Qué nos pasa? ¿Se han olvidado
de algo que se llama razonar? La verdad de la historia la tienen delante de las
narices, ¿y no vinculan la política con la realidad? ¿Hay 21 millones de
gallinas ponedoras, y seguimos pensando que mejor era el latifundio?
Es por eso que insisto en esta serie de notas periodísticas que no lo son.
Para vencer un gran silencio, hay sociología, historia y ética. De la reforma
agraria hecha por las fuerzas armadas de los 60, se dice que era un paso dado «para
establecer el comunismo». Es evidente que lo último que era la oficialidad de
esos años, era ser comunista. En el mundo entero se reconoce esa reforma
agraria peruana como una gran reforma que da paso a la retardada modernidad
peruana. El eje central de ese gobierno militar era salir del subdesarrollo
pero no por ello, dejar de ser parte de ese tercer mundo que no era capitalismo
avanzado ni un país de las llamadas democracias populares, que no era sino el
nombre de los países europeos dominados por el otro imperio, el de la URSS. También se dijo que la economía había colapsado por culpa de la política
velasquista. En los hechos reales, el PBI del Perú sigue creciendo en los años
velasquistas. Para eso, hemos puesto el cuadro de riqueza global del INEI en
este artículo.
Contrariamente a lo que se sostiene, el crecimiento fue permanente desde Odría, 1950, hasta después de Velasco. En los años 80, lamentablemente con un gobierno democrático, el retorno de F. Belaunde, comienza a caer.
Ahora bien, en el tiempo del post Velasco, diversos actores y personalidades fueron parte de la mejoría y salud del mundo agrario. Por mi parte, volví al sur, ya no en el momento en que hubo tomas de tierras (lo cual, produjo un cambio en la mentalidad militar) sino en los años iniciales del milenio. Así, en uno de mis viajes al Cusco, me encuentro con Carlos Paredes. Hoy se le conoce por Sierra Productiva. Un programa, una apuesta por el actual agro andino. Paredes no es un hombre de la generación de Hugo Blanco o la mía, viene después. Economista de profesión, formado en la Facultad de Economía de la universidad San Antonio Abad del Cusco, militó en partidos de izquierda, no fue lo que se llama un velasquista. Pero pertenece a la generación que vio nacer las cooperativas y las SAIS, y trabajó por su cuenta en apoyo a las organizaciones campesinas de la Federación de Campesinos del Cusco. Corresponde a los que vieron desactivarse las empresas estatales, el Banco Agrario. Y que enfrentó otro reto. Ya no la dominación de los terratenientes y gamonales sino cómo hacer para producir sin la ayuda del Estado. Es un testigo de la aparición de algo que podemos llamar ahora, el cuidadano rural. Eso que no existía, cuando los campesinos no tenían tierras, puesto que los hacendados se apoderaban de tierras comunales, durante decenios y siglos.
Aquí está el resumen del encuentro que tuvimos en el Cusco, en San Agustín,
385, hace de eso unos años, me dijo de entrada que existía una oficina en Lima
con un Proyecto de Titulación de Tierras, donde están los titulados, o sea,
comunidades tituladas y las no constituidas, incluyendo el anexo de
comunidades. Y luego se extendió sobre la situación post Velasco, con erudición
y un ánimo de entender a fondo el nuevo tipo de tenencia de tierras en el Perú,
rompiendo los estereotipos que se han impuesto en estos 50 años de silencio y
desdén por ese Estado que todavía se ocupaba de la injusticia social. Hoy no.
De Velasco a nuestros días, se ha ido estableciendo un tipo de Estado reducido,
enano, un Estado que solo debe ocuparse de la Defensa nacional, las leyes y el
orden público. En el fondo de las ideas dominantes de este medio siglo, se ha
creído que solo el Mercado debe ocuparse de la Salud, la Educación. Pero no
todo puede ser negocio. Ya no habría sociedades. La globalización en curso
significa que los Estados no mandan en sus territorios. Esto es lo que se llama
el neoliberalismo, que de liberal no tiene nada.
A partir de la teoría de un Estado precario —reducción de Ronald Reagan y
Margaret Thatcher (otro Occidente, el anglosajón, con el cual discrepa la Unión
Europea)— se quiere olvidar el progreso magnífico de los dos siglos en que el
Estado moderno y el Mercado construyen las sociedades más ricas y libres del
planeta. En la Europa socialdemócrata. Pero ese tema, lo dejaremos para más
adelante. Por ahora, el encuentro con un testigo de vista de las
transformaciones del agro peruano, ese que escapó de la Edad Media, de la
oligarquía terrateniente, conversación a plena luz del día, en la plaza
principal del Cusco. Gracias a Paredes, por sus explicaciones.
Hablando claro.
Conversando en la plaza mayor del Cusco
Paredes sostiene que el mayor cambio de
democratización sobre propiedad de la tierra se ha dado en el Perú. Considera que
es el más importante de la América Latina —añade—, que es el único país que no
tiene sistema de haciendas. Repito, es el
único país que no tiene sistema de haciendas, otros países como Brasil,
Chile y Argentina tienen haciendas más modernas, y están pensando aplicar
reformas a aquellos fundos no explotados, no utilizados.
Luego le hago, a quemarropa, una pregunta. ¿Cuántas
haciendas había en el Perú, en el periodo de Reforma Agraria? Y me responde
tomando como ejemplo Huancarán, «donde habían 100 haciendas, hay hoy día 2 mil
unidades de producción», tras parcelaciones, pequeña propiedad y entonces
calcula grosso modo, tal vez de 10 a
15 mil haciendas en el Perú pre Velasco.
Luego, Paredes habla de lo que llama la «nueva
situación». Esto sabemos desde 1994, cuando se hizo un censo agropecuario. La
información se encuentra en el INEI, Instituto Nacional de Estadística. Sabemos, entonces, que hubo en ese
momento, 1’750’000 unidades de producción, unidades productivas de pequeña
propiedad, o sea, que el 90% de la ocupación de la tierra es pequeña propiedad.
Le pregunto desde qué medida, la respuesta es que es de 13 hectáreas para abajo.
Paredes continúa. «Somos un país de pequeños
propietarios». Además, señala que han crecido las comunidades campesinas. En
esos días había habido un coloquio en la Agraria, organizado por la señora Inga
Arauco, en donde una señora Bobbio establecía los crecimientos masivos de las
comunidades campesinas:
1ra.
Etapa: la tradicional, unas 500 ha.,
Leguía hacia los años 40.
2da.
Etapa: Odría, 1’500 ha.
3ra.
Etapa: en el Censo, 5’000. En el momento
del encuentro con Paredes, había ya 6’000 comunidades campesinas. Hoy, según el INADI son 7’000.
Paredes: «En Puno, más de un millón de pequeños
propietarios, y antes en la primera etapa, Puno debió haber tenido 350 comunidades
campesinas y hoy tiene 1’300 comunidades campesinas, es decir, más que el Cusco».
La segunda observación es que este proceso significó una democratización, en
otros aspectos no solamente en la propiedad de la tierra. Por ejemplo, se
democratizó la educación, que quiere decir, tal vez por eso, que antes de la
reforma agraria, «no era pensable la educación rural». Cuenta la historia de Márquez o Caramba, que
la escuela que habían construido, los del sector ¿no es cierto?, la destruyó
con sus tractores.
Y, cuenta la historia de un campesino, de
Jacinto Sacya, que vive en Joyos, que se dedicó a la educación, que había
tenido la idea de estudiar porque el patrón, en un momento determinado de su
infancia, le escuchó decir a la esposa, a la esposa del patrón, que por qué le
daba leche, jamón y carne a los campesinos. ¿No te das cuenta, carajo, que si les das esto se van a volver
inteligentes?Y si se vuelven
inteligentes, nosotros vamos a desaparecer. Por eso, Jacinto, este
campesino, iba a la escuela, aunque le costaba 7 horas diarias el caminar.
Paredes: «hay una vinculación pues entre alimentación, inteligencia y cambios
económicos y sociales».
En otras palabras —repito a Paredes— la
comunidad campesina se convirtió en el primer factor de expansión rural de la
educación. Otro tercer elemento es la democratización del voto, sin embargo
señala que hubo un problema no comprendido en su tiempo por la izquierda ni
tampoco por la academia.
Señala que las SAIS fueron importantes, pues significaron que
podía reunirse la administración de muchas haciendas en una sola. Por ejemplo
en el Valle de Anta había 25 haciendas en una sola SAIS, es decir, al mando de una administración de técnicos. Pero no se modificó la relación con
los campesinos —señala— «que seguían trabajando gratis, lo que explica la ola
campesina, que en la matriz de la Confederación Campesina del Perú-PCP, se
movilizó en los años 80», la idea o reclamo era que esas tierras deberían pasar
a ser comunidades. Pero, cuenta Paredes, «eso no ha ocurrido, se han parcelado,
salvo en algunos sitios, donde todos los pastos naturales como propiedad común».
¿Qué nos está narrando Paredes, en esa tarde en
la plaza mayor del Cusco? Nada menos que un proceso de re-apropiación post Reforma
Agraria, de los campesinos. La idea dominante era volverlos comunidades, pero
lo que se volvieron fue bajo la forma también de la propiedad privada. Todo eso, en el Cusco en
1979. Al final, la tierra está desde ese momento en manos de comunidades, y
también de propiedades privadas de campesinos locales. «Todo esto acabó en los
años 80».
Paredes: «Después se dio el salto a la producción.
La lucha por la producción estuvo asociada a políticas de nivel nacional, en
consecuencia, a precios, tierras, sismos y el Estado aparecía como el gran
comprador. Todo esto NO resolvió el tema de cómo producir. Hubo una brecha tecnológica y yo
también añadiría, que una brecha psicológica, porque para mí, parte de la
teoría de la reforma agraria, no fue eficaz.»
Aquí comienza Paredes a desarrollar el tema de
pobreza y extrema pobreza. Recuerda que están reconocidos como pobreza quienes
no pueden, los que no tienen suficiente, y en extrema pobreza, los que tienen
que ser asistidos, ¿no es cierto? «Los que no pueden, la izquierda misma ha
alentado esta mirada —dice— gente desvalida, gente que no se puede valer, de
ahí los programas de asistencia alimentaria, etc.»
Pero ha observado en qué medida este
propietario rural, pequeño o no, es productor de riqueza. ¿Por qué? Primero
señala porque tiene unos elementos concretos, tiene el agua, tiene la tierra.
En segundo lugar, tiene animales, diferentes animales, tiene semillas. En
tercer lugar pertenece a una cultura de 10’000 años, con una experiencia. Eso
le parece muy importante. «Transforma plantas silvestres en comestibles». Entonces,
sostiene Paredes «que la principal riqueza del país está conectada con estos
pequeños productores y lo que él está intentando en su instituto, la
alternativa, es hacer desarrollo a través de la capacitación».
Y en ese instante de la conversación, ingresa a
explicar que tiene 40 tecnologías en marcha y las separa en tres grupos:
tecnologías productivas, tecnologías conservacionistas y tecnologías de
transformación.
De aquí en adelante, es más difícil seguirlo,
pero en fin, voy a intentarlo. Dice que hay una situación pre, que es actual,
en la que la familia campesina vende de 20 a 30 soles diarios, sacando
elementos de sus cosechas, y vendiendo elementos de su cosecha, y esto le da
entre 80 soles a 120 a la semana. Luego,
da un salto, pasa a tener venta de 500 soles por mes y luego aumenta más. Si se
toma en cuenta lo que dice el Banco Mundial —que extremo pobre es el que tiene
un dólar para alimentarse por día, y un dólar es extrema pobreza—, dos dólares
sigue siendo pobreza, pero ese aumento señala la posibilidad de transformarse
muy rápidamente.
Esta transformación se debe a varias nuevas
formas de ingreso. Primero, la venta directa de animales, de plantas. Luego la
transformación. Por ejemplo, transforman hortalizas, zanahorias, en tortas, en
compotas de diversos colores, en néctar. Otra fuente es el engorde de ganado,
que es una venta no frecuente, pero en fin, cuatro veces al año. Como posibilidad,
tres niveles, venta primaria, venta de transformación y venta de ganado. Me
dice «están construyendo un mercado».
Al parecer, las experiencias que hace en su
instituto se reproducen ya en 60 distritos del Cusco. Esto está ligado al
presupuesto participativo. Están innovando, por ejemplo, en la posibilidad de
tener forrajes hidropónicos. Es decir, una técnica de origen israelita que
pueden tener forrajes sin necesidad de praderas. Textual, «esto está ligado al
grupo de apoyo al sector rural de la Facultad de Mecánica de la Universidad
Católica, la enseñanza para que saquen provecho, aplicando formas de
transformación, si venden por ejemplo, solamente, la arroba de semilla dulce,
esto le da, S/. 2.50, pero el kilo de ese mismo dulce, se vende a 14 soles. Entonces la idea es la
transformación.»
Uno de los sectores más importantes de
exportación del Perú es el café y está en manos de pequeños productores.
Emplea el siguiente cálculo: dice que existen
en el Cusco unidades productivas, en la ciudad, unas 16’000. Llama unidades
productivas a todo tipo de comercio, talleres; y en el campo rural del Cusco,
144’000. La pequeña producción campesina pues, entonces, se la ve de otra manera.
Entonces, llega al siguiente cálculo: si 100’000
unidades de este campo rural (no 144’000, sino 100’000, dos tercios) llegan a vender 3’000 soles al mes, significa
eso 300 millones de soles por mes, multiplicado por 12, esto significa 3’600
millones de soles al año; y señala que Repsol produce 1’000 millones de dólares
al año, o sea, 3’500 millones de soles al año, o sea, menos de lo que podría
ser las 100’000 unidades a 3’000 soles; ya los primeros pasos de su iniciativa
ponen a los productores, que son centenares, en los 500 a 1’000 soles (de todo
esto, unos 10 años atrás).
Otras cosas que él explica es lo que llama la
«escalera del progreso». Para vencer la pobreza, avanzando hacia el progreso, y
entonces señala que el primer punto, el punto de partida, «es una capacitación
básica, orientada al desarrollo, al mercado interno, en base al progreso de la
pequeña producción campesina, con democracia participativa».
¿Qué quiere decir «democracia participativa»?
Si le he entendido bien, «las municipalidades que consultan a las comunidades
de base». Paredes señala que «en la capacitación básica hay lo que llamamos la
pasantía». La pasantía acabó en mayo, cuando los campesinos aprenden a hacer un
diseño predial. ¿Y qué es un diseño predial? le pregunto. «Es un diseño que
tiene dos partes. Una primera parte es lo que los campesinos tienen ahora, y
una segunda parte, su ideal, a lo que podrían llegar, con las tecnologías
necesarias.»
«Por ejemplo, el riego por aspersión. Lo aplican
en huertos y pastos, con costo cero, de acuerdo a nuevas técnicas. Y cuando
esto está ya admitido, solo después obtienen ganado, ganado mejorado. De lo
contrario, ocurre lo que siempre ha ocurrido, que el ganado que se ha traído de
fuera se muere, solo el ganado criollo sobrevive.»
Luego Paredes se extiende en la semilla de papa
por lotes. En vez de plantar una papa para producir otra papa, coge una papa,
la desarrolla y después cuando tiene el tamaño de un lápiz, los brotes, los
cortan, en 12 ó 20 pedazos y estos los plantan; eso significa un ahorro de
papas dedicadas a la semilla, es una técnica ancestral que ha sido recuperada
hace poco.
En las labores de capacitación tiene un sistema
muy especial. Las hace un campesino que ha sido formado previamente, ese campesino
se llama yachachiq, es un capacitador.
Visita familias, las capacita primero en diseño predial, luego les enseña cursos
prácticos por distrito. Había comenzado con 26 y ya tiene 500 yachachiq.
Le pregunto qué es un yachachiq. «Es un campesino como los otros, pero dedicado a la
enseñanza. Un yachachiq es un
instructor, monitor, por cada 10 familias. Su ventaja es que está ahí cerca, en
el campo. Después se seleccionan unas pocas familias, lideradas por mujeres».
El yachachiq es el que capacita de
campesino a campesino y «estas familias influyen en los Club de Madres, en los
Comedores Populares Infantiles de 18 comunidades de un distrito». Capacitación
de campesino a campesino, «a esto lo llaman sistema de réplica, en Huancarani,
Huancabamba, en Ninamarca, en Piscohuata» y siguen así una gran cantidad de
puntos comunitarios, se produce la réplica. Es decir, «los campesinos ven el
éxito en los huertos de los otros campesinos y entonces piden, solicitan, la
misma capacitación, innovación». (Esta técnica, se ha aplicado en aldeas de la
India, solo convence a un campesino de modificar sus formas de trabajar cuando
ve la prueba y el éxito de otro campesino. El mundo rural es así. En cualquier
cultura o país. Es una relación muy particular, tanto con la naturaleza y su
relación con otros campesinos.)
Corre el reloj, pero Paredes continúa. «En
Huancarani, por ejemplo, acogen las nuevas tecnologías unas 65 familias; en
Chancabamba, 84 familias; en Ninamarca 10 familias; etc, y entonces ¿qué se
está produciendo? Se está produciendo un tipo nuevo de economía rural en la que
los campesinos pueden tener diversos ingresos y convertirse en agricultores
exitosos y en campesinos ricos. Y en el Perú, la aparición de un sector rural
completamente distinto. Obviamente, si esto se hubiese llevado a cabo y a
escala nacional, significa que el desarrollo agropecuario en base a este país
de pequeños propietarios que sobrepasan hoy los 2 millones, sería el eje de transformación
por tres razones:
– en primer lugar, seguridad alimentaria.
– en segundo lugar, ingresos, diversos tipos de
ingresos.
– y en tercer lugar, se fija a la población en
el sitio, con potenciamiento económico.»
Paredes: «Hay un continuo ciudad y campo. Los
jóvenes ya no están pensando en migrar a la ciudad sino en quedarse y hacer
estudios vinculados a esta evolución. ¿Qué estudios? Estudios sobre industria alimentaria,
tecnología, biotecnología.
El Plan Predial aporta —dice Paredes— un gran
cambio en la cultura del campesino andino, dominado por el temor al riesgo. Y
como despedida, pues se está haciendo tarde, me dice que las Municipalidades están
comprando yogur de grupos capacitados para el Vaso de Leche en ciudades. «En
Espinar, la provincia de Espinar, 1’000 litros diarios de leche pasteurizada
son así repartidos.» En fin, la idea es que se produzca una transformación
industrial vinculada al mundo agrícola. De Velasco al yogur, adiós amigo.
Mientras la moral tenga una razón de ser, habitará en ella la compasión.
—Horkheimer
Muchos
de mis coetáneos ven el 2021 no como un pasaje de un gobierno interino a uno
que vendrá directamente de las urnas. Lo
ven como un abismo. Un enigma. Y en algo tienen razón. Pero cuando hubo crisis
en 1931, en 1990, el Perú cambió y no para mal. Por el momento, lo que hay es
un abismo entre el país real y el país político. ¿Que de dónde saco esa
hipótesis? preguntará el lector. Pues sencillamente del resultado del Barómetro de las Américas.
Quién se
fía de las encuestadoras locales, ¡por favor! Acudo a una fuente que examina el
estado de «la cultura política de la democracia en el Perú» con un criterio más
serio y neutral, desde una institución internacional. Así, preguntan sobre la
preferencia del régimen de gobierno, por una democracia o un autoritarismo. La mayoría
de los encuestados, como en otros países, prefería la democracia, pero, por una
parte, la entienden como libertad (sin reclamos de derechos civiles o
culturales). Y cuando se les preguntaba por una definición de esa democracia,
se presenta un problema. No la pueden definir, sea porque son «residentes de la
sierra Sur», sea porque en general, «el menor nivel educativo disminuye la
probabilidad de definirla». (http://www.americasbarometer.org/, pp. 58-59)
Por lo
demás, me llamó la atención que el Perú tuviese el más alto índice de lo que
respondieron, «da lo mismo». Vaya respuesta. Revela un grado enorme de
desengaño. Y eso en el 2006. ¿Se imaginan en cuánto habrá aumentado ese
nihilismo colectivo después de los escándalos de Odebrecht, Lava Jato, el
gatillazo de Alejandro Toledo —«Barata, paga, carajo»—? ¿Y los cuatro ‘palos
verdes’ en los labios de la señora alcaldesa Susana Villarán y Lavalle, acaso
con algo de Al Capone? Entonces, el 2021, ¿el apocalipsis?
Lo que
está ocurriendo es muy complejo. Y no me fío solamente de mi instinto. Trato de
seguir y escuchar a otros. Así, de repente, Jorge Nieto en una entrevista de Perú.21. Y por otra parte, la entrevista
de Mijael Garrido Lecca en Canal N, a
Fernando Tuesta, que como todo el mundo sabe, es quien ha presidido la Comisión
para la Reforma Política.
Lo que
dijo Nieto, entre muchas otras cosas, es que ve un centro político vacío, y
advierte que hay dos avenidas extremistas, por el lado de la izquierda y de la
derecha (o derechas). También dijo que entiende a Vizcarra, «su bancada es la
opinión pública» (en ‘La Voz del 21’ de Joaquín Rey, sobre el 20 de junio
pasado, yo lo encontré más tarde en Youtube). En cuanto a la entrevista ante
Garrido, este le hizo una observación a Tuesta. A saber, sobre las primarias
abiertas obligatorias. En este mismo diario, El Montonero, su director Víctor Andrés Ponce ya había desarrollado
la idea de que eso no se usa en otras democracias. Pero a esa cuestión de
Garrido, el profesor Tuesta no tuvo una respuesta clara. Ese punto es el talón
de Aquiles de las reformas. Se abre la puerta a que una buena cantidad de
personas que no sean del partido X sino del YZ, participen en la primaria
de X, votando
por el peor candidato. Garrido le dijo a Tuesta que «pecaba de inocente». Parece
que Tuesta se olvida de que no estamos en Suiza sino en el país en donde la
pendejada es tan corriente que hay una tesis en San Marcos sobre ese tipo de
conducta e ideología.
Al
profesor Tuesta le recuerdo que un gran sociólogo francoperuano, Danilo
Martuccelli, en un libro que todo peruano debería conocer —Lima y sus arenas— dice: «el achorado, en su núcleo duro, testimonia
de una actitud de desafío específica que es de los de abajo». En ese sentido, en eso de «buscar salidas por sí mismo»,
Martuccelli «encuentra similitudes en la gestión de Fujimori» (p. 227). Pero el
achorado, es un «vencedor inescrupuloso». Concepto que está en mi libro de
1996, página 485, y que Martuccelli cita. Desde entonces, esa cultura popular
ha crecido. Y pensándolo bien, eso está en la polarización que domina la vida
política peruana. Y si esto es cierto,
entonces, se me ocurre calamo currente
dos constataciones, ambas lamentables. Polarización no es política. La política
se hace cuando derechas e izquierdas se enfrentan pero no se destruyen. Cuando
el otro existe. No es el caso. Y la segunda, que fujimoristas y
antifujimoristas se semejan, son partidarios del aplaste. Nieto lo llama «el encono».
Pero creo que es algo más vasto y tremendo. Son estrategias. Como habría dicho
un sabio, «hay una razón en su locura». Al fin de cuentas, muerto Alan García,
enjaulada Keiko, ¿quién es opositor? Entre tanto, las redes sociales, la posverdad, matan sin balas a
los que osan querer llegar al poder formal y legítimo. Los quioscos lucen las
primeras planas en los múltiples diarios que dicen lo mismo —eso, ni cuando
Velasco— y que son leídos pero no comprados, aunque cuesten 50 centavos. El
peruano de a pie mira, no lee y se va a sus asuntos. Ya sabe. Hoy, pues, con razón, casi no hay intelectuales. Se nos
han ido Julio Cotler, Gonzalo Portocarrero, Iván Degregori, Enrique Bernales,
Hugo Garavito, Javier Tantaleán, Javier Barreda.
Por mi parte, soy de los que observan, escuchan, y leen.
De Tuesta prefiero su libro, Perú, elecciones
2016, en el cual hay aportes diversos. Por ejemplo, el de Rafael Arias
Valverde, sobre «el elector limeño». Dice que en Lima metropolitana, en el
2016, los votos por PPK provinieron de zonas como San Isidro y Miraflores y
otros distritos «de alto nivel de Desarrollo Humano», los de Keiko —nos guste o
no— vinieron de Villa el Salvador, Los Olivos, San Juan de Lurigancho. ‘Contexto
y bienestar’, es un buen capítulo, cómo se involucra en las preferencias
electorales. Pero con un aspecto particular. El alto nivel no significa que el
votante sea conservador, es al revés. Cuanto más alto es el nivel de vida, «la
población es más proclive para apoyar los candidatos y propuestas que impacten
en el bienestar social» (p. 299). ¿Increíble? Son los partidos llamados
tradicionales los que son capaces de reformas, un escenario favorable a
derechos civiles y laborables. Otro aspecto: el electorado limeño «centra su
voto en los candidatos y no en los partidos».
Entonces, ¿vamos a repetir ‘la democracia delegativa’?
¿La de los noventa? Los rivales actuales del ‘Chino’, ¿lo repiten? El concepto
es de O’Donnell, y lo usaron Cotler, Carmen Rosa Balbi. Eso ocurre cuando una
sociedad está apurada para salir de la pobreza y a la vez, el nivel de ciudadanía
«es de baja intensidad», como dicen sibilinamente los expertos internacionales.
Nuestro pueblo disocia el progreso socioeconómico de lo político-institucional.
No cree que lo segundo impulse y permita lo primero. Ocurre que simple y
catastróficamente, no se acepta que la democracia no es sino un gobierno de
poliarquías, es decir, minorías diferentes en sus propósitos y métodos. ¿Qué se
produce entonces? Algo imposible de utilizar en cualquier otra sociedad que no
fuese la peruana. Lo que Carlos Franco llamó, «lo representativo-
particularista». Porque en el Perú se
confía en los individuos y no en las reglas (Acerca del modo de pensar la democracia en América Latina).
¿Un abismo el 2021? ¡Pero si eso ya ha ocurrido! «El colapso
del sistema fue en 1995 cuando ninguno de los partidos tradicionales alcanzó
más del 5%» (Tanaka). Lo más divertido y ambivalente es que muchos han olvidado
que votaron por Fujimori. Esos cambios revelan un cinismo colectivo. Por eso
invoco la memoria, en el intitulado.
En fin, ¿qué política se puede hacer en una sociedad
descuajeringada como la peruana, de vida mayoritariamente urbana y que repite
el modelo limeño en las grandes ciudades del interior? Eso ya nos lo dirán los
que iran a repetir, con toda probabilidad, el patrón de dominación de siempre.