Entrevista: «Neira y las Nereidas»

Written By: Hugo Neira - Jul• 03•19

Con nuevo libro bajo el brazo Hugo Neira habla del feminismo, el velasquismo cincuentenario y la cátedra de Alan García.

Por: Carlos Cabanillas | 

Todos los martes, desde las 7:15 PM hasta las 10 PM, Hugo Neira desarrolla el curso de Ciencia Política en el Instituto de Gobierno y Gestión Pública de la USMP. Es el curso que solía dictar el expresidente Alan García hasta que uno de esos martes —el martes 16 de abril, hace ya más dos meses— decidió despedirse de sus alumnos con un sencillo mensaje y una última clase que parecía más de historia: desde Piérola y Prado hasta la Guerra del Pacífico. Con su pizca de psicoanálisis o laico confesionario, claro. «Contó que ‘va mucho al cementerio’», recuerda Neira. Y se dice que en uno de sus últimos despachos sugirió «que sea Hugo Neira quien lo reemplace en el Instituto si algo le pasaba»

«No tuvimos una revolución mexicana pero tuvimos tres grandes cambios, tres terremotos», sentencia Neira. «La migración del campo a la ciudad, la reforma agraria de Velasco y la reforma económica de Fujimori». La conclusión es simple y aterradora: los grandes cambios sociales peruanos se hicieron de arriba hacia abajo. Cambios impopulares y a la mala. Reformas sin la estabilidad política y el consenso que —pensando ucrónicamente —podrían haber implementado Haya de la Torre y Vargas Llosa, con sus respectivos partidos políticos. «Los cambios los hicieron dos antipartidos, dos chinos: Velasco y Fujimori. El militar y el autócrata.» Las dos caras de una misma moneda autoritaria. Algo de eso aborda Neira en su último libro, que viene en dos volúmenes, y que continúa su más reciente saga de historia comparada a ser presentada el martes 2 de julio a las 6:30 PM en el CC Ccori Wasi: El águila y el cóndor. México y Perú (Universidad Ricardo Palma, 2019). Precedido por El mundo mesoamericano y el mundo andino (Universidad Ricardo Palma, 2016). Dos epicentros de sus respectivos imperios. Dos países muy parecidos y distintos. No tuvimos un Emiliano Zapata o un Pancho Villa o un Benito Juárez. El APRA no siguió el camino del PRI (para bien y para mal). Mucho menos un Monumento a la Revolución (y sí una estatua de Pizarro sospechosamente parecida a la de Hernán Cortés).

–¿Por qué tirarnos contra los partidos a la hora de hacer cambios?
–Deberíamos ser capaces de hacer el cambio con democracia, con partidos y con debate. Los regímenes autoritarios terminan haciendo cosas por el pueblo. Es una locura.

–Además, fueron reformas con intereses subalternos, para impedir otros cambios populares. Es la reforma agraria para evitar la cubanización. Es la liberalización fujimorista para bloquear la libanización.
–Todo lo reformista de Velasco, las cosas buenas, era una forma de decir ‘hago esto, para que no venga lo otro’. Hay cosas que a veces hay que hacerse a la fuerza. Hoy día hay dos millones de campesinos propietarios, desde Puno a Cajamarca.

–Sinesio López mencionaba el ‘enroque’. Luego de bloquear por décadas la Reforma Agraria del APRA, el partido se morigera y se corre a la derecha. Y los militares se tiran a la izquierda. Distintas ubicaciones, mismo desencuentro.
–El enemigo era la oligarquía y se la cargaron. Nunca se les ocurrió que eso iba a pasar. Eso empieza en el CAEM, porque eran militares cultos. Se habían montado su universidad. Cuando Carlos Delgado me presentaba a los comandantes, resulta que todos me habían leído. Y también a Béjar y los otros. Recuerdo que una vez Delgado preguntó «¿están en Rousseau, no?» Y el militar explicó la dualidad, los dos brazos, la unidad entre el ejército y el pueblo. Y yo le dije «qué bien, ¿y el profesor les contó que la soberanía del pueblo son también las elecciones?». Y me dijo: «a esa partecita no hemos llegado aún».

–¿Cuándo decidió dejarlo todo por venir a trabajar con Velasco?
–Yo estaba en Francia un 24 de junio como hoy, pero de 1969. Era profesor contratado, todavía no había hecho mi doctorado francés. Habíamos perdido toda la esperanza de que pudiera haber una revolución en América cuando murió el ‘Che’ Guevara. Tenía varios amigos que dijeron ‘se acabó, se acabó, tenemos que estudiar, de repente nos quedamos en Europa’. Fue un choque tremendo, emotivo. Y porque además, a partir de allí, la Unión Soviética, que no le había gustado para nada el caso Guevara, había decidido que no quería otra Cuba, otro sobrino a quien pagarle los estudios. Y de pronto el 24 de junio, en todos los quioscos, ‘Reforma Agraria en el Perú’, y en todas las lenguas. Y yo cogí el periódico y entré a una sala general de clases, pedí permiso al profesor y puse el periódico así. Plaf. Se suspendió la clase. El profesor se bajó. Cinco mil fundos intervenidos sin un solo muerto. Entonces dije ‘yo me regreso’. Y el rector me dice «yo entiendo, le damos un año de plazo, tomaremos a una persona que lo reemplace, pero yo no le creo mucho a esos militares que han aparecido», me dijo. «Yo no creo en militares de izquierda. ¿Qué es eso? Esos son leones herbívoros».

–Tuvo que hablar con el propio Velasco para convencerse.
–Yo ya estaba viendo las comunicaciones en Sinamos. Yo le dije: «presidente, ya hablemos en serio». Y él me dijo, «¿qué pasa? Tienes un ligue, porque sabemos todo de ti, muy mujeriego, mis camaradas te han seguido, sabemos adónde vas, al cinco y medio». Y le pregunté, «¿esto hace usted con los ministros?» Me respondió: «por supuesto, es lo primero que tengo que vigilar. ¿Acaso no he dado un golpe de Estado? Y bueno, ¿qué quieres saber?». Disparé: «¿esto es al muere?». Y fue contundente: «Sí, al muere. ¿Es un concepto taurino, no? Te has quedado mucho tiempo en España.» Y le expliqué que es cuando uno se lanza y el toro también, y uno mata al otro. Y nos dimos la mano y abrazamos. Luego llegué a casa de mi madre, cuyos hermanos eran hacendados y los expropiaron y le dije: «me quedo mamá, voy a quedarme en el cargo que me dan». Mi madre se echó a llorar. Me dijo Hugo te van a matarToda nuestra familia ha sido tocada. Te van a matar. Fueron siete años que vivimos con una pistola en la mano.

–¿Cuál terremoto social vendrá?
–¿Qué falló? No fue la economía ni la política. Vivimos en democracia y en crecimiento. Falló la sociedad. La educación se ha deteriorado. Jóvenes que no saben razonar ni comprenden lo que leen. Ahora hay un lumpen manejado por posverdades. Y votará por cualquiera el 2021.

–Cuando éramos más pobres leíamos más. Hay una clase media que no lee.
–No era aprista pero iba a escuchar a Haya de la Torre. Haya se echaba unos rollos de tres horas de filosofía, de política, de historia. Haya hablaba de lo que vio en Suecia, donde las políticas sociales eran compatibles con el mercado. No era la Unión Soviética. Y el pueblo que lo escuchaba era un pueblo pobre. Mucho más que el de hoy. Pero culto. El artesano que te arreglaba el zapato era culto. Ha sido un golpe la clase blanca. Han vuelto a fabricar un grupo separado. Antes estaban en los Andes, ahora están en Lima. ¿Cuáles son los buenos puestos? Los puestos formales: el 20 %. Si los cholos se educan, nos van a quitar el puesto. Que se queden allí, en sus escuelitas. Esa es la gran trampa. Han recreado un nuevo siervo que ya no será el jardinero, pero si el que sabe solo cosas técnicas. Esas cosas técnicas, con la velocidad a la que va la tecnología, en una la reemplaza una aplicación dentro de cuatro años y se quedan en el aire.

–Qué raro que no fue maoísta. Un intelectual afrancesado cerca del poder.
–Por muy poco. Por el campo. Lo que pasa que teníamos conciencia por nuestra cultura. Éramos herederos de los grandes historiadores: Riva Agüero, Basadre y Porras, que fue nuestro maestro, el de Vargas Llosa, el de Macera y el de Araníbar.

–Usted presenció las marchas del orgullo gay en Francia.
–Las marchas son una moda acá, una tendencia.

–Vio el estructuralismo francés que parió todo el actual debate de género. «No se nace mujer, se llega a serlo», dijo Simone de Beauvoir.
–La construcción del varón y la mujer es tan variada como las dos mil culturas que hay en el mundo. Para la antropología el ser humano se va formando en el tiempo. Un japonés es distinto que un polaco y un arequipeño. Ahí son las costumbres, la sociedad, la religión. Pero estamos exagerando la importancia de la sociedad.

–La política peruana ahora discute biología. Con mis hijos no te metas…
–Es un debate muy simplón. Hoy estamos en la genética. Los genes definen todo.

–¿Y las cuotas? Género, raza.
–El mestizaje en el Perú es impresionante. Nuestro racismo es muy de boca, para mentar la madre sobre todo. Es la hipocresía.

–Racismo de la cintura para arriba.
–Volviendo al género, las mujeres son las que sacan adelante la familia, las empresas. Hace rato que la mujer manda en la casa. Padres ausentes: Vargas Llosa, Mariátegui, Arguedas. Sus madres los formaron. Y a Basadre le dio la educación alemana.

–El voto a la mujer lo da Odría. Y el ministerio de la Mujer lo da Fujimori. ¿Hay una derecha feminista?
–Eso fue estratégico. Odría creía que eran conservadoras. Quizás lo fueron, pero el voto fue más o menos igual que el de los hombres. Siempre he tenido admiración por las mujeres.
«Es mujerólogo», interrumpe Claire Viricel. Mientras su esposo trae libros de la alumna Lou Andreas-Salomé, Anaïs Nin y Flora Tristán. «Me gustan más que Simone de Beauvoir», aclara. Y se pierde en su biblioteca con su pareja.

Publicado en Caretas n° 2596, jueves 27 de junio de 2019

http://caretas.pe/politica/87336-neira_y__las_nereidas

Velasco, el maldito entrometido

Written By: Hugo Neira - Jul• 03•19

En el Perú ha habido dos intromisiones. La llegada de San Martín y Bolívar, y la de un militar piurano de origen popular, Juan Velasco Alvarado. Ni uno ni otro estaban solos. Tras San Martín, la flota que los chilenos dotan a esa expedición bélica, amén de los ingleses del marino Cochrane y los guerreros extranjeros como Miller y Sucre.  ¿Independencia del Perú o la inevitable batalla final contra los españoles? Es de temer lo que hubiese sido un referéndum. Acaso muchos peruanos, en particular los criollos (los indios no existían como ciudadanos), hubiesen votado por una salida negociada, o algo por el estilo. Los entrometidos, esos libertadores, después de su victoria se fueron a los pocos años.

Pero en el siglo XX, se repite otra amarga sorpresa. Una independencia esta vez para indios y cholos. Un militar altera de pies a cabeza el orden señorial y patrimonial. Hasta nuestros días, tal atrevimiento no se le perdona. Castoriadis decía que las sociedades tienen sus reglas ocultas. Y que el trabajo de los que piensan es, justamente, ventilarlas. Me parece que la convicción más profunda de mis paisanos es progresar, pero sin cambiar en lo más mínimo las jerarquías sociales por mucho que estas sean arcaicas e injustas.

¡Qué abuso de poder! Ya no hay casi indios. La herejía imperdonable de Velasco consiste en liberar a los peones de hacienda, no por azar llamados colonos, del dominio sino esclavista, al menos servil. ¿Reforma agraria? No, señor. He escuchado lo esencial de boca de gamonales. «Tierras sin indios, no valen nada». No han entendido, 50 años más tarde: lo que contaba era la fuerza de trabajo de los indígenas sin tierra y que trocaban  sus días y semanas de trabajo por un lote prestado. Doble trabajo, la miseria perpetua. ¿Y por qué había que cambiar ese orden social? ¿Quién lo eligió? Estaba previsto que nadie que pretendiera tal error no llegase jamás a Palacio. Pero eso se rompe con un entrometido. Un tal Velasco. 

En la historia, la nuestra, la de la América Latina, y en general en la historia de los pueblos y naciones, el campo de lo imprevisible es inmenso. ¿Quién habría previsto algo como la revolución francesa en 1789? Ni los más audaces ilustrados, ni Voltaire ni el mismo Rousseau. Explico a mis alumnos que en El contrato social, hay muchas ideas pero no la de justas electorales. El filósofo llama ‘república’ tanto una monarquía como a gobiernos posibles sin reyes, pero en ambos casos, con leyes e igualdad de ciudadanos. No previó que a un Luis XVI, que intentó fugarse y sumarse a la nobleza que ya se había instalado en el extranjero, lo capturaran, lo trataran de Capeto, lo enjuiciaran y lo guillotinaran. Las sociedades van más lejos que sus filósofos. En cuanto a 1917, Lenin y Trotski regresan del exilio cuando el zar ya había abdicado. En México, ¿quién iba a pensar que dos desconocidos, dos hombres del pueblo, el ladrón de caballos Pancho Villa y el capataz Emiliano Zapata, iban a encabezar una revolución gigantesca desde el pueblo mexicano que duraría varios decenios? ¿Y modestamente, para el Perú, que tras un siglo de golpes de Estado y militarotes —Sánchez Cerro, Benavides, Odría— los militares no solo dejaran de proteger a la casta dominante sino que emprendieran una desfeudalización que hasta ahora deja boquiabiertos a mis paisanos?

Pero los sabios son siempre sabios. Dejo estas líneas, me hago un café muy cargado, y me voy al cuarto de al lado, donde está Jorge Basadre. Mejor dicho, son libros. El ángel de la muerte no vence del todo mientras haya la palabra escrita. No un PowerPoint, eso es cosa para empresarios y falsos profesores que creen que las ideas se ven, no es así. Los conceptos son semánticos. Son escritura, la cual tiene que explicarse. El concepto de legitimidad, por ejemplo, es variado. En fin, Basadre nos proporciona «el azar en la historia». Lo busqué en librerías porque me interesa al ocuparse del retardo de la independencia peruana. Se pregunta si la revolución del Cusco en 1814 —mucho antes que apareciera en Paracas el general San Martín— si era un levantamiento contra Lima y no contra España. Un historiador es talentoso cuando duda. Basadre duda, le llama a ese episodio peruano, «la independencia, luces y sombras». ¿Hubo un silencio popular —se pregunta— durante la Emancipación?

A lo que voy. Amo los viajes, el trabajo en el terreno de los hechos, para hablar de la Independencia en algún momento me fui al lugar donde se libró la batalla de Ayacucho, pero también soy un ratón de biblioteca. En uno de esos escarceos, en tiendas de libros viejos, me tropiezo con un texto de César Guadalupe, «Ciudad y política en el valle sagrado de los incas», está en Allpanchis, n°38, segundo semestre de 1991. Investiga las características del Estado en la región, la «institucionalidad moderna» (son sus palabras, las instituciones del Banco Agrario, la Supervisión de Educación, Poder Judicial, Urubamba, Yucay. Provincias con mayoría de población campesina y comunera, centralidad de la agricultura (62% de la PEA). Como producción, «papas y sus derivados, chuño, moraya, cebada destinada a la cervecería, charqui, habas, y otros tubérculos, crianza de camélidos». Y luego dice: «la Reforma agraria constituyó en la provincia siete cooperativas agrarias y un grupo campesino, asociada en una central de cooperativas del valle sagrado».

¡Caray! ¿Y no quedamos en que ‘el fracaso de Velasco’? Por si acaso, no conocimos a César Benavides en el Sinamos. Dudo que simpatizara con el velasquismo. Su informe de esa visita es de 1991. O sea, a dos decenios después de la maldita y fallada reforma agraria. Pero ¿qué tiene que ver el ‘fracaso’, con ese dinamismo que describe, en plan de observador? Nos habla en la revista Allpanchis, de «estructuras de pequeña y mediana propiedad,cooperativas, de industria manufacturera, pequeños talleres artesanales, molinos, aserraderos, y especialmente en la ciudad de Urubamba, de hornos de pan. En Maras, el recurso de la sal». El ‘fracaso’ resulta un mundo de hostales, de servicios del Estado post Velasco, tales como la «articulación vial, la carretera asfaltada que une capitales de provincia (cinco o siete), y desplazamientos de personas y mercancías y servicio regular de buses. Además,  tres mercados semanales, demanda de mano de obra estable, y propietarios campesinos en las zonas altas». Entonces, o bien hubo en esa visita, la sensación de un dinamismo comercial y local. O bien, debería ser un desierto y un pozo de inercia rural. Lo que describe no es lógico. ‘Fracaso’, ¿cuando describe, textualmente, «una enorme cantidad de gente que hace cola para tramitar préstamos (maquinaria y equipos) y ferias agropecuarias y comercialización del valle»?

Por cierto, no soy tan idiota que atribuya a la reforma agraria de Velasco toda esa vorágine. Pero sí sería una barbaridad no reconocer que poco o nada de lo que describe Benavides corresponda a lo que él llama, en el mismo texto, «el gamonalismo y el patrimonialismo». Él mismo dice que «han desaparecido con las haciendas». Lo digo porque otros observadores, como Daniel Cotlear, en 1988, habían notado una «economía moderna en las regiones tradicionales de la sierra». Igual, en Allpanchis. O sea, el ‘fracaso’ de Velasco.

Lo que no cambió fueron los hábitos seculares, entre legales e ilegales. Ya no había el gamonal pero sí «las ayudas informales, la vara, la corrupción, las relaciones personales de dependencia, los favores» (Benavides). El manejo partidario-clientelista. Tiempo de Alberto Fujimori. Lo personalizado reemplazando al antiguo patrimonialista. Y siempre, los allegados: familiares, ahijados, compadres. La conclusión: «las formas tradicionales de comportamiento seguían vigentes».

Fue otro tiempo rural. Otra sociedad. Lo vio Flores Galindo, la ambigüedad. Cómo forasteros y migrantes andinos, buena parte de los que dejaron el agro —pese a tener propiedades— hicieron, ante los enfrentamientos culturales, amalgamas. Más tarde, en Lima, la cultura chicha. El achorado. No todo fue el velascato. Orlando Plaza señala en 1979, que las comunidades (no los peones o colonos de las exhaciendas) eran una forma de organización económica y social inmutable. Desde entonces han crecido, hoy son 7000. De la naturaleza doble de la comunidad campesina, atrapada en lo mercantil y lo no mercantil, podemos seguir discutiendo. Pero siguen codeterminando la organización social andina (Jürgen Golte).

En el campo de las ideas, vino una época de enorme fecundidad. La utopía andina de Manuel Burga y Alberto Flores Galindo. El nacionalismo andino de Carlos Franco. El desafío de los pueblos andinos de Luis Millones. Se comenzó a hablar de «las lógicas del campesinado». Había aparecido una nueva racionalidad india. No dependían del favor del gamonal sino del dinero. Raúl Hopkins examina, en 1990, a jefes familiares y grupos de campesinos. «Tienen mucha preocupación por la falta de dinero en el hogar». Trabajan la tierra que les pertenece, pero completan sus ingresos saliendo a trabajar a otros lugares.

En estudios míos, en el departamento de Cusco, en el pueblo de Huarocondo, encuentro algo parecido, campesinos que tienen días de trabajo pero con otros oficios. Se nota las migraciones cortas y cercanas, como formas de ingreso al mercado. Después de Velasco y su reforma agraria, se pudo reflexionar sobre el postgamonalismo. Un ejemplo muy claro de ese sesgo —imposible antes de 1969— es la cuestión de la modernidad en los Andes, tema del muy recordado Henrique Urbano; ya no solo los reflejos atávicos que venían desde los días de Mariátegui, sino de ese mundo campesino que ya no estaba en la situación de marginalidad que el sistema de haciendas cerradas al salario y la moneda, volvió dominantes desde el último virrey hasta 1969.

Hablemos en serio. Velasco es algo que rompe el biodualismo blanco criollo e indios, determinante en la vida peruana desde la muerte de Atahualpa hasta finales del siglo XX.  Un  entrometido. Adiós al servilismo no solo rural sino urbano y para trabajos hogareños que les parecía a muchos peruanos algo natural. Lo indio antes de Velasco, era una capa social, pero algo más. Una casta destinada a la servidumbre. En un libro sincero y terrible, Urin Parcco y Hanan Parcco. Memorias sobre el tiempo de la hacienda y la reforma agraria (PUCP, 2017), aparecen personajes reales. Investigación de una mujer, Mercedes Crisóstomo Meza, licenciada por la Universidad Nacional del Centro y por la Católica de Lima, es la que ha hecho la pregunta clave: ¿cómo era la vida en estos tiempos de la hacienda?

– «Nos hacían sufrir mucho. Esos patrones nos pegaban. Nos hacían pastear ovejas. Si pasaba algo a sus ovejas, nuestras ovejas se separaban y llorábamos por nuestras ovejas. ‘¡Ay mi ovejita!’, diciendo. Si se comía el zorro, también nos pegaban esos Patiños [los propietarios]

… ‘¡Carajo, mierda, a mi toro le has matado por no cuidar bien!’, diciendo le ha pegado a mi papá. Con la cachetada le había sacado sangre de la nariz y yo lloraba dando vueltas de un lado a otro. En las chacras también nos hacían sufrir».

¿Qué cambió con la reforma agraria?

– «Ahí, pues, lo han desaparecido al patrón.» (pp. 96-97, Isabel Buendía Lázaro, 67 años)

Otro testimonios.

– «Las mujeres cuidábamos a las niñas [hijas del patrón]. La patrona era Rosa Ortiz. A ella teníamos que servir. Teníamos que tender la cama, lavar las ropas, teníamos que cuidar a las niñas cargando. Eso hacíamos. (…) Con la reforma ya no sufríamos como antes. Antes, todo el día trabajaban para el patrón. Y si no trabajaban, el patrón  les pegaba.» (idem, p. 73, Emilia Nahuincopa Soto, 74 años).

– «No nos pagaba nada. Cuando pastábamos animales, a veces se moría y eso de todas maneras teníamos que reponer de nuestra parte. Una vez tenía que reponer cinco ovejas. (…) Entonces, tejiendo medias, braceras he comprado cinco ovejas para reponer. Así hemos sufrido.» (p. 62, Alejandra Quispe Belito, 77 años)

Entonces, ¿el «fracaso de Velasco»? Ya no les pegan.

Publicado en Café Viena, 2 de julio de 2019

Entrevista: «Civilizaciones comparadas»

Written By: Hugo Neira - Jul• 02•19

Hugo Neira traza un esquema comparativo del pensamiento de cuatro culturas importantes, dos americanas y dos orientales, una de ellas China.

Por:  Richard Chuhue

-¿Por qué un enfoque comparativo de las culturas?

Este libro es un tanto distinto a los que la academia en América Latina tiene como temática. Esto más bien viene de mi formación europea porque hay más libros en inglés, en francés sobre temas comparativos entre civilizaciones. ¿Por qué razón? Porque Estados Unidos, Europa y ahora también China son parte de la esfera de poder económico, entre las potencias más avanzadas, y naturalmente son parte de la mundialización. Hay unas modificaciones de los intereses de los antropólogos, los historiadores, los etnólogos, los economistas, entonces comienzan a aparecer los primeros pasos para lo que es una historia mundial.

-¿Cómo nace la idea del libro?

Yo estaba en un mundo universitario donde había un interés permanente por la investigación, y es mi lado europeo el que me inspiró. Sin embargo, comencé con una idea bien peruana dentro del esquema comparativo. Comencé con los Incas. Tuve también interés en escribir sobre Mesoamérica. He escrito dos libros sobre ellos posteriormente. Por otra parte, tenía un interés muy particular por la filosofía. Es decir, tenía la necesidad de escribir más allá de los campos que manejo, que son la historia, las ciencias sociales, la ciencia política. Quería una visión global, que es lo que da la filosofía. Es lo que más he leído en los últimos años, pues me parece que el pensamiento filosófico es capaz de tener una visión más completa y global del hombre y de la sociedad.

-¿Cuál es la importancia de su libro y por qué China?

Me di cuenta de que había un intenso debate filosófico: los europeos insisten que suya es la filosofía y no la que tienen las «culturas periféricas», esas mismas que no han tenido ruptura, como la India con los Vedas, que tiene 4000 años de antigüedad, o la cultura China, que jamás ha sido dominada. No hay un Pizarro en China, no han perdido su lengua. Es una civilización que ha continuado su historia sin ruptura cultural. A lo más, en el peor momento, dejaron una economía de enclave en la costa, pero nunca dejaron de ser ellos los que mandaban hasta el año 1910 en que comenzó la República. Entonces quise rebatir esa visión autocentrista del mundo occidental y me lancé a comparar las civilizaciones China e Hindú, recurriendo a los investigadores que las habían investigado sólidamente en París, y puse al mismo nivel el pensamiento filosófico Inca, a la vez que el Azteca. Puse en las ligas mayores al pensamiento quechua, al lado de las grandes civilizaciones. Este libro no es para el Perú, no lo pueden entender, tal vez lo harán cuando yo me haya muerto, cuando la mundialización

haya avanzado y se den cuenta de que en algún momento determinado se pensó filosóficamente en el Perú. Y ello es pensar en un concepto global del ser humano y de la vida. Eso lo tuvieron también los Incas.

-¿Ha visitado China?

Me invitaron en la época de Velasco, siendo yo director de un periódico, y fui junto con Raúl Vargas. Llegué cuando Mao Tse Tung acababa de fallecer y estaba en el gobierno su viuda, Jiang Qing, todo un personaje. Nos quedamos prendados de China. Ya Raúl y yo queríamos regresar a nuestros periódicos, él era subdirector y yo director, pero también nosotros queríamos volver para estudiar chino y ello se frustró. Regresamos al Perú, hubo cambios políticos en China y el embajador que nos había prometido una beca para que estudiáramos en China nos escribió una carta diciéndonos que no podía hacer nada porque estaba en un campo de trabajo. Era uno de los burgueses chinos que había sido castigado luego de la Revolución Cultural. Y luego me llegaron las propuestas europeas y seguí pues, pero nunca dejé de observar a la India y a China como sociedades de una autonomía intelectual extraordinaria.

-¿Por qué quería estudiar en China?

Por su racionalidad milenaria. He pasado mucho tiempo después quemándome las pestañas en leer todo lo que fuera necesario de esa cultura a partir de los especialistas y la gente seria. No buscaba la religión, quería encontrar y entender la filosofía y racionalidad china. En mi libro ¿Qué es política…?, que editó la Universidad San Martín de Porres, también los menciono de manera importante. Se dice que la política nace en Grecia, ya que ellos descubren, cuatro siglos antes de Jesucristo y como resultado de una herencia constante, la filosofía y la política como conocimiento. Entonces tendría que comenzar por ellos, pero no, comienzo por China. El primer estado, en el año 221 a.C., consigue crear un sistema político que evita lo que llaman los chinos en su historia: la continuidad de «el periodo de los reinos combatientes». Entonces se reúnen y manejan las tierras y las aguas de los ríos y progresan. China siempre fue el lugar más poblado del mundo. Cuando había 260 millones de seres humanos en el paleolítico, ya había 150 millones en China. ¿Por qué? Pues solo hay dos sitios en el planeta que tienen esa ventaja extraordinaria: los Estados Unidos, en la planicie del Oeste, y China, que también tiene altas posibilidades agrícolas y ríos. Tiene

tierra, agua y población. ¿Cómo organizas eso? Con una estructura del Estado, y por ello inventan algo extraordinario: el funcionario público, el mandarín. Este podía ser cualquier joven cuyos padres, agrícolas, lo habían educado suficientemente como para competir. Entonces también inventan al funcionario de carrera de por vida. Y Europa muchos años después toma el ejemplo del primer Estado en el mundo: China.

-¿Y cómo acaba el libro?

Con un capítulo llamado «Del Gran Timonel a nuestros días». Entonces China está en este libro al comienzo y al final, pues fue el primer Estado que manejó gente muy diversa y heterogénea, y hoy en día es una potencia que se acerca en riqueza global a Estados Unidos. Como se puede ver ese interés por esta civilización me ha durado.

-¿Qué es lo que más lo impresiona de China?

Hay cosas que me impresionan mucho: la racionalidad china. Tienen algo parecido a los griegos, a pesar de que no tienen pasajes de una cultura a otra, es independiente. Los chinos parten de un concepto, desde Confucio y Buda: No hay por qué preocuparse por el mundo es increado, nació consigo y existió consigo siempre. Resultado: no hay iglesia; hay escuelas de formación. No hay dogmas; se piensa, se razona. Y el tema de los dioses no lo tocan. Los dioses existen. ¿Qué simbolizan? Para los griegos y los chinos son las fuerzas que no conocemos. Pero no hay una teología. El hombre muere. ¿Qué es la muerte? ¿Qué es el más allá? No sabemos, debe haber potencias, creen en lo divino, pero no hay creación del cosmos por un dios único. Por lo tanto, no hay papado, no hay inquisición, por lo tanto, razonan. Debido a esa racionalidad, en la actualidad han sacado ventaja a otras naciones contemporáneas. ¿Qué nos falta para igualarlos? ¿El desarrollo científico debe ser una política de Estado? Por supuesto, pues se evitan problemas. Para qué vas a estar haciendo tonterías si tienes una profesión que te da seguridad. Esa es la solución para evitar la corrupción: la tecnociencia. Y es cuestión de mandar a estudiar a alguien tres añitos fuera y traerlo y agarrarlo de la oreja si no viene.

Eso hicieron los japoneses, mandaron a miles de personas al exterior. Y China también. La última vez que fui a la otra universidad que quiero mucho aparte de San Marcos, cuando he ido al Instituto de Ciencias Políticas de París, veo que han hecho una ampliación y ¿qué he encontrado? 200, 300 estudiantes chinos e hindúes, enviados a Francia a estudiar, pagados y becados. ¿Qué es eso? Van a estudiar a Inglaterra, Alemania, Francia, eso es capital humano que luego regresa, eso es lo que necesitamos. China hoy en día hace sus armas, sus viajes al espacio e India no necesita ya los científicos foráneos porque la ciencia es universal, un logaritmo es planetario, no pertenece a una sola civilización. Ese salto a la tecnología es el que nos falta. La visión de tener matemáticos, físicos, químicos, científicos de ciencias duras en el Perú. Tenemos que dar el salto científico y lamentablemente todavía somos un país al que no le interesa la ciencia, sino solamente algunas aplicaciones de la tecnología, que no es sino la aplicación de la ciencia.

Publicado en la revista Integración n°52 de junio de 2019, pp. 44-47

¿Velasco? La dificultad de entender lo evidente

Written By: Hugo Neira - Jul• 01•19

A veces ocurre que el azar determina tareas inesperadas. Como se cumplen 50 años de la irrupción del velasquismo, me llueven lugares y públicos que quieren saber lo que entonces había ocurrido. Béjar y yo, testigos de vista. Hace unos días, estuve en Cajamarca porque un grupo de estudiantes quería que les explicara por qué hubo la Reforma Agraria en 1969. Hace poco, estuve en Arequipa. La Universidad Católica de esa ciudad me había pedido un análisis y lectura de la obra de Juan Guillermo Carpio Muñoz, Texao. Arequipa y Mostajo. Son 14 tomos dedicados a la historia política y la cultura popular de los arequipeños. Y no faltó una invitación, siempre ante jóvenes, sobre el misterio del velasquismo.

Para mí, no lo es tanto. Pero los aniversarios, los eventos, o el simple recuerdo histórico, encienden la hoguera de las vanidades. A los que estaban presentes, por fortuna o desgracia, les cuesta trabajo tomar distancia. Los que no pudieron (por la edad, por ser muy jóvenes) o los muy viejos, por estar cargados de a prioris y consignas. Al punto de llegar a cargarle todos los defectos posteriores, incluyendo a Sendero Luminoso. En este caso, sin reflexionar un solo segundo que las rondas campesinas que se enfrentaron, al lado del ejército, al terrorismo senderista, eran campesinos con tierras y bienes que defender. Pierdo el tiempo pero lo repito: si no hubiese habido el voluntarismo de Velasco con el tema del indio pordiosero, a Sendero le habría ido mejor.

Pero existe la obligación moral de explicar por qué tras el remezón de 1969 del denominado velasquismo, proviene una sociedad abierta y paradójicamente trazada por ese mismo poder militar.

Lo han vuelto enigma. Entenderlo es posible. No se trata de capacidad intelectual, tampoco si es uno liberal o marxista. Se trata de tomar distancia. Y admitir que esa  temática es un vasto campo de causas y procesos. Por eso mismo, la distancia de los hechos históricos es lo que abre espacio a lo que se llama lucidez. En mi terca vida de eterno estudiante, confieso que encontré una explicación de orden axiológico, en el fenomenólogo Alfred Schutz, en 1944, después de Max Weber y Max Scheler. Para entender dos élites, la militar y aquella que emerge con las tomas de tierra. El tema en Europa era por qué los judíos superaban en la comprensión de los fenómenos sociales a otros pensadores. Ahora bien el examen puntual de Schutz indica que también algunos no necesitaban ser judíos para tener una mirada clara y racional. No es, pues, un asunto que tenga que ver con la genética ni con la religión. «Los individuos lucidos son aquellos que no comparten los supuestos básicos del grupo social al que se incorporan» (Schutz). Desde su situación, es capaz de cuestionar todo lo que le parece incuestionable. ¿Y quién es ese sujeto? Por lo general, el extranjero. Se entiende, entonces, por qué algunos de los más exigentes de nuestra inteligencia —Porras, Macera, Estuardo Nuñez— se interesaron en los viajeros. Y en efecto, nos vieron mejor que nosotros mismos. Comenzando por Humboldt. En cuanto a los viajeros, es evidente que Flora Tristán vino después de Antonio de Ulloa y Jorge Juan, que revelaron los horrores de los curas coloniales y los corregidores, eso que despierta a Condorcanqui y su rebelión. La lista es larga, de Squier a Hiram Bingham; a franceses, de Sartiges o Radiguet. Nos describieron admirablemente.

Estoy diciendo que a veces es conveniente tomar un poco de distancia, incluso físicamente, del terruño y de la manada. ¿Estar conectado? ¡Es lo contrario!  Si esto es cierto, Sartre se equivoca con el engagement. Las ventajas del outsider. Parte de algo, pero no del todo. El que practica la crítica de la crítica (Marx). Se puede seguir corrientes sin renunciar a la posibilidad de la heterodoxia. En fin, lo dice el español Ortega y Gasset. «Señores, yo soy nada menos que el extranjero, y me beneficio de sus melancólicos privilegios» («Meditación del pueblo joven», Madrid, Revista de Occidente, 1966, pp. 71-73).  En suma, Kant llamaba a la inteligencia a ser libre, sapere aude, o sea, piensa por tu cuenta. «Atrévete a usar tu propio entendimiento». A esto se le llama el Aufklärung. Las Luces, la Ilustración. «Salir del yugo de una minoría despótica.» De esos que dicen «el fracaso de Velasco».

Ante la reforma agraria y el gobierno revolucionario militar, confieso que me pasaron  dos cosas. La primera, el azar, la fortuna de haber sido enviado en calidad de «corresponsal de guerra», al Cusco. En el diario Expreso de los años sesenta, hubo un director fuera de lo común, José Antonio Encinas. Era un diplomático, lo llamaron. Venía de Harvard. En 1961, recluta jóvenes escritores como Abelardo Oquendo, Luis Loayza y Raúl Vargas, como editorialistas. Y también al autor de esta nota. En 1964 me envía como corresponsal en el sur cuando estallan las invasiones de tierras. Me lo impuso porque había sido alumno de Arguedas y de Matos Mar. Algo extraño pasaba en el sur andino. Algo que no era ni guerrillas ni los terribles levantamientos indígenas, por lo general sangrientos. Como había ocurrido, en el pasado, en Huancané, en Puno. Ahora bien, mis crónicas, recogidas en Cuzco: tierra y muerte, reciben en 1965 el Premio Nacional de Fomento a la Cultura. ¿Qué contenían? Una realidad que estaba más allá de los supuestos básicos sobre rebeliones. El outsider dador de inteligibilidad.

Encontré una capa nueva de campesinos capaces de autorganizarse. Y pensar por su cuenta. Sumire, Cornejo, Huillca, evitaban el enfrentamiento directo con la policía y las Fuerzas Armadas, mientras invadían tierras de hacienda, cuya propiedad habían perdido. No se dice, pero el XIX fue el peor siglo para los indios del Perú. Dejaron de tener nobles y curacas. Todos iguales y miserables. En realidad, la hacienda peruana en manos de los terratenientes no era sino la continuación de la encomienda colonial. Eso lo explica bien Bonilla y Karen Spalding, pero es inútil citar en qué libro, en un país en donde no se lee. Se llega a la realidad por el pensamiento mágico. El peruano de a pie, ya sabe. No necesita ni libros ni diarios, incluso, los digitales.

Lo que pasó en los sesenta, guste o no, fue un paso a la modernidad. Por una vez en nuestra historia fue un acto intrínseco, profundo, particular. No fue la independencia de los criollos que fueron liberados con ayuda externa. ¿Es por eso acaso que a las élites de izquierda les duele esa liberación endógena, sin líderes sino ellos mismos?

En fin, estoy diciendo que la idea de una reforma venía de lejos, pero se vuelve tarea del Estado desde las tomas de tierras por los 1800 sindicatos cusqueños —a la cabeza, Saturnino Huillca—, que remueven el mundo campesino. Todo había comenzado en el valle de la Convención (donde aparece Hugo Blanco, que se hace un arrendire, o sea, un indio más) y hay un golpe maestro. La huelga de trabajo. Los arrendires se niegan a trabajar para sus patrones arrendatarios. Se desploma el sistema. Para proseguir, tenían que pagar salarios¡! Y cuando Blanco va a dar a la cárcel, en Arequipa, el ejemplo de huelgas y «recuperaciones de tierras» se traslada a las grandes cuencas andinas. Cierto, el movimiento es detenido tras la captura de centenares de dirigentes campesinos. Pero los militares comenzaron a evaluar ese gigantesco y espontáneo movimiento rural. Eran los tiempos de la Guerra Fría, la URSS en pleno auge y la Cuba de Fidel. ¿Iban a ser ellos, la Fuerza Armada, los que tendrían que salir a reprimir a las masas rurales? Y entonces vieron a la oligarquía como el obstáculo al progreso social.

El segundo factor fue, pues, un cambio de mentalidad en las filas de los militares. Se toca poco este punto, el nacimiento del CAEM. Fundado en 1950, cuando Odría, era solo para el Alto Mando del Ejército, pero luego se extiende a la Aviación y la Marina. Era más que una Escuela Militar. Desde que fuera su Director el general José del Carmen Marín, tuvo un propósito que englobaba temas de Defensa y a la vez la más amplia formación en temas de desarrollo, economía y problemas sociales. En ella se forman —con los mejores profesores— los generales Jorge Fernández Maldonado, Leonidas Rodríguez, Rafael Hoyos Rubio, y por cierto, Juan Velasco Alvarado. Se entiende entonces, que tras el frustrante interregno belaundista (fracasa una vez más, un proyecto de reforma agraria) son las Fuerzas Armadas las que deciden «el camino revolucionario» (Hernando Aguirre Gamio).

En consecuencia, no fue el capricho de un dictador, es decir, Velasco, una reducción muy actual. No, es algo más claro y menos barroco que las flojas explicaciones al uso. Se reúnen dos modificaciones de mentalidad y estrategias. Una desde abajo, de los campesinos sureños. Y otra por arriba, un estamento social capaz de emprender un gobierno diferente, diríamos, de sustitución. (Lo digo sin proponer algún golpe de Estado). Otras son nuestras exigencias, otro siglo, otro capitalismo. Otra sociedad. Pero mi hipótesis, la coincidencia de la evolución de los indígenas cusqueños y de los militares entonces nacionalistas. Intereses distintos, pero el mismo rival. Los rentistas precapitalistas y feudatarios. Los militares pensaban en la nación. Los campesinos, en la tierra. No es la primera vez que en la historia de los pueblos ambas expectativas se combinan.

Hoy me pregunto, para nosotros, ¿cuáles son las modificaciones actuales en las capas tectónicas de la nación? ¿Estarán cambiando y no nos damos cuenta?

Publicado en El Montonero., 1 de julio de 2019

https://elmontonero.pe/columnas/velasco-la-dificultad-de-entender-lo-evidente

El tercer terremoto: la economía de mercado

Written By: Hugo Neira - Jun• 29•19

Amable, lector, en las semanas anteriores me he ocupado de que el lector conozca algo de mi último libro, El águila y el cóndor, es decir el segundo tomo de estudio comparativo sobre la historia social de México y Perú, libro que edita la universidad Ricardo Palma. Es algo que agradezco, puesto que los trabajos comparativos entre países o naciones, es necesario, pero son, como el lector puede imaginar, doblemente complejos y de difícil arquitectura. No obstante, ese trabajo es un hecho, pronto se le presentará. Por lo demás, la Ricardo Palma tiene una librería comercial en la avenida Arequipa, a mano derecha si se viene de Lima centro, a un paso del óvalo de Miraflores.

En la semana anterior, argumentaba sobre nuestro caso, una sociedad que se modifica desde lo que llamo las ‘placas tectónicas’, es decir, fenómenos sociales tan importantes como la migración masiva de poblaciones andinas y rurales a las ciudades menores y luego a Lima, lo cual transformó, para bien o para mal, nuestro sistema de clases y estamentos. Hecho gigantesco que sin embargo no fue tomado como lo que era, una revolución oculta del cuerpo colectivo de la sociedad peruana. A esas modificaciones las vengo llamando las ‘placas tectónicas’. Es una metáfora, por cierto. Pero qué mejor en un país en el que todos sabemos qué son los temblores y terremotos. Ahora bien, la migración, ese pasaje de las ojotas rebeldes, cansadas de esperar la modernidad, partieron adonde podían encontrarla, en las ciudades. Donde no faltan escuelas, clínicas y mercado y trabajo salarial.

El otro remezón a las capas tectónicas ha sido —guste o no— la desaparición de los terratenientes. El fin del gamonalismo. La mal llamada Reforma Agraria, que por un lado, es una reforma laboral, puesto que después de su ejecución, hoy las leyes prohíben el trabajo que no sea remunerado. Y por otro lado, la victoria de los sindicatos rurales, unos 1800, dirigidos por una generación de campesinos rebeldes que capitanearon las tomas de tierras o como la llamaban, la recuperación de propiedades agrícolas que habían perdido a lo largo del siglo XIX y el XX. Fatigados de litigar inútilmente, acudieron a invasiones de haciendas. Con un detalle decisivo. Las invadían pero no se incendiaba ni se asesinaba, como ocurría en el pasado. Hubo en Perú lo que los europeos llamaron jacquerie, o sea, explosiones de ira de los campesinos en la Edad Media. Que terminaba con la respuesta de la nobleza que exterminaba a los rebeldes. En el Perú, esos levantamientos provocaban la intervención no menos violenta de la policía e incluso la fuerza armada. Así había ocurrido en los años veinte y treinta en una rebelión en Puno, Azángaro. En los días de José Carlos Mariátegui. No en los sesenta del siglo XX.

Las invasiones campesinas, en los inicios de lo sesenta, tenían como estrategia ocupar haciendas y tierras, pero sin matanzas. Fue un movimiento indígena con algo de Gandhi. La sabiduría de no responder a la violencia (policial) con la violencia. Practicaron entonces la no violencia. Un modo de acción de presión de las masas, pero sin armas. Las revueltas en la India tuvieron una notoriedad universal. Fue lo que hizo a Gandhi un gran líder, hasta el punto de imponerle al Imperio británico la emancipación de la India. El caso peruano, creyeron que era una rebelión violenta o una guerrilla. Ese movimiento rural, el mayor que hemos tenido, que afectaba el Sur, es solo comparable con Túpac Amaru II, por su extensión y el número de población rural que participó. Había comenzado en el valle de la Convención, donde cuenta mucho el liderazgo de Hugo Blanco, sin embargo fue en la zona andina, en comunidades y aldeas, donde alcanza su mayor dinamismo. Y entonces, un líder campesino cusqueño, Saturnino Huillca y los sindicatos rurales, encabeza esa rebelión sin armas. En Lima no se entendía lo que ocurría, era algo nuevo, inesperado. El enorme movimiento rural no respondía a ningún partido de izquierda. Era autónomo. El relato de ese acontecimiento está en mi libro Cuzco: tierra y muerte. Es un compendio de mis artículos que enviaba a un diario de Lima, Expreso, que me había enviado en calidad de corresponsal de guerra. Ese libro fue premiado por el Congreso de 1965, puesto que describía la situación cusqueña tal cual. Para entender qué pasaba, entrevistaba a los líderes campesinos. Eduardo Sumire, Huillca, habían aprendido a tener estrategias al hacer el servicio militar. Ocupaciones pacíficas, sin desborde de masas, sin milicias armadas como se creía en la capital, el campesino entraba en la escena peruana, multitudes nuevas, el ejército de los sin tierra.

El movimiento termina a mediados de 1965. La mayoría de dirigentes fueron retenidos y enviados a una cárcel en la amazonía, el Sepa. Unos años después, en 1969, en junio, el gobierno militar decide la reforma agraria. Siempre he dicho que confirman de jure lo que ya había pasado de facto. Sin la insurgencia de ese movimiento de no violencia pero de presión colectiva, no hubiera ocurrido la Reforma Agraria.

El otro terremoto es cuando se deja en creer que se puede progresar con un Estado emprendedor. El ingreso a la economía liberal tiene otro origen: Fujimori, en los noventa. Además, cuando Sendero Luminoso le declara la guerra al Perú, los campesinos ya tenían tierras y no había gamonales. Se lanzaron a una piscina sin agua.

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     3. El tercer terremoto. La economía de mercado, desde el gobierno de Fujimori

     Entre 1991 y el 2000, se privatizan unas 228 empresas estatales. Lo cual significa el 90% del patrimonio de las mineras, el 85% de la manufactura, el 68% de los hidrocarburos, el 68% de la electricidad. Las transacciones tuvieron un valor para el Tesoro Público de US $ 6’445 millones. Nos limitamos a los hechos. Los siguientes gobiernos —Toledo, García, Humala— no salieron de ese esquema liberal, al contrario. Pero volvamos a las cifras. El ingreso per cápita en 1980, era de 890 dólares. En 1995  alcanza los l’530 dólares. En el 2009, es de 4’200 dólares. En cuanto al PBI, de 1991 al 2009, se pasa de 83’760 millones de nuevos soles constantes, a 192’994. Además, la pobreza disminuye de 53% a 21%. En pocas palabras, se pasa de un Estado que confiaba en la empresa pública a un Estado que prefiere la empresa privada y el libre mercado. Pensamos, sin embargo, que el Estado empresarial falla en el Perú, pero no en otras naciones. Es más bien un problema de recursos humanos. No contamos con el personal adecuadamente formado y con una ética capaz de evitar la corrupción. Si no hay esos dos requisitos, ninguna economía capitalista puede tener éxito. Hay una ética en el capitalismo. Eso lo explica Max Weber.

     Sin embargo, tenemos que admitir que Alberto Fujimori es un personaje difícil de explicar. Vence en la pugna electoral a Mario Vargas Llosa, a quien el planeta daba por vencedor. Y a los dos años de gobierno da un autogolpe, cierra el Congreso, lo reabre bajo la presión de la OEA, con un esquema reducido, unicameral, y con distrito nacional único. Una barbaridad institucional. Y gobierna de manera autoritaria. No es una dictadura, pero sí un poder autocrático. Recuerda el exceso de poder de Leguía. Y lo que es peor, o se deja manejar, o forma parte del delito, socio de Vladimiro Montesinos. Luego, intenta un tercer gobierno, el descubrimiento de lo que «el Doc» hacía en su oficina, Jefe de la Inteligencia. Grababa sus actos de corrupción. Su despacho fue un nicho de negocios oscuros. Fue aquel un «Estado mafioso» (Manuel Dammert). Y cierra con broche de oro tal degradación. ¡Se fuga!

     El otro gran gesto de Fujimori es dar un poder discrecional a los mandos militares para enfrentar a Sendero Luminoso. Eso fue una guerra civil. Sendero Luminoso le declaró la guerra al Perú. El concepto de «conflicto interno» es una de esas cobardías semánticas propias al hábito de no decir las cosas como son, retórica muy frecuente, por desgracia, en nuestro país. Pero claro, dada la trayectoria ilícita de Fujimori como presidente, hay resistencia para reconocerle al menos dos contribuciones. Derrota a Sendero Luminoso (con un costo enorme, en materia de derechos humanos). Y nos hace abandonar la ilusión de un Estado como motor de la economía. Ese modelo es posible pero con funcionarios de calidad y honradez. Estado y mercado son necesarios. Tampoco es  una solución integral, el desarrollo solo con mercado produce una paradoja, muy peruana. La evolución económica y social del Perú es inversamente proporcional al aumento de la confianza de los políticos. El Perú es una singularidad. Es el término usado en biología, astronomía, economía. Cuánto más ha incrementado la riqueza social un presidente, más impopular ha sido. En esa estamos.

     4. Conclusión, la penosa verdad. El poder, desde arriba, hizo cambios, aunque fuesen impopulares

     Dos de los movimientos de las placas tectónicas —las migraciones y las ocupaciones de tierras— han ocurrido espontáneamente. Triunfo del pueblo. Las otras dos transformaciones corresponden a Velasco y a Fujimori. A dos gobiernos no democráticos. Es lamentable pero así son las cosas en Perú. Esperemos que en el futuro «las grandes reformas» se hagan con nuestras instituciones. Ojalá ocurra en este tercer siglo de vida republicana. (El águila y el cóndor, pp. 499-500).

Publicado en Café Viena, 25 de junio de 2019