Argentina. De país rico a país pobre

Written By: Hugo Neira - Jul• 12•21

Con el respeto por el pueblo de José de San Martín, el Che Guevara y Borges.

Por un largo tiempo la Argentina fue el «granero del mundo». El país latinoamericano que atraía a los emigrantes europeos tanto como los Estados Unidos. Y hoy es el país donde la pobreza llega a un 51%. En otras palabras, hay hambre. ¿Qué pasó en esa sociedad que el autor de este escrito conoció y vio un país con un nivel de educación invidiable, y una sociedad lejos de la precariedad de estos días? No es un enigma, sino una época en que Argentina se vuelve un país agroexportador. Vinculado a un país europeo, aquel que había sido el primero en convertirse en sociedad industrial, es decir, la Gran Bretaña. Se trata, pues, de la historia de un país europeo por una parte, y por la otra, de una de las repúblicas de la América Latina.

Vamos a hacerlo en tres partes. La primera, la revolución industrial en Inglaterra. La segunda, la transformación de la Argentina como país agroexportador. Y la tercera, las reformas económicas de la Unión Europea.

Comencemos con algo nuevo que ocurre en la Gran Bretaña. Algo tan poderoso que cambia la vida del ser humano tanto como en los primeros homo sapiens, cuando en el Neolítico aprenden a usar el fuego, luego la caza y la agricultura. Luego la escritura, la aparición de las ciudades, y el pasaje a las primeras civilizaciones. Ese algo es lo que llamamos la revolución industrial. Y con ello, las novedades en el trabajo: fábricas, máquinas, medios de transporte por mar y luego por el aire. Sin contar con el progreso de la medicina, el conocimiento de la naturaleza. El uso al inicio del carbón, luego el petróleo, la energía eléctrica. Esto es sabido, pero como la educación peruana es una de las mejores del mundo como lo prueban en las pruebas PISA, conviene explicarlo brevemente. Hay un  antes y después en la aventura humana, de la era preindustrial y la actual.

Sin embargo, los inicios fueron modestos. «Alrededor de 1760, una ola de pequeños instrumentos destinados a facilitar el trabajo, inundó a Inglaterra» (T.S. Ashton, La revolución industrial, 1760-1830). En realidad, las innovaciones surgen en la agricultura, transporte, industria, comercio y finanzas. Vale la pena señalar la cronología. En 1707, naves a vapor. En 1732, coque (carbono destilado que mejora la fusión). En 1733, la lanzadera volante en los telares para tejidos. Los rieles fundidos, en 1763. En 1783, barco a vapor con ruedas. En 1783, la mongolfiera o globo para viajes. En 1784, la máquina de vapor automática. En 1795, la pasteurización. En 1801, la pila eléctrica. En 1807, barco a vapor de Fulton. Y en 1821 —el año de nuestra independencia—, vías de fierro y vapor en Gran Bretaña. Luego el ferrocarril es incorporado a Francia, Alemania, por todas partes de Europa.

Ahora bien, cuando en mis clases llegamos a este punto, no falta una pregunta: ¿por qué la primera revolución industrial emerge en Gran Bretaña? Es una buena pregunta. Hubo varias causas. Los inventores se sentían seguros cuando obtenían la patente. Es el caso de la máquina de vapor de Watt. La monarquía liberal de la Gran Bretaña tenía la fama de ser régimen comercial honesto, y de ahí, su moneda estable, su sistema bancario. Si Watt hubiese sido no inglés sino un latino, le hubieran robado su invento. Pero hay otras causas para que fuera Inglaterra, había abundancia de hierro y sobre todo, de carbón. La revolución industrial se fue transformando a partir de otras energías, ya no tanto el aire para los molinos sino, luego del carbón, el petróleo, la electricidad. Y hoy, la energía atómica.

Pero surge un problema. De tipo laboral y social. Hasta ese momento Inglaterra era un país rural como todo país, pero para pasar a un sistema de producción en fábricas, era necesario la mano de obra. Primer problema. ¿Cómo desalojar a los trabajadores rurales para que se volvieran obreros urbanos? Las aldeas eran terrenos donde se explotaba pastos, ovejas y cerdos, y cultivos. Y los campesinos británicos no querían dejar sus tierras. Pero el poder de las clases dirigentes encontró su talón de Aquiles. Tenían deudas. Nunca lograban pagar del todo. Esas aldeas tenían terrenos comunales que venían del pasado, sin prisa para acumular riqueza. Además, los protegían diversas iglesias. Así, «para hacerlos salir de la campiña, el Parlamento impone leyes que producen el desalojo de los trabajadores rurales que inevitablemente no tuvieron más remedio que precipitarse hacia los puestos en las fábricas. A esa pérdida de propiedades, se les llamó los Enclosure Acts (Paul Mantoux, La Révolution industrielle au XVIII siècle, 1906).

Los sacaron del mundo rural. Los excampesinos encontraron trabajo como obreros. Era inevitable, en el mundo rural, ante las innovaciones técnicas, iba a disminuir el número de jornaleros. Pero surgía otro problema. Si disminuían los campesinos —vueltos obreros— ¿quién iba a resolver la cuestión de los alimentos? Algunos pensaron que podían recibir a los nórdicos, pero dejaron esa posibilidad. Inglaterra en algún momento de su pasado fue invadida por los normandos, y buscaron otra solución. La hubo, al otro extremo del planeta.  

Tratemos ahora la Argentina y sus modificaciones. En torno al río de la Plata, no había la población numerosa de otras zonas dominadas por el imperio Español. Así, la corona se inquieta por los portugueses, y crea un virreinato de la Plata, cuya capital es Buenos Aires (1776). Por un tiempo no destaca hasta que arranca, en 1810, uno de los proyectos de independizarse. Cosa que lograron. Pero para tener una migración masiva, era necesario que se incorporaran extranjeros si había una modernización de la Argentina. Había un obstáculo, en el desierto y la pampa, estaban los indígenas. La situación argentina se parece a la lucha por la frontera de los norteamericanos ante los indígenas que eran también nómades. Los llamaron los «malones». Cierto, «defendían sus tierras»  (Alain Rouquié). Esto lo logra la Argentina de gauchos definitivamente en 1879. Larga guerra local. Es célebre la campaña del general Roca que abre 375 000 kilómetros cuadrados de tierras fertiles al sur de la pampa (Rouquié). Es así como surge en la Argentina una exportación de cereales en abundancia y carne.

Vencidos los nativos, aparecen desde 1870 las infraestructuras locales, puertos, y frigoríficos gigantes que luego eran trasladados a los barcos británicos. El flujo de inmigrantes convierte la Argentina en una nación de inmigrantes. Las cifras no mienten. Al final del siglo XVIII, 300 mil habitantes. En 1869, 1’877’490. Luego, 3’954’911 habitantes en 1875. En 1914, 7’885’227. «La población argentina doblaba prácticamente cada veinte años» (Rouquié).

Al parecer, el modelo agroexportador insertaba a la Argentina en la economía como país agroexportador. Sin embargo —hay que decirlo—, el sistema generó una concentración de la riqueza y la exclusión de las clases trabajadoras y de las poblaciones asentadas fuera de la región pampeana. La economía alcanzó altos niveles de crecimiento. «En la corriente inmigratoria hubo millones de italianos y españoles, y en menor medida, europeos orientales y asiáticos» (Wikipedia).  «La prosperidad impulsó el crecimiento de una considerable clase media». No faltaron en la Argentina, después del caudillo Juan Manuel de Rosas (gobierna hasta 1852), un Faustino Sarmiento a quien se debe la educación pública, o un Avellaneda, un Roque Sáenz Peña, que en 1912 estable el voto secreto y obligatorio. Y dejaremos el papel de Juan Domingo Perón y su esposa, Eva Perón. El sistema agroexportador todavía tenia vida. ¿Qué pasó, entonces?

La respuesta de los mismos argentinos.

Cuando se quiere saber qué le pasa a una nación, es sensato preguntar a sus ciudadanos. Para esto, entre una enorme bibliografía, tengo en la mano un libro titulado Pensar la Argentina, de 2006. Son siete intelectuales que reflexionan sobre su país. Y entre ellos, tomo la respuesta de Juan José Sebrili. Lo que dice es directo y claro. Se ocupa de las crisis políticas, pero a diferencia de lo que se suele decir, «no responsabiliza a las clases gobernantes». Señala más bien una crisis mucho mayor. La crisis económica. No es Perón o sus contrarios. Ni los militares y sus golpes de Estado. Su respuesta es que «los problemas comenzaron con la crisis del 29». «Hubo un modelo económico, el modelo agroexportador. Que fue muy exitoso desde 1880 hasta 1930. Y que sobrevivió hasta la Segunda Guerra Mundial. Después quedó agotado porque cambiaron las condiciones del mercado mundial». ¿Qué quiere decir? Que en el momento en que la Comunidad Económica Europea forma un sistema de mercado que consiste en lo que producen hoy los 27 países, es ventas y compras en una superestructura. Con lo cual los productos agropecuarios solo entran al mercado de la Unión Europea si es que no se les puede hallar en Europa misma. Con más franqueza, los países de otros continentes, los países netamente agrarios, quedaron descolocados.

Sebreli dice: «Fuimos ricos cuando teníamos vacas y trigo, pero después se acabó, no tuvimos nada que exportar». «Se ataca a la clase política cuando los culpables son la sociedad civil y el capitalismo industrial argentino, pero impotente». Se hace una pregunta, pensando en los muy ricos estancieros: «Lo que se ganaban, ¿en que lo invertían? ¿En tecnología? Se invertía en llevar el dinero afuera». Lo considera un «capitalismo rentista, especulador y subsidiario». En suma, «si no hay producción ni crecimiento económico, se distribuye la miseria.»

Para terminar, tres ideas.

1. Siempre me sorprendió que la capa social de estancieros no volcara su capital en empresas industriales. Se lo pregunté una vez a Perón mismo. En ese momento, yo vivía en Madrid, en la Casa Velázquez, casa para científicos y artistas. La respuesta de Perón fue el silencio. Y cambiamos de conversación. Siempre me pareció que la pampa era algo casi intocable. Como una suerte de Machu Picchu horizontal. El mejor libro sobre la Argentina es de Ezequiel Martínez Estrada, Radiografía de la pampa. Sin por ello dejar de lado a Borges. Que admiro.

2. ¿Por qué no dieron el salto a la revolución industrial como lo han hecho en el Asia, por ejemplo, Corea del Sur? Perón quiso industrializar pero no lo dejaron.

3. Nada es eterno, las sociedades, la economía y la ciencia se transforman. En Argentina pensaron que el trigo y la carne de la amada Pampa era para los siglos de los siglos.

Cuidado peruanos, esas minas que muchos aborrecen, uno de estos días nos van a decir que el cobre queda de lado. Las puede reemplazar alguna ciencia de la energía nuclear. Y adiós los canones.

Publicado en El Montonero., 12 de julio de 2021

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Perú, tiempos sombrios

Written By: Hugo Neira - Jul• 05•21

Por azar, para un libro mío en el que está, con otros pensadores, Víctor Andrés Belaunde cuando lo exila el presidente Leguía después de un golpe de Estado (que no era necesario-1919), le dice lo siguiente: «El Parlamento vivirá de espaldas a la opinión”. Y se me ocurre que se puede decir ahora: «El gobierno y sobre todo, una parte del Poder Judicial, vivirá a espaldas de la opinión». Sí, pues. La vida pública peruana repite sus vicios.

Por una parte, hay una enorme mayoría en contra del 6 de junio. Pero los tejes y manejes en las mesas de votación son sacralizados por leyes y reglamentos que impiden, paradójicamente, la justicia. Nos hemos quedado sin estado de Derecho. Estas elecciones son lo peor que le ha pasado al Perú. Por otra parte, la pandemia que no ha sido vencida todavía, la necesidad de empleos y de retornar a la economía de antes de la pandemia, imponen —nos guste o no nos guste— un nuevo inquilino en el Palacio de la Plaza de Armas de Lima. De modo que, sin olvidar el lado ético y jurídico, el 28 de julio habrá un presidente. Y en este caso —que no aplaudo— lo real se impone. Y es hora de comenzar a ver qué hace o qué deshace el nuevo mandatario.

Gremios. ¿Modernizar el país con algo vetusto y anticuado?

El ciudadano Pedro Castillo (probablemente pronto proclamado presidente), ha hecho saber que los gremios le interesan. Por mi parte, hacía tiempo que no escuchaba algo sobre los gremios. Los hubo en Europa desde la Edad Media, y en el Perú desde los primeros pasos a la modernidad —desde 1850—, pero confundidos con las sociedades mutualistas y sindicatos, como veremos más adelante. Lo de gremial es interesante pero tiene sus bemoles.

Sin embargo, antes de continuar, debo explicar mi manera de abordar nuestros problemas, acaso fríamente, tratando de entender adónde quieren llegar los que han ganado, por desgracia, no los mejores. Entre tanto, en esta caja de Pandora que es la vida pública peruana, tengo pasión por entender, aunque no pertenezco a ningún partido ni a las tendencias actuales. Soy, por encima de todo, un universitario. Y es algo que aprendí en los decenios que fui profesor en Francia. Tuve la suerte de seguir las clases de Raymond Aron, las de Alain Touraine, dos gigantes entre otros. Jamás supe por quien votaban. No era necesario. En esas sociedades, las universidades son el lugar en donde las ciencias sociales no se confunden con las ideologías. Practicar esa actitud en Lima es difícil. Pienso en el libro de Octavio Paz, El laberinto de la soledad. Para mi caso, se me ocurre «La soledad en el laberinto». Quizá es el precio de la libertad. Cierto, el Perú actual es un caos. Pero en el caos, según los  astrónomos, suele producirse un orden inesperado. Ya se verá.

Volvamos a lo de los gremios. Para entenderlo no me salgo del espacio de las ciencias sociales. Hay un concepto que abraza lo gremial y se llama, técnicamente, el corporativismo. Ha sido usado repetidas veces en la Argentina de Perón, el México de Cárdenas, el Brasil de Getulio Vargas, el Egipto de Nasser. Nada los liga salvo que se trata «de regímenes populistas, y los sindicatos y las organizaciones campesinas, tienen un papel importante en la gobernabilidad». Esta definición viene de un profesor mexicano, Enrique de la Garza, de la Universidad Autónoma Metropolitana, en Iztapalapa. De este tema, para los gremios y los sindicatos, me enteré en 1990, en México. Uso, pues, mis notas sobre esa temática ya que aparece en el Perú de estos días.

Lo que ocurrió con el pasaje de gremios a sindicatos interesó a un investigador llamado P. Schmitter. Sus textos editados en Londres. Al parecer, ha habido una polémica internacional acerca del corporativismo. Y tanto el mexicano como el inglés consideran que colocando sindicatos o gremios «subordinados al Estado», es «considerado como régimen político no estrictamente democrático». Se suma a esta observación, O’Donnell (Transiciones desde un gobierno autoritario, Paidós, B. A. 1989). No es pues, algo nuevo.

Conviene que haga ver, en estas líneas, al propio Schmitter y su idea del corporativismo. El investigador inglés encuentra dos posibilidades. La primera es positiva, en efecto, «puede coexistir con sistemas políticos competitivos, con partidos, régimen abierto a la alternancia del poder, con culturas democráticas y vinculados con los estados benefactores posteriores a la crisis del 29». Pero, por su parte, la segunda posibilidad es negativa: «el corporativismo estaría asociado con Estados autoritarios». Schmitter no dice que ‘países autoritarios’ no se refiere a los gobiernos comunistas sino también a los que fueron gobiernos fascistas. Es decir, la Italia de Mussolini, el sistema nacionalsocialista de la Alemania de Hitler, y la España de Francisco Franco. En el libro de mis días de estar en Sciences Politiques en París, el Diccionnaire des institutions politiques de Guy Hermet —mi libro de cabecera, página 66— lo toma como una corporaciones surgidas en los oficios y artesanos en la Edad Media, luego señala una categoría profesional, y que resguarda ciertas ventajas particulares. Y algo más, «apareció en Europa para ciertas instituciones de semidictaduras conservadoras, entre las dos guerras mundiales, en Austria, España, Portugal o la Francia del régimen de Vichy. Que cedió el poder a los alemanes.

Ahora bien, recordemos, por el itinerario de estas organizaciones a partir de nuestra propia historia, un breve resumen de gremios, organizaciones mutualistas, sindicatos, en el XIX, en nuestro primer siglo de vida republicana. Lo que es la sociedad andina siguió sus pautas tradicionales, «aunque hubo algunos intentos de ‘modernización’, impulsados por algunas élites peruanas» (Historia del Perú, Lexus, 2007, p. 993).

Los inicios no fueron inmediatos. Mandaba en sierra y en costa una suerte de irracionalidad premoderna. Un testigo, obviamente extranjero, Middendorf, se admira que los pueblos de la sierra, todo lo que esta gente ahorraba de sus salarios o la venta de sus productos de chacra, no lo empleaban para la mejora de sus condiciones de vida en el hogar, sino que era «guardado para la fiesta patronal». Es decir, pagaban la fiesta, no los hacendados. No era mejor la actitud de los obreros panaderos de Lima. Había un culto a «San Lunes». O sea, «el hábito de no trabajar para continuar la fiesta del domingo». Ese culto, señala Augusto Ruiz Zevallos, no era solo de la clase alta sino la cultura del ocio, la irresponsabilidad en el trabajo existía en las ciudades. En Lima, los aguadores eran célebres por su retardo. Lo mismo los zapateros, diversos artesanos  (Idem, p. 963). ¿Cómo se explica el poco apego a la laboriosidad? Sencillamente, el Perú independiente, tras cuarenta años de guerras internas entre caudillos, se aruina. Pero todo cambia en 1850 gracias a ese regalo del cielo que es el guano: el Perú exporta entre 11 y 12 millones de toneladas. De ahí arranca una era de bonanza, con obras tanto privadas como públicas. Y como había capitales, hubo todo tipo de trabajadores.

Para comprender la evolución de los estilos de vida —no hablamos esta vez de las elites—, los presentamos en forma cronológica. En primer lugar aparecen «las sociedades mutualistas». Así se llamaban ellos mismos. Son el principio de solidaridad (sin contar con Marx, no era un proletariado sino artesanos). Eran famosos los empleados en imprentas. Había unas de Auxilios Mutuos. Y una Sociedad Filantrópica Democrática. Llegaron a tener una Confederación de Artesanos Unión Universal (Idem, p. 992). En segundo lugar, es en los finales del siglo XIX y los años 1900 a 1930, cuando surgen los sindicatos. Entre los mutualistas hubo algún político, pero con más vocación por la política surgen no socialistas ni apristas, sino primero los anarquistas. Ese gremio, bajo el impulso de Manuel González Prada, es el que logra la jornada laboral de las ocho horas. Sus dirigentes —Carrocciolo Lévano, su hijo Delfín Lévano—, es un grupo que merece un buen trabajo en nuestros días.

«Los sindicatos pasaron al control de los anarquistas». Los mutualistas sin embargo no desaparecieron, buscaban trabajo a los desocupados y habían creado una Bolsa del Trabajo, un apoyo fraternal para los necesitados. En 1928, había sociedades de amigos, de panaderos, y el gremio de lustradores de zapatos, de carteros y de empleados de teatro asistieron a un Congreso de 36 representantes de los distintos gremios. Había de todo: «gremios en talleres o de fábricas, pero también entidades culturales representativas del interior del país». Gremio, pues, se desliza hacia las clases altas, y en los años veinte, a las clases medias. Empleados públicos, comerciantes, o representantes de firmas extranjeras. Lima crece en ese periodo, se ensancha: Miraflores, San Isidro.

En fin, para O’Donnell o Schmitter, «el gremio en forma corporativista tiene el monopolio de la representación, un número limitado de asociaciones, control literal de liderazgos, y articulación de intereses». Hablando claramente, «una mediación estatal a través de organizaciones e instituciones» (F. Pike, The New Corporatism, 1974). No soy yo, es la academia universal. De vez en cuando, conviene echar un vistazo fuera de nuestro país. Estamos en el planeta Tierra, en una era mundialista. Por lo visto, México no lo adoptó.

Hoy en día, en nuestro país, es cierto que «la mala autoridad» va de alcalde a gobernador regional, de ministro a funcionario. Es cierto que los partidos políticos en los países modernos no son solo la clientela que llena las ánforas. Tienen otras acciones, son la red (si es un partido grande y no pequeño) entre las bases y los dirigentes. Pero entre el 2001 y el 2019, hemos visto la desaparición de partidos. La desconfianza hace casi imposible que tengamos una democracia representativa. Quedan, pues, varias incógnitas.

¿Qué funciones tendría ese otro poder del Estado, un cuerpo corporativo? Cuando se ha hecho algo fuera de los tres poderes del Estado —Ejecutivo, Legislativo y Judicial— han sido regímenes no democráticos, el ejemplo fue Francisco Franco. El corporativismo es propio a regímenes populistas. ¿Lo somos? Los gremios no discuten, ¿sería  una manera de evitar debates entre doctrinas? Pero si no hay debate, no hay política. Y si es así, retrocedemos. Lo que sí hay que hacer es nuevas instituciones para que los ciudadanos sean escuchados y participen, pero no por el sistema que estuvo bien para el siglo XIX y no para un Perú que ya no es analfabeto. No es posible una democracia sin partidos. Toda sociedad es heterogénea. Se necesita la pluralidad. Pero acaso lo gremial, consciente o inconsciente, es un gran paso hacia el partido único. O sea, el despotismo. Espero equivocarme.

Publicado en El Montonero., 5 de julio de 2021

https://elmontonero.pe/columnas/peru-tiempos-sombrios

Ninan cuyuchiq

Written By: Hugo Neira - Jun• 28•21

Expresión quechua. Quiere decir el que atiza y se cae en el fuego. No tengo otra manera de decir lo que está pasando en el Perú. Ni para unos ni para otros, hay salida. Ninan cuyuchiq es título del catálogo de una exposición de mi amigo Alberto Quintanilla, amigos de toda la vida —él cusqueño y yo abanquino—, gran artista, pintor barroco, lo traigo a este texto porque sus figuras son peces y caracoles que se vuelven infernales, todos dentro de un mundo  más bien de submundo. Eso me parece la situación peruana. Fea realidad, los que tenían que protegernos de las estafas, cierran los ojos y los oídos. Todo de cabeza.

Escribo desde el extranjero pero en estos tiempos, no hay fronteras porque la tecnología, si uno lo desea, borra distancias. Leo desde Santiago los diarios de Lima, en la televisión también sintonizo Perú Mágico, el espacio peruano en la TV por cable. Sin contar con la conversación directa con un celular. Y como lo he dicho en otro artículo en El Montonero, estoy cerca de los astrónomos. Ellos ven galaxias y planetas, inclusive agujeros negros, pero no saben qué es lo que contienen. Y ahí viene la perplejidad en lo político puesto que unas elecciones han sido dañadas, habriendo un perjuico gigantesco en el destino inmediato de la colectividad peruana.  

No me incomoda que haya un partido, Perú Libre, que se dice capaz de establecer un régimen marxista-leninista. La cuestión no es que sea un partido comunista. He vivido largamente en Europa donde hay partidos comunistas  (Italia, Francia, España), pero son a la vez democráticos, o sea, si llegan al poder legal, no se quedan para siempre. Que es lo que ocurre en la América Latina. No deberíamos llamarla así, mejor sería lo que dijo un  humanista colombiano —Germán Arciniegas–, América Ladina, o sea mañosa. Eso es Maduro y la Venezuela de estos días, o el boliviano Evo Morales cuya continuación en el poder, le rechazó su propio pueblo. Del marxismo y el comunismo, algo conozco. En mi vida, cuando joven no fui de izquierda, eso no se decía todavía. Yo fui comunista. Pero era en el tiempo en que el secretario del PCP era Jorge del Prado. Mientras hoy en día, la bandera roja parece que ha caído en manos de hombres de negocios, y lejos de Marx, más bien estamos con la praxis de Al Capone. Después de todo, quizá tengan razón. La ideología dominante en nuestro país o es la indiferencia, el odio a los políticos, por una parte, o es el interés por el lucro, por la otra. A nadie le gusta ser pobre, eso es lógico. Pero ¡¿millonario, de un día para otro?! No me digan que no es eso lo que nos habita. Basta decir Odebrecht o Lava Jato, la cantidad de gente que se ensuciaron con ellos se cuenta por centenares. Y esa suerte de lumpenburguesía lucha por no salir del poder que tiene. Y de ahí, nuestras grandes dificultades para hacer elecciones claras y sin mañas. 

Disculpe el amable lector que diga brevemente algo personal. Descubrí un potencial para salir de la dominación secular en los indígenas cuando fui al sur, y como periodista me enviaron al Cusco. Había un fenómeno social, las invasiones de haciendas por masas de campesinos que, fatigados de litigar (¿cuándo un indígena iba a ganar un litigio a un hacendado?), tomaban las tierras que les habían arrancado. Cuando regresé a Lima, Sebastián Salazar Bondy y Manuel Scorza me animaron a que recogiera mis artículos en Expreso. Así nace Cuzco: tierra y muerte. Fue un éxito. Entonces, de 1961 a 1963, en el gobierno de F. Belaunde, se discutía la reforma agraria. El Congreso me premió por mi trabajo. Solo conté lo que vi, acaso porque al lado del maestro Porras, había estudiado a los cronistas españoles del XVI, y eso fue no mi opinión sino la de hacendados y, por cierto, la de los dirigentes de la Federación Campesina. Fue un libro que cambió mi vida. Entendí que los campesinos indígenas no necesitaban partidos de izquierda, ellos tenían su propia élite. Vladimiro Valer, Sumire, inolvidables. Entre ellos, Saturnino Huillca, a quien dediqué una biografía años después, ganando un concurso de la Casa de la Américas, en La Habana. Pero no es eso lo que cambia mi vida. Un profesor francés, François Chevalier, de paso por Lima y que buscaba un peruano para un grupo de trabajo en París, conoce mi libro y me propone ir a París como chercheur, o sea, investigador, como ya conté. Buena estrella, así es la vida. Y llego a Francia cuando el comunismo había comenzado a desvalorizarse en la versión soviética. Los bolcheviques habían desaparecido, eliminados por Stalin. Los procesos de Moscú, fue un horror indescriptible. Stalin obligaba a sus rivales a declararse culpables de conspiraciones con el mundo americano o europeo. Los revolucionarios se habían vuelto una casta burocrática. Rusia soviética era un sistema jerárquico. La idea de una igualdad comunista se había esfumado.

Ya nadie creía que el comunismo era el final de la dominación para los trabajadores y los pueblos. En la Europa de los 60, se sabía cómo era el sistema marxista. Desde Lenin, luego de la revolución de 1917, se hablaba de la «dictadura del proletariado». Pero inmediatamente se vuelve un sistema de partido único, el Partido Comunista en la Unión Soviética (PCUS). Una dictadura despótica, una era del gran terror —los gulags, campos de concentración—, el poder de la Tcheka, la policía política, fue un «terror rojo» en el corazón mismo del sistema, las purgas las sufrían también los miembros del Partido. Eso se sabía en Europa. Curiosamente, en la América Latina, las izquierdas no querían discutir sobre ese sistema. En el mejor de los casos, se pensaba que era un asunto de rusos, algo etnológico. Como se puede comprender, el sistema marxismo-leninista solo existe a partir del despotismo. En cuanto al nivel de vida, la cosa es un colapso en 1990-1993. La soberbia URSS, cuando llega la perestroika, el 50% de la población rusa vivía en la pobreza, por no decir miseria. El colapso de ese sistema es evidente. Pero en el Perú, ¿hay quienes nos lo quieren imponer?! Eso es ya una ofensa a la conciencia e inteligencia de la población peruana.  

Dejar el comunismo es una cosa. Y otra dejar de ser marxista. Debo ahora explicar por qué mis ciencias sociales no son las que discurren en las universidades peruanas. Llegué a Europa —para largo tiempo— cuando la crisis social en la URSS arrastraba el marxismo ruso y de paso los socialismos. Cuando continué mi formación en París, después de San Marcos, pasé de la ideología al conocimiento científico, es decir: Max Weber, la economía no produce una sociedad sino los comportamientos (La ética protestante y el inicio del capitalismo), y Simmel y el interés por el dinero. Y la sociabilidad en ciertas sociedades,  y las sociedades de masas que no hacen las revoluciones, y la sociología, la etnohistoria, los sistemas totalitarios, y hasta Maffesoli que nos explica los tiempos en que no son las clases las que compiten sino las «tribus». Y si el marxismo es productivo, ¿por qué se salen también Hungría, Bulgaria, Checoslovaquia, Rumanía, Varsovia? Países del Este europeo, ¿por qué se salieron? Y si fue un gigantesco error, ¿por qué se quiere ensayar, en un país como el Perú, lo que no pudo hacerse con sociedades más adelantadas que nosotros? Esos países son economías industriales. Y el comunismo no pudo competir con el capitalismo. Porque el progreso se hace con ciencia, y la ciencia necesita libertad. Eso que estamos a punto de perder.

Volvamos a nuestros problemas. Va a desaparecer el sistema de mercado libre que produjo un crecimiento económico del 2001 a 2016. ¿Saben lo que es eso? Es salirse de la mundialización. Para eso, hay que estar mal de la cabeza. Entre tanto, 13 mil millones de dólares han fugado del país. ¿Se quedará Julio Valverde, aquel que evitó errores fiscales durante años? Es obvio que se necesita un fisco rico para recomponer el sistema total del país y atender a los pobres, pero eso no habría sin una economía de libre mercado. Por lo visto, hasta ahora no se enteran mis paisanos que el camino para el socialismo democrático es el capitalismo. El mejor sistema lo tienen las sociedades europeas. Economía de mercado y Estado social que se ocupa de la Salud, la Educación (que es excelente y gratuita). Pero cuando digo eso, a mis paisanos no les cae bien. Y sin embargo, José Carlos Mariátegui dijo: «no hay salvación para Indo-América sin la ciencia y el pensamiento europeo» (Prólogo a los Siete ensayos).  

Pero sigamos con el problema principal, es cómo el JNE «desestima» los alegatos de Fuerza Popular en diez casos sobre «presuntas modificaciones del proceso electoral». Está claro, el desestimado y el uso de «presuntos», revela que en el JNE ya tienen «una posición tomada». Como dice este diario virtual, «en uno de los procesos electorales más accidentados de nuestra historia republicana, se ve a las claras la decisión de proclamar a Castillo, cueste lo que cueste». A tal actitud, dejar como si fueran poca cosa las irregularidades, la protesta es gigantesca. El lector lo sabe, está en la plana de Expreso del viernes 25 de junio, lo siguiente: un «69% cree que el proceso electoral de la segunda vuelta fue fraudulento, según encuesta de CIT. Y un 66% está de acuerdo en que se realice nuevamente la segunda vuelta, para que el próximo Presidente tenga legitimidad. Un 85%, dice que Pedro Castillo debería deslindar con Vladimiro Cerrón, cuestionado por corrupción. Un 57%  afirma que las marchas realizadas pueden ocasionar la llegada de la tercera ola de Covid-19. Y un 65% desaprueba la labor de Francisco Sagasti como Presidente de la República».

Ahora bien, leo un texto de Javier Alonso de Belaunde. Dice que «los golpes militares ya no son aceptables. Salvo los civiles que los animan» (Perú.21). Quizá, pero hay un pero. Un pensador que no fue nunca político, un pensador libre y gran escritor, mexicano, tiene esta idea: «las dictaduras militares latinoamericanas jamás han pretendido sustituir al régimen democrático, y siempre han sido vistas como gobiernos transitorios de excepción». Y termina diciendo: «no pretendo absolver a las dictaduras, pero el régimen cubano se presenta como una nueva legitimidad». El gran pensador es nada menos que Octavio Paz, y su opinion está en la página 356 de La letra y el Cetro. Entonces, señor Belaunde, los golpes de Estado suelen ser cortitos. Pero los que pueden hoy instalarse en el Palacio de Gobierno de Lima, están en la línea de Fidel Castro, espero equivocarme.

No por azar las voces de esta situación son estremecedoras. He leído el editorial de Luis García Miró Quesada, su «Escuche señor Salas Arenas»: «escribimos ayer sobre el impresentable Jurado Nacional de Elecciones JNE, investido por la Junta Nacional de Justicia inventada por el miserable Vizcarra para producir un Estado a su imagen y semejanza». Todo ese aparato, desde los equipos que modifican actas en mesas, a las instituciones que se ocupan del Derecho. Y en cuanto a la carta de Luis Carlos Arce Córdoba —carta que no es corta sino larga—, explica por qué declina irrevocablemente.

En fin, lo que está pasando es lo que anticipó Francisco Durand, «La captura del Estado». Ni más ni menos, como en el siglo XIX, cuando grupos pequeños se convertían en plutocracias (Basadre). No de clases sino de castas y sectas. No viene del pueblo, el nuestro quisiera volver a la época anterior a la pandemia. Hoy, bajo diversas máscaras, se repite la historia, una crisis, y se preparan para dominar desde arriba mientras los de abajo los creen revolucionarios. Ahora o nunca. Después de todo, han desaparecido los cursos de Historia peruana y mundial en los colegios estatales. Y menos tienen Educación Cívica. Se están aprovechando la incultura de los pobres. Ellos, los que quieren dominar, les han quitado las asignaturas que enseñan a pensar, a razonar, a tener un espíritu crítico. Esa también es una trampa. Nos hemos olvidado que un sistema político —el que sea, liberal, socialdemócrata, comunista o conservador— tiene que tener una cosa que se llama ética. Así de simple, así de difícil.

Hace poco, una tesis fue aprobada en San Marcos. Trata de la pendejada, eso que divierte y nos hunde en el Perú, porque es el deporte más celebrado, tanto como el fútbol. Sigan así, y cada día nos iremos hundiendo en el desorden y la miseria.

Posdata: San Marcos acaba de elegir a su primera Rectora, Jeri Ramón. Ya era hora.

Publicado en El Montonero, 28 de junio de 2021

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¿Modernidad o Fatalidad signo cruel?*

Written By: Hugo Neira - Jun• 21•21

Me pregunto cuándo perdimos la senda, la trocha, el itinerario hacia la modernidad  (como se puede leer, no digo sendero). Tuve la suerte de estudiar Historia en San Marcos, y luego, asesor del maestro Raúl Porras y en la casa de Colina, al lado de Pablo Macera y Carlos Araníbar —Mario ya se había ido a París— haciendo fichas para él. Aprendimos las técnicas del trabajo intelectual. Y en mi caso, la importancia de las fuentes históricas. Sin embargo, invitado a trabajar en Francia como chercheur (investigador) y siguiendo una formación de alto nivel, volví a estudiar Historia al lado de otras disciplinas. La formación europea, a diferencia de los norteamericanos, practica la multidisciplinariedad. Hice estudios de Ciencias Sociales, ese era el tronco, pero con ramajes de cursos de Filosofía, Antropología y de nuevo, Historia. Esta vez bajo el paradigma de la longue durée, de Braudel.  En pocas palabras, no es el acontecimiento solamente lo que se estudia. Disculpe amable lector por esta introducción, el periodista acompaña al profesor.

Para pensar el presente, conviene saber cuándo se instala el fenómeno que hoy nos envuelve y debilita. La bipolarización. No pienso en términos moralistas. Es un hecho.  No me gusta nada, pero eso es lo real en este sombrio momento. Y como no se ha  inventado los viajes al pasado, me pongo a hojear a la buena de Dios y, entre mis papeles, de pronto me encuentro con un resumen de un conversatorio en Lima, donde participaron Julio Cotler, Guido Lombardi, Jorge Bruce, y Fritz Du Bois. Eran otros tiempos de Internet y vídeos, pero sí de frases contundentes. Por ejemplo, Jorge Bruce hace una pregunta: ¿el crecimiento trae gobernabilidad?

La respuesta es de Julio Cotler: «la sociedad peruana desaprueba las instituciones y el régimen democrático». Y continúa: «el Perú es el país de América Latina que más desaprueba la democracia». Julio saca entonces unas estadísticas, cifras sobre la felicidad en el mundo. País número uno, Dinamarca; luego en el número tres, Colombia. Y el Perú en la posición 61 y a la cola de los países de Latinoamérica. Jorge Bruce sigue en el coloquio: «Creo que crecimos sin querer creciendo. Es por parches. No todos crecen. Hay odio al que le va bien, hay sospecha».

Guido Lombardi: «Estamos en el continente más desigual. El Congreso no representa a los peruanos. Ejemplo, nosotros tenemos que estar en el hemiciclo para votar, votar, y votar leyes, no vamos nunca a las bases, no hay encuentro, materialmente no está previsto que se haga representación. Hay una desconexión total. Yo fui elegido por 6 mil votos, que sin duda son de Lima, pero ¿a quién represento? El 70% que deja la secundaria no podría seguir ni entender este debate. Salen sin saber pensar, no razonan…» Luego, varios para decir que «hay amenazas autoritarias cerca, en ambos extremos, la del antisistema por un lado, la de la dictadura por el otro. Para educar y tener gente pensante, son varias décadas, como 4 para revertir la mala educación, y el próximo voto es el 2011, no hay tiempo».

Y al final, Julio Cotler: «Mucho se habla de crecimiento, de ‘lo bien que  nos va’, y más se frustran los que no lo ven. Hay frustración de ciertos sectores. Creo que acá hay una distancia que viene de ‘la desigualdad de las desigualdades’». Y concluye: «No se ha dado la Nacionalización de la sociedad. No hay Nación.» Este conversatorio ocurre el miércoles 2 de julio a las 18 horas. En el 2008. Duró unas dos horas, auditorio lleno, pero pocos jóvenes… Se le llamó «La batalla por la democracia» y ocurrió en el Centro Cultural de la Universidad Católica, en Camino Real.

No voy a ofender la inteligencia del amable lector ni su capacidad lectora. Es evidente que el abismo de estos días era algo previsible. Cuatro cabezas claras y de personas bien conocidas ora por estar en el Congreso, ora por estar en el mundo universitario, preveían cautamente lo que ha pasado. A lo largo de diez años, presidentes sin partido, escándalos de corrupción, crecimiento económico que no llegaba a las capas más pobres. Ahora bien, toda sociedad —según la sociología— tiene tres capas sociales. La élite económica. La élite política. Y la élite del conocimiento. Pero como sabemos, a trece años de este tiempo presente, por lo visto, las dos primeras, no se asomaron a los discursos y libros de lo que se puede llamar la «intelligentsia». Desdén de los empresarios, lejanía cada vez más ancha. O quizá la soberbia de políticos y hombres de negocios lo explica. La arrogancia del dinero, el asedio de diversos servicios que los pobres no pueden recibir —educación gratuita y de calidad, y servicios de salud—, lo acompañaron desde el 2001 hasta nuestros días, hasta que la circunstancia se modificara, y en eso estamos.

Pero insisto, todo lo que ha ocurrido está en esa cosa despreciable que llamamos libros. En Perú, los de abajo no leen porque no les han enseñado en la pésima secundaria —si es que no se quedaron en la primaria—, y las clases medias y altas las devora la sociabilidad limeña. No por solo placer sino que en el sistema perverso de nuestra sociedad cuentan más que el cartón de maestría o doctorado, los vínculos, los parientes, los amigos, para tener una chamba. Puedes venir de Oxford pero si no tienes contactos, estás perdido. Está es una más de las maneras del mundo colonial. Me atrevería a decir que el Perú no es todavía una república sino un país cuya clase dominante tiene las señas de un mundo neocolonial. ¿No ha sido —entre otras sorpresas— el voto provinciano contra el voto de la capital, el resultado de esas elecciones?

Pero pese al desdén de los intelectuales, algunos tuvieron la emoción de ser escuchados. Fue el caso de José María Arguedas. También se suma a la cautela: «Hay mundos de más abajos y de más abajo». Pero eran los años 70, quien sabe, el mejor de todos los periodos del Perú contemporáneo. Arranco con un pasaje de los Zorros. «He sido feliz con mis insuficiencias porque sentía el Perú en quechua y en castellano.» Y en ese mismo libro: «Quizá conmigo empieza a cerrarse un ciclo y abrirse otro en el Perú.» Y lo que él representa: «se cierra el de la calandria consoladora, del azote, del arrieraje, del odio impotente, de los fúnebres ‘alzamientos’ del temor a Dios y del predominio de ese Dios y de sus protegidos, sus fabricantes; se abre el de la luz y de la fuerza liberadora de Vietnam, el de la calandria de fuego, el Dios liberador. Aquel que reintegra. (…)  Empezamos a quebrar la muralla que cerraba Lima y la costa —la mente de los criollos todopoderosos, colonos de una mezcla bastante indefinible de España, Francia, los Estados Unidos, y colonos de esos colones—, quebrantar la muralla y la música, ahora el zorro de arriba empuja o está empezando a hacer danzar el mundo» (pp. 270-276, ed. de 1971). 

Breve interpretación al fragmento de Arguedas. Los fúnebres alzamientos fueron los estallidos de cólera de los peones y arrendires, desde los años 20, a sangre y fuego, en el Sur, que fueron aplastados a su vez, por las Fuerzas Armadas. Pero desde los 60, las invasiones campesinas ocupaban los latifundios, pero sin matar ni quemar haciendas. Era una toma de tierras, aquellas que les habían robado con ayuda de jueces y fiscales, desde el siglo XIX a la mitad del siglo XX. Como sabemos, esos movimientos, que en algún momento los he llamado gandhianos (porque Gandhi era un revolucionario pacífico), produjeron la reforma agraria de 1969. Yo vi entonces un Arguedas feliz.

Pero si evoco a Arguedas, es un paso en este austero estudio. Los años 70 del siglo pasado eran un instante febril y de reformas. Me ocupo en un libro sobre los pensadores peruanos desde la Independencia hasta el siglo XXI. Fue un acuerdo con una universidad peruana. Larga investigación. Desde la carta de Túpac Amaru II, la de Viscardo y Guzmán, Baquíjano y Carillo, Vidaurre, Sánchez Carrión. Luego, los liberales peruanos. De González Vigil a José Gálvez. Pero solo al final del XIX, Manuel González Prada, el primero que introduce en nuestro país el pensamiento crítico. Desde ese lado bien anarquista, luego los novecentistas. Les sigue un capítulo sobre los historiadores, a saber, Riva-Agüero, Jorge Basadre, Pablo Macera y Raúl Porras. Y luego, herencia de Prada, por cierto Mariátegui y Haya de la Torre.   

Sin embargo, después de los precursores y republicanos, vienen los liberales, y al final del siglo XIX, Prada y los novecentistas, después los políticos intelectuales, (Mariátegui, Haya, Belaunde), luego los clásicos –nuestros historiadores– los indigenistas, viene Arguedas, Luis Alberto Sánchez, los contemporáneos (Heraclio Bonilla, Carmen McEvoy, César Hildebrandt, Osmar Gonzales, Héctor Béjar, Dwight Ordoñez, Luis Millones, Matilde Ureta de Caplansky, Martín Tanaka, hasta Manuel Burga, Alberto Vergara, Danilo Martucelli, Flores Galindo y Degregori). Los 70 fueron diversas lecturas de lo peruano, todas muy bien escritas y brillantes. En la historia del arte y del conocimiento, hay algo misterioso: cuando hay un Góngora, hay un Lope de Vega, un Quevedo, un Tirso de Molina, un Cervantes. O sea, el Siglo de Oro. Ocurre en las ciencias de la materia, con la teoría cuántica: está Einstein y Heisenberg con el principio de la «incertidumbre», y Niel Bohr, Godel. En fin, nunca las Ciencias Sociales han sido tan variadas y en la construcción de otro paradigma. Con algunas excepciones, esa generación libre y fecunda desaparece. Los vence el peor enemigo del hombre, el dios griego Cronos. La edad, el que escribe tiene conocidos que están en el cementerio.

Lo peor es que a esa disipada enciclopedia de la política y las ciencias sociales, se la ha evitado en los sílabos pedagógicos. En los 70 se pudo hacer esas modificaciones que nos atan a nuestra Edad Media. Tuvimos una suerte de profetas pero el país estaba sordo. Y vuelvo a resaltar lo que se dijo en ese conversatorio: la academia establece que la nación debe organizarse en un Estado soberano. Gellner, «el carácter nacional», ¿lo tenemos? Es la fuente primaria de su identidad y lealtad. Ahora bien, esta nación todavía es un archipiélago de regiones, culturas distintas. Hay dos culturas, la andina y la criolla. Ha ocurrido en otras evoluciones el mestizaje, pero en el Perú la intercomunión, si existe se demora. La educación habría sido que desde niño se los conociera. Es al revés, son las «murallas» de las que hablaba Max Hernández en uno de sus libros. Y en los 80 aparece Sendero Luminoso; y todo lo logrado, se pierde.

Modernidad, «no es ni un concepto sociológico, ni un concepto político, ni propiamente un concepto histórico. Es un modo de civilización» (Châtelet). La modernidad no quiere decir volverse americano o europeo. China e India son sociedades modernas. Lo es Japón. Abundan los técnicos, país de lengua suya, con religión propia, hasta su ropa y su gastronomía. Puede que Brasil, México o Chile, entren a la modernidad, ¿pero nosotros? La política está agotada, el país se rompe a causa de las hegemonías ideológicas. Para Michel Maffesoli, «estamos en un tiempo de tribus». Dejemos, pues, lo político, recuperemos el «buen juicio».    

Posdata: el Juan Esquina de mi columna anterior era Luis Alberto Sánchez, Retrato de un país adolescente.

* Fatalidad es un vals de Julio Jaramillo

Publicado en El Montonero., 21 de junio de 2021

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Qué hemos hecho de mal

Written By: Hugo Neira - Jun• 14•21

No soy de aquellos que les cuesta escribir un paper, pero a veces, sí. Me pregunto —y sin duda el amable lector— qué hemos hecho de mal para llegar a la situación actual. Al desconcierto ciudadano, crisis de la credibilidad, voto del pueblo como sanción, el desencuentro de gobiernos y sociedad, y un clima de discordia entre peruanos mismos. Al escribir esta nota, me siento cercano de los astrónomos. Ellos ven estrellas lejanas y galaxias, pero también estallidos inesperados, astros que se vuelven agujeros negros, o sea, no saben en qué cosa se vuelven.

Algo parecido nos ocurre con nuestro futuro. Cuando era un estudiante universitario me fascinaba el Big Bang, había un orden en el cosmos. Pero ahora no es sino una teoría como otras sobre la creación del universo. Hoy, lo que dicen los potentes telescopios es que el universo sigue expandiéndose, pero en un caos permanente. La casualidad, lo inesperado, es lo que reina. Un simple meteorito hace 66  millones de años, acabó con la vida de los dinosaurios, y según los expertos, con el 75% de la vida en el planeta. Qué más da que una colectividad bastante heterogénea a la que llamamos Perú, pierda su identidad, su Soberanía de Estado porque sería amalgamada a un proyecto continental. Fuimos a un proceso electoral pero no nos consultaron sobre si queríamos formar parte de un proyecto de la Coordinadora Continental Bolivariana. Esta posibilidad no es algo que proviene de la imaginación de algún novelista. Es algo real, y a gente muy inteligente y hábil le debemos el lío de las actas electorales que casualmente han sido manipuladas en los lugares —Lima y el norte— donde la rival tenía más electores. Ya se verá en qué termina todo esto. Pero el mal ya está hecho. No habrá vencedor alguno. Es la victoria de la antipolítica. Y la continuidad de la descomposición de nuestra sociedad. 

Con calma y melancolía (o sea, tristeza activa), estando en el extranjero, me preguntaba si esto es algo que nos había ocurrido en otras etapas de nuestra historia. Además de sociólogo soy historiador, y me parecía que esto también ha pasado anteriormente. Y entonces, acudí a una fuente. Un libro de un intelectual peruano escrito en 1956, y que de vuelta al Perú, resume el país de ese momento y parte de su historia. (No diré quién es, por eso de nuestros prejuicios ideológicos.) Y pregunto al viajero: ¿Hubo en el pasado esa costumbre de votar contra el otro? Sin mentir, me dice: «un sector político del Perú proclamó en 1879 al 1880, «primero los chilenos que Piérola» (p. 109). Y de ahí proviene la costumbre de votar no por fulano sino contra fulano.

El autor, digamos Juan Esquina, cuenta que en 1928, había vuelto al Perú, y no estaba del lado de Leguía, y «un amigo y socio mío, un anciano de mucho prestigio social,  porque yo no quería escribir en su diario, le dice ‘este Juan Esquina’ es enemigo nuestro». «No suyo, sino todo un grupo social». Antagonismo, enemistad, «mi actitud —dice Juan— no pasaba de una crítica razonante, sin pasión». Juan había estado de paso por Chile, «pongo por caso, un conservador trata, con cordialidad, a un radical o un socialista y hasta un comunista». Pero en la Lima de esos años —dice Juan— «los pierolistas detestaban a los civilistas». «No concebimos la oposición sino como enemistad» (p. 108). Esas conductas han sido nuestra nefasta herencia. En costeños o andinos. Cholos o blancos. Yo solo veo peruanos.  

Pasando a otro tema, «nuestros partidos se constituyeron por circunstancias frágiles» (p. 111). Estamos, en este caso, en las del siglo XIX al XX . Claro que se refiere al Partido Civil, que era el partido de apartar el militarismo del poder, y ellos, algo de plutocracia agraria republicana. Y se improvisó otro grupo civil que buscó pueblo, el Partido Demócrata. Y luego, Leguía, el aprismo, el partido de Sánchez Cerro. Luego del periodo democrático y las dictaduras, no se dice qué son, no dicen si son conservadores o reformistas, liberales, rara vez socialistas o comunistas, por lo general máscaras simpaticonas, Somos Perú, Juntos Por el Perú, Frente Amplio. Es un signo. De los noventa a nuestros días, hay una crisis de los partidos políticos, tanto los partidos tradicionales —como el aprismo— como los demás. Al punto que Carlos Meléndez lo llama al presente sistema en crisis, el «periodo post-partidario». Esa crisis ocurre en otros países, inclusive en sociedades avanzadas, surgen los populismos. El caso del Perú podría explicarlo, pero sería un análisis que necesita más espacio.

Diríamos, sin embargo, paradójicamente ha habido un crecimiento del PBI del 2001 hasta 2021. Pero creo que no es solo un problema socioeconómico sino geopolítico. Las distancias entre Lima y las provincias, clases medias emergentes y a la vez precarias, los que no se salvan de la pobreza, pero sobre todo, la corrupción, Odebrecht, Lava Jato. Las mafias que envuelven presidentes, ministros, gobernadores, funcionarios, abogados, periodistas, gobernantes de regiones. Entonces, el peruano duda del peruano. El triunfo del otro es sospechable. Si alguien tiene éxito, «es que debe haber robado». En Perú se vive a la defensiva. Y esto que cuento a continuación es real. Conozco a un amigo, alto funcionario, que me cuenta que un presidente cuyo nombre prefiero callar le propuso ser ministro. La respuesta fue, al llegar a casa, decirle a su mujer que hiciera las maletas, y se fueron al extranjero. Tenía razón, el que tomaron como reemplazo, tras el desfalco y latrocinio, todavía lo busca Interpol.

Volvamos al tema de «frágiles». Eso está clarito. Los partidos políticos según la ley, hasta hace poco requerían 705 mil firmas de adherentes para inscribirse (4% del padrón electoral), pero esa exigencia ha sido modificada a un 0,1% (24 mil). Esto fue en julio del 2019. Y lo de frágil es que uno de ellos, Perú Libre, se inscribe con 25’296 adherentes, y es el partido que encabeza los sufragios en la primera vuelta (18,9%) y en la segunda (muy limitado en sendos casos). Fuerza Popular, en el segundo plano, solo logró el 13,4% de los sufragios. Es evidente que ambos contrincantes no tuvieron mucho tiempo para esa campaña electoral. De ahí acaso la ausencia de personeros, sobre todo en las aldeas peruanas (los Andes, señores) y los contrincantes de Keiko, bien organizados y que llegaron temprano, hicieron lo que les dio la gana. Pase lo que pase, se ha destruido la confianza y enferma la legitimidad.

Vayamos a otro tema, nada menos la cuestión indígena. ¿Mejoramos durante la República? Juan, el amigo que conoce nuestra historia, nos dice: «El Virreinato había sido más piadoso con el indio». La Independencia fue para los criollos. Los esclavos negros continuaron hasta Ramón Castilla, que los libera. Pero los indios siguieron viviendo no solo en plena servidumbre, el siglo «republicano» —no me hablen de que fue fraternal para los indígenas—, ¡fue el peor! Paradoja peruana, bajo el dominio de la administración de los peninsulares, estaban protegidos, eran los que pagaban los tributos y la mano de obra para el trabajo en las minas. Ellos, en cambio, retenían sus tierras, y así, tres siglos. Pero cuando el Perú se vuelve republicano, desaparece la nobleza india. (Aquella de donde surgió Túpac Amaru II) ¿Una República? El «todo somos iguales» no fue tendencia.

Perú en el XIX seguía siendo una sociedad de castas. Los ricos criollos se lanzaron sobre los terrenos comunales y jamás perdieron un litigio ante los indígenas campesinos. Hubo una suerte de colonialismo interno en los dos siglos después de la Independencia. Hasta la mitad del siglo XX, lo agrario era gamonales arriba, y abajo, indígenas aparceros o arrendires. El latifundio republicano era la continuidad de la encomienda  virreinal.  Y todo eso se detiene en junio de 1969. Le llaman Reforma Agraria. En realidad fue un cambio laboral. El latifundio peruano fue una forma precapitalista, feudal, lo sabemos, aunque todavía a una parte nada pequeña les parece normal que los campesinos (indio, ¿clase o etnia?) trabajaran sin salarios. Pese a la Independencia todavía no somos nación. Por eso Mario Vargas Llosa en un artículo reciente publicado en La República, dice «la forja de la nación». Está claro, si algo es forja, herrería, fragua, quiere decir que se está haciendo. Pero porque somos un país rico con muchos pobres.

En efecto, ¿por qué somos un país rico en su naturaleza y no salimos de la pobreza? Quizá porque no hemos tenido otra forma de trabajar. El escritor que acompaña estas líneas recuerda lo que se hizo con el guano de las islas en 1842. «El guano lo habían usado los incas para sus tierras». «El excremento que dejaban las aves marinas, ‘el guanay’ si lo hubiesen tomado como abono, pudimos lograr una agricultura peruana, pero eso no floreció nunca. El Estado prefirió el guano como producto de exportación, que sirvió para las rentas fiscales desniveladas» (p. 129). Si las islas guaneras hubiesen sido de Canada o de China, hubiera sido distinto. La agricultura se habria convertida en una riqueza que permitiria la venta internacional de un pais productor de alimentos.  

¿Qué sospechamos? El camino más fácil, evitar el trabajo o la inversión riesgosa. La flojera de una clase dominante en la que el ocioso ocupaba el tiempo. Un ejemplo: Lima, la capital, tenía hasta el fin del XIX una serie de fundos agrícolas en su contorno, de lo que se llama «de panllevar». La sombra del amigo que nos acompaña en esta escritura dice: «En materia de subsistencias, el Perú se abastecía a sí mismo en considerable proporción hasta 1916. La codicia por las grandes utilidades que empezó a rendir el algodón, eliminó de facto grandes plantaciones de panllevar. Y Lima se vio rodeada de campos blancos, en vez de los verdes que la circundaban» (p. 143).

Hay otras conductas, eso que interesa a psicólogos y antropólogos, acaso más que la economía. Porque en épocas distintas, en circunstancias diversas, se repiten ciertas actitudes. La historia (del Perú) tiene una invisible tendencia al «ritorno all’antico» (p. 98). Nos referimos a un curioso fenómeno. Se ama y a la vez se aborrece a fondo a uno que otro político con ideas y un paquete de reformas.  

El primer caso es alguien que encarna el siglo XIX, la guerra de caudillos, los militarismos, se llama Nicolás de Piérola. Nuestro amigo nos dice sobre su vida: «A este le birlaron todas las elecciones en que, queriendo participar, lo obligaron a ponerse de lado.» No lo invento, está en la página 116. ¿Cuál era su pecado? «El mestizo y el mulato, el pueblo oscuro, centenares de gente que estaba lista para ofrecer su vida, en la montonera».

El segundo, sin duda alguna, Haya de la Torre. La lealtad le acompaña más allá de la muerte. De 1931 hasta 1980, encarnaba el pueblo de trabajadores, de sindicatos, de empleados pobres, de profesionales en camino a ser clase media, y obviamente, perdimos otro siglo, el XX. Hubiéramos tenido una modalidad de socialdemocracia, de aquellas de Suecia, Dinamarca, economía de mercado y Estado social. Por algo, para mí su mejor libro Mensaje de la Europa nórdica. Para qué digo esto si en el Perú se lee poco o nada.

El tercer caso es Keiko Fujimori. No son los montoneros de Piérola ni las clases modestas del aprismo sino unas masas de clase media emergidas en los últimos decenios a las que disparatadamente le ponen una etiqueta de derecha. Son más bien profesionales, empresarios nuevos, más bien liberales y ningún elemento con las izquierdas. ¿Qué tienen en común? Casi nada. Salvo que sorprendieron, fueron un brote de modernidad, y la mentalidad conservadora de nuestro país, no los incluyó, cosa que se hizo en otras sociedades, sino que fueron el chivo expiatorio de cada etapa histórica. La invisible regla peruana es la exclusión. Piérola, Haya de la Torre y apristas, la máquina del desprecio se inventa cucos, y en país todavía adolescente, se lo creen.

En fin, responderé la pregunta del inicio de este texto. ¿Qué mal hicimos? La inmovilidad. Se perdió la ocasión de modernizar el país con las grandes reformas que no se han hecho. Hubo una ocasión, después de Velasco. Luego, después de la derrota de Sendero Luminoso. Y ahora, están soñando en volver al pasado «normal» que duró hasta el 2016. Solo ahora, se dan cuenta que había campesinos olvidados, y es el caso de Pedro Castillo que los representa. (Lo que no me convence es tener por encima a Venezuela y la Coordinadora Continental Bolivariana). Perú, sociedad de clases más o menos modernas, a sus élites políticas les han sido invisibles los que no tienen ni agua, ni trabajo ni estudios. No se dieron cuenta de un hecho demográfico, los campesinos son hoy alfabetos. Nos dormimos. El exceso de optimismo, mitos, como «Dios es peruano». No solo hay «demócratas precarios» (Dargent) sino las instituciones y esa cultura criolla que elude la realidad, porque en el Perú «los problemas se resuelven solos» (Una frase del presidente Manuel Prado). Lo dice todo, la dejadez criolla en el Estado, los negocios, los estudios…

En fin, liberales o marxistas, tendrán que aprender la tolerancia. Habrá rivalidad, ¿y qué? Lo contrario es el despotismo y el pensamiento único. Ahora bien, quien sea el inquilino de Palacio tendrá la mitad del país al frente. No es una desgracia que existan fuerzas políticas distintas y opositoras. Los peruanos por lo general admiran a los Estados Unidos. Pero se hacen los que no saben que si progresaron, es porque tuvieron siempre republicanos y demócratas. Somos hasta el momento una sociedad de libertades públicas —votos, marchas— pero no somos todavía una sociedad democrática. El gran problema del peruano no es solo el empleo, la salud o la educación, sino el «otro».

Posdata. El lunes próximo diré quién es el autor del libro cuyas páginas he citado. No es Pablo Macera, pero alguien de igual de atrevido.

Publicado en El Montonero., 14 de junio de 2021

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