Un género de escritura, entre ciencia social, ironía y la verdad

Written By: Hugo Neira - May• 17•21

Hemos tenido los peruanos el Pitucómetro, el Caviarómetro, el Cholometro, y ahora tenemos el Ignarómetro. Esta vez se trata de los jóvenes que tuvieron esa magnífica educación en la secundaria peruana que, como sabemos, es la mejor del planeta en las evaluaciones PISA gracias a que sus maestros fueron senderistas. Varias generaciones que creen que son marxistas y no saben ni michi. Por supuesto, hubo clases de Historia Peruana e Historia Universal (nunca las hubo, desde 1990 hasta nuestros días). Ellos no son culpables de «la educación de la ignorancia» que han recibido, lo somos todos. El truco ha sido no explicar por qué la URSS se desploma. Y por qué Sendero Luminoso pierde la guerra en la sierra y cae prisionero Abimael Guzmán. A veces el silencio es una complicidad. Es el caso.

El sistema es el mismo que para el Caviarómetro: una pregunta y una respuesta, con puntos para subir o bajar.

1) En marzo de 1985, la potente URSS decide aplicarse la Perestroika, palabra rusa. Este concepto fue conocido mundialmente. ¿Puede usted explicar qué es?

Sabe: 20 puntos para arriba.  No sabe:  20 para abajo.

El término quiere decir «reconstrucción». Lo establece Mijaíl Gorbachov, Secretario General del PCUS (Partido Comunista de la Unión Soviética). No era, pues, una iniciativa de la oposición, en el sistema estaliniano eso no existía. En realidad era un mea culpa del sistema mismo. Muerto Stalin en marzo de 1953, comenzaron una serie de reformas anteriores a la Perestroika, que fue la última. La enorme modificación se organiza en tres metas. La primera consistía en reducir los gastos militares. Era la era de la Guerra Fría. El rival de la USSS en materia de innovación y armas nuevas eran los Estados Unidos. Rusia soviética gastaba un 40% de sus ingresos y USA solo un 10%. Fue una habilidad del presidente norteamericano Reagan, haciendo gastar más a su rival y provocando una permanente crisis socioeconómica en el interior de la URSS. En efecto, las colas de gente en Moscú eran enormes, «y en la vida cotidiana, las dificultades materiales provocaban una tensión de la cual sufrían los rusos mismos» (Información obtenida en Histoire du XX siècle (Initial), un manual de secundaria de 1973. Por supuesto, una temática como esta no se tuvo, desde 1990 a nuestros días, en las asignaturas peruanas. De ahí la ignorancia como materia de educación en Perú.)

La segunda meta era acrecentar la producción. La URSS competía con las sociedades europeas sin poder alcanzarlas. Y la tercera, una modificación completa del sistema tanto económico como social. Como sabemos, se les escapó de las manos y esas modificaciones destruyeron el sistema y llevaron a la desaparición de la URSS.

2) Gorbachov tuvo otra idea, tan importante como la Perestroika, y ese concepto se llama Glasnost. ¿Qué quiere decir? Si sabe, + 20 puntos. Si no sabe,  – 20 puntos.

Glasnost quiere decir un lenguaje de la verdad. Al tener una economía planificada, se formó una suerte de economía subterránea. Era sabido que la burocracia soviética mentía en sus resultados, y era preciso decir las cosas como eran, para despertar la apatía de esos años.

3) Desde la Revolución de Octubre en 1917 —que fue un golpe de Estado de Lenin—, se establece la dictadura de un solo partido, el PCUS. Los bolcheviques hacen la paz con los alemanes, perdiendo territorio, enfrentan una guerra interna (con los rusos blancos), lanzan el movimiento comunista internacional y se estatiza la industria, el comercio y los campesinos. Es una economía planificada en la que no hay propiedad privada ni libertad de mercado, por cerca de un siglo.

¿Cierto o falso?

Es falso. El mismo Lenin, en las circunstancias de una guerra en el extranjero y en el interior, lanza la NEP, en 1921. Es decir, la Nueva Política Económica, mediante la cual llama a propietarios privados y a empresarios, y que salva a Rusia de la hambruna y permite la creación de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS).

Pero también es cierto. ¿Por qué no continuaron eso que hoy es el método de la China actual: economía de mercado y Estado-Partido? Lo que ocurre es que Lenin muere en 1924 y es Stalin quien lanza, en 1929, la «construcción del socialismo». Consiste, según Stalin, imponer a la fuerza una política industrializante y una colectivización agraria sin piedad. Lo que se sabe hoy —y es académico y no ideológico—, está en la Historia que no miente. Lo impuesto a los campesinos tuvo un costo humano: dos millones de personas se negaron a ese sistema y los separaron. La hambruna que estalla entre 1932 y 1933, produce seis millones de víctimas.

La pregunta que les hemos hecho es para que conozcan la ambivalencia de la historia misma. Se puede decir que es cierto, por la intervención de Stalin, y que no lo es, por el sentido común de Lenin de llamar a los que entendían el mercado y salvan por unos años, al pueblo.

4) Los rusos, en el prolongado sistema soviético, desde 1929 hasta la Perestroika en 1985, soportaron el régimen estatalista.

¿Cierto o falso?

Es cierto mientras estuvo Stalin. Con él se establece un régimen totalitario. Es la época del Gran Terror. No solo el Partido elimina las élites de otros países sino las suyas. Las «purgas», así se llaman esos crímenes. Y en víspera de la II Guerra Mundial, se estima que unos siete millones es el número de personas que fueron enviados al gulag (a tierras de la Siberia, donde se morían de hambre y de frío). Muchos de ellos no eran conservadores sino facciones de marxistas que discutían a Stalin, algunos de ellos echaban de menos a Trotsky. Este había construido el Ejército Rojo de los años veinte que salva a la Rusia comunista. No vamos a ocuparnos de la II Guerra Mundial ni de los esfuerzos de los rusos por contener la ofensiva alemana. Fue una guerra patriótica, no de defensa del régimen. Costó 26 millones de muertos, y dentro de esa cifra, 9 millones de militares. El derrumbe del nazismo lleva la URSS, desde 1945, a ser una gran potencia mundial. De ahí la extensión de la Rusia soviética sobre Europa, un Imperio como en la época de los zares, Rumanía, Hungría, Albania, Checoslovaquia, países satélites que, con gran cinismo, se llamaron «democracias populares». ¿Democráticas? En ellas, partido único y nunca elecciones. Sin embargo, los rusos soviéticos lograron el CAEM, un acuerdo de  Rusia con las naciones que dominaban en la Europa del Este, una mutua ayuda. Se le conoce  como el Pacto de Varsovia. (Algo así como el pacto silencioso de la Cuba que ya no tiene la riqueza que le daba Rusia soviética y tiene hoy problemas internos, con una Venezuela tan inepta que no logra producir petróleo y una Bolivia de Evo que sueña en convertir Moquegua en su salida al mar, por supuesto, a patadas.)

Para tener buena nota hay que revisar la historia de Rusia. No todo en la historia y en las transformaciones cabe en negro o blanco. Es el caso de la Rusia post Stalin. Intentaron mejorar el sistema pero, por lo visto, la economía comunista no era productiva. Pero tampoco eso significa que el capitalismo salga triunfante. La crisis del 2008 revela grandes problemas provocados por lo que se llama el neoliberalismo. En las semanas siguientes, trataremos con el mismo criterio crítico, desde la falla de la URSS a lo que se llama neoliberalismo.

Por el momento, tomemos en cuenta la cronología de 1945 a nuestros días de una y otra Rusia.

El 5 de marzo de 1953 muere Stalin, y el 7 de setiembre Kruschev, Primer Secretario del Partido, asume el cargo. Hijo de minero, inicia su vida como pastor en Ucrania, participa en la Guerra Civil de 1918-1920, estudia técnica y política, y hace una brillante carrera en el aparato del Partido. A la muerte de Stalin, es una figura, la mejor del politburó. Con él comienza un proceso de des-estanilización. Lo que sacude el mundo comunista en la Europa del Este, la China y Corea del Norte. Es un periodo que va de 1956 a 1964. Pero es en la URSS que lo increíble ocurre: el inicio de una liberalización intelectual y reformas económicas. Todo ello a partir del XX Congreso del PCUS  (febrero de 1956). «El cometido era lograr la eficacia en el sistema soviético y alcanzar a los Estados Unidos hacia los años setenta» (manual escolar ABC du bac, Nathan, París, 1994, p. 94). Otro Congreso, el XXII (1961), va más lejos: todos los nombres que recordaban a Stalin fueron transformados. Así la ciudad de Stalingrado pasa a ser Volgogrado. El cuerpo de Stalin deja el mausoleo donde están los restos de Lenin.

En esos años, las naciones europeas sometidas a la URSS aprovecharon para liberarse, no del todo pero en algo. Albania deja el bloque soviético y se aproxima a la China de Mao. Yugoslavia dirigida por Tito se reconcilia con Rusia en 1956, pero su modelo es un socialismo autogestionario, o sea, un sistema que no es el soviético. En Polonia no siguen el sistema de planificación de los rusos y descolectivizan las tierras. Se vuelve a una producción de economía familiar, como lo hará la China post Mao. En fin, en lo que se llamaba el Tercer Mundo, la China Popular, en 1958, toma una vía de desarrollo maoísta, y no la de Stalin y los jefes de Estado posteriores.

No fue nada fácil esa metamorfosis. El 14 de octubre de 1964,  Kruschev es destituido de todas sus funciones. Lo remplaza Leonid Brézhnev. Hijo de obrero, trabajó muchos años en fábricas, y se forma como ingeniero metalúrgico. Al parecer estaba cercano a Stalin, y luego vuelve y es un personaje discutido. Tomamos en cuenta lo que les parece un retorno al pasado estalinista, o bien, los esfuerzos por salvar el Estado y la Rusia soviética.

Para algunos, los años de Brézhnev son el retorno «del culto a la personalidad», eso que se rechazaba para Stalin, un hombre de medallas. Medalla de la Orden de Lenin, medalla de Héroes de la URSS, medalla de oro Karl Marx. Los que han estudiado ese periodo inestable de la Rusia soviética dicen que Brézhnev, en los años 70, favoreció a algunos de sus familiares, a su hijo Yuri, como delegado a un XXV Congreso, y ministro adjunto del ministro de Economía. Curioso, ¿no? Se diría alguno de nuestros mandatarios y el comportamiento de las capas dominantes en Perú. Desde nuestro punto de vista, vemos todo el tiempo cómo las sociedades latinoamericanas, y en particular la sociedad peruana, están devoradas por las argollas. Podemos pensar que la Rusia en caída de los años 70 tenía un aire de prepotencia parecido.

Pero sigamos la otra versión sobre las dificultades de Brézhnev. Había un problema: muchos cuadros políticos eran gente de mayor edad. Esto ocurre en los años 70, la potente Rusia estaba dirigida por una «gerontocracia». Ciertamente, ese aspecto le daba a Moscú algo de estabilidad, pero también de inmovilidad. Continuaron con el sistema de planificaciones pese a las reformas que intentaban. Y es así como el bajo nivel de crecimiento agravaba la vida cotidiana de la población, crecía la penuria, la mala calidad de los productos, y la URSS descubría que la mortandad infantil aumentaba, puesto que se degradaban los servicios de salud. Había, pues, un malestar social.

El sistema comunista se descomponía por dentro. Había ya gente que se reconocía «disidente», pero no había marchas ni protestas porque podían terminar en uno de los campos de prisioneros llamados gulag. Entonces, era un tiempo de hipocresía, sobre todo entre los dirigentes menores. Cada uno guardaba silencio, pero si hablaban, era posible que los internaran en hospitales para dementes. Alguno, sin embargo, se atrevía a protestar: el escritor Solzhenitsyn, expulsado en 1974. Para el ruso corriente, había algunas formas de huir de la zozobra social: la indiferencia, el trabajo con mala gana, el alcoholismo, las drogas, la delincuencia… Otras formas de resistencia, entre los jóvenes, en la manera de vestirse y divertirse. Adoptaron el jazz, la música electrónica, el rock, el blues, se diría casi un exceso de idealización del mundo occidental.

Extraña sociedad. Si aplicamos la idea de Karl Marx a la URSS antes de su derrumbamiento, encontramos clases sociales en el mundo soviético, la clase obrera, los campesinos en los koljós, o sea, zonas de trabajo colectivo agrario (no había propiedad privada) y lo que se llamaba la intelligentzia (trabajadores intelectuales).

En 1991 es el fin del comunismo y la desaparición de la URSS. El 29 de agosto, el Sóviet Supremo suspende las actividades del PC en toda Rusia y procede a su disolución. Se establece un gobierno de transición, reuniendo a Gorbachov y dirigentes de las repúblicas. Y continúa la perestroika en la Europa del Este. En Polonia, es el triunfo de Solidaridad. Hungría abandona también el comunismo. Dos Estados se declaran contrarios a la perestoika, la República Democrática Alemana y Bulgaria. En Checoslovaquia, forman un gobierno todavía con comunistas pero en minoría. En  Rumania, en noviembre de 1989, Ceaucescu es elegido por unanimidad por el Partido Comunista Rumano, y un mes después, en diciembre, es ejecutado. Hay que decir que  el poscomunismo, para las naciones que fueron «democracias populares», les es muy difícil acomodarse a un sistema de economía de mercado. Su democracia es frágil, en cambio ha aumentado el nacionalismo y el temor de pasar de una dominación a otra.

5) ¿Qué viene a ser, entonces, lo que se llama marxismo-leninismo?

Según el Diccionario Histórico y Geopolítico del Siglo XX, es la etiqueta que el propio Stalin se coloca. Sirve a Rusia en la época del imperialismo soviético. Políticamente es la ortodoxia doctrinal para lograr el control desde el partido único. Por cierto, no todos los bolcheviques estaban de acuerdo en que el poder estuviera en pocas manos. Los opositores eran Nicolás Bujarin y León Trotsky. Ese sistema no logra la mejora de los rusos, y dura hasta 1956, cuando en el XX Congreso del PCUS, Nikita Kruschev denuncia el estalinismo. Hay que decirlo, es el peor régimen que se conoce en la historia del comunismo a nivel mundial. Socialistas como Castoriadis —griego comunista que rechaza el marxismo-leninista—, lo consideran un régimen de «barbarie». Otros como Lefort lo ven como un «totalitarismo».

La pregunta adecuada es la siguiente: ¿Por qué el partido Perú Libre, en la voz del señor Cerrón, sostiene que entre las variantes del régimen comunista prefiere el marxismo-leninismo, es decir, el peor. Entonces, de obtener una victoria en la segunda vuelta, borraría el Congreso y habría lo que él busca, un poder sin límite alguno. Ese marxismo-leninista ha fracasado en la Rusia soviética y en nuestros días. Los pocos países comunistas —Cuba, Vietnam, Laos— caminan hacia una economía de mercado. En cuanto a China, está claro, es un capitalismo de Estado. Dejaron a Mao y desde 1980 (hace 40 años) combinan, desde Den Xiaoping hasta nuestros días, un capitalismo que logra el socialismo porque es productivo.

(Cf. https://elmontonero.pe/columnas/comunismo-en-el-peru-cual-de-ellos)

PD: Programa para las siguientes columnas del Ignarómetro:

– Segunda parte. No hay un solo marxismo. Son varios. Marxismo, Stalin. Maoísmo. Socialdemocracia (en particular en la Alemania del siglo XX. La variante de Yugoslavia con Tito.

– Tercera parte. Qué es socialismo. Qué es comunismo. Y cuándo y en dónde se separan.

– Cuarta parte. ¿Quién era Karl Marx? ¿Y por qué lo seguimos leyendo?

Conviene saber que el dijo alguna vez, viendo como no le entendían sus seguidores, «que si así pensaban —de modo totalitario— él no era marxista».

Además de Karl Marx, ¿conoce usted quiénes siguieron observando y estudiando el fenómeno económico, social y moral del capitalismo? ¿Por ejemplo, Sombard, Weber, Schumpeter, y muchos otros en el siglo XX?

Publicado en El Montonero., 17 de mayo de 2021

https://elmontonero.pe/columnas/un-genero-de-escritura-entre-ciencia-social-ironia-y-verdad

Madrid: renuncia de Pablo Iglesias

Written By: Hugo Neira - May• 15•21

¿Qué pasó en Podemos?

Desde el 2014, hay un partido político en España que se llama Podemos. Logra cinco escaños en el Parlamento Europeo de los 54 a los que España tiene derecho, no muy lejos de del PSOE (Partido Socialista Obrero Español) con 14, mientras el PP, Partido Popular, más bien de derecha, con 16. Fue un inicio fulgurante, sus líderes se jactan que eso les costo 130 mil euros, o sea, para aclarar las cosas, quería decir que no fue el resultado de una gran publicidad sino de la campaña de sus líderes, en especial, Pablo Iglesias. Habían comenzado con «Los Indignados», las manifestaciones en la Puerta del Sol de Madrid, y consistía en un grupo de politólogos e intelectuales, todos muy jóvenes, que aparecen justo cuando comenzaba a fracasar el gobierno de Rodríguez Zapatero, y un tanto cuando España no salía de la crisis económica y el retorno de la pobreza. Y por lo tanto, la duda de si la monarquía parlamentaria, posterior a Franco, podía ser reemplazada por un Estado republicano. Podemos crece, entonces, en una España de escándalos, latrocinios en Andalucía del Partido Socialista, gastos enormes del que fuera rey, Juan Carlos, y una serie de corrupciones. ¿Se entiende? Hay un clima de disgusto.

En todos esos años, Podemos llama la atención, y recordar su proceso sería excesivo para este artículo. Lo decisivo es que, rompiendo el bipartidismo y por la necesidad de gobernar desde una mayoría, el PSOE hace alianza con Podemos. He aquí el triunfo asombroso de Pablo Iglesias, profesor universitario, desde los libros y los estantes hacia el poder. Además, de izquierda cultivada, y el líder, el cabello con una coleta que fue materia de estudio puesto que en nuestro tiempo, las maneras cuentan más que las ideas. Y sin embargo nos llega esta noticia.

Paso a lo que dicen los diarios. Con comillas: «Un Partido Popular (PP, centro derechas) en las nubes». «Los socialistas por el suelo». «Un Unidas Podemos (izquierda populista) en crisis», y «los liberales del partido Ciudadanos, completamente fuera del juego político. Ese fue el saldo de los comicios madrileños». Cuando lo leí, me quedé con la boca abierta. Esas elecciones han tenido un récord de participación, un 80,73%, o sea, ¡con ganas de censurar! El PP ha arrasado —dicen los diarios— 65 escaños, más del doble de los 30 que tuvieron en el 2019. Ahora bien, el PSOE queda como segunda fuerza, pero con solo 24 escaños. «Al socio del gobierno socialista —dice el periodista—, no le fue mejor. Pablo Iglesias tuvo un resultado mediocre.» Y entonces, no solo ha barrido la derecha las elecciones sino que se hunde Podemos como el complemento del socialismo. La respuesta que da la vuelta al planeta: «Iglesias anuncia que deja la política tras su derrota».

Francamente es una sorpresa. Podemos aparece como un fenómeno, pero no por su estrategia —siempre es posible otro rostro y otra manera de ver— sino porque el núcleo creativo proviene de lo que aprendieron con Hugo Chávez, en Venezuela. ¿Qué pasó con ese chavismo venezolano? Tengo en la mano el libro de mi amigo Ramón Tamames. Se titula ¿Podemos? Un viaje de la nada hacia el poder, 2015. Muy completo, y tuvo la amabilidad de hacerme llegar su trabajo. Pero quiero ocuparme de cómo un movimiento perdió la confianza de la gente hasta ese punto. ¡Es una bofetada! ¿Qué pasó?

Varias cosas.

En primer lugar, teóricamente, los seguidores de Pablo Iglesias no son distintos de la clientela de otros partidos, ni mejor formados ni más jóvenes, más bien gente con desafección política, gente que desconfía de la clase política, de los partidos, «en espera de una ruptura del orden establecido» (Tamames). Y una palabra aparece en el vocabulario de Iglesias, «la casta». Y bien, ¿qué hace el líder de ese colectivo de descontentos? Se compra una casa enorme, cuyo costo ha sido de 600 mil euros¡! No estamos diciendo que hubo algo de ilícito, sino un gesto de vanidad y entonces es posible que la gente de ese movimiento populista lo haya tomado como «un suplantador y demagogo».

En segundo lugar, su mujer, que tiene un cargo de ministra, ha usado recursos públicos y no de su bolsillo, para pagar a la niñera. Además, su mujer tenía prohibido el uso de los baños de la casa a las escoltas estáticas que tenía para protegerla.

¿Se imaginan ustedes a Vladimir Ilich Ulianov, más conocido como Lenin, en 1920, comprando una gran casona? Y su mujer, Nadezhda Krúpskaya, que era de una rama de la nobleza rural, ocupada en que los bolcheviques que la protegían fueran a orinar al cuartel? ¿Y el Che Guevara comprándose una casa en Hawái?

Una información que nos viene de amigos españoles, es que hubo excesos de poder en Podemos, y por eso ocurre una escisión, Errejón se distancia de Iglesias y funda Más Madrid. Está claro, los que han dirigido Podemos son señoritos, hijos de papá, muy parecidos a nuestros «caviares». Y llevan consigo esa doble carga: queremos una revolución pero seguiremos siendo parte de la clase dominante. Todo está dicho. Una casta quiere deshacerse de otra casta. ¿Y es eso el «socialismo del siglo XXI»?

Esa idea bien absurda de Hugo Chávez… Hace una mescolanza con Bolívar y Karl Marx. Bolívar no podía ser socialista porque para pensar como Marx era preciso que se viviera en la revolución industrial. Si no hay capitalismo y fábricas, no hay ni burgueses ni proletarios. Max nace en 1818. No había todavía proletarios. Esclavos, trabajadores, pero no todavía con máquinas. Bolívar era lo más avanzado que había, era un liberal. No odiaba el capitalismo, ni el sistema ni el concepto existían todavía. Admiraba Inglaterra. Por eso, entre otras causas, la Independencia nos permitía lo que el Imperio español no permitía, el libre comercio. Pero Hugo Chávez, por el amor del cielo, era un cachaco sin mucha cultura. Y eso es la Biblia de Podemos y otros proyectos, como el de Perú Libre, con la lección del hundimiento del marxismo-leninismo. No deberíamos llamarlos así sino chavismo-madurismo. Esperamos que el 28 de julio no venga a festejar su triunfo.

Volviendo al revolucionario Pablo Iglesias, lo lógico de un populista es encarnar al pueblo. Pero por lo visto, una idea que corre en las izquierdas latinoamericanas es que la elite debe vivir bien y mejor que nadie, porque si ellos no estuvieran, no habría revoluciones. Esa convicción la he conocido cuando visitaba Cuba en los 70. Estaba hospedado en un lugar de alto nivel, y como había invitado a comer a una peruana que hacía estudios en La Habana, la amiga se quedó mirando los platos y me dijo: «No sabía que en Cuba había queso Camenbert!» Esa noche tuve una discusión feroz con mis amigos de los rangos de la clase política. No por la invitación sino porque ella se enteró qué era lo que comía la clase política. Y no lo podré olvidar. «-Sí, esa es la cosa, si no hubiera nosotros, la vanguardia, no habría revolución alguna».

Pero entonces, los cambios de la humanidad, ¿se reducen a castas que se enfrentan? Quien pensó eso fue Pareto, «la historia es un cementerio de elites». No es el único  —Wright Mills, Mannheim, Mosca—, pero las cosas se complican porque en este tiempo de la presión colectiva para llegar a tener una sociedad del bienestar, la mundialización, la tecnología, que imprime velocidad tanto al comercio como a las interacciones entre naciones y entre continentes, no se le puede decir al pueblo una cosa y comportarse con las distancias sociales, las grandes brechas que produce el neoliberalismo. Todo esto nos lleva a la paradoja de a más economía feliz, más conflictos.

El tema de las elites es inmenso. Pero, dejando el tema para un ensayo, me parece que la sustitución del feudalismo por la burguesía, o alguna forma de dominación como las nomenklaturas de sociedades que se dicen socialistas, acaso lo que se espera es otra forma de vivir para las clases políticas. Puede haber una elite, pero austera. Así, en la Alemania del XVII, según Weber, emerge un tipo de productores que trabajan, venden, tienen éxito, dinero, pero no lo desperdician. Y viene el ahorro, y con ello la inversión, el capital. Quizá esa ética solo debe ser para la clase política. Debe ser sobria y el resultado de la movilidad social, y no de estratos familiares o grupales. Por fortuna, desde Tocqueville, las formas de la igualdad y la desigualdad serán el fruto de la meritocracia. Siempre habrá lugar para el altruismo. Puesto que marchamos hacia una nueva Edad Media.

Los resultados de los países con algún Podemos en América Latina en materia de Índice de Seguridad Jurídica elaborados por World Justice Project, en 2014, son los siguientes: sobre 99 países, Venezuela es el peor, 99. Bolivia hoy es 94. Ecuador, 77. (¿Podemos?  Ramón Tamames, p. 78.)

Publicado en El Montonero., viernes 14 de mayo de 2021

https://elmontonero.pe/columnas/madrid-renuncia-de-pablo-iglesias

A favor de la ética de la responsabilidad

Written By: Hugo Neira - May• 10•21

Dejémonos de fingimientos y sutilezas, el país democrático está a punto de colapsar. La descomposición reina en el Perú. La segunda vuelta está cantada. No se juega la victoria o la derrota de la derecha o de la izquierda sino algo mayor, trascendente, la nación misma, la patria, la Soberanía. Cuántos pueblos marchan hacia sus libertades en este planeta pese a considerarse comunistas, ¿y entre nosotros hay ciudadanos que votarán a favor de un marxismo-leninismo trasnochado?! Y quieren eludir que si eso ocurre, es el fin simple de la libre expresión o el de tener una humilde tienda o un negocio privado. Todo va a ser Estado. Pase lo que pase en las urnas, los peruanos van a mirar de frente el profundo laberinto que es el incompleto Estado y también su sociedad. En general creemos que nuestro mal, que es el desorden, proviene de los políticos y eso es una manera de librarnos de la culpa. La corrupción, que ha sido la bandera de varios personajes que llegaron a Palacio, está sembrada en toda la sociedad, arriba, al medio y abajo. Pero si se vota a favor de Perú libre, y se instala un régimen despótico —con el gobierno de unos cuantos, con una nomenklatura como en la Rusia soviética y el actual poder en Venezuela, la situación de anomia y enriquecimiento ilícito alcanzará niveles increíbles.

El abismo que se puede abrir de aquí a unas semanas ha comenzado desde hace veinte años. Un periodo de crecimiento imposible de negar, en el 2001, un 58% de pobreza y en 2017 un 21%. Sin embargo el rumbo político siguió siendo incierto, el camino a la modernidad no se inició, y seguimos con una producción primaria, la de siempre, extracción minera y algo de agricultura. Somos sin duda un caso especial. Cuanto más era exitosa la economía abierta, mayor era el rechazo político. Sin embargo algo parecido ya había ocurrido en nuestra historia. Jorge Basadre, el más lúcido historiador del Perú republicano, ante el aumento de la riqueza tras la derrota en la Guerra del Pacífico, producido de 1900 a 1930, califica ese periodo como «el auge falaz». 

Por mi parte, a mi retorno de Europa, encontré una economía peruana que crecía, al punto que el FMI ubica la del Perú, de 1990 a 2016, entre las mejores. Por mi parte, no lo vi así. Y llamé a esas décadas «la prosperidad del vicio». No es una clasificación sin bases. He aquí lo que ocurrió en Perú, a lo largo de los inicios del siglo XXI.

En esas décadas «el desencanto económico fue mayúsculo, la desconfianza en los políticos al tope. Las encuestas recogían esas emociones que no se confiesan». Todo esto dije en una entrevista para Brecha, Montevideo, 2011. Lamentablemente  anticipaba la desilusión de los peruanos con la democracia. Esa decepción paradójica en Perú, no convencía al FMI, pero en la población era el 60% del peruano de a pie. Y a ese disgusto cotidiano en las capas sociales populares, se suman los escándalos de todo tipo, como la habilidad de Odebrecht, empresa brasileña, para seducir buena parte de la clase política, cosa que también logró en otros países (el Brasil del gran Lula, que no dejaba de ser una suerte de subimperialismo, y no por azar el caso de Odebrecht se hizo público gracias a que lo desvelaron los norteamericanos). El poder en Lima —esa suerte de Mónaco que ignora la vida de las provincias— se volvió una Sodoma y Gomorra. Los diarios, los medios, el lugar de las maniobras y actos ilícitos fueron grabados en audios y dados a conocer en la TV. Y acaso, en ese momento, el sistema de partidos políticos se desmorona por su descrédito. Centenas de políticos, funcionarios, periodistas y jueces.  Como sabemos, tanto los sociólogos como los politólogos y psicólogos, una crisis moral, en sociedades donde no se ha terminado de salir de la pobreza y el subdesarrollo, puede provocar una regresión autoritaria en las urnas. Y ese es el momento de los radicales, tanto de derechas como de izquierdas. Un gran historiador europeo ha dicho que contrariamente a lo que se cree, en la historia hay momentos decisivos. Desde la muerte de César a nuestos días.

Lo que puede pasar ahora no es la primera vez, tiene un antecedente. Hugo Chávez, en vida y presidente, asoma en la vida peruana apoyando a Ollanta Humala. Pero comete un error, llama al candidato Humala «el buen soldado». En ese instante, los peruanos, bien que mal, confiaban en gran parte en su sistema de economía abierta, y entonces, votaron por el otro candidato, Alan García, que había hecho un gobierno muy discutido, en medio de la guerra civil desencadenada por Sendero Luminoso poco tomada en cuenta. (Llegó a ocupar gran parte del territorio, por poco no gana). Volviendo a las elecciones del 2006, Alan García ocupa el espacio del «mal menor». Y así consigue su segundo gobierno, que a partir de una economía abierta fue una de los mejores que tuvo el Perú. Disminuye enormemente la pobreza. Pero el malestar continuaba y Ollanta insiste en el 2011. Su partido se llamaba «nacionalista». Gran parte del electorado vio en él un exmilitar y un mestizo, por lo tanto, cercano tanto al fantasma de la repetición de un militar en Palacio a la manera de Velasco. Esas elecciones eran para cambiar el sistema neoliberal. Pero Ollanta, a los 3 o 4 meses de gobierno, se rinde ante «una hoja de ruta». Las grandes reformas quedaron para un futuro impreciso.

El enigma peruano. ¿Veinte años de descontento social y a la vez de auge económico? Lo primero que podemos pensar es que el descontento de una gran mayoría de peruanos proviene del olvido de las necesidades. Pero los datos estadísticos muestran lo contrario. No solo la pobreza había disminuido, «la vida de una familia popular había cambiado sustancialmente: del 67% que tenía un hogar con alumbrado eléctrico en 1996, en el 2009 sube a un 86,4%. A nivel rural  —talón de Aquiles de la sociedad peruana— las viviendas con disponibilidad de áreas de saneamiento pasan de un 43% en 1993 a un 60% en el 2008. El malestar no podía deberse, pues, a un crecimiento exclusivamente para las capas medias y ricas. En fin, una hipótesis razonable es que el menudo pueblo no había visto crecer dinero en sus bolsillos. Pero otra vez, los datos son desconcertantes. En 1980, el ingreso per cápita es de 890 US $. En el 2009, es de 4’200 US $. Y en el 2017, es de 6’541 US $. Estos índices los exponen el Banco Mundial e Images Economiques du Monde, edición 2017.

Ante el descontento en periodo de crecimiento, puede haber otra hipótesis razonable. Acaso un proceso inflacionario o tal vez una deuda externa exuberante. Es el caso de algunas naciones como la Argentina y sus famosos fondos buitre, pero el Perú ha mantenido en su política monetaria y cambiaria una seriedad incomovible, debido al buen manejo del Banco Central de Reserva. Al punto que más tarde, hubo recursos para el momento crítico de la pandemia. Entonces, ¿los empleos? Tan poco es eso. Mientras se triplicaba el PBI, aumentaba la demanda privada y pública en esos 20 años de bonanza. Hubo más población y gente activa, la PEA pasa de 13,4 millones a 14,8 en el 2009. Para decirlo en pocas palabras, la evolución económica y social del Perú ha sido inversamente proporcional al aumento de la confianza en los políticos, las instituciones y el Estado.

Desechada la economía y la sociedad donde aparecieron clases medias emergentes, es preciso buscar en otros espacios, más cerca acaso de las mentalidades y lo subjetivo. Una de las interrogantes, en la sociología de movimientos sociales de descontentos, puede no ser de orden económico sino de otro, moral y étnica. Lo llamaríamos los sentimientos de injusticia. Su protesta y rebelión no proviene necesariamente de los partidos políticos. No es casual, en este caso, que en la primera vuelta quien ha alcanzado la mayor votación ha sido un líder campesino y a la vez, profesor de primaria, para asombro del resto de la sociedad peruana, Pedro Castillo. Podemos investigar mucho más esa fuerza colectiva, otros actores, otras estrategias. Pero sin olvidar que en la primera vuelta, los aspirantes a la presidencia no representan las «grandes mayorías» como lo han sido las elecciones del 2016 con PP Kuczynski, del 2011 con Ollanta, del 2006 con Alan García, y del 2001 con Alejandro Toledo. Y más bien por el parlamento, Valentín Paniagua en el 2000, ante la fuga y renuncia de Alberto Fujimori. ¿Se buscaba algo nuevo? La mayoría de los expresidentes, del 2001 a la fecha, han pasado por «prisiones preventivas». Si se suma a ese descalabro la pandemia y sus muertes, se entiende que la ocasión de unas elecciones era y es la peor. ¿Cómo razonar serenamente? Las pasiones personales o colectivas siempre están presentes en las decisiones políticas, pero esta vez, al máximo.

No olvidemos que el Perú está en un continente en que el sentido de pertenencia —la identidad para decirlo de otra manera— se está perdiendo en sociedades cada vez más fragmentarias, a raíz de los efectos socioeconómicos del neoliberalismo. Y entre ellas, el Perú es acaso el más fragmentado. En el Perú siempre ha habido un mosaico de perspectivas. Es muy difícil todavía hablar de la «sociedad peruana». El Perú se explica por ser, en términos de comportamientos y mentalidades, por lo menos dos grandes culturas. La criolla y la andina. Ambas provienen de los desechos del Tahuantinsuyo, la Conquista, el periodo colonial, la República en el XIX en manos de los blancos y los conflictos etnopolíticos en el curso del siglo XX. Dos grandes culturas que cohabitan y que tienen reivindicaciones y vocaciones diferentes. Si el neoliberalismo produce grandes brechas en sociedades que llevan siglos de cohesión, ¿qué se puede esperar de un país tan complejo como el peruano, donde la cohesión social es lo que menos interesa? Una vez más, dos índices escalofriantes. Aunque subían los ingresos —antes de la pandemia— la cohesión que necesita la nación disminuía. El Perú es el país que menos cumple en su obligación tributaria. Y en las encuestas que se han hecho, para vivir bien, el tipo de formación universitaria preferida, en Bolivia y en Perú, es una carrera corta para el 39% contra un 40% que prefiere una buena formación para un buen trabajo. Y en cuanto a buenos conocimientos —que significaría que se preparan para dar un salto a la sociedad industrial y posindustrial— solo un 3% en Bolivia y apenas un 7% entre los jóvenes peruanos.

Con tal mentalidad, el Perú no saldría nunca de lo que se llamaba el Tercer Mundo. Las grandes obras como las que necesita el país —ferrocarriles, carreteras para los dos millones de campesinos propietarios después de la Reforma Agraria de 1969— no entraban en las agendas del Estado. Hasta que vino la pandemia.

Es y sigue siendo un gran mal. Pero nos abrió los ojos. Descubrimos entonces que no éramos el país que estaba a punto de entrar a la OCDE. Nos dimos cuenta de que lo que llamábamos ‘los informales’ era una solución siempre inestable y momentánea. Y de pronto, que la pandemia, por las cuarentenas, hacía perder millones de puestos de trabajo y a la vez, mataba familias  enteras con casas pequeñas o insalubres en las capas pobres de la sociedad. Descubrimos que nuestra organización social era precaria, tanto como el Estado y la sociedad. Y que muchas cosas deben reformarse, siempre y cuando sigamos teniendo libertad y el Perú sea de los peruanos.

¿Por qué digo esto? El Perú sigue siendo un país con recursos que no existen en otras sociedades.  Entonces, la votación de la segunda vuelta, en junio, no es un tema únicamente peruano. Lo que me inquieta es la geopolítica continental. Por mi parte, no es que el partido Perú Libre sea comunista, lo admitiría si fuera la decisión de los ciudadanos. Aunque sea una regresión. Pero eso no sería sino el primer paso a algo peor: volveríamos a ser colonia. Cuba ha logrado algo increíble. Colonizar y dominar otra república latinoamericana. O sea, Venezuela. Pero ni la una ni la otra tienen lo que tiene el Perú, pese a sus problemas. Tenemos en los Andes cuatro enormes cuencas, Cuzco-Puno, Junín y Huancayo, y la cuenca de Cajamarca. Lo que puede producir una de esas cuencas puede alimentar las hambrientas La Habana y Caracas. Eso quieren, pero no comprando sino dominando. Y entonces, los campesinos que votarán por PL serán los nuevos yanas de sus nuevos conquistadores. Estamos en el siglo XXI, la cuestión de la globalización hace que nuestras opciones políticas dejan de ser nacionales. Y entonces, lo que se juega, el 6 de junio, no es si gana la pareja Pedro Castillo y el señor Cerrón. La cuestión es si perdemos la Soberanía. Si volvemos a tener virreyes. Años atrás, Nicolás Lynch escribió ¿Qué es ser de izquierda?. Y establece dos tipos de organización: izquierdas autoritarias e izquierdas democráticas. Hoy, las últimas se han esfumado. Solo quedan las primeras. El Apra era una suerte de socialdemocracia en un país de indios, criollos y mestizos.

Entonces, ¿qué nos queda? La nación como salvación. Pero eso nos va a costar un esfuerzo enorme. Nuestra crisis no es solo la salud, la pérdida de empleos, sino una crisis de lo peor, una crisis ética. El gesto que nos salve es de contenido ontológico. Sí, pues, es filosófico y moral. No somos un país acostumbrado a la filosofía, tuvimos uno que otro curso y por lo general, profesores de filosofía. Pero hoy, al borde del abismo, tenemos que elegir entre la ética de la convicción y la ética de la responsabilidad. Fue una idea de Max Weber. Y las mismas ideas luego, en el filósofo alemán Jonas. Es simple y terrible. ¿Los peruanos serán los siervos de los cubanos? ¿Es así el fin histórico del Perú? Hemos llegado a esta situación acaso porque tuvimos una serie de presidentes improvisados, salvo un par de políticos, Paniagua y Alan. Y hoy es preciso un esfuerzo enorme, de orden moral y patriota.

No es fácil olvidar por un momento la convicción. Muchos de mis amigos y colegas no admiten de ninguna manera a Keiko y a su fujimorismo. Los entiendo. Yo mismo, nunca lo fui. Pero queda la ética de la responsabilidad. Queda lo que puede hacer la pareja Castillo-Cerrón, que tiene tales propósitos que se niega a declararlos en debates electorales. Son un agujero negro, lo digo como metáfora. En el cosmos existen pero no sabemos qué tienen dentro. Por lo demás, la ironía que el Perú se pierda justo para su Bicentenario…

Cuentan que Diderot —el ilustrado francés que crea la Enciclopedia— había escrito una carta titulada «Carta para ciegos». Eso es mi caso. No entienden algunos que las patrias acaso no son inmortales. ¿No desapareció Yugoslavia, fragmentada entre serbios, croatas, montenegrinos y musulmanes, etc? Cuando la situación es extrema, el alma misma sufre de imponerse a sus propias creencias, en nombre de algo trascendente. Fue el caso del encuentro entre el presidente Roosevelt, Churchill y Stalin, en secreto y peligrosamente, en Yalta. Eran tres hombres de Estado que se detestaban. Para Stalin, el inglés conservador que era Churchill era alguien que hubiera mandado a matar inmediatamente. Lo mismo Churchill que estaba al tanto de los crímenes de Stalin que había fusilado a la guardia vieja bolchevique, la gente de Lenin. Lo mismo el americano. Pero la guerra y la política son así. Por encima de todo, había que vencer a Hitler. Este caso, muy conocido, puede que nos ilumine. A veces hay que hacer lo que no nos gusta, en nombre de la patria.

Sí, en nombre de la patria. Yo les digo, cuando mi padre súbitamente tuvo un infarto, yo estaba en Francia y era Navidad, y muchas gentes volaban para encontrar sus familias. Y no puedo olvidar a la funcionaria de Air France en aquella noche buscando una ruta, que fue la de salir de Francia a Canadá y de ahí a otro avión en los Estados Unidos, y al fin, Lima. Mi padre ya había muerto. Me reclamó hasta el último minuto. Ahora mismo me saltan las lágrimas. El féretro se lo echaron a la espalda mis camaradas del CEDEP, Pancho Guerra García, Carlos Franco,… Pues bien, tan duro como la muerte de un padre es la muerte de tu país. Lo digo porque este es el riesgo que corremos. No quiero creer que desapareciera el Perú por unos cuantos ciudadanos que no evaluaron el riesgo de perder la patria. Por esto, en esta columna que puede ser de adiós, insisto en que la ética de la responsabilidad es la solución. No hay otra. Tendremos entonces el tiempo necesario para las grandes reformas que la sociedad y el Estado necesitan.

Podemos hacerlo sin desenterrar el modelo de Lenin e imponerlo en un país, que mal que bien, ya se ha acostumbrado al uso de la libertad. Lenin tenía sus razones, en una Rusia de campesinos mujik que adoraban a su zar. Queremos democracia para más grandes reformas. El Perú ha perdido varias ocasiones. Después de Velasco. Después de la caída de Abimael Guzmán. La pandemia nos ha abierto los ojos. Y también la presión del candidato Castillo. En política y en el pensamiento, existe la tesis y la antitesis. Hoy es escuchar a los que quieren cerrar Congresos, empresas privadas y lo que sea. En ese caso, el partido Perú Libre cae en el mismo defecto que el resto de los partidos y tendencias peruanas. Se maneja nuestra vida pública no incluyendo sino excluyendo. Tomar el poder y ejercerlo como un sultán, es algo que nos ha ocurrido a cada rato y nos ha llevado a nada. Luis Alberto Sánchez nos describe un «Perú adolescente». Esperamos que por un milagro, el joven presumido se porte como un adulto. Pasando el mal rato de votar por lo que no nos gusta con tal de salvar la patria.

Publicado en El Montonero., 10 de mayo de 2021

https://elmontonero.pe/columnas/a-favor-de-la-etica-de-la-responsabilidad

Napoleón Bonaparte: verbo y cañones

Written By: Hugo Neira - May• 06•21

Hay un Bicentenario en estos días. No es el de un peruano, ni presidente o algún gran pensador en el pasado. Es alguien que se vincula con las raíces de nuestra independencia, pero de una manera particular. En este 5 de mayo se cumple el bicentenario de la muerte de Napoleón Bonaparte en 1821. El amable lector se preguntará qué tiene que ver con nuestra historia y la construcción de nuestra República ese personaje europeo. Mi respuesta es que me ocupo en estas líneas sobre Bonaparte por dos razones. La primera es que durante la invasión de un ejército francés en el reino de España, en 1808-1810, dirigida por Napoleón Bonaparte, caen prisioneros en Bayona el rey Fernando VII y también su padre, Carlos IV. El propósito era bloquear, aislar a la potente Inglaterra. Pero el Imperio español quedaba sin corona. El efecto fue inmediato. De ahí en adelante, en las colonias se sabía que el Imperio llegaba a su ocaso y obviamente, arrancaron con vigor diversos movimientos independentistas. La segunda razón, es que el ejemplo de un Bonaparte a la vez revolucionario y estadista, precede a  San Martín y Simón Bolívar.

El regalo inesperado a la Independencia de Bonaparte. Una España acéfala

Cuando gobernaba Leguía en 1919, se exaltaba nuestro centenario, la patria, acaso con alguna amargura al estar muy cerca de la guerra perdida en el conflicto con Chile. Y por emoción y razón, los historiadores de entonces y los políticos tomaron esa efeméride, la independencia, como una cuestión nacional. Un siglo más tarde, el actual, la patria sin duda pero también se le considera un episodio continental. Esta manera de apreciar nuestra independencia es reciente. En el curso de los siglos XIX y XX, se ha recopilado la insurrección de Túpac Amaru II, la rebelión del Gabriel Aguilar y Manuel Ubalde, las muchas conspiraciones criollas y la actitud de los ilustrados como Toribio Rodríguez de Mendoza en San Carlos, como si todo eso fuese una larga lista de héroes alineados hasta que llegara el ejército de San Martín en octubre de 1820. Acaso por una cierta vergüenza que la independencia no viniera del país mismo, o como lo dice en nuestros días Carlos Contreras, «La Independencia que vino por el mar» (Perú: historia mínima, p. 166). En general, durante un siglo se ha tratado la independencia como un asunto local. Y lo de Bayona, con un Bonaparte dándole la corona española a su hermano José, no aparece. Por cierto, el pueblo español lo detesta, y surgen las guerrillas antibonapartistas. Sin embargo, deberíamos reflexionar: por qué de la península ocupada en restablecer su vida propia, no parte ningún gran ejército para  recuperar las colonias. Canterac sabía que era el último. Y la abdicación se produce en Ayacucho.

Hoy, en reuniones académicas en diversas capitales de América Latina, para el Bicentenario, he notado que se toma distancia de la explicación tradicional, o sea, como causa los abusos coloniales y el ejemplo de la independencia norteamericana y la revolución francesa. Sin duda, tiene un sentido. Pero hoy, se profundiza estudiando la serie de coincidencias y se toma en cuenta las causas internas de la independencia y las externas. En nuestros días consideramos decisivos el exilio de los jesuitas, la Corte de Cádiz en 1812, las logias masónicas, las reformas borbónicas, detestadas por los criollos por su aumento de impuestos, pero no se suele señalar el ocaso del Imperio Español debido a un factor decisivo, el ingreso de las tropas napoleónicas a España y la doble abdicación el 6 de mayo de 1808. Dejando acéfalo el Imperio español. No se necesita ser un gran historiador para comprender que eso sacude al continente al otro lado del Atlántico. Las consecuencias fueron enormes. Efectos simbólicos e históricos en la América española. ¿Cómo podían gobernar los virreyes si había desaparecido la Corona? ¡¿Seguir obedeciendo a un Imperio acéfalo?!

Como sabemos, en Buenos Aires y Caracas, las autoridades hispanas se apoyaron en los criollos. Fue la primera vez que esa capa social, que era rica pero sin participacion política, tenía una oportunidad. Fingen maldecir a Bonaparte, pero en realidad, las juntas y gobiernos locales aparecen por primera vez. Los historiadores de hoy lo llaman la “tesis del accidente” (Pierre Chaunu).

La segunda razón son nuestros libertadores. Algunos fueron rebeldes nativos, locales, pero San Martín y Bolívar eran patriotas y también cosmopolitas. Estoy seguro que el amable lector debe admirar a San Martín y a Simón Bolívar. Dejando de lado a cuál prefiere, es evidente que ese perfil del corso, soldado y a la vez estadista, eso que  encarna Napoleón Bonaparte, no pudo menos que llamar su atención. Además, los precede. En 1796, el joven general Bonaparte estaba ya al mando de un ejército francés en Italia, a los 27 años.

Ocuparse de Napoleón Bonaparte es a la vez fácil y difícil. Por ello, vamos a tratarlo por partes. La vida, el estadista, el estratega y finalmente el hombre y los efectos hasta  nuestros días de eso que se puede llamar bonapartismos.

La vida

Nace el 15 de agosto de 1769, en Ajaccio, la ciudad más poblada de la isla, la cual fue territorio de ultramar para Genova, y también de ingleses y franceses. Y forma parte del territorio francés en 1768. O sea, justo el año en que nace Napoleón. La inclusión de la isla de Córcega en el Reino de Francia determina el porvenir de Bonaparte. De otra manera no habría podido estudiar, junto con sus hermanos, en Francia. Y luego su formación militar. A casualidades de este tipo, en ciertas civilizaciones, se les encuentra un sentido misterioso. La moira de los antiguos griegos. El Kharma de los hindúes. En la cultura occidental, bañada por el cristianismo, le llamamos el destino.

Poco se sabe de su infancia. Su familia no era pobre (según Masson, uno de sus biógrafos) y los Bonaparte —su lengua era el italiano— habían elegido establecerse en Córcega. El padre de Napoleón era parte del Consejo de Ancianos de Ajaccio, lo cual era considerado como un título de nobleza. Córcega, de «comunidades y señores». Acaso por eso entendía a los de arriba y los de abajo. Cuando niño, entra a un colegio de Autun, para aprender los rudimentos de la lengua francesa. Se dice que siempre tuvo un acento italiano. A los 10 años entra a la Escuela Militar de Brienne, un colegio dirigido por una orden, los padres Mínimes. Y luego, a los 15 años, lo admiten en la Escuela Militar de París. Cinco años después, recibe el diploma de artillero. Esa especialidad formará parte de sus éxitos. Era el arma más importante en esos tiempos. Y Napoleón era un apasionado de las matemáticas.

Ya en el Ejército, lo destinan al regimiento de artilleros, en Valence. Al parecer, tenía una nostalgia de Córcega y su familia y se sabe que pidió 32 permisos. En una carta dice «solo entre los hombres», carta de puño y letra, en 1785. Era, en cierto sentido, un extranjero. O alguien raro, corso entre italiano y francés. Y se refugia en los libros, textos de estrategia militar, autores clásicos, teatro francés, pensamiento político y doctrinas económicas. Lee mucho a Rousseau y acaso de ahí la idea de la legitimidad a partir de los pueblos mismos. Un biógrafo dice que se encontró, en un libro de geografía, esta anotación suya: «Santa Elena, pequeña isla».  Curioso, ¿no?

Y llega la revolución. 1789

¿Cómo vio la inesperada revolución francesa? La respuesta de los que han estudiado a fondo la mentalidad de Napoleón coinciden en que era un patriota corso, y que odiaba la antigua monarquía francesa y acaso esperaba una Córcega independiente. Pero de pronto ocurre que los independentistas corsos asaltan la casa de su familia y tienen que refugiarse en Marsella. Córcega había vuelto a caer en manos de los ingleses. Napoleón rompe sus lazos con los independentistas corsos. Continúa su destino de oficial francés, y se reintegra al regimiento de Niza. Ahí comienza a mostrar su habilidad. Sustituyen en Tolón, al comandante de artillería que se ocupaba de la rada. Había habido un motín contra el terror republicano de los jacobinos y eso había permitido el desembarco de una fuerza angloespañola. Napoleón toma las riendas, coloca varias baterías artilleras, y el total de fuego fue superior al de los que atacaban Tolón. La armada enemiga no tuvo más remedio que partir.

Le iba muy bien, «su capacidad de trabajo y su frialdad bajo el fuego lo convierten en un héroe del sitio» (Wikipedia). Lo nombran general de brigada, pero surge algo que lo perjudica. En julio de 1794, cae Robespierre. Políticamente Napoleón era un jacobino, es decir un radical, y además tenía una amistad íntima con el hermano menor de Robespierre, Maximilien. Lo arrestan entonces dos semanas. Pero es liberado, por falta  de pruebas. O bien —podemos suponer— porque no era el momento para perder militares capaces y que fueran republicanos. Como sabemos, la Nobleza era las fuerzas armadas de Francia y habían partido con la Revolución, y formaban parte de ejércitos de austriacos e ingleses con el fin de recuperar sus privilegios.

A este periodo de Napoleón se le llama «las campañas iniciales». Hay varias. Se le encomienda dirigir una tropa improvisada para defender el Palacio de las Tullerías. En esos días, la plebe de París iba a Versalles a pedir la muerte inmediata de los nobles. Pero ya no gobernaba el sanguinario Robespierre. El nuevo gobierno llama al general corso. Una vez más Napoleón se sirve de su talento de artillero, y con algunas pocas piezas y la ayuda de un joven oficial de caballería llamado Murat, logra distanciar a los vándalos. Murat será un gran militar que acompañará a Napoleón en los años siguientes.

Durante Robespierre, se había guillotinado a unos 17 mil aristócratas y unos cuantos revolucionarios, Danton, Camille Desmoulins. En total, 50 mil muertos en toda Francia. Pero los jacobinos fueron reemplazados por los que se llamaron Termidorianos, en el Directorio. Se abren las prisiones, se desmantelan los comités jacobinos. Y es entonces cuando Bonaparte aspira a una campaña de mayor magnitud. Es decir, llevar un ejército republicano fuera de Francia. Lo logra gracias al apoyo de una mujer, Marie-Josèphe Rose Tascher de la Pagerie, o más sencillamente, Joséphine de Beauharnais. Más conocida como Joséphine. Ella le consigue ese rango.

Josefina

Debemos detenernos un instante ante la mujer que Napoleón amó toda su vida, y ella misma, un personaje excepcional e inclasificable. De origen colonial, francesa nacida en la isla Martinica, se casa con Beauharnais, un aristócrata que no está en contra de la revolución, pero igual lo matan durante «el terror». Ella también es llevada a una prisión, por un corto tiempo. Cuando desaparece el Tribunal Revolucionario, es puesta en libertad el 6 de agosto de 1794. Se queda viuda, viuda de alto rango, y tiene encuentros y vida social en los grandes salones con las nuevas clases altas que aparecían. Le atraían los hombres poderosos. Uno de ellos, Paul Barras, que estaba en el Directorio —el gobierno— se convierte en su amante. Pero una noche, en los salones de París, ella conoce a Napoleón. Deja a Barras y se casa con Napoleón. Y es así como su antiguo amante es quien abre la puerta del éxito y de la historia al joven militar. Días después de su matrimonio, Bonaparte parte al mando del ejército francés en Italia. Barras había cumplido pero era casi un suicidio. La República francesa luchaba contra varias monarquías.

Francia en ese instante no era una potencia. «Un país desvastado por la guerra, la industria desecha, el comercio paralizado, las finanzas por los suelos, desertores por millares, sin hospitales para esa guerra, y una nación desmoralizada» (Jean Tulard, historiador). Y sin embargo, es el momento en que Napoleón entra a la historia.

En efecto, no miente a sus soldados, les dice: «estáis mal vestidos y mal alimentados. El gobierno nos debe mucho. Pero en esta Italia, hay grandes ciudades que tienen lo que no tenemos, y serán vuestra ». Y luego pasan los Alpes que los separan de Italia, caen por sorpresa, y no solo enfrentan a los italianos sino a fuerzas austriacas en Lombardía, y derrotan el ejército de los Estados Pontificios (en esa época, Roma católica tenía ejércitos). Bonaparte muestra lo que sabe hacer, vencer. Derrota a cuatro generales austriacos cuyas tropas eran superiores en número y fuerza a Austria a firmar un acuerdo de paz. «El resultado es el famoso Tratado de Campoformio que da a Francia el control de la mayor parte del norte de Italia, y también los Países Bajos o la llamada Holanda, y el área del Rin.» Después de esa victoria, no regresa a Francia sino que va hasta el extremo de Italia. Llega a Venecia, la ocupa y le hace perder la autonomía que tenía desde siglos. Bonaparte organiza Italia, junta los territorios ocupados e inventa una república, la Cisalpina.

Por lo demás, está clarísimo que el pasaje inesperado de la cordillera de los Alpes —las montañas más extensas y altas de Europa, con cimas y quebradas— no es un lugar para  llevar cañones, pero lo consiguen Bonaparte y sus soldados. No era sencillo ese pasaje, y es evidente que mucho ha podido inspirar la idea de San Martín, el pasaje de los Andes para caer sobre Chile. El punto de partida de nuestra independencia, tras las batallas de Chacabuco y Maipú. Luego, liberado Chile, como Contraalmirante, Lord Cochrane con su flota y por cierto, Paracas.

Bonaparte, después de Italia, parte a la expedición de Egipto. Es evidente que no se le ve ya solamente como un excelente militar. El aprecio del pueblo francés crece enormemente. Y emerge el Bonaparte político. La gente del Directorio —los que eran mayoría en la Asamblea Constitucional —comienzan a verlo con malos ojos. Pero la popularidad de Napoleón aumenta, no solo vencía en cada batalla a ejércitos de otros reinos europeos sino que había establecido una guerra muy distinta a la de otras naciones.

A esa máquina de guerra a la vez moderna y revolucionaria, se le llama las «guerras napoleónicas». Desde 1797, en Italia, hasta 1815. En ese tiempo, la institución de la Francia revolucionaria se convierte en un sistema de transición de una monarquía —el Antiguo Régimen— a una república francesa. Para ello, establecen un régimen de transición, se llama el Consulado. Usaron el sufragio popular. Bonaparte es Cónsul por dos veces.

Cabe que nos hagamos ya una pregunta. ¿Cuándo Bonaparte se vuelve Napoleón I? El 18 de mayo de 1804, nombrado emperador hereditario. En este caso, muchos historiadores se olvidan de decir que el pasaje de Cónsul a Emperador fue el resultado de un plebiscito. A lo largo de esta serie de modificaciones del poder político —Asamblea Legislativa, Convención Girondina, Convención Termidoriana, el Consulado, y finalmente el Imperio—, en todo ese tiempo y modificaciones institucionales, hubo elecciones. Eso es algo que se oculta. Porque en el siglo XX, las revoluciones  establecieron regímenes sin elecciones. Y el silencio hizo creer que la Revolución Francesa fue lo mismo. Es todo lo contrario.

No en 1789 sino cuando ya no había reyes, desde 1790, desde las primeras consultas,  los ciudadanos activos pasaron del sufragio censitario al sufragio universal. De un millón a once millones. Se expandió el cuerpo electoral. De la primera república al Consulado y al Imperio, hubo siempre elecciones municipales, cantonales y referéndum. Estaban en guerra y sin embargo había escrutinios y recuentos de urnas y papeletas. Se conoce la clase social de los que votaban: clero, funcionarios, burgueses, hombres de ley, profesiones liberales, comerciantes, artesanos, asalariados, campesinos. No puedo extenderme sobre ese proceso electoral, y recomiendo un libro que está traducido al castellano. Se titula La revolución francesa y las elecciones. De Patrice Gueniffey, Fondo de Cultura Económica, 1993.

La gran cuestión es ¿por qué no se dice que hubo elecciones permanentes y paralelas a la revolución misma? Ocurre que los marxistas-leninistas, no los socialdemócratas, han hecho creer a millones de revolucionarios que la revolución socialista o comunista, establecía un poder de partido único, y nunca más elecciones. Lo han callado porque no les convenía. Y en cuanto a Bonaparte, lo describen como Cónsul y Emperador, sin decir que había consultas a los franceses. ¿Revolución y  elecciones permanentes? Vaya sorpresa. Olvido decir que en el curso de esa metamorfosis, los votos eran cada vez más radicales.

Napoleón Bonaparte, ¿por qué era popular?

La respuesta es sencilla. Para el pueblo era el  personaje que había puesto fin a una opresión de siglos de una capa social señorial. La asamblea nacional había eliminado en 1892 los derechos feudales. ¿Desde cuándo lo tenían? Durante nueve siglos hubo feudalismo. La revolución, que era protegida por Bonaparte en el campo de la guerra, había hecho desaparecer el diezmo. Y los bosques fueron considerados bienes nacionales, y no de condes o duques. La confianza en Bonaparte fue la ideología de las clases populares, en su mayoría rural, pero también en los artesanos y primeros obreros. Al punto que cuando Bonaparte resucita la Monarquía –la suya– no pierde esas capas sociales. ¿Por qué razón? Para reorganizar la sociedad francesa en un sistema republicano. Y eso no lo hace el general Bonaparte, sino el estadista.

El estadista

Sorprende por lo general un Napoleón estadista. Y antes de continuar, debo decir que no he dedicado mi vida a un estudio profundo de la historia francesa.  Lo que ahora entrego a la curiosidad del lector, es lo que los especialistas —investigadores y profesores franceses— han logrado un consenso sobre ese lado de Bonaparte, más claramente, un punto de vista académico más que político. Acudo, pues, a fuentes históricas confiables.

Resumo, pues, lo que la academia propone para explicar el caso de Bonaparte. Y para proseguir, un par de preguntas. ¿Cómo se inscribe en la vida francesa el régimen napoleónico? ¿Qué dicen los estudiosos de ese periodo histórico?

Lo siguente: «lo que deseaba la mayoría era la paz civil, la cohesión nacional y el orden social» (Jean Tulard, Encyclopædia Universalis). Esto no significa que se sacrificaba las conquistas sociales del periodo revolucionario. Entonces, se junta el poder personal —es decir, Bonaparte— y a la vez, el republicanismo. Desde esas dos tendencias que llamaríamos la derecha y la izquierda, «se realiza una gran empresa de construcción legislativa y administrativa que sentó la base de una Francia moderna» (Tulard). Hay que decir que ello fue observado en gran parte del continente europeo. En suma, dos objetivos. Territorio y Estado.

¿Qué ocurre en Francia cuando Bonaparte es imperial? Código Civil que extiende a territorios conquistados. Herencia de la revolución: la igualdad de todos ante la ley. Y el derecho a la propiedad. No olvidemos, la red de funcionarios, prefectos, subprefectos, alcaldes.

En la educación, de nuevo, aspectos conservadores y a la vez muy modernos. Por un lado, con Napoleón se crean las grandes escuelas del más alto nivel, la École Polytechnique, la École Normale Supérieure, L’Institut de France. Se trata, hasta nuestros días, de casas de estudios superiores por encima de las universidades. En ellas se ha formado, durante siglos, la elite tanto científica como política de Francia. Y eso que el sociólogo Bourdieu ha llamado, la «nobleza del Estado». Un cuerpo institucional al que acude el Estado, sea quien fuese el presidente, por ser una elite escogida y eficaz. Los que se han formado en esas escuelas ocupan los órganos centrales del Estado francés en una carrera estable y permanente.   

Sin embargo, la educación bajo el régimen de Napoleón, para la enseñanza primaria, se hacía al lado de la Iglesia, en escuelas confesionales. Por lo tanto, esa era una educación conservadora. Mientras la elite del poder, que nace con el mismo régimen, era gente interesada por la ciencia, en suma, partidarios del pensamiento libre, sin intervención de la Iglesia. Bonparte era partidario del progreso científico. Y del Arte y la gran Arquitectura. En París se puede ver la Columna Vendôme y el Arco del Triunfo. Cuando la expedición a Egipto, siendo joven, lo envía el Directorio, incluye un número impresionante de científicos,  y es así como hay estudios del antiguo Egipto, entre ellos, de la piedra de Rosetta. Contiene tres lenguas, los jeroglíficos, una lengua intermediaria llamada demótica, y el griego antiguo. Es así como se pudo descifrar los jeroglíficos, proeza de Champollion. Y claro está, de Napoleón.

Napoleón estratega

Para entender el Bonaparte militar, hay que tomar en cuenta el tema del reclutamiento. En 1789, cuando estalla la revolución, el ejército francés —según los historiadores— contaba con 150 mil hombres. En 1794, bajo las banderas de la República, 800 mil. En 1812, para la campaña de Rusia, 500 mil hombres. Pero no todos franceses. En los efectivos hubo alemanes, austriacos, prusianos, holandeses, polacos, italianos, españoles y portugueses. Por eso lo llamaron «el ejército de 20 naciones». Y es así, porque había emergido «una Europa Napoleónica». A Diego Castro, uno de los grandes conocedores de la vida de Bonaparte, le parece que el «hecho de tener implantado el Código Napoleónico en todos los Estados creados por el emperador, desaparecía el feudalismo, la servidumbre, y la libertad de culto. En cada Estado una constitución, el sufragio universal, la declaración de derechos y la creación de un parlamento. Hay otras reformas, lo militar se mezcla con lo social. La educación, por ejemplo, sea cual fuese la nación, para acceder a la enseñanza secundaria, sin tomarse en cuenta su clase social o su religión.

En cuanto a la táctica, Bonaparte crea lo que se llama una división, concepto que se usa hasta nuestros días. Y a eso, dos brigadas de infantería, complementado con un escuadrón de caballería, y sobre todo, los cañones. Pero no hubo un manual, cada combate era para Napoleón, algo muy dúctil, mudable, cambiante, irregular. ¿En cuántas películas se le ve con un catalejos observando al enemigo? Ningún oficial sabía cómo iba a movilizarse, con lo cual evitaba traiciones. Buscaba el posible punto de ataque, y entonces, era una orden súbita de Napoleón. Por lo general, conocía las tácticas de otros ejércitos y generales. Hay pocos seres humanos que hayan sido estudiados como Bonaparte, hasta en sus mínimos detalles. No hay duda, improvisaba. Como en un juego de cartas o en el ajedrez. Pero eso solo puede hacerlo un genio. Hay que hablar, pues, del Hombre.

Un día de Bonaparte —general, cónsul, Emperador— en Santa Helena

Es ilimitada la bibliografía sobre su persona y salud. Hay, sin embargo, un par de obras, la de Jean Tulard, Histoire de Napoléon en un jour (1992). Y la de Frédéric Masson, Napoléon chez lui, París, 1894. O sea una jornada del Emperador en las Tullerías, el ambiente, los horarios, etc.  Inclusive, hay un extracto del Diario Oficial del 19 brumario del año X. O sea, del 10 de noviembre de 1801.

¿Qué señalan? La fuerza prodigiosa del organismo del Primer Cónsul que le permite 18 horas de trabajo al día. Sin fatigarse mientras examinaba una y otra cuestión que de inmediato, resolvía.

No era muy alto, un metro y 68 centímetros. Piernas cortas, un color oliváceo, «un mediterráneo», se decía, pero que se imponía, con temperamento autoritario, a veces colérico, pero de un talante afable, y casi todos lo dicen, «resistente a la fatiga». En el sitio de Tolón, duerme al pie del cañón. Otros insisten en su «extraordinaria lucidez intelectual».

¿Cómo era un dia de Bonaparte? Se despertaba a las 6 o 7 de la mañana, echaba un vistazo a los periódicos, examinaba los informes de la policía y alrededor de las 8, entraba a su gabinete de trabajo. Era un gabinete topográfico. Mapas, incluso para un viaje. No escribía, dictaba. Tenía un sistema de cajones que solo él usaba. A las 9 iba al salón de las Audiencias, recibía príncipes y dignatarios del Imperio. A las 9 y media, el desayuno. Y hacia la 1, Consejo de Estado o de Administración. No veía a los ministros, los consideraba ejecutores. Le escribían. Los grandes problemas los discutía con Talleyrand, lo apreciaba por su inteligencia pero lo despreciaba porque era un hombre del Antiguo Régimen. En realidad, Tayllerand tenía muchos vicios, era un disoluto, pero brillante. Napoleón, en algún momento en que disputaban, le dijo que «era un montón de mierda envuelto en una media de seda». Cuando Napoleón gobierna con gente mediocre, y el Imperio se vuelve más frágil.

La cena era a las 18 horas. Y no duraba más de lo necesario. Era una cena frugal. Luego trabajaba hasta tarde. Salvo el caso que hubiera una velada de la Emperatriz. Y entonces un amigo, el bibliotecario Barbier, le contaba las últimas novedades y rumores. Napoleon era, después de todo, un corso. La familia le importaba. Era corso, es decir, tenía fe en el clan. Se dice que se guiaba por un consejo del rey de Milán, llamado Murat: «haga usted como rey lo que habéis hecho como soldado». Fue sobrio. Inútil y sin razón, diversos novelistas y directores de películas lo presentan como un don Juan. Napoleón tuvo un solo amor, Josefina. Se tuvo que divorciar de ella, para intentar tener un hijo con una mujer más joven. Lo tuvo. Pero al pequeño lo mataron. A Josefina la visitaba siempre, le pedía opiniones de orden político. Era ella una de esas mujeres con un talento enorme y una capacidad para conocer a los seres humanos. Nunca dejaron de verse, hasta la muerte. Ella fallece en mayo de 1814. Los funerales fueron solemnes. Siete años antes que Bonaparte. ¿De qué muere? Tenía problemas en el estómago. Probablemente un cáncer. Pero hace poco se ha examinado un cabello de Bonaparte, y descubren los médicos que tenía una carga enorme de arsénico. Es probable que lo envenenaba la «pérfida Albión», o sea, Inglaterra. Se temía que un día lograra fugarse de la isla, y al parecer, Bonaparte buscaría la proteccion de los países americanos.

En fin, lo real, el vigor de Napoleón. En todo es monumental. Cuando está en la isla de Santa Helena, los ingleses que lo vigilan no pueden negarle seguir trabajando con algunos de sus amigos, que vienen a verlo. Y entonces, dicta su vida, nada menos que 28 volúmenes. Es publicado en 1830-1832. Ha sido reeditado. Los que lo han leído  dicen que el estilo es breve, directo, lo que llaman los estilistas, los castigados (es decir frases cortadas). Lo admiraron los escritores franceses del XIX, Stendhal, Sainte-Beuve, y en particular, Chateaubriand, quien dijo: «si Bonaparte se hubiera dedicado exclusivamente a la literatura, hubiese sido no solo un gran escritor, sino el más grande de los grandes».

Tenemos, pues, un caso excepcional. Sus arengas no son acaso algo parecido a la literatura por su calidad y convencimiento. Por ejemplo, la arenga a sus soldados en la invasión de Italia: «Soldados… En quince días habéis ganado seis victorias, capturado veintiuna banderas, cincuenta y cinco estandartes y muchas plazas fuertes…Habéis ganado batallas sin tener cañones. Habéis cruzado ríos sin puentes, habéis hecho marchas forzadas sin zapatos, acampado sin licor y a veces sin pan. Solo los soldados de la Libertad son capaces de soportar todo lo que habéis soportado.» Bonaparte, en esa guerra de las primeras que se llamarían napoleónicas, llevaba su propia literatura. Y lo que se llama las «ideas de Bonaparte».

Verbo y cañones. Será el modelo de San Martín y Bolívar cuando llega la hora de emancipar los dominios españoles del reino de los Borbones en lo que luego se llamaría América Latina.

Y hay que insistir como lo hace Diego Castro, con esta idea: «Para América Latina, la figura de Napoleón Bonaparte es fundamental. Su intervención en España, las abdicaciones de Carlos IV y Fernando VII, la entrega del trono español que hace Napoleón para su hermano José, que gobierna como rey de España y las Indias, y además, la promulgación de la Constitución de Bayona —donde los Bonaparte los tenían prisioneros—, reconocían «la autonomía de las provincias americanas del dominio español» y es así como se inician las independencias. Pero como sabemos, es un hecho que se oculta por vanidades supuestamente nacionales. Hoy se toma en cuenta la independencia sudamericana como parte de las revoluciones de uno y otro lado del Atlántico. Hay  pues, otro paradigma para comprender nuestra historia, vinculada a la historia universal. Vivimos en otro siglo, el XXI, y es tiempo que pensemos de otra manera la nación, la patria, el Estado, pero a la vez, la historia de la mundialización.                                  

Napoleón I salva a la Revolución Francesa. ¿Pero qué hacemos con el bonapartismo del sobrino?

«No hay figura más popular en la historia universal que la de Napoleón. Eso lo dice la Encyclopædia Universalis, una de las más sinceras enciclopedias. Dice también, sobre Napoleón y su leyenda, «una bibliografía exhaustiva de lo que se ha dicho y escrito, hoy es imposible». Sin embargo, pese a sus batallas y a que las guerras napoleónicas permitieron retardar el retorno de la Monarquía y la nobleza, dando tiempo a la sociedad francesa para vivir en un sistema republicano, no se le perdona que de «héroe»  revolucionario pasa a ser «Emperador». En Francia, hasta el día de hoy, el debate es inacabable.

Por una parte, general y Primer Cónsul, la espada de la Revolución, pero se lanza, el 18 Brumario, al intento de un golpe de Estado junto al más inteligente de sus hermanos llamado Lucien. Con sus soldados irrumpen contra Los Quinientos, así se llamaban a los diputados que sesionaban en Saint-Cloud, y que se resisten, los silban e incluso les descargan un tiro. El 18 Brumario es un golpe de Estado fallido. Lo que intenta Napoleón, es una fórmula en la cual la izquierda de los burgueses revolucionarios continúe y a la vez, el retorno de la Monarquía, a la manera inglesa, con parlamento. Y en ese caso, para preparar esa república, un Cónsul-Gerente (en el estudio de Thierry Lenz). O sea, ¡él mismo! 

En 1818, en mayo, nace Karl Marx. En su juventud y primeros estudios recuerda a Danton, a Robespierre, y trata con afecto «al pequeño caporal», Napoleón Bonaparte. Ha visto la revolución de 1848. Recuerda el 18 Brumario del año VIII del calendario revolucionario (el 9 de noviembre de 1799). El joven Marx lo compara con el sobrino de Napoleón, por el golpe de Luis Napoleón Bonaparte, el 2 de diciembre de 1851.   Tiene 33 años, pero ya es Marx. El tono es panfletario: «¡El dieciocho Brumario del genio por el dieciocho Brumario del idiota!» El tono es ilustrado, recuerda a los Bruto, a los Graco, al mismo César. El voto por Luis Bonaparte venía del mundo rural, es decir, de la parte más conservadora e inculta. El autogolpe de Luis Napoleón ha quedado como un modelo histórico a la luz de lo cual se ilustran otros casos posteriores, cuando la burguesía parece que domina pero depende del despotismo de una persona y una burocracia dominante, en nombre del pueblo.

Con el fenómeno del poder personal a pedido de las masas, lo que se llama bonapartismo aplica más al sobrino de Napoleón que al perdedor en Waterloo. De guerreros estadistas, hay algunos, De Gaulle, que lo llamaron para reorganizar la vida política francesa dejando el sistema parlamentario, y sustituye la IV República por la V. Un presidente elegido directamente por el voto ciudadano, primer ministro al miembro del partido que ganaba en las cámaras, la importancia del mandatario. Pero De Gaulle, gobierna y se va, es un demócrata. Pero también es bonapartismo los 70 años en el poder en La Habana de Fidel Castro, el ascenso de Hugo Chávez. Y Putin que hoy ha conseguido legalmente gobernar hasta el 2036. Franco, Pinochet, Fujimori y Chávez, son su encarnación hispanoamericana.

Dicho sea de paso, ese tipo de régimen mixto —autocracia personal y apoyo tanto por los más pobres como por elites sedientas de poder—, es el que predomina en nuestro tiempo. No Napoleón, sino Luis Napoleón Bonaparte. El aporte de Marx a la teoría de las revoluciones es que, además de ser imprevisibles, rompen la historia en un antes y después, y tras una máscara, bajo formas de un poder novedoso, actúan sin decir su nombre. Y que cada cierto tiempo producen revoluciones que no son liberadoras. El fascismo italiano y el nazismo alemán, también fueron revolucionarios. Con la promesa de otra época, otra economía, otro hombre. En realidad, parecen inspirarse en las capas populares, pero para lo que sirven es dominarlas. El engaño dura un cierto tiempo. Y luego hay que volver desde cero a una sociedad de clases, con los conflictos de siempre, o peor.       

Repito, proviene de los más pobres y abandonados, en texto de Marx: «Las condiciones de los campesinos en Francia nos descubren el enigma de las elecciones generales del 20 y 21 de diciembre, que llevaron al segundo Bonaparte al monte Sinai, no para recibir leyes sino para darlas. Ciertamente, la nación francesa cometió en estos funestos días un pecado mortal contra la democracia que, postrada de hinojos, reza diariamente ‘Santo sufragio universal, pide por nosotros¡!’ (Karl Marx, El dieciocho Brumario de Luis Bonaparte, Alianza Editorial). Y de alguna manera, es un cruel pero merecido castigo, ante las clases indiferentes y egoístas, en países en que no se distribuyen las ganancias nacionales de manera equitativa. El Perú es uno de esos países infraternos. Dividido desde la colonia y la república de los siglos XIX y XX, con dos culturas que no se fusionan, los criollos y la cultura andina. 

Publicado en Café Viena, 5 de mayo de 2021

Bonaparte, el Emperador y llano soldado

Written By: Hugo Neira - May• 06•21

Al lado de nuestro Bicentenario, hay otros. México lo celebra tomando en cuenta 1808, cuando se rebelaron Hidalgo y Morelos, y Chile, Colombia y Ecuador, anteriormente que Perú y Bolivia. También cuenta un bicentenario de alguien que no luchó en la América hispana pero sí en Europa. El miércoles 5 de mayo es la fecha en que fallece Napoleón Bonaparte. ¿Qué hizo por diversas independencias? Algo decisivo. No ocurrió en América sino en la misma España.

En 1808, las tropas francesas y bonapartistas invaden España, y Bonaparte toma prisionero no uno sino dos reyes, Fernando VII y el padre, Carlos IV. Los lleva a la ciudad de Bayona y los obliga a una abdicación doble. En nuestros días, un americanista —así se llama a los historiadores que en el extranjero se ocupan de la América Latina—, Thomas Calvo, llama a este acontecimiento «la divina sorpresa». Lo que hizo Bonaparte deja al Imperio español acéfalo. El efecto fue gigantesco. ¿Cómo podían administrar las colonias los virreyes en el otro lado del Atlántico, y sin Rey ni Consejo de Indias? En Caracas y en Buenos Aires, el que era virrey llama a los criollos para gobernar. Una capa social con privilegios y fortuna material, pero que no participaba en el poder, de vez en cuando, acaso como oidores, pero nada más. Por supuesto que la clase criolla aprovecha de ese accidente lejano. Fue su primer momento de legitimidad política. En Lima no ocurrió así, el hábil Abascal no los necesitó.  

Hoy día, cuando los académicos y estudiosos discuten sobre las causas de la Independencia, antes de la llegada de San Martín a Paracas, se toma en cuenta las Cortes de Cádiz en 1808, el exilio de los jesuistas, los abusos de los corregidores con los indígenas, las reformas borbónicas que irritaron por el aumento de los impuestos, pero sin duda, nadie deja de lado lo de Bayona. Es evidente, fue entonces cuando se descubre el ocaso del Imperio Español. Por cierto, Bonaparte no lo hizo para beneficio de lo que se llamaba Las Indias, sino por ahogar, al menos comercialmente, a Inglaterra, su gran rival. Fue lo que se llama un efecto colateral. Hubo, además, una rebelión contra el ejército invasor. Militarmente, el ejército español había sido vencido, pero el pueblo español inventa una manera de guerrear, se llama «la guerrilla». Decía Bonaparte «que pueblo es este que no se da por vencido». Esa guerra interna evitaba a la vez, el envío de soldados a las colonias. En 1820, el general Riego se niega a ir a las Indias. Eran 20 mil soldados. De ahí se entiende que Canterac sabía que no había tropas de reserva. Y en Ayacucho se produce la abdicación. El no del general Riego no aparece en la versión oficial de la historia del Perú.

«No hay figura más popular en la historia universal que la de Napoleón», dice la Encyclopædia Universalis. ¿Sabe, el amable lector, cuántos libros se ha escrito sobre Bonaparte? 88 mil libros. Extraño personaje, no era francés sino corso. Nació en Ajaccio, y nace justo un año después que Córcega fuera incluida en el Imperio de Francia. El azar, el destino, lo que llaman los hindúes el kharma lo acompaña. De no ser francés, no hubiera podido estudiar en la Escuela Militar de Brienne. Tiene suerte, además de su talento, porque es un oficial muy joven cuando ocurre la Revolución Francesa y los nobles (que eran las fuerzas militares) abandonan o huyen al extranjero. Se había lucido en campañas menores, era artillero. Pero no lo nombraban general. Y una mujer, Joséphine de Beauharnais, bella y viuda —al marido lo habían guillotinado en el periodo llamado «el terror»—, tenía contactos con los poderosos, y convence a uno de sus amantes de darle una ocasión al joven general. Y así, con recursos de esos tiempos, Bonaparte consigue la campaña de Italia, en 1796. ¡Y se casa con Joséphine!

Ese cargo de general no era un regalo. Francia no era una potencia. País desvastado por la guerra contra varias Monarquías europeas. Y Bonaparte les dice a sus soldados, antes de partir a cruzar los Alpes y caer sobre Italia: «estais mal vestidos y mal alimentados. Pero en Italia, hay lo que no tenemos». Su victoria fue un relámpago, y les dice a sus tropas: «Soldados… En quince días habéis ganado seis victorias, capturado veintiuna banderas. Habéis ganado batallas sin tener cañones. Habéis cruzado ríos sin puentes, habéis hecho marchas forzadas sin zapatos, acampado sin licor y a veces sin pan. Solo los soldados de la Libertad son capaces de soportar todo lo que habéis soportado.» Napoleón, el verbo. Y además estadista. El Código Civil que él dicta. De artillero a Emperador, gracias a un referéndum. Era popular,  soldado-emperador que dormía en el suelo, cubierto por un abrigo militar. Y en las guerras napoleónicas, oficiales y tropas comían algo que inventó el mundo de los incas, la papa. El tubérculo conocido en Europa para luchar contra el hambre.

Es evidente que nuestra independencia y Libertadores tienen como antecedente a Bonaparte. El guerrero a la vez popular y estadista. No hubiera habido ni un San Martín ni un Bolívar sin el ejemplo de Napoleón. Nuestros libertadores son tan bonapartistas como los guerrilleros fueron del Che Guevara. El cruce de San Martín con el Ejército de los Andes en Chile, y la batalla de Chacabuco y Maipú en 1817, hacen pensar en la travesía de Bonaparte de los Alpes. ¿Y Bolívar, que quería una presidencia vitalicia? Cuando San Martín declara la Independencia dice: «por la voluntad general de los peruanos», eso es Rousseau puro. El padre de la revolución francesa. La historia y las ideas republicanas peruanas en el XIX, para bien o mal, son una extensión de la historia universal. La Independencia de la América, desde México a Uruguay, fue un gran acontecimiento planetario. No solo un asunto nacional y local.

Publicado en Caretas n°2548, edición impresa del 22 de abril de 2021

Edición virtual del 5 de mayo de 2021