Carta a un millennial que se dice de «una generación perdida»

Written By: Hugo Neira - Abr• 06•20

No tengo el gusto de conocerlo, Rodrigo Salazar Zimmermann, pero su artículo en El Comercio (31.03.2020) me ha llamado la atención. Y sobre todo el subtítulo, «las consecuencias del coronavirus en los millennials». Pero antes de comentar su texto, conviene sugerir una de las causas de la incertidumbre de nuestros días.

En 1996, un sociólogo catalán —Castells— tiene un éxito planetario con su obra La sociedad red. Celebra en California (había dejado la Alta Escuela en París en donde era profesor) la nueva tecnología de la información. En esos años pensaba en su aplicación en el mundo militar, en el comercio y las finanzas. No pensó, sin embargo, que paralelamente, al democratizarse el uso de las laptops surge la cultura de la red que transmite no ideas o argumentos sino emociones. En una reciente entrevista, Castells considera que «la sociedad pimpante de los Treinta Gloriosos ha volado en pedazos». Se han juntado, a su parecer, «la crisis del capitalismo y los nuevos movimientos sociales». El planeta se desorganiza. Estamos hablando de los fake news, hipócritamente llamados posverdad. Lo real no importa, lo que cuenta es predisponer a alguien o algo. En el banquete de las palabras no es un entremés sino veneno. Época en que hemos ido «del Big Data al Big Brother» (María del Pilar Tello).

Puede que no le interese la otra cultura, esa que llamamos escritura. O también semántica. Pero acude a ella¡! Lo de «generación perdida», que usted se atribuye, puede que sea una idea justa. Pero antes de continuar en qué sí y en qué no, me pregunto si sabe usted de dónde proviene esa fracesita de marras (¿?) No se si ha leído a Hemingway y su «generación perdida». Eran años fantásticos y los escritores norteamericanos prefirieron la Europa de la posguerra. Fitzgerald (The Great Gastsby), John Dos Passos. Y en 1929, año del Crack, El ruido y la furia, de Faulkner.

Comentando su artículo, en primer lugar le digo que tiene razón. A los millennials, dice usted les ha tocado «la crisis financiera del 2008 cuando salíamos al mercado laboral». Está usted muy al tanto de lo que ha pasado en estos años de recesión en los Estados Unidos. «El desempleo de jóvenes entre 16 y 24 años superaba el 25%». Tiene usted una virtud, la sinceridad. Nos dice que «hoy dos terceras partes de los millennials no tienen ahorros». Pero para entenderlos, yo le propongo que mire un tanto al Perú. Porque el que le escribe, también se puede considerar parte de una «generación perdida». Me refiero a los mejores investigadores y pensadores del Perú en el momento más alto de las ciencias sociales, entre 1960 y 1990. Se han ido. No a los Estados Unidos sino al Valle de Josafat. Fernando Fuenzalida (✝2011), Gonzalo Portocarrero (✝2019), Julio Cotler (✝2019), Carlos Franco (✝2011), José Matos Mar (✝2015), Aníbal Quijano (✝2019). La lista es larga si se suman los poetas: Arturo Corcuera, Rodolfo Hinostroza, Toño Cisneros. En el fondo de la psiquis peruana, desde la Independencia hasta estos días, lo mejor que hemos hecho no está en el dominio de la política ni en la economía, sino en la literatura y las artes. Y en mi generación, en las ciencias sociales. Eso que a ustedes les resbala. Pero ahora tienen delante un giro inesperado. Y no tienen las herramientas intelectuales para comprender qué pasa. Y cómo defenderse. Porque las respuestas o soluciones, puede que no estén en Internet. Sino en libros recientes.

Fuimos una «generación perdida», lo admito. Pensábamos y actuábamos para producir una revolución, no solo en nuestro país o en América Latina, sino mundial. Sin embargo el fin del siglo XX fue una sorpresa colosal. Se derrumba la URSS y a los pocos años, los herederos de Mao giran a una China «taller del mundo». Octavio Paz —que no era un millennial sino un humanista— dijo que «el derrumbe del comunismo es el de un régimen opresor». «La clase obrera no era clase universal revolucionaria». Y «la historia no es un lógico resultado de un proceso dotado de una dirección y un sentido».

Es a ese punto al que quería llegar. La historia es siempre un campo de sorpresas. Como es usted un millennial, y aunque las humanidades no les han interesado, me tomo la libertad de recomendarle un libro de Jorge Basadre, que se titula El azar en la historia (1973). La gran crisis, querido amigo, lleva ya medio siglo. No viene del coronavirus, que pese a ser una peste, confirma que estamos todos en el mismo barco. A diferencia de usted, creo que es un gran momento para reflexionar y renovar. En fin, en los inicios del siglo XXI, mientras se hundían las ideologías revolucionarias, se impuso el culto al dinero y un individualismo prepotente y satisfecho. De la sartén al fuego.

Los millennials. En el Perú son jóvenes por lo general con barba, a lo que se añade un lado rapado sobre las orejas. Sus maneras son cosmopolitas, se parecen unos y otros. Han hecho estudios, pero breves, ciencias de la computación, mecánica de motores menores, ingeniería textil y confecciones. ¿Que de dónde saco esos datos? Del INEI. No les reprocho pero es un hecho que se habían preparado ustedes a ingresar al sistema actual pese a sus defectos y miserias. Está claro, no les interesaba otra cosa, un buen empleo y a vivir. Pero ahora están desconcertados. Lo dice usted claramente, «los millennials no planifican, prefieren el placer instantáneo», algo que «fluye». Pues bien, le digo lo siguiente. Esa formación tecnológica es un ditirambo y una máscara. El Perú no es una sociedad industrial. Viven ustedes una contradicción: la misma tecnología que practican, producirá de aquí a unos años, los robots que los reemplazarán. Si se hubiesen preparado para ser científicos —química, física, biología—, sería otro cantar.

«El trágico error de estos años es creer que el progreso es infinito» (Octavio Paz). El mercado libre ha mostrado ser eficaz. Pero provoca desigualdades. Y eso que llaman el populismo. «De 1990 al 2019, ha habido en Europa 49 líderes populistas en 33 democracias». Han aparecido nuevas fuerzas sociales. Piden una mayor participación en la vida pública. Es algo que no pensaron las generaciones del celular y el Internet. Nosotros sí. A diferencia de su generación, nuestro terreno es lo relativo, metamorfosis de pueblos, Estados y mentalidades. Quedamos pocos, por lo general psicólogos —Max Hernández, Moisés Lemlij, Matilde Caplansky— y uno que otro humanista. Nos importa lo real, la verdad, algo raro en una sociedad como la peruana envenenada por los malditos fake news

¿Leen los millennials? Que usted escriba, es casi un milagro. Los jóvenes peruanos salen de la secundaria sin saber escribir un simple paper. En este país se ha olvidado la importancia de la razón. La lectura no es innata, se adquiere. En las aulas o nunca. La habilidad digital es importante, pero no al punto de desaparecer una cultura entera. Hay algo que nos separa. Éramos apasionados por el estudio y el saber. Eso ha desaparecido. El desplome del nivel cultural peruano se nota en la vida política, en la música, en la televisión, por todas partes. Lo digo en calidad de superviviente. No obstante, no exageremos nuestros fracasos. El siglo XX fue el de la libertad. En cambio, no se preparó a los peruanos para construir democracias auténticas. Hoy lo que se necesita es un giro moral e intelectual. Lo técnico es una herramienta, un medio, no una meta. ¡Buena suerte!

Publicado en El Montonero., 6 de abril de 2020

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La geopolítica del siglo XXI

Written By: Hugo Neira - Mar• 30•20

¿El tema de nuestros días? Complejo, no es un tema, es una problemática. Algo que en el campo académico quiere decir atolladero, incertidumbre, eso que los filósofos llaman una aporía. Cuando no hay una solución integral, algo se pierde. La economía saldrá maltratada cuando la pandemia haya concluido. Por eso, preferimos en este artículo, hacernos algunas preguntas. Las que siguen.

 ¿Habría cambiado la relación de fuerzas entre las grandes potencias? Vencido el Covid-19, ¿cuál será la nueva estrella en las ciencias del siglo XXI? ¿Quién es y cuál es el pensamiento de Xi Jinping —personaje del cual se habla muy poco— que ha recibido desde el 2017 un poder tan fuerte, que solo tuvo el presidente Mao? ¿Qué es China y sus 90 millones de miembros del partido desde el 2015? Cuatro cuestiones. El tema da para muchos más, pero ni el espacio que dispongo ni la paciencia del lector lo permiten.

La primera cuestión está líneas arriba, en el intitulado. La nueva geopolítica. En efecto, los que aparecen estuvieron juntos en Toyako, Japón, en julio del 2008, a saber, el Presidente surcoreano Lee Myung-Bak, el Premier Ministro hindú Manmohan Singh, el Primer Ministro japonés Yasuo Fukuda y el presidente de la China Hu Jintao en una reunión del G8. Estos dirigentes representan la mitad de la población del planeta. Y no es que la situación mundial va a cambiar sino que ya ha comenzado, en particular cuando el capitalismo occidental se enferma el 2008. «Nos había acostumbrado, después de la caída del Muro de Berlín, en pensar que las superpotencias eran Estados Unidos, Europa», dice un observador europeo. Hoy, el poder se ha descentrado, hacia el Asia, India, China, Japón, Corea del Sur. No es el futuro, es el presente.

La segunda cuestión (lo digo sumariamente) corresponde a lo que llamamos ciencia. Sin duda se va a seguir examinando el cosmos, pero veo en revistas hechas para científicos lo que será la nueva estrella. No es la economía, ni el dinero ni el poder. La nueva estrella es la biología. Ya lo era, desde los 80, los embriones congelados, la espiral del ADN, lo que Ilya Prigogine llamaba «las estructuras disipativas», la evolución de las poblaciones, los ritmos biológicos ante los cambios climáticos, la fisiología misma de lo humano. ¿Qué he visto en los últimos decenios cada vez que hacía un viaje al exterior? El ascenso de los estudios sobre lo viviente.

Ahora bien, pensemos el tiempo y la humanidad post Covid-19. Ya en este momento, mientras se escribe esta nota, ya hay 70 mil personas contagiadas en el Estados Unidos del señor Trump. Aun cuando se esfume el virus, nadie olvidará este paréntesis apocalíptico. En la revista Nature Neuroscience (diciembre del 2016) se afirma «que lo que no olvidamos nunca son las emociones fuertes, la memoria las guarda por un largo tiempo». Eso lo dice un equipo de investigadores de la universidad de Nueva York. Hoy, estamos viviendo la dificultad de vivir en solitario. Un estudio de los psicólogos de la universidad de Pennsylvania sostiene que un uso moderado de las redes reduce los sentimientos de soledad, pero el exceso, aumenta la depresión. Son datos inmediatos. Lo que se viene es un interés enorme en las ciencias de lo humano. La importancia de la vida.

Va a surgir una nueva cultura. No va a separar la cuestión de la materia y la espiritualidad. Ya existen las ciencias cognitivas. Esas que reúnen biólogos, antropólogos, ingenieros, médicos, psicólogos, filósofos. El hombre y la sociedad humana son tan complejos que no caben en una sola disciplina. Ya hay sociólogos que de paso son filósofos. Se vienen más estudios que nunca. Los saberes son diversos. Me permito decir a los amigos economistas, que esa idea que todo es comercio y ganancia, ya fue. La cultura produce las economías. Y no las economías las culturas. Lean a Max Weber. Primero fue la reforma protestante —o cualquier otro sistema de austeridad— y luego el capitalismo moderno. El centro de la aventura humana no es Wall Street sino los comportamientos. 

La tercera y cuarta cuestión están ligadas. El poder dado a Xi Jinping y la China contemporánea. Pero cuidado, China es el nombre de un espacio geográfico, un destino y una asombrosa continuidad. En 1492, cuando apenas Colón descubría unas islas caribeñas, en ese instante, China estaba bajo el Imperio de los Ming, en un país en expansión demográfica y económica, con 120 millones de habitantes, el lugar más poblado de la tierra. La China clásica nos parece que solo inventa el papel y la pólvora, y olvidamos los concursos para funcionarios de Estado. La gracia está en que estaban abiertos a postulantes salidos del pueblo. «China es una civilización donde burocracia, gobernabilidad y economía se enlazaron» recuerdo haber escrito eso en alguno de mis libros. Ahora bien, los que han estudiado a fondo la revolución industrial —esa que nunca tuvimos— se preguntan qué les pasó. Su larga historia es de dinastías, y entre 1644 y 1911, tuvieron un pésimo dominio de los Qin. Solo entraron a la revolución industrial con Mao en el siglo XX.

Xi Jinping, hijo de un compañero de Mao, es lo que llaman «un principe rojo», más o menos, lo que llamamos hijos de papá. Sin embargo, estuvo en la revolución cultural de joven, lo rechazan 9 veces cuando quiere ingresar al partido, se destaca en todos los cargos que le dan. Presidente de la República China en el 2013, y reelegido en el 2018 tras una modificación constitucional le permite el mandato sin límites. El «sueño chino», en el sentido del «sueño americano», es continuar.  

¿Y eso es todo? Hay un desafío a Occidente. Consiste en otro modelo de democratización. «El argumento chino se sustenta en la idea de que la deliberación y la toma de decisiones en una organización como el PCC (Partido Comunista Chino) son más profundas y meditadas que en la democracia de plaza pública al modo occidental. La democracia electoral occidental reposa sobre los escasos minutos de atención superficial que prestan los electores cada cuatro o cinco años, mientras que la democracia de partido al estilo chino descansa sobre una minoría significativa constituida por los miembros del PCC, completamente implicados e informados, que deliberan profunda y colectivamente por el bien del país». ¿Y cuánto representan a los ciudadanos chinos? La respuesta en la misma fuente: de los 90 millones de miembros, 50%, obreros, empleados, campesinos. 20% jubilados. Y un 30%, son cuadros administrativos estatales o privadas. (Piketty, Capital e ideología, p. 756). Sí, pues, un libro de 1247 páginas. Lo siento por los partidarios de los 180 caracteres de Twitter, o artículos cortos de 600 palabras. Además, es la época de la imagen y se ignora qué es una disertación de ideas y argumentos. Así, no entraremos nunca a la edad del conocimiento que nuestros vecinos ya tienen.

En cuanto al sistema elitario-popular a lo chino, no creo que podamos imitarlo. China es una singularidad. Como lo es Estados Unidos. Pero lo pongo aquí porque tenemos una crisis de representación desde hace 30 años. Si queremos que el pueblo peruano se considere representado, tenemos que inventar otras modalidades de electores y elegidos. Así de enorme. Así de simple.

Publicado en El Montonero., 30 de marzo de 2020

El Covid-19 y los ojos de las abejas

Written By: Hugo Neira - Mar• 23•20

En la guerra con el coronavirus (no es sino eso, la naturaleza contra lo humano) es muy difícil, si es que no imposible, reducirlo a unos cuantos párrafos o ideas. En el artículo anterior, lo había reducido a un triángulo, es decir, el Covid-19 por un lado, y por el otro la capacidad para tomar decisiones del Estado y el comportamiento de la gente. No me arrepiento de esa figura, sin duda sintética. Pero cada vez más veo el futuro mas complicado. Por eso acudo a una metáfora. Hay que ver como ven los ojos de las abejas.

No estoy diciendo que las laboriosas abejas transmiten los coranovirus como los mosquitos el paludismo, o la pesta negra en la Edad Media y otras epidemias, tras los viajes en barco de ratones, ratas, pulgas y piojos. Pero ante la sífilis y la tuberculosis, los médicos comenzaron muy pronto a entender que algo invisible intervenía llevando consigo morbidez y muerte. La lucha contra las plagas en la historia de Occidente es amplísima, me callo. Ahora bien, ¿a qué viene el intitulado?

Las abejas poseen dos ojos compuestos y tres simples. Tienen omatidios, o sea, unidades elementales, las reinas 4290, las obreras 6300 y los zánganos 13 mil. Acaso la metáfora es excesiva. Apelaré a otra, a eso que descubrieron los antiguos griegos y que conocemos y llamamos polígonos. Si la vasta problemática del Covid-19 cabe en un espacio de un polígono, me arriesgo a decir que no será uno simple —uno de 5 lados— sino el de un nonágeno, unos 9 lados. ¿Acaso no incluye medicina, recursos sanitarios, gobiernos, consecuencias demográficas y comportamientos distintos dependiendo de cada cultura y sociedad? Creo que es mejor regresar al ojo de la abeja. Entremos, pues, a la era de las incertidumbres.

Comenzaré por una buena noticia. Como dicen los clásicos, primero la miel y luego la hiel. «Los latinoamericanos se adaptan a la cuarentena: salen a comprar lo básico y sin reuniones sociales.» No lo digo yo, sino que circula en el mundo, al publicarlo El Mercurio de Chile (21 de marzo). Nos enteramos que Bolivia cierra sus fronteras. Que México —¡al fin!— anuncia restricciones. Y que hay unos españoles varados en el Ecuador. No lo he leído en el diario en papel, me lo hace llegar por mail una amiga que me hecho, Amanda Marton. Me pide a veces mi opinión, y como le respondo, me hace el favor de enviarme su larga nota que ocupa una página entera. Menos mal, intenté leer por Internet los diarios chilenos, brasileños y demás, pero Internet es una buena mierda. Cuando logras llegar al periódico o revista e intentas leer, te bombardean con publicidad, propuestas de viajes y hoteles a Cancún o donde sea. Imposible de leer. Hay que suscribirse, pero me temo que ni por esas. En 1445, antes que Colón se equivocara creyendo que se iba al Japón de frente, un alemán apellidado Gutenberg inventa la imprenta. Y se inicia la era de la razón. El entendimiento vive en el lenguaje escrito. Hablar lo hace cualquiera. En cambio, leer o escribir obliga a pensar. A producir un texto argumentado. Dios del cielo, un libro, ¡qué fastidio!

Hemos dicho versiones contradictorias. En la televisión he escuchado anoche al presidente Vizcarra. No era un mensaje a la nación como en otras ocasiones. Diría que de buen talante, conversaba. Y me entero que son algo como 8000 transeúntes metidos en cana por desobedientes. Así, eso que los latinoamericanos se portan correctamente, no es del todo cierto. Vizcarra cuenta como hay gente que para pasearse y dejar la casa, compran, pero por partes. Un viajecito para el arroz y los frejoles. Otro para el aceite. O sea, como el mismo presidente lo dice, para «sacarle la vuelta» a la norma establecida.

Hablemos en criollo. ¿Qué pito toca el jefe de Estado si el roche y el gratén viene de no obedecer? Me dirán que exagero, que es quitarse caleta nomás. ¿Qué pasa, o estamos rayados? No lo creo. Es otro asunto, no nos educan con cursos de lógica que desaparecieron. Ni hemos pasado por ser una sociedad industrializante, lo que obliga a un cierto sistema de pensamiento dado a lo real. ¿El peruano corriente estaría más cerca del homo ludens que cualquier otra cosa? La tragedia no la entendemos. Al punto que hasta en los velorios contamos chistecitos. Sin embargo tenemos situaciones psicopáticas, Lava Jato, Odebrecht, corrupción, guerra de Sendero. Pero, claro está, Dios es peruano. Aquí nunca pasa nada. O sea, pasa todo, pero no queremos ni verlo.

No me sorprendí, pues, cuando el presidente Vizcarra dijo que no le cambiaran las reglas de su decreto, y resulta que les dice que «no sean creativos». Juro sobre la cabeza de mi madrecita que eso mismo le digo a veces a algún alumno que prepara una tesis, «sigue las reglas, primero la introducción del tema, luego en primer lugar, en segundo lugar, desarrollando idea tras idea, y al final, conclusión». Por lo general, eso les aburre. El orden de las ideas. Una vez, un amigo me cuenta que uno de sus pacientes hacía lo posible por evitar lo real. El psicoanalista le preguntó si creía que dos por dos es cuatro, y la respuesta fue: «claro que sí, pero me jode».  

Tengo una sobrina en Alemania, Sylvia, hija de mi hermano Tito, muerto hace decenios en un accidente aéreo. Nos cuenta: «las ciudades están casi desiertas, el escenario evoca una novela de Saramago, se busca con ello hacer lento el avance del mal.» «Por suerte la gente es consciente del peligro, no es loca». Mi sobrina ve «menos locura consumista, desperdicios y contaminación, el medio ambiente y la naturaleza agradecerá la pausa». Nos cuenta, «confinamiento forzoso, movilización con salvoconducto, padres más tiempo con sus hijos.» Y esto que por aquí no se entiende: «el virus llega a muchos, según la concentración».

Polígono de muchos ángulos. Pero nada será lo mismo cuando pase este excepcional momento. Algo parecido anticipa Jaime de Althaus, una cierta nostalgia, dice que echará de menos los apretones de mano de los días antes del coronavirus. Otro periodista sostiene que «se puede cambiar la ciudad». ¿Solo eso?  

Todo va a cambiar. Las industrias por todas partes se interesarán por los laboratorios farmacéuticos porque al coronavirus, aun con vacuna, le seguirán otros virus y amenazas. Cambiarán las casas, los edificios, las formas de trabajar. Los que estudian el «virus de la desglobalización», como lo hace Sorman, piensan que se avecina una reindustrialización de cercanía. En otras palabras, se acaba el negocio de producir con mano de obra barata de los chinos para venderlo al otro extremo del mundo. No volverá el nacionalismo económico, pero el actual sistema de mundialización que solo piensa en ganancias, se está hundiendo. La naturaleza —no Marx— ha frenado la sociedad del exceso consumista y las intoxicaciones financieras del 2008. Los objetivos de los seres humanos no serán los actuales, la vida primero. Acaso regrese algo de espiritualidad y de vivir más naturalmente. ¿Y todo eso gracias al coronavirus? No señor, gracias a la ciencia. Se detendrá la aceleración de este sistema mundial que ataca la naturaleza, olvidando que Adán no era el dueño del Edén sino su jardinero. Viene otra era. O bien, desaparecemos como lo hicieron los neandertales, especie extinta al no poder adaptarse a los cambios climáticos. Pero aquí, esas cosas no importan. Rospigliosi considera que para Vizcarra «el coronavirus es herramienta política». Dice que es un «aprovechamiento». No, pues, Fernando, a mí me parece que el mal estaría en que no hiciera nada. Eso está pasando en México, en Brasil con ese Bolsonaro que es una calamidad como Trump. Por una vez discrepo completamente.

Publicado en El Montonero., 23 de marzo de 2020

https://elmontonero.pe/columnas/el-covid-19-y-los-ojos-de-las-abejas

Para quienes me leen

Written By: Hugo Neira - Mar• 20•20

Para quienes me leen, y en particular, para los que no me entienden:

De lo que hago, viene de los clásicos, además de Porras y los maestros que tuve en Francia. Confieso que mi escritura y lo que pienso de este oficio, proviene de Montaigne, padre del ensayo y del pensamiento moderno. El capítulo XXXVII lo dedica a «la soledad» puesto que «lo peor es lo que más abunda». No escribo —dice Montaigne— para «imitar a los viciosos». A «los compañeros de viaje disolutos», que lo hacían por ambiciosos. Calculando ser premiados. De ahí la soledad. Montaigne, en efecto, practica la difícil gimnasia intelectual de desvincularse. La ventaja de no estar conectado. Así, pues, no soy de ningún partido, «mi compromiso es conmigo mismo» (Montaigne). Y cuando estudio y explico las ideologías lo hago con el mismo tacto que usan los biólogos con los virus en sus laboratorios. Me puedo equivocar, pero escribo bajo las reglas de Montaigne, in solis sis tibi turba locis. «Sé en la soledad tu propio mundo». Y para terminar, debo contar algo personal. No pensé en decirlo, pero cómo me tratan, me obligan. La anécdota: estando en el extranjero, en esos momentos en que me encierro para terminar un libro, recibo la llamada de un Presidente del Perú. Me propuso un cargo ministerial. Mi respuesta fue que estaba trabajando y no volvería de inmediato. Le agradecí, y ahí quedó la cosa. Eso soy yo. Pueden decir lo que sea, pero acaso les duela mi autonomía. Soy peruano y jubilado europeo, vivo modestamente. Escribo y doy clases. Y al diablo con las vanidades criollas.  

20 de marzo de 2020

Coronavirus. El gran giro que nadie esperaba

Written By: Hugo Neira - Mar• 20•20

Algo inmenso e inesperado está pasando. Un momento decisivo en nuestra historia contemporánea. Ante el reto para la vida humana que son los coronavirus, ocurre que una forma de tutela ha emergido. No proviene de una novedad jurídica ni de alguna religión novedosa o inesperada ideología, sino, asombrosamente, desde una solución política e inmediata. Vayamos al grano, lo que frena el avance temible de la pandemia son las decisiones presidenciales en diversos países, aquellas que dan tiempo a los innumerables laboratorios que buscan una vacuna y tratamientos. Y ese algo, viene del sentido común. Que haya Gobierno. Por lo visto, como se dice, el menos común de los sentidos. A lo que voy, aparte del drama sanitario y las evidentes consecuencias económicas, lo cierto es que han retornado los Estados. Y con ellos los políticos. Y una noción que parecía ya un concepto vacío, la autoridad.  

Porque hablo de un giro. En efecto, una vuelta, una rotación. Apenas unas semanas atrás en el mundo entero, la crisis del siglo no era solo el traspiés del 2008 y la fragilidad de la economía mundial sino la aparición de movimientos políticos que reemplazaban a los sistemas de partidos. ¿O es que nos hemos olvidado de los gilets jaunes, los «chalecos amarillos», y sus marchas silenciosas que obligaron a Macron a cancelar sus planes de gobierno? Algo parecido a lo ocurrido en Santiago de Chile, marchas por avenidas pero sin líder visible ni siquiera discursos para exponer demandas. Francamente, estábamos —nos gustara o no— ante el rechazo a toda forma de autoridad conocida. Seamos sinceros, unas semanas atrás, la atmósfera general —no solo en el Perú— era la antipolítica. Pero hoy, resulta que el Estado no solo manda sino protege, tanto bonos a 3 millones de familias como se prohíbe circular en todo el Perú entre 8 pm y 5 am. Papá Gobierno ha vuelto. A Max Hernández, le preguntaré si hay algo del complejo de Edipo de eso de desear al padre Estado en el Perú y a la vez detestarlo (¿?)

En fin, una de mis colegas que fue a  comprar a un supermecado, escuchó lo que se decían un par de señoras: «Vizcarra estadista». La verdad es que no les creo mucho a las agencias de encuestas pero sí al rumor de la calle. Ese concepto no podría brillar sin nuestro pánico ante el ejército invisible del Covid-19. En un artículo del lunes antepasado, aplaudía la decisión del presidente de cerrar las escuelas. Antes que se decidiera la cuarentena de los peruanos. Luego, en Santiago de Chile, Piñera ­—otro hombre de Estado que se estaba demorando en tomar medidas incómodas pero inevitables— por fin se animó, y decretó un «estado de catástrofe», así lo llama, de 90 días. No necesitó, para ello, volverse un Pinochet. Esto también es parte del giro de estos tiempos.

Hasta hace muy poco, en la cabeza de la gente estaba claro que las democracias son ineptas en épocas de crisis, y en consecuencia, habría que acudir a formas totalitarias. Era el paradigma chino. Un partido, una sola voz y «los chinos en su casa». Pero ese mito acaba de caerse.  El socorrido «necesitamos  mano dura», también se va al tacho. La «guerra contra el coronavirus» —así la llama el presidente Macron, guerra— puede hacerse desde la autoridad del Gobierno. Pueden detener, pues, la «danza macabra». Pienso en lo que pasó a fines de la Edad Media, y que produjo música, arte y alegorías en donde la muerte baila con los humanos. Por si acaso, la gran peste de 1348, asesinó un tercio de la población total de Europa. Por cierto, no había ciencia de la bacteriología. Louis Pasteur nace en 1822. Sin embargo, la «danza macabra» medieval modifica por completo las ideas e incluso el poder. Luego viene el Renacimiento.

A lo que voy. Hay por lo menos tres maneras de abordar este tiempo de coronavirus y sociedades actuales. En primer lugar, el efecto político. Lo acabo de explicar, salva a la democracia y a lo que añado otro retorno, la idea de autoridad. En pocas palabras, puede ser el derecho de alguien que manda, pero también el del que convence, no todo gira sobre comandamiento y obediencia. Parsons lo define como «el derecho institucional para controlar los miembros de una sociedad para la realización de fines colectivos». Es el caso. Hay otros que razonan desde las consecuencias de la pandemia sobre la actividad de las empresas. En The Economist de Londres, la cosa es clara. El coronavirus «desorganiza la economía mundial». Es impresionante cómo las pérdidas en China repercuten en Japón, Estados Unidos, Canadá, India, etc. No lo haré en este artículo. En el próximo lunes.

La tercera, es que se estaria produciendo un «proceso de desglobalización». Andrés Ortega, en El espectador global, dice que el virus no es el primero, se inicia en setiembre del 2008, cuando se «contaminaron» finanzas y economías. Gran tema, unos aplauden (los que creen que el mercado se autorganiza y no hay necesidad de Estado, corriente con la que no estoy de acuerdo) y otros señalan lo contrario. Para algunos, hace rato que las cadenas de suministros, por ser cada vez más complejas, se detienen o se frenan. Con el Covid-19, la pandemia ha reducido los viajes aéreos, los traslados de contenedores. Y además, como si no fuera poco, el desacoplamiento tecnológico entre Estados Unidos y China.

Ahora bien, dentro de esa corriente, en mis indagaciones hallo un texto de alguien a quien he leído años atrás, Guy Sorman, en el ABC de España titulado ‘El virus de la desglobalización’. Pero su mérito, a mi parecer, no son solo las consecuencias económicas sino algo que me importa enormemente. Los cambios en el comportamiento. En artículo anterior, hablé también de las costumbres. Para Sorman, es probable que en Occidente se pregunten si es necesario viajar, para los ejecutivos financieros, si se pueden conectar por videoconferencias. Es probable que la desglobalización conduzca a la gente a conocer sus países antes de visitar Vietnam o Etiopía. Habrá, dice Sorman, perdedores y ganadores. En fin, hay cambios, pero no porque los ciudadanos hayan tomado el toro por las astas. Sino los gobernantes¡!

La lección que nos va a dejar el Covid-19 es que el ser humano, desde la lejana horda y las primeras tribus, tuvo jefes. Luego, ciudades, civilizaciones, emperadores, reyes, y desde el XIX, reyes y presidentes con constituciones. Es inevitable la necesidad del poder. Aunque ese axioma se acompaña con otro. Todo poder necesita un límite. De lo contrario es una tiranía. Eso, muchos de mis compatriotas, por desgracia, no terminan de entenderlo. Ni mandarse ni encogerse de hombros.

Necesitamos de reglas y leyes para vivir colectiva o individualmente. Me permito citar a la gran Hannah Arendt: «el fondo oscuro constituido por nuestra naturaleza, las grandes diferencias nos revelan las limitaciones de la actividad humana» (La pluralidad del mundo). ¿Por qué los antiguos griegos no dejaban de ser hoplitas (soldado cargado de armas)? Porque si eran derrotados por medos u otros, pasaban a ser esclavos. ¿Por qué se obedece a los Jefes de Estado? Porque lo que se está haciendo es «el mayor bien para el mayor número». Si no me equivoco, es una idea de Bentham  en su cálculo de la felicidad, en 1789. Se creía que todo era cuestión de mercado. Lo del Covid-19, cuando pase, puede haber otra manera de apreciar lo poco que tenemos. Borges decía, sabio y ciego y anciano, la felicidad, «el sabor del agua».

Publicado en El Montonero., 20 de marzo de 2020

https://elmontonero.pe/columnas/coronavirus-el-giro-que-nadie-esperaba