Coronavirus, Estados y costumbres malas y buenas

Written By: Hugo Neira - Mar• 16•20

Nuestro ensayo de Apocalipsis no cuenta con cuatro caballos sino un trío. Uno que implica una catástrofe biológica, un sistema para poner orden llamado Estado y eso que llamamos costumbres. Alguien ha dicho que la complejidad comienza con el número tres. Y es eso lo que enfrentamos. El «nos» que estas líneas invoca, no es solo local, peruano o latinoamericano, sino, planetario. Sabemos que como Estado, en Italia se durmieron y luego han tenido que poner en cuarentena nada menos que 15 millones de italianos. En Alemania, en cambio, según el diario Die Zeit, se impuso hace rato en Baviera: los jóvenes que estuvieron en China, Irán o Corea del Sur, al retorno, se quedaron en sus casas. Lo que viaja rápidamente es el coronavirus. Y entonces, la pregunta que se hacen pueblos y naciones, desde el Congo africano a 50 países del Asia a Europa, los Estados Unidos y América Latina, es  «si estamos en condiciones de enfrentar esta pandemia».

Parecería que el asunto gira sobre tests de diagnóstico rápido, capacidad de los hospitales, número de médicos y enfermeras, o penuria de medicamentos u objetos necesarios como las mascarillas, que por cierto en China lo llevan sus habitantes, estén o no estén contagiados. Sin duda alguna, por todas partes, el rol del Estado queda al desnudo. En el Perú, hay que reconocer el acierto del actual gobierno al decidir suspender las clases hasta el 30 de marzo. En cambio, en nuestro vecino Chile, una vez más, el presidente Piñera no toma las decisiones necesarias. No han cerrado las escuelas. Entonces quedan expuestos no solo los niños, sino los padres de familia.

Combatir esa pandemia no es solo un asunto de gobernabilidad. Otro sujeto social aparece nítidamente. Los que obedecen a las restricciones necesarias. Y los que no quieren obedecer. El tema de detener el coronavirus se vuelve entonces muy complejo, extremadamente. Intervienen los hábitos locales. O las pasiones identitarias. Me refiero a que turistas extranjeros enfrentaron a la policía española en Benidorm porque cerraban los bares. Era una decisión de la Autonomía de Valencia. Igual, se amotinaron. Pero hay casos más monumentales. En plena epidemia, el día de la mujer, el domingo pasado del 8 de marzo, por todas las capitales europeas, hubo desfiles masivos. Sobre todo en Madrid. ¡Exactamente lo que no había que hacer! No por desaire a las feministas sino por sentido común. Y no faltó quien dijera «vamos a pagar muy caro este descuido». Bueno, las cifras lo dirán. Exponenciales.

¿Qué pasa con la muy sonada cultura racionalista de los europeos? Escuchando al presidente Macron rogó a la nación francesa y al mundo, que siga sus consejos de disminuir la vida social, quedándose en casa. Igual siguieron con sus patrones de comportamientos, cafés, restaurantes, discotecas, lo cuenta con una sinceridad espeluznante. De ahí el decreto de cerrar lugares públicos. Ya se había jugado partidos de fútbol con tribunas vacías. Esas limitaciones son incómodas pero racionales. En países árabes, el magnífico tren veloz que va de la ciudad de Medina a la Meca, está suspendido. En el Vaticano, por vez primera se han cerrado los santuarios y las hermosas iglesias. En París, el Louvre, para pena de turistas y de muchos, queda desierto. Por lo visto, en este tiempo de coronavirus, la sociabilidad mata.

Para continuar, debo hacer de inmediato una transformación semántica de eso que llamamos costumbres, hábitos, a un concepto más amplio y preciso. Estamos hablando de «culturas». Y como el cronista que escribe este artículo es también un universitario (repito, yo no digo, académico. Ricardo Palma decía que académicos son los «micos de acá») para no perder el tiempo, acudimos a la definición de qué es cultura. En el XVIII y en el XIX, en Francia el concepto de civilización, con Diderot, les bastaba. Pensaban en los letrados y en el progreso, gran mito de la Ilustración. Y en los alemanes, cultura era un tanto el «genio particular de un pueblo». Eso era Herder, y los poetas alemanes, Schiegel y Novalis. La primera definición científica tiene fecha, 1871. Y tiene nombre, el antropólogo británico E. B. Tylor, que define la cultura «como el conjunto de actitudes adquiridas por el ser humano en sociedad». Lo cual incluye, «todos los componentes técnicos, simbólicos y sociales que se ha desarrollado en las sociedades humanas». Lo que ha seguido son los franceses Durkheim, Mauss, padres fundadores tanto de la antropología y la sociología. Y con ese concepto Malinowski se va a estudiar los nativos australianos y Lévi-Strauss a los borobos de la selva amazónica brasileña. Las ciencias de lo humano observan miles de culturas, «el sistema de enlaces y familias, el poder, religiones, juegos, arte, discursos, y los mitos y formas de la economía». ¿Estudios sobre primitivos? Hace rato que el concepto de cultura ha emigrado al mundo urbano, hubo cultura hippie, cultura generacional, normas nuevas de vivir y consumir. Y como en todo, más allá de lo material, hay patologías.

Es probable que la racionalidad occidental esté puesta en cuestión. Esta pandemia también es un test de países y de sorpresas, en nada placenteras. ¡¿Países democráticos que no obedecen a sus Estados?! En cambio la China actual, justamente, está saliendo de ese pandemonio de la crisis del coronavirus. ¿Porque hay un sistema de gobierno comunista? Algo tiene que ver. Pero conocí a China hace un tiempo. En los días de Mao. Invitados en un viaje que hicimos con Raúl Vargas y Hernando Aguirre Gamio. El impacto de esa sociedad —tan distinta del mundo occidental— me duró por decenios. En París, sin especializarme, a la par de estudiar otros temas, no dejé de frecuentar los institutos de estudios asiáticos. De todo aquello, simplemente una idea: para los chinos antiguos y contemporáneos, cuenta la sociedad antes que el individuo. No el sujeto sino el conjunto. Y no porque gobierne China un Partido Comunista es que obedecen. Igual lo harían si tuviesen un Emperador. Sus valores son otros. Y de ahí, su envidiable disciplina.

Ahora bien, ¿cuestión de gobiernos y medicinas? Insuficiente. Todo se juega en la cultura o hábitos de la población. Y cabe la interrogación: ¿sobrevivirán las sociedades occidentales y latinoamericanas, en donde el egoísmo personal parece ser mayoritario? ¿O bien se impondrá la conciencia social de formar parte de una colectividad? Quedarse en casa y dejar de hacer vida social por unas semanas, es el feroz test de estos días¡! Por favor.  

El desamor a la norma es una endemia que acompaña a las víctimas del coronavirus. He visto en la tele una señora francesa dueña de un restaurante, dando abrazos y besos a sus clientes, exactamente lo contrario que les ha pedido Macron. Qué rabia le tienen. En fin, ¿triunfará el narcisismo, el gusto de a mí no me manda nadie? O sea, algo parecido cuando la potente Roma, se fue al tacho de la historia (¿?) Por lo demás, Nietzsche dijo que volvería Dionisio, el dios de los griegos del desorden y el caos. Alguien ha hablado de las «culturas fracasadas». No es idea mía sino de José Antonio Marina. ¿No lo conoce? Se pierde lo mejor del pensamiento español. Se ocupa del «talento y la estupidez de las sociedades». Tal cual. Anagrama. 2010.

PD: Escrito antes del mensaje presidencial de las 20:00 del día 15 de marzo. Completamente de acuerdo. El Estado existe para establecer el orden en beneficio del bien común.

Publicado en El Montonero., 16 de marzo de 2020

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Coronavirus 2019-nCoV y los tapujos para enfrentarlo

Written By: Hugo Neira - Mar• 09•20

Es evidente que este tema es el que más ocupa al planeta entero, y por cierto, a nosotros peruanos. Ya ha llegado. Este artículo comienza por lo que dicen los científicos y las medidas inmediatas que se toman no solo en China. En segundo lugar, nos detendremos en las medidas que se están proponiendo en el Perú, lavados de manos, toser con el brazo al frente, y otras paparruchadas. El tercero es cómo afecta a la economía mundial. Desde ahora, hacemos saber lo que dice un diario chino, Huaqiu Wang, de Pekín: que habiendo paralizado por completo la provincia en donde se inicia la plaga, «ya desestabiliza la China». Y en general, la economía.

El problema es mundial y en consecuencia, acudimos a la prensa mundial. Ocurre que en el  2002, hubo un virus responsable del SRAS, apareció en China. Dejaron de fabricar, salvo productos baratos, ropa, zapatillas, vendidas al mundo entero. Unos 17 años más tarde, otro coronavirus mortal, ataca a China, hoy una de las ruedas más importantes de la economía mundial. Las multinacionales más importantes dependen de las fábricas chinas y sus trabajadores. Por el momento, segun The New York Times, la General Motors y también Toyota, (y Ford, Renault) sufren del retardo de esa producción. Las autoridades de China, en las zonas críticas, retienen a sus obreros en sus casas, hasta que se controle la peste del 2019-nCoV. Su nombre técnico. Desde ya, el crecimiento del PBI en China que estaba calculado en 6,1% (por encima de los Estados Unidos de Trump), ahora va hacia abajo, 5,6%. Es obvio que la América de Trump se frota las manos.

Esta vez, ante las repercusiones del virus 2019-nCoV, el 29 de enero pasado, por la mañana, desembarcaron 6000 médicos para reforzar Hubei, la provincia afectada, donde está Wuhan y sus laboratorios. Exámenes médicos pueden ser tomados a todos los habitantes en toda la provincia en cuarentenas impuestas. Ya sabemos que el tiempo en que el virus delata sus efectos, es corto, unos 14 días. Aunque hay casos en que parece que retorna. En realidad, la humanidad está aprendiendo qué es ese virus. Y para completar el negro panorama, resulta que muta incesantemente.

Entre tanto, ¿qué pasa en los países vecinos? En Argentina, sensatamente, a los viajeros que llegan del extranjero se les pide que permanezcan 14 días en sus casas. Estuvieron algunos en Italia, cuyo cuadro de contagiados es grande. La dicha cuarentena no es muy larga, repito, a lo más 15 días. Si algún viajero está contaminado, se puede curarlo y además, evitar la contaminación con parientes y conocidos. Estar enfermo no es una sentencia fatal. Estos virus tienen una mortalidad variable. El Ebola, cuando aparece en África, tiene una tasa de mortalidad de 43,9%. Y el 2019-nCoV es de 2,1%. Aunque esto cambia según la edad. En suma, hay diagnóstico, atención, y modos de frenarlo. Lo que no hay, todavía, es una vacuna. Entre tanto…

En cuanto al Perú, me sorprende que el ministro de Educación avance que no habrá ninguna suspensión de clases. Mientras que en China, las clases se están haciendo desde computadoras, lo que se llama no presenciales. Y en Francia, no van a mantener el festival de Cannes, así evitan la imprudencia. Alguien puede estar contaminado pero no lo sabe. Luego vendrá la tos, la fiebre, y ya es tarde. Acaso no para el enfermo sino para aquel que por azar ha sido contagiado¡!

Además de lavarnos las manos (¡donde haya agua!), ¿adiós por un rato a esos apasionados apretones de mano? ¿Nada de besuqueos a las damas? ¿Es eso suficiente? Me sorprende que no se hable de las famosas mascarillas. En la TV peruana, se ve a chinos como cancha caminando con sus mascarillas. ¿Y no es cierto acaso, que en otros países, la gente las ha comprado? ¿Por qué el Perú no las importa o las fabrica? Corre una tendencia muy peruana, el tapujo de llevar eso en la boca. En un artículo de Federico Salazar, a quien conocí mejor en un viaje invitados a España y que me parece una persona seria y razonable. Pero me sorprende, Federico, que digas que «ese uso es absurdo». ¡Pero no es solo para enfermos o enfermeras! Es para que los que están sanos puedan seguir estando sanos!

No soy el último que se alarma. He leído en las redes a un español Dani Sánchez-Crespo, a quien no conozco personalmente, decir algo temiblemente real. Está preocupado. «Podemos trabajar en serio, o esto puede salir mal». Nos dice que trabaja mucho con China. Y ha visto el enorme esfuerzo para detener el coronavirus. Pero señala que la Organizacion Mundial de la Salud, «avisa que hay países que no están tomando este tema en serio». Y señala a Italia y España. ¿Sería eso nuestro caso?

Y si eso pasa en países europeos, me dirán qué puede pasar en estas semanas en este país, que queremos tanto, pero sin cerrar los ojos. El Perú y las costumbres peruanas tienen varias virtudes, pero también enormes defectos de comportamiento. Es el país en que los coches no respetan la luz roja, los peatones no suben a los puentes colocados sobre las carreteras para que no crucen la pista. Donde unos pocos pagan impuestos. Donde no nos gustan ni normas ni reglas. Esa plaga, me temo, no es solo eso, sino una prueba, una suerte de plomada, para saber cuánto una colectividad de millones de almas obedece a la razón o al capricho personal.

En el caso del Perú, no se admite medidas fuertes por tres razones. La primera es el culto a la virilidad. Al macho, el hacerse el hombretón como dicen los mexicanos. Ya veo los machazos que se dan la mano, tosen con el brazo, etc. La segunda razón, nuestro sistema laboral puede guardar en casa su personal de empleados y obreros, aquellos que trabajan en el lado formal de la economía. Pero, eso no puede ocurrir con el 75% que son informales. La informalidad ha sido un bien para el país y las clases populares puesto que tienen chamba. Mis respetos. Pero esta vez, ante un accidente natural, se prueba su precariedad. Una oficina, una usina puede cerrarse y pagar salario. Un mercadillo no.

Hay una tercera causa, la no decisión. En otra república, las decisiones que afectan la vida corriente podrían ser comprendidas. Pero aquí, solamente la población con oficios y actividades formales, no los informales. La gran mayoría lo tomaría como una ingerencia, una intromisión. Claro está, para evitar el matadero que se nos viene encima y del cual nadie tiene la culpa, me temo que nadie con poder va a tener la entereza, la presencia de ánimo, para establecer las reglas de la emergencia actual. Si eso no se hace, entonces, vivimos el crepúsculo del deber. Se gobierna mirando las encuestas. Además, el no gobierno nos haría un mal enorme. Lo malsano, lo latente, es que la gente peruana como en otros lugares, está comenzando a decirse, «los sistemas democráticos no son los mejores para responder la crisis». En las redes, a Dani Sánchez-Crespo: «En China, el partido comunista dice ‘todos a casa’, y la gente obedece». En Perú, hoy, no se gobierna. Se domina. No es lo mismo. Espero equivocarme. Es una crisis y se necesita aplomo. Es difícil decir a la gente que hay actos y gestos que no son los adecuados, por ahora. Pero Palacio debe hacerlo.

Publicado en El Montonero., 9 de marzo de 2020

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La cartelera como reproche y vituperio

Written By: Hugo Neira - Mar• 02•20

Un par de películas, ambas extranjeras, nos cantan las cuarenta, como dicen en las Españas. (Hay vascos, catalanes, castellanos y gallegos.) Dos grandes películas, con un contenido moral, de alguna manera, un jalón de orejas que en otros tiempos hubiese sido sermoneo de curas en el púlpito. Hoy, de casualidad, es el cinema. Supongo que eso no nos pasa solamente a nosotros. Ese regaño amonesta a diversas sociedades con las mismas mañas nuestras que las películas revelan, Parásitos. Y la otra, todavía peor, Buscando justicia (Just Mercy).

Este último, sobre la justicia. En Alabama. No es solo el abuso con los afrodescendientes en los Estados Unidos, sino cómo la pena de muerte es la peor de la justicia. No porque algún criminal no lo merezca, sino por algo peor: ningún sistema judicial es perfecto. Y es conocido que en países que ejercieron esa pena, entre los más civilizados, no faltó de vez en cuando un error. Mientras se usaba la silla eléctrica, no faltaba un preso que reconocía un crimen suyo, tardíamente. O sea, las autoridades habían castigado a inocentes. (Bryan Stevenson salvó a más de 125 condenados del corredor de la muerte en USA). Ahora bien, si a una persona se le ha impuesto injustamente 30 años de cárcel o la perpetua, se le puede reconocer su inocencia, aun tardíamente. Ha ocurrido. Pero pese a los avances de la medicina, todavía no se resucita un muerto. Por eso en Europa entera, ya no hay pena de muerte. Sin embargo, en nuestro querido país, un posible candidato a la presidencia promete la silla eléctrica o la guillotina, y dice que comenzaría con su hermano. O sea, si eso le hago a mi hermano, ¡mira tú lo que te voy a hacer a ti! Qué horizonte político y ético tan espléndido. Ni en el Afganistán de los talibanes. Ni en el más retrógrado país de la pobre África. No lo entiendo, ciudadano Antauro. Está preso hoy, pero mañana será un ciudadano. ¿Y promete un futuro peor que el presente?

Así están las cosas. Por lo demás, propongo el cangrejo como símbolo nacional. Dejen eso de la cornucopia que despilfarra la riqueza. Esa ha sido nuestra maldición divina. La hacienda con indios serviles, el caudal facilón con cohechos, coimeos para terminar en «pindinga» como decía el maestro de la jerga, Julio Hevia. En cuanto a ese mito del Perú como país rico, me viene a la memoria lo de Raúl Porras Barrenechea, mi maestro en la casa Colina, y el que enseñó las artes del quehacer intelectual a Pablo Macera, Carlos Araníbar, a Mario Vargas Llosa antes que zarpara a Barcelona. Cuando escribe sobre esa ‘leyenda áurea’, dice lo siguiente: «un mito trágico y una leyenda de opulencia mecen el destino milenario del Perú». Lo dice en Oro y Leyenda del Perú, lo digo por si acaso alguien quiere leerlo. Aunque sabemos, en especial para los jóvenes, leer ya fue.

¿Eso es lo que que creen? Si es así, ¡qué lejos están del siglo XXI! Quizá no lo sepan. Nunca como en estos años se editan tantos libros e incluso cada vez más enormes. Los tengo ante los ojos. Por ejemplo Ideas. Historia intelectual de la humanidad, de Peter Watson, 1420 páginas. O Capital e ideología de Thomas Piketty, editado por Paidós, 1247 páginas. Watson es de Cambridge. Y Piketty, es profesor y director en París. Pero ambos libros están traducidos al castellano. De modo que las lenguas ajenas no son un obstáculo en la era de la globalización. Pero la lectura no es precisamente nuestro fuerte. Enseñarle uno de esos gigantescos libros de este siglo XXI a un peruano corriente, es como enseñarle al conde Drácula un crucifijo sagrado. Ah, oh, dirá, y saldrá corriendo.

Pero me he salido del carril. Sí, pues, la prosa escrita tiene sus reglas. Las explico a mis alumnos pero a veces, me desparramo. Retornemos, pues, al primer párrafo. A la película dramática, Parásitos. Es cine pero también un sermón y una reprobación. El amable lector acaso ya sabe que es un film de Corea del Sur, y los especialistas dicen «de género negro», pero desde que se estrenó en mayo del 2019, en el Festival de Cannes, no ha dejado de tener éxito por todas partes. Cuatro premios Oscar, y algo inusitado en Hollywood. Una película que no está en inglés y procede del Asia Oriental. A primera vista, es una historia de Gi Taek y su familia, que viven en el sótano de una casa y con su hijo mayor, Gi Woo, pobre como el padre, y su hermana, deciden embaucar a una familia de ricos haciéndose pasar por docentes, cocineros, lo que sea, al punto que los jóvenes y los parientes obtienen trabajo en esa gran mansión, en la que viven gracias a sus oficios falsos. Bueno, ¿dónde está la gracia? Es obvia la trampa. Lo dice Alonso Cueto, en un artículo en El Comercio: «La película no alienta una dicotomía moral; los pobres no son los buenos, ni los ricos los malos, ambos se parasitan unos a otros». «Todos somos parásitos», concluye Alonso Cueto. (Como puede ver el amable lector, yo leo a los que escriben, no como otros que se hacen los que todo les sale directamente de la calabaza.)

Insisto, ¿en qué está la gracia? Pues en el público, me refiero al que he visto en un cine de Lima. Ese drama coreano se parece enormemente a la vida urbana del Perú actual. En primer lugar, las enormes desigualdades. Con lo poco que tiene, la familia coreana de los Taek sufre la ruptura de una cañería, en plan Villa El Salvador, La Victoria o San Juan de Lurigancho, y el agua negra —o sea de aguas usadas, o para ser sincero, agua con mierda— invade el cuchitril en donde duermen. En segundo lugar, no hay salida para esa pobreza sino el engaño, la estafa, el fraude, fingir oficios que no tienen, etc. Cuando voy al cine, a veces, me sale a flote el sociólogo. Y miro y escucho qué dice el populorum. Pues bien, estaban contentos. Se reían y aplaudían. ¿Qué estaba pasando? La victoria de los pobres, y nada menos que el triunfo de la pendejada. Que no se asuste el lector. Para que sepan, el universitario que soy (no digo académico, Ricardo Palma decía que académico es el mico de aca) les dice que ha habido una tesis en San Marcos, y desde el capítulo I, «La cultura de la criollada y la pendejada». Autor, Humberto Porras Vásquez. Tesis de 2010. Esa tesis se extiende a otros dominios bien peruleros, «el arribismo, el achoramiento, las conductas transgresoras, la omnipotencia del desorden». En suma, la película nos revela algo enorme. No tenemos el monopolio de la pendejada. Otros pobres, en otras naciones, también usan esos recursos para deshacerse de la miseria.

Pero en el cinema en que vi esa pendejada coreana, todos estaban contentos y de pronto hubo un enorme silencio. En la pantalla, los Kim que se habían apoderada de la mansión al partir los dueños de vacaciones, se les acaba la suerte. Descubren un sótano en donde vive gente malvada, y en una fiesta que la muy tonta señora Park —demasiado confiada y burguesa— organiza, todo termina en un desastre. Salen del sótano a apuñalar a la hija, Jessica, y Gi Taek, su padre, apuñala al dueño de casa, y tiene que vivir escondido en el sótano de la mansión. De por vida. En la sala del cine, la gente sale en silencio. Vaya película, ya no son arzobispos los que nos dan ideas justas, medidas del bien y del mal. Igual, qué sorpresa, muchos van al cine para distraerse y lo que encuentran es la admonición. Corea del Sur tiene sus pendejos. Es la astucia de los de abajo para con los de arriba. Pero igual, no es el camino. En esos casos, no hay ganador.  Todos pierden.

Publicado en El Montonero., 2 de marzo de 2020

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El síndrome del caudillo autoritario*

Written By: Hugo Neira - Feb• 26•20

Cuando escribía en La República «Ni con una pistola en la sien», no era la primera vez que lo de Ollanta Humala no me convencía. Lo sentía vacío, no porque representaba la izquierda, nunca lo tomé por un izquierdista. Pero desde hacía buen rato, tenía una hipótesis temible, que eso iba a ser un gran vacío de poder. Todavía no hemos salido del hoyo. La prueba, esa intuición, la tienen en esta entrevista del gran semanario uruguayo Brecha. Me hubiera gustado equivocarme y que la historia fuera distinta. (HN)

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Entrevista por:  Rosalba Oxandabarat

Graduado en historia en la Universidad de San Marcos y en ciencias sociales en París, profesor, periodista, ensayista, director hasta hace poco de la Biblioteca Nacional del Perú, Hugo Neira (1936) es además un inquieto trotamundos y un inquisidor apasionado de la sociedad y la política latinoamericanas. En 1964 escribió Cusco: tierra y muerte, sobre las invasiones de tierras bajo el liderazgo de Hugo Blanco, y en 1975, con Saturnino Huillca, habla un campesino peruano, obtuvo el premio Casa de las Américas. En Hacia la tercera mitad, realiza una ambiciosa y alucinante lectura de la historia peruana desde el siglo XVI al XX. En diálogo con Brecha, Neira habla sobre la serie de encrucijadas que ese extraño país no cesa de transitar.

— Concursé para ejercer el profesorado en Francia y después de tres concursos obtuve una cátedra pero en Tahití, y en los años en que estuve allá pasaron varias cosas. Se terminó la URSS, y lo viví como un momento aparatoso y tremendo, aunque yo no era comunista ni prosoviético sí estuve en el Partido Comunista cuando joven, luego me fui y estaba más cercano a la parte de la izquierda que entendía que en un país como Perú el movimiento campesino era más importante que el movimiento obrero. Hasta me tildaron de trotskista por opinar que Hugo Blanco tenía razón… Ese remezón me hizo ponerme a revisar absolutamente todo. Entonces decidí reescribir la historia de Perú con un método interdisciplinario. Por eso empiezo con Lope de Aguirre, sigo con la colonia, y luego con los tipos que fueron surgiendo: el hombre ceremonial, el hombre jerárquico, el festivo, el ilustrado; entré a la Independencia o la Ilustración a sablazos, al caudillismo o los señores del desorden, y la seguí con la inteligencia mesiánica Haya, Mariátegui, y asuntos que hacen a la cultura peruana, como la noción de la huachafería, el vals o la alegría sollozante, sigo con un estudio del primer gobierno de Alan García, otros sobre Vargas Llosa, Fujimori y Sendero…

En Perú se percibe como una doble línea divergente. Por un lado, ha tenido un crecimiento económico sorprendente, por otro, en el escenario político, puede hablarse de un cierto caos, un eclipse de los partidos, incluidos los de izquierda, asociaciones electorales que aparecen y luego se disuelven…

Ése es, en Perú, el tema central. El desfase entre la sociedad civil, sus expectativas, su malestar, y la clase política y el Estado. La sociedad peruana cambió muchísimo, empezando por la migración masiva de los habitantes de los Andes hacia Lima. A ese fenómeno se le llama la «cholificación», y es algo más complejo que el mestizaje. Por otro lado, tenemos la economía. Según el economista Francisco Durand, hay tres economías: la formal, que es la que mira el FMI, que es falsa por parcial, la informal, que es muy grande, el 60 ó 70 por ciento, y que no es homogénea porque hoy hay ricos informales, clase media informal y proletarios informales. Y luego la de la coca. Entonces dos tercios de la economía del Perú no son medibles. Hay un dinamismo que, o viene de la informalidad o de la coca: todo el sector de la ceja de selva, por ejemplo, tiene ciudades pujantes, con enormes hoteles, motos por todos lados. Parece un país asiático y nadie sabe de dónde viene ese capital. Hay otro progreso que se puede medir por la cantidad de celulares, de negocios, el tamaño de los supermercados en las afueras de Lima. El consumo popular ha crecido enormemente. Voy a decir una herejía: desde Fujimori, Toledo y García, hay 15 años de retorno a la realidad, esto es, a la economía de mercado, a la inversión extranjera y al progreso de la macroeconomía.

— ¿Y la línea de la política?

Esta sociedad ha producido grandes sorpresas políticas. Una de ellas fue que un grupo de entre los 30 partidos marxistas leninistas que había en los años setenta tomó las armas. Y estuvo a punto de ganar la guerra.

— ¿Sendero Luminoso pudo ganar la guerra?

Hubo un momento en que el mapeo de lo que controlaba Sendero era impresionante. Y comenzó a perder la guerra en la sierra por errores capitales de ellos mismos. Trasladaron al mundo andino eso se ve bien en la película La teta asustada— un tratamiento de universitarios ayacuchanos, elites al fin y al cabo, que miraban con desdén a los campesinos. La población llegó a detestarlos tanto que prefirió a los militares, sus enemigos tradicionales. Huyendo de esa batalla en los Andes muchos senderistas se refugian en la ciudad, y en Lima se dedicaron básicamente al terror. Abimael Guzmán es tomado prisionero en Lima. Pero Sendero fue una sorpresa, ya que al principio nadie los tomaba en serio.

— La segunda sorpresa fueron Vargas Llosa y, sobre todo, Fujimori.

Se presenta Vargas Llosa de candidato, tiene un éxito enorme, parece que va a ganar, y aparece Fujimori, un rector de la Agraria. En Lima todos los intelectuales se conocen, pero a él nadie lo conocía, con esa especie de mirada despectiva de los intelectuales hacia los técnicos, y con argumentos muy sencillos le ganó las elecciones a Vargas Llosa. Y este hombre, ya presidente, decide dar un autogolpe y aplicar el autoritarismo con apoyo popular, se conchaba con Montesinos y montan algo que nadie podría imaginar: que el buen chinito se dedicara a pillar a la nación. La siguiente sorpresa es Toledo, que llega con un malentendido: el pueblo lo ve como uno de ellos por su aspecto, pero está educado en Stanford. Y luego, quién iba a imaginar el retorno de Alan García, después del desastre de su primer gobierno.

— Pero Fujimori, o incluso Vargas Llosa, aparecen gracias a ese eclipse de los partidos.

— Es que la clase política no ha sabido procesar las exigencias de las nuevas formas, y la forma actual es el movimiento de masas sin partido. Esas sorpresas fueron creadas por agrupaciones que no son partidos, el único partido que responde a la definición de tales el APRA, los otros son movimientos: movimiento fujimorista, que tiene un volumen importante Keiko, la hija de Fujimori, salió diputada con una muy buena votación, el movimiento toledista, el movimiento humalista. El humalismo casi gana las elecciones de 2006, con un 47 por ciento. Y el toledismo sigue existiendo al punto que se habla de él como candidato.

— Con un electorado que demuestra, en los últimos treinta años, que sabe castigar, por el voto.

Cuando esas masas de movimientos se convierten en electorado saben castigar. Pero además: ¿por qué es posible para los democratacristianos trabajar en Chile 20 años con los socialistas, y es absolutamente imposible en Perú? Si en Perú alguien dentro del núcleo democratacristiano, digamos Lourdes Flores, trabajara con algo que se parezca a los socialistas, la gente se echaría a reír. Nadie nunca en Perú dejó un heredero. García no es el heredero de Toledo, ni Toledo de Fujimori, cada caso es un maremoto, y así no se construye estabilidad. Y en 2011 no estará García de candidato, solo estará Humala.

— ¿Cuál es su opinión sobre Ollanta Humala?

Me opuse a Humala en las elecciones pasadas, con mis artículos, en la televisión, y recibí amenazas. Si esta vez gana, lo que creo posible, por desgracia, entonces tendré yo problemas. ¿Quién es Ollanta Humala? Es un militar, hoy en retiro. Durante la guerra con Sendero, Humala estuvo en su puesto de combate. Se ha hablado de que cometió «excesos», no se pudo comprobar, o son rumores o los testigos se han inhibido por temor. El caso es que tiene temperamento de caudillo, manda militarmente en su movimiento. ¿Qué no es Humala? No es un político, no es Alfonso Barrantes, que logró montar en los años ochenta una suerte de Frente Amplio. Tampoco es Evo Morales, que sabe lo que es hacer política, viene de la lucha sindical, cocalera, de abajo. Ollanta es un político sin experiencia, confuso, un día ataca, el otro quiere alianzas, supongo que los intelectuales que se le aproximan creen poder manejarlo. Qué error. En torno a Humala hay un magma social compuesto de fuerzas muy distintas. Hay grupos capaces de hacer desbordes, ocupación de carreteras, etcétera. Un grupo de sindicatos muy minoritarios, porque la clase obrera como tal ha retrocedido en número. Gente de las provincias más pobres. En Cusco y Puno es el preferido al 80 ó 90 por ciento, con un justificado resentimiento por el abandono secular de sus problemas por parte del Estado. Y una carga étnica que me parece alarmante, porque lo étnico puede llevar al separatismo, a posturas de terrorismo como las de ETA, como lo que pasó en Irlanda, como lo que destrozó a Yugoslavia. El nacionalismo de Humala rompería lo poco de nación que tiene Perú.

— Hace poco se publicó una carta en la que conocidos intelectuales le dan su apoyo a Humala.

Me recuerdan a los hermanos Strasser, el célebre par de intelectuales alemanes que del comunismo se pasaron a Hitler porque les pareció mejor esa opción de «izquierda nacional». Hay quienes creen que para ser hitleriano se necesita ser blanco, ario, rubio. El fascismo es un síndrome autoritario al alcance de todos, y nace de la desesperación de las masas, de masas sin partidos, que funcionan a partir de la rabia y la impaciencia y que van detrás de un líder en una sociedad desarticulada. Para mí eso es la Alemania de los años treinta.

— Ollanta sería la versión actual de los caudillos carismáticos.

Es un líder carismático para el pueblo: habla mal, el pueblo también, es agresivo, el pueblo es agresivo porque el nivel de violencia intersocial en Perú es muy grande, y eso conduce a un tipo de salida con un presidente apoyado en un conglomerado muy difícil de manejar. ¿Qué puede pasar con un presidente que llega al poder aluvionalmente? ¿Acudirá a sus reflejos y como buen militar será autoritario? Y el síndrome del caudillo autoritario no es nuevo, movimientos populares nacionalistas ya ha habido en el pasado, el general Sánchez Cerro en los años treinta, que se enfrentó a los apristas revolucionarios y los derrotó. Luego Odría, dictador, tuvo apoyo popular. Siempre ha habido una derecha popular. No todo lo que se apoya en o representa a la masa lleva consigo la razón. La masa no es la clase. Ese aspecto, lo volk, lo tuvo Hitler, que llegó mediante las urnas y la propaganda. Lo tuvo Franco, que murió en olor de popularidad. Y lo tuvo Pinochet, un 40 por ciento en el referéndum que perdió, ¡después de 17 años de dictadura! Y en Perú lo tuvo Alberto Fujimori, en 1993, después de su autogolpe: cuando hizo consultar su Constitución, los peruanos le dieron 70 por ciento de aprobación.

— Antes habló también de una objeción de tipo patriótico.

Es que no me quiero quedar sin país. El año pasado di una conferencia en Chile y un joven de la audiencia me preguntó si después de 2011 Chile va a limitar por el norte, no con Tacna y Moquegua, sino con Chávez. Quiere decir que se lee en Chile que la victoria de Humala sería la victoria del chavismo. Chávez necesita esa victoria. Evo Morales cada día está más autónomo y está administrando bien. Cuanto mejor administre, menos necesita de Chávez. Ecuador es un país bloqueado, en Uruguay no parece que la postura de Mujica sea entrar en la ALBA, entonces, ¿con qué se queda Chávez? Necesita a Perú. Humala dice que no tiene nada que ver con Chávez, lo ha repetido en Europa, pero allá se sabe por dónde llegan los apoyos y los dineros. El progreso económico de estos últimos años y la trabajosa democracia volverían a cero.

— Lo que lleva a que tampoco tiene la menor idea favorable sobre Chávez.

Chávez ejemplifica uno de los regímenes híbridos que estoy estudiando en América Latina: el que tiene prácticas autoritarias pero con una base democrática. No puedo decir que el gobierno de Chávez no sea democrático. Hay elecciones, el pueblo lo quiere, tiene legitimidad democrática. Pero tiene prácticas autoritarias: cierra canales de televisión, arrincona a los alcaldes, les hace procesos. Existe lo contrario: regímenes autoritarios con prácticas democráticas, los chinos por ejemplo, que están practicando democracia en las aldeas a base de elecciones de los dirigentes del Partido Comunista, elecciones parciales probando a ver qué pasa.

Sin embargo, usted tiene una evaluación positiva del régimen de Velasco Alvarado (1968-1975), un régimen militar.

Si no hubiéramos hecho la reforma agraria con Velasco, Sendero hubiera ganado la guerra. Eso que llamamos «la colonialidad», los mecanismos de dominación sobre los cholos, los indios, que trabajaban gratis para el hacendado, se prolongan hasta Velasco, y recién con él se produce la ruptura con la colonia. Se transformó al pequeño campesino en propietario, y recién con eso entramos a la modernidad. Por eso cuando Humala, con gran sentido político, va a Cusco y dice el nombre de Velasco, lo aplauden. Porque las tierras en que están parados son las tierras que les dio el velasquismo.

— Pero hay evaluaciones negativas sobre la reforma agraria velasquista.

Que hubo formas cooperativas que no funcionaron, cierto, que las rompieron después en los ochenta y las parcelaron, también, pero el antiguo régimen quedó quebrado. Llegó la modernidad, y la modernidad es el conflicto, es lucha de clases con democracia. Mira, yo no voy al pueblo, vengo del pueblo, he tenido una vida muy dura, y por eso escribí Huillca y por eso sé que hoy no hay más indios, hay campesinos. Les falta dinero, les faltan técnicos, son pobres, pero antes no eran más que siervos. Eso se acabó, y se acabó sin sangre. He vuelto a publicar un libro en el que explico por qué se enterraron las haciendas, el levantamiento en el Cusco, que fue el más vasto terremoto social que hubo en la historia de Perú. Velasco pone de jure lo que ya era de facto: que los campesinos fueran propietarios de las tierras. El Perú moderno lo fundan Saturnino Huillca y Hugo Blanco. Él no hizo guerrilla, hizo toma de tierras. La movilización de masas fue con la astucia del pobre, y ganaron. Junto con la huelga de 1918 por las ocho horas, este triunfo es la conquista popular más importante de Perú. El campesino es pobre, pero es libre. Está trabajando, pidiendo créditos, armando su mercado. Pero como no lo están atendiendo, va a votar con rabia.

— ¿Cuál debería ser la tarea prioritaria de quien gane las elecciones en 2011?

En Perú resulta fundamental construir ciudadanos. Tenemos república sin republicanos, democracia sin demócratas. El Estado no existe, pero no es que la gente lo reclame. Es el país más antiestatista que se pueda pedir. Las sociedades que se han movido hacia la modernidad son las que tienen una institucionalidad, y no es el caso peruano. Lo que lleva a la modernidad no son las computadoras ni las carreteras sino la clase política, las carreras profesionales en la administración pública, leyes que se cumplan y rigor en exigir su cumplimiento, esté quien esté en el poder. Solo bajo ese supuesto los gobernados admitirán a los gobernantes, pero si las clases gobernantes llegan al poder para enriquecerse y faltar a las leyes entonces tienes una insurrección permanente, un descrédito de la política. Necesitamos Estado, y en eso tenemos por lo menos un retraso de un siglo

El desprestigio de la democracia

— La desilusión de  los peruanos con la democracia es un malestar muy generalizado. En el Barómetro latinoamericano, esa decepción en Perú llega a más del 60 por ciento. Una de sus causas, muy fuerte, son los escándalos, acaso tanto como el retardo en vencer la pobreza. Por ejemplo, el que llaman los «petroaudios», el «petrogate» en Lima. ¿Qué es eso? Una fuente desconocida captó las conversaciones de Fortunato Canaan, un lobbista dominicano, con altos funcionarios y ministros. Alguien los escuchó, los grabó y llevó los audios a la televisión. ¿Espionaje industrial, militar o político? No sabemos, pero lo que es cierto es que el objetivo de esos conciliábulos era el reparto bajo la mesa de lotes petroleros en la Amazonía. Por cierto, lotes miríficos. El asunto involucró a Alberto Quimper, entonces director de Perupetro, la entidad estatal para el petróleo, y a un lobbista peruano, ex ministro aprista, Rómulo León Alegría. Ambos, Quimper y Rómulo, están hoy en prisión, pero el escándalo fue mayúsculo. Para colmo, me acabo de enterar de que se acaba de indultar a un hombre de negocios, Crousillat, que vendiera la línea editorial de América TV por 619 mil dólares a Montesinos, cuando Fujimori. El gobierno ha dado marcha atrás en el indulto, pero el daño político y moral de estos escándalos es terrible. Ya sabemos: en ciencias políticas, los sentimientos colectivos se vuelven, fundados o no, en conductas. En el presente caso, pueden provocar una regresión autoritaria en las urnas. Nos daría como resultado la victoria de Ollanta Humala. En forma parecida llega Hugo Chávez al poder. Por desprestigio de las opciones demócratas. Cuando los pueblos se ponen ellos mismos cadenas, hay que decir qué lleva a eso. No basta una condena moral, hay que explicar. Lo que intentaré en un libro quese llamará «La república del Weimar», porque lo que se viene es medio nazi, por su confusión entre protesta, enojo de masas, nacionalismo, lenguaje de izquierda y comportamientos autoritarios.

*Publicado en el diario Brecha, Montevideo, 31 de marzo de 2010, pp. 27-28.

Reeditado en Café Viena, 25 de febrero de 2020

González Viaña. Una novela excepcional y sin fin

Written By: Hugo Neira - Feb• 24•20

Eduardo González Viaña está de regreso. Y quedamos en vernos pero tuvo la gentileza de dejarme su último libro en el Instituto donde trabajo. Un libro consagrado a Ramón Castilla. Eduardo, profesor de literatura y novelista, cuando regresa al Perú suele venir con un libro suyo bajo el brazo, si es que no varios. El caso es que le eché un vistazo, y no pude parar de leerlo hasta terminar en la madrugada del día siguiente. ¡Qué placer! Sin desmerecer sus anteriores novelas, cuentos y relatos, esta es una «summa» de sistemas estilísticos¡!  

Para comenzar mi modesto comentario (no soy un especialista en literatura de narraciones, más bien a ratos el ensayo), espero que me perdone el autor y el amable lector, pero hay algo que hacemos para saber por dónde va una narrativa. En la novela, es sabido que todo se juega en la primera frase. Pongamos un ejemplo con la novela más leída y popular de la literatura hispanoamericana: Cien años de soledad. Se inicia de esta manera: «Muchos años después, frente al pelotón de fusilamiento, el coronel Aurelio Buendía había de recordar aquella tarde remota en que su padre lo llevó a conocer el hielo». Si la memoria no me traiciona, lo que sigue es la mención de Macondo. En unas frases, ya tiene usted los tiempos difíciles, los Buendía, Macondo, y el encanto de descubrir el hielo, sobre todo en un país más bien cálido. Cuando digo todo, es lo real —las guerras intestinas— y a la vez, el sistema de magia literaria de la que nos ocuparemos más adelante.

¿Y cómo se inicia el reciente libro de Eduardo González Viaña, para abordar la vida de Ramón Castilla desde el inicio, desde el saque, como dirían en fútbol? Con lo siguiente:  Los ojos cerrados y la cabeza inclinada, Ramón Castilla era un difunto, pero su caballo continuaba trotando». Esta frase está para diversos sentidos. Por una parte, Castilla, realmente, fue desde sus inicios como soldado al lado de los españoles, un hombre de a caballo. (Hasta que un día se da cuenta que su patria no era España.) Por otra parte, desde lo imaginario, el personaje Castilla muere y no muere. Se refiere González Viaña a hechos históricos, los soldados y partidarios lo esperaban en Arequipa, para levantarse contra Vivanco. Mientras en Tarapacá se callaba su muerte. Entonces, ¿la imaginación del pueblo y del autor? Nada de eso, González Viaña, de la misma manera como ha introducido la magia literaria en este libro de diversas modalidades, tiene la prudencia de lo real, e introduce, textos históricos, bien separados, porque van en cursiva. En la página 45, por ejemplo: «En 1843, gobernaba el Perú el general Manuel Ignacio de  Vivanco, su mayor rival político», etc. ¿Magia e historia? Algo más complejo, esa narración atrae y fascina.

¿Qué es este libro? Me preguntaba antes de leerlo qué episodio de la vida de Castilla lo llevaría a la literatura, o viceversa. Si cuando Pezuela le da de alta para formar parte de los Dragones del Perú,  o cuando más tarde se distancia de Bolívar, o cuando fue prefecto de Tarapacá, su lugar de nacimiento. O qué hizo en su primer gobierno en 1845. O cuando derrota a Vivanco en el Carmen Alto en Arequipa. O cuando lo exilian y lo envían a Europa. Pues bien, nada de eso, gracias al cielo. Todo eso está en los libros de historia. Seamos claro, el novelista ha decidido no contar la historia de un hombre, sino como se construye desde su temeraria juventud. O más claramente, cómo Castilla se vuelve Castilla. Una aventura, un viaje. Y entonces, un hombre excepcional.

Lo central de esta narrativa, es el joven Castilla. El hecho es que hasta nuestros días, no había sido tratado a fondo. Mire bien, el amable lector, este periplo: «Atraviesa la Amazonía, recorre 11 mil kilómetros del bosque más feroz del planeta. Se traslada a pie, en canoa, a mula y a caballo. Lo atacaron las fiebres. Fue apresado. Encontró en los caminos serpientes y boas, hormigas gigantes, arañas carniceras y sanguinarios cazadores de negros y de indios». Tenía 21 años, y nada lo detuvo. Pertenecía al ejército español desde sus 15 años, y estaba caminando hacia el Perú para volver a juntarse con sus compañeros. A pesar de todo, un día cambió de idea. El joven soldado realista se convertiría después —atravesado por una lanza— en patriota y en héroe de la batalla de Ayacucho. Más tarde, como presidente, «firmaría el decreto de abolición del tributo indígena y de la esclavitud». Contraportada.  

Si esto es así, quiere decir que cada página, cada lugar, ha exigido una investigación minuciosa y monumental. Recorrieron ciudades, ¡y «culturas»! Se imaginan lo que vieron en Buenos Aires, en Río de Janeiro, y pasar la selva y las cordilleras para llegar a Santa Cruz. Eran dos jóvenes, Ramón Castilla y Fernando Cacho, teniente coronel en 1818, al servicio de España, con quien atraviesa el Desaguero. No es una fantasía, en el Diccionario histórico-biográfico de Milla Batres, aparece ese personaje al lado de Castilla. En el viaje y en el libro, aparecen los bandeirantes  —los comerciantes de esclavos— y curanderos y chamanes, encuentran insurrectos y no insurrectos, hablan con unas amazonas, juegan póker con un panará —un indio de una tribu amazónica— que está muerto pero juega el póker. Un capítulo habla de árboles, hombres y mujeres y niños oscuros. Les explican adonde van los ríos cuando mueren. El virtuosísimo González Viaña recurre al feed back, pero también a saltos, skip forward. En esta novela a la vez real e imaginada, la estructura la llamaríamos «polídrica» en el léxico de los literatos, quiere decir «mecanismos narrativos de fases diversas».

Volviendo a Gabriel García Márquez, a su  «sistema de círculos mágicos» (según Oviedo), merece que se le compare con los de Eduardo González Viaña porque me parece que va más lejos. En Cien años de soledad, una familia, los Buendía, un clan familiar. En la novela que comentamos, es un personaje que porta sobre sus espaldas el emblema de unos hombres y su tiempo, los caudillos peruanos en los inicios del siglo XIX. Si Macondo es una aldea, la Amazonía es un continente. A nivel mundial, me parece que esta obra se aproxima a La montaña mágica de Thomas Mann, por los manejos deltiempo. Zeitroman. Lo de Eduardo, como no tiene comienzo del todo, tampoco se acaba. Porque según el caballo y sus soldados, Ramón Castilla no muere nunca. A propósito, La Ilíada, teóricamente es la narrativa del largo sitio de Troya (diez años), arranca en el último año tras un debate entre reyes y marineros, hartos de batirse. Vence, como sabemos Ulises, no la espada sino la astucia: el Caballo de Troya que lleva ocultos en el vientre los guerreros aqueos que abrirán en la medianoche las inexpugnables murallas de los troyanos.

Bravo Eduardo. Tu libro va a tener un éxito enorme. Es el arte entero de cómo se novela. Y me tinca que acaso inconscientemente, te remites a las audacias de los posmodernistas —o sea, Valdelomar y Eguren— en los sutiles juegos de tu viaje introspectivo con Ramón Castilla. Me animo, pues, a decir que por su estructura asimétrica, esta novela escapa a los marcos o límites realistas o imaginarios, que resultan esta vez, desbordados. Viene a tiempo. «Los grandes supuestos han caído y sólo es posible escribir desde las incertidumbres propias de estar haciéndolo en tiempos difíciles» (Oviedo, tomo IV, página 403).

Publicado en El Montonero., 24 de febrero de 2020

https://elmontonero.pe/columnas/una-novela-excepcional-y-sin-fin