Nuestro
ensayo de Apocalipsis no cuenta con
cuatro caballos sino un trío. Uno que implica una catástrofe biológica, un
sistema para poner orden llamado Estado y eso que llamamos costumbres. Alguien
ha dicho que la complejidad comienza con el número tres. Y es eso lo que
enfrentamos. El «nos» que estas líneas invoca, no es solo local, peruano o
latinoamericano, sino, planetario. Sabemos que como Estado, en Italia se
durmieron y luego han tenido que poner en cuarentena nada menos que 15 millones
de italianos. En Alemania, en cambio, según el diario Die Zeit, se impuso hace rato en Baviera: los jóvenes que
estuvieron en China, Irán o Corea del Sur, al retorno, se quedaron en sus
casas. Lo que viaja rápidamente es el coronavirus. Y entonces, la pregunta que
se hacen pueblos y naciones, desde el Congo africano a 50 países del Asia a
Europa, los Estados Unidos y América Latina, es «si estamos en condiciones
de enfrentar esta pandemia».
Parecería
que el asunto gira sobre tests de diagnóstico rápido, capacidad de los
hospitales, número de médicos y enfermeras, o penuria de medicamentos u objetos
necesarios como las mascarillas, que por cierto en China lo llevan sus habitantes,
estén o no estén contagiados. Sin duda alguna, por todas partes, el rol del
Estado queda al desnudo. En el Perú, hay que reconocer el acierto del actual
gobierno al decidir suspender las clases hasta el 30 de marzo. En cambio, en nuestro
vecino Chile, una vez más, el presidente Piñera no toma las decisiones
necesarias. No han cerrado las escuelas. Entonces quedan expuestos no solo los
niños, sino los padres de familia.
Combatir
esa pandemia no es solo un asunto de gobernabilidad. Otro sujeto social aparece
nítidamente. Los que obedecen a las restricciones necesarias. Y los que no
quieren obedecer. El tema de detener el coronavirus se vuelve entonces muy complejo,
extremadamente. Intervienen los hábitos locales. O las pasiones identitarias.
Me refiero a que turistas extranjeros enfrentaron a la policía española en
Benidorm porque cerraban los bares. Era una decisión de la Autonomía de
Valencia. Igual, se amotinaron. Pero hay casos más monumentales. En plena
epidemia, el día de la mujer, el domingo pasado del 8 de marzo, por todas las
capitales europeas, hubo desfiles masivos. Sobre todo en Madrid. ¡Exactamente
lo que no había que hacer! No por desaire a las feministas sino por sentido
común. Y no faltó quien dijera «vamos a pagar muy caro este descuido».
Bueno, las cifras lo dirán. Exponenciales.
¿Qué
pasa con la muy sonada cultura racionalista de los europeos? Escuchando al
presidente Macron rogó a la nación francesa y al mundo, que siga sus consejos
de disminuir la vida social, quedándose en casa. Igual siguieron con sus
patrones de comportamientos, cafés, restaurantes, discotecas, lo cuenta con una
sinceridad espeluznante. De ahí el decreto de cerrar lugares públicos. Ya se
había jugado partidos de fútbol con tribunas vacías. Esas limitaciones son incómodas
pero racionales. En países árabes, el magnífico tren veloz que va de la ciudad
de Medina a la Meca, está suspendido. En el Vaticano, por vez primera se han
cerrado los santuarios y las hermosas iglesias. En París, el Louvre, para pena
de turistas y de muchos, queda desierto. Por lo visto, en este tiempo de
coronavirus, la sociabilidad mata.
Para
continuar, debo hacer de inmediato una transformación semántica de eso que
llamamos costumbres, hábitos, a un concepto más amplio y preciso. Estamos
hablando de «culturas». Y como el cronista que escribe este artículo es también
un universitario (repito, yo no digo, académico. Ricardo Palma decía que académicos
son los «micos de acá») para no perder el tiempo, acudimos a la definición de
qué es cultura. En el XVIII y en el XIX, en Francia el concepto de
civilización, con Diderot, les bastaba. Pensaban en los letrados y en el progreso,
gran mito de la Ilustración. Y en los alemanes, cultura era un tanto el «genio particular de un pueblo». Eso era
Herder, y los poetas alemanes, Schiegel y Novalis. La primera definición científica
tiene fecha, 1871. Y tiene nombre, el antropólogo británico E. B. Tylor, que
define la cultura «como el conjunto de actitudes adquiridas por el ser humano
en sociedad». Lo cual incluye, «todos los componentes técnicos, simbólicos y
sociales que se ha desarrollado en las sociedades humanas». Lo que ha seguido
son los franceses Durkheim, Mauss, padres fundadores tanto de la antropología y
la sociología. Y con ese concepto Malinowski se va a estudiar los nativos
australianos y Lévi-Strauss a los borobos de la selva amazónica brasileña. Las
ciencias de lo humano observan miles de culturas, «el sistema de enlaces y
familias, el poder, religiones, juegos, arte, discursos, y los mitos y formas
de la economía». ¿Estudios sobre primitivos? Hace rato que el concepto de
cultura ha emigrado al mundo urbano, hubo cultura hippie, cultura generacional, normas nuevas de vivir y consumir. Y
como en todo, más allá de lo material, hay patologías.
Es
probable que la racionalidad occidental esté puesta en cuestión. Esta pandemia
también es un test de países y de sorpresas, en nada placenteras. ¡¿Países
democráticos que no obedecen a sus Estados?! En cambio la China actual, justamente,
está saliendo de ese pandemonio de la crisis del coronavirus. ¿Porque hay un
sistema de gobierno comunista? Algo tiene que ver. Pero conocí a China hace un
tiempo. En los días de Mao. Invitados en un viaje que hicimos con Raúl Vargas y
Hernando Aguirre Gamio. El impacto de esa sociedad —tan distinta del mundo
occidental— me duró por decenios. En París, sin especializarme, a la par de
estudiar otros temas, no dejé de frecuentar los institutos de estudios
asiáticos. De todo aquello, simplemente una idea: para los chinos antiguos y
contemporáneos, cuenta la sociedad antes
que el individuo. No el sujeto sino el conjunto. Y no porque gobierne China un
Partido Comunista es que obedecen. Igual lo harían si tuviesen un Emperador. Sus
valores son otros. Y de ahí, su envidiable disciplina.
Ahora
bien, ¿cuestión de gobiernos y medicinas? Insuficiente. Todo se juega en la cultura
o hábitos de la población. Y cabe la interrogación: ¿sobrevivirán las
sociedades occidentales y latinoamericanas, en donde el egoísmo personal parece
ser mayoritario? ¿O bien se impondrá la conciencia social de formar parte de
una colectividad? Quedarse en casa y dejar de hacer vida social por unas
semanas, es el feroz test de estos días¡! Por favor.
El
desamor a la norma es una endemia que acompaña a las víctimas del coronavirus.
He visto en la tele una señora francesa dueña de un restaurante, dando abrazos
y besos a sus clientes, exactamente lo contrario que les ha pedido Macron. Qué
rabia le tienen. En fin, ¿triunfará el narcisismo, el gusto de a mí no me manda
nadie? O sea, algo parecido cuando la potente Roma, se fue al tacho de la
historia (¿?) Por lo demás, Nietzsche dijo que volvería Dionisio, el dios de
los griegos del desorden y el caos. Alguien ha hablado de las «culturas
fracasadas». No es idea mía sino de José Antonio Marina. ¿No lo conoce? Se
pierde lo mejor del pensamiento español. Se ocupa del «talento y la estupidez
de las sociedades». Tal cual. Anagrama. 2010.
PD:
Escrito antes del mensaje presidencial de las 20:00 del día 15 de marzo.
Completamente de acuerdo. El Estado existe para establecer el orden en
beneficio del bien común.
Es evidente que este tema es el que más ocupa al
planeta entero, y por cierto, a nosotros peruanos. Ya ha llegado. Este artículo
comienza por lo que dicen los científicos y las medidas inmediatas que se toman
no solo en China. En segundo lugar, nos detendremos en las medidas que se están
proponiendo en el Perú, lavados de manos, toser con el brazo al frente, y otras
paparruchadas. El tercero es cómo afecta a la economía mundial. Desde ahora,
hacemos saber lo que dice un diario chino, Huaqiu
Wang, de Pekín: que habiendo paralizado por completo la provincia en donde
se inicia la plaga, «ya desestabiliza la China». Y en general, la economía.
El problema es mundial y en consecuencia,
acudimos a la prensa mundial. Ocurre que en el
2002, hubo un virus responsable del SRAS, apareció en China. Dejaron de
fabricar, salvo productos baratos, ropa, zapatillas, vendidas al mundo entero.
Unos 17 años más tarde, otro coronavirus mortal, ataca a China, hoy una de las
ruedas más importantes de la economía mundial. Las multinacionales más
importantes dependen de las fábricas chinas y sus trabajadores. Por el momento,
segun The New York Times, la General
Motors y también Toyota, (y Ford, Renault) sufren del retardo de esa producción.
Las autoridades de China, en las zonas críticas, retienen a sus obreros en sus
casas, hasta que se controle la peste del 2019-nCoV. Su nombre técnico. Desde
ya, el crecimiento del PBI en China que estaba calculado en 6,1% (por encima de
los Estados Unidos de Trump), ahora va hacia abajo, 5,6%. Es obvio que la
América de Trump se frota las manos.
Esta vez, ante las repercusiones del virus
2019-nCoV, el 29 de enero pasado, por la mañana, desembarcaron 6000 médicos para
reforzar Hubei, la provincia afectada, donde está Wuhan y sus laboratorios. Exámenes
médicos pueden ser tomados a todos los habitantes en toda la provincia en cuarentenas
impuestas. Ya sabemos que el tiempo en que el virus delata sus efectos, es
corto, unos 14 días. Aunque hay casos en que parece que retorna. En realidad,
la humanidad está aprendiendo qué es ese virus. Y para completar el negro
panorama, resulta que muta incesantemente.
Entre tanto, ¿qué pasa en los países vecinos? En
Argentina, sensatamente, a los viajeros que llegan del extranjero se les pide
que permanezcan 14 días en sus casas. Estuvieron algunos en Italia, cuyo cuadro
de contagiados es grande. La dicha cuarentena no es muy larga, repito, a lo más
15 días. Si algún viajero está contaminado, se puede curarlo y además, evitar
la contaminación con parientes y conocidos. Estar enfermo no es una sentencia
fatal. Estos virus tienen una mortalidad variable. El Ebola, cuando aparece en
África, tiene una tasa de mortalidad de 43,9%. Y el 2019-nCoV es de 2,1%.
Aunque esto cambia según la edad. En suma, hay diagnóstico, atención, y modos
de frenarlo. Lo que no hay, todavía, es una vacuna. Entre tanto…
En cuanto al Perú, me sorprende que el ministro
de Educación avance que no habrá ninguna suspensión de clases. Mientras que en
China, las clases se están haciendo desde computadoras, lo que se llama no presenciales.
Y en Francia, no van a mantener el festival de Cannes, así evitan la imprudencia.
Alguien puede estar contaminado pero no lo sabe. Luego vendrá la tos, la
fiebre, y ya es tarde. Acaso no para el enfermo sino para aquel que por azar ha
sido contagiado¡!
Además de lavarnos las manos (¡donde haya agua!),
¿adiós por un rato a esos apasionados apretones de mano? ¿Nada de besuqueos a
las damas? ¿Es eso suficiente? Me sorprende que no se hable de las famosas
mascarillas. En la TV peruana, se ve a chinos como cancha caminando con sus
mascarillas. ¿Y no es cierto acaso, que en otros países, la gente las ha
comprado? ¿Por qué el Perú no las importa o las fabrica? Corre una tendencia
muy peruana, el tapujo de llevar eso en la boca. En un artículo de Federico
Salazar, a quien conocí mejor en un viaje invitados a España y que me parece
una persona seria y razonable. Pero me sorprende, Federico, que digas que «ese
uso es absurdo». ¡Pero no es solo para enfermos o enfermeras! Es para que los
que están sanos puedan seguir estando sanos!
No soy el último que se alarma. He leído en las
redes a un español Dani Sánchez-Crespo, a quien no conozco personalmente, decir
algo temiblemente real. Está preocupado. «Podemos trabajar en serio, o esto
puede salir mal». Nos dice que trabaja mucho con China. Y ha visto el enorme
esfuerzo para detener el coronavirus. Pero señala que la Organizacion Mundial
de la Salud, «avisa que hay países que no están tomando este tema en serio». Y
señala a Italia y España. ¿Sería eso nuestro caso?
Y si eso pasa en países europeos, me dirán qué
puede pasar en estas semanas en este país, que queremos tanto, pero sin cerrar
los ojos. El Perú y las costumbres peruanas tienen varias virtudes, pero también
enormes defectos de comportamiento. Es el país en que los coches no respetan la
luz roja, los peatones no suben a los puentes colocados sobre las carreteras
para que no crucen la pista. Donde unos pocos pagan impuestos. Donde no nos
gustan ni normas ni reglas. Esa plaga, me temo, no es solo eso, sino una
prueba, una suerte de plomada, para saber cuánto una colectividad de millones
de almas obedece a la razón o al capricho personal.
En el caso del Perú, no se admite medidas fuertes
por tres razones. La primera es el culto a la virilidad. Al macho, el hacerse
el hombretón como dicen los mexicanos. Ya veo los machazos que se dan la mano,
tosen con el brazo, etc. La segunda razón, nuestro sistema laboral puede
guardar en casa su personal de empleados y obreros, aquellos que trabajan en el
lado formal de la economía. Pero, eso no puede ocurrir con el 75% que son
informales. La informalidad ha sido un bien para el país y las clases populares
puesto que tienen chamba. Mis respetos. Pero esta vez, ante un accidente
natural, se prueba su precariedad. Una oficina, una usina puede cerrarse y
pagar salario. Un mercadillo no.
Hay una tercera causa, la no decisión. En otra
república, las decisiones que afectan la vida corriente podrían ser comprendidas.
Pero aquí, solamente la población con oficios y actividades formales, no los informales.
La gran mayoría lo tomaría como una ingerencia, una intromisión. Claro está,
para evitar el matadero que se nos viene encima y del cual nadie tiene la
culpa, me temo que nadie con poder va a tener la entereza, la presencia de
ánimo, para establecer las reglas de la emergencia actual. Si eso no se hace,
entonces, vivimos el crepúsculo del
deber. Se gobierna mirando las encuestas. Además, el no gobierno nos haría
un mal enorme. Lo malsano, lo latente, es que la gente peruana como en otros
lugares, está comenzando a decirse, «los sistemas democráticos no son los
mejores para responder la crisis». En las redes, a Dani Sánchez-Crespo: «En
China, el partido comunista dice ‘todos a casa’, y la gente obedece». En Perú,
hoy, no se gobierna. Se domina. No es lo mismo. Espero equivocarme. Es una
crisis y se necesita aplomo. Es difícil decir a la gente que hay actos y gestos
que no son los adecuados, por ahora. Pero Palacio debe hacerlo.
Un par de películas, ambas extranjeras, nos cantan las cuarenta, como
dicen en las Españas. (Hay vascos, catalanes, castellanos y gallegos.) Dos
grandes películas, con un contenido moral, de alguna manera, un jalón de orejas
que en otros tiempos hubiese sido sermoneo de curas en el púlpito. Hoy, de
casualidad, es el cinema. Supongo que eso no nos pasa solamente a nosotros. Ese
regaño amonesta a diversas sociedades con las mismas mañas nuestras que las
películas revelan, Parásitos. Y la
otra, todavía peor, Buscando justicia
(Just Mercy).
Este último, sobre la justicia. En Alabama. No es solo el abuso con
los afrodescendientes en los Estados Unidos, sino cómo la pena de muerte es la
peor de la justicia. No porque algún criminal no lo merezca, sino por algo
peor: ningún sistema judicial es perfecto. Y es conocido que en países que
ejercieron esa pena, entre los más civilizados, no faltó de vez en cuando un
error. Mientras se usaba la silla eléctrica, no faltaba un preso que reconocía
un crimen suyo, tardíamente. O sea, las autoridades habían castigado a inocentes.
(Bryan Stevenson salvó a más de 125 condenados del corredor de la muerte en
USA). Ahora bien, si a una persona se le ha impuesto injustamente 30 años de cárcel
o la perpetua, se le puede reconocer su inocencia, aun tardíamente. Ha
ocurrido. Pero pese a los avances de la medicina, todavía no se resucita un
muerto. Por eso en Europa entera, ya no hay pena de muerte. Sin embargo, en
nuestro querido país, un posible candidato a la presidencia promete la silla
eléctrica o la guillotina, y dice que comenzaría con su hermano. O sea, si eso
le hago a mi hermano, ¡mira tú lo que te voy a hacer a ti! Qué horizonte político
y ético tan espléndido. Ni en el Afganistán de los talibanes. Ni en el más
retrógrado país de la pobre África. No lo entiendo, ciudadano Antauro. Está
preso hoy, pero mañana será un ciudadano. ¿Y promete un futuro peor que el
presente?
Así están las cosas. Por lo demás, propongo el cangrejo como símbolo
nacional. Dejen eso de la cornucopia que despilfarra la riqueza. Esa ha sido
nuestra maldición divina. La hacienda con indios serviles, el caudal facilón
con cohechos, coimeos para terminar en «pindinga» como decía el maestro de la jerga,
Julio Hevia. En cuanto a ese mito del Perú como país rico, me viene a la
memoria lo de Raúl Porras Barrenechea, mi maestro en la casa Colina, y el que
enseñó las artes del quehacer intelectual a Pablo Macera, Carlos Araníbar, a Mario
Vargas Llosa antes que zarpara a Barcelona. Cuando escribe sobre esa ‘leyenda áurea’,
dice lo siguiente: «un mito trágico y una leyenda de opulencia mecen el destino
milenario del Perú». Lo dice en Oro y
Leyendadel Perú, lo digo por si
acaso alguien quiere leerlo. Aunque sabemos, en especial para los jóvenes, leer
ya fue.
¿Eso es lo que que creen? Si es así, ¡qué lejos están del siglo XXI!
Quizá no lo sepan. Nunca como en estos años se editan tantos libros e incluso
cada vez más enormes. Los tengo ante los ojos. Por ejemplo Ideas. Historia intelectual de la humanidad, de Peter Watson, 1420
páginas. O Capital e ideología de Thomas
Piketty, editado por Paidós, 1247 páginas. Watson es de Cambridge. Y Piketty,
es profesor y director en París. Pero ambos libros están traducidos al
castellano. De modo que las lenguas ajenas no son un obstáculo en la era de la
globalización. Pero la lectura no es precisamente nuestro fuerte. Enseñarle uno
de esos gigantescos libros de este siglo XXI a un peruano corriente, es como
enseñarle al conde Drácula un crucifijo sagrado. Ah, oh, dirá, y saldrá corriendo.
Pero me he salido del carril. Sí, pues, la prosa escrita tiene sus reglas. Las explico a mis alumnos pero a veces, me desparramo. Retornemos, pues, al primer párrafo. A la película dramática, Parásitos. Es cine pero también un sermón y una reprobación. El amable lector acaso ya sabe que es un film de Corea del Sur, y los especialistas dicen «de género negro», pero desde que se estrenó en mayo del 2019, en el Festival de Cannes, no ha dejado de tener éxito por todas partes. Cuatro premios Oscar, y algo inusitado en Hollywood. Una película que no está en inglés y procede del Asia Oriental. A primera vista, es una historia de Gi Taek y su familia, que viven en el sótano de una casa y con su hijo mayor, Gi Woo, pobre como el padre, y su hermana, deciden embaucar a una familia de ricos haciéndose pasar por docentes, cocineros, lo que sea, al punto que los jóvenes y los parientes obtienen trabajo en esa gran mansión, en la que viven gracias a sus oficios falsos. Bueno, ¿dónde está la gracia? Es obvia la trampa. Lo dice Alonso Cueto, en un artículo en El Comercio: «La película no alienta una dicotomía moral; los pobres no son los buenos, ni los ricos los malos, ambos se parasitan unos a otros». «Todos somos parásitos», concluye Alonso Cueto. (Como puede ver el amable lector, yo leo a los que escriben, no como otros que se hacen los que todo les sale directamente de la calabaza.)
Insisto, ¿en qué está la gracia? Pues en el público, me refiero al que
he visto en un cine de Lima. Ese drama coreano se parece enormemente a la vida
urbana del Perú actual. En primer lugar, las enormes desigualdades. Con lo poco
que tiene, la familia coreana de los Taek sufre la ruptura de una cañería, en
plan Villa El Salvador, La Victoria o San Juan de Lurigancho, y el agua negra —o
sea de aguas usadas, o para ser sincero, agua con mierda— invade el cuchitril
en donde duermen. En segundo lugar, no hay salida para esa pobreza sino el
engaño, la estafa, el fraude, fingir oficios que no tienen, etc. Cuando voy al
cine, a veces, me sale a flote el sociólogo. Y miro y escucho qué dice el populorum. Pues bien, estaban contentos.
Se reían y aplaudían. ¿Qué estaba pasando? La victoria de los pobres, y nada
menos que el triunfo de la pendejada. Que no se asuste el lector. Para que sepan,
el universitario que soy (no digo académico, Ricardo Palma decía que académico es el mico de aca) les dice
que ha habido una tesis en San Marcos, y desde el capítulo I, «La cultura de la
criollada y la pendejada». Autor, Humberto Porras Vásquez. Tesis de 2010. Esa
tesis se extiende a otros dominios bien peruleros, «el arribismo, el
achoramiento, las conductas transgresoras, la omnipotencia del desorden». En
suma, la película nos revela algo enorme. No tenemos el monopolio de la
pendejada. Otros pobres, en otras naciones, también usan esos recursos para
deshacerse de la miseria.
Pero en el cinema en que vi esa pendejada coreana, todos estaban
contentos y de pronto hubo un enorme silencio. En la pantalla, los Kim que se
habían apoderada de la mansión al partir los dueños de vacaciones, se les acaba
la suerte. Descubren un sótano en donde vive gente malvada, y en una fiesta que
la muy tonta señora Park —demasiado confiada y burguesa— organiza, todo termina
en un desastre. Salen del sótano a apuñalar a la hija, Jessica, y Gi Taek, su
padre, apuñala al dueño de casa, y tiene que vivir escondido en el sótano de la
mansión. De por vida. En la sala del cine, la gente sale en silencio. Vaya película,
ya no son arzobispos los que nos dan ideas justas, medidas del bien y del mal. Igual,
qué sorpresa, muchos van al cine para distraerse y lo que encuentran es la admonición.
Corea del Sur tiene sus pendejos. Es la astucia de los de abajo para con los de
arriba. Pero igual, no es el camino. En esos casos, no hay ganador. Todos pierden.
Cuando escribía en La República «Ni con una pistola en la sien», no era la primera vez que lo de Ollanta Humala no me convencía. Lo sentía vacío, no porque representaba la izquierda, nunca lo tomé por un izquierdista. Pero desde hacía buen rato, tenía una hipótesis temible, que eso iba a ser un gran vacío de poder. Todavía no hemos salido del hoyo. La prueba, esa intuición, la tienen en esta entrevista del gran semanario uruguayo Brecha. Me hubiera gustado equivocarme y que la historia fuera distinta. (HN)
—————————————–
Entrevista por: Rosalba Oxandabarat
Graduado en historia en la Universidad de San
Marcos y en ciencias sociales en París, profesor, periodista, ensayista,
director hasta hace poco de la Biblioteca Nacional del Perú, Hugo Neira (1936)
es además un inquieto trotamundos y un inquisidor apasionado de la sociedad y
la política latinoamericanas. En 1964 escribió Cusco:
tierra y muerte, sobre las invasiones de
tierras bajo el liderazgo de Hugo Blanco, y en 1975, con Saturnino Huillca,
habla un campesino peruano, obtuvo el
premio Casa de las Américas. En Hacia la tercera mitad, realiza una ambiciosa y
alucinante lectura de la historia peruana desde el siglo XVI al XX. En diálogo
con Brecha, Neira habla sobre la serie de encrucijadas que ese extraño país no
cesa de transitar.
— Concursé para ejercer el profesorado en Francia y después de tres
concursos obtuve una cátedra pero en Tahití, y en los años en que estuve allá
pasaron varias cosas. Se terminó la URSS, y lo viví como un momento aparatoso y
tremendo, aunque yo no era comunista ni prosoviético —sí estuve en el
Partido Comunista cuando joven, luego me fui y estaba más cercano a la parte de
la izquierda que entendía que en un país como Perú el movimiento campesino era
más importante que el movimiento obrero—. Hasta me tildaron de
trotskista por opinar que Hugo Blanco
tenía razón… Ese remezón me hizo ponerme a revisar absolutamente todo.
Entonces decidí reescribir la historia de Perú con un método
interdisciplinario. Por eso empiezo con Lope de Aguirre, sigo con la colonia, y
luego con los tipos que fueron surgiendo: el hombre ceremonial, el hombre
jerárquico, el festivo, el ilustrado; entré a la Independencia o la Ilustración
a sablazos, al caudillismo o los señores del desorden, y la seguí con la
inteligencia mesiánica —Haya, Mariátegui—, y asuntos que hacen a la
cultura peruana, como la noción de la huachafería, el vals o la alegría sollozante,
sigo con un estudio del primer gobierno de Alan García, otros sobre Vargas
Llosa, Fujimori y Sendero…
—En Perú se percibe como una doble línea
divergente. Por un lado, ha tenido un crecimiento económico sorprendente, por
otro, en el escenario político, puede hablarse de un cierto caos, un eclipse de
los partidos, incluidos los de izquierda, asociaciones electorales que aparecen
y luego se disuelven…
—Ése es, en Perú, el tema central. El desfase entre la
sociedad civil, sus expectativas, su malestar, y la clase política y el Estado.
La sociedad peruana cambió muchísimo, empezando por la migración masiva de los
habitantes de los Andes hacia Lima. A ese fenómeno se le llama la «cholificación», y es algo más complejo que el
mestizaje. Por otro lado, tenemos la economía. Según el economista
Francisco Durand, hay tres economías: la formal, que es la que mira el FMI, que
es falsa por parcial, la informal, que es muy grande, el 60 ó 70 por ciento, y
que no es homogénea porque hoy hay ricos informales, clase media informal y
proletarios informales. Y luego la de la coca. Entonces dos tercios de la
economía del Perú no son medibles. Hay un dinamismo que, o viene de la
informalidad o de la coca: todo el sector de la ceja de selva, por ejemplo,
tiene ciudades pujantes, con enormes hoteles, motos por todos lados. Parece un
país asiático y nadie sabe de dónde viene ese capital. Hay otro progreso que se
puede medir por la cantidad de celulares, de negocios, el tamaño de los supermercados
en las afueras de Lima. El consumo popular ha crecido enormemente. Voy a decir
una herejía: desde Fujimori, Toledo y García, hay 15 años de retorno a la realidad,
esto es, a la economía de mercado, a la inversión extranjera y al progreso de la
macroeconomía.
— ¿Y la
línea de la política?
— Esta sociedad ha producido grandes sorpresas políticas.
Una de ellas fue que un grupo de entre los 30 partidos marxistas leninistas que
había en los años setenta tomó las armas. Y estuvo a punto de ganar la guerra.
— ¿Sendero
Luminoso pudo ganar la guerra?
— Hubo un momento en que el mapeo de lo que controlaba
Sendero era impresionante. Y comenzó a perder la guerra en la sierra por
errores capitales de ellos mismos. Trasladaron al mundo andino —eso se
ve bien en la película La teta asustada—
un tratamiento de universitarios ayacuchanos, elites al fin y al cabo, que
miraban con desdén a los campesinos. La población llegó a detestarlos tanto que
prefirió a los militares, sus enemigos tradicionales. Huyendo de esa batalla en
los Andes muchos senderistas se refugian en la ciudad, y en Lima se dedicaron
básicamente al terror. Abimael Guzmán es tomado prisionero en Lima. Pero
Sendero fue una sorpresa, ya que al principio nadie los tomaba en serio.
— La
segunda sorpresa fueron Vargas Llosa y, sobre todo, Fujimori.
— Se presenta Vargas Llosa de candidato, tiene un éxito
enorme, parece que va a ganar, y aparece Fujimori, un rector de la Agraria. En
Lima todos los intelectuales se conocen, pero a él nadie lo conocía, con esa
especie de mirada despectiva de los intelectuales hacia los técnicos, y con
argumentos muy sencillos le ganó las elecciones a Vargas Llosa. Y este hombre,
ya presidente, decide dar un autogolpe y aplicar el autoritarismo con apoyo
popular, se conchaba con Montesinos y montan algo que nadie podría imaginar:
que el buen chinito se dedicara a pillar a la nación. La siguiente sorpresa es
Toledo, que llega con un malentendido: el pueblo lo ve como uno de ellos por su
aspecto, pero está educado en Stanford. Y luego, quién iba a imaginar el retorno
de Alan García, después del desastre de su primer gobierno.
— Pero Fujimori, o incluso Vargas Llosa,
aparecen gracias a ese eclipse de los partidos.
— Es que la clase política no ha sabido procesar las exigencias de las
nuevas formas, y la forma actual es el movimiento de masas sin partido. Esas
sorpresas fueron creadas por agrupaciones que no son partidos, el único partido
que responde a la definición de tales el APRA, los otros son movimientos:
movimiento fujimorista, que tiene un volumen importante —Keiko, la hija
de Fujimori, salió diputada con una muy buena votación—, el movimiento
toledista, el movimiento humalista. El humalismo casi gana las elecciones de
2006, con un 47 por ciento. Y el toledismo sigue existiendo al punto que se
habla de él como candidato.
— Con un electorado que demuestra, en los
últimos treinta años, que sabe castigar, por el voto.
— Cuando esas masas de movimientos se convierten en
electorado saben castigar. Pero además: ¿por qué es posible para los democratacristianos
trabajar en Chile 20 años con los socialistas, y es absolutamente imposible en
Perú? Si en Perú alguien dentro del núcleo democratacristiano, digamos Lourdes
Flores, trabajara con algo que se parezca a los socialistas, la gente se
echaría a reír. Nadie nunca en Perú dejó un heredero. García no es el heredero
de Toledo, ni Toledo de Fujimori, cada caso es un maremoto, y así no se
construye estabilidad. Y en 2011 no estará García de candidato, solo estará
Humala.
— ¿Cuál
es su opinión sobre Ollanta Humala?
— Me opuse a Humala en las elecciones pasadas, con mis artículos, en la televisión, y recibí amenazas. Si esta vez gana, lo que creo posible, por desgracia, entonces tendré yo problemas. ¿Quién es Ollanta Humala? Es un militar, hoy en retiro. Durante la guerra con Sendero, Humala estuvo en su puesto de combate. Se ha hablado de que cometió «excesos», no se pudo comprobar, o son rumores o los testigos se han inhibido por temor. El caso es que tiene temperamento de caudillo, manda militarmente en su movimiento. ¿Qué no es Humala? No es un político, no es Alfonso Barrantes, que logró montar en los años ochenta una suerte de Frente Amplio. Tampoco es Evo Morales, que sabe lo que es hacer política, viene de la lucha sindical, cocalera, de abajo. Ollanta es un político sin experiencia, confuso, un día ataca, el otro quiere alianzas, supongo que los intelectuales que se le aproximan creen poder manejarlo. Qué error. En torno a Humala hay un magma social compuesto de fuerzas muy distintas. Hay grupos capaces de hacer desbordes, ocupación de carreteras, etcétera. Un grupo de sindicatos muy minoritarios, porque la clase obrera como tal ha retrocedido en número. Gente de las provincias más pobres. En Cusco y Puno es el preferido al 80 ó 90 por ciento, con un justificado resentimiento por el abandono secular de sus problemas por parte del Estado. Y una carga étnica que me parece alarmante, porque lo étnico puede llevar al separatismo, a posturas de terrorismo como las de ETA, como lo que pasó en Irlanda, como lo que destrozó a Yugoslavia. El nacionalismo de Humala rompería lo poco de nación que tiene Perú.
— Hace poco se publicó una carta en la que
conocidos intelectuales le dan su apoyo a Humala.
— Me recuerdan a los hermanos Strasser, el célebre par de
intelectuales alemanes que del
comunismo se pasaron a Hitler porque les pareció mejor esa opción de «izquierda
nacional». Hay quienes creen que para
ser hitleriano se necesita ser blanco, ario, rubio. El fascismo es un síndrome
autoritario al alcance de todos, y nace de la desesperación de las masas, de
masas sin partidos, que funcionan a partir de la rabia y la impaciencia y que
van detrás de un líder en una sociedad desarticulada. Para mí eso es la
Alemania de los años treinta.
—
Ollanta sería la versión actual de los caudillos carismáticos.
— Es un líder carismático para el pueblo: habla mal, el
pueblo también, es agresivo, el pueblo es agresivo porque el nivel de violencia
intersocial en Perú es muy grande, y eso conduce a un tipo de salida con un
presidente apoyado en un conglomerado muy difícil de manejar. ¿Qué puede pasar
con un presidente que llega al poder aluvionalmente? ¿Acudirá a sus reflejos y
como buen militar será autoritario? Y el síndrome del caudillo autoritario no
es nuevo, movimientos populares nacionalistas ya ha habido en el pasado, el
general Sánchez Cerro en los años treinta, que se enfrentó a los apristas revolucionarios
y los derrotó. Luego Odría, dictador, tuvo apoyo popular. Siempre ha habido una
derecha popular. No todo lo que se apoya en o representa a la masa lleva consigo la razón. La masa no es la
clase. Ese aspecto, lo volk, lo tuvo
Hitler, que llegó mediante las urnas y la propaganda. Lo tuvo Franco, que murió
en olor de popularidad. Y lo tuvo Pinochet, un 40 por ciento en el referéndum
que perdió, ¡después de 17 años de dictadura! Y en Perú lo tuvo Alberto
Fujimori, en 1993, después de su autogolpe: cuando hizo consultar su
Constitución, los peruanos le dieron 70 por ciento de aprobación.
— Antes
habló también de una objeción de tipo patriótico.
— Es que no me quiero quedar sin país. El año pasado di una
conferencia en Chile y un joven de la audiencia me preguntó si después de 2011
Chile va a limitar por el norte, no con Tacna y Moquegua, sino con Chávez.
Quiere decir que se lee en Chile que la victoria de Humala sería la victoria
del chavismo. Chávez necesita esa victoria. Evo Morales cada día está más
autónomo y está administrando bien. Cuanto mejor administre, menos necesita de
Chávez. Ecuador es un país bloqueado, en Uruguay no parece que la postura de
Mujica sea entrar en la ALBA, entonces, ¿con qué se queda Chávez? Necesita a
Perú. Humala dice que no tiene nada que ver con Chávez, lo ha repetido en
Europa, pero allá se sabe por dónde llegan los apoyos y los dineros. El progreso
económico de estos últimos años y la trabajosa democracia volverían a cero.
— Lo que
lleva a que tampoco tiene la menor idea favorable sobre Chávez.
— Chávez ejemplifica uno de los regímenes híbridos que
estoy estudiando en América Latina: el que tiene prácticas autoritarias pero
con una base democrática. No puedo decir que el gobierno de Chávez no sea
democrático. Hay elecciones, el pueblo lo quiere, tiene legitimidad
democrática. Pero tiene prácticas autoritarias: cierra canales de televisión,
arrincona a los alcaldes, les hace procesos. Existe lo contrario: regímenes
autoritarios con prácticas democráticas, los chinos por ejemplo, que están practicando
democracia en las aldeas a base de elecciones de los dirigentes del Partido Comunista,
elecciones parciales probando a ver qué pasa.
— Sin embargo, usted tiene una evaluación positiva del
régimen de Velasco Alvarado (1968-1975), un régimen militar.
— Si no hubiéramos hecho la reforma agraria con Velasco,
Sendero hubiera ganado la guerra. Eso
que llamamos «la colonialidad», los mecanismos de dominación sobre los cholos,
los indios, que trabajaban gratis para el hacendado, se prolongan hasta Velasco,
y recién con él se produce la ruptura con la colonia. Se transformó al pequeño
campesino en propietario, y recién con eso entramos a la modernidad. Por eso
cuando Humala, con gran sentido político, va a Cusco y dice el nombre de Velasco,
lo aplauden. Porque las tierras en que están parados son las tierras que les dio
el velasquismo.
— Pero
hay evaluaciones negativas sobre la reforma agraria velasquista.
— Que hubo formas cooperativas que no funcionaron, cierto,
que las rompieron después en los ochenta y las parcelaron, también, pero el
antiguo régimen quedó quebrado. Llegó la modernidad, y la modernidad es el conflicto,
es lucha de clases con democracia. Mira, yo no voy al pueblo, vengo del pueblo,
he tenido una vida muy dura, y por eso escribí Huillca y por eso sé que hoy no hay más indios, hay campesinos. Les
falta dinero, les faltan técnicos, son pobres, pero antes no eran más que
siervos. Eso se acabó, y se acabó sin sangre. He vuelto a publicar un libro en
el que explico por qué se enterraron las haciendas, el levantamiento en el
Cusco, que fue el más vasto terremoto social que hubo en la historia de Perú. Velasco
pone de jure lo que ya era de facto: que los campesinos fueran
propietarios de las tierras. El Perú moderno lo fundan Saturnino Huillca y Hugo
Blanco. Él no hizo guerrilla, hizo toma de tierras. La movilización de masas
fue con la astucia del pobre, y ganaron. Junto con la huelga de 1918 por las
ocho horas, este triunfo es la conquista popular más importante de Perú. El
campesino es pobre, pero es libre. Está trabajando, pidiendo créditos, armando
su mercado. Pero como no lo están atendiendo, va a votar con rabia.
— ¿Cuál
debería ser la tarea prioritaria de quien gane las elecciones en 2011?
— En Perú resulta fundamental construir ciudadanos. Tenemos república sin republicanos, democracia sin demócratas. El Estado no existe, pero no es que la gente lo reclame. Es el país más antiestatista que se pueda pedir. Las sociedades que se han movido hacia la modernidad son las que tienen una institucionalidad, y no es el caso peruano. Lo que lleva a la modernidad no son las computadoras ni las carreteras sino la clase política, las carreras profesionales en la administración pública, leyes que se cumplan y rigor en exigir su cumplimiento, esté quien esté en el poder. Solo bajo ese supuesto los gobernados admitirán a los gobernantes, pero si las clases gobernantes llegan al poder para enriquecerse y faltar a las leyes entonces tienes una insurrección permanente, un descrédito de la política. Necesitamos Estado, y en eso tenemos por lo menos un retraso de un siglo
El desprestigio de la democracia
— La
desilusión de los peruanos con la
democracia es un malestar muy generalizado. En el Barómetro latinoamericano,
esa decepción en Perú llega a más del 60 por ciento. Una de sus causas, muy
fuerte, son los escándalos, acaso tanto como el retardo en vencer la pobreza. Por ejemplo, el que llaman los
«petroaudios», el «petrogate» en
Lima. ¿Qué es eso? Una fuente desconocida captó las conversaciones de
Fortunato Canaan, un lobbista dominicano, con altos funcionarios y ministros. Alguien
los escuchó, los grabó y llevó los audios a la televisión. ¿Espionaje
industrial, militar o político? No sabemos, pero lo que es cierto es que el
objetivo de esos conciliábulos era el reparto bajo la mesa de lotes petroleros
en la Amazonía. Por cierto, lotes miríficos. El asunto involucró a Alberto
Quimper, entonces director de Perupetro, la entidad estatal para el petróleo, y
a un lobbista peruano, ex ministro aprista, Rómulo León Alegría. Ambos, Quimper
y Rómulo, están hoy en prisión, pero el escándalo fue mayúsculo. Para colmo, me
acabo de enterar de que se acaba de indultar a un hombre de negocios,
Crousillat, que vendiera la línea editorial de América TV por 619 mil dólares a
Montesinos, cuando Fujimori. El gobierno ha dado marcha atrás en el indulto,
pero el daño político y moral de estos escándalos es terrible. Ya sabemos: en
ciencias políticas, los sentimientos colectivos se vuelven, fundados o no, en
conductas. En el presente caso, pueden provocar una regresión autoritaria en
las urnas. Nos daría como resultado la victoria de Ollanta Humala. En forma
parecida llega Hugo Chávez al poder. Por desprestigio de las opciones demócratas.
Cuando los pueblos se ponen ellos mismos cadenas, hay que decir qué lleva a
eso. No basta una condena moral, hay que explicar. Lo que intentaré en un libro quese llamará «La república del Weimar»,
porque lo que se viene es medio nazi, por su confusión entre protesta,
enojo de masas, nacionalismo, lenguaje de izquierda y comportamientos
autoritarios.
*Publicado en el diario Brecha, Montevideo, 31 de marzo de 2010, pp. 27-28.
Eduardo
González Viaña está de regreso. Y quedamos en vernos pero tuvo la gentileza de
dejarme su último libro en el Instituto donde trabajo. Un libro consagrado a
Ramón Castilla. Eduardo, profesor de literatura y novelista, cuando regresa al
Perú suele venir con un libro suyo bajo el brazo, si es que no varios. El caso
es que le eché un vistazo, y no pude parar de leerlo hasta terminar en la
madrugada del día siguiente. ¡Qué placer! Sin desmerecer sus anteriores novelas,
cuentos y relatos, esta es una «summa» de sistemas estilísticos¡!
Para
comenzar mi modesto comentario (no soy un especialista en literatura de
narraciones, más bien a ratos el ensayo), espero que me perdone el autor y el
amable lector, pero hay algo que hacemos para saber por dónde va una narrativa.
En la novela, es sabido que todo se juega en la primera frase. Pongamos un
ejemplo con la novela más leída y popular de la literatura hispanoamericana: Cien años de soledad. Se inicia de esta
manera: «Muchos años después, frente al
pelotón de fusilamiento, el coronel Aurelio Buendía había de recordar aquella
tarde remota en que su padre lo llevó a conocer el hielo». Si la memoria no
me traiciona, lo que sigue es la mención de Macondo. En unas frases, ya tiene
usted los tiempos difíciles, los Buendía, Macondo, y el encanto de descubrir el
hielo, sobre todo en un país más bien cálido. Cuando digo todo, es lo real —las
guerras intestinas— y a la vez, el sistema de magia literaria de la que nos
ocuparemos más adelante.
¿Y
cómo se inicia el reciente libro de Eduardo González Viaña, para abordar la
vida de Ramón Castilla desde el inicio, desde el saque, como dirían en fútbol?
Con lo siguiente: Los ojos cerrados
y la cabeza inclinada, Ramón Castilla era un difunto, pero su caballo
continuaba trotando». Esta frase está para diversos sentidos. Por una
parte, Castilla, realmente, fue desde sus inicios como soldado al lado de los
españoles, un hombre de a caballo. (Hasta que un día se da cuenta que su patria
no era España.) Por otra parte, desde lo imaginario, el personaje Castilla
muere y no muere. Se refiere González Viaña a hechos históricos, los soldados y
partidarios lo esperaban en Arequipa, para levantarse contra Vivanco. Mientras
en Tarapacá se callaba su muerte. Entonces, ¿la imaginación del pueblo y del
autor? Nada de eso, González Viaña, de la misma manera como ha introducido la
magia literaria en este libro de diversas modalidades, tiene la prudencia de lo
real, e introduce, textos históricos, bien separados, porque van encursiva.
En la página 45, por ejemplo: «En 1843, gobernaba el Perú el general Manuel
Ignacio de Vivanco, su mayor rival
político», etc. ¿Magia e historia? Algo más complejo, esa narración atrae y
fascina.
¿Qué
es este libro? Me preguntaba antes de leerlo qué episodio de la vida de Castilla
lo llevaría a la literatura, o viceversa. Si cuando Pezuela le da de alta para
formar parte de los Dragones del Perú, o
cuando más tarde se distancia de Bolívar, o cuando fue prefecto de Tarapacá, su
lugar de nacimiento. O qué hizo en su primer gobierno en 1845. O cuando derrota
a Vivanco en el Carmen Alto en Arequipa. O cuando lo exilian y lo envían a
Europa. Pues bien, nada de eso, gracias al cielo. Todo eso está en los libros
de historia. Seamos claro, el novelista ha decidido no contar la historia de un
hombre, sino como se construye desde su temeraria juventud. O más claramente,
cómo Castilla se vuelve Castilla. Una aventura, un viaje. Y entonces, un hombre
excepcional.
Lo central de esta narrativa, es el joven Castilla. El hecho es que hasta nuestros días, no había sido tratado a fondo. Mire bien, el amable lector, este periplo: «Atraviesa la Amazonía, recorre 11 mil kilómetros del bosque más feroz del planeta. Se traslada a pie, en canoa, a mula y a caballo. Lo atacaron las fiebres. Fue apresado. Encontró en los caminos serpientes y boas, hormigas gigantes, arañas carniceras y sanguinarios cazadores de negros y de indios». Tenía 21 años, y nada lo detuvo. Pertenecía al ejército español desde sus 15 años, y estaba caminando hacia el Perú para volver a juntarse con sus compañeros. A pesar de todo, un día cambió de idea. El joven soldado realista se convertiría después —atravesado por una lanza— en patriota y en héroe de la batalla de Ayacucho. Más tarde, como presidente, «firmaría el decreto de abolición del tributo indígena y de la esclavitud». Contraportada.
Si
esto es así, quiere decir que cada página, cada lugar, ha exigido una
investigación minuciosa y monumental. Recorrieron ciudades, ¡y «culturas»! Se
imaginan lo que vieron en Buenos Aires, en Río de Janeiro, y pasar la selva y
las cordilleras para llegar a Santa Cruz. Eran dos jóvenes, Ramón Castilla y
Fernando Cacho, teniente coronel en 1818, al servicio de España, con quien
atraviesa el Desaguero. No es una fantasía, en el Diccionario histórico-biográfico de Milla Batres, aparece ese personaje
al lado de Castilla. En el viaje y en el libro, aparecen los bandeirantes —los comerciantes de esclavos— y curanderos y
chamanes, encuentran insurrectos y no insurrectos, hablan con unas amazonas,
juegan póker con un panará —un indio de una tribu amazónica— que está muerto
pero juega el póker. Un capítulo habla de árboles, hombres y mujeres y niños
oscuros. Les explican adonde van los ríos cuando mueren. El virtuosísimo González
Viaña recurre al feed back, pero
también a saltos, skip forward. En
esta novela a la vez real e imaginada, la estructura la llamaríamos «polídrica»
en el léxico de los literatos, quiere decir «mecanismos narrativos de fases
diversas».
Volviendo
a Gabriel García Márquez, a su «sistema de círculos mágicos» (según
Oviedo), merece que se le compare con los de Eduardo González Viaña porque me
parece que va más lejos. En Cien años de
soledad, una familia, los Buendía, un clan familiar. En la novela que
comentamos, es un personaje que porta sobre sus espaldas el emblema de unos hombres
y su tiempo, los caudillos peruanos en los inicios del siglo XIX. Si Macondo es
una aldea, la Amazonía es un continente. A nivel mundial, me parece que esta
obra se aproxima a La montaña mágica de
Thomas Mann, por los manejos deltiempo. Zeitroman. Lo de Eduardo, como no tiene
comienzo del todo, tampoco se acaba. Porque según el caballo y sus soldados,
Ramón Castilla no muere nunca. A propósito, La
Ilíada, teóricamente es la narrativa del largo sitio de Troya (diez años),
arranca en el último año tras un debate entre reyes y marineros, hartos de
batirse. Vence, como sabemos Ulises, no la espada sino la astucia: el Caballo
de Troya que lleva ocultos en el vientre los guerreros aqueos que abrirán en la
medianoche las inexpugnables murallas de los troyanos.
Bravo
Eduardo. Tu libro va a tener un éxito enorme. Es el arte entero de cómo se
novela. Y me tinca que acaso inconscientemente, te remites a las audacias de
los posmodernistas —o sea, Valdelomar y Eguren— en los sutiles juegos de tu viaje
introspectivo con Ramón Castilla. Me animo, pues, a decir que por su estructura
asimétrica, esta novela escapa a los marcos o límites realistas o imaginarios,
que resultan esta vez, desbordados. Viene a tiempo. «Los grandes supuestos han
caído y sólo es posible escribir desde las incertidumbres propias de estar
haciéndolo en tiempos difíciles» (Oviedo, tomo IV, página 403).