Plagas como ensayo de Apocalípsis

Written By: Hugo Neira - May• 03•20

Si esto fuese una conferencia o una de mis clases, entonces rogaría a los presentes ponerse de pie y guardar silencio unos minutos, por aquellos que se están muriendo y peor acaso, los desamparados que no tienen ni para comer. Nuestra generación y niños y jóvenes, no olvidarán jamás este ensayo inesperado de Apocalípsis. Vivimos en este instante ante el azar de la vida y la fuerza de la naturaleza. Éramos cándidos al creer que las plagas eran cosa del pasado, inmersos y enceguecidos por el consumismo y el mito de nuestro tiempo, el crecimiento económico sin límites. Salvo que inventemos ahora mismo otras formas de producir y de vivir. Creo que estamos en lo que se llama el fin de una era. El historiador Braudel, que modificó los estudios de historia con el concepto del «tiempo largo» (longue durée), decía que el gran enemigo del mercado no era el Estado sino el capitalismo. «Lejos de ver la zona de la oferta y la demanda, el capitalismo es la zona del poder y la astucia». ¿Y no es eso acaso, las multinacionales?

Con quien dirige esta publicación —mi muy querido amigo—, conversando por teléfono, hemos quedado en que me ocupe de la nación, el Estado, el Bicentenario, la situación actual. Ante ese abanico de temáticas, comenzaré, pues, por la situación actual. Es decir, del 2001 hasta la fecha.

Un editor arequipeño, para una quinta edición del Bicentenario de Hacia la tercera mitad, me pidió un capítulo sobre ese trecho de nuestra historia contemporánea que es el Perú en los inicios del siglo XXI. Tenía razón, es libro de 709 páginas, cubre nuestra historia (social) desde la conquista hasta la fecha, pero se detiene en los años noventa.1 ¿Y sabe usted, estimado lector, qué título tiene ese ensayo que hemos añadido? Se titula: «Perú siglo XXI: la prosperidad del vicio».

https://www.bloghugoneira.com/wp-content/uploads/2019/09/Peru%CC%81-s-XXI.La-prosperidad-del-vicio-fragmento.pdf

Sin duda es un oxímoron, o sea, un recurso literario que consiste en usar dos conceptos de signo contrario. Por ejemplo, un sol negro. Es decir, un absurdo. Pues bien, eso es la sociedad peruana. Un crecimiento económico, por una parte. El producto interno bruto crece a un 4,2% en un caso, y a 7,2% entre 2006 y 2011. Y la pobreza había disminuido, de un 54,3% pasa a cerca de 20%. Pero el desafecto político no dejó también de crecer. Con lo cual se prueba que la economía no lo es todo. Hay brechas entre ricos, clases medias y clases populares, cada vez más grandes. Por otra parte, las instituciones como el Parlamento resultan cortas para el deseo de participación. Además, el sistema actual de descentralización es un fiasco. Han aparecido oligarquías provincianas.

¿El desencanto lo origina la corrupción? Sí y no. Ya existía mucho antes que explotara el polvorín de escándalos de Odebrecht, en los días de Toledo. ¿Exceso de promesas? ¿Excesivas ilusiones de los votantes? Lo cierto, es que las élites son despreciadas y odiadas por la masa del pueblo. ¿Qué pasa, entonces, cuando una sociedad tiene una jerarquía social y económica que no es respetada? En la prosperidad de otras sociedades capitalistas hay otra racionalidad que influye, no solo el dinero sino la conciencia de la gente. De lo contrario, el incremento de la riqueza en el desorden lleva la sociedad a autodestruirse. El desden de la virtud, eso es lo que nos estaba pasando antes del Covid-19.

2. En cuanto al Estado, debido a la crisis comenzamos a tenerlo. El Estado en el Perú ha sido y sigue siendo un archipiélago. El MEF, el BCR con Julio Velarde, director, en cuatro etapas presidenciales. De alguna manera, Relaciones Exteriores, las Fuerzas Armadas, la SUNAT. Islas de modernidad y paramos de contar. En cambio, para llegar a los ministerios no se usa el concurso público que es regla en otras naciones. Nada de esto ocurre en el Perú. Permanece el sistema del favor, el amiguismo, o los puestos como botín del partido que gane. Entonces es imposible tener una burocracia profesional. Una carrera de por vida. El sistema actual, tiene el vicio de la improvisación y además, la inestabilidad. Los presidentes cambian ministros y directores como quien se cambia de camisa. En el Perú se dan cuenta de la necesidad del Estado en los momentos de crisis.  Ahora bien, en otros países  vecinos,  se tiene una opinión positiva para esa institución. «El Estado es la institución que propicia el desarrollo y la integración en la Europa del siglo XIX y XX». La cita que acabo de hacer viene de un profesor mexicano, Arturo González Costo. En efecto, existe una tecnicidad de la gestión pública, tan importante como la que se necesita en la empresa privada. Pero es raro que se acepte el mercado y el Estado en la mentalidad peruana de estos días.

3. Si no tenemos Estado, no podemos tener Nación. «Las naciones latinoamericanas fueron creadas después de la Independencia y no antes». ¿Quién dice eso? Nada menos que una de las más despejadas cabezas de este continente, Octavio Paz. Entonces, nuestra historia es el envés del proceso europeo. Allá, la nación precede al Estado moderno. En América Latina, era la República y sus instituciones que tenían que reunir a los pueblos, pero no es eso lo que ha ocurrido. En México, fue la revolución de 1910 que liquida una capa social dominante. No es el caso del Perú.

¿Qué tuvimos después de la Independencia? La aristocracia colonial peruana eran mineros, gente de títulos y blasones, pero no una clase ilustrada como para ser estadistas. Así, a la revolución de la Independencia la sigue la guerra de los caudillos. «Hubo un vacío de poder», señala Jorge Basadre. No hubo ni nobleza ni burguesía, sino una de esas agrupaciones raras, a la peruana, «sólidos grupos plutocráticos» (Basadre). Gente que se enriquece con el guano, la apropiación violenta de tierras en la región serrana, de ahí, al gamonalismo (que solo desaparece en 1969). Para elegir al Presidente bastaban 3 mil o 4 mil votos en todo el país, conseguidos tras elecciones censitarias, es decir, por padrones para notables locales. Los analfabetos e indios, no votaban. «República hubo, para unos cuantos» (César Gamboa, «Los filtros electorales», 2005). Hablando claramente, no hubo sufragio universal hasta 1931.

He estudiado la formación de las naciones europeas —Francia, Inglaterra, Alemania— y luego, en la misma obra, México y Japón. La nación en Asia y Europa llevó siglos para que se volviera algo real y a la vez emocional. Pero en nuestro continente, ¿hubo acaso alguna nación emergente? Sí la hubo. Es la Argentina de inmigrantes de 1860 a 1930, y el gran instrumento fue la educación estatal. No se nacía argentino, se aprendía a serlo, con el retrato de San Martín y la bandera blanquiazul en las salas de clases. A fines del siglo XIX, el Japón de los Meiji. Una dinastía inteligente que decidió romper su aislamiento, abrirse al mundo enviando a miles de jóvenes a estudiar en el extranjero. Desde el poder imperial, fabricaron un pueblo-nación.

4. La República no tiene pues, dos siglos. Las capas sociales dominantes en el siglo XIX, no hicieron sino prolongar las formas de vida y de ocio propias a los criollos del periodo virreinal. Pocos historiadores reparan en ese estilo de vida. Menos mal que contamos con el testimonio del alemán Tschudi. Lo que ve: «eran comodones, no gustan del trabajo y si se ven obligados a escoger una actividad para ganarse la vida, de preferencia una tienda, que no les cueste mucho esfuerzo y les brinde la oportunidad de conversar con sus vecinos y fumar tranquilamente sus cigarros». Y añade: «los criollos son jugadores apasionados» (Testimonio del Perú, p. 105). Al otro lado del océano, en esos años, había arrancado la revolución industrial que cambiaría el mundo.

5. ¿La democracia? Como se puede decir que somos demócratas sino no tenemos demos? Era un concepto que usaba José Carlos Mariátegui. El  demos de los griegos era una población de ciudadanos organizados. Lo esencial en la democracia era el derecho del ciudadano para ocuparse de la vida pública. Para lo cual discutían, se reunían en asambleas, resolvían las diferencias con el voto. Los atenienses tenían una idea fundadora, la isonomia, en griego, igualdad.

Ahora bien, pregunto, ¿aspiramos los peruanos a ser iguales? ¿Realmente? Me atrevo a decir que los peruanos tienen una tendencia a la jerarquía, un tanto como algunas sociedades asiáticas. Sin embargo, esa mentalidad ha desaparecido en la sociedad mexicana. Lo cierto es que ningún mexicano de nuestros días se reclama azteca. Y menos todavía, español. Pero en el Perú, no han desaparecido ciertas nostalgias, que no son precisamente igualitarias. Hay blancos que todavía se consideran descendientes de los conquistadores. Y en cuanto a los de origen indígena y mestizo, se reclaman descendientes de algún inca. La herida de la Conquista en el XVI, permanece y alimenta la pugna secreta entre culturas. Arguedas es un ejemplo de fusiones, pero es un caso excepcional. No hay un alma nacional sino varias. Pero lo que me inquieta es la inclinación al «pensamiento mágico». La fuga de lo real tras una utopía.

Incluso afecta a la inteligencia universitaria. Para un libro de pensadores peruanos he leído íntegramente a Alberto Flores Galindo.2 Me han impresionado sus ensayos y visiones. Sin embargo algo le reprocho, y es que el autor de Tiempo de plagas, lúcido libro, toma en serio el mito del Inkarri y abraza apasionadamente la «utopía andina». Iván Degregori, excepcional antropólogo, le toma el pelo, ante su libro Buscando un Inca, diciéndole que los «indios de hoy, no esperan un Inca sino un omnibus».

Dos errores enormes. La educación que perdimos, aquella que se dictaba en las Grandes Unidades Escolares, simplemente, era clásica y eficaz, era la transmisión de conocimientos, con asignaturas de lógica, gramática, historia del Perú y del mundo, geografía, ciencias naturales. Esas enseñanzas permitían aprender a razonar, comprender, y se aprendía a organizar las ideas y  al menos saber  escribir un paper. Eso ha desaparecido. Hoy buscan «habilidades». Ese pretexto para no iniciar, en las capas sociales bajas, la ambición del conocimiento. Se ha hecho estatalmente el peor de los ahorros, el de «la economía del saber». Y luego, los últimos en las pruebas PISA.

6. El otro error, es que han deshistorizado a generaciones enteras. Por ello, pregunto, ¿cuál es el periodo histórico más largo en la historia del Perú? No es el de los Incas, según María Rostworowski, solo hubo Imperio Inca desde Pachacútec. O sea, dos siglos antes de la llegada de Pizarro. Y en cuanto a la República, apenas dos siglos. El periodo más prolongado es el virreinato. No lo conocemos. Como tuvo vicios tuvo virtudes. Cuando en México se preguntan cuándo se establecen principios democráticos, la respuesta es «en primer término, los españoles, ayuntamientos, audiencias, visitadores, juicios de residencia y otras formas de autogobierno». ¿Quién dice eso? Una vez más, Octavio Paz.

7. ¿Qué nos hunde? El colapso masivo de la cultura peruana, después que tuvimos una generación excepcional, en los 70: Cotler, Matos Mar, Quijano, Portocarrero, Flores Galindo. Hoy no hay analfabetos pero sí iletrados, los que no abren nunca un libro. ¿Qué nos hunde? La renuncia al saber desinteresado. La inclinación a la intolerancia. El tren de vida en un país que apenas vive del canon minero. El excesivo culto al consumismo. Baudrillard, años atrás, sostuvo que «el consumo en su insistencia tiene poco que ver con la satisfacción de necesidades». La cultura del consumo no sería sino «un código para incluirse en el sistema global de dominación». Lo dijo en 1970. Esperemos que después de esta crisis, seamos un tanto más razonables y apreciemos la salud y no los gastos  de la cultura de la apariencia.

Después del Covid-19 las ideas van a cambiar enormemente. Dicho esto, el confinamiento o cuarentena, no soporta unas semanas más. Sería conveniente abrir por unos meses, restaurantes populares.   

1 Hacia la Tercera Mitad, Perú, XVI-XXI. Ensayos de relectura herética, quinta edición, El Lector, Arequipa, 2019.

2 Dos siglos de pensamiento de peruanos. Por publicarse, Universidad Ricardo Palma.

Publicado en El Reporte N°1, edición de abril de 2020

Déjame que te cuente… peruano

Written By: Hugo Neira - Abr• 27•20

Ocurre que hastiado del ir y venir de la marcha del coronavirus en mi país y en el mundo entero, recurro a algo que aprendí de niño, el asueto. Mi primaria la hice en una escuela estatal situada en la avenida Militar, a un paso de la plaza principal del distrito plebeyo de Lince, a 10 cuadras de la casa de mis abuelas en la que crecí, y que los hacía a pie. Lima no era todavía una ciudad peligrosa. En esa escuela fiscal la pedagogía de entonces era estupenda. Sin excederse en las horas de clase, las maestras —todas muy bien formadas— nos soltaban en un canchón donde corríamos, armábamos breves equipos de fútbol. Asueto, recreo, pausa, con algo de festividad. Pero también a menudo nos trompeábamos. Era el otro lado de la moneda, el lado oscuro de la condición humana. A veces la fraternidad pero también odios gratuitos, y a esa edad, aprendíamos lo que más tarde leo en un filósofo antiguo, vivere militare est. Seneca, la vida es combate.    

Me voy a ocupar de Chabuca Granda, que fue y es algo más que una célebre cantautora. Lo hago para mis lectores pero también para dos personas. Renzo Bambarén, periodista, habíamos quedado en un encuentro, pero el hombre propone, Dios dispone y el Covid-19 y la cuarentena, todo lo descompone. Me iba a pedir algo más que cercano a ella, acaso porque se sabe que la autora de «La flor de la canela» tuvo una vinculación con la generación de los 60 y 70 en la que me incluyo, junto a poetas, escritores, políticos e intelectuales muy jóvenes. La otra persona es nada menos que Eduardo González Viaña. Sé que ha estado enfermo, y gracias al cielo, está sano. Y recuerdo que me había dicho que, después de El largo camino de Castilla, se iba a ocupar de Chabuca. Si eso es así, entonces, como ha hecho girar la historia del Perú del XIX en torno a Castilla, Eduardo hará tornar la cultura peruana a partir del valor simbólico de esa mujer que renueva el vals y deja varios signos que todavía esperan su semiología. Barthes, nos habría dicho que contribuyó a un uso social que podía incluir no solo la música, sino un sistema de significaciones. Si no ha leído El imperio de los signos, se pierde el amigo lector uno de esos textos que nos enseñan el significado y las consecuencias de las «representaciones» de libros, música y vida social y política.

Para ello, hay que deshacernos de algunos prejuicios. No nace en Lima. Cotabambas, cercano a Abancay. Padre minero. Y a los 3 años, su familia se muda a Lima. Se hizo limeña, Colegio Sagrados Corazones Belén. Y crece en Barranco. No era de las clases ricas y distantes del resto. Venía de una familia modesta, trabajaba como secretaria sin por ello descuidar su afición juvenil a la música. Cuando se casa es con un brasileño, Demetrio Fuller de Costa, y sabemos poco de quién era, con toda seguridad no era uno de esos «caballeros de fina estampa», hacendados que lucen en sus canciones. Tuvieron tres hijos y se divorciaron. Hay nietos, que se ocupan de su obra. No es cierto, pues, que su vals era el acto de dominación de los de arriba hacia los de abajo. La anticipa la guardia vieja, el vals desde Covarrubias, Ayarza y Felipe Pinglo y Baluarte, eran la voz melancólica que cantaba los dolores y desolaciones del pueblo criollo. Chabuca es paralela a los Morochucos, de «estrellita del Sur», o a los Embajadores Criollos. El vals peruano es extenso. Una cultura musical criolla bien situada, pero Chabuca no la rompe, la completa. En ella no había melancolía sino alegría.

Chabuca Granda era una persona de clase y a la vez sencilla. Su música llega a los 8 álbumes, pero todo se inicia con «La flor de la canela», en los años 50. ¿Pero quién era esa persona que «perfuma el recuerdo» y que se pone «jazmines en el pelo y rosas en la cara» y «airosa caminaba derramando lisura». Pues bien, se sabe que era Victoria Ángulo, «una elegante mujer afroperuana de unos 50 años» (Carlos Dávalos, en Público). No es pues, un personaje producto de la ficción literaria como el Santiago Zavala de Conversaciones en La Catedral, el de “en qué momento se jodió el Perú”. Ni el Julius de Bryce, acaso en su mejor novela. No dejo de leerla. El personaje de «Flor de la canela», resulta ser persona de carne y hueso, trabajaba en la Botica Francesa, en el jirón de la Unión, y se hicieron amigas. En efecto, la morena iba del Centro de Lima al Rímac, y cruzaba un Puente de palo de esa época. Pero hay algo más.

Chabuca, sin ser del todo parte de las grandes familias, por lo visto frecuentaba las actividades culturales de la Lima de la mitad del siglo XX. Y asiste a una conferencia del historiador Raúl Porras Barrenechea, titulado, El Río, el Puente y la Alameda en 1953. Lo que sigue es algo que no se toma en cuenta, pero que yo lo sé porque tanto Porras como Chabuca misma, me lo contaron. Ella se acercó a Porras, con la familiaridad propia a las clases ilustradas de esa Lima. Le lee el poema de «La flor de la canela», y Porras le pregunta si practica algo de música. Chabuca le dice que sí, más bien cantar, pero no sabe escribir música. Porras le dice, como un profesor que orienta a un candidato a doctor, «si no escribe música por ahora, busque un músico y aprenda». Y eso es lo que hizo Chabuca, otro acto de humildad, se hizo de amigos, artistas, guitarristas, tríos como Los Troveros Criollos. Estoy diciendo que se llevaba muy bien con la gente del pueblo. Uno de sus primeros álbumes se hizo en 1962. Entonces, nace el vals de Chabuca Granda. Y del letrismo poético, Porras la orienta a algo más poderoso que lo escrito. La música.

El éxito fue inmediato y alucinante. Gustó a los de arriba, gustó a los de abajo. Acaso porque hizo algo que es raro en el Perú. Juntar emociones de lo popular y de las capas educadas. (Ya lo quisiera más de un político). La letra de sus canciones, envolvía la gente que conocía, «José Antonio», y a la vez,  al guerrillero Javier Heraud, muerto en 1963, a los 21 años. Fue entonces que César Hildebrandt dijo: «Chabuca se izquierdiza, se sitúa en la orilla de la sensibilidad social, en la orilla de la culpa». ¿Cuál culpa? Cuál va a ser, la oligarquía antes de Velasco. Es tiempo de decir que ese mito peruano —bastante torpe y malvado— que Chabuca cantaba a una Lima «señorial, tradicional», no es así. Esa Lima era ya un ensueño, un pasado. Más bien en sus poemas, los zaguanes, las callecitas, Lima de los 50. Chabuca Granda no es un Ricardo Palma musical. Su mundo era lo inmediato. Pero no alcanza a ver las transformaciones que trajo consigo la migración andina. Lo de Cholo soy, no me compadezcas de Luis Abanto Morales, no es solo una canción sino un manifiesto.

Hay algo más. Otra fase de su creación, música con zapateados y cajones afros. Y en lo que concierne al sexo y el amor, su confesión. «Cardo y ceniza», Como será mi piel ante tu piel. Eso de hablar de su cuerpo una peruana, acaso solo Carmen Ollé. «Dejé de tener himen como de tener amígdalas en una operación». En fin, Chabuca Granda usaba un metalenguaje (Ver Barthes). Su vals vincula el cajón de los negros y la música de alto nivel. Fue nuestro Piazolla, el argentino que elevó el tango para conciertos. El de ella atraviesa las fronteras y se vende por millones. Para el mundo, es la peruana del siglo XX. Para nosotros —qué casualidad—, en la pésima tele, ¿por qué la Chola se llama Chabuca? ¿Y preguntamos cuándo se jodió el Perú? Ya estábamos bastante jodidos, pero con la actual calamidad de la cultura masificada que no eleva sino aplana, rebaja y disminuye, la decadencia se hace cada vez más visible.  

Publicado en El Montonero., 27 de abril de 2020

https://elmontonero.pe/columnas/dejame-que-te-cuente-peruano

Covid-19. ¿Quedarse en casa o consigo mismo?

Written By: Hugo Neira - Abr• 20•20

En un 17 de abril, la misma fecha en que escribo esta nota, hace un año, Alan García prefirió la muerte a la humillación.

Confinamiento, crisis sanitaria, pruebas moleculares y rápidas, cifras cotidianas de infectados y fallecidos, sanciones a los que no obedecen, ¿habría algún otro suceso más importante? No  será precisamente si hay elecciones el 2021, como insiste Tuesta. Me parece ese tema un tanto extemporáneo en un país en que se está pensando en más hospitales y cementerios, y meditando los padres de familia, si es un riesgo enviar a los niños a las escuelas. Y entre tanto, pobladores se echan a pie el retorno de Lima a Huancavelica, Huancayo y Huánuco. Eran unos 500, menos mal que militares o policías los subieron al omnibus, no sin dejar de examinarlos. Había dos de ellos ya con contagio. Por lo demás, no dejo de ver la conferencia del presidente Vizcarra, lo que no quita que escuché a Milagros Leiva, en Willax, entrevistando al exdirector del Instituto Nacional de Salud, Ernesto Bustamante, quien cuestiona el uso de las pruebas rápidas. O sea, pone en cuestión la data actual. Tiempo de incertidumbre. ¿La famosa curva de contagios se quedará en una progresión aritmética —como parece que ocurre en otros países— o se volverá exponencial? Y una mayoría de peruanos aceptan lo inevitable, el «quédate en casa», pero ignoramos en que consiste ese «lunes 27 de abril que inicia la liberación de las actividades» (¿?).

En artículos anteriores en El Montonero, me ocupé del problema de la desobediencia. Y que la pandemia era algo más que eso. Algo que nunca ha ocurrido al incluir la humanidad entera. Sin embargo, me atreví a recoger la opinión de Guy Sorman en el ABC de Madrid, diciendo que también era «el virus de la desglobalización». Pues bien, en el presente artículo cabe una pregunta que resulta tan significativa como la anterior. Esta vez no es por qué la desobediencia sino por qué los pueblos se comportan de manera distinta entre sí.  

Veamos ahora la heterogénea respuesta en Europa y los Estados Unidos. El Asia resulta ejemplar: China, Singapur, Corea del Sur. Por el momento, media Europa se prepara a relajar las severas medidas. El confinamiento ha sido radical en Francia. Pero en Italia y España se impuso tardíamente. Y el resultado es 156 mil contagiados en el primero, y en el segundo, 169 mil. Pero el país que tiene el mayor número de muertos es los Estados Unidos, puesto que Trump no quiso comprender lo que Anthony Fauci decía, la eminencia médica que lo corregía y lo contradecía. El resultado, a la fecha, USA, 32 mil 919 muertos. Perú, 300. Esa es la fúnebre consecuencia.

En Europa los gobiernos y pueblos han actuado de varias maneras. Suecia lucha contra el coronavirus protegiendo su economía y la libertad ciudadana y ha pasado el tema de la prudencia a los ciudadanos mismos. Ya se verá el resultado cuando la normalidad regrese. Por su cuenta, Dinamarca «se dispone a abrir escuelas y guarderías», dicen los diarios europeos. «Fue un país entre los primeros en imponer restricciones y ahora también comienza a levantarlas». Italia que tiene 19 mil 900 muertos, se prepara a abrir algunos negocios, librerías, papelerías, y tiendas de ropa (no todo), desde el 3 de mayo. En Noruega, República Checa y Bulgaria, tienen también una ruta para volver a la normalidad. «En Austria abrirán comercios menores de menos de 400 m2. Los hoteles y restaurantes tendrán que esperar hasta mediados de mayo». En cuanto a Inglaterra, «se reconoce que están lejos de preparar una salida». Eso ocurre cuando se sigue, en Londres, lo que se le ocurre a Johnson.

Ahora bien, ante el confinamiento, la cuestión es cómo lo viven los individuos. En Europa y en este lado del mundo. En el continente que el americanista, amigo mío, Alain Rouquié, tomando una idea de Octavio Paz, llama Extremo Occidente: Introducción a América Latina. El caso es que el confinamiento incomoda a unos y a otros. Pero lo enfrentan según sus culturas. Ya no son las clases sociales como en los días del viejo Marx. El tejido social de nuestro tiempo lo hacen los individuos. No sé si están al corriente, pero hace ya unos decenios que el «individuo incierto» —así lo llaman los estudiosos— es el tema predilecto en las ciencias sociales y la psicología. ¿Por qué «incierto»? Según Alain Ehrenberg  en  1995.  O sea, hace 25 años: «En la sociedad actual, el individuo está cargado de responsabilidades, por el trabajo, la pareja, las decisiones que toma, justamente a raíz de su autonomía». Los ilustrados del siglo XVIII, lucharon por la libertad. Sin imaginar cómo en la sociedad industrial, desde el siglo XIX, aparece el concepto de alienación. Primero en Marx para con los obreros, «no eran dueños de sus medios de trabajo». Pero hoy estar alienado sobrepasa la cuestión del empleo o la clase social. Hoy, el individuo en las sociedades avanzadas «se siente aislado en un mundo donde el conglomerado de fuerzas ajenas que están sobre él, lo controlan». En los años veinte, Max Weber —que tuvo la suerte de ver el nacimiento del siglo XX, cosa que no vio Marx al morir— ve al individuo con «un sentimiento de indefensión. Un mundo desencantado, gobernado por instituciones racionales, burocráticas e impersonales». En pocas palabras, se siente un extraño. Y acaso de ahí proviene el malestar mundial, a la vez cultural y político de estos días. 

Pero cuidado con esos que piensan en Perú que todo es tecnología. Se entiende que en la emergencia que vivimos, se use en las escuelas la educación a distancia. Pero para la enseñanza superior, es otro cantar. Ahí, se necesita no solo conocimientos sino lo que se llama empatía. Y esta no es posible si el profesor no ve el rostro de los alumnos o de oyentes en una conferencia. Lo de la empatía es un nombre que ha nacido de la nada. «Consiste en ponerse en el lugar de los otros». Así, el buen pedagogo es el que no solo sabe sino que observa si los alumnos o el público lo han entendido. De lo contrario, esclarece con un «o sea». Eso solo es posible con la enseñanza presencial.    

Volviendo a Europa, se sienten los efectos perversos de la modernidad —cierta soledad—, y en el Perú lo que nos sana y necesitamos, es eso que se llama «sociabilidad». Blancos, cholos, chinos, negros o mestizos, no podemos vivir sin ella. Así lo pienso y también otros investigadores en ciencias sociales. ¿Conoce el amable lector el libro de Danilo Martuccelli, Lima y sus arenas? De la página 191 a 240, evoca «la fusión del mestizaje, la música chicha, el achorado, el racismo y la competencia social». Eso Somos, «Lima, promesa y tormento». Por mi parte, Internet me sirve para comunicar y no para el conocimiento. Lo siento, los libros son mis aliados, fuente de saber razonante y que se puede entender y también discutir. Y encuevados en estos días, pensar, cavilar, enfrascarse sin preguntarse qué dice la manada, lo cual conduce al saludable redescubrimiento de la introspección.

En fin, cuando cerraba esta nota, estalla un escándalo. Un equipo de investigación, Graciela Villasís y Giovanna Castañeda, levantan el velo de la verdad: el Hospital de Ate solo tiene 20 camas en UCI (El Comercio). Y la Contraloría revela que 35 ventiladores mecánicos ya adquiridos, son inoperativos. Para colmo, solo cuentan con 18 enfermeras cuando necesitan 130. Y 4 médicos en vez de 45. Ese día, el viernes, no hubo la voz del Presidente en los medios. Con el Covid-19, estamos descubriendo nuestras grandes debilidades. Desde el 2011, se olvidaron de la salud y la educación para los pobres. Y por el lado de los hábitos, estamos acostumbrados al hervidero, en particular en los mercados. No se ve la salida del túnel. Hay que inventar nuevas maneras de convivir sin gentes a granel como en la Lima que ya fue. Si repetimos la costumbre del montón, continuarán los contagios.

Publicado en El Montonero., 20 de abril de 2020

https://elmontonero.pe/columnas/covid-19-quedarse-en-casa-o-consigo-mismo

Covid-19. ¿Por qué los colectivos sociales desobedecen?

Written By: Hugo Neira - Abr• 13•20

¿Cómo ocuparnos de otros temas cuando vivimos una situación excepcional y planetaria? La pandemia y sus efectos económicos, sociales y mentales. En este instante, ¿hay otro tema decisivo? Lo dudo. Ninguna generación como la nuestra ha vivido algo tan dramático e inesperado. La primera guerra mundial fue europea y norteamericana. Y la segunda, incluye Rusia, en parte Japón y China, no intervenimos ni el mundo africano en su zona norteña, ni la América Latina. En suma no conocimos el horror de la guerra. Hoy, lo que nos ocurre es dantesco, no hay otro adjetivo. En Ecuador la gente no se muere en los hospitales sino en las calles. Y a Nueva York,  la rebasan los improvisados cementerios.

Años atrás, Peter Wagner, sociólogo alemán, produce un libro titulado Libertad y disciplina. Las dos crisis de la modernidad (1996). Profesor de filosofía política en el Instituto Universitario Europeo de Florencia, resulta ser un precursor. Hoy es vasta la literatura de esas crisis: Jacques Rancière, El odio a la democracia, 2005. Rosanvallon, La contrademocracia, 2006. Beck, La sociedad del riesgo. Le Goff, La barbarie edulcorada. Por cierto, pongo en castellano sendos títulos. Lo cierto es que el aprendizaje de las naciones envueltas en un sistema económico mundializado, era ya un problema, y a eso se añade en estos días la pandemia. O sea, los «chalecos amarillos» en Francia, aparecieron mucho antes (octubre 2018). Son una forma nueva de protestar. No dicen nada, no proponen nada, solo hacen saber que están fuera de todo. Una gran parte de las democracias —y hablo de las europeas, las que suponemos más sólidas— viven una crisis de desconfianza. Mucho antes del ingreso a la escena contemporánea del coronavirus.

Ahora bien, ¿por qué se desobedece en regímenes democráticos?

¿Por qué eso ocurre en sociedades tan distintas, como Perú o Francia?

¿Esto es acaso la revelación de que existe un «inconsciente colectivo»? (Jung)

Así, trabajemos aunque someramente, la cuestión de la desobediencia. Que el lector no tema que lo haga hablando de valores y desde la retórica propia a moralistas. No soy ni fiscal ni obispo. La sociología no es una disciplina formativa. Eso es la ciencia jurídica. En ciencias  sociales observamos y tratamos de entender: el Verstehen de Max Weber que separa el político del estudioso. Propongo al amable lector una explicación donde interactúan decisiones del Estado, reacciones de parte de la colectividad y la especificidad de cada nación. Un dilema: ¿desobedecer u obedecer?

En Estados y sociedades muy distintas —Francia y el Perú actual— hemos visto el mismo fenómeno. Cuando estalla la epidemia en China, el presidente Macron «invita» a los franceses a quedarse en sus casas. Pero no lo escuchan, y siguen reuniéndose en cafés, bares y restaurantes. Y entonces Macron, para contener la pandemia, se dirige a su nación: «Estamos en guerra. Ante un enemigo, invisible y evasivo». Y cierra todo, desde las fronteras a las escuelas y comercios y se inicia el 16 de marzo la cuarentena que llaman «el confinamiento». En Perú, el presidente Vizcarra se ve obligado también a decretar el «aislamiento social obligatorio». En las redes, alguien escribe, «esperamos que la población sea consciente y acate la orden». Pero como sabemos, lo que ocurrió fue todo lo contrario. Y hubo la necesidad de volver el consejo en exigencia.

Ocurre que todavía no entendemos por qué algunas naciones progresaron y otras no. Las sociedades modernas partieron desde un axioma fundador. «El Estado tiene el monopolio legítimo de la violencia.» O sea, no puede haber dos ejércitos en una nación. Ni tampoco ejércitos privados.  El Estado moderno emerge con Hobbes y el Leviatán. La paz social se hace con el contrato de reyes y súbditos. El Leviatán es una metáfora, y un sistema político. Para Hobbes, «el hombre es el lobo del hombre». Había que salir de la condición natural que es la violencia y pasar al estado civil de acuerdos y paz social. Ahora bien, los súbditos no ceden todos sus derechos, y el poder se desplaza a los ejércitos modernos y el poder judicial. Y más tarde, con la Ilustración y Rousseau, hubo otro axioma, no menos decisivo: la igualdad. Y un poder republicano, a su vez frenado por las leyes y los derechos del pueblo. Un juego de contrapoderes. No tengo más remedio que lamentar que en la secundaria peruana han desaparecido los cursos humanistas, e insisto en recordar cuáles son los pilares del mundo civilizado. ¿Todo eso es el pasado? No, son principios vigentes. Citaré un autor del siglo XX. La idea de «un derecho positivo que garantiza el poder de coacción». En Raymond Carré de Malberg (1861-1935), Teoría General del Estado, un libro de 1327 páginas. Lo digo porque muchos creen que el libro ya fue. ¿Qué sostiene Malberg? Lo siguiente: «El Estado tiene una potencia que no se deja reemplazar por ningún otro poder». Es la soberanía. Pero el Estado o el ejecutivo tampoco es todo lo soberano. El pueblo tiene una institución, el Parlamento. «Nadie tiene por completo la soberanía». Estas cosas deberían enseñarse en las aulas para escolares. Además, hay confusión en cuanto a ‘coacción’ y ‘coartar’. La coacción es una imposición de fuerza. Manu militari. Y coartar es impedir la ejecución de algo. Y es la responsabilidad de quienes tienen el poder. En suma, el Estado retorna.

La desobediencia en el caso peruano es alta, y finalmente lo ilícito nos es común y corriente. Pero, ¿en sociedades que creíamos disciplinadas? Hay una hipótesis, la de Jung —amigo de Freud y luego su rival— algo que llama «el inconsciente colectivo».

La desobediencia puede ser un gesto caprichoso e irresponsable, pero esa conducta tiene también otras raíces. Al final del siglo XX y los inicios del XXI, las sociedades del capitalismo avanzado han dado cada una gran autonomía a sus ciudadanos. La mentalidad ha cambiado pero con efectos perversos. Cada uno se siente independiente. Acaso el hábito proviene de la economía libre que incita a la competencia. Hoy, el sujeto político y social dominante no son las masas ni los pueblos, sino los individuos. Pero acaso se excede su rol: «los individuos pretenden el privilegio de lo individual» (Rancière).  La idea de la sociedad, la nación, el bien común, por poco desaparece. Y entonces, cuando hay que pensar cómo detener el coronavirus, se nota que las libertades individuales entran en contradicción al intentarse medidas colectivas, como es el caso. Ahora bien, otros pueden decir que la legitimidad del poder político depende del pueblo. Lo razonable sería un debate en regímenes democráticos. Pero el Covid-19 no da tiempo para consultas. Ya sabemos qué paso en Italia, España y los Estados Unidos por su retardo, y la cara que pone el presidente Trump cuando un médico explica lo que hay que hacer.

Otra hipótesis. Las cuarentenas remiten a actos políticos en sociedades que se han ido despolitizando. El liberalismo ha conducido a la deserción cívica. Pierre Manent sostiene que las naciones se desacreditan día a día. En efecto, no se puede planificar con economías transnacionales. En realidad, todos se adaptan a la mundialización aunque el tejido social y nacional se deshace. Y de pronto, ahora, ¿mecanismos tradicionales —parlamento y ejecutivo— nos salvan de la peste? ¿El poder del Leviatán? ¡Dios del cielo! Pensar que la tendencia dominante, antes de la irrupción de la plaga del Covid-19, era dejar que el ciudadano opte en participar o no participar. Y ahora, en las condiciones actuales, en la dinámica de la democracia, ¿lo que tiene valor no es la protesta sino la obediencia? Extraño e insoportable giro. Maldito coronavirus, ya marchábamos hacia un no-Estado, a algo que se destruye a sí mismo, abriendo las puertas a todo tipo de despotismos. Sin embargo, no es una ideología lo que ha frenado los excesos sino la naturaleza. Cinco veces virus de animales han saltado sobre los humanos. Se vienen, pues, cambios enormes en nuestra manera de vivir. Otra era, más científica, más sobria y humanista.  O bien el caos. 

Posdata: Un consejo hasta de un conejo. Es cierto que multitudes en los mercados es un peligro de contagio. La exigüedad del tiempo de compras dado el toque de queda a las 18 horas, provoca esas aglomeraciones. Un par de horas más y habría más fluidez y menos riesgo.

Publicado en El Montonero., 13 de abril de 2020

https://elmontonero.pe/columnas/covid-19-por-que-los-colectivos-sociales-desobedecen

Carta a un sociólogo que admiro (RSZ)

Written By: Hugo Neira - Abr• 09•20

Respuesta a la carta que me escribió el doctor Hugo Neira

Por: Rodrigo Salazar Zimmermann,

periodista.

No tengo el gusto de conocerlo, doctor Hugo Neira, pero sí lo he leído y escuchado. Para mí usted es un referente para entender el Perú, y por eso mismo fue un honor que me haya escrito una carta en este medio para criticar mi columna «La nueva generación perdida» que publiqué en El Comercio (30/3/2020) sobre cómo el coronavirus haría de los millennials la primera generación perdida en un siglo (https://bit.ly/2RfUxq9). Con todo el respeto que un intelectual como usted merece, por su mayor conocimiento y sabiduría, me tomo la libertad de responder su carta (sería una descortesía no hacerlo) y disculpe de antemano si uso algunos ejemplos personales.

Su carta me dejó la impresión que tiene usted un prejuicio contra los millennials. Aunque soy un gran crítico de mi generación, no a todos los millennials nos resbalan las ciencias sociales y las humanidades, como escribió en su carta. Hasta el día de hoy me arrepiento de haber estudiado periodismo (¿debe siquiera estudiarse?) y no sociología o filosofía. El periodismo lo pude aprender en la calle. Me saqué el clavo en la maestría, pero todavía sueño con algún día poder estudiar alguna de esas disciplinas en una segunda carrera. Hay más interesados en las ciencias sociales de lo que usted imagina.

No escribí que los millennials peruanos fueran la primera generación perdida desde finales del siglo XIX. Me refería a los millennials como generación a nivel global. Las cifras económicas están allí, son públicas. De hecho, escribo: «Cierto es que en el Perú la situación es un poco distinta […] Este grupo es, además, más parecido a la generación X». Si habláramos del Perú, bueno, aquí todas las generaciones han sido perdidas de algún modo u otro.

Cita usted a Manuel Castells en referencia a que la cultura de la red transmite no ideas o argumentos sino emociones. Coincido absolutamente en su crítica a la sociedad de la red, como prefiero llamarla. Castells, sin embargo, está dentro del espectro de los medianamente optimistas en cuanto a los cambios que impone Internet. Yo soy un poco más pesimista, comulgo más con Zygmunt Bauman, Hans Magnus Enzensberger, Neil Postman, Aldous Huxley y Byung-Chul Han. Disculpe la arrogancia de esta verborrea de nombres, pero hay que demostrar que no a todos los millennials les atrae sólo Tinder y el reggaetón.

Y sí, doctor Neira, como usted escribe, hemos pasado a la vida guiada por la emoción. Al mundo líquido de la emoción. Hemos llegado al fin de la reflexión. Ahí están los 280 caracteres de Twitter y los memes. Vemos en redes sociales (en las que no tengo presencia, dicho sea de paso) cómo se contesta sin pensar, casi como reflejo, como unos involucionados. Y eso no se aplica sólo a los millennials, sino a todas las generaciones. Nos hemos individualizado al punto de creer que verdades personales son universales. No creo, como señala usted, que esta desorganización provenga únicamente de las fake news. Mi impresión es que viene del fin del orden social impuesto por la escritura. El orden social que impone la digitalización rompe la verticalidad y la metáfora creadas por la escritura y nos lleva a… todavía no lo sabemos, pero intuyo que no será un buen lugar. Por eso no creo que podamos volver a construir democracias auténticas. A la democracia la atropelló Internet hace ya un buen tiempo.

Cuesta creer en los millennials, lo sé. Es la generación que inventó Facebook y que adoptó el meme en reemplazo del poema. Pero también es importante que las generaciones mayores les den una oportunidad, desprovista de prejuicios, a las menores. Aplica también a nosotros los millennials sobre los jóvenes que nacieron después del 2000, a quienes muchas veces criticamos.

Quiero agradecerle otra vez por criticar mi columna. Ha dado oportunidad para que compartamos argumentos intergeneracionales sobre cómo Internet cambia a las sociedades, aunque con posiciones distintas. Y mire qué irónico que recurramos a él para que una persona de 83 años debata con otra medio siglo menor que él.

Publicado en El Montonero., 7 de abril de 2020

https://elmontonero.pe/columnas/carta-a-un-sociologo-que-admiro