Tiempo y destiempo. ¿El pasado tiene porvenir? (I)

Written By: Hugo Neira - Oct• 28•24

El futuro como continuidad puede extender y dilatar nuestros actuales problemas sin atinar a resolverlos, y entonces, la visión que nos puede ofrecer el futuro inmediato podría ser el de un siglo XX ampliado en sus peores aspectos. (…) En la versión pesimista del siglo XXI, podemos suponer se establezcan regímenes a las antípodas de lo que al final del siglo XX se considera, consensualmente, como desarrollo social y humano: respeto a los derechos del hombre, democracia, equidad, justicia social, libertades. Cabe recordar, sin embargo, que todo ello, no es sino el inacabado programa del siglo XIX y XX. Y por otro, que durante el siglo que se acaba, la sociedad abierta de K. Popper, estuvo a punto de perecer en dos ocasiones, ante el nazismo y el comunismo. Quiero decir con esto que esos valores no son definitivos, aunque nos sean fundamentales. Son en realidad históricos, es decir nacieron y pueden desaparecer. Son la herencia del Aufklärung. La apuesta de los enciclopedistas por la perfectibilidad del género humano a partir de la débil pero necesaria razón. Ahora bien, las Luces surgen antes de la era de la técnica. Ya sabemos del uso del saber tecnológico en el siglo XX al servicio del Leviatán nacionalista. El siglo arrancó en 1914, su gran novedad fue la guerra industrial por todos los medios. Si el futuro de la humanidad depende únicamente de la técnica, entonces nada es seguro. La técnica puede ser la continuación de las ideologías totalitarias. Las revistas especializadas ya hablan, por desgracia, de la utilización de la biotecnología con fines militares. En todo caso, el debate sobre “la intimidad genética” no es un tema de ciencia ficción en los Estados Unidos, sino de la actualidad más trivial (Biofutur, Nº 178, mayo de 1998).

Técnica, política despótica y porvenir, ¿es exagerado asociarlos? Un protagonista de algunos de los mayores cambios de este siglo, Václav Havel (presidente de Checoslovaquia hasta 1992), considera que los regímenes totalitarios no pertenecen al pasado como se  piensa en Occidente, sino que ellos son “la vanguardia impersonal que lleva cada día más al mundo hacia una vía irracional”. Su sospecha de la técnica lo acerca de Heidegger. Lo esencial, dice Havel, es que el hombre entienda su propia esencia, y no la adaptación de tal o cual programa de recambio. Havel quiere hablar del poder de los sin poder. Su programa de política es una no política. Es la vida de la verdad sobre la vida de la mentira. No hay política sin ética.

Pero, a diferencia de los pesimistas, ¿no sería posible ensayar otra lectura del siglo XX, menos depresiva, que tome en cuenta las inocultables mejoras, y en consecuencia, mantener una fundada esperanza de que lo positivo de hoy se desarrolle? El totalitarismo será siempre una amenaza, la democracia una construcción babélica, es decir, inagotable, pero el siglo XX ¿es tan catastrófico como lo presentan? Razonemos: victoria de la salud, es decir, alargamiento de la media de vida a casi el doble del siglo pasado, la tuberculosis y la polio erradicadas, la vejez sana y feliz, sanarse sin arruinarse, ¿conocieron otras edades progresos tan evidentes? Las amas de casa pueden añadir una lista de ventajas desconocidas e inimaginables por sus madres y abuelas, la colada simplificada, el agua por cañerías sin ir a buscarla al fondo del aldeano pozo, la oda al confort moderno resulta interminable. Es verdad que el teléfono y luego el fax a domicilio, cambian muchas cosas en las relaciones familiares, y la radio o la tele que matan el aburrimiento, las proezas de la movilidad con el auto, los progresos personales de la higiene, el matrimonio o el concubinato como un asunto de la pareja y no de un clan, el gusto por el hogar y el regreso al mismo, “el cocooning”, y en la mesa, la moderación; y después de siglos de niños maltratados, otra niñez, otros padres. ¿Punto de vista de mujeres? Sin duda alguna, confieso que los elementos citados vienen de una de ellas, directora de secundaria (proviseur de lycée), y de un libro de título elocuente, Merci, mon siècle (Ch. Collange). El progreso de la salud, de las madres y de los niños, es suficientemente importante como para matizar el balance provisional del magullado siglo que concluye. Si la condición de la mujer se ha mejorado y también la de los niños por la extensión de la higiene y la educación, entonces, el siglo XX no es ese amasijo de miserias bélicas que se pretende. Tal vez el pasado tenga un porvenir (positivo) si se prosigue como lucha para hacer más humanas las relaciones entre seres humanos, hombres y mujeres, más tolerantes, más cooperativas. Nada es, como me esfuerzo en demostrar, del todo seguro. Ni una escena futura con sociedades más libres y justas o todo lo contrario, el retorno de los grandes proyectos históricos despóticos.   [continúa …]

Extraído de: Neira, H, Teoría y práctica del ensayo. “Tiempo y destiempo”, Editorial Siklos, Lima, 2008, pp. 147-150. Escrito en 1999.

Publicado en El Montonero., 28 de octubre de 2024

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Lo peor del criollismo

Written By: Hugo Neira - Oct• 14•24

La Peña Ferrando y el general o lo peor del criollismo *

Cuando el bueno de don Hipólito Unanue escribía para el Mercurio Peruano y admitía —ya desde entonces— que ejercía los oficios de la inteligencia como ante un jurado europeo, hubo de exclamar con orgullo que nos asombra: «nosotros, sabios criollos».  Ha pasado el tiempo y en el uso de la República y de esa libertad por crear y vivir de acuerdo a nosotros mismos, el término criollo se ha empobrecido. Para nosotros, criollos, no es siempre motivo de orgullo, como lo fue para Unanue. No me atrevo a señalar los hitos de esta decadencia, de cuándo, en qué momento, si durante las luchas de los caudillos, o en la turbulencia de las locas administraciones imprevisoras del guano y el salitre, o con la Guerra del Pacífico, de pronto la palabra que inspiró parte de la ideología emancipadora se convirtió en algo así como una afrenta, como un reproche, como la conciencia de que lo aquí se hacía era incompleto, apresurado, inútil.

Mucho ha transcurrido desde la época en que Unanue podía ufanarse de su criollismo hasta el detritus social que se exhibe, bajo el mismo nombre, por ejemplo, en la Peña Ferrando. No hay relación entre lo criollo que justifica ahora todo mal gusto con ese nacimiento de la conciencia de la patria que esconden los muros de la Biblioteca Nacional en las páginas del primer Mercurio Peruano. Este criollismo es como la confesión de un fracaso colectivo. Es una enfermedad de los sentidos que, en canciones, giros idiomáticos, estilos arquitectónicos, vestidos y sobrenombres, potajes y espectáculo luce, más bien, lo bajo, lo bastardo, lo inferior, con el fácil pretexto de la criollidad, como si lo autóctono justificara toda la suma de equívocos que ahí se atrincheran. Solemos llamar criollo a aquellos productos inacabados, desde la broma que estalla en los teatros porque el espectáculo es injuria y afrenta contra alguien, al plato de comida que es apenas cocimiento ligerísimo de limón o ají; porque quizá la tragedia de estos días sea que sinónimo de criollo es lo inacabado, aquello que se hace con prisa, la menor calidad de las cosas, las formas y las maneras de lo inferior.

No es, pues, una vana reflexión admitir que existe alguna deplorable realidad, algún gran desengaño, cuando una palabra que comenzó con todos los mejores auspicios, en nombre de la cual tuvimos independencia, constitución, gobierno y nación, sea hoy expresión de nuestro más intenso descontento y crítica. «Hecho a la criolla» es como decir hecho del peor modo, a prisa y sin calidad. Estamos en el extremo de Unanue. Como decir que estamos en el otro extremo de la esperanza que dio nacimiento a la peruanidad criolla que festejamos, casualmente, este 28 de julio.

Es escándalo para este cronista la Peña Ferrando, pero por razones diferentes a las que invocaron sus censores. No porque fuera motivo de sátira un sacerdote ni un militar. Pueblo que no sabe reírse de sí mismo es pueblo enfermo, incapaz del análisis y la autocensura. Creo que lo peor de aquel espectáculo no fueron los temas, sino los modos. Había una tal carga de mal gusto, de deseo de relajar lo que en sí tiene mérito —en el caso de la caricatura hecha sobre Chabuca Granda—, y la acogida que tuvo en el público exhibe cierta deplorable tendencia a la disminución de los valores, un cierto estilo de pueblo parricida. Aquí ya no es posible distinguir la vieja manera criolla en la que fue sátira, correctivo y látigo de usurpadores, tiranos y bribones. Fue la punzante broma de Felipe Pardo o de Segura o del propio Palma, destinada a enmendar los malos pasos de la Reciente República, censurar a sus verdugos, fustigar los vicios

nacionales, y no cabe compararla con este deseo de rebajarlo y desprestigiarlo todo, que es tan claro y ostensible en esa perfidia que es curiosamente popular. Hay, pues, un gran abismo entre el criollismo de los fundadores de la Patria, soldados que se batieron en los campos de batalla, con el de los dictadores contemporáneos, cuyos grandes combates se libran asordinados en contra del presupuesto en jornadas memorables por obtener tajadas de obras públicas que nunca se construyen pero sí se inauguran, como en el caso de las irrigaciones de Cajamarca en el pasado gobierno del señor Manuel A. Odría. Y es que también aquí, como en la llamada «Peña Ferrando», estamos en las antípodas de Unanue, en lo peor del criollismo.

* Artículo publicado hace 60 años, en el diario Expreso del sábado 4 de julio de 1964.

Reeditado en Pasado presente. Del tiempo aleve: crónicas de los 60, SIDEA, Lima, 2001, pp. 231-232.

Publicado en El Montonero., 14 de octubre de 2024

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Guerras de religión. Relectura con Weber en la mano

Written By: Hugo Neira - Sep• 30•24

Las llamadas guerras de religión es un episodio enorme de la historia del mundo, la genera la ruptura entre Roma y Lutero y sus seguidores. Es el cisma, lo que originará en Europa dos modalidades diferentes de vida. En una de ellas, en la zona ocupada por naciones protestantes, se da la sociedad industrial y el progreso material y científico. Es pues una guerra religiosa con consecuencias en la ética económica. El mapa del rigor protestante coincide con los orígenes del capitalismo (Cf. Max Weber, La ética protestante y los orígenes del capitalismo). Para bien o mal es así como ha ocurrido. Es tema decisivo, Carlos V y Felipe II combaten a los Príncipes alemanes protestantes. Cuando vivíamos en los siglos coloniales bajo la tutela de la España de la Contrarreforma. Nuestros textos de escuela (cuando los hay) por lo general evitan esa temática. Ese ahorro de la historia universal resulta costoso. No sabemos qué pasó y de dónde proviene el mundo moderno y contemporáneo. Si el tema de las guerras de religión fuera conocido, no sería necesaria la sumaria explicación que aquí, modestamente, emprendemos.

Los desacuerdos religiosos condujeron a tomar las armas. En Francia se enfrentaron católicos y calvinistas entre 1562 y 1598. Los Habsburgo desde España intentaron invadir Inglaterra, pero la Armada Invencible fracasa (1588). El mayor enfrentamiento fue en Alemania, una coalición de Príncipes resistieron con éxito las tropas imperiales del poderoso Carlos V. No fue un fenómeno aislado ni localizado. Las guerras de religión abrazan a los Países Bajos, llegan a Praga, a Dinamarca. No es una sino muchas y variadas, un solo episodio se le conoce como “la Guerra de los Treinta Años” (1618-1648). No solo hubo enfrentamientos armados en los campos de batalla sino actos de exterminio: la masacre de la San Bartolomé, es uno de ellos (unas 30 mil personas, por ser protestantes). Cuando cesan, ni los católicos han logrado exterminar a los protestantes ni éstos a los fieles a la doctrina romana. Pero el mapa del poder político se ha modificado para siempre.

Una de las consecuencias de las guerras de religión consiste en la emergencia de un poder arbitral que mediara entre las fuerzas antagónicas. Y esa entidad será el Estado moderno. Su primera encarnación es la Monarquía nacional. Es el caso muy marcado de Inglaterra como el de Francia. Las Coronas se robustecieron. Las guerras de religión tuvieron otras dos importantes consecuencias. La primera, por paradójico que sea, afecta a la propia Iglesia Católica que se renueva. Lutero fue condenado en 1520, con la bula Exsurge Domine. Ahora bien, tras la guerra civil religiosa, se reúne un Concilio en Trento, el más prolongado de la historia, 17 años (1545-1563). La respuesta católica fue emprender una profunda reforma en la formación de sacerdotes, y eso son los Seminarios. Y en la enseñanza religiosa, el Catecismo que, como se sabe, es una sencilla pedagogía. La Contrarreforma es un vasto tema, no hay que subestimarlo, aquí nos detenemos en solo algunos puntos de doctrina. El Concilio robusteció la autoridad del Papa, refutó a Lutero en que solo era necesaria la lectura de las Santas Escrituras para salvarse, era importante la tradición, insistieron en el papel sacrificial de Jesús y en consecuencia, en la eucaristía, en la santa misa. No salvaba solo la fe interior, la sola fides de Lutero sino las obras, la caridad. En materia institucional, la Iglesia Católica crea nuevas órdenes, los jesuitas. Da paso a nuevos movimientos espirituales, San Vicente de Paúl, San Francisco de Sales. En cuanto al lugar de culto propiamente dicho, la Contrarreforma insiste que la iglesia era la casa de Dios y del pueblo y en consecuencia, se merecía lo mejor. Su respuesta fueron hermosos cuadros, esculturas y bellas fachadas, o sea, el barroco. Los protestantes respondieron con la música. De Bach a Mozart, la gran música procede de pueblos y países protestantes. Una compensación espiritual a sus desnudos templos.

Aparte del Barroco, nada de eso vimos ni sentimos. Ocurrió entre 1562 y fines del siglo XVIII, y en Europa. Sin embargo, el Imperio de los Austria españoles sí estuvo involucrado, y por lo tanto, sus dominios coloniales en el Nuevo Mundo, y sus poblaciones españolas, indias o mestizas. Carlos V asume el papel del brazo armado del Papado en esa guerra que se extendió a toda Europa, cuando Lutero se niega a retractarse. El monje alemán acude a la cita de la ciudad de Worms, 1521, pero no se arrepiente, luego se refugia en Alemania, y cuando lo van a buscar las tropas imperiales, quince príncipes alemanes y catorce ciudades se niegan a entregarlo. Eso es lo que origina el epíteto de protestantes. Pero la Contrarreforma cerró los ojos y los oídos de la elite colonial en una Hispanoamérica al abrigo de esas polémicas. No estuvimos en ellas, ni tampoco en los inicios del capitalismo (salvo el aporte de las minas de Potosí y Huancavelica, hasta que se agotaron, a mitad del XVII). No estuvimos en la aparición de un pensamiento libre de dogmatismo y con espíritu crítico.

Volvamos a lo esencial. ¿Por qué deben interesarnos esas guerras intraeuropeas? Por la sencilla razón de que a raíz de ellas se genera algo que ahora llamamos la modernidad, los tiempos actuales. Pero no fue un hecho deliberado. La Reforma, donde se estableció, trajo consecuencias inesperadas. Para decirlo en pocas palabras, sus creencias religiosas estructuraron una vida económica diferente. Cuando Max Weber se pregunta de dónde provenía el capitalismo — y en una Alemania próspera, industrial, capitalista, burguesa de fines del siglo XIX—, procede como sociólogo y acude a unas estadísticas. Y estas mostraban la correlación entre las zonas geográficas de una vieja implantación calvinista con las zonas de industrialización y modernidad. Una profundización de la pesquisa de orden esta vez histórico, le revela algo sorprendente. Las aldeas y gremios que habían abrazado el calvinismo, adoptaron una forma de vida que valoraba el trabajo, limitaba deliberadamente el consumo y se abstenía de lujos. Las comunidades calvinistas habían racionalizado vida y economía. Weber señala que eso era el resultado de una creencia, el Beruf, vale decir, la vida como devoción. La plegaria a Dios era, para los herederos de Calvino, el trabajo cotidiano. ¿Una ética religiosa producía una economía? Weber no busca una causa única en la formación del capitalismo, pero es importante que una de las razones por las que aparece en el modesto norte de Europa sin grandes riquezas y sin colonias, es que se da la coincidencia del trabajo como una actividad libre y un ethos que racionaliza la vida. Que fuera religioso, o calvinista, no es lo decisivo. Sino que el proceso de racionalización occidental se da en una zona donde la virtud del ahorro y del libre trabajo se vincula a una religión.

Sobre Weber hay un malentendido. No toma la postura de un teólogo (ni el autor de estas líneas que lo glosa) ni discute el budismo asiático o las creencias hindúes en sí mismos. No califica ni descalifica. El profesor Weber practica uno de los métodos de higiene mental que propone, el de la distancia entre los hechos y las propias convicciones. Después de todo, la modernidad la concibe desde lo que él llama “el politeísmo de los valores”. Así, lo que a Weber le importa, y a nosotros en estos días, es responder a la pregunta siguiente: ¿cuál es el sistema de racionalidad que una u otra creencia genera en las costumbres y comportamientos corrientes? ¿Qué ética comanda la rutina cotidiana? La sorpresa cuando se conoce enteramente a Weber, es que “la racionalidad”, niña de los ojos de Occidente, también existe en sociedades extraeuropeas. Puede que en la China actual sea confucionista. En consecuencia, para el estudio comparado de las sociedades, es preciso otra lectura de la evolución del mundo moderno y contemporáneo. Una World History, como practican ya algunos historiadores, en particular los ingleses. Nada se explica, ni nación ni civilización alguna, enteramente por separado.

(Texto del 2012, viene de mi libro ¿Qué es República?, USMP, Lima, pp. 92-93.)

Publicado en El Montonero., 30 de septiembre de 2024

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Arbitristas (II)

Written By: Hugo Neira - Sep• 16•24

En el periodo colonial peruano los hubo. Un caso eminente es Bravo de Lagunas (1704-1765). Su texto es un clásico, El voto consultivo. Bravo de Lagunas propone cosas sensatas, y otras que no lo son tanto, en sendos discursos que van juntos. Una observación de los hechos comerciales, y a la vez, una teoría jurídico-política que sostiene que, si la ley no conviene, si es dañina, según el fuero interno de cada quien, bueno es dejarla. Pedro José Bravo de Lagunas y Castilla, nacido en Lima en 1704, fue Fiscal Protector de Indios, luego Asesor General del virreinato, con el virrey Armendáriz, y fue nombrado por el Rey de España, Felipe II, Oidor en la Audiencia, Juez eclesiástico de testamentos, legajos y obras pías. Estos cargos indican que ni era un improvisado y menos el charlatán del que hacen mofa Quevedo como Cervantes. Este hombre renuncia luego a todos sus cargos, se retira a un monasterio, el San Felipe de Neri, y fallece en fecha sobre la que hay discusión. Pero lo que deja, entre varios papeles y trabajos, es un misil que apunta a una política económica distinta a la practicada en su tiempo. Por la audacia de su propuesta y la importancia de su rango, Bravo de Lagunas merece en nuestros días el encarnizado estudio que sobre su obra anda a términos. ¿Qué dice de tan sorprendente en El voto consultivo? En apariencia el asunto arranca en torno al comercio de trigo con Chile y el uso de las tierras agrícolas. Pero de ese asunto concreto va a pasar a mayores en su argumentación. Un terremoto, en efecto, de 1687 hizo que las tierras agrícolas en torno a la capital, a Lima, se volvieran estériles. Para remedio de la demanda de trigos, el gobierno virreinal había decidido abastecerse de Chile, lo cual parece a simple vista una medida realista. Pero, como la tierra tardaba en recuperarse, la emergencia pasó a ser costumbre, y los agricultores demandaron que se prefiriera la cosecha local a la foránea. Lograron por lo visto precios iguales, pero como el de los chilenos era más bajo, no podían hacerles competencia. Hubo una serie de motines, el virrey intervino, y ahí aparece “el aviso”, de Bravo Lagunas. Lo que propone, monda y lironda, es que se diera preferencia al trigo nacional. Es decir, propone un mercado interno protegido por el Estado. Lo cual envuelve, casi diríamos sin tirar demasiado de la cuerda, algo así como una teoría del autodesarrollo. Y esto, en el corazón del Antiguo Régimen colonial. Un precursor del brasileño Dos Santos y de la CEPAL de los años setenta cuando la gente virreinal llevaba calzas y mantas.

Pero no es esa la única razón por la que llama al interés de diversos investigadores sino su oscura anticipación. Es en la séptima parte de su alegado —¿en nombre de una clase, un estamento, un prepatriotismo?— que propone un tipo de autoridad capaz de preferir el bien común a la ley española. “Se pueden hacer esos estatutos en nombre del Rey, quitar los antiguos, o dispensarlos”. En otras palabras, en nombre del justo arbitrio, el representante del Rey, en nombre de la recta prudencia, “puede convenir en admitir o en repeler que se extraigan los caudales, y los ciudadanos no empobrezcan”. Bravo de Lagunas, el probabilista, es una suerte de esquinado subversivo. Doctrina moral y jurídica que defiende que se haga lo más probable y no las Leyes de Indias. El criterio no radica en cumplir o no con la norma, sino en interpretarla, y si no resulta conveniente, como dice, “dispensarla”. La postura de Bravo de Lagunas significa un par de cosas, altisonantes en extremo. Por una parte, con los tonos mesurados al uso de un funcionario colonial, igual se alza contra la universalidad de la ley. Por otra parte, establece un principio, buscar la relación entre la ley y las circunstancias, el medio, sus limitaciones. Esto abría a su vez dos puertas accesorias. La de explicar e interpretar la ley antes de aplicarla, no pudo menos que ser bien recibido en un medio colonial donde los abogados y los litigios hacían vivir buen número de hogares criollos. La otra puerta era que, tras la disputa, se asomaban fuerzas sociales, los intereses locales, perfectamente opuestos en varios puntos a las disposiciones tomadas por aquello que se dictase desde el Consejo de Indias o por un transitorio funcionario llamado Virrey. Por lo demás, el arbitrista Bravo de Lagunas no inventaba una doctrina. Desde el Renacimiento había probabilistas. Los teólogos preocupados por la aplicación de una moral cristiana a un mundo real fueron numerosos: Domingo de Soto, Melchor Cano, dominicos todos. Y, por cierto, el jesuita Francisco Suárez, y casi todos los teólogos de la Compañía. Los enemigos del probabilismo lo encontraban laxo, demasiado amplio. Bravo de Lagunas había estudiado en el colegio de los jesuitas. Nadie se impuso en ese debate salvo que, con el tiempo, los Austria no lograron imponer ningún rigorismo y lo del posibilismo —la ley no se aplica pero se estudia, y es lícita la prudencia— se extendió naturalmente a las repúblicas plenas de abogados de las repúblicas sudamericanas. Hasta nuestros días. Abran los diarios, los probabilistas contemporáneos abundan.

Viene de: Neira, H., Las Independencias, Fondo Editorial IGDLV, Lima 2010, pp. 160-162.

Publicado en El Montonero., 16 de septiembre de 2024

https://www.elmontonero.pe/columnas/arbitristas-ii

Arbitristas (I) 

Written By: Hugo Neira - Sep• 03•24

Pensadores siempre tuvimos. Antes de la Independencia. Pero hay que situarlos, recordar cómo y de qué manera la conciencia americana se abrió camino entre místicos, retóricos y dialécticos latinistas formados en Alcalá y en Salamanca, algunos que podían disertar sobre lo terrestre y lo divino, o preparar con la misma facilidad un auto sacramental, un comentario cardenalicio sobre un pasaje de Santo Tomás, y hasta manuales para sacramentos que entendieran los indígenas. Todo salvo cuestionar al que gobernaba el mundo hispano desde una Silla. Ni a los Austria españoles. (…)

Visto desde nuestro punto de vista pragmático (por desgracia), el barroco —ese esplendor de la expresión de un mundo— no era sino una manera de involucrarse sin que se notara demasiado, aunque el maestro de esas artes del disimulo, Baltasar Gracián, pensaba que siempre era bueno tener «buenos repentes». Los que sí tenían buenos «repentes» eran los arbitristas. Llámase así en el tenebroso mundo cortesano de los Habsburgo, a los que remitían arbitrios al rey o a sus consejeros «y hallar soluciones a corto, medio o largo plazo para acabar con dificultades hacendísticas o económicas y sus implicaciones políticas y sociales». Es la definición es de la profesora Anne Dubet (L’arbitrisme: un concept d’historien?, 2000). Los arbitristas españoles le han interesado al profesor Pierre Vilar, hispanista francés, que estudió magistralmente los discursos mismos. Señaló, por los años 70, la estructura binaria de ese razonamiento, los «daños» y los posibles «remedios», y también, en el mejor de los casos, una estructura ternaria, a saber, daños, falsos remedios de los demás, y los verdaderos, obviamente, los que proponía el arbitrista. La solución es por lo general, recurrente, dice Vilar, a saber, «aumento de los gastos fiscales, uso de rentas reales enajenadas (juros perpetuos) o empeñadas (juros al quitar), evitar las sacas de oro y plata (sangría de dinero)». Abundaban las recetas para luchar contra la despoblación y contrarrestar la inflación del vellón. Ante los arbitristas ha predominado una visión más bien despectiva. No es el caso de Pierre Vilar, pero sí de muchos historiadores españoles y franceses. Se les involucra en la tradición satírica, se les toma por locos o extravagantes. Gente que con sus propuestas ponían al poder ante una situación sin salida, enriquecer al rey a la vez disminuyendo las cargas fiscales, etc. Pero luego vino la edad de la rehabilitación (Manuel La Fuente Veras, 2005). A mitad del siglo XX. Es decir, el citado Vilar, luego Earl J. Hamilton, John H. Elliott, José Luis Abellán. Como se sabrá, últimamente se les reedita. Interesan porque, para decirlo escuetamente, tanteaban una nueva concepción de la sociedad, buscando lo novedoso, y aparecen entonces como una suerte de preteóricos de los negocios, como preeconomistas.

En fin, lo que ha llevado a los historiadores tanto de la cultura como de las ideas económicas a una suerte de rehabilitación de los arbitristas, a la que se suma este ensayo, son dos aspectos que nos permiten relacionarlos con sus sucesores, gente de la intelligentsia descontenta y con intelectuales de nuestro tiempo. Ellas son las que a continuación se expresan.

En primer lugar, molestaban al orden administrativo. Los arbitristas acudían a los avisos ante esa casa de enredos que era la administración de los Austria, y para decir las cosas sencillamente, con ideas, con iniciativas particulares. La segunda razón es que fue un movimiento de larga duración, y de diversas interpretaciones. En los arbitrios se puede leer el anuncio de un pensar económico, no muy lejos del actual, y desde ese ángulo su aporte es valioso. No entendieron, claro está, la raíz del problema (el problema nada menos que de la decadencia española) porque reflexionaron, escribieron y sintieron un siglo antes que Las causas de la riqueza de las naciones, 1776, Adam Smith. En consecuencia, careciendo de la episteme adecuada, carecieron del sistema de salvataje apropiado. Pero la tercera razón es que errados o ciegos ante una realidad antes de la invención de la economía moderna, sí fueron actores. Y en ese punto, precursores o desatinados, no se les puede separar de una historia de las ideas que conduce por extraviados caminos, hacia la intelligentsia del siglo XIX y del XX y a los intelectuales de hoy. No son todavía los intelectuales, pero sí son una suerte de intromisión de la sociedad civil en los asuntos del reino. Era mucho.

El arbitrista fue sujeto a parodia. «Yo señores soy arbitrista, y he dado a Su Majestad en diferentes tiempos muchos y diferentes arbitrios, todos en provecho suyo y sin daño del reino; y ahora tengo hecho un memorial donde la súplica me señale persona con quien comunique un nuevo arbitrio que tengo, tal que ha de ser la total restauración de sus empeños (…) Has de pedir a las cortes que todos los vasallos de Su Majestad, desde edad de catorce hasta sesenta años, sean obligados a ayunar una vez en el mes a pan yagua, y eso ha de ser el día que se escogiera y señalare, y todo el gasto que en otros condominios de fruta, carne y pescado, vino, huevos y legumbres que han de gastar aquel día se reduzca a dinero, y se dé a Su Majestad, sin defraudarle un ardite so cargo de juramento… Y esto antes será provecho que daño a los ayunantes, porque con el ayuno agradarían al cielo y servirían a su rey… Este es el arbitrio limpio de polvo y paja, y podríase coger por parroquias, sin costa de comisarios, que destruyen la república.» Nada menos que Miguel de Cervantes en su Coloquio de los perros. A los arbitristas no los querían. Fernández de Navarrete habla de las «perjudiciales quimeras de los arbitristas». Otros difamaron de la «sofistería de los arbitristas». Quevedo les cambia de nombre, «barbitristas», y escribe que «el Anticristo ha de ser arbitrista». Cervantes, en El Quijote, se burla, los ridiculiza. Cuando el cura y el barbero deciden examinar la salud de Alonso Quijano le informan del peligro que corre la cristiandad ante el ataque turco. A lo que Don Quijote responde con un arbitrio dirigido al rey. Con lo cual concluyen que sigue el hidalgo tan loco como antes. ¿Por qué se les ha rehabilitado? No era que brillara la sensatez entre los Austria, y mientras «el propio Rey Felipe IV se rodeaba de astrólogos y profetas y acababa entregado al consejo de una monja de Agreda», hubo escritores que se enfrentaron decididamente con el problema de España. Además, llevaban muchas veces la razón. Quienes hoy los levantan del sarcasmo y del olvido son los que hallan, en sus escritos, críticas fundadas al mercantilismo. [Continúa la próxima quincena]

Viene de: Neira, H., Las Independencias, Fondo Editorial de la Universidad IGDLV, Lima 2010, pp. 155-160.

Publicado en El Montonero., 2 de septiembre de 2024

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