Carta a mis colegas franceses (IV)

Written By: Hugo Neira - Nov• 27•23

Parte final de la carta Tribulaciones de un peruano en medio de docentes cartesianos, de 1995.

                                                           ***

[…] Todo lo que ha cambiado en el paisaje intelectual francés (porque en el interior del hexágono también la historia se acelera —nuevos pobres, xenofobia, Sin Domicilio Fijo —) bien puede ayudar a pensar que las certidumbres del fin del milenio no pueden ser pensadas con categorías mentales que se han muerto el día que se derrumbó el muro de Berlín o que algún indígena (¿pero qué es un indio?) le dijo que No al intelectual revolucionario que vino a proponerle acabar con los amos seculares para darle en cambio otros. Un No que probablemente se explica no porque sea tonto sino porque dicho indígena sabe leer y escribir, vender y comprar, viajar y regresar, tal vez ha abierto una tienda en el distrito cercano para vender artesanías, si es que no tiene un pariente a quien se las envía, en Nueva York o en Tokio. Y de paso que se ha hecho miembro de una secta protestante o una ONG que le da dinero, viajes e información. El indio posmoderno —residente ya no de una aldea de los Andes sino de la aldea global— se negaba a caminar por un sendero estalinista mientras el intelectual arcaico, fusil al hombro, insistía, con todo Occidente diciendo que sí, que vamos, que hagan lo que hemos decidido que deben hacer para el bien de ustedes mismos, no se pasen de perspicaces. ¿Desde cuándo Viernes quiere saber más que Robinson?

No, no es un desacierto que los andinos desconfiaran de los nuevos Pizarro que vinieron a mandarlos y prohibirles vender en los mercados, para ahogar a las ciudades, como estaba mandado en la vulgata maoísta. Muchos consideran que el voto de las barriadas y los jóvenes desocupados y cultos (la inmensa mayoría de la nación) fue un voto de acierto, de sentido común, no contra el novelista sino contra sus amigos. Acaso exageradamente, no vieron el grupo de empresarios liberales que había decidido tomar las riendas del país dado el desmanejo del gobierno de Alan García sino un grupo de blancos millonarios. En todo caso, una desacertada campaña electoral, por arrogante y millonaria, así terminó por presentarlos y hundirlos. Asombrosa modernidad política la de Lima donde las imágenes, como en otros lugares, cuentan tanto como los programas. No, no son desaciertos sino pruebas de algo oscuro y formidable que tardaremos en comprender, la lógica de los nuevos actores sociales.

Por lo demás, no siempre los observadores extranjeros se equivocan. A Menem y a Fujimori, la prensa internacional tiende a aproximar. Ambos descendientes de emigrantes —libaneses en un caso y japoneses en el otro—, ambos subiendo al poder diciendo una cosa y haciendo otra, en sendos casos, programas pragmáticos, realistas, liberales. Ambos, además, en líos con las esposas, divorciados y separados. Pero lo que es más importante es que ambos expresan no la capacidad de suicidio de argentinos y peruanos sino lo contrario, la cohesión del cuerpo social, la lucidez de los que van a votar en las sociedades complejas, en parte modernas y en parte tradicionales, en parte industriales y en parte rurales, de la posmodernidad latinoamericana, con regímenes híbridos y democracias personalistas. Pero parte ya de una aldea global, del mundo actual, en donde estamos todos embarcados, desde la polución, el GATT y el sida, aldea y fenómenos, que necesitan de nuevos paradigmas para ser comprendidos, y un estado de alerta mental. Sin duda excesivos para el habitante de las sociedades de la modernidad. Una modernidad cuyos alcances y potenciales difícilmente  lograron discernir, mientras tuvo vigencia, una modernidad que ha cesado de ser al extenderse mediante la revolución técnica y de las comunicaciones al contorno total del planeta, abrazando a otros pueblos que la reciben en otra disposición de espíritu.

Desde hace un tiempo, una idea me ronda en la cabeza, la de que los más altos laboratorios de comprensión de nuestro tiempo, sin que dejen de serlo algunos campus de Estados Unidos o de Europa, lo son también sin quererlo, y a veces a despecho de sí mismos, los centros de estudio, universidades y hasta empresas privadas y gabinetes liberales, de cualquier gran capital latinoamericana. Un habitante del sector moderno de São Paulo o de La Paz tienen una lectura inmediata de un mundo fragmentado que el habitante de París o Londres precisa mediante el viaje por avión o la estancia, en un país muy distinto (salvo que se asome a su cuarto mundo, pero no es lo mismo). En cambio, quien vive en un país latinoamericano vive a la vez en el tercer mundo de las sociedades fragmentadas con masas de miserables, y en la del primer mundo, porque el tamaño y la calidad de los campus, la calidad de los ordenadores, el nivel de las elites profesionales y militares, no es menos que los de los países avanzados. Por lo general, los miembros de las minorías rectoras (que en algunos casos, son tantos millones como las de los semiempleados o marginales) han residido, obtenido doctorados y diplomas, hecho la experiencia del primer mundo. ¿Quién puede entender mejor a quién?

Siempre me ha llamado la atención la rapidez con la que mis interlocutores entendían el fenómeno Le Pen, las diferencias entre Balladur y Chirac, y por el contrario, al retornar entre europeos y casi en los mismos medios intelectuales y universitarios, la dificultad, o claramente la resistencia, a admitir que los ciudadanos tenían en el Perú sobradas razones para esquivar el iluminismo neoliberal de Mario Vargas Llosa o el degüello prometido por Sendero Luminoso. Mientras las elites tercermundistas (¿pero es que lo son?) entienden la racionalidad de los unos, los biempensantes de países avanzados discuten que fuera del mundo industrial. Y además, sin trabajo (aunque con secundaria completa) y sin libreta de cheques ni tarjeta Visa, alguien pueda saber dónde le aprieta el zapato. Y fue en ese momento en que Viernes mandó al diablo al eurocentrista de Robinson.  (Tahití, 1995)

Publicado en El Montonero., 27 de noviembre de 2023

https://elmontonero.pe/columnas/carta-a-mis-colegas-franceses-iv

Carta a mis colegas franceses (III)

Written By: Hugo Neira - Nov• 21•23

Prosigo con esta carta escrita en 1995: Tribulaciones de un peruano en medio de docentes cartesianos

                                                           ***

[…] Pero esta idea de que las minorías no conducen necesariamente a las enjoyadas puertas del paraíso socialista es algo que va a tardar en entrar en las operaciones elementales que solemos utilizar para manejarnos ante la historia presente y en el esfuerzo por entender el rumbo que toman las cosas. ¿Cómo, las elites no son tan decisivas? ¿Los profetas no sirven? La desolación no es menor que cuando los padres descubren que sus hijos deciden qué van a hacer de sus vidas, con quién van a casarse, en dónde van a ir a trabajar, sin contar con los viejos. Occidente envejeció de golpe cuando pusieron preso al profeta Abimael, un heredero de Kant y de Marx, y desdeñaron al novelista, un heredero de Víctor Hugo y de Karl Popper, por las citas a “la sociedad abierta” que, de paso, dejaron de mármol a los jóvenes de las barriadas. Algo conocen de la “sociedad abierta”, y en carne propia, empujando diariamente la carretilla para ir a vender.

Las condiciones en que se están produciendo los cambios sociales en la mayoría de los países de la América Latina no son las de las sociedades del Ancien Régime, ni las del Asia de comienzos de siglo, bueno es recordarlo. (Ni las del África negra y los países musulmanes que están tan cerquita a Europa, y que ayudan a descomprendernos, tampoco). Cuentan con abrumadoras masas analfabetas sumidas en mentalidades lejanas a la modernidad, animismos y supersticiones rurales incontables, que la Larga Marcha de Mao y sus columnas vino a barrer, algo que sería, puesto en términos europeos, a la vez la marcha de Bonaparte llamando a constituir repúblicas y la de Carlomagno abriendo escuelas, cuando no pasaba a degüello a los bárbaros recalcitrantes. Los especialistas de la América Latina saben que hoy la mayoría de la población sabe leer y escribir y vive en aglomeraciones urbanas, lo que a la vez aumenta la desagregación social y acrecienta la toma de conciencia y la socialización. Pero esa imagen —la de un mundo de gente ya moderna pero pobre—, tarda en entrar, o no es creíble. ¿Cómo es posible que la educación haya llegado desvinculada del aumento de los ingresos personales? ¿Que la sociedad en muchos países de la América Latina sea a la vez la de un conjunto compuesto de gente que lee diarios, escucha radios y televisoras, sabe lo que pasa en su país y en el mundo, y de otro que no tiene empleo fijo, improvisa sus medios de subsistencia y de alojamiento, una suerte de plebe culta y empobrecida? Sin duda el asombro es natural. Es la primera vez en la historia que aparece un tipo de sociedad de estas características. Avanzada en unos casos, retrasada en otros.

Las sociedades de la posmodernidad de la América Latina llegaron primero al cine que al teatro, a la ciudadanía que al consumo. Al negocio propio que al supermercado. Llegó el libro, la escuela y el voto. No llegaron las fábricas humeantes de la industrialización decimonónica. Llegó el ómnibus de transporte público antes que el automóvil para cada familia, y el rápido avión en donde los campesinos llevan hasta gallinas. No llegaron las monarquías absolutas ni constitucionales, los emperadores y democracias burguesas. Llegó el caudillo y el dictador militar, el jefe de partido a lo Castro o a lo Presidente mexicano. No llegaron los partidos comunistas y socialistas, partidos de clase. Llegaron movimientos comunitarios más interesados en reunir a los que son explotados y que, siendo muchos, formaron frentes híbridos de clases, populismos, unidos no solo por razones sino por sentimientos de adhesión a una causa nacional, no solo social. Llegó el Estado, no llegó la nación. La cultura a veces antes que el pan. En las calles de Lima, que mis amigos hallan fea y yo hallo hermosa porque hay gente, he visto muy de mañana agruparse gente para leer los periódicos que se exhibían en un quiosco callejero. Son personas que no pueden llevárselos, el comprarlos significa renunciar a adquirir algo más de comida necesaria a sus enormes recorridos en la inmensa ciudad que es hoy Lima. Llegó la política antes que el puesto de trabajo. Acaso en el otro extremo de mis estudiantes, despolitizados después de Mayo del 68 y contemporáneos de un tiempo de desilusiones del poscomunismo.

Llegó un estilo de estrategias de supervivencia: la economía informal, la migración interna, o la externa hacia los grandes centros mundiales, en general, la autonomía de los sujetos sociales, y sociedades de pobres pero no de idiotas. Esa lucidez de los periféricos es casi un reproche viviente cuando en la vida de un occidental medio —cada vez más rodeado de medios de información y saber—, una sutil desidia se instala en el lugar de lo que fuera hasta hace poco entusiasmo por el conocimiento y el saber. Decir que Diderot o Lenin hubieran actuado de otra manera si el primero hubiera tenido que verse ante masas alfabetas y descontentas, y el segundo ante una multitud de actores sociales, una sociedad muy fragmentada pero muy activa, en sociedades civiles que no son las del pasado, es sugerir que las nuevas elites, que no han dejado de aparecer, no harán lo que hicieron sus predecesores sino otra cosa. Acaso intentar comprender que esa sagacidad que brota del rumor popular es una nueva forma de sapiencia. Nutrida del desborde popular, de la plebe urbana, con las cicatrices de la pobreza. […] (Continúa y termina la semana próxima)

Publicado en El Montonero., 20 de noviembre de 2023

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Carta a mis colegas franceses (II) 

Written By: Hugo Neira - Nov• 13•23

Segunda parte de la carta escrita en 1995, Tribulaciones de un peruano en medio de docentes cartesianos

                                                           ***

[…] Sendero Luminoso y Mario Vargas Llosa encarnan, sin desearlo probablemente, uno de los prejuicios favorables más sólidos del mundo occidental, la superioridad de las elites revolucionarias sobre los pueblos y la del intelectual sobre todo el resto. Si Occidente no cree en esto, descree de sí mismo. Una tradición de relativo éxito, desde Diderot a Lenin, está ahí para decir que sin los hombres providenciales, sin las vanguardias, sin los héroes, no hay historia ni progreso, ni Modernidad ni democracia, ni nada. Ante Sendero Luminoso, visto como un jacobinismo con dos siglos de retardo, como una jacquerie de los tiempos modernos y sus dirigentes como impuntuales Robespierre, el espanto se mezcla con la admiración. Sin duda sería bueno evitar baños de sangre revolucionarios, pero cuando no queda más remedio, y en países del tercer mundo, y con campesinados lúgubres y minorías políticas corrompidas, con clases negociantes que no llegan a ser burguesías, ¿qué otra cosa puede esperarse? Algunos procesos de cambios contemporáneos en países del tercer mundo, han venido a consolidar el sólido tópico que consiste en autoconvencerse de que los pueblos avanzan solo después de las grandes y feroces purgas.

Por cierto, la revolución no ha ocurrido ni en Japón ni en los países prósperos del sudeste asiático, pero eso poco importa. Y el despegue industrial de Corea del Sur o de Taiwán, además de ser competitivo, no tiene el carisma de la sangre que tiene la revolución china, no hay ópera pekinesa ni invita a ser visitado. Además, Singapur, como se sabe, es un lugar próspero pero antipático, tirar una colilla de cigarrillo por la ventana del automóvil cuesta una elevadísima multa en dólares contantes y sonantes. En cambio, ¿quién se ha desprendido del idilio, con las imágenes de una China de los años treinta, cuyos niveles de pobreza y descomposición recuerdan mucho lo de la abyecta miseria de las barriadas y los villorrios andinos, que no pudo ahorrarse una revolución sangrienta? La China de Mao se elevó al rango de una nación moderna gracias a esos sacrificios. Mao, un intelectual, como el doctor Abimael Guzmán, la salvó. Guzmán, por lo demás, es profesor de filosofía, un lector de Kant.

En cuanto a Vargas Llosa, la decisión de votar por el desconocido Fujimori con tal de que el escritor no llegase al poder legal resulta una paradoja sin respuesta. Así como Sendero Luminoso ha dejado correr el prejuicio que lo convierte en expresión del descontento de las masas indígenas, él mismo una suerte de integrismo andino, lo cual es radicalmente falso, la corriente vargasllosista ha dejado entender —y el escritor en sus libros justificativos—, que los ciudadanos peruanos han votado en contra suya porque es blanco y es culto, y casi, porque es honesto. A medio Occidente se le paran los pelos. El voto de las barriadas es un voto sádico, se sanciona al mejor; y masoquista, se elige un futuro patrón, un presidente que pronto dejará ver su verdadero rostro, el de un dictador que cierra el parlamento. A estas alturas, muchos de mis interlocutores dejaron de interesarse en el Perú, dejaron de pensar en el Perú como algo que se pueda entender. Que resulta un país bajo el signo del absurdo, un agujero negro del espacio. Las noticias posteriores, que dan cuenta de los resultados electorales, de encuestas de opinión con la popularidad de Fujimori pese al cierre (y apertura) del parlamento, caen en un terreno minado por los intensos, y en apariencia, razonables prejuicios.

Nuestro imaginario interlocutor (pero no tan imaginario, podría citar listas enteras de nombres) ha dejado caer los brazos, y los diarios. En ellos salen publicadas, sin embargo, noticias sobre el repunte económico, Perú entre los países con más rápido incremento del PBI, entre los países que se señalan para el siglo XXI como los nuevos tigres o dragones; los más paupérrimos, los más inesperados, Marruecos, Kazajistán, Costa de Marfil (Michel Hirsh, en Newsweek, Nueva York, diciembre de 1994). Noticias que se pierden en el furor de otras, en una agitada información internacional en donde hay otros tantos mundos incomprensibles: Palestina, la ex Yugoslavia, la guerra de los rusos contra Chechenia. A propósito, ¿no habrá allá también un candidato liberal y escritor a quien los pervertidos pueblos no quieran como gobernador? Decididamente, los países merecen los gobiernos que tienen.

Los elementos para pensar la realidad —la realidad misma de Occidente y el resto de países del mundo— con otros criterios, ya está en circulación en las mejores librerías especializadas, y anda contenida en la jerga nueva que maneja uno que otro sociólogo y filósofo, pero todavía no ha entrado en los hábitos mentales de la generalidad de los ciudadanos de países industriales y avanzados. Son las ideas que se abren paso, en el postmarxismo y el posestructuralismo, desde Foucault a Castoriadis, por una parte —pero ¿quién es Castoriadis? El último gurú se murió con Jean-Paul Sartre—, que el intelectual ha dejado de encarnar la razón universal —puede equivocarse, y de hecho lo hace— y que, por otra parte, y esto es casi el resumen de la nueva lectura de la sociedad, “las sociedades se autorganizan y se autoproducen”. Foucault como Bourdieu, y en cierta medida Althusser, se han preocupado por determinar las posibilidades de todo saber en toda época, y en consecuencia, la relativa precariedad del propio saber. La nueva cientificidad, desplazando a la convicción del progreso de la razón por obra del apocalipsis revolucionario, deja sitio a ideas más modestas cuya configuración tarda en formarse, careciendo de las certidumbres de los días del existencialismo sartreano y el marxismo parisino (que había decretado que los campos de concentración soviéticos era una mentira de la CIA y de renegados del Este). Hoy en cambio circulan otros criterios, más porosos y fluidos, desde Prigogine y su “nueva alianza”, a las hipótesis “del azar y la necesidad”, o lo que los italianos llaman, el “intelectual modesto”. Agregaré otros paradigmas en circulación restringida: la importancia de la “sociedad civil” (es decir, todos, y no solo los políticos profesionales); la idea de  “autorganización y la primacía de los individuos y los actores sociales”, en suma, una posmodernidad en donde los mitos de las vanguardias iluminadas, que alimentaron a todos los progresismos pero también a los jóvenes  nazis, han dejado de tener sentido.  […] (Continúa la semana próxima)

Publicado en El Montonero., 13 de noviembre de 2023

https://www.elmontonero.pe/columnas/carta-a-mis-colegas-franceses-ii

Carta a mis colegas franceses (I)

Written By: Hugo Neira - Nov• 06•23

Los años que residía en Tahití, en la Polinesia Francesa, coincidieron con los dos gobiernos de Fujimori en el Perú, o sea la década de los 90. A mis colegas de la Universidad del Pacífico, les resultaba difícil entender por qué los indios explotados del Perú no se sumaban a los revolucionarios de Sendero Luminoso. Y por qué no habían votado por el ilustrado y liberal candidato Mario Vargas Llosa. No tuve más remedio que explicarles el porqué en una larga carta inédita que, en este portal, amable lector, le entrego y en cuatro partes. Dicha carta, también llamada Tribulaciones de un peruano en medio de docentes cartesianos, fue escrita en el año 1995. Trata de nuestra compleja realidad sudamericana frente a los prejuicios de Occidente.

                                                           ***

Los que amamos el Perú, conocemos a los peruanos y vivimos en el extranjero, nos es muy difícil explicar lo que ocurre en el país, su proceso de cambios, y como la gente pasa a definir sus alternativas en nuevos términos, en muchos casos, indecisos, pero siempre de modo diferente. Esta autonomía de los actores, esta racionalidad popular, a la que buena parte de la propia intelligentsia local tarda en reconocer y en acomodarse, en el exterior resulta absolutamente ininteligible. ¿Racionalidad de los peruanos de barriadas? ¿Autonomía democrática en las abandonadas aldeas  en los Andes? ¿De qué estamos hablando? Así, el episodio de Sendero Luminoso y la propuesta de conducción ilustrada de Mario Vargas Llosa presidenciable, han sido entendidos como dos propuestas, por opuestas que parezcan, de solucionar de una vez por todas los problemas de los peruanos. Que los indios de los Andes rechacen a sus terribles salvadores o que los pobres de Lima voten contra el candidato culto y honesto que es Mario Vargas Llosa,  aparece como un no sentido.

No vaya a creerse que esto ocurre con gente cualquiera, pasa entre universitarios y profesiones liberales, aun entre personas supuestamente informadas de nuestros asuntos por razones profesionales y sentimentales. Algún conocimiento ligero del país, en vez de mejorar las cosas, las agrava. Uno que otro viaje, la evidente pobreza de los peruanos, las prudencias que debe tomar un visitante o turista, el espectáculo mismo de nuestras ciudades y calles, llenas de gente presurosa e inclasificable, no anima a comprender lo que ahí está pasando. ¿Sentido común del voto popular? ¿Plebe urbana lúcida que sabe adónde va? Y que, por lo menos, ¿sabe qué no quiere? Blablablá.

Tardaremos mucho tiempo en desprendernos, y no solo los occidentales, si algún día ocurre, del secular prejuicio de pensar por los otros. En medios universitarios, en departamentos de enseñanza del español y aun en medios especializados en la América Latina de los Estados Unidos y de Europa, me he tropezado con gente que con la mejor intención del mundo aprobaba lo que la mayoría de peruanos desaprobaba, la dictadura del terror de Sendero. El argumento que voy a resumir, ciertamente, es como un molino de viento o una rueda de coche que gira en el vacío, lo que no quita que gire. No contiene nada de la realidad, también la idea de que la tierra no es el centro del universo y el sol no gira en torno nuestro —lo que parece a todas luces evidente— tardó en ser abandonada. Los interlocutores que en una vida de profesor he tenido la ocasión de encontrar suelen ser personas normalmente poco dispuestas a aceptar el abuso y la violencia como método político para cambiar las cosas, pero suelen razonar de forma que, finalmente, en casos extremos como los del Perú, la posibilidad de una victoria revolucionaria a sangre y fuego, y la consiguiente dictadura que daría lugar, después de todo, no es sino una cura drástica y un mal necesario. Un poco como el cobalto que se le aplica a un enfermo de cáncer. ¿Por qué no? Si es para salvarlo.

La propaganda de Sendero Luminoso en el exterior, presentándose como una guerrilla maoísta, con la doble significación prestigiosa de guerrilla y de maoísta, no es ajena a este prejuicio favorable. O la incapacidad de nuestras embajadas para explicar lo que pasa, en el hipotético caso que el mismo personal diplomático lo sepa. Dejando de lado el problema de la doble moral que este juicio favorable a priori a Sendero Luminoso contenga —lo que es malo para mí es bueno para otros—, el asunto encierra un problema mayor, el de la interpretación de los fenómenos sociales, estropeado por siglos de razonamiento en apariencia racionalista, y lo que es peor, por prejuicios elitistas. Persisto y firmo, elitistas.

Muchos se sorprenden de que Sendero Luminoso no solo no haya triunfado en Perú sino que además sea detestado en zonas populares, y que los habitantes andinos que habían huido de las zonas en conflicto, de retorno a los pueblitos ayacuchanos, levantan torres de madera y barro para vigilar, como un campo medieval, las excursiones de la barbarie, la proximidad de una columna del camarada Feliciano, precauciones que solo produce un gran asombro, y la incomprensión más total. ¿Cómo? ¿Los indios del Perú no quieren ser salvados de su secular miseria? ¿Y organizan rondas, con los fusiles que les proporcionan los militares? Incomprensible. Fácil es pensar que autoridades y criollos blancos no hacen sino manipular a las masas oprimidas, con la misma probable habilidad con que en el pasado los Tories y reformadores ingleses lograron apartar al proletariado de una reivindicación justiciera, arrastrando a los obreros ingleses a posturas prudentes como las del Partido Laborista o peor, las del conservadurismo popular en Inglaterra. La monarquía inglesa, el país de los feos sombreros de la reina y de gente sencilla que sigue adorando a la disoluta familia real, es el país de Marx, cuyos proletarios no emprendieron la gran carnicería. Un poco más y estamos en que los pueblos son tontos y la gente nace y muere esclava. Los negros norteamericanos, más cercanos a Uncle Tom que a Martín Luther King, tampoco tomaron el machete vindicativo, y ahí están, podridos de alienación y de miseria, en un país que les da derechos democráticos. (Continúa la semana próxima)

Publicado en El Montonero., 6 de noviembre de 2023

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El vals peruano o la alegría sollozante (II)

Written By: Hugo Neira - Oct• 31•23

El mecanismo de adhesión colectivo cabe en unas cuantas palabras: se arraiga el vals en una Lima muy provinciana y anterior a su primera modernización (antes de los años veinte), en una villa cuyas posibilidades de diversión se reducían a la que otorgaban las instituciones naturales inmediatas, a saber, la familia y la vecindad. Tres palabras lo resumen: reunión, jarana, barrio. La identificación con Lima entera vino después, cuando a la canción popular le dio por el pasadismo. Estamos, por consiguiente, ante un ritmo que se naturalizó no en torno a alguna aristocracia sino por el trámite mucho más sencillo del uso doméstico. Cabe aquí, por entero, la articulación entre música y cambios sociales. Entre “Guardia Vieja” y clase, siendo ritmo de jarana en la Lima del novecientos, en familias de pocos ingresos económicos. Los pobres se divertían como podían en esa Lima menesterosa donde la mayoría vivía no sólo en callejones sino en casitas independientes. Hay que tomar en cuenta, también, la relación entre etnicidad, clase y cultura, la procesión del Señor de los Milagros por ejemplo. Musicalidad y devoción de negros (Augusto Azcuez, Declaraciones en Lloréns, 1987). En suma, el vals, en el largo plazo, se criolliza a puertas cerradas, en la intimidad de hogares modestos.  (…)

Distingue al valsecito peruano su plasticidad, sus cambios de gusto y coreografía que lo hacen alejarse del modelo vienés original, quizá porque desde los primeros valses populares y anónimos hay el roce con otros elementos rítmicos. La imprecisa Guardia Vieja, hecha de músicos no profesionales aunque creativos, alcanza a cortar el cordón umbilical con el vals vienés, apoyándose en tríos, estudiantinas y cuadrillas. Esa será la señal de una sucesión de modificaciones. A la Guardia Vieja la sigue y la niega la generación de las primeras disqueras y tocadiscos o vitrolas. Comercial y musicalmente, precede a Pinglo el temprano éxito de Montes y Manrique al viajar a Nueva York para grabar, en 1911, para la casa Columbia. Todavía el vals no se desprende de otros aires nacionales, y en el repertorio de los viajeros, de 182 piezas –según Santa Cruz–, hay yaravíes, tristes, habaneras, polcas, tonderos, marineras y no sólo valses criollos. El interés comercial norteamericano se orientaba hacia la música costera hasta que acaece la primera guerra mundial. El gran momento es Felipe Pinglo, es también Pedro Espinel.

Tiempo de Pinglo, coetáneo del gramófono, la radio, las estrellas del firmamento del cine mudo y en blanco y negro, de los cantantes argentinos, de la irrupción del tango, y la aparición de nuevos instrumentos de percusión como la batería y la música cubana. Es interesante lo que señala César Santa Cruz sobre Felipe Pinglo: no era un maniático del purismo, cantó al deporte, a la velocidad, compuso jazz. En cambio los años cincuenta se señalan por la invasión de un vals quejoso, querendón y provinciano. Son los partidarios de arreglos como Jorge Huirse, y de orquestas más sólidas, que amenizan fiestas sociales más empingorotadas que las de los bohemios de antaño. Desde la segunda postguerra, los conjuntos criollos se complican, y en competencia con el blues y el foxtrot, incorporan instrumentos, adoptando la batería y el saxofón alto, el clarinete. Cabe señalar, de paso, que de los sesenta a los ochenta, ante la presencia de los ritmos tropicales, el vals se vuelve cada vez más barroco. Hoy es fácil comprobar su tropicalización: no sólo el cajón sino el caribeño bongó, muy criticado porque apaga otros sonidos. Visto con alguna perspectiva, en cada uno de sus pasos hubo como una gran sombra, como la gravitación de otro planeta musical: tango, jazz. Desde hace poco, el rival, que de paso lo nutre, se halla en los ritmos brasileños. En nuestros días, la canción criolla pierde terreno en el frente interno: cumbias, salsas, chicha y rock urbano, ya no sensuales sino sexuales, violentos. Evolución del gusto, casi sin tiempo para la lujosa tristeza del valsecito tradicional. (…)

Es hora de decir, para avanzar nuestro análisis, que el vals no sólo se baila sino que se escucha. E inclusive, a medida que se profundiza la ruptura entre la Lima criolla que le vio evolucionar y el conglomerado pluricultural de nuestros días, incontables peruanos aprenden a escucharlo, acaso con la misma reverente lejanía con que los argentinos pueden escuchar a Gardel o los franceses a Edith Piaf. El vals, cuyos orígenes urbanos lo colocaban como expresión de una cierta modernidad, ha concluido por constituir una suerte de clasicismo, una de nuestras raras referencias comunes. Hay que asumirlo, es letra, es decir, contenidos. Desde esta perspectiva, nos dice que es fiesta, y a menudo, francachela irresponsable, “que siga la jarana, aunque no se coma mañana”. Pero las alegrías son más bien para la polca. Polca y vals dividen la canción criolla como al teatro antiguo, comedia y tragedia. Es cierto que el lugar de la risa, del humor, está en la polca, inclusive la caricatura social, como el retrato de la huachafita que comento en otro lugar de este libro. El vals fue siempre más lírico, más sensual y, con el tiempo, de la Guardia Vieja a Pinglo, cada vez más patético. Por poco que se le examine, que se le escuche y se preste atención a lo que dice el cantante, la impresión de liviandad y desparpajo que viene del acompañamiento –latitas, palitos, gritos de ayayeros– se va desvaneciendo. ¡Qué angustia tiene el vals! ¡Qué desasosiego! Es el amor contrariado: celos, olvido, abandono, venganza y traición… Es el desgarrado recuerdo, de la madre, la esposa, el hogar, la juventud, la salud, el barrio, de amistades y lealtades que destruye el paso del tiempo o la lejanía.

A veces, el ritmo apenas logra disimular la auténtica angustia por la pérdida del ser querido o del entrañable terruño, como en esta polca, tan conocida: “Noche chalaca, de luna majestuosa, ausente y lejos, te veo siempre hermosa, siento que se desgarra de mi pecho el corazón, al cantarte en mi guitarra y al evocarte en mi canción”. En sus fuentes más claras, en los primeros valses-canción, los mejores porque son los más humildes, los más sinceros y creíbles, la emoción suele ser discreta, de índole intimista y personal. En otros casos, el vals se volvió pomposo, inflado, rimbombante, lo que alcanza el delirio de grandezas en “Mi Perú”, encarnación de un sentimentalismo nacionalista inspirado en el mito de un país rico y feliz que en realidad nunca existió, típico ejemplo de la distancia que separa los deseos de la realidad. Pero por lo general hay sensualidad, y también, dolor, encono, resentimiento, voces de despecho. “Devuélveme el rosario de mi madre y quédate con todo lo demás, lo tuyo te lo envío cualquier tarde, no quiero que me veas nunca más”. ¿Arreglo personal de cuentas, líos de baja estofa? Ni más ni menos que el tango, el chotis o el bolero, que tienen también sus cursilerías. Al vals no lo domina únicamente la historia de una relación desventurada. Variada temática. Si los provincianos lloran el terruño perdido, los viejos criollos añoran la vida de barrio anterior a la modernización. Unos y otros, la pérdida de un paraíso constituido por una suerte de convivencialidad. ¿El purgatorio en tierra peruana es la soledad? “Sus amigos ya no son los que ayer fueron”, dice Felipe Pinglo en “Jacobo el leñador”. El paraíso terrestre será, por oposición, la fiesta, la fiesta colectiva, la del Carmen, fiesta de negros y pueblerina (César Miró, “Se va la paloma”). Bipolaridad, pobreza y soledad, disfrute y amistad. Otro tema visitado es el de los deportes, y en particular, el fútbol. ¿Transferencia psicoanalítica, ampliación del fervor por un barrio determinado hacia círculos más intensos, sociabilidad del afecto? Estamos en la ladera optimista de la canción criolla. Uno de los clubs más populares, el Alianza Lima, se designará como “los íntimos”. No por azar, fútbol y vals se implantan por los mismos años y reclutan aficionados en zonas sociales similares. Y no como fenómenos de masa sino de grupos cerrados: peñas musicales y clubs deportivos. Ambos envuelven con el nimbo de la notoriedad al muchacho de condición humilde que a partir del esfuerzo propio, de la habilidad individual, sabe izarse al rango de héroe popular. También entran en la categoría de dioses del estadio los boxeadores. Para unos y otros, centro-delantero o gran pugilista, el pueblo, convertido en afición, guarda un título: el de maestro. La calificación se reserva al sumo talento. No es extraño que se les consagrara letras de canciones: Villanueva, Lolo, Bombón Coronado, Mauro, “Puño de oro”. No hay sociedad sin ídolos. En fin, los valses deportivos quieren ser bélicos, quizá por compensación, dado que en el pasado republicano hemos perdido varias guerras. ¿Qué ocurre, en cambio, cuando el vals se ocupa de nuestros desastres militares? No es irónico, sino dolido, en valses patriótico-sentimentales, como aquel que lamenta la derrota del general Bolognesi, héroe nacional en la guerra contra los chilenos. “Un día siete de junio, un día tan desgraciado, a un parlamento confiado, le intimaron rendición. Tengo deberes sagrados, contestó el Gobernador, es el deber de un soldado, de luchar con honor”.   (…)

En su desencantado canto los peruanos descubren, de la Guardia Vieja a nuestros días, que no se viene forzosamente al mundo para ser feliz, y de esa congoja nadie nos cura.

(Extraído del capítulo «La esquinada herencia» de mi libro Hacia la tercera mitad, que es del año 1996. Está en circulación su 5a edición, una edición del Bicentenario, de la editorial El Lector, de Arequipa)

Publicado en El Montonero., 30 de octubre de 2023

https://www.elmontonero.pe/columnas/el-vals-peruano-o-la-alegria-sollozante-ii