Temporalidad y política

Written By: Hugo Neira - May• 09•23

Eran los años 30 y 40. Se pensaba en el Perú en políticas de identidad entre la ley y la voluntad popular. La democracia era un asunto de masas porque había crecido la población, y los derechos sociales eran las mayores demandas. Al mismo tiempo, el sistema parlamentario encontraba límites en su papel crucial de ejercer la “discusión pública”. Vino con el tiempo la costumbre de hablar de “amigos y enemigos”, de “nosotros y ellos”, lo que provocó, hasta el día de hoy, una polarización. Pero en los diarios de esa época, se nota algo muy importante: la democracia era un caballo de batalla de Haya de la Torre.

Para Ricardo Ramos Tremolada, escritor aprista, en ese momento el país no conectaba con Haya porque los políticos no lo entendían (“país incomprendido”). Reprocha a Haya una “terca búsqueda de mayores niveles de participación de la sociedad en el manejo del Estado”, lo que en Haya se llamaba “democracia funcional”. El lenguaje de los políticos no era entendido por las masas, y más sencillamente, la política tampoco. Desconectados de la gente popular, los partidos fueron débiles siempre, aunque Haya tuviera carisma y el Apra una sólida organización.

Lo dije algunos años atrás. No podemos evitar el tema del tiempo. El tiempo pasa, al menos esa es nuestra pobre sensación de mortales. Nada puede eludirlo, ni las más altas civilizaciones, ni los mayores imperios. Es imposible escapar a la temporalidad que es un concepto que ocupa a la filosofía y a la física contemporánea: “la flecha del tiempo” que signa la vida del planeta, del sol, de las galaxias, del hombre mismo, del universo entero.

El tiempo como vivencia no es a todos accesible y sin dificultad alguna. Ahora bien, paradójicamente, la primera dificultad está en el lenguaje corriente. ¿Cómo no vamos a saber que no es lo mismo el tiempo del niño, del adolescente y del anciano? ¿Quién no sabe que alguien le está haciendo perder el tiempo, por ejemplo? Cualquier empresario sabe que la gestión del tiempo es decisiva. Y cuándo se nos hace tarde. Nuestra gramática en el castellano, como en francés, inglés y otras lenguas indoeuropeas, contiene la idea de un pasado, presente y futuro. Sin embargo, los lingüistas y filósofos dicen que el concepto de tiempo es huidizo y casi infernal. Sufre, como concepto, de una polisemia fulgurante. Es a la vez “la sucesión y la simultaneidad, la duración y el cambio, la época que se vive y el porvenir, la espera y la velocidad en la que discurre”, dice la Enciclopedia.

La segunda son las metáforas. Le atribuimos una serie de analogías. La más conocida, la más sencilla, el tiempo se asimila a un río. Algo que fluye, en constante movimiento. Desde Heráclito a nuestros días. Como si el tiempo mismo creara los instantes que lo componen. Un pensador, en el siglo XIX, cortó por lo sano la temática del tiempo, Victor Duruy, 1867, quien afirma que el pasado le pertenece a la historia, el presente a la política y el porvenir a Dios. Pero los positivistas europeos de fines del XIX no podían imaginar las guerras del siglo XX ni que una contienda terminara cuando una bomba sobre Hiroshima de 15 kilotones equivalía a todo lo que los hombres habían empleado en el curso de sus guerras a cañonazos. En nuestros días, de alimentos transgénicos, estrés ecológico y cambios climáticos, no podemos dejar las cosas en manos de la providencia, porque pueden caer en manos del diablo.

La historia intelectual de Occidente es también la historia del tiempo. Está en Platón y en Plotino, el tiempo, “la imagen móvil de la eternidad” (Timeo). En Aristóteles, en su Física. Y en los inicios del cristianismo, religión con una meta, el fin, el Apocalipsis. Nadie se asombra que el tiempo está en Las Confesiones de San Agustín. Y en el inmenso pensador, no uno sino tres presentes: “el presente del pasado, el presente del futuro, y el presente del presente”.  De  ahí a Kant, el tiempo, “la forma a priori de la sensibilidad y del ordenamiento del sentido mismo”. Y sumariamente, Bergson, en su Ensayo sobre los datos inmediatos de la conciencia (1889). Y en 1905 en Husserl, “el ahora” que se confunde con el presente vital de la conciencia misma. Y obviamente, Ser y tiempo (1927) de Martin Heidegger. El tiempo como preocupación, como basamento mismo de la existencia humana, el Dasein. “El presente existencial es el momento de la decisión”. En el cual el existente se construye a sí mismo. Pienso también en Paul Ricœur, Temps et récit, III, 1983. Dice el filósofo francés que el récit (o relato en castellano), al contarnos algo, cruza el tiempo histórico con la ficción, vale decir, el tiempo objetivo y el tiempo subjetivo de los personajes que lo han vivido como sujetos. Los tiempos simultáneos de los personajes de las novelas de Mario Vargas Llosa.

Física cuántica, filosofía, historia. ¿Qué nos interesa, especialmente, de esa enorme Babel de conocimientos? Un solo punto, para el presente perturbado por el pasado y colonizado por el futuro si lo decimos a la manera de San Agustín. Y esa concepción del mundo y de la vida se llama la temporalidad. No son los datos ni la cronología, es la idea que la historia se mueve en el tiempo para algo. Falso o verdadero, es como si hubiese en el tiempo una segunda naturaleza, dice el historiador francés François Hartog, al tratar el tema de las temporalidades. Vamos a darle razón, preferimos pensarlo por etapas. De ahí nuestra predilección a marcar (y a veces a imaginar) lo que llamamos épocas. Acaso esto, en los tiempos modernos, comienza cuando el Ancien Régime, vale decir, la organización Estado monárquico y sociedad de estamentos que precede a 1789, era un tiempo. Y otro el que viene se desprende a partir de las consecuencias de 1789. Esa temporalidad está posteriormente en Hegel, Marx, hasta nuestros días.

Publicado en El Montonero., 8 de mayo de 2023

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Poder y sociedad en el Perú contemporáneo

Written By: Hugo Neira - May• 01•23

En los años 60, un francés se va al Perú no como viajero o turista común sino para conocer el sistema de tenencia de la tierra y su gentes —muy diferentes como sabemos—  y pasa largas temporadas en nuestro país. Desde los años 1952 y 1953, había empezado a interesarle mucho, era una época en que los estudios de las comunidades estaban de moda. Tras reunir materiales sobre las transformaciones sociales y materiales de las regiones más rezagadas o, mejor dicho,  tradicionales —el departamento de Puno— publica en 1962 en París Los cambios en Puno. Su nombre es François Bourricaud, y por una “curiosidad nativa” por la política del país que decía tener, notaba que el esquema que había observado (masas analfabetas en la miseria, avaricia de la oligarquía, el sable al servicio del dinero, los partidos del Progreso en la cárcel o el exilio) no era suficiente para entender el difícil fin de mandato del general Odría. Se enfrentaba entonces a la oligarquía y a la resistencia de la “clase  política” para que hiciera otro mandato inmediato, cosa que la constitución prohibía. Bourricaud había de reconocer que un cierto orden existía en la vida política peruana, y emprendió un estudio más amplio que sería publicado años más tarde, en 1967, y traducido inmediatamente al castellano: Poder y sociedad en el Perú contemporáneo. En ese libro, François Bourricaud, se ocupa de esos tres conceptos, el poder, la sociedad y lo contemporáneo. Un país con riquezas pero siempre pobre, y con miseria.

Bourricaud (1922-1991) era sociólogo. Tanto sociólogos como etnólogos u antropólogos son observadores de la realidad, no son jueces, recordaba. Nacido en la ciudad de Burdeos, empezó allí sus estudios para terminarlos en Paris y Harvard. En París, fue dueño de la cátedra de Sociología desde 1966, la misma cátedra que había obtenido anteriormente en la universidad de Burdeos, en 1956.

En 1967, Perú es un país del Tercer Mundo (terminología de la época), países que alteraban el orden internacional con sus problemáticas complejas. En Latinoamérica, algunos de ellos lograrán salir adelante, caso de México, Brasil y Argentina, pero no del todo. Mucho se ha publicado sobre el Perú y sus problemas pero para entenderlo, este libro es decisivo. No busca radicalidad ni nutre doctrina alguna, solo presenta al país tal como es en aquella época, un “régimen oligárquico” donde “las decisiones las toman un pequeño número y para un pequeño número”. Pero le parecía insuficiente el calificativo “oligárquico” pues no lograba reflejar la posición de la oligarquía frente a los otros grupos. Se estaba dando una movilización social, retrocedía el sector tradicional y crecía el moderno. La migración masiva y la urbanización se volvían incontenibles. Pero la oligarquía era incapaz de resolver el tema agrario y el problema indígena, y además, se oponía a la industrialización. Una sociedad muy móvil y estratificada. “Si se busca en la vida peruana el gran corte a partir del cual se plantearon los problemas políticos de la movilización —bajo la doble forma de una crítica radical de la sociedad neocolonial y de la protesta apasionada en favor de la integración racional— no veo cómo pueda negarse a Víctor Haya el temible honor de haber abierto el camino”.

Este libro fue publicado antes de la reforma agraria de Velasco que acabó con la oligarquía (que nunca llegó a ser aristocracia, como bien lo recuerda Bourricaud). Sin embargo, tantos decenios después, el tema de las masas urbanas y su autorganización, las barriadas, los comportamientos neocoloniales, la astucia, los vicios y la violencia, los olvidados y las enormes distancias sociales, siguen ahí. Es un clásico y un indispensable para entender el Perú actual. Pese a la reforma agraria, el poder sigue en manos de muy pocos, la misma clase social. Si resucitara Bourricaud, no encontraría grandes modificaciones.

Publicado en El Montonero., 1° de mayo de 2023

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Toledo extraditado

Written By: Hugo Neira - Abr• 24•23

De vuelta al país y bien custodiado se encuentra el expresidente Alejandro Toledo (2001-2006) cuya puntualidad ha pasado a la historia como la “hora Cabana”. Retorna extraditado por la justicia americana. Tiene cita con la justicia peruana que lo investiga por la corrupción de la Carretera Interoceánica Sur que fue licitada durante su gobierno a las empresas brasileñas. Hablaron los colaboradores eficaces. Toledo, que en algún momento califiqué de “enigma” (2002), el humilde lustrador de zapatos que se socializó en Estados Unidos cuando adolescente y recibió en el 2001 la banda presidencial, cumplió sus 77 años en los Estados unidos, lejos del país que lo vio nacer y a años luces de su leyenda. Al amable lector, le propongo una pequeña retrospectiva.

Toledo, o la otredad (2001)

El estilo entrecortado de Toledo, sus frases breves, colo­quiales, la comunicación que guarda con el público, no es la misma que establece García. Éste es el heredero de Haya, de una familia de aristócratas del espíritu que fue­ron revolucionarios, grandes intelectuales que hablaban al pueblo desde la doble tribuna del riesgo personal por asumir papeles de rebeldes y a la vez de grandes maestros. Este estilo fue el de los dirigentes apristas sin excepción, y el de Fernando Belaunde Terry, de Héctor Cornejo Chávez, admirables. Pero, ¿fascinarían, hoy día, más que el econo­mista de Stanford que fue lustrador de zapatos cuando niño, que en cada línea de sus discursos, insiste en dos cosas? De un lado, yo no haré esto o no haré esto otro. Y en segundo lugar, proyectos concretos, inmediatos. Estoy diciendo, por mi parte, que la mensajería política del toledismo es sencilla al fundarse en un único principio: esto es posible porque es Toledo quien lo dice. En un país cargado de desconfianza, a lo mejor entra más que otros en la desengañada alma popular. La voz, por lo demás, es gutural, bronca. No es la de un criollo. No habla de paporreta. Toledo pronuncia bien. No es el tono limeño que de siempre fue acelerado. Toledo, hasta en eso, con un tono reposado, de abierto aplomo provinciano, viene a contradecir viejas usanzas. De alguna manera, tras la fonética de uno y otro candidato, se asoman muchas cosas.

He dicho que Toledo representa otra cosa. Representa la otredad. El concepto tiene más circulación en sociedades que han vivido profundas crisis, guerras intestinas, como España de la guerra civil y de los cuarenta años de franquis­mo. La otra sociedad es la mexicana. La otredad es el otro, el republicano en un caso, el indio en el otro. En el Perú el término es preciso, pero el tema de la otredad, que viene a encarnar por primera vez Toledo en justas democráticas, es soslayado. Es interesante este soslayo. La cuestión es tomada desde el ángulo de que es cholo y que se reclama como tal. La cuestión es tomada con dos sentimientos que no abordan el significado de ese candidato en estas elecciones. De un lado, con humor. “Choledo”, la “´panaca´ sagrada”, el tema de los “apus”, después de un discutido discurso de su esposa en Huaraz. Una revista limeña, que por lo general me agrada, Caretas, diluye el tema. “La República peruana ha tenido más de un gobernante de tez bronceada” (29 de marzo, N° 1663). Nadie dice lo contrario. De lo que se trata es de otra cosa. Nunca ha habido un presidente que acceda por las urnas, de origen indio o mestizo. Nunca. Ni Sánchez Cerro, ni Velasco, ni Odría confirman o niegan la cuestión, porque llegaron por las armas, sin entrar en consideraciones de si uno fue un dictador de izquierda y los otros de derecha. Lo vuelvo a decir, si los peruanos votan hoy por Toledo, estarán votando, por vez primera, por un hombre salido de abajo y de etnia claramente india. Dejemos el eufemismo de lado, “de tez bronceada”. El color de Toledo no viene de algún balneario o club exclusivo. Y yo sí creo que hay mucho de oposición étnica a su candidatura, disfrazada naturalmente de mil excusas.

La candidatura de Toledo, con más razón su posible presidencia, anuncia el ingreso a la temática política de un orden de elementos conceptuales que no ha tenido tratamiento, encerrados en las clásicas categorizaciones de criollo, cholo, indio o mestizo, a lo que se puede sumar “achorado”, igualado, etc. Los nuevos conceptos que in­gresarán inevitablemente, que ya ocupan la escena política e intelectual en México, Guatemala, Bolivia y Ecuador, son otros: etnia, nación y multiculturalismo, identidad neoindia. Todos esos términos tienen en común que vuelven a replantear con fuerza en el vocabulario político la relación del Estado peruano con lo que creemos un problema única­mente económico, reducido al tema del campesinado. No estoy diciendo que Toledo sea un agrarista como Zapata o Villa, ni la continuidad de Hugo Blanco, sino que ese problema asomará en los próximos años, y es mejor que sea un hombre como él quien se halle en el gobierno para enfrentarlo.  (HN, El mal peruano 1990-2001, Epílogo)

Alejandro. Zona de derrumbes  (2017)                                                               

Desde la pequeña pantalla, estando fuera del país, me da pena ver cómo se derrumban las casas de la gente en Chiclayo. Y me admira la paciencia y el coraje con que nuestro pueblo afrenta la desgracia de la natura. Los huaicos se toman la libertad de inundarnos como si nuestra sociedad no produjera otros males, un Huascarán de corrupciones. Lo que se revela  en torno a Alejandro Toledo me produce un estado de ánimo que es el de incontables peruanos —cólera, pena, asombro—, “el cholo de Harvard” con orden de captura planetaria¡! Y aunque sea graciosa su imitación en la tele, no es hora de comedias, no soy partidario de los que cuentan chistes en velorios. Juan de la Puente, en uno de sus artículos, ha dicho que hay una responsabilidad ética y política, colectiva. Y tiene razón. Lo hemos apapachado demasiado. Me viene a la memoria el rostro de señoras populares que lo chupeteaban como si fuera un pariente, a Toledo lo han querido.

Lo que da realmente pena es que haya acabado él mismo con esa hermosa historia que era la suya. El niño que a los cinco años participa de la migración familiar hacia Chimbote. “Llegaron con el equipaje de la pobreza”, escribe Humberto Jara en Historia de dos aventureros. El padre se convierte en ayudante de pescadores y duermen y moran en la estación ferroviaria. El resto lo sabemos, el canastón de tamales que vendían, los voluntarios del Cuerpo de Paz de Kennedy, el papel de Joel y Nancy Maister, pareja de gringos, y de pronto, lo que tantos peruanos aspiran, “el sueño americano”, Berkeley,  Stanford, el fútbol, Eliane. Y el resto que conocemos. Bella historia, por poco, un pesebre en Belén.

Pero la saga misma nace fallada. Desde el origen mismo, la verdad a medias. No nace en Cabana sino en el centro poblado de Ferrer, distrito Bolognesi. Y no estudia economía sino uno de esos inventos americanos, para manejar hospitales, hoteles, aeropuertos. Toledo es doctor en economía de la educación. Lo de Cabana también es mítico. ¿De dónde es realmente Toledo? ¿De esa nueva burguesía depredadora que surge debido a la globalización y que no tiene patria sino los territorios interminables del dinero aventurero? Por qué no negocios con Maiman, en empresas offshore, o el gas por Ucrania, solo dios y Putin lo saben. 

Control de daños. Pienso en la gente que congrega en Perú Posible. Roberto Dañino, Luis Solari, Beatriz Merino, Carlos Ferrero. Y Henry Pease, Rodríguez Rabanal, Juan Sheput, Nicolás Lynch, tantos y tantos, centenares, Kurt Burneo, Oscar Dancourt en el equipo económico de PPK como ministro. Una capa social de profesionales que querían hacer algo políticamente por el país. Y Hugo Garavito que intentó pensar el posibilismo. ¡Qué lástima!, un personal humano de primera, desperdiciado. 

Ahora es fácil cargarle las tintas. Pienso en los que tempranamente se dieron cuenta. En una crónica, por el 2002, Fernando Vivas: “ Toledo es un peruano-norteamericano”, en Caretas. Hubo gente, venida de las ciencias sociales, que fueron muy críticos. Pienso en Desco,  “Perú hoy, los mil días de Toledo”. Y ahí dicen “el Perú de Toledo confronta un escenario paradójico, una gran estabilidad macroeconómica, una gran incapacidad de la política y un gran descontento social creciente”. Genial, ¿no? En el 2004, no hoy. Qué gracia, cuando está en el suelo. Qué bien por Desco, ¿no? No sea ingenuo, amigo lector, esa revista Quehacer ya no existe. La izquierda no tiene nada que aprender de nadie, ni siquiera de sus revistas.

Se derrumba el propio Toledo. Se derrumban varios partidos. Y no necesariamente por el efecto Odebrecht. Las agendas de Nadine lo preceden. ¿Qué queda del Nacionalismo? Y van dos. ¿De Fuerza Social de Susana Villarán? Tres derrumbes partidarios. “Significativo”, como dicen los del Banco Mundial.

Seamos sinceros, Odebrecht es un cataclismo pero no inventaron la corrupción. Cuando Fujimori padre, escribí sobre “la utopía mafiosa” (La República, 2000). Y luego vino un tiempo de petroaudios y narcoindultos. Y hace poco, la compra de ocho millones de pañales que se esfumaron en el 2015. Lo que descubre Odebrecht se parece a lo de Colón: no es cuatro islas caribeñas sino un continente, al que pudre.

En fin, muy dados que somos a la magia, a irracionalismos, a apus, al Inkarri, a modas antropológico-delirantes, el derrumbe del “cholo sagrado” es una derrota simbólica que toca su poco a Goyo y al padre Arana, a Acuña que ya medio nazi habla de la “raza peruana”. Eso se acabó. Y la línea imaginaria que se inventaron conchudamente los consultores-periodistas, separando “decentes” de “corruptos”, y que conduce a la ruina a grandes diarios que ellos han vuelto aburridísimos. Derrumbaron los tirajes.

La mafia que hace fortuna desde cargos públicos es transpartidaria. ¿Aprenderemos a ser menos ingenuos? ¿Habrá acaso una reacción saludable? Puede que la gente se envalentone y denuncie coimas, chicas y grandes. Con todo, no está mal esos escándalos. Como decía mi abuelita, que era muy dicharachera, no hay bien que por mal no venga. Y todos nos merecemos un jalón de orejas que nos viene acaso de los altos designios. “Santa Rosa de Lima ¿cómo consientes que en el Perú se chupe tanto aguardiente, alundero le da, Zaña, alundero le da”.  (HN, El Montonero., 13 de febrero de 2017)

Toledo. ¿Contigo Perú?  (marzo 2019)                                                          

Lo de Toledo ha sido el lado negro de nuestra actualidad inmediata. Naturalmente, da pena y a la vez provoca indignación. Aun siendo un expresidente, tenía y tiene —no se ha muerto— una obligación, la de portarse correctamente. Como todo ciudadano que ha tenido tan alta magistratura. ¿Pero enterarse de que la policía de un modesto condado, el de San Mateo en California, tuvo que arrestarlo por ebriedad? Encima, en un lugar público, un restaurante. ¿No podía embriagarse en su casa? Esto ocurre el domingo pasado y a las 10:37 pm. Y lo sueltan el lunes a las 9 am. Encima dijo que no era cierto. Y la señora Karp, que «era un complot del fujiaprismo» (El Comercio, martes 19). Qué vergüenza.

Por mi parte esperé unos días. Quería ver qué decían otros columnistas. Y en efecto, hay diversos artículos. Me interesan, sin embargo, un par de los aparecidos. El de Santiago Roncagliolo, «La presidencia etílica». Y el de Díaz-Albertini, «Vergüenza no, indignación». No es corriente en nuestro país que se nombre a otros comunicadores, pero los menciono porque sus artículos me preceden, y sencillamente, no hay polémica puesto que comparto la «indignación» de Díaz-Albertini y lo de «la presidencia etílica», de Santiago Roncagliolo. Solo que yo extiendo el caso a lo social. […] Dos varones peruanos no pueden conversar sin ponerse a chupar. El vicio colectivo no exonera a Alejandro Toledo. Pero no hablemos del alcoholismo como si fuéramos cuáqueros o musulmanes. No somos un pueblo de sobrios. Lo digo porque los camiones se siguen cayendo en nuestras carreteras. Por falta de mantenimiento, horarios excesivos pero también el machismo de beber timón en mano. La chupa es un mal nacional. Si no abandonamos ciertas costumbres, nunca dejaremos de ser el país que somos. Como dice el poeta Germán Belli, «descuajeringado». ¿A tal país, tal presidente? (HN, El Comercio, 27 de marzo de 2019)

El mal mayor   (setiembre 2019)                            

Lo que ocurre hoy, comienza a aburrirme. No veo sorpresas sino repeticiones. Hoy volvemos a viejas tradiciones, caudillistas. Don Augusto B. Leguía gana las elecciones en 1919, y por si acaso, da un golpe de Estado. Necesita eso para una constitución nueva a su medida. Hoy, el combate de los clanes —no hay otra manera de definirlos— es algo desconectado del país real. […]

El mal mayor, querido amigo Carlos Meléndez. Siglo XXI, crece la riqueza peruana, y con ello, ¿la necesidad de capturar el Estado? La avidez de hacerse rico es corriente en cualquier país, pero en nuestro acelerado Perú, no solo se ha corrompido al Estado, sino una parte de la sociedad. La buena pro, a como dé lugar, es la voz. Lo peor está por venir. «Cómo ser déspota sin que se note». Habrá numerosos candidatos presidenciales. Desde ahora lo digo, votaré en blanco. Si es que voto. Hace 30 años que la educación, para los hijos del pueblo en escuelas estatales, la hicieron pedazos. Eso y las tecnologías, no producen conocimiento sino ignorancia. Y un alegre caos. Que será corto. Se viene una sanción popular en las urnas para todos los que hoy creen ser amados. De repente, una revolución. Las revoluciones no las hacen los revolucionarios. Ocurren. El que vive, verá. (HN, El Montonero, 30 de setiembre de 2019)

Publicado en El Montonero., 24 de abril de 2023

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Algo de Castoriadis nos vendría bien

Written By: Hugo Neira - Abr• 17•23

La vasta obra filosófica de Cornelius Castoriadis se encuentra traducida al castellano y es fácil encontrarla. Invito al lector a conocerla. Lo que ha tenido menos divulgación son sus textos que salieron en la revista francesa Socialisme ou Barbarie, de corte político. Escribo esta columna desde el extranjero.

Según Castoriadis, las sociedades pueden diferir en su imaginario social pero no se pueden lograr sin vencer la barbarie. Quisiéramos tener en el Perú un filósofo que entendiera el nuestro. Pero por desgracia no es así.  Me da una gran pena decir lo que sigue. Somos un país fragmentado con un imaginario social problemático. Somos muy pocos los que reconocemos esa situación para poder superarla, pero citaré unos cuatro autores que siempre tengo a la mano. Me refiero a los investigadores Jorge Yamamoto, que ha escrito mucho sobre la felicidad, Víctor Vich (El caníbal es el otro), Juan Carlos Ubilluz (Nuevos súbditos. Cinismo y perversión en la sociedad contemporánea), Cristóbal Aljovín y Marlene Castillo, Visión del Perú: historia y perspectivas). Me detendré en un artículo reciente que es de Jorge Yamamoto, del 20 de octubre del 2010, en El Comercio: «Cuando un peruano tiene éxito, el otro peruano se siente miserable y alivia su infelicidad devaluando el mérito del otro» (…) «El peor enemigo de un peruano… no es otro peruano. Somos buenos amigos, mejores familiares, solidarios, alegres, generosos. El problema comienza cuando nos hacemos favores, pequeños o grandes, dentro o fuera de la ley; cuando lo hacemos con solo aquellos que forman parte de nuestra argolla, a nuestros ‘hermanitos’, sin pensar si es justo para los otros, sin reflexionar si con eso se arruina a un gran país. El problema está arraigado en uno de los niveles más profundos de la mentalidad de una nación: los valores.» Para Yamamoto, un revólver no es necesario, más sencillo es la «difamación por el raje», o «el hábito de fastidiar al otro, en buena o mala onda». Es tan visible esa situación y podemos explicarla por tener una ‘sociedad incivil’, título de otro libro que también tengo siempre a la mano. El investigador Yamamoto dice que la «infeliz capacidad destructiva de la tríada social del mal —envidia, chisme, egoísmo—» va muy lejos, hasta conseguir un truco de magia negra, pagando la cantidad necesaria a los ‘maleros’, para dañar al otro. Se funda en una tesis, de Walter Pachas, sobre el tema. Todo esto nos aleja de la civilización.

Originalmente, los seres humanos se unieron en lo que llamamos la tribu. Cuando llegaron a construir ciudades, pasaron a la sociedad, sometiéndose para ello a una organización y reglas comunes en varios ámbitos. Pero por lo visto no hemos conseguido dar ese salto. Yamamoto de nuevo: «cuando un huanca progresa, el otro huanca lo envidia y se siente infeliz».  Volviendo a Castoriadis,  la sociedad se auto-instituye, hay imaginarios que hacen las sociedades más o menos democráticas. El político, el que tiene que ver con el poder, existe en todas las sociedades pero la política, la verdadera, resulta de un campo social-histórico que es frágil. La institución, la suma total de las instituciones particulares, representa la «institución de la sociedad como todo». La civilización no es solamente la civilidad sino también el peligro de la corrupción como uno de los peores malos del país. Todo debería partir de una educación desde la primaria en valores, y de tener presente que para ser feliz en una sociedad no puede estar ausente la conciencia moral, la empatía y el respeto por el otro, como dice Castoriadis. Con la delincuencia y la mentira no se produce una sociedad feliz. Tampoco se puede formar una nación sin el respeto por el otro.

Publicado en El Montonero., 17 de abril de 2023

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La mentalidad tridentina y sus herederos actuales

Written By: Hugo Neira - Abr• 10•23

Nosotros, los peruanos, no fuimos parte de las guerras de religión europeas pero sí de sus consecuencias. Tuvimos el catolicismo no solo de los conquistadores o misioneros franciscanos y dominicos sino de la Iglesia renovada por el Concilio de Trento. De 1545 a 1563, el más largo de la historia, que fue convocado por el emperador Carlos V, y cuyas repercusiones en las Indias son decisivas. No tuvimos debates con los protestantes y otros reformistas cristianos. Las Indias —ese era nuestro nombre y estatus— fueron preservadas de esos combates y violencias, sin embargo, eso significó el aislamiento ante un debate que comprometía Iglesia y Estado y, en consecuencia, el nacimiento del Estado Moderno. En Europa, no en España ni en América española. Tuvimos un catolicismo especial. Poco se habla del Real Patronato. Sin embargo, en Wikipedia está al alcance hasta del más lego: “El Patronato regio consistió en el conjunto de privilegios y facultades especiales que los Papas concedieron a los reyes de distintas monarquías europeas del Antiguo Régimen y que les permitían elegir directamente, en sustitución de las autoridades eclesiásticas, a determinadas personas que fueran a ocupar cargos vinculados a la Iglesia Católica”. En pocas palabras, los obispos los nombraba el poder real, el Estado.

Tuvimos un catolicismo estatal. Solo comparable al de los popes rusos al servicio de los zares. Tuvimos una Iglesia Católica de la Contrarreforma. Es decir, bajo el poder de los reyes Austria, profundamente hostil a la modernidad. Crecimos en el vientre de un Imperio reaccionario y que defendía una heterodoxia. Durante tres siglos, las ideas dominantes eran absolutamente la verdad revelada y no eran materia de discusión.

Todo el tema se reduce a esta pregunta: ¿la Independencia en 1821-24 significa una ruptura de hábitos ortodoxos? La respuesta es no. La mentalidad tridentina, es decir, la intolerancia con los disidentes se traslada a la arena republicana y al debate político. Nuestros liberales eran tan intransigentes como sus opositores. San Martín y Bolívar no pudieron entenderse. Ni los caudillos. Nacimos doctrinarios, dogmáticos, e intolerantes. Pero lo que es virtud en teología resulta defecto en la vida política. Se explica nuestro horror al pacto, al acuerdo, a las alianzas. El horror a la política proviene de que la mentalidad tridentina —que en los ciclos coloniales sin política era religiosa— hoy es política de gente sin sotana. Se hacen laicos, pero no lo son, porque ignoran el sentido y la práctica del pluralismo. No hemos ni retrocedido ni progresado. Seguimos siendo una sociedad premoderna. Solo algunos tienen el monopolio de la verdad. A los otros hay que exterminarlos. Pero como no se puede matar al otro, se recomienda “la muerte civil”.

Somos parte de una Contrarreforma que no cesa. (Y ese somos, es de un plebeyo, no el de un hijo de papá.) Pero esta vez la culpa no se la podemos atribuir a la Iglesia Católica, cuyo proceso de renovación es evidente en el siglo XX, entre ello, Vaticano II. La “Iglesia” no es la que porta las feroces ideologías en nuestros días. Al clero negro lo reemplaza el clero rojo. Y estos no tienen púlpito, pero sí cátedra. Ellos son la colonia prolongada. Y seguimos siendo víctimas de alguna forma de poder eclesiástico que se hace pasar por civil. Cierto es, tenemos universidades, pero en el sílabo de los estudios que imparten, jamás hay adversarios. Sus coloquios son cerrados. El universitas como espíritu estuvo mejor practicado en la universidad colonial porque, al menos ahí, hubo espíritus más abiertos. En el virreinato, la Inquisición y el Convictorio de San Carlos estaban separados. Hoy, Inquisición y los dueños de las aulas son los mismos.

Una dominación eclesiástica sin que los que la portan lleven hábitos religiosos, en el fondo, son una ortodoxia. Muy especial, muy sui géneris, muy peruana. Su dominio parecería ser el del campo intelectual, pero este resulta más ancho que sus acólitos. Después de Mariátegui y de Flores Galindo su contribución no rebasa los límites del país, a veces no sobrepasa los de un conocido fundo legado por un conservador rico, sin pensar que ahí se iba a construir una suerte de mezquita. Su influencia es más bien sobre los hábitos mentales, las formas de discurrir, sobre dicotomías. La mentalidad tridentina que no se inclina por el análisis social —tendría que reconocer la existencia del otro— sino por la exclusión en nombre de principios morales (lo que recuerda asombrosamente a los púlpitos coloniales), se une a otra cosa. El habitus. Sí, el concepto de Bourdieu. “El conjunto de disposiciones durables, generadoras de prácticas y de representación, adquiridas en la historia de los individuos, en su infancia, en el hogar, la familia y, sobre todo, el tipo de escuela”. Son una suerte de clase de dominados (no son los más ricos) pero a su vez, dominadores. Quitan y ponen candidatos.

Cuenta en esta clase dominada/dominante las relaciones personales entre gente que ha hecho los mismos estudios en escuelas privadas y se conocen de toda la vida. Papel fundamental en el habitus, la educación. Estamos hablando de la lógica social que conduce a elegir una escuela privada, y en ellas, algunas de preferencia. El gasto escolar atiende a que en ciertos colegios se enseña mejor pero también a que los vástagos tengan amigos en esos establecimientos donde la clase dominante coloca a sus infantes para continuar, mancomunadamente, más tarde, los inmerecidos privilegios de siempre. La matrícula es una inversión que prepara el ingreso futuro a los grandes negocios corporativos, clubes sociales y otros espacios del poder de cleptoplutocracias. En nuestro país, la distribución de desigualdades arranca en una selección darwiniana que se inicia en las aulas. «Todas las sociedades tienen sus reglas secretas y no aman que se las descubran» (Castoriadis).  En fin, los malos colegios estatales son una plaga, los han vuelto lo que son, y ahí se finge una educación que no imparten. Los colegios para vástagos de familias adineradas son otra plaga, sin duda distinta. Pero ambas se construyen sobre principios que coinciden en la no educación.

En el Perú pesan con exceso “las religiones políticas”. Un concepto tomado del filósofo Eric Voegelin (1901-1985). No tal o cual filosofía política y programas de los partidos sino prácticas y rituales que son lo contrario de lo público, son sectarios. Grupitos, muy autosatisfechos. Creyendo que entramos a la Modernidad, en realidad nada más cercano a la extirpación de idolatrías que el debate público en Perú. Los censores no se han ido. La mentalidad trinitaria estrecha el campo del debate político y de ideas. Las sociedades industriales se sacudieron de una herencia absolutista aceptando lo que Weber llama “el politeísmo de los valores”, pero no en Sudamérica. El abandono de una tradición absolutista que, quiérase o no, proviene del fondo católico, nos es hasta ahora extraño. La consecuencia la sabemos todos. Nuestras sociedades tienden políticamente a generar corrientes raigalmente sectarias. La Iglesia es muy respetable. También el mundo intelectual, tengan las ideas que tengan. Lo que estoy señalando es una confusión de roles. Como lo tridentino baña a unos y otros, el resultado es confuso. Los intelectuales parecen hombres de religión. Y los hombres de religión, parecen políticos. No tiene nada de malo pero el pueblo de fieles no elige sus obispos. Hay una disimetría. Y eso, entonces, no es democrático.

Falta el demos al que aludía Mariátegui hace casi un siglo. Un demos, no lo constituye la turba, la multitud, sino gente popular bien formada y la conciencia de clase. Pero también se hace notoria la crisis de las elites. Si alguien corre el riesgo de la excelencia, lo más probable es que termine por partir. El Perú tiene una extraordinaria capacidad para deshacerse de sus mejores hijos. La errancia es el deporte nacional de científicos y profesionales. Los que se quedan, en la ausencia de los mejores, se sienten de lo más contentos. Nuestro es el Reino, nuestro el poder. Sí pues, Dios es peruano. Se premia a los peores. Esta selección al revés daña todo. Es el gran mal peruano, los inconformes y rebeldes no tienen más remedio que callar o partir. Nadie se extraña, pues, que se continúe la cadena eterna de grupos de poder.

Pasan los decenios, los siglos, y realmente no pasa gran cosa. Hay algo que permanece, un rasgo, los elementos de irracionalidad que garanticen que, en el peor de los casos, las reformas o revoluciones, las encabece alguien que forma parte de las elites dominantes. ¿O acaso no siguen buscando guías dogmáticos que ya conocen? Siempre alguien ya visto. “Uno de los nuestros”. Son un club, más cerrado que el Club Nacional.   

Publicado en El Montonero., 10 de abril de 2023

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