La crisis del Estado en Latinoamérica

Written By: Hugo Neira - Feb• 27•23

Hace unos años, en un artículo que escribí para El Comercio (“América, la nuestra”) del 27 de febrero de 2019, recordaba al amable lector que no tenemos que imitar a nadie, nuestro destino somos nosotros mismos. Le invitaba a conocer lo nuestro y para ello, leer a Paz, Borges y Arciniegas (1900-1999). (https://elcomercio.pe/opinion/columnistas/america-nuestra-hugo-neira-noticia-611686-noticia/)  Germán Arciniegas era un historiador colombiano y gran ensayista. Y un liberal. Escribió una historia de la cultura en América, El continente de siete colores. Un libro formidable (entre otros), panorámico, que salió en 1965, sobre una América Latina que sufre de una “falta de seguridad en su capacidad de pensar y decidir”. He aquí un fragmento de dicha obra sobre la crisis del Estado. Que yo sepa no ha vuelto a ser editado pero numerosas viejas ediciones están en venta en internet, siendo la que tengo de 1990 y de la editorial Aguilar.

Escribo esas líneas mientras me llega la lamentable noticia del fallecimiento de Jorge Morelli, colaborador de este portal desde el primer día, gran periodista y lector. El Perú lo echará de menos, sabía discrepar y debatir.

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La crisis del Estado (Germán Arciniegas)

Si los escritores han creado su propia manera de expresión americana, logrando así su independencia, y la novela latinoamericana surge como creación original, auténtica, los políticos no han llegado a la misma madurez por falta de imaginación creadora. Los viejos partidos no logran modificar sus estructuras y cargan con el lastre de los oportunistas, acostumbrados a usufructuar posiciones y ventajas a la sombra del poder abusivo. Los partidos nuevos no presentan soluciones tan originales que alcancen a despertar una nueva mística como la que permitió a comienzos del XIX cumplir la única gran empresa política de todo el continente: la independencia de España. Este quedarse cortos de unos y otros ha favorecido el retorno de los brujos, es decir: de caudillos sin escrúpulos, algunos de ellos francamente ladrones, de oratoria demagógica desvergonzada, que cautivan a una vasta masa de ingenuos, prontos a marchar en pos de una ilusión. Los golpes militares parten de la insuficiencia de los partidos civiles. Así, los mapas de la América Latina, llevados a un atlas político, no ofrecerían imágenes tan claras como los mapas literarios. Lo que salta a la vista en este momento del caos es una gran mancha negra de los gobiernos impuestos por golpes constantemente se reproduce esa imagen en periódicos y revistas de Estados Unidos y Europa—, a manera de denuncia gráfica sobre la insuficiencia de los movimientos civiles para resolver el problema de una nueva sociedad en donde el ansia de mejoramiento camina más veloz que el progreso urbano o la industrialización en que se cifra la nueva riqueza nacional.

Hasta 1900 la imagen de las repúblicas latinoamericanas fue rural. Argentina era como la pintó Sarmiento en las páginas de Facundo. Hoy, unas veinte ciudades que pasan del millón de habitantes y llegan hasta los siete, da una idea del espectacular y repentino desarrollo ciudadano. De otra parte, el progreso industrial engendra el desempleo. Las máquinas ­­—desde los remotos días en que se introdujeron los telares en Inglaterra— no han hecho otra cosa que deshumanizar la industria. Con la automatización extrema de las fábricas, se puede hoy producir cada vez más con menos gente. Se pueden ofrecer las cosas baratas que todo el mundo quiere tener. Lo primero que produce este nuevo sistema de enriquecimiento es el desempleo. No puede retenerse ocioso a un pueblo que quiere participar en el goce de la prosperidad, y queda al margen de una industrialización que hace cada vez más fuertes y ricos a los grandes. Se requiere un impulso nuevo, por caminos paralelos, de otro tipo de empresas que den ocupación al campesino echado de la tierra donde la agricultura se trabaja industrialmente o al obrero desalojado de los talleres cuando los reemplazan las fábricas. Tendrían que desenvolverse a gran rapidez oportunidades y ocupaciones como las que ofrecen un comercio muy desarrollado, la industria de la construcción, las obras públicas o el artesanado, y sobre todo el turismo, para ir llenando los vacíos que en el campo del trabajo impone el progreso industrial. Mientras esto no se logre, quedará flotando, con inconformes y necesitados, una masa puesta a la orden de los agitadores.

El agitador ha pasado a formar una nueva clase de formidable prestigio en las masas. Es ahí en donde la América Latina forma tipos representativos de gran figuración universal. Pero el agitador —hasta el momento en que comienza el tercer acto del siglo XX— carece de capacidad imaginativa suficiente para independizarse de los modelos europeos o asiáticos. El simple hecho de que los hombres de soluciones extremas estén divididos entre seguidores de la línea Moscú y seguidores de la línea Pekín, indica la ausencia de fórmulas originales, únicas que podrían definir una cultura política latinoamericana de relativa madurez.

Lo que da su valor explosivo a los nuevos marginados son las oportunidades para la protesta que antes no existieron, y la información, al alcance de todos, de cuanto sucede en el mundo. La pobreza fue en otro tiempo universal y sumisa, calurosa y desprevenidamente compartida. Los hacendados mantenían a los peones —muchas veces hijos suyos— en un plan de familia medieval. Convivían bajo el mismo techo. Las diferencias de clase no eran extremas, y la riqueza no rodeaba al rico de lujos que hoy hacen cada vez más distantes los niveles sociales. Nadie disponía de las pantallas en que se ven imágenes de cómo van ascendiendo en otras comarcas —y sobre todo en los cinematográficos Estados Unidos— comodidades que dan al obrero un aspecto de burgués en miniatura. Así, la ambición de mejorar tiene estímulos que no se conocieron antes. Hasta ayer el hábito más difundido era el silencio. Hoy los inconformes se expresan incendiando automóviles, rompiendo las vitrinas, incorporándose a las guerrillas, mostrando más la desesperación que la posibilidad del cambio.

Mientras no se allane el camino para una transformación profunda y se llegue a la fórmula de la democratización en el goce del progreso, mediante sistemas originales, adecuados a las circunstancias latinoamericanas, el caos político seguirá siendo rutina constante. Lo agudo de semejante situación quizás determine pronto una respuesta satisfactoria, que será el triunfo de los políticos en el último tercio del XX.”

Publicado en El Montonero., 27 de febrero de 2023

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Carta de Simón Bolívar

Written By: Hugo Neira - Feb• 20•23

“General y estadista americano nacido en Caracas, Bolívar libertó de la dominación española a Venezuela y Nueva Granada que pasaría a llamarse Colombia en 1819. En 1824 funda nuevos Estados, el Alto Perú y Bolivia. Acusado de dictador, abdica cuando buscaba confederar los nuevos Estados latinos de Sudamérica” (Le Petit Larousse Illustré de 1927).

Bolívar fue un caso muy especial. Su familia, que era española, se hizo rica en Venezuela. Le pudo dar una educación particular desde niño, y así contrató a un preceptor, Simón Rodríguez, uno de esos sabios al estilo de Rousseau, con una inmensa cultura que lo educó. Lo llevó a Europa donde el joven Bolívar aprendió cómo estaba organizado el ejército español que años después iba a enfrentar. Patriota y cosmopolita a la vez. Su maestro, en la ocasión de un viaje a un alto lugar de Roma, el Monte Sacro, le hizo jurar la libertad de América del Sur. Y así fue. Todos los combates que vinieron después partían de su capacidad para formar repúblicas, Estados libres de toda dominación. Esos países en esa época eran muy ricos: oro, plata, cobre. Su nombre fue aplaudido en Francia en 1820. Por influencia de su maestro, Bolívar dio la libertad a los esclavos de su familia, pues siempre había defendido la idea del “ser humano libre”.

He aquí la carta que le escribió a su tutor y maestro, Simón Rodríguez, caraqueño, la carta de Pativilca.

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Carta de Simón Bolívar a su maestro Don Simón Rodríguez

Al señor don Simón Rodríguez:

¡Oh mi Maestro! ¡Oh mi amigo! ¡Oh mi Robinson, Ud. en Colombia! Ud. en Bogotá, y nada me ha dicho, nada me ha escrito. Sin duda es Ud. el hombre más extraordinario del mundo; podría Ud. merecer otros epítetos pero no quiero darlos por no ser descortés al saludar un huésped que viene del Viejo Mundo a visitar el nuevo; sí a visitar su patria que ya no conoce, que tenía olvidada, no en su corazón sino en su memoria. Nadie más que yo sabe lo que Ud. quiere a nuestra adorada Colombia. ¿Se acuerda Ud. cuando fuimos juntos al Monte Sacro en Roma a jurar sobre aquella tierra santa la libertad de la patria? Ciertamente no habrá Ud. olvidado aquel día de eterna gloria para nosotros; día que anticipó por decirlo así, un juramento profético a la misma esperanza que no debíamos tener.

Ud. Maestro mío, cuánto debe haberme contemplado de cerca aunque colocado a tan remota distancia. Con qué avidez habrá seguido Ud. mis pasos; estos pasos dirigidos muy anticipadamente por Ud. mismo. Ud. formó mi corazón para la libertad, para la justicia, para lo grande, para lo hermoso. Yo he seguido el sendero que Ud. me señaló. Ud. fue mi piloto aunque sentado sobre una de las playas de Europa. No puede Ud. figurarse cuán hondamente se han grabado en mi corazón las lecciones que Ud. me ha dado; no he podido jamás borrar siquiera una coma de las grandes sentencias que Ud. me ha regalado. Siempre presentes a mis ojos intelectuales las he seguido como guías infalibles. En fin, Ud. ha visto mi conducta; Ud. ha visto mis pensamientos escritos, mi alma pintada en el papel, y Ud. no habrá dejado de decirse: todo esto es mío, yo sembré esta planta, yo la regué, yo la enderecé tierna, ahora robusta, fuerte y fructífera, he aquí sus frutos, ellos son míos, yo voy a saborearlos en el jardín que planté; voy a gozar de la sombra de sus brazos amigos, porque mi derecho es imprescriptible, privativo a todo.

Sí, mi amigo querido, Ud. está con nosotros; mil veces dichoso el día en que Ud. pisó las playas de Colombia. Un sabio, un justo más, corona la frente de la erguida cabeza de Colombia. Yo desespero por saber qué designios, qué destino tiene Ud.; sobre todo mi impaciencia es mortal no pudiendo estrecharle en mis brazos: ya que no puedo yo volar hacia Ud. hágalo Ud. hacia mí; no perderá Ud. nada; contemplará Ud. con encanto la inmensa patria que tiene, labrada en la roca del despotismo por el buril victorioso de los libertadores, de los hermanos de Ud. No, no se saciará la vista de Ud. delante de los cuadros, de los colosos, de los tesoros, de los secretos, de los prodigios que encierra y abarca esta soberbia Colombia. Venga Ud. al Chimborazo; profane Ud. con su planta atrevida la escala de los titanes, la corona de la tierra, la almena inexpugnable del Universo nuevo. Desde tan alto tenderá Ud. la vista; y al observar el cielo y la tierra admirando el pasmo de la creación terrena, podrá decir: dos eternidades me contemplan; la pasada y la que viene; y este trono de la naturaleza, idéntico a su autor, será tan duradero, indestructible y eterno como el Padre del Universo.

¿Desde dónde, pues, podrá decir Ud. otro tanto tan erguidamente? Amigo de la naturaleza, venga Ud. a preguntarle su edad, su vida y su esencia primitivas; Ud. no ha visto en ese mundo caduco más que las reliquias y los desechos de la próvida Madre: allá está encorvada con el peso de los años, de las enfermedades y del hálito pestífero de los hombres; aquí está doncella, inmaculada, hermosa, adornada por la mano misma del Creador. No, el tacto profano del hombre todavía no ha marchitado sus divinos atractivos, sus gracias maravillosas, sus virtudes intactas.

Amigo, si tan irresistibles atractivos no impulsan a Ud. a un vuelo rápido hacia mí, ocurriré a un apetito más fuerte: la amistad invoco.

Presente Usted esta carta al Vicepresidente, pídale Ud. dinero de mi parte, y venga Ud. a encontrarme.

Pativilca, 19 de enero de 1824

Bolívar


Publicado en El Montonero., 20 de febrero de 2023

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Basadre y Macera sobre los militarismos

Written By: Hugo Neira - Feb• 13•23

Para ocuparse de la historia del Perú, los historiadores tienen métodos distintos a los de sociólogos y antropólogos que recogen la tradición oral. Así es raro un libro en el que dos grandes historiadores conversan. Es lo que hicieron Pablo Macera y Jorge Basadre, una conversación editada en 1979 en Lima por Mosca Azul, y que salió en dos mil ejemplares. Macera, en su presentación, dice entrevistar a Basadre como lo hiciera anteriormente José Miguel Oviedo con Luis Alberto Sánchez, en Conversaciones, que publicado en 1973. Conversaciones con Basadre explora, nos dice Macera, nuevas técnicas de información en el campo de la historia (“una ciencia en crisis”), que en realidad no lo son del todo si se recuerda que “toda la historia precolonial andina fue una historia hablada”. Macera señala que esa rehabilitación de nuevas fuentes históricas, con el precedente de Luis Alberto Sánchez y Oviedo “inicia un género confidencial a mitad de camino entre el reportaje y los libros de memoria”. Frente a una grabadora, Basadre respondía las preguntas en dos o tres sesiones sobre el misma tema. No todo está en la publicación, la editorial las clasificó y redujo en seis secciones: – El oficio del historiador – Marxismo e historia – La acción política – Los intelectuales y su función social – El proceso histórico peruano. Si Macera eligió a Basadre no fue una arbitrariedad, fue porque “era el primero de los historiadores peruanos, estaba en plena producción y apartado de toda actividad política”. Formaba parte de los grandes intelectuales de ese momento como Luis E. Valcárcel, Raúl Porras, José Carlos Mariátegui y Sánchez. Macera resalta una originalidad de Basadre: “siempre reactualizaba su información y sus criterios de estudio”.

Nos interesa saber del oficio del historiador, que es la primera sección del libro, y del cómo llegó a serlo. En página 31, Basadre habla de Tacna, su familia, y su infancia. Nació en Tacna en 1903 durante la ocupación chilena. En una zona de minifundios y escasez de agua, precisa. Fue el menor de siete hermanos. Por el lado paterno, viene “de una familia enraizada allí desde hace muchos siglos”. Y por el lado de la madre, tiene antecedentes europeos. Su madre era “hija de un comerciante alemán y de una tacneña con orígenes locales desde el comienzo del siglo XIX y con ascendientes irlandeses y españoles”,  Olga Grohmann. En su casa, había una buena biblioteca, libros de literatura y de historia que fueron un refugio para el joven Basadre. “El goce de leer en cualquier momento lo que pertenece a uno, de abrir o cerrar libremente las páginas preferidas, de hallar compañía en lo que otros pensaron o dijeron es una voluptuosidad incomparable tanto en la primera juventud como en la vejez”. Su abuelo paterno había iniciado los estudios histórico-geográficos de Tacna y otro pariente, Modesto Basadre, había escrito mucho en los periódicos sobre la primera etapa del siglo XIX. Esta sería la raíz familiar de su vocación por la historia.

A los seis años, se muere su padre y la madre se hace cargo de todo. Pero ante las dificultades, se desarraigan y se van en 1912 a Lima. Su madre lo hace ingresar al Colegio Alemán “y no al de la Inmaculada o al de la Recoleta”. Y el último año de secundaria, en el Guadalupe. Ingresa a San Marcos en 1919, sustenta su tesis en 1927 y empieza a dictar un curso de “Historia del Perú, curso monográfico”. Al percatarse de que sus alumnos no tenían base de historia política, fue llevado a publicar parte de su tesis y sus nuevas investigaciones, en un libro titulado Iniciación de la República, en 1929 y 1930 (son dos volúmenes). Y en 1931 sale Perú: problema y posibilidad, un año antes de irse a Europa. En 1932, antes de la Alemania de Hitler, se va como estudiante libre del Instituto de Estudios Ibero-Americanos de Berlín y siguió un curso de Historia del Derecho. De Alemania, se va luego a España, muy disgustado por los acontecimientos en el Perú (el golpe de Sánchez Cerro), donde encuentra un trabajo en el Centro de Estudios Hispanoamericanos de Sevilla, cuyo jefe era José María Ots y que lo lleva a investigar en varios Archivos. Luego le dieron un cargo en el Instituto de Estudios Históricos de Madrid. En 1935 regresó al Perú y recuperó su cátedra, una vez reabierta la universidad que Sánchez Cerro había clausurado.

Nos importa mucho la formación de Basadre, gran patriota. Es muy saludable para un joven peruano irse a Europa para formarse, aprender la seriedad, la claridad, el rigor. No por ello perdió su amor al Perú. Basadre es un ejemplo entre otros. Sus escritos son llenos de verdades que resultan del sentido crítico del historiador. Aquí les traemos un extracto de la conversación grabada en 1973.

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Los militarismos  (pp. 153-156)

-Jorge Basadre: A mí me parece que el militarismo nace en el Perú por varias causas. En primer lugar, la guerra de la Independencia, como decía antes, es muy larga. Se necesita crear la fuerza armada que va a destruir a quienes representaban al Rey de España. En segundo lugar, dadas las características especiales del Perú, el proceso de la Emancipación termina cuando en nuestro país hay tropas colombianas. Así que, inmediatamente después de la lucha con los españoles, se produce un fenómeno nacionalista anticolombiano que da lugar al derrumbe del régimen llamado vitalicio y de la Constitución vitalicia, y que, al mismo tiempo, obliga al retiro de las tropas colombianas, no solamente del Perú sino de Bolivia. El problema con este país sigue vivo durante muchos años, no obstante el hecho de que en 1873 se firma el tratado secreto de alianza. También me parece que el militarismo surge porque hay un gran vacío social. La aristocracia peruana no ha dirigido la última etapa de la revolución de la Independencia. La última etapa de la revolución de la Independencia ha estado en manos de Bolívar, de los colombianos; naturalmente con algunos auxiliares peruanos muy importantes: Sánchez Carrión, Unanue y otros; pero fundamentalmente, Bolívar y los colombianos. A la aristocracia colonial se le ha escapado el comando de la revolución. Las grandes figuras aristocráticas de la independencia terminaron en una posición inverosímil: Riva-Agüero buscando en vano una solución intermedia de acuerdo peruano-español que no era viable en ese momento, como no lo había sido cuando San Martín lo pretendió. Y Torre Tagle asilándose en Lima  según la tesis que él plantea– ante el peligro que presentaba la orden de fusilamiento dada por Bolívar, y amparándose así al lado de los españoles. El problema de Torre Tagle habría que discutirlo. Tanto Riva-Agüero como Torre Tagle están ausentes de las batallas de Ayacucho y de Junín o en los días que inmediatamente siguen a Ayacucho. A la aristocracia peruana se le ha escapado la revolución de la Independencia. La aristocracia peruana no ha comandado la revolución de la Independencia. Bolívar es el primero que comienza la tarea de deshacer a esa clase social. La ejecución de Juan de Berindoaga en la Plaza de Armas, no obstante todos los esfuerzos que hubo para salvar su vida, expresa claramente el deseo de Bolívar de humillar y dejar de lado a estos grandes señores limeños. Entonces, en ese vacío que no podía ser llenado por los ideólogos que pronunciaban discursos en las Asambleas Constituyentes, aparecen los militares vigorizados, repito, la duración larga de la guerra, por la actitud nacionalista frente a los colombianos y por el problema con Bolivia que ansía salir al mar por Arica. Al amparo de una serie de actitudes de orden personal, surge el caudillaje, que es como una especie de respuesta brutal, una especie de respuesta de hecho que la realidad ofrece a la teoría de las Constituciones formalmente copiadas de otros países. Este es el primer militarismo. Quienes lo conforman son todos combatientes de Ayacucho. El crepúsculo de este periodo aparece con la figura de Prado en el 65.

-Pablo Macera:  Ese es un militarismo después de la victoria.

Jorge Basadre: Sí y luego tenemos el militarismo después de la derrota, cuando ya el país está deshecho por los años que ha durado la guerra con Chile. Tras la destrucción del Estado, la única fuerza organizada es la fuerza militar, que en guerra civil prolonga la dolorosa etapa que implicó el conflicto con los chilenos.

Pablo Macera: Podríamos hablar entonces, por lo pronto, de dos militarismos; uno que llamaríamos el militarismo ayacuchano y otro que, si no fuera por Cáceres, podríamos llamar de Ancón. Pero quizás dentro de estos dos primeros militarismos cabría distinguir a su vez otros grupos. En el militarismo ayacuchano hubo diferencias entre hombres como, de un lado, Gamarra y Santa Cruz, que pienso coincidían en lo fundamental porque ambos querían la Confederación Perú-boliviana, solamente que cada uno de ellos pretendía comandarla, como usted ha dicho en su Historia de la República.

Jorge Basadre: La diferencia también existía en el hecho de que, para Gamarra, esta unión entre el Perú y Bolivia o, por lo menos, entre el Departamento de La Paz y el Perú, debería darse bajo el mando del Perú; y Santa cruz, que quiso ser Presidente del Perú en 1827 y no lo dejaron (por desgracia lo arrinconaron y no tuvo más remedio que aceptar la presidencia de Bolivia, donde dijo que él iba a hacer una Macedonia, del mismo modo como de Macedonia parte la unificación de Grecia clásica), Santa Cruz cree que de Bolivia puede partir la unificación natural entre el Alto y el Bajo Perú. Son esas dos las diferencias: primero la ambición personal y luego digamos el punto de partida para esta unión entre los dos Perúes.

Pablo Macera: Entonces podríamos incluso añadir otros grupos más. Siguiendo la metáfora de Santa Cruz, habría también un militarismo ateniense, representado por el mariscal napoleónico Vivanco, y dos hombres que necesitan un examen especial, que serían Salaverry, que en algún momento entusiasma a las juventudes liberales peruanas, y Castilla, el gran mito, a quien pienso yo que, como a otros mitos, cabe destruir o, por lo menos, reducir a su verdadera estatura.   […]

Publicado en El Montonero., 13 de febrero 2023

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Hemos perdido a un gran investigador

Written By: Hugo Neira - Feb• 06•23

Sigo lo que ocurre en el mundo político gracias a la tecnología. Me permite ver aunque esté lejos tanto las marchas en las calles de Lima como los bailes serranos por todas parte. Claro que no es lo mismo cuando se está en un país distinto. Pero he escuchado por largas horas los debates en el Congreso sobre el proyecto de elecciones anticipadas. Y supe de muchos otros acontecimientos. Ahora me ha llegado una noticia muy triste, la muerte de Francisco Durand.

Lo echaremos de menos.

Me gustaban mucho sus escritos, algunas veces nos habíamos encontrado en Lima. Pues bien así es la vida, y aunque no sea yo un filósofo, recuerdo del español Unamuno “el sentimiento trágico de la vida”. Cuando supe la noticia, no solo tuve pesadumbre por el amigo sino por lo que nos ha dicho, a todos los peruanos, sobre nuestros errores y vicios. Durand nos ha dicho cosas tremendas. Primero que nuestro querido Perú es el de tres economías: primero la formal, luego la informal, esa que se hace sin técnica o reglas, y la tercera, la delictiva. Cierto, ocurre en todas partes, en unos países más que en otros pero no en las proporciones que le tocan al Perú. Su texto El Perú fracturado: formalidad, informalidad y economía delictiva, me sigue siempre, es una edición del Fondo Editorial del Congreso, de 2007. También tuvo sus investigaciones con DESCO.

La muerte. Que impone el silencio. Hemos perdido a alguien que nos hablaba —un folleto, un libro, es eso— con el deseo de decir la verdad, de cómo vemos cada vez más recursos que podrían cambiar por completo la vida de los peruanos, pero para ello se necesita que los peruanos que admiran a otros países, en especial los de la Europa que hace tiempo entraron al mundo de la sociedad industrial, sigan sus pautas. Tienen una ética y no desnudan al fisco nacional para cambiar de vida. Se necesita pensar en otra forma de hacerse rico en el Perú.

El pueblo de abajo sabe que los de arriba les quitan, de ahí un desencuentro entre ricos y pobres.  Eso dio una serie de obras críticas. Más adelante les presentaré a Víctor Vich, como ya lo anuncié, y su libro El caníbal es el otro. Violencia y cultura en el Perú contemporáneo.  Que completa la serie mencionada en mi artículo anterior, Nuevos súbditos. Cinismo y perversión en la sociedad contemporánea, de Juan Carlos Ubilluz, junto con la tesis sobre la pendejada que todavía, por mi parte, no he terminado de leer. Es algo muy serio: en el mundo iberoamericano —o si quiere la América Latina—, cuando de estadísticas sobre confianza, civismo, comportamientos, de personas o de grupos, se trata, repetidas veces nuestro adolorido Perú sale como uno de los peores.

Como si fuera un ramo de flores, resulta que los peruanos son los que menos respeto tienen a las leyes y normas. “En un país como el Perú, donde existen leyes, normas y documentos hasta la saciedad, el problema no está en el cambio del texto, sino en hacerlo cumplir. (…) Si no se hace cumplir, no es falta del texto, sino de la incompetencia e inmadurez de la clase dirigente nacional que no sabe hacer frente a esa exigencia, y con el refuerzo de criminales y grupos al margen de la legalidad que medran de esta anarquía sin contrato social.” Opinión de Álvaro Zapatel, economista y especialista en políticas públicas, actualmente profesor en la Universidad Corporativa Intercorp en Madrid. Si Fernando Fuenzalida hubiese visto nuestro actual Estado y sociedad, hablaría estoy seguro de “la agonía del Estado-nación” para nuestra patria (es título de unos de sus últimos libros). Recordemos que Gonzalo Portocarrero había dicho: “Con los años, el mal ejemplo cundió hacia todos los sectores sociales. El abuso y la coima se democratizaron.

Publicado en El Montonero., 6 de febrero de 2023

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Una mirada a la situación actual

Written By: Hugo Neira - Ene• 30•23

Un espacio para el amigo

He visto a Fernando Vivas en un programa de TV. Como siempre, lo vi claro, con opiniones razonadas. Últimamente no nos hemos encontrado pues ando fuera de Lima. En el set estaba con otras tres personas, pero no he logrado apuntar el nombre de cada una. No estuvieron el tiempo suficiente en pantalla y eso no está bien. Lima no es una aldea donde todos se conocen. No alcancé a apuntar los nombres asociados a las buenas ideas que escuché. Luego de averiguar, se trataba del programa “Cuatro a la N”, en Canal N, conducido por Gonzalo Prialé. Los otros invitados eran José Luis Gil, un coronel de la Policía en retiro, y el ingeniero Rómulo Mucho, experto en minas. Fernando, dijiste que “no hubo ni habrá toma de Lima pero persistirá una violencia que necesita una respuesta política”. Tuviste razón, no hubo toma de Lima. La respuesta política, en cambio, se ve difícil. Hay varios Perúes en marcha. La pasión por el conocimiento es nuestra primera actividad, pero en la mentalidad peruana, desgraciadamente, no es así como lo señalé en columna anterior. (Los peruanos saben, “del aire”. No leen.)

Nuestra sociedad

Para entender nuestra compleja sociedad, hay que conocerla. Varias veces en este portal les he mencionado una tesis sobre la pendejada que cualquiera puede encontrar en internet. (Cabe precisar que en el Perú, pendejada significa deshonestidad con éxito. Para los mexicanos, venezolanos y colombianos no es pícaro ni vivo. “No seas pendejo” es ponerse estúpido.) La tesis en cuestión es un trabajo de sociología del magister Humberto Porras, de San Marcos, que se titula “Estudiantes universitarios y cultura de la criollada” y fue dirigida por César Germaná. De hace trece años. El capítulo sobre la pendejada va de la página 19 a la 35. ¿Qué resalta? En página 16, lo siguiente: Según un sondeo del Instituto de Opinión Pública de la Universidad Católica, el 25% de los limeños cree que hay un escaso acatamiento a las leyes. Cuando se les pide que consideren el peor defecto de los peruanos, el 36% considera que es ser ‘criollo’ (tramposo), que busca el camino fácil, ‘una vara’; el 26% considera que el peor defecto es la impuntualidad. Un 89% considera que es muy difícil confiar en los demás. El 93% confía en su familia, el 70% confía en sus amigos y el 51% confía en sus vecinos. La encuesta explora también otros aspectos, como la pervivencia de prejuicios racistas, la tolerancia al otro, la aceptación de las reglas de la convivencia. Y lo relaciona con un artículo de El Comercio del 1° de junio del 2008 donde se menciona también que “los peruanos muestran poco respeto a las leyes y a las normas de convivencia”.

Otro autor y psicólogo, Jorge Yamamoto de la PUCP, en un artículo del 20 de octubre del 2018 dijo: Cuando un peruano tiene éxito, el otro peruano se siente miserable y alivia su infelicidad devaluando el mérito del otro con una sofisticada narrativa que entremezcla la verdad con la difamación: el raje. (…) Cuando al envidioso le toca el turno del éxito, el envidiado u otro peruano cercano le devolverá el favor practicando el deporte nacional del raje-macheteo. Esto crea un entorno egoísta, corta la ayuda mutua, motor del desarrollo y la felicidad, y degenera en el ‘animus jodendi’, o el hábito de fastidiar al otro, en buena o mala onda. Este afán de sabotear no se da en solitario. Las empresas, los ministerios y las asociaciones no son equipos articulados para beneficio de la organización, son argollas enfrentadas buscando el beneficio propio, el malestar de las otras argollas, sin importar que a la larga pierda la institución. El universitario, tras un estudio de investigación, precisa lo qué nos pasa: El problema está arraigado en uno de los niveles más profundos de la mentalidad de una nación: los valores. Los estudios de nuestro grupo de investigación en psicología social –conformado por psicólogos de la PUCP y de la consultora Bienestar y Productividad, de la cual soy fundador– encuentran en el Perú los valores de trabajo, ayuda y lealtad; a la vez, los antivalores de la envidia, el chisme y el egoísmo, ‘la tríada social del mal’.

Un tercer autor que ha escrito sobre la pendejada es Juan Carlos Ubilluz, en su libro Nuevos súbditos. Cinismo y perversión en la sociedad contemporánea (IEP, edición de 2006). Nos dice: “La pendejada divide el mundo entre pendejos y lornas” (p. 59) “Si bien el lorna es víctima del pendejo, no por ello aquel está fuera del sistema de la pendejada. (…) El lorna solamente es lorna en tanto que se esfuerza en pertenecer al grupo de pendejos. Si no se identificase con los ideales del grupo, el lorna permanecería para sus integrantes como un personaje distinto, extraño, indescifrable quizás” (p. 60). El molde de la sociedad criolla se ha reproducido en los medios populares. “La pendejada es el guion fantasmático en el cual los peruanos nos hemos objetivado —estancado— para responder a la angustiante pregunta ‘Qué quiere el Otro de mí’?” (p. 76).

En la vida peruana, la violencia y la cultura se mezclan. Seguiré con el tema y otros autores.

Publicado en El Montonero., 30 de enero de 2023

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