Lo que nos junta nos separa

Written By: Hugo Neira - Ago• 03•20

La bola de cristal se niega a dar predicciones, ni siquiera un modesto pronóstico sobre la pandemia sino cómo nos va en esta coyuntura. Si no fuera por el estado de Emergencia me iría a preguntarle a alguna de las brujas de Cachiche qué porvenir nos espera. No se rían, Julia Hernández Pecho Viuda de Díaz, la más famosa de las brujas, vivió hasta los 106 años. Por algo sería. Pero también pienso en el impacto del Covid-19 en la economía externa. ¿Cómo vamos a recuperarnos mientras el mercado mundial tome su tiempo para reponerse?  

No se puede hoy augurar nada porque domina al mundo una inestabilidad social y mental provocada por una mundialización donde reina un capitalismo financiero que está tratando de hundir Estados y naciones. No es los Estados Unidos pero sí sus empresas transnacionales. A propósito, ¿se han enterado de que Donald Trump ha dicho que habrá fraude en las elecciones que se avecinan este noviembre? Y en consecuencia, las cuestionará. Está claro, le ha tomado cariño al célebre salón oval de la Casa Blanca. Lo que ocurre en realidad es que Joe Biden, el candidato demócrata, le lleva una ventaja del 10% al 14% en las encuestas. Y como siguen muriendo norteamericanos, Trump las ve negras. ¿Y saben qué es lo que ha dicho el posible ganador que viene del Partido Demócrata? Que si no quisiera irse, los militares no se lo permitirían. ¡Qué maravilla! Gracias al cielo, pronto vamos a ver un intento de golpe de Estado en la vanidosa democracia yanqui. Vaya, solo nos faltaba un golpista en Washington. Si eso ocurre, Maduro va a abrir el champán.

Lo que pasa con Trump es catastrófico. Es uno de esos que no creen en el cambio climático, ni en el virus que interrumpe economías. Su problema es China. Y un chino que se llama Xi Jinping. Debe envidiarlo, es sencillamente el presidente de la poderosa China desde el 12 de marzo del 2018 hasta la eternidad. O sea, la repetición de Mao, aunque usted no lo crea.

A lo que voy, este siglo XXI se nos viene encima. Trato de entender y anticipar, pero no es posible. La velocidad con que se mueve el mundo es desconcertante. Sin embargo, mis lecturas últimas son sobre las modificaciones en las más grandes potencias y sociedades adelantadas, pero sus sabios e intelectuales tiran ya la esponja. No sé si el amable lector conoce las obras de Ulrich Beck, alemán, sociólogo, autor de La sociedad del riesgo. También ha escrito algo poderoso e inquietante, La metamorfosis del mundo. Está en castellano, ediciones Paidós. ¿Y sabe usted qué dice? «Vivimos en un mundo cada vez más difícil de entender». No solo está cambiando —dice—, por eso ‘metamorfosis’. Es decir no cambios o reformas a lo Tuesta, sino algo más radical «que las viejas presunciones de la sociedad moderna». Gran sabio, en su último libro antes de dejarnos, nos ha dado un camino, a lo que me acojo como si me perdiera en un desierto. «Estudiar los riesgos cosmopolitas, porque vamos a pasar de Naciones Unidas a Ciudades Unidas. »

¿Y el Perú? Diré tres problemas de estructura social. El primero es que fuimos una sociedad mayoritariamente agraria, acompañada del feudalismo de los hacendados, y no una sociedad industrial. Así del siglo XVIII al XX. Y seguimos siendo, mientras la sociedad industrial en el mundo pasaba del motor a explosión al automóvil, la electromecánica, la química y lo nuclear, un país minero. No veo los peruanos trabajando sobre la genética, las biotecnologías. Nada de eso. Apenas preparaciones para técnicas productivas. Son cursos de aplicación no de ciencia básica. Es una estafa. Dentro de 5 o 10 años, la robótica habrá reemplazado esos técnicos. Se sabe que la economía del inmediato futuro solo necesitará de un 20% de la población para hacer marchar la economía. ¿Y entonces, qué empleos tendrá la gente en sociedades avanzadas? Sinceramente no veo en Perú interés por ingresar a la sociedad del conocimiento.

La otra capa tectónica (así llamo a las estructuras políticas y costumbres), es que vivimos en un país paradójico. Los 20 años de consumismo han producido la descomposición actual. No veo una nación sino un país con diversas culturas. Un país para antropólogos antes que economistas o sociólogos. En vez de nación veo culturas, en todo su sentido. Cultura criolla, cultura chola en emergencia, cultura chicha, cultura achorada. No veo clases sociales. Lo que hay es estamentos. Y no hay partidos sino clientelas. Todo eso no es novedad, son los residuos peligrosos de la herencia colonial. No hemos entrado a la modernidad. Mi amigo y hermano Carlos Franco pensó que sí («la plebe urbana»). Pero las cosas se han ido de lado. Los hijos y los nietos de los migrantes andinos aprendieron en la capital las mañas del criollismo. Y ya se sabe, la mano no invisible del Estado sino la mano visible de Mamani acariciando conchudamente a una azafata.

El segundo problema es que desaparecieron los antiguos oligarcas pero, en el proceso del descentralismo, surgieron mafias locales, de presidentes de región a alcaldes. Seamos sinceros, no fallan solo los políticos sino la sociedad misma. Fuimos un país dualista en el curso del siglo XVI al XIX, y lo seguimos siendo. En la colonia, era los criollos arriba, y abajo los indígenas que tenían su curaca. Hoy hay una sociedad de gente con contratos y derechos. Y al lado, otra sociedad lateral. Los llamamos «informales». No están abajo ni arriba sino al lado. Me hace pensar en la Europa medieval que se permitía tener a los judíos en un gueto. Bueno, hoy en día, algo de eso ocurre. El Perú es ya un país urbano. Lo dice el Instituto Nacional de Estadística. Al 90%. Y a los migrantes de las provincias o de la sierra, se les encuentra en las zonas más pobres y desmanteladas de la capital y las grandes ciudades. No todos, hay una élite que ha hecho dinero legalmente. Tienen capital. Pero hay otro poder que el dinero, según Bourdieu: el capital simbólico. Pero para evitar que tengan una buena educación, ese agente de la nueva dominación del neoliberalismo —el Banco Mundial y su agente que fue ministro de Educación— metió la mano en las escuelas públicas y les quitaron todos los cursos de humanismo, no vaya a ser que los nietos de la choledad se vuelvan pensadores, de izquerda, aprista, lo que sea. Muy peligroso. Todo eso es colonialismo puro. Nada que ver con el siglo XXI. Y el Estado normal tiene su Estado paralelo, el de la corrupción. Odebrecht manda.

El tercer problemazo es que nos creemos democráticos. Hay elecciones pero no es eso solamente. Alguien ha dicho «la democracia no produce por sí sola una forma decente de vivir. Son las formas decentes de vivir las que producen las democracias». Lo que está de moda son mentiras fundadoras. Llegar al poder se ha vuelto un reparto de beneficios. Nuestro compromiso con la ley y la legalidad es el más bajo de la América Latina. El problema es agudo, la política peruana ha dejado de ser. La reemplaza una guerra interminable de clanes. Hay candidatos pero no hay una clase política. No hay debate sino odio al otro. La política no es eso. Y esa historia del pesado Montesquieu, el sistema de tres poderes —ejecutivo, legislativo, judicial— no nos entra en la cabeza. No nos gustan los parlamentos. Cada tribu política, cada clan, busca un mandón. Tanto es así que no falta un presidente que, apenas hereda por casualidad el poder ejecutivo, se pone a atacar al parlamento. No se hagan, si hubiera un referéndum, una mayoría aplastante diría «¡abajo los parlamentos!». Queremos paz y progreso. Eso del consenso, los pactos y alianzas, son para otras sociedades. Y como dicen, «no somos Suiza». Eso está claro, por eso el intitulado: la política nos junta, pero también nos separa. A propósito, ¿para cuándo un Senado? Solo los países minúsculos tienen una cámara única. El Perú es vasto y complejo, necesita esa institución que permite equilibrios razonables. Pero acabo de decir una mala palabra, razón.    

Volvamos sobre el Covid-19. Se irá un día, pero nos queda la otra peste: el desconcierto ciudadano, la crisis de credibilidad, el desencuentro entre gobierno y sociedad, el clima de discordia y las desigualdades opresivas, y como resultado, el fatídico 2021, la urna como sanción. Y en este país de diversas crisis —política, moral y sin sociedad democrática— se nos viene, desde el afuera, riesgos inmensos.

Algo nos amenaza. Y ni lo sabemos. Está en un libro de Francisco Durand, La captura del Estado. ¿Y qué nos dice? Que ignoramos el poder de las grandes corporaciones, se refiere a las ETN (empresas transnacionales). No es cuestión de hacerles la guerra, son el capitalismo de este época. Incluso las necesitamos. Pero ay del país con una sociedad civil débil, que es nuestro caso. Y gente dispersa y debilitada. En consecuencia, Estado sin instrumentos. Hay que enterarse que vivimos bajo la dominación de ideología apátrida e internacionalista. Quién los puede limitar es ahí donde hay nación y Estado fuerte, acaso China, Europa, Rusia, pero ay de la población sin Estado moderno, sin nación, sin una república de al menos iguales en derechos (o sea, sin informales). No tenemos nada de eso. Entonces, lector amigo, este sería el último bicentenario de este país que amamos. Una nación no es eterna. Mañana, si seguimos peleando los unos con los otros, alguna ETN comprará el Perú. Hay culturas suicidas. ¿Qué pasó con Yugoslavia?

Amable lector, lea el libro de Durand, gran profesor en Texas. Él vive en USA y sabe lo que no sabemos. Lo encuentra en nuestras librerías, El Virrey, La Familia, no lo digo porque me haya vuelto comerciante. Lo digo nada más. Durand no cobra consultorías ni tiene ONGs que viven de los regalos de Soros. Un buen libro limpito, sin otro fin que decir lo real. Sí, pues, la lectura. Un día de estos, puede que me muera de golpe, será con un libro en la mano. No alguna novelita. Algo difícil, algún filósofo. 

Publicado en El Montonero., 3 de agosto de 2020

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Covid-19. Cuando la palabra llama a la palabra

Written By: Hugo Neira - Jul• 27•20

A veces pasa que algo te devuelve la esperanza. En mi caso no es el poder ni el dinero  sino la vivencia del saber. Ese rasgo de lo humano, lo necesitamos, tanto como cuidarse, que es la manera de cuidar también a los demás. Pero también queremos saber qué es esa peste. Y para la puesta en orden de nuestros pensamientos y para el pasaje necesario de lo monstruoso a lo lúcido, se hallan los libros. Que el amable lector no se equivoque,  no necesariamente en papel sino virtual.  

En efecto, buscaba en Internet algún comentario racional sobre la actual pandemia y por casualidad doy con un conjunto, se titula El coronavirus y su impacto en la sociedad actual y futura. Lo hace circular el Colegio de Sociólogos del Perú. Dicho libro virtual viene diagramado con la lógica de los libros en papel, no como en otros casos, y en su portada luce el autor, Arturo Manrique Guzmán. En página interior se menciona a César Abelardo Manrique Gúzman «que peleó esta batalla por todos nosotros». Por lo visto, alguien se echó a la espalda el enorme trabajo de esa selección de textos. Una colección excepcional y variada sobre la peste que nos ataca y el mundo que nos espera. Ni mejor ni peor, distinto.

Al amable lector me dirijo. Desde las primeras páginas me llaman la atención las temáticas y las ideas. «La guerra virtual» dice al inicio Arturo Manrique Guzmán. «La lucha contra el enemigo interno, que opone a la vida la economía.» Luego, Benjamín Marticorena, doctor en  física, su artículo  «Epidemias y sociedad».  Se ocupa de las pestes en Etiopía, Atenas y Europa, las del Perú (p. 83) y el trabajo de los microbiólogos peruanos. Y termina: «las pestes permiten una renovación en los espíritus». Ojalá. Le sigue Pedro Pablo Ccopa a quien se conoce por sus estudios sobre migrantes, en Lima y amor y sexo en la ciudad. Y Eduardo Arroyo, Julio Chávez Achong,  Rodrigo Montoya –tres textos– y Oscar García Meza. Alberto Vergara y César Hildebrandt. De este último, una de sus frases merece ser conocida (no se dice ‘amerita’, por el amor de Dios y del castellano). Dice Hildebrandt: «Es el fin de una civilización pensada por piratas y operada por asesinos y saqueadores. Y no ha sido necesario un Cromwell o un Napoleón para que nos enteremos. Ha bastado un zombi microscópico para que las caretas se cayeran y el carnaval desnudase sus miserias. Un virus ha relevado cuán enfermos estábamos de podredumbre, de desigualdad, de planetaria inviabilidad».

Bravo César, de verdad. Sin embargo, perdona, una observación. Si acudes a déspotas, ¿por qué no citas a Stalin y a Hitler? Ese Cromwell logra establecer un Commonwealth republicano en Inglaterra. Y después de que fuera Lord Protector hasta su muerte, Inglaterra busca un rey, pero ni absolutista ni proteccionista. Desde 1658 Inglaterra gracias a Cromwell goza de un sistema de monarquía parlamentaria. Modelo de los reinos actuales en Europa. En cuanto a Bonaparte, no me lo maltrates. Las guerras bonapartistas duraron unos 14 años. Sirvieron para que el retorno de los reyes borbones se retardara. Y así la idea republicana entró en la mentalidad francesa. Y ahí los tienes. Espero que no te piques.

Volviendo a mi lectura, las doscientas páginas del inicio recogen las obras de peruanos. A saber, Nelson Manrique «las dos enfermedades». Waldo Mendoza, economista y presidente de un consejo fiscal. Luego Rochabrún, preocupado siempre por la teoría, «hacia otras reglas de juego», Eguren sobre «el agro y el coronavirus», y Efraín Gonzales de Olarte, Sinesio López, «los límites estructurales de los martillazos». Y Jaime de Althaus, y François Vallaeys, filósofo francés que vive en nuestro país. Y Marco Cueto, de la Cayetano Heredia.

Ahora bien, pensaba como lector que solo había textos de pensadores peruanos, pero me equivocaba. Desde las doscientas páginas hacia adelante hay opiniones planetarias. Aparecen textos de Michel Wieviorka, que ha sido presidente de la Escuela de Altos Estudios en Ciencias Sociales en París, y Yuval Noah Harari, de la universidad hebraica de Jerusalén y autor del Homo Deus (que me parece el pico más alto del optimismo, aunque traducido a 30 lenguas) y Enrique Dussel, argentino vuelto mexicano, «cuando la naturaleza jaquea a la orgullosa modernidad». La verdad, me dije, esto es muy interesante. Y claro está, no ha faltado Byung-Chul Han, coreano vuelto alemán, especialista de la literatura alemana y católico y filósofo, con un par de temas que merecen (no ‘ameritan’) conocerse. Hay tres textos suyos, recojamos solo un par: «La emergencia viral y el mundo del mañana». Y «vamos hacia un feudalismo digital y el modelo chino podría imponerse».

Lo que estoy diciendo es que ese abanico, hecho en Lima con voces peruanas, es también cosmopolita. De Slavoj Zizek —eslovaco marxista influido por el psicoanálisis— seis textos. Entonces entendí que el libro no es ideológico sino  plural, cosa que es casi un milagro en estos años de maniqueísmo. La prueba, texto de JürgenabermasHaHh HaH Habermas: «Nunca ha habido tanto conocimiento sobre nuestra ignorancia». En fin, de la página 300 hacia delante están Badiou, Latour, Manuel Castell, Fernando Savater, Ignacio Ramonet, hasta Edgar Morin, «lo que el coronavirus nos está diciendo». Morin, el librepensador que es y que nos visitó cuando yo era Director de la Biblioteca Nacional y en la embajada francesa, Nelson Vallejo-Gómez. La lista de esos artículos es variadísima. Está por ejemplo Giorgi Agamben, filósofo, italiano, amigo de Pasolini y especialista de Walter Benjamin, y a la vez, Joseph Stiglitz, norteamericano, premio Nobel y crítico feroz de la globalización. Además, detesta a Trump. «Ninguna administración presidencial norteamericana ha hecho más para minar la cooperación global y el papel del gobierno que la de Donald Trump». Leerlo es un placer.   

No conozco quién es George Monbiot, pero está su versión. Para él, el coronavirus es un jalón de orejas de la naturaleza a una civilización complaciente: «Hemos estado viviendo en una burbuja, una burbuja de falso confort. Ahora nos encontramos desnudos». Esto, en The Guardian. En fin, me olvidaba, los textos han sido obtenidos porque están en la nube, o sea, Internet. Sin vanidad alguna, les diré que en la página 143 hay un artículo mío publicado en este mismo portal digital, El Montonero. La verdad, no lo sabía. Lo que es «nube», es de todos.

En suma, confieso que hacía tiempo que una lectura no me entusiasmaba de esta manera. Alguna vez me ha ocurrido. En París, hace años, en el Instituto de América Latina, rue Saint-Guillaume, de su biblioteca me llevé prestado una novela por una semana. Pero la leí de un tirón. Su autor un colombiano nacido en Aracataca, era un desconocido, un tal Gabriel García Márquez y la obra Cien años de soledad. La magia del relato. Hacía tiempo que no me ocurría algo parecido. Se ha dicho que «un libro auténtico está escrito en virtud de una necesidad» (Jean Guitton). Chau, me voy a terminar de leerlo. No se olviden, es un PDF. 700 páginas. Yo lo que he hecho es imprimirlo y anillarlo. Tomos I, II, III, IV. Prefiero eso a la pantalla. Tomo notas en el papel y de ahí esta modesta reseña.

Publicado en El Montonero., 27 de julio de 2020

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Chispazos en la aldea global

Written By: Hugo Neira - Jul• 20•20

El escritor no escribe para los que hacen la historia sino para los que la sufren  —Camus

Voy a comentar, calamo currente, varias cosas, muy distinas entre sí. Esa expresión latina quiere decir con prontitud, de improviso. No se confunda usted, amable lector, mi primaria no fue en un colegio privado y maestros franciscanos o dominicos, sino en la escuela fiscal 429 de la avenida Militar en Lince. Las maestras enseñaban esas cosas. Lo digo e insisto sobre el colapso de la educación peruana. Después del Covid-19 puede que se repitan las endemias, pero la humanidad estará más alerta ante la amarga sorpresa que tenemos todos. Sin embargo, otro tipo de plaga nos continuará acompañando. La no cultura. Lo no libros. La no educación de este país que tuvo en el siglo XX, centenares de pensadores y creadores.

Alguna vez Jorge Basadre dijo que las etapas históricas —Edad Media, Renacimiento, Modernidad— no tienen que seguir siempre ese orden. La historia es algo que sorprende, tiene avances y retrocesos. Y en efecto, el Renacimiento lo hemos tenido desde Mariátegui y Haya de la Torre hasta Carlos Iván Degregori y Alberto Flores Galindo. Hasta los años 70. Hoy los hay —Dargent, Vergara, Tanaka, Meléndez— pero sin la pluralidad del ayer. Cuando estudié los pensadores del siglo XX, contando poetas y diversas disciplinas, eran impresionantemente numerosos. Lo que veo venir, en cambio, es una suerte de Edad Media. Incluso hay bancadas con nuevas religiones¡!

Pasemos a otros augurios. El retorno de Pedro Cateriano. Me sumo, sencillamente, a los que les parece positivo. Por ejemplo, a la felicitación dada por Luis Almagro, Secretario de la OEA: «Por reasumir un cargo que conoces y que has desempeñado tan bien». En una línea, lo dijo todo. El lenguaje de los diplomáticos, por lo general, es correcto pero no sincero. Y es cierto que el señor Cateriano se ha comportado siempre como un demócrata. Mientras estuvo al lado de Humala presidente, para mi modesta opinión, Ollantita no iba a entregar el Perú al chavismo. Yo decía en esos años, «el día que Cateriano se vaya, mala seña». Habría entonces que agradecer en algo no solo al flamante Primer Ministro, sino al propio Humala. No por lo que hizo sino por lo que no hizo. Acaso también Nadine jugó un papel decisivo. ¿Se acuerdan de la postura que tomó cuando se discutía la posibilidad de aumentar el salario mínimo? Estaba en contra¡! No me digan que eso es izquierda. En fin no seguiré, «la cuestión Cateriano», Fernando Vivas la ha agotado en El Comercio. Pero ya saben cómo es el humor de la opinión pública, aura popularis, o sea, la inconstancia. Hoy te aplauden y mañana te crucifican.    

Pasemos a una protesta. El atropello a la democracia y a la inteligencia, al abrirse a Jorge Nieto una investigación preliminar de parte de los fiscales del equipo especial de Lava Jato. Ocurre, pues, que en nombre de la lucha contra la corrupción —¿quién va a discutir esa investigación?— se usa la investigación para eliminar candidatos presidenciales. Basta un José Miguel Castro que aspira a ser colaborador eficaz, para que se abra una preliminar. Ya sabemos lo que va a pasar. Nieto estará presente, ya lo ha dicho. Pasará un cierto tiempo, no se le encontrará nada. (Ya ha ocurrido con Alan García). ¿Pero el descrédito lo borraría de la lista de presidenciables? En suma, el sistema político es perverso y ya no estamos en un Estado de Derecho sino en una barbarie que pretende ser política.

¿Quién es Jorge Nieto? Yo sé que nadie tiene corona pero Nieto no es cualquiera. Formación de primer nivel y largo periodo de vida en el extranjero. Estudió en la PUCP sociología. Y luego ciencias políticas en FLACSO, y estudios de doctorado en ciencias sociales en México. ¿Saben en qué entidad? En el Colegio de México. En 1988-1991. Cierto, estuvo en partidos de izquierda en los 80. Nieto ha trabajado en la UNESCO. Nunca tuvo un problema legal. Es de esos peruanos que no nos dejan mal en su vida en el extranjero, al contrario. Cuando ha vuelto, ha sido dos veces ministro, de Cultura y de Defensa. Y en cuanto a su competencia, pueden preguntarle a los oficiales de nuestra Fuerza Armada qué opinan sobre el ahora investigado. Todo para sacarlo de las arenas electorales. No hay manera de probarlo, pero si Jorge Nieto no hubiese formado un partido (que tengo entendido, no ha logrado inscribirse para el 2021) no estaría acosado.

En otras épocas, acaso más sinceras, se mataba a alguien de un pistoletazo. Hoy mediante un desdichado que, para salvarse, canta como una cotorra lo que sea con tal de estar libre. Qué abuso a Nieto, que es un pensador. Enorme experiencia que proviene de su vida mexicana. Golpearlo de esa manera señala cómo los intelectuales peruanos siguen siendo perseguidos, aunque ahora ya no se exila sino se hunde al posible rival con «una preliminar». Hemos vuelto a la Inquisición. Cuando alguien de la Santa Hermandad te acusaba de judío o protestante o brujo, era inútil discutir. La Inquisición siempre ganaba. Operaba desde el lado de Dios. Y en consecuencia, era infalible. Hoy, gracias a esa modalidad, las cárceles peruanas están llenas de personas probablemente inocentes pero que pasan allí años para que se produzca una sentencia o excarcelación. ¿Y quién les devuelve los años perdidos?

En el pasado, tuvimos intelectuales que querían reformar el Perú. Pero tuvieron que irse. Mario Vargas Llosa, a Barcelona. Vallejo, en cuanto pudo. Haya de la Torre, a cada rato. Porras se murió de pena porque sus amigos no le hablaban después de San José de Costa Rica. Basadre lo tuvieron arrinconado porque los jóvenes de San Marcos lo consideraban un viejito conservador. Julio Ortega y Oviedo se fueron a USA y no volvieron. También se ha ido Pásara a España. Me pregunto: a Nieto, ¿qué corriente política intenta bajarlo del caballo? Me temo que tanto la izquierda como la derecha. Y una vez más, tengo que decir lo que siempre digo, «la izquierda y la derecha unidas, jamás serán vencidas». Paciencia y coraje Jorge. Esta nota no la escribo por hermandad de oficio. ¡Ay del país que no escucha a sus mejores cabezas! ¡Ay del pueblo que desdice de sus amautas!

En fin, la policía peruana. ¿Qué quiere decir policía? Sí, pues, soy un maníaco del contenido de los vocablos. Quiere decir no solo fuerza pública sin «seguridad». Y sin embargo, lo contrario. De golpe, 26 policías y civiles son investigados por el Tercer Despacho de la Segunda Fiscalía especializada en delitos de corrupción de funcionarios. Al parecer, traficaron con alimentos y salud de agentes. Otros policías han intervenido en la Dirección de Administración de la PNP. ¡35 inmuebles allanados! Me da vergüenza como peruano. Y en mi caso, algo más. Mi padre, Manfredo Neira Damiani, era policía. De esos de antes. Era un blancazo de Camaná que creció en el Callao. Criollo hasta la médula, tocaba cajón y cantaba. Tenía muy mal carácter o quizá le gustaba trompearse. A veces lo ponían tras las rejas, en la misma comisaría. Y yo le llevaba el portaviandas. Con los años se fue calmando, y ascendió a cabo y luego a sargento. Vivía con lo que tenía. Y fue decente. ¿Ya no hay policías así? ¿Todos queremos ser ricos a cómo dé lugar?  

¿Qué nos pasa? ¿Qué pasa en el mundo? Las fiestas más riesgosas del mundo, en Texas, llamadas «fiestas Covid», y consiguen infectarse. ¿Los jóvenes del país de las grandes universidades —la sociedad que inventó casi todas las máquinas que nos rodean, desde el auto a la computadora—, se han vuelto tontos? ¿La cultura digital y los medios de comunicación nos están volviendo idiotas? Nunca pensé que el Apocalipsis vendría con música electrónica y todos bailando. El diablo sabe lo que hace. Mi abuelita me lo decía, es muy astuto. Chau. Me voy a leer un libro. Esa cosa rara que no tiene movimiento. Salvo las ideas, el saber, esa cosa que tiene la escritura, algo que nos separa de los simios, o sea, pavadas, tonteras. Solo te conectas contigo mismo. Qué aburrido.

Publicado en El Montonero., 20 de julio de 2020

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Los reproches del maestro Porras

Written By: Hugo Neira - Jul• 13•20

Cuando vivía en la Polinesia Francesa y siendo profesor, no dejé de escribir semanalmente para La República. Fue Mohme padre quien me invita (mis sabatinas, a lo largo de 15 años suman unas 2000 páginas). Y entre otras crónicas, inventé un personaje, Vaitea Teihotaatamaraetefau, mi supuesto exalumno de la Papúa Nueva Guinea. Es un recurso literario imaginar un personaje. Vaitea me contaba lo bien que le iba porque hacía viajes de investigación para la Reproduction of Managerial Elites, Ebert. (Por supuesto, esa empresa no existe.) Con el tiempo, al intelectual polinesio lo reemplazan personajes de la cultura occidental. Y es así cómo en mi casa en Papeete descendían por una escalera de caracol, eminencias como Marx, Hobbes, y Luis Alberto Sánchez. Pues bien, ahora, en mi muy modesto departamento, reaparecen mis fantasmales amigos. Anoche escuché unos ruidos en la biblioteca que está en la sala. Me levanto, voy a ver quién es el visitante y me llevo la gran sorpresa. Don Raúl Porras abriendo uno que otro libro en la sala.

Me asombra y le doy la bienvenida al maestro que tanto cuenta en nuestra vida, la de Pablo Macera, Carlos Araníbar, y Mario Vargas Llosa. En la casa de Colina, en Miraflores, hoy instituto de investigación, nos enseñó las artes del quehacer intelectual, y además, se ocupó de abrirnos puertas. El joven Mario fue recibido en París tras una llamada telefónica del doctor Porras. Sin embargo, esa noche tenía el ceño fruncido. El maestro, por lo general, era sonriente y amable, esta vez no.

Mire Neira, no tenemos mucho tiempo por delante. Y señala con el dedo los cielos, el permiso para hablar con los mortales es muy corto.

– Claro doctor, le respondo. Ya me ha pasado anteriormente. ¿Qué pasa, cuál es el tema? Por favor, dígalo, por algo ha venido a verme. Se calma un poco y me pregunta.

Está usted dando unas clases de historia, ¿no? Y se va a ocupar de cómo organizaban los Incas, después de Pachacútec, a esas 100 o más etnias de ese inmenso Imperio. ¿Era una novedad la Pax incaica, ¿no?

Como lo conozco bien, le contesté a partir de la complejidad de esa estructura del poder antes de la Conquista.

– En parte sí, y en parte no. Establecieron ciertamente las cuatro regiones, con un Apu en cada una de ellas. Pero, con los ayllus —comunidades indígenas compuestas de diversas familias— estas organizaciones existían antes de los Incas. Lo que los Incas les imponen es el deber de no guerrar entre ellas. Por lo demás, extienden el principio de distribución a otros pueblos, a medida que los integraban.   

– Neira, dejemos de lado esas instituciones que estructuraban la vida de los Andes y vamos al hecho de que esas normas sirven a los Incas, sobre todo los últimos, para gobernar.

– ¿Me está usted sugiriendo una suerte de dominación por lo alto de la etnia Inca? Cierto, pero no solo era eso. Hubo la separación de hanan y hurin, los de arriba y los de abajo. Pero también el Inca, el dios Sol y la comunidad, es decir, un triadismo. O sea, se organizaban por 2, por 3 y también por 4, las regiones. Y como usted sabe, decimalmente. Por 10, 100 o mil. Tenían los quipus, sabían contar.

A lo que voy, Neira, cuando llegan los invasores, Pizarro y sus huestes, ¿trastornaron todo para dominar?

– Claro que no. Económicamente se rompe la regla del trueque, aparece la moneda, algo que no usaban. Con la Conquista, es el incario sin el Inca, idea de Luis E. Valcárcel que usted ha conocido. Ahora que me lo dice, la Conquista se asienta en las organizaciones ya existentes (¡!) En vez del trabajo para el Inca, el Sol y la comunidad, aparece el encomendero, el curaca con más fuerza que nunca, y el corregidor. Y también los curas. Los indígenas soportaron todo eso para no perder sus tierras. Hubo estallidos de rebeldía, pero en general, sobrevivieron.

Porras me mira furiosamente.

¿No se da cuenta usted que el poder se toma desde arriba? Los Incas usando las tradiciones milenarias. Y los españoles del virreinato, ¿acaso no se sirvieron de las reglas y normas de la sociedad andina para dominarla? Además del trabajo de la mita, —o sea la minería— ¿los tributos, y el uso de la mano de obra?

– Bueno, ¿ha bajado usted de los cielos a decir que la dominación española en el XVI se aprovechó de las instituciones incas para a la vez dominar y deshacerlas? Bueno, eso lo sabemos.

Porras sigue furioso. Y continúa.

– ¿Y no es eso lo que está pasando ahora en Lima cuando las bancadas votan para despojar de la protección de la inmunidad y el antejuicio a los actuales ministros, al propio presidente y de paso, los futuros congresistas? ¡Todos salvo ellos! No se olvide que yo fui un liberal. ¿Y usted no se da cuenta de que la democracia varias veces ha sido destruida desde la misma democracia?

Pucha, Lenin, Maduro… Me quedo frío. No se me había ocurrido. Pese a que un buen rato he estado estudiando el poder de las analogías, «unas semejanzas entre cosas distintas». Pero para seguir la línea del maestro Porras que se ha dado el trabajo de visitarme, le hago una observación.

– De acuerdo, las bancadas que se creen radicales no son sino una suerte de conquistadores españoles. Pero necesitan pueblo. Masas que los apoyen, ¿no?

– Otro olvido de su parte. Dígame, ¿cuál era la jerarquía social de la sociedad incaica?

Está un poco pesado el maestro, pero igual le respondo.

– El clan de los Incas, los cuatro Apus, los tucuyricuy (inspectores). Las panacas familiares, suerte de nobleza de Estado. La burocracia local o curacas.

– ¿No ve? Se olvida de un grupo, ¡los yana! Esos indígenas abajo de toda la escala social del incanato¡!

– Sí pues, me había olvidado de ellos. El yana durante el Tahuantisuyu, no tenía ayllu ni tierras, era un errante. Y es cierto que se vuelven los siervos del Estado Inca y cada vez más numerosos. Y recién me doy cuenta de que fueron los servidores de los Españoles. Durante la guerra de la Conquista, que fue corta, se pusieron del lado de los invasores, asaltando los tambos y violando a las ñustas sagradas. Fueron un factor de la descomposición social.

Pero ya no estamos en el XVI y se lo digo a Porras.

¿Así no? Neira, piense. ¿Hay un grupo social que no está del todo asimilado a la sociedad peruana?

– Diablos, y —temblando— le digo al maestro, ¿se refiere a los informales?

Entonces, Porras triunfante:

– Los nuevos conquistadores cabalgarán el poder legal republicano como lo hicieron los incas con los ayllus ya existentes. No se olvide de que yo fui no solo liberal sino que estudié también derecho. La República está en peligro. Los despotismos se hacen desde arriba.

Porras se despide y parte por la escalera de caracol. Es cierto que los yanaconas estaban en el nivel más bajo de la pirámide social incaica, un «proletariado nómada», que se acomoda a los nuevos mandones, a curacas y corregidores, dice Carlos Araníbar (Nueva historia general). Pero la actual informalidad es muy compleja, desde el vendedor ambulante al pequeño empresario en las pymes, e incluso, una clase media emergente y algunos millonarios. Si el maestro se hubiese quedado un rato antes de regresar a los Campos Eliseos, le hubiese dicho que son capas sociales heterogéneas. Por lo tanto, habrá diversas clientelas. En cuanto al poder, los peruanos del siglo XXI quieren que se ponga orden, pero sin excesos. El mismo Porras me dijo una vez una frase de Garcilaso de la Vega, el Inca, llegada de sus parientes cusqueños: «ne me mandes demasiado».

Publicado en El Montonero., 13 de julio de 2020

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Salazar Larraín: la claridad y los diarios que hacían historia

Written By: Hugo Neira - Jul• 06•20

La semana anterior prometí dedicar esta columna a Arturo Salazar Larraín. Su partida me tomó de sorpresa. Y recordé que guardo algunas de sus crónicas. Desde mi retorno de Europa, dicto en unas y otras universidades, un curso que enseña a escribir un texto de prosa, es decir, saber pensar por cuenta propia. Redacción y lectura, materia que debería existir en la secundaria peruana —como es lo correcto en todas las secundarias del planeta— salvo la excepción peruana. El hecho es que he guardado algunos de sus artículos. Por ejemplo, el que sigue.

«Una Universidad Inmóvil», por Salazar Larraín: «Desde hace diez años la universidad peruana ha agudizado, por sí misma, el proceso de su crisis. Parece ya tiempo más que suficiente para abordar seriamente sus problemas y es lógico y natural que esta acción provenga de ella misma, como un acto de conciencia honesto y sincero. En primer lugar, es imperativo evitar el estallido de lo irracional. Las cosas en la universidad deben contemplarse a la luz de la razón (…)» Como el amable lector puede observar, su estilo consistía en ir de frente al «nervio vivo» del problema. Y «acudir a la razón». Pero lo cortés no quita lo valiente. Continúa con esta frase: «El rectorado ha sido presa permanente de apetitos y pasiones de índole completamente personal. La institución —como institución propiamente dicha— ha importado un comino. Lo hemos visto ayer y lo estamos viendo hoy.» Esto es publicado el miércoles 13 de marzo de 1957. Hace más de medio siglo. Pero como el amable lector podrá apreciar, hemos retrocedido. En aquel momento, a nadie se le ocurría poner a las universidades bajo las inquisiciones estatales que hoy las monitorean (el verbo ‘monitorear’, que le encantaba al expresidente Toledo, me pone los pelos de punta. La gramática dice que no debe usarse un concepto si ya existe el correcto, vigilar, seguir, observar. Pero se prefiere ocultar que el que monitorea no hace otra cosa que manipular. Tiempos de despotismo con máscara.)  

En aquel momento, yo era un estudiante de San Marcos, y para vivir me ganaba los porotos como obrero en una fábrica de tejidos en la avenida Colonial, o bien inspector de boletos en el tranvía, o improvisado profesor de secundaria en colegios privados de los peores, uno en particular en donde recibían a jóvenes que no podían acabar su secundaria. Hijos de papá, insoportables. Pese a todo, yo leía los diarios y recolectaba lecciones de escritura. Estaba en San Marcos y en la juventud comunista. En una célula con Arias Schreiber y Fernando Fuenzalida. Y Salazar era un convencido liberal, igual lo leía. Por lo visto, yo no era un dogmático. La Prensa, el diario de Pedro Beltrán, no buscaba las reformas que a mi generación nos parecía necesarias, pero, al margen de su doctrina liberal, quería saber cómo se escribía.

Mi vida ha sido agitada, varias veces he dejado el Perú, idas y vueltas, pero me las arreglé para guardar algunos papeles, para mí trascendentes. A Arturo Salazar Larraín lo conocí personalmente unos pocos años después, en 1961. Por una razón, ingresé a un nuevo diario, llamado Expreso. Fundado el 24 de octubre de 1961, por Manuel Mujica Gallo, «rico propietario vinculado al negocio de la banca y seguros, que al efecto constituyó la empresa Periodística Perú S.A». (Wikipedia) El diario lo dirigían (no monitoreaban) dos personas excepcionales: el director José Antonio Encinas, diplomático, que residiendo en los Estados Unidos, logra dos doctorados, uno de Economía y el otro en Filosofía, nada menos que en Harvard. Y el otro era Raúl Villarán, inventor del diario Última Hora, y Correo, que fue una cadena de diarios provincianos. Eran personajes muy diferentes. Encinas decidió tener unos editorialistas lo más jóvenes posibles —nos llamaría sus «juniors»—, y para eso, llamaron a un concurso. Miguel Pons-Couto, que estaba en la administración, me pasó la voz y me presenté. Entramos Abelardo Oquendo, Lucho Loayza (con el tiempo y fuera del país, un gran ensayista), Raúl Vargas y el que escribe. No éramos de izquierda, ese vocablo no existía, yo me había alejado del Partido Comunista, pero sin hacer mucho ruido. En mi pobreza, el partido me había conseguido puestos de trabajo de poco salario, pero que me permitían ir a comer al restaurante universitario en San Fernando, al que llamábamos «la muerte lenta». En cuanto a la política y el diario, nos llamaron entonces, «progresistas». En realidad, Manongo —o sea Mujica Gallo— quería que hubiese en Lima un diario entre El Comercio y La Prensa. Y lo consiguió, ayudó a que Fernando Belaunde ganase las elecciones.

Así fue cómo conocí al elenco que tenía Pedro Beltrán. Se había rodeado de un equipo de escritores de primer nivel. Jorge Luis Recavarren, Enrique Chirinos Soto, y en Última hora, Guido Monteverde, su «Antipasto Gaga». Su columna, es un relato de la vida limeña con algo de admiración y mucho de sorna. Beltrán en 1958, es el primer ministro de Manuel Prado, y establece medidas liberales bastante duras, elimina los subsidios de alimentos y eleva el costo de la gasolina. Beltrán, un peso pesado de la vida política y cultural, con estudios en La Recoleta, agronomía en Oxford. Casado con una aristócrata bostoniana, el ironista Sofocleto decía que no deberíamos nacionalizar la empresa petrolera de Talara sino a Beltrán primer ministro. En efecto, lo conocí un día de esos, me llamó para invitarme a entrar en La Prensa. Su oficina era escueta, una única lámpara sobre su escritorio, y el resto en penumbra. ¡Estábamos en Londres! Le agradecí la propuesta pero en Expreso y mis amigos estábamos cerca de lo que se llamaba el Movimiento Social Progresista, de Alberto Ruiz Eldredge y Sebastián Salazar Bondy. Pero entre periodistas nos encontrábamos con frecuencia.

En fin, otro texto de Arturo Salazar Larraín (10/03/1956): «en nuestro país todos somos encendidamente demócratas (…) pero en la práctica, las cosas son distintas. Hay un abismo insalvable entre la teoría y la práctica política».

Han pasado siete decenios. En lo que concierne al periodismo tengo la impresión de que ese Perú tenía una mejor prensa. En primer lugar, eran directores o gente de prensa que no temían al gobierno de turno. Beltrán puso en el poder al general Odría en 1948, y luego se apartó del dictador, y Odría lo encarcela con 40 empleados de La Prensa. Y así y todo, después de unos meses en El Frontón, siguió en sus trece. Hoy los diarios no solo temen en su mayoría al gobierno sino que sobreviven gracias a Palacio de Gobierno. En segundo lugar, hoy cualquiera es periodista. En los cincuenta y sesenta, eran humanistas. En tercer lugar, los diarios actuales no se imprimen para las clases medias o cultas sino para la gran mayoría de la población. Eso no es repudiable, pero como la educación peruana ha olvidado de enseñar, por desgracia, el placer de leer, la consecuencia es que se ha perdido el hábito de la lectura.

¿Para qué comprar periódicos? Y menos leerlos. Es la era de Internet, del celular, del entretenimiento. En otras sociedades, la tecnología es usada, pero hay diarios. Millones de peruanos no son analfabetos pero sí son iletrados. No leen libros. Y de esa manera, en las urnas, sin personas que sepan pensar por su propia cuenta, vamos directamente al abismo. Un  probable despotismo, acompañado de un tiempo del ocio tonto y el esclavo feliz. Por eso la imagen de esta nota, La balsa de la medusa, cuadro de 1819 en el Museo del Louvre. Espero equivocarme.  

Publicado en El Montonero., 6 de julio de 2020

https://elmontonero.pe/columnas/salazar-larrain-la-claridad-y-los-diarios-que-hacian-historia