Después de Alan. Pensamiento mágico y etnopolítica sureña

Written By: Hugo Neira - Abr• 29•19

En estos días he andando por los canales de televisión. Dije que estaba conmovido y apenado por la pérdida de un amigo a quien echaremos de menos. Dije que se había perdido no solo un líder para su partido sino para la nación. En ese terreno, firmo y confirmo.

Sin embargo, la vanagloria de salir en las pantallas de la televisión no es precisamente mi taza de té. Prefiero la pluma y acaso, conversar. Pero tampoco es que me sienta incómodo. No sufro de agorafobia, es decir, el temor a hablar en público. Perdone el amable lector, si explico la agorafobia es debido al lamentable estado de la «comprensión lectora», hasta las patas en nuestro país. Me llama para RPP Raúl Vargas y para ‘Contacto N’, Mijael Garrido-Lecca. Al parecer, la cosa salió bien, sencillamente conversamos. Con Raúl Vargas tengo una amistad de toda la vida, y si acaso no se sabe, Vargas conoce a fondo la educación pero prefirió esa pedagogía de los medios de comunicación. En cuanto a Garrido, tiene treinta años y una cultura de un hombre muy mayor y con amor a la lectura y el saber universal. En fin dije todo lo que me parecía evidente.

Dicho esto, veamos lo que sigue. En primer lugar, es permanente el fastidio y el dolor del pueblo ante los corruptos. Es natural puesto que en este país en que se chambea duramente y más allá de las 12 o 15 horas diarias, y que millones de peruanos  (un 96%) trabajan en Pymes por lo general informales y tienen ganancias mínimas, es natural la ira y el rencor ante buena parte de expresidentes enriquecidos en los últimos 18 años. El ambiente de este tiempo me hace pensar en César Vallejo:

La cólera del pobre

tiene un fuego central contra dos cráteres.

¿Cuáles son esos dos cráteres? Por una parte, un debate con pros y contras. El gesto trágico de Alan García ha provocado páginas enteras en el curso de las últimas semanas. Hubo de todo, y no estoy diciendo que concuerde con la enorme producción de crónicas y puntos de vista, sino que se tomó el tema como algo real. Un hecho concreto, un «suceso lamentable»; la descripción del suicidio, «su última apelación», «el Apra llora a Alan García», «consternación entre los distintos líderes políticos», es decir, los ex rivales, desde César Acuña a Keiko Fujimori, y las opiniones de Daniel Salaverry y Mercedes Araoz. Sin embargo, algo me asombra. Nada de esto ha convencido a una gran parte de la sociedad peruana. Resulta ahora que la tendencia es que Alan García está vivo (¡!). No se repite el México revolucionario, a la muerte de Emiliano Zapata, por décadas y por afecto, los campesinos lo veían a caballo por las sierras sureñas. A Alan lo creen escondido en algún lugar del planeta. ¿Lo quieren vivo para seguir odiándolo? Varios choferes me han preguntado por qué lo han cremado. Está claro, hay una plebe que necesita de un chivo expiatorio. Un culpable. Es curioso. Alan no mató a nadie. Abimael Guzmán, cuyas huestes mataron a apristas, a izquierdistas, y a más campesinos que Pizarro cuando la Conquista, ¿ningún reproche? Lo que veo es una reacción popular absolutamente desconcertante. La llamo «pensamiento mágico».

La lucha contra la plaga de la corrupción tomará décadas, acaso nuestro siglo XXI. Es un combate, tiene que hacerse con el arma de la razón, no de la pasión. Lo cual lleva a otros terrenos, cuando el nacimiento de autoritarismos evita las leyes para que reine la sanción. De eso no se habla en Lima pero sí en los diarios del mundo externo. «La presunción de inocencia, es una distinción crucial entre el Estado de derecho y la inquisición». Lo dije hace semanas. Ahora coincide The Economist de Londres.

Volviendo a lo de la tele, no hice sino decir las cosas como si estuviera conversando en un café. Contaré, pues, brevemente, un episodio de mi juventud. Eran los años de Velasco. Sí, una dictadura, pero la única manera para acabar con el latifundio, el ni siquiera un feudalismo. Y entonces, Delgado Parker, titán de la televisión en ese momento, propone algunos espacios de gente no velasquistas y Velasco acepta a condición de que me dieran un espacio también a mí, para que hablara. Así, tras las primeras sesiones, una amiga mía, a la que siempre admiré y escribí sobre ella —Chabuca Granda, sí, Chabuca—, se pone el sombrero, coge guantes y cartera, y se va al canal. Y me llama para decirme tres cosas que no olvidaré jamás. «Hijito, mira, eres inteligente, pero eso no basta. Tienes que pensar que miles de ojos y orejas te están mirando. Entonces, primero no mientas jamás. Dos, sé sincero y sé sencillo. Y por último, no te olvides, hijito, que no estás en un mitin. O sea, eres un invitado. A nadie le gusta que le vengan a gritar en su propia casa». Esos consejos no los olvidé nunca.

El «pensamiento mágico» es grave en esta hora crucial del alma peruana. No se razona¡! Y vienen tiempos oscuros. Y pienso en el Sur. Hay una tesis universitaria, Cultura y política en Puno: el dispositivo de la identidad etnocultural, de Eland Dick Vera Vera. No lo conozco, pero buena tesis. De hecho, ya hay partidos locales con nombres quechua y aymara. No les interesa el país global sino su colectividad. Y en Lima, no se oye padre. El enclenque Estado central, juega con fuego al mover sentimientos y pasiones con el aparato mediático que usufructa. No saben argumentar. Emocionalizan. Todo esto puede acabar mal, muy mal. Y Alan se llevó consigo el enigma de entender la sociedad peruana y a los peruanos mismos.

Publicado en El Montonero., 29 de abril de 2019

https://elmontonero.pe/columnas/despues-de-alan

La lucha contra la corrupción, ¿en el corto plazo?

Written By: Hugo Neira - Abr• 25•19

Tengo en las manos el plan de gobierno de Izquierda Unida de 1985 a 1990. El apogeo de la izquierda. Tiempos de Barrantes. Pero en la lista de problemas no aparece ni una línea del tema de la corrupción. No es que no existiera, sino que era un mal menor; o bien nos pasaba lo que les pasa a muchos cuando van al médico y descubren que tienen desde hace veinte o treinta años la diabetes. Un mal que se controla sin librarte por completo. Toda sociedad contemporánea tiene esa amenaza, pero hay rangos y niveles.

Ocurre que además de periodista soy sociólogo. Nosotros no ‘interpretamos’ para evitar subjetividades. Desde Max Weber, su Sozialwissenschaft, ciencias de la sociedad, es plural. Hace poco, Martín Tanaka y Eduardo Dargent señalaban el riesgo de usar “conceptos del norte para entender el sur”. A lo que voy: la construcción intelectual de una teoría sobre la corrupción no puede prescindir de algún intento de clasificación racional. Más allá de malos humores y la lucha política, esta es mi propuesta.

Hay tres clases de sociedades ante la enfermedad masiva de la corrupción. La primera es obvia: las sociedades avanzadas. Suecia, Dinamarca, Alemania, etc. Por cierto, los Estados Unidos. Algunos países asiáticos como Singapur, Taiwán y China pos-Mao, a su manera, un Estado radicalmente severo. No tenemos ni el Estado de derecho a lo occidental ni la tradición de virtud colectiva de las civilizaciones asiáticas. Pero ninguna sociedad humana es el edén. De ahí la necesidad del contrato social. “No somos ángeles” (Rousseau).

La segunda categoría es la de jóvenes estados, todavía no modernos, que luchan por una vida más equitativa, igualitaria y, a la vez, el progreso del bien común. En esa estamos. Y dos siglos no es nada.

Hay una tercera categoría. Aquellas naciones que toman el atajo del poder totalitario. Lenin, con una lectura asiática del manifiesto comunista. Todos pobres salvo la burocracia en el poder. Eso resultó no ser una utopía socialista sino su contrario, una distopía. Y eso fue Chávez. ¿Quieren uno en el Perú? Sigamos en la lógica tortuosa de la prisa.

Para discutir la prisa de algunos, apelo a mi experiencia existencial. He vivido, acaso sin desearlo, una gran parte de mi vida fuera de mi patria. Y conozco cuatro sociedades: el Perú, México, España y Francia. La última, tanto como la peruana. Sostengo, pues, que del 1789 revolucionario no pasaron de inmediato a la modernidad. Tuvieron retrocesos. Solo en 1870 fue la III República con Gambetta. Fue un siglo terrible. Y lo sabemos por su formidable literatura. Víctor Hugo y Honorato de Balzac, autor de El padre Goriot, un comerciante arribista, y La comedia humana, con su desfile interminable de banqueros corruptos. Y putas y cortesanas mantenidas por ricachos, según Zola. Una burguesía ávida y sin escrúpulos en Los misterios de París, de Eugène Sue. ¿Qué se creen, que fue fácil?

Sospecho que el siglo XXI peruano será algo similar a Francia y otras naciones que se hicieron en el XIX. Vencer la corrupción no es, pues, nuestra independencia lograda en 1824 en un campo de batalla en Ayacucho. Es combate largo y complejo. Es transformación, paciencia y tenacidad. Recursos y habilidad en fiscales y jueces. ¡Y más impuestos para un Estado pobretón! Hace bien el presidente Vizcarra en comenzar ese inmenso desafío; pero la prisa, ese defecto de la criollidad, lo ‘rapidito’, provoca lo contrario.

Publicado en El Comercio, 24 de abril de 2019

https://elcomercio.pe/opinion/columnistas/peru-corrupcion-sociedad-lucha-corto-plazo-hugo-neira-noticia-629277

De pronto, el tema del suicidio

Written By: Hugo Neira - Abr• 23•19

Por unos días, al menos hay en el Perú un momento reflexivo. Moralista, filosófico, y no solo comercial o político. Desde el miércoles pasado, día de Ceniza, doblemente porque es la Semana Santa y el día en que un político dos veces Presidente llamado Alan García, decide aguarles la fiesta a sus feroces enemigos. Coge el revólver y se pega un tiro. Los portadas iban a lucir un Alan enmarrocado. Tuvieron que cambiarlas. Al parecer, había preparativos para una gran fiesta en la plaza San Martín para celebrar su prisión (¡!) Pero los rivales que necesitaban terminar de hundirlo para que no siguiera siendo la encarnación de los opositores al régimen actual, se quedaron con los crespos hechos. Un corte de manga les hace Alan mientras marchaba a ese lugar enorme y desconocido por todos, que se llama la muerte.

En estos días, nos enteramos de que había explicado a sus hijos que no iba a pasar por los martirios de la nueva Inquisición y sus «humillaciones». Como todos sabemos, tomar preso a un acusado no necesita forzamente los grilletes en las manos, pero en el Perú actual, no solo cuenta detener a un sujeto sino arrasar su nombre y figura, matarlo en vida, aplastarlo. Alan García no se dejó hacer. Alguien que no tiene nada de aprista, Ulises Humala —sí, sí, el otro Humala—, que polemiza con quienes quieren ver en ese gesto de Alan García como una cobarde fuga o un acto de demencia, ha tuiteado lo siguiente: «No fue un acto de desesperación, sino un hombre que ha muerto de pie». Y añade: «un acto de dignidad». Claro está, eso había dicho ya Mauricio Mulder. Y entonces, ¿por qué ese coincidencia? Las actos espirituales y morales son tan escasos que han llegado a un grado casi cero en nuestro sacudido país, que de paso olvidamos que hay cosas tan obvias que no es preciso formar parte de la misma cultura política para coincidir. Un huaico, un terremoto, es un hecho real, por encima de la religión, el sexo, o la edad del que lo sufre. Un suicidio puede ser muchas cosas. Pero en ciertos casos, es un acto de coraje que lleva a todos a reflexionar.

Peruanos, hay un «suicidio no patológico sino moral». ¿Quién dice eso? ¿Algún aprista o apristón? Nada de eso, sino la Encyclopédie Philosophique Universelle de PUF, tomo II, p. 2493. Sí pues, una enorme obra que me acompaña, en PDF, por donde vaya. ¿Y qué más dice? Puede ser una «decisión libre», «personal». En ciertas condiciones de guerra, dicen los filósofos contemporáneos y europeos, «para evitar torturas, prisiones injustas, etc». En el mismo género, entran otros tipos de sacrificios como, por ejemplo, huelgas de hambre, y hay un tipo de suicidio-sacrificio. Lo dice esa enorme obra, escrita por sabios sensatos y moralistas.

Entonces, hay que convencerse, nos guste o no: el suicidio de Alan García no obedece a un gesto súbito, no es lo que se llama un raptus suicidaire, es decir, un acto impulsivo o inconsciente. Ejemplo, una señora que sale de su casa tras una bronca terrible con un marido al que no soporta, y conduciendo, se mata chocando un poste. No se puede saber si fue intencional o casual, o oscuramente el deseo de morir. Nada de esto en el caso Alan García. Es bueno saber para que Freud, el gran Freud, el suicidio no fue un tema que tratara directamente, prefirió ocuparse de las multitudes, en 1921, y acaso porque el tema  incluye cuestiones de ética, religión y moral, y Freud, al fin y al cabo judío, no lo estudió sistemáticamente como solía hacer con otros temas, otras pulsiones. Lo digo porque no vayan a creer que es un asunto baladí.

Soy sociólogo y no psicoanalista, aunque tenga varios amigos en esa disciplina, Moisés Lemlij, Max Hernández, Matilde Caplansky. Desde la sociología, el suicidio deja de ser un asunto personal cuando se vuelve un fenómeno social que afecta más bien a la crisis de un país y que el suicida llama a despertarse. Gandhi cambia la India sacándolos de un comportamiento conformista ante el dominio de los ingleses. Se sirve del sacrificio de sí mismo en sus célebres y prolongados ayunos.

Un suicidio cargado de historia y sentido fue el de Stefan Zweig, gran escritor que huye de la peste nazi y se refugia en Brasil, que lo acoge. Pero en 1942, cuando parecía que la Alemania nazi ganaba la guerra, decide irse al otro mundo antes de caer en manos de sus verdugos. En Brasil había corrientes políticas que admiraban el nazismo.

Se suicida Mishima, el autor El mar de la fertilidad. Se hizo lo que llamamos harakiri  y que ellos, los japoneses, llaman seppuku. Es un suicidio terrible, no está al alcance de nuestras costumbres. Te metes un cuchillo enorme en un lado del vientre, y luego, como si fuera poco, cortas hasta el lado derecho con las dos manos, abres el vientre hasta el lado izquierdo. Y todo eso, sin ponerte de pie. Y no nos olvidemos de nuestro Arguedas. Dos intentos, el último fue el decisivo.

¿Tienen algo en común el escritor japonés y el peruano que igual usaba el quechua que el castellano? Algo tienen: el amor de ambos por las sendas tradiciones, tanto del Japón como la del Perú andino. Arguedas, desde su conocimiento de Chimbote, ve aparecer a un nuevo peruano, algo confuso, mitad andino y mitad criollo. Acaso lo que ahora llamamos ‘achorado’. Arguedas quizá se fue para no ver esa catástrofe cultural y moral.

Los suicidios de esa calidad, como el del presidente chileno socialista Allende —se queda en La Moneda (Palacio de Gobierno) con una ametralladora en la mano ante aviones de guerra que lo bombardeaban— trascienden la política. Son éticas.

Respeto y claridad, peruanos. La muerte de Alan García es un giro excepcional a otros tiempos acaso más civilizados. El rival de la justicia es la injusticia. Y es la que se viene aplicando al rival político bajo el pretexto de la lucha contra la corrupción, con lo que se llama la «detención preliminar», que no son solo 10 días sino una forma de amedrentar. Y a lo que le sigue, la «detención preventiva». Alan García no quiso prestarse a esa pantomima. Hoy sabemos que dejó una carta a sus hijos. «Cumplido mi deber en mi política y en las obras hechas en favor del pueblo (…) no tengo por qué aceptar vejámenes». Y están en su carta estas líneas: «Por eso, le dejo a mis hijos la dignidad de mis decisiones, a mis compañeros, una señal de orgullo».

Es tremendo. Esa muerte y el enorme error del gobierno actual. Primero, en vez de hundir al aprismo, ¡lo han resucitado! Estuve en Alfonso Ugarte. En segundo lugar, es un mensaje a todos los peruanos para que apoyen la lucha contra la corrupción, pero no por las maniobras que aplican —preliminares y preventivas— antes de haber encontrado alguna prueba de ilícito oculto. Flojera de indagar. Recursos facilitones de dominar. Pero esta vez les salió el tiro por la culata. Lo digo con todas sus letras. Alan había recibido tan pocos votos en el 2016 que apenas sumaban un 5,8% del total. Pero hoy ya no es así. Ocupará un lugar olímpico, al lado de otros grandes que también pagaron con su vida el derecho de ser inocente aunque otros los asediaban y encerraban políticamente. Y han despertado a los leones dormidos. Los apristas. La opción peruana por un partido que es lo que más se acerca a la socialdemocracia que ha hecho la Europa de hoy. Todo lo que quería Alan García para el Perú, era que «fuera un país del primer mundo». Tal como se los digo. Textual.

Nunca fui aprista, en mi juventud estuve en otras corrientes, el viejo Partido Comunista. Luego, con Velasco, cuando en 1969 inicia la reforma agraria, dejando la universidad en Francia. Volví siete años después dado que en Lima, diversas universidades me cerraban la puerta. Me hicieron un gran favor: en Europa me esperaban con las brazos abiertos. Ahora bien, a ver si se entiende. Cuando comunista, nunca fui antiaprista. Porque yo no puedo estar en contra de un «partido del pueblo». Y si digo y escribo esta postura, no es porque aspire a algún cargo político. Se equivocan. Solo me habita el amor al Perú y a los peruanos, y el deseo profundo de decir qué es lo verdadero y qué es lo falso. No me llevo por el rumor ni de ideologías del odio y el anti. Cada palabra, cada línea es obra de mi propia consciencia. Puedo equivocarme, pero busco la verdad.

Alan García se sacrificó para que tengamos un Poder Judicial sin trampas y no arbitrario. Porque en estos años confusos alguien decide, en secreto, a quien hay que jorobar, y detrás corren los fiscales y allanamientos. Es espantoso y a la vez increíble. Ya veo los libros de historia del futuro. «A los inicios del siglo XXI, hubo dos pestes morales que afectaron a los residentes peruanos. Por una parte, muchos no solo salieron de la pobreza sino que aspiraron a ser multimillonarios en poco tiempo. Y la segunda, que a nosotros, historiadores galácticos nos sorprende, el regreso a la Inquisición colonial» (Enciclopedia Galáctica, tomo XII, p. 34256).

Publicado en Café Viena, 23 de abril de 2019

Alan. Breve historia de encuentros y desencuentros con un amigo

Written By: Hugo Neira - Abr• 22•19

Nace en 1949. Limeño e hijo de García Ronceros y Nytha Pérez, ambos apristas, el padre secretario de organización en los lamentables años de dictador Odría, conoce la prisión por el solo hecho de ser militante. El partido organizaba campamentos juveniles en la orilla del Rímac, y una vez de niño, conoce al Jefe, «un vasco antiguo, blanco y con barba, una enorme cabeza, para mí, sinónimo de maciza inteligencia» (AG). Pese a todo, estudia secundaria en la Unidad Escolar José María Eguren. El amigo del que hablamos, hacía algo parecido, en el Melitón Carvajal. Lo educaban sus abuelas italo-arequipeñas en el bronco y plebeyo barrio de Lince. No se conocían pero provenían de las mismas capas medias y populares.    

¿Cómo se conocieron? El amigo algo mayor, con doce años de diferencia, y fue el azar, la pasión por el Perú y un amigo intermediario, lo que hace que se aproximen. Ocurre en octubre de 1982, Alan elegido Secretario General del PAP, luego diputado, publica un libro, El futuro diferente, la tarea del APRA. Leído por Carlos Franco, a la cabeza de Socialismo y Participación, se le ocurre enviárselo al amigo que había estado en el equipo de Carlos Delgado en el Sinamos de Velasco, y que en los ochenta, autoexilado en Europa, inciaba una carrera universitaria. Anteriormente, el amigo había dirigido un diario de los expropiados por el régimen militar, que sirvió de vocero de unas de las corrientes del velasquismo —hubo diversas corrientes— de tono distinto a los marxistas procubanos de Expreso. El amigo había visto como las turbas, en el 5 de abril de 1975, el saqueo del Centro Cívico y de los diarios Ojo y Correo. Ese amigo salvó una de las dos impresoras y logró, posteriormente, seguir editando el diario y llamar a dos columnistas a que encarnaban el antivelasquismo, el humorista Sofocleto, y el revolucionario Ricardo Letts.

Pese a incendios y percances, ese amigo no había aprendido a odiar. Cuando recibe el libro de Alan enviado a París, sabe sorprenderse. Y escribe un corto ensayo, que publica en Lima Carlos Franco. Se titula «Las demoradas estrellas». Dice cosas como esta: «Alan García propone un enlace o vinculación entre la ideología aprista y las actuales ciencias sociales», encontraba en el texto «una moderna y actualizada bibliografía».  Discute, pues, las teorías de la dependencia. Alan insertaba en sus ideas, «la cultura mosaico de los peruanos, la creatividad cultural, los zorros de abajo». El amigo hasta entonces desconocido, veía ese texto, más allá de la identidad partidaria, «como la mano tendida hacia otros campos ideológicos, campos colaterales, no contrarios». Pero la izquierda, como siempre, no supo responder. Salvo Barrantes. Alan nunca olvidó ese corto texto y al amigo que desinteresadamente tomaba nota de ese cambio decisivo en la teoría de cómo sacar al Perú de la miseria, tanto material como intelectual.

Se conocieron personalmente en su primer gobierno. Pero el amigo solo estuvo un año, y se va para concluir una tesis francesa, de esas enormes que ya no existen, tesis de Estado, que llevaba por lo menos 7 años de investigaciones. El amigo regresa en el 2002, había logrado no solo ser doctor sino catedrático vitalicio. Una vez más Javier Tantaleán hace de intermediario y le lleva a Alan Hacia la tercera mitad, donde desde un ángulo crítico, ese primer gobierno lo aborda como «el agotamiento de un modelo». Era el descubrimiento de la anomia, de Sendero Luminoso, y del fin de un mito; las élites financieras no les interesaba el desarrollo, y los famosos «doce apóstoles» habiendo crecido sus ingresos, invertían fuera del país, traicionando al joven presidente.

Y entonces, tras perder las elecciones, a su retorno, ante Toledo —dios del cielo, aquel invento de un falso cholo sagrado— tiene Alan unos años muy reflexivos. En el Instituto de Gobierno de la Universidad San Martín de Porres, llama a liberales y a izquierdistas —Enrique Bernales, Héctor Béjar, Nicolás Lynch, el liberal Zavala que no son precisamente apristones—, y ese elenco lo llama despectivamente una periodista  cuyo nombre no quiero ni mencionar,  «la escuelita de Alan». En esos años, Alan hace algo excepcional, busca una fórmula que alinee el progreso —ya no se habla de desarrollo— con el Mercado y el Estado. Y eso fue su segundo gobierno. Ha sido necesario su muerte para que los diarios publiquen las cifras reales y aplastantes. En su segundo gobierno, del 2006 al 2011, «en promedio, el PBI creció durante los cinco años en 7,2%, el gobierno dejó unas reservas internacionales netas por 47.059 millones de dólares. Gracias a un apropiado manejo de la economía, dice el Banco Central”. Y como se sabe, la pobreza se reduce. Es decir, varios millones de peruanos dejaron de ser pobres. Y el amigo se atreve a decir, ¿había que morirse para que se reconozca ese obvio progreso bajo su segunda presidencia?

A la imagen de Alan la hace pedazos la ‘megacomisión’ de los días del poder de Nadine Heredia, sin probar nada. Bien ha hecho el hijo, Federico Danton, de cerrarle el paso al desubicado Ollanta que quería entrar al velorio, o sea, Pilatos acompañando a los apóstoles. El colmo.

Por cierto, ese amigo no es el único, son incontables. José Antonio García Belaunde, que lo acompañó en los ratos altos y bajos. Raúl Vargas, una amistad de por vida.  Mario Vargas Llosa en el diario El País de Madrid, sin dejar de tener vergüenza por que los últimos cinco presidentes estén investigados, sobre Alan “le reconoce inteligencia, simpatía, orador fuera de lo común, y en nada rencoroso”. Pero no todos razonan de esa manera. Al suicidio, han querido explicarlo como un acto de desesperación (Exitosa). Qué falsedad. Hoy sabemos que hay un adiós en la carta a sus hijos y familia, y antes a sus alumnos en su última clase, y las “memorias” que en silencio había estado preparando con su secretario Pinedo. En resumen, hubo un proyecto de desacreditar por completo a Alan. Pero enfrentaron a un estratega. Nunca pudieron ponerle las marrocas¡!  Eso le costó la vida, pero es una victoria por los siglos de los siglos. La preventiva puede ser para algunos casos, pero no la norma. Y lo de PPK es contrario a las leyes. Cierto, es difícil enfrentar la corrupción, pero es incoherente que para hacer justicia se vaya contra las leyes mismas. Y cuando no se puede probar un ilícito, como en todo sistema de justicia, pues no hay más remedio que admitir que no se tiene cómo acusar y menos encerrar. Así funcionan las sociedades civilizadas. Nadie está en favor de la impunidad. Pero sancionar sin pruebas nos lleva del sartén al fuego. Eso ya es una cura peor que la enfermedad. Trabajen, fiscales, pero dentro de la razón razonante.

El Perú ha perdido a uno de los dirigentes con mayor experiencia de la América Latina. Vamos a echarlo de menos. Incluso los que lo detestaron en vida.  

Publicado en El Montonero., 22 de abril de 2019

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Perú, un sistema perverso

Written By: Hugo Neira - Abr• 16•19

¿La corrupción es nuestro mayor problema? Sin duda lo es. Al menos ocupa nuestras preocupaciones cotidianas. Los diarios y los medios de comunicación están plenos de noticias sobre asuntos que fueron sobornos para licitaciones o para campañas electorales del pasado reciente. Pero en la vida cotidiana, el peruano de a pie, por decirlo así, se enfrenta todo el tiempo en situaciones en que tiene que coimear. Sea porque un policía lo ha detenido sin que haya cometido ninguna falta, y el asunto concluye en darle a la mano de unos 20 a 100 soles. O cuando un expediente se demora en exceso en alguno de esos ministerios que son la pesadilla cotidiana de millares de ciudadanos, y claro está, si se aceita la mano del funcionario, el expediente da saltos atléticos. Las coimas forman parte de la calculada inercia.

Hay que admitirlo, el compromiso de los peruanos con la legalidad es algo más que bajo. Un espacio (ilícito) de negociación es parte de nuestras costumbres. Seamos sinceros, es incalculable el número de carros que circulan  sin papeles. Por lo demás, no se pagan las infracciones. La fila de supuestos presidentes que recibieron sobornos es conocida. Pero a lo que voy, el presidente Vizcarra insiste en que combate la corrupción. Como si solo en los gobiernos pasados se produce lo ilícito¡! Es probable que nos habita una ilegalidad organizada. Pero lo incorrecto no ocurre solo en las altas capas de los políticos y las grandes empresas. La ilegalidad es espontánea, pan de cada día. Y como yo no soy un moralista, uno de esos que cree que estamos así porque no respetamos los valores, soy sociólogo. Y mi manera de razonar gira sobre una pregunta: ¿por qué la corrupción habita las clases altas, las medias y las clases bajas?

Hay que pensar el Perú de otra manera. Cuatro hipótesis.

1. El salario mínimo ha crecido. Con Fujimori, de 345 soles a 410. En tiempos de Toledo, a 460 soles. Con Alan García (decreto 022-2007) a 600 soles. Con Ollanta, a 675 soles. Con Kuczynski, de 850 a 930. Pero no alcanza al mínimo de gasto familiar, que está siempre por encima de los ingresos.

2. Millones de peruanos trabajan, pero en Pymes. Las empresas pequeñas y medianas, por lo general informales, son el 96% del empresariado. «Pero no están listas a participar en el comercio internacional globalizado, por falta de tecnología» (La República, 19/05/2015). Y por supuesto, no pagan impuestos. No por maldad sino que no pueden hacerlo. Sus retornos de ganancia son mínimos.

3. El mercado laboral es de 16 millones de personas pero de las cuales solo 1 millón 300 mil pagan impuestos. O como dice Diego Macera, «nadie paga impuestos». Sobre la incidencia del gasto social en la pobreza, hay que leer el estudio de Miguel Jaramillo, en Grade. No se sale de esa economía de pobres que venden a pobres.

4. Todo esto ocurre cuando toda la población tiene acceso a los supermercados. En Perú hay 256 supermercados y de ellos, 162 están en Lima. Es decir, todos vivimos como si el Perú fuese una nación moderna cuyos ciudadanos tienen un ingreso capaz de responder a la oferta de una serie de objetos que elevan la calidad de vida.

Pero eso no es cierto. Nos encontramos con algo tremendamente incoherente. Por una parte, ingresos bajos. Por otra parte, expectativas de vivir como las clases medias de los países más avanzados. ¿Con cuál industria? ¿No dependemos de las mineras y unas cuantas exportaciones?  Obviamente, vivimos con expectativas que no corresponden a los ingresos. Dicho de otra manera, vivimos por encima de nuestras posibilidades. Además, las tarjetas de crédito aumentan la deuda de cada peruano.

¿Qué hace entonces la gente común? Escapan de la Sunat, eluden impuestos y si es necesario, coimean. Pero sostengo que los peruanos no son los culpables. Es el sistema que es perverso. Los incita agresivamente a comprar, sabiendo que no se tiene recursos familiares para acabar el mes. Esto no es capitalismo. Sino una variante muy peruana. Vivir como los ricos, sin serlo.

No hicimos a su hora la revolución industrial. Se nos fue el siglo XIX en guerras de caudillos. Perdimos el siglo XX porque a mediados de ese siglo —de 1930 a 1980— Corea del Sur, en el Asia, da el salto a la tercera revolución industrial, mejorando su educación y produciendo computadoras, coches, medicinas, etc. Hoy, su PBI es de 1410 billones de dólares y Perú, 202 billones (2014). Nuestras costumbres nos llevan a gastos que no podemos cubrir con los ingresos corrientes. Entonces, ¿qué queda? La «nuez». El «¿cómo es?» …

Conclusión: nos hemos vuelto medio mexicanos, «los ciudadanos defienden su parcela de ilegalidad» (Héctor Aguilar Camín). De modo que un  poco de modestia. No habrá corrupción cuando tengamos ciudadanos formados en buenos colegios y gratuitos. Gente con oficio y beneficio, como decía mi abuelita. Hay una relación entre informalidad y Estado débil que ni siquiera puede construir carreteras, vías férreas con empresas nacionales. Han recurrido al extranjero, sin darse cuenta de que Brasil es un proyecto de imperialismo sudamericano, por algo el asunto Odebrecht lo revelan los americanos. Vamos paisanos, despierten. ¡Todos al colegio! Lo que nos ocurre es una falta clamorosa de capital humano. 

Publicado en Café Viena, 16 de abril de 2019