Retrato a pluma de un inclasificable mexicano

Written By: Hugo Neira - Dic• 03•18

Desde el 1° de diciembre, México tiene un nuevo presidente. Andrés Manuel López Obrador, que vamos a llamar AMLO, como lo hacen seguidores y medios de prensa. Una de sus frases, al llegar al poder, «he recibido un país en quiebra». Pero a mi entender, la frase que mejor lo resume es: «No me dejen solo, sin ustedes no valgo nada». Esa humildad, en México, paga. Y por ello, inmensamente popular. AMLO presidente, un giro, un tournant como se dice en francés. Y viene a tiempo para la América Latina. México será el contrapeso ante la monstruosidad que es Brasil en manos de Jair Bolsonero. Lo creen un ultraderechista. Es peor que eso. A su lado, Trump resulta un izquierdista.

No es poca cosa México. Un PBI de 1 294,7 billones de dólares. Aunque la industria mexicana dependa del mercado americano. Aunque Brasil sea casi el doble, 2 416 billones, caben en México casi tres Argentinas, cinco Colombias y 39 Bolivias. Sin embargo, el per cápita es de 10 mil dólares, inferior a chilenos y argentinos. Los problemas que enfrentará el nuevo presidente son enormes: brechas sociales, carteles, mafias, delincuencia, crimen organizado sumado a la corrupción y a la impunidad de los poderosos. Problemas acaso peores que los nuestros. En México todo es enorme. Contra todo eso, el 1° del pasado julio, AMLO, a los 65 años, fue elegido con un 53%.

Los mexicanos han festejado ese resultado, y con razón. Unas veinte mil personas ocuparon el lugar residencial, Los Pinos, que tiene 14 veces el tamaño de la Casa Blanca de Washington. Eso también es México, grande en sus virtudes y en sus vicios. Han votado por alguien que a la vez es un hombre honesto y que no ha entrado con la pata en alto, al contrario. No quiere AMLO ser «una presidencia imperial» (Referencia al libro de Enrique Krauze). Va a combatir «el circo y la simulación», pero ha dicho también «que no va a perseguir a nadie». ¿Qué le parece, amigo lector?

Quiero explicar quién es AMLO. Para ello, hay que evitar varios escollos. Lo primero que debemos dejar de lado la costumbre muy peruana del rapidito. No es un outsider como nuestros calamitosos Toledo, Ollanta Humala y compañía. López Obrador está en la política hace un buen rato. Se enfrentó a Vicente Fox y a Calderón, ambos de derechas. Y a Enrique Peña Nieto, del PRI. Lo segundo es que pudo llegar porque en México hay partidos. Cosa que no tenemos. Hay que olvidar lo rapidito y también lo facilito. En fin, México tiene instituciones. Cosa que tampoco tenemos. Ese mexicano no viene de la antipolítica.

Al contrario. ¡Ha mezclado tendencias! Conozco México. Lo he visitado muchas veces, y he visto, entre otras cosas, su ascenso lento, terco, peleón. De modo que ahí va lo que es su itinerario. Lo que no encontrarán en otros medios de comunicación. Van a decir que es una suerte de Lula da Silva, pero se equivocan. Y lo de populista resulta corto.

¿Quién es López Obrador? Un mexicano que encarna el sur pobre y los abandonados. Nacido en Tabasco, su primera actividad fue ocuparse de los indígenas. Sí, pues, comenzó con un cargo menor, dentro del PRI. Ahora bien, si no entendemos qué es ese partido, no entendemos nada. El PRI en dos palabras: un partido-Estado. No solo 70 años en el poder sino millares de cuadros formados decenios tras decenios, de una calidad que ya quisiéramos. Más partido que el aprismo en sus mejores momentos, y que el peronismo, Weber habría aplaudido. Vargas Llosa nunca entendió México y la llamó «la dictadura perfecta». Ni dictadura ni perfecta. En fin, tengamos claro que López Obrador no fue uno de esos grandes cuadros del PRI, y ni intelectual ni tecnocrático. ¿Qué fue y es? Un operador. Pero con expectativas que fueron creciendo con el tiempo y la experiencia.

Si entendemos el PRI, entonces, tenemos donde situar a AMLO. Es un hombre con buena estrella, asciende cuando se comienza a descascarar el viejo PRI. Y entonces, es como un monje medieval que se voltea contra el Vaticano. Es el Lutero del PRI, comienza a operar por su cuenta cuando una suerte de patriotismo lleva a muchos del PRI a salirse. López Obrador, puesto que se vuelve disidente, forma un partido «de la revolución democrática», el PRD (1996). Así, el sistema mexicano de partidos ya no es solo el PRI y el PAN, partido de derecha que hace triunfar a Fox y a Calderón, sino ese intruso. Ha logrado un triángulo.

El ascenso al poder de López Obrador se debe al debilitamiento paulatino del partido hegemónico que era el PRI. Gobernara quien gobernara, Obrador estaba ahí para ser el apóstol de la oposición, el Mahoma de un cambio de régimen, pero le faltaba algo, la fama. Esta viene cuando es elegido Jefe del D.F. es decir México ciudad. En diciembre del 2000. Es entonces que se luce. Subvenciona tarifas del metro, se ocupa de las pensiones de los pobres, la seguridad mejora, y lo que es impresionante, salva el centro histórico colonial de México capital. Otra gran obra es el anillo periférico a dos niveles, algo como nuestro Evitamiento pero doble. ¿Cómo lo hizo? Se asocia a un hombre multimillonario, Carlos Slim, para recuperar el centro de la ciudad. López Obrador tenía el hábito de dar una conferencia de prensa cada día, a las siete de la mañana. Costumbres de provinciano.

Ha ganado porque ya lo conocen. Pero no fue fácil, por años, sus rivales —el poderoso PRI y también el PAN— le dijeron de todo. «El Chávez mexicano». Ya lo sabemos, se criminaliza, se demoniza. Pero en el 2006, ya estaba trece puntos por delante del PAN. Todavía le gana Calderón en ese año, probablemente con fraude. AMLO llama a sus seguidores y ocuparon el Paseo de la Reforma. Algo así como llenar de gente el zanjón de Lima. ¿En qué momento ya aparece como probable triunfador? Cuando quieren meterlo preso¡! Le hacen un juicio, un supuesto abuso de poder, había hecho una carretera para un hospital sobre terrenos en litigio. Tuvieron que dar marcha atrás, se metió el International Herald Tribune, «eliminar políticamente a López Obrador, era un desastre para la democracia mexicana». En el 2012 las elecciones presidenciales las gana todavía Enrique Peña Nieto con 38,2% contra el 31,6% de AMLO. Pero él continúa, su gran instrumento político ha sido la calle. O sea, todo el marketing se viene abajo¡!

¿De izquierda? «Su discurso es radical pero no es anticapitalista» (Rouquié). Inclasificable. López Obrador se ha autoinventado. Los mexicanos esperan algo grande, como cuando Benito Juárez, en el siglo XIX, hizo la Reforma, o sea, la ruptura del Estado y la Iglesia. Su prócer preferido es Francisco A. Madero, el candidato a presidente que Porfirio Díaz envía al exilio y que desde la frontera llama a la Revolución. Es un moralista rebelde. Ni izquierda ni derecha. Sentido común y cojones.

Publicado en El Montonero., 3 de diciembre de 2018

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Enrique Bernales. La muerte de un justo

Written By: Hugo Neira - Nov• 26•18

Enrique Bernales ha muerto. Lo sabíamos enfermo, pero amigos, familiares y sus alumnos y colegas, lo habíamos visto luchar contra el cáncer y reponerse. Lo creímos ya salvado, daba clases y llevaba una gorrita para cubrir la caída de cabellos tras una quimioterapia. Pero lo hemos perdido. Defunción o deceso, ningún hombre escapa a esa cita, por eso la llamamos fallecimiento, óbito, pero también es cierto que nos preguntamos qué es lo que expira. Con Bernales se apaga la voz de un justo.

Era un gran constitucionalista, eso todos lo sabemos. Pero algo más. Fue acaso su profunda fe católica lo que lo había llevado a actuar en los meses previos al súbito desenlace, como un misionero, de esos franciscanos del siglo XVI que trataban de proteger a los indígenas de los males que les imponían los conquistadores. Hoy día son otros conquistadores los que imponen formas sinuosas de dominación, de moda.

En los últimos días de Bernales en vida, acaso corriendo riesgos de salud, aceptó repetidas veces ir a canales de televisión y diarios. Entrevistas que no eran para lucirse. Ya había sido senador en las cámaras que Fujimori cierra en 1992. Se pronunció sin tapujos —pero sin odios ni insultos— «sobre el evidente tráfico de influencias y corrupción en el sistema de justicia». Pueden escucharlo en Youtube. «Si hay algún órgano que realmente está podrido es justamente todo lo que se refiere al sistema de administración de justicia».

El Perú actual atraviesa lo que se llama un clima político. Una gran crisis que alcanza al pensamiento de toda una nación, tanto como convulsiones sociales y políticas. Enrique Bernales estuvo por encima de las hordas del anti o el pro. Entre su voz y la de los maniqueos, hubo un infranqueable abismo. Lo suyo fue un patriotismo constitucional. No a favor de tal o cual partido, y menos de una camarilla en el poder. Flota sobre Lima una negra nube de ambición de un poder sin límites. Para eso, ya no se necesitan tanques.

Bernales no está. La pena suele ser mayor cuando se pierde para una nación entera una garantía jurídica y moral. Es el caso. Mientras estaba en vida, por mi parte, sentía que había alguien que no solo impugnaba un sistema podrido de arriba abajo, sino que se preguntaba por el papel social de los juristas. Bernales amaba intensamente el derecho y la legalidad, no le parecía, como a muchos, una suerte de supraestructura, no era marxista, no le daba importancia a modos de producción y otros determinismos. Por cierto, le importaba el pueblo y sus sufrimientos. Pero en esta hora dolorosa, hay que decirlo, era un cristiano social, un católico con principios republicanos. Y por eso le importaba del poder judicial, su «virtualidad práctica». Me explico, los comportamientos del poder judicial tienen efectos positivos y también negativos, y moldean la realidad misma. Si se nos pudre, es como un ser humano que pierde su columna vertebral. Entonces, Enrique Bernales estaba en contra del delito y la corrupción, pero sin por ello pasar de un abismo a otro. Hoy, en medios y en universidades, se hallan apóstoles del irracionalismo y la inquisición. Pero quien siembra vientos, cosecha tempestades. La misma maquinaria de represión se puede tornar contra otros -ismos, para gobernar autocráticamente.

Le he llamado en setiembre un «justo». Sobre el justo hay un paradigma, el filósofo Cassirer. De eso conversábamos con Bernales. Y hablamos de la República de Weimar, justamente la de los años treinta, del siglo XX. Cassirer escucha en 1939 decir «que la justicia y el derecho es lo que sirve al Führer», y dice: «si mañana todos nuestros prestigiosos juristas no se alzan como un solo hombre para protestar contra esa arenga, Alemania está perdida». Bernales-el-justo muere enfrentando todo aquello que no solo puede perjudicar a la vida republicana presente, sino a nuestros hijos, y a los hijos de los hijos. De buscar un inca, en los días de Flores Galindo, estamos pasando a buscar un Führer.

La idea dominante en el presente clima político, es que se puede y se debe combatir el mal con el mal mismo. Eso es la preventiva. Un golpe de gracia al presunto delincuente y hablan hasta por los codos los secuaces para salvarse. Pero ese sistema desmantela las leyes y el principio mismo del respeto al individuo. ¿Y si se dicen mentiras? ¿Qué habrá sentido Enrique Bernales cuando se allana un estudio de abogados y cuando un Cardenal nos injuria? Monseñor, no defendemos ninguna inmunidad sino el derecho de los individuos a no ser sentenciados a priori. Para eso nuestros mayores hicieron la Independencia. La Inquisición, la cerramos. Usted ayuda a resucitarla en este valle de lágrimas.

Desde Nueva York, Max Hernández me envía este mail. «Lo que era Quique está en el poema de Kavafis sobre los defensores de la Termópilas». Lo busco y encuentro lo que sigue. Honor a aquellos que en sus vidas / se dieron por tarea el defender Termópilas./ Que del deber nunca se apartan; / justos y rectos en todas sus acciones,/ pero también con piedad y clemencia;/. Pero cómo termina el poema, es que los medos (los enemigos de los griegos) de todos modos pasaron. ¿Se dan cuenta del presagio de Max? Vencerá el vicio, la maña, el enredo judicial. Triunfa, a fin de cuentas, nuestra mayor ideología: la pendejada.

«Pobre del árbol caído en el Perú. Pobre del débil, de quien pide ayuda. Pobre del fatigado, de quien siente miedo. Pobre del pobre en el Perú. Pobre de quien no puede pagar sus deudas. Pobre de la campana sin campanario. Pobre del inocente sin testigos en el Perú» (Guillermo Thorndike).

Publicado en El Montonero., 26 de noviembre de 2018

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Protesta, rebelión, revolución

Written By: Hugo Neira - Nov• 21•18

«En castellano se usa poco la palabra revuelta». Esta frase inicia un célebre texto del mexicano Octavio Paz. «La revuelta es popular y expresiva». La rebelión —añade— «es una sublevación solitaria o minoritaria». Texto de 1978, y que me ha acompañado toda mi vida, una tríada que no ha perdido su vigencia. La otra idea es revolución. ¿Por qué Paz? Le dieron el Nobel de literatura no por escribir novelas sino por poeta y ensayista. Paz, un gran pensador latinoamericano. El laberinto de la soledad, una pena que muchos peruanos no lo conozcan. Me armo de estos conceptos para abordar lo que nos está pasando. En particular, el tema del asilo.

Vamos al grano. El tema crucial es la corrupción. Qué duda cabe, desde los años 90, el país ha crecido económicamente y a la vez se ha corrompido. Odebrecht pudre por decenios a políticos y de paso funcionarios, estudios de abogados y la mar en coche. Hay una parte de la sociedad que está hambrienta de justicia, y otra, que ha lucrado. Y es cierto que los presidentes en los últimos 18 años, o están pedidos o tienen procesos judiciales abiertos. ¿Pero dónde está el error? En la «detención preventiva». Investigar, sí. Pero sin arrasar los derechos humanos y la libertad del ciudadano. Ya sé, hay esa ley, pero abre de par en par las puertas a un poder sin límites. La preventiva, mañana un opositor; pasado cualquier disidente. De la anticorrupción nos estamos deslizando al hábito de la persecución. Del sartén al fuego.

Privar de libertad es muy práctico. Se ponen esposas o grilletes a un personaje y su contorno comienza a cantar. El problema es que eso no es novedad. Lo preventivo se ha usado en el muy eficaz Estado totalitario de la Unión Soviética. Ni los comunistas que eran parte de las instituciones gubernamentales estaban a salvo de una acusación. El pragmatismo cínico escogía las víctimas entre sus propias filas. Eso se llama purga. Y con los nazis, ¿quién podía estar seguro con su mórbida revolución? Nosotros, a la peruana, «la Fiscalía ha creado un clima de indefensión jurídica», dice Alan García en su carta al presidente uruguayo. O sea, aun con ausencia de pruebas, cualquiera puede ser puesto en la «preventiva»¡! No es, pues, un asunto solo de expresidentes sino de 32 millones de ciudadanos, hoy desprotegidos.

El asilo de Alan García es el mayor golpe dado al presente gobierno. Es la «rebelión», a decir de Octavio Paz. Palacio ha actuado como si el Perú estuviera fuera del planeta. Olvidaron que el individuo y sus derechos no tienen fronteras, de ahí el exilio. Los apristas, en particular, saben cómo es eso. Estamos dentro de una realidad global. En el inmenso tráfico de la mundialización, no solo corren negocios sino noticias. No se priva de libertad así porque sí. Cierto, es difícil y a veces imposible desenredar la telaraña de las mafias, eso en todas partes. Pero la medicina que aquí se aplica, es peor que la enfermedad.

En cuanto a la protesta, los pueblos no son infalibles. El lumpenproletariado llevó al poder a Hitler. Los españoles, dados los excesos de los republicanos, soportaron a Franco 40 años. En Chile, al general Pinochet lo apoyaron clases medias contrarias a Allende. Hay revoluciones reaccionarias. ¿Eso queremos? ¿Y qué pasa si Butters tiene razón y se avecina un flujo de exalcaldesas y expresidentes rumbo a las otras embajadas en Lima?!

La rebelión es el arma pacífica ante las leyes despóticas. La Independencia fue una rebelión. Piérola, Castilla eran rebeldes. Solo se obedece lo justo.

Publicado en El Comercio, 21 de noviembre de 2018

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Ni virrey ni inca, buscando un Jefe

Written By: Hugo Neira - Nov• 19•18

Después del velasquismo volví a Europa. ¿Qué otra cosa podía hacer? Eran los años ochenta y corrían cambios decisivos. Se conocía ya lo que se ignoraba en la América Latina, la situación insostenible de la Unión Soviética. En el mundo universitario, «el marxismo había dejado de ser hegemónico» (Jacqueline Russ, La marche des idées contemporaines). Para mí fueron años de reestudio. Revisé a fondo mis conceptos básicos. De A a Z. Dejé de ser marxista pero no me hice liberal. En esos decenios, se produjo un big bang de ciencias sociales libres de la ortodoxia estaliniana. De ahí provengo. Gané por concurso un puesto de docente y durante siete años, escribo serenamente Hacia la tercera mitad. En Arequipa, hace poco un editor me entrega la quinta edición. https://elmontonero.pe/columnas/ni-virrey-ni-inca-buscando-un-jefe Como diagramación es mejor que las anteriores. Y el muy cuerdo editor me pide un ensayo más. Sobre lo ocurrido de 1996 al 2018, en el Perú. Lleva un intitulado que lo dice todo: «La prosperidad del vicio». Y no insinúo un grupo en especial, me asombra la descomposición de instituciones, partidos y gentes.

Acaso vivamos una época de rupturas y metamorfosis. ¿Pero tenemos la epistemología para entenderla? En las ciencias de la vida, hablo de la biología y la genética universal, se entiende la autorganización de la vida con un concepto reciente, el genoma. Para entender el cosmos, Stephen Hawking, antes de irse, nos ha explicado que los agujeros negros son perfectamente razonables, lo que pasa es que nuestros conceptos de espacio y tiempo no lo son. En nuestra cabeza no cabe que esas singularidades sean otros tantos universos paralelos. Y después de decir eso, tras quebrar las leyes de la física, se calla para siempre.

Aterricemos. Cuando me fui, el Perú gozaba todavía de sus oropeles. País de grandes historiadores y de ánimo republicano. La nacionalidad peruana se enroscaba como una serpentina en torno a la obra de Jorge Basadre, Riva-Agüero, Raúl Porras, Luis Valcárcel. Sin duda, Pease, María Rostworowski. Alguien me dirá, son los clásicos. Pero no existen en cursos de historia para escolares. Tengo ante mis ojos la Nueva historia general del Perú , con escritos de Lumbreras, Burga, López Soria, Flores Galindo, Bonilla, pero lejana, de 1975. Luego, el señor Vexler, los ha exterminado. E igual, le dan honoris causa.

El último de los ensayos en ese libro es de Sinesio López. «De imperio a nacionalidades oprimidas». Era el posvelasquismo. Parecía que venía algo positivo. «El Perú es una nación en formación». ¿Qué nos ha pasado, a todos? ¿A izquierdas, derechas, centristas, a ricos y medio ricos, a pobres, a la gente que vive en ciudades —que es la mayoría del país— y a los que siguen siendo rurales?

Van a cumplirse muchos años de mi retorno. Veo una sociedad sin mapas mentales, sin reflexión sobre el pasado. Y para el presente, una sociedad cargada de miedos, desconfiada ante los otros y políticos erráticos dando palos de ciego. Veo una sociedad habitada por millones de peruanos que no saben de dónde vienen. Deshistoriados. Y sin embargo, en el presente, veo los fantasmas del pasado: odios políticos, guerra al rival, justicia como venganza. Me parece vivir los decenios posteriores a San Martín y Bolívar. ¡Y se creen modernos!

Me preocupa los miedos como argumento central de la política. Marx había dicho que los hombres construyen la historia, pero no aquella que les gustaría. ¿Cómo puede surgir algo positivo desde la mala memoria? ¿Cómo proponer un destino? Nos hemos quedado sin historia. Y en consecuencia, sin realidad. No la soportamos.

Entonces, cuando Dios no está, el diablo hace de las suyas. Sin el uso del razonamiento, viene la irrealidad. El presentismo de estos días se hace a base de emociones, fake news, mensajes falsos. Ya no se piensa, se sospecha. La Lima republicana del siglo XIX, la de Ricardo Palma, era de comadres y marisabidillas, con sus modestos 60 mil habitantes, una aldea locuaz y chismosa. ¿Pero cerca de diez millones, hoy, tras la posverdad y las noticias falsas? Y se tragan mentiras del tamaño del monumento a San Martín…

Desde mi punto de vista, ese uso de las emociones ya lo hemos visto en otras naciones. Mi objeción es fácil de entender. Quién en política prefiera el mito a la razón, es parte del fascismo. No es necesario ser rubio, ario, alemán y de ojos claros para ser un nazi. Aquí no hay esvásticas pero sí un sustituto, mitologías. Las creen y difunden las redes sociales. Allá ellos.

Hay entre nuestras tribus políticas, partidarios del retorno al Tahuantinsuyu y no bromeo. Desde que volví, me sorprendió la inclinación a la magia y a la subjetividad en muchos intelectuales. Recuerdo uno en particular, Gustavo Benavides. En Márgenes (04.12.1988) sostenía que Sendero encarnaba «la ideología mesiánica del mundo andino». Le prestaba una religiosidad que no era parte de la cruel máquina de guerra de Abimael. Años después, la Comisión de la Verdad entierra esa mitología describiendo las masacres de SL. Uchurracay, Lucanamarca, Santillana —qué pronto las hemos olvidado— el asesinato de Quispes, Yupanquis, Condoris. Hubo más muertos en Ayacucho que cualquier otro lugar. Unos 340 mil se fueron a Lima. La religión de SL mató más quechuaparlantes que los conquistadores. Era un Pol Pot a la peruana, y punto.

Todavía hay quienes sueñan con un jefe despótico. No se dedicará a «batir el campo», como «el pensamiento Gonzalo». El que se está fabricando será un magnopresidencialismo. Y aunque han quitado ese verso del himno nacional, volverá el «largo tiempo el peruano oprimido». Volveremos a la normal, al déspota con apoyo popular. Lo tuvo Leguía, Odría, ¿por qué no en el inmediato porvenir? La ausencia de reflexión marca este tramo oscuro de la patria.

Publicado en El Montonero., 19 de noviembre de 2018

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Entrevista. “Perú, la transición interminable”

Written By: Hugo Neira - Nov• 12•18

El notable historiador, sociólogo, periodista, ensayista y docente universitario nos ayuda , en esta entrevista de lectura imperdible, a entender mejor el misterioso universo de la política peruana. Leamos con atención:

– ¿Cómo ve Dr Neira la situación actual?

Le agradezco la invitación a esta nueva revista. Le voy a contestar esa pregunta. Pero quisiera que me permita tomar distancia del panorama peruano, el actual, que es uno de los más riesgosos que he conocido en mi vida. Quiero responderle situando la inmediata realidad en un lapso de tiempo, para abordar la situación peruana, desde los 90 en adelante. Y por eso prefiero comenzar preguntándonos por qué no hemos conseguido llegar a ser democracias modernas. No es nuestro caso. Hay un antecedente, la Transición española. Le ruego que me deje desarrollar mis ideas desde ese punto de partida.

Lo diré a grandes rasgos. Hasta 1975, España tenía un régimen autoritario y excluyente. Sin embargo, en los años 80, España es una democracia europea, con derechos y libertades de los ciudadanos y una Constitución, fruto de una larga deliberación entre políticos. ¿Qué pasó? De la muerte del General Franco, en noviembre de 1975, al referéndum que confirma la aprobación por consulta popular de la Monarquía constitucional y parlamentaria, diciembre de 1978, median solo tres años. De la muerte de Franco a la primera victoria electoral de los socialistas (diez millones de votos) en octubre de 1982, siete años. Al ingreso de España a la Comunidad Europea, diez. Todo esto ocurre en el mismo país, con los mismos habitantes, la misma idiosincrasia, ni más ni menos ricos, y con los mismos actores, desde el Ejército a la Banca y los sindicatos obreros, lo que no impide que España pase de ser de un país con un régimen de poder personal a uno abierto, de Estado de derecho y monarquía de corte europeo y liberal. Se admitirá que los plazos resultan breves para semejante mutación.

A ese proceso se le llama la Transición española. Es un tema que algunos peruanos conocen, entre ellos, Enrique Bernales. Debe importarnos, cómo se deja el autoritarismo para instalar una democracia, y hacerlo de manera pacífica y negociada, y esa Transición tiene una ejemplaridad indiscutible. A lo que voy, la idea de transición política no es un concepto exclusivamente español. Transiciones han habido varias. En Chile, la salida de la dictadura de Pinochet fue a la manera española, pactada y electoral. Y por eso, las autoridades democráticamente elegidas, renuncian a establecer la responsabilidad de policías y torturadores. El caso de México, inimaginable sin la hegemonía del PRI, pero eso ya ha ocurrido. Pero el post Tito significó la desaparición de Yugoslavia, entre otros causales. Nada está escrito. El caso de la España posfranquista guarda, pues, su originalidad, y la integridad de su enigma.

¿Qué pasó en España? Lo que debe sorprendernos es que el retorno a la democracia, después de cuarenta años, la hacen dos ex herederos de Franco, Juan Carlos I, y el segundo Presidente de Gobierno, don Adolfo Suárez, ambos surgidos incuestionablemente del franquismo histórico. La paradoja del caso español es que la desfranquización estuvo a cargo de franquistas, lo que no le quita ni sinceridad ni seriedad. Pero lo segundo, que hubo y hay Reforma política, pese a todos los problemas que enfrentan, la España posfranquista fue una sorpresa, el acuerdo entre tirios y troyanos, eso que nos es imposible hacer. Más tarde, hubo un Rey español que iría por América Latina para explicar, en Buenos Aires o en Santiago, cómo se sale de regímenes de fuerza sin por ello volver a desenterrar el hacha de la guerra. Yo estuve durante la Transición en Madrid. Luego de haber trabajado en un diario opuesto radicalmente a Franco. Y en camino a París, a terminar mi tesis. De ahí, me convencí de que la democracia es posible, incluso en las sociedades más beligerantes y recesivas.

Entonces, la cuestión nuestra, es sencilla y espeluznante: ¿hasta cuándo se extiende y prolonga la transición peruana? Este es un tema que no interesa a mí solamente, todo lo contrario. Hay una bibliografía muy sólida sobre esta materia, de investigadores peruanos. En 1992, acaso uno de los primeros, Nicolás Lynch, con La transición conservadora. Edición del Zorro de arriba y de abajo, lo tengo aquí en mi mesa de trabajo, como puede verlo. Lynch se ocupa del posvelasquismo. Pero en el 2005, es el libro de César Arias Quincot, tan bueno como el de Lynch, La difícil transición democrática. Lo publica la Fundación Ebert. Son los años de presidencia de Toledo, se ocupa de la caída de Beatriz Merino, de la corrupción (¡desde esa época!), «del irregular tiempo de las reformas». De la cultura autoritaria y sus amenazas. Algunos vieron que esto del pasaje de la ilegitimidad constitucional (el intento de Fujimori padre por un tercer mandato) precisaba de un ingeniería constitucional para la transición, propuesta de Domingo García Belaunde, en un libro muy importante. En el 2000, antes que llegara Toledo, un grupo de investigadores reúnen sus trabajos en Perú 2000: un triunfo sin democracia. Están E. Bernales, J. Ciurlizza, E. Dargent, Valentín Paniagua, que se nos fue. Lo edita la Comisión Andina de Juristas.

¿Qué es lo que estoy diciendo? Que aquí tenemos un enorme problema, que requiere ponerlo en el tapete de debates tanto teóricamente como en la acción política. ¿Por qué seguimos siendo una democracia frágil e inclinada a gestos autoritarios? Esa transición peruana al siglo XXI — sí sostengo que no hemos entrado a ese siglo— se está demorando demasiado.

– ¿Pero no cree usted que otros problemas nos ocupan, la inseguridad ciudadana, la corrupción, la delincuencia, los feminicidios?

Sin duda, pero lo que trato de decir aquí, es que todo eso, sin disminuir su importancia, son efectos de una causalidad. Y mi manera de pensar es buscar las causas de los fenómenos sociales. En un libro, Eduardo Dargent dice que desarrolla la idea de la “cultura de guerra” que proviene de la historiadora McEvoy, y él añade la de “democracia precaria”. Y para mi asombro, diciendo que seguimos cargando un legado, y «en palabras de Hugo Neira, vivimos en una suerte de transición interminable». En efecto, eso dije en Hacia la Tercera Mitad, en el capítulo de los «Señores del desorden» (p. 337). Pero es un libro de hace más de veinte años¡! Y las cosas empeoran. No es la mejor manera de defender la democracia llevando a una cárcel a quien sea la cabeza del partido de la oposición. Con ese paso, el gobierno peruano ingresa a ese terreno ambiguo de democracias que se comportan como tiranías. Es grave. Que la señora Keiko debe ser investigada, es obvio. Pero la privación de la libertad es simplemente un abuso de la fuerza, no del derecho.

Preguntémonos por qué no hemos salido del posvelasquismo o del posfujimorismo de Alberto. Que haya seguidores de un gobernante autoritario, ya ha ocurrido anteriormente. En las cámaras del Perú de los 60, hubo una buena cantidad de diputados odriístas. Nadie pensó que eso era un riesgo para la vida democrática. Eran muy conservadores, ¿y qué? No voy a entrar en especulaciones si Fuerza Popular pretendía montar un poder total y dictatorial, eso pertenece al mundo de las conjeturas. Eso es metafísica. Yo soy sociólogo, esas brumas y neblinas y adivinaciones, no son mi fuerte. Soy un fanático de la razón razonante. Pues bien, en el libro de Dargent, se encuentra una explicación muy convincente. En su libro, que deberíamos todos conocer, dice desde la entrada, cómo nace su idea de los “demócratas precarios”. Ocurre en el 2005, cuando sorprendentemente Ollanta Humala, un amigo y probable continuador de Hugo Chávez, es decir, “un candidato que no valoraba las reglas de la democracia liberal”, es apoyado por la izquierda. Y lo mejor del caso, justo “esos viejos miembros de la izquierda peruana que criticaron al fujimorismo por no respetar la democracia”. Maravilloso, para la historia: “intelectuales de izquierda señalaban que era necesario darle a Humala el beneficio de la duda”. ¿Hay algo todavía mejor? Sí, lo hay, cinismo o el hábito de cambiar de hábito. “Por ahí no quedaron las sorpresas. Empresarios, tecnócratas, periodistas, entre ellos defensores de los peores actos del Fujimorismo, usaron un discurso de libertades democráticas y respeto institucional, para criticar a Humala”. “Atacaban a Humala con un discurso democrático”. Conclusión de Dargent. “Las elites de derecha y de izquierda todavía subordinan su compromiso con la democracia liberal a sus intereses de corto y mediano plazo”. Lo que dice Dargent, es muy claro. “Esas elites tienen una actitud instrumental”, figuran, rodean a presidentes, los llevan a la derrota, como pasó con PPK. Ni autoritarios ni democráticos, solo por ratos. Son un modus vivendi. En el 2001, escribí un ensayo sobre El Mal Peruano. “El abuso de poder, la plata fácil, la falta de escrúpulos y la espera de la impunidad”. ¡Y no sabíamos lo de Odebrecht! Hoy el mal peruano es esas elites que solo piensan en el beneficio personal. ¿Quién media entonces por los intereses populares? ¿O por los de los empresarios? Necesitamos, con urgencia, partidos de izquierda, partidos de derecha, y de centro. Como pasa en otras naciones de este continente. Nada por el momento, ni en la sociedad y en la mentalidad de las clases pobres, ni en el Estado, garantiza que la debilidad de los que gobiernan, o creen que gobiernan, los incline al autoritarismo. ¿Quién tiene la culpa? Nosotros mismos, que perdimos veinte años con Presidentes precarios.

– Los políticos antipolíticos. ¿Tiene usted alguna otra paradoja?

Claro que sí. Los presidentes del 2000 a nuestros días, han sido líderes improvisados, sin experiencia de partidos, con dos excepciones: Valentín Paniagua y obviamente, Alan García, que venía del aprismo, luego de mandar a sus casas a la vieja guardia. Pero Fujimori, Toledo, Humala, la señora Villarán, y el propio PPK (sí, había sido ministro varias veces, pero nunca hizo vida de partido) … ¿? Yo los llama outsiders en un libro sobre la historia del Perú contemporáneo que está en tintas. Y como estamos cerca del Bicentenario se me ocurre esta similitud. Con la Independencia, a inicios del siglo XIX, nos llenamos de caudillos, que solo sabían hacer la guerra. Ahora volvemos a repetir el plato. El outsider es el invitado inesperado. Y casi todos los candidatos que obtuvieron la presidencia entre el 2001 y el 2016 han sido outsiders. La excepción es Alan García. En la era del outsider que vivimos, no disminuyeron sino que se multiplicaron los movimientos políticos. Y de los 90 a la fecha, los aspirantes siguieron saliendo de la nada. Entonces, no hay clase política. Y como tenemos izquierdistas y derechistas precarios, tampoco partidos ni líderes con mente y pantalones.

Los presidentes quieren ser populares. No solo por legitimarse, sino por la frivolidad de siempre. La señora Bachelet, en la vecindad chilena, se fue con muy baja popularidad, ¡y qué importa! Logró imponerles a las egoístas clases medias una reforma de la educación. En ese país, eso equivale al ascensor para la movilidad social. A Macron, en Francia, no faltan quienes lo detestan. Pero ser estadista no significa ser bien amado. La silla presidencial no es para una miss Perú, ni siquiera para una miss Chiclayo. Pero me temo que mis paisanos aman los presidentes que no hacen gran cosa… A Belaunde lo amaron por eso, aparte de que era honesto. Él pudo salvar la democracia si llamaba a un referéndum para decir ‘sí’ o ‘no’ a la reforma agraria. No lo hizo. Los militares radicales crecieron en número, el resto lo sabemos.

Cuando se dice outsider en Lima se piensa inmediatamente en Alberto Fujimori. Es con Belmont y en la capital, cuando aparecen “los independientes”. Así comienza la historia de los outsiders. Desde entonces, no desaparecieron, al contrario. Y podemos guardar esa fecha. Es el final de un sistema de partidos políticos en el Perú. No el fin de la política, acaso el inicio de un gigantesco debate. Como sabemos, los líderes de partidos por lo general han hecho política desde jóvenes, han sido líderes universitarios y en alguna organización ascendieron de modo gradual y constante. Es el caso de Luis Bedoya Reyes, de Alan García. Un outsider no. Una buena mañana, se despierta político. Razones coyunturales no faltan. El Perú siempre está en crisis. Viene la hora de la iluminación y el tranquilo funcionario del Banco Mundial, o profesor de economía, o rector de universidad, o comandante, decide salvar a la patria. Y ahí comienza nuestra tragicomedia. Da pena el presidente improvisado. Y uno ve hundirse el país, lentamente.

– ¿Y qué hay que hacer, entonces?

Educar al Soberano. Desde Rousseau, desde San Martín, el ciudadano de a pie. No hay clases de educación cívica en los colegios. Nuestra cultura política es cero. No saben que una democracia es mayorías y minorías. No saben lo que se le ocurrió a un filósofo francés hace más de dos siglos, a Charles-Louis de Secondat, conocido como Montesquieu, en 1755: «para que no se pueda abusar del poder, es preciso un poder ante el poder». En la pagina 205 del Espíritu de las leyes. Esto no lo saben, pero sí las doscientas o más naciones que existen en el planeta. Salvo en Perú. Un gobierno tiene que tener limitaciones. O vienen de las leyes, o vienen de la conciencia de los ciudadanos. La cuestión actual es sencilla: ¿se puede quedar el Perú sin un partido de oposición? Si muchos peruanos piensan que solo les importa que haya un mandón, entonces, no tenemos cura alguna. Eso se llama “la sumisión voluntaria”. Y viene desde la herencia de una cultura que agachó la cerviz por varios siglos, y lo sigue haciendo.

– En fin, he escuchado decir que usted aborrece el presidencialismo latinoaemericano, que produce excesos de poder, y preferiría regímenes parlamentarios, que abundan en Europa.

Es cierto. Pero eso es una ilusión. Mire, en París tuvo como profesor a Lucien Goldmann, y en una de sus clase nos explicó qué era “los límites de la conciencia posible”. Y puso de ejemplo a Lenin. Cuando vuelve a Rusia, sus camaradas querían ya tomar el poder, y les convenció de que eso era prematuro, estaban en guerra, los mujiks, los campesinos, eran soldados, lo que querían, era paz. Y volver a sus tierras. Lo de la toma de poder caía fuera de “los límites de la conciencia posible”. No entienden, hoy, el parlamentarismo. Hay que hacer lo que hizo un Concilio limeño en el siglo XVI. Los indígenas reconvertidos al cristianismo aceptan que Jesús fuera un dios con un padre; lo de la virginidad de María ya les costaba trabajo, pero eso de la Santa Trinidad, el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo, era demasiado. Caía fuera de “los límites de la conciencia posible”. Entonces, eso que un poder controle a otro poder, lo van a entender cuando, a mitad del siglo XXI, se den cuenta que sirve para que nadie abuse del poder, porque el poder está partido en tres. ¡Menos mal! Pero eso, yo no lo veré.

Publicado en el suplemento “Politicón” del diario Expreso, 10 de noviembre de 2018, pp. 7-8-9.