Sonido de libertad, película

Written By: Hugo Neira - Oct• 02•23

Debo decir al amable lector que me ha impactado la película del mexicano Eduardo Verástegui estrenada hace un mes en los cines de América Latina, y dirigida por Alejandro Monteverde. Se ocupa de la trata de niños, de esa industria que es la explotación sexual infantil en el siglo XXI. Por tener en contra la crítica antes de las primeras difusiones en salas de Norteamérica, la expectativa había crecido y terminó siendo un rotundo éxito de taquilla, incluso en los Estados Unidos donde se había estrenado el día de la fiesta nacional. ¿Cómo no ir a verla?

La historia está centrada en dos operativos exitosos de exfiltración de niños por un exagente de la seguridad nacional, Timothy Ballard que, luego de desmantelar redes de pedofilia, no se daba por satisfecho en tanto que padre, y renunció al Estado para ir más lejos, rescatar niños de la esclavitud sexual. Para ello montó una ONG, Operation Underground Railroad, con un radio de acción sin fronteras. El encuentro del productor con el héroe americano previo a la redacción del guion cambió por completo el enfoque al tema y prefirieron, con el director, al conocer sus hazañas de la propia boca de Ballard, una trama de impacto al guion ficción. Reconstruyeron dos casos emblemáticos de la extensión y complejidad del tráfico. Uno en México y el otro en Colombia, dos hermanos, Miguel y Rocío. La película evita en todo momento sumirnos en la pornografía al detenerse sobre las circunstancias que facilitan el secuestro de inocentes y su exportación a cualquier lugar del mundo, como mercancías cualesquiera. En este caso, los dos hermanos desaparecen en América Central. El film logra captar la atención del público por la actuación muy convincente de Jim Caviezel haciendo de agente perseverante movido por una fe que lo lleva a actuar en situaciones extremas, tal una misión de inspiración divina.

Nos acordamos de Caviezel y su papel de Jesús en la película de Mel Gibson La pasión de Cristo, que es del 2004. En esta nueva película, Gibson no ha dejado su huella, pero sí ha llamado a ir a verla. Nunca hay unanimidad en torno a Gibson, su puritanismo conservador despierta pasiones, ocurrió con La pasión de Cristo, pero no era para ataques de nervios o infartos. Lo que quizás nos decía, como lo escribí en mi columna de La República, era más sobre la época en que vivimos y no tanto sobre lo que ocurrió en Judea. Pasa lo mismo con la producción de Verástegui y Monteverde cuyo credo encendió alarmas, infundadas, de complotismo. Hicieron suyo el lema «Los niños de Dios no están a la venta» que repetía el agente Ballard para armarse de valor pese a los riesgos y sacar a niños del infierno.

El séptimo arte, como forma de crear conciencia, depende del éxito de la distribución. Solo cinco años después de rodarla encontraron un distribuidor, Angel Studios. El director nos sorprende cuando, después de los créditos, en nombre de Ballard, el actor Caviezel toma la palabra para convencer, con números y detalles del making, de poner los medios para enfrentar la esclavitud sexual infantil y el tráfico de órganos, una industria criminal que presentan como la tercera más importante a nivel mundial y subestimada por las opiniones públicas. No dejan de mencionar a EEUU como el primer país consumidor de pornografía y México como el primer país de abastecimiento. En la vida real, Ballard adoptó dos niños haitianos tras una operación encubierta, dos huérfanos, de solo uno y dos años, salvados de volverse «carne fresca» en la jerga criminal. Y salvó a miles de víctimas.

Hace poco que el productor, Eduardo Verástegui, dio a conocer su intención de postular como independiente a la presidencia de los Estados Unidos de México para el 2024. De nuevo Action, pero política.

Publicado en El Montonero., 2 de octubre de 2023

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Recordando a Raúl Porras           

Written By: Hugo Neira - Sep• 25•23

El 27 de setiembre es la fecha aniversario del fallecimiento de Raúl Porras Barrenechea (27/09/1960), gran historiador y ex Canciller de la República del Perú en el gobierno de Manuel Prado. El maestro, la pluma de lo más alto de nuestra escritura, muere de un infarto, el segundo, poco después de dejar su cargo de ministro y luego del memorable Discurso de San José en la VII reunión de Cancilleres de la Organización de los Estados Americanos, el 23 de agosto de 1960, donde representaba al Perú. Era el discurso de un auténtico liberal que defendía la elección de Cuba. Se oponía a su expulsión de la OEA por defender el principio de la libre autodeterminación de los pueblos. Pues intuía que esto iba a precipitarla en los brazos de la Unión Soviética, lo que en efecto ocurrió. Prado, que no le perdonó ir en contra de la posición de los Estados Unidos, lo retiró de la delegación. Dicho discurso de Porras, que solo defendía la praxis del interamericanismo vigente, le trajo una sanción social implacable en su propio país. El exilio interior, el peor de los destierros. Se murió de pena. En ese tiempo, yo era alumno de la Academia Diplomática donde había ingresado con el primer puesto. Decidí romper con Torre Tagle poco después, cuando el Perú cesó sus relaciones con Cuba. Descubrí entonces que jamás podría defender, por la conveniencia política que la carrera diplomática implicaba, unas ideas contrarias a las mías. Expliqué las razones de mi renuncia en una carta que hice pública pues la familia Miró Quesada aceptó publicarla en su diario El Comercio pese a no comulgar con mis ideas.

Porras ha escrito mucho y se le conoce tan poco. En esta columna y conmemoración, quisiera recordar su minuciosa investigación sobre los orígenes del nombre del Perú. Dio lugar a un libro que se titula El nombre del Perú y se publicó por vez primera en 1951. Fue reeditado hace unos años, en el 2016, por Lápix Editores. ¿Qué nos demostró? Que el nombre del Perú «fue desconocido de los Incas» e «impuesto por los conquistadores». Que no proviene del quechua ni de las lenguas caribeñas, sino de la deformación «del nombre del cacique de una tribu panameña llamado ‘Birú’, al que los soldados y aventureros de Panamá dieron en llamar ‘Perú'». Que el nombre del Perú no aparece en ningún documento escrito hasta 1527.

«Aplicado al imperio de los Incas, se difunde en el mundo a partir de 1534, después de la llegada de Hernando Pizarro a Sevilla y del desfile, ante la vista azorada de los habitantes y de los mercaderes genoveses y venecianos, del fabuloso tesoro de tinajas y de barras de oro, a que se habían reducido los esplendorosos adornos del templo de Coricancha que sirvieron de irrisorio rescate al Inca Atahualpa. La noticia de la sorprendente riqueza del César español, corrió por toda Europa y se tradujo a todos los idiomas, para que lo entendiesen y apreciasen todos los rivales y enemigos de España, en cifras de envidia. El nombre del Perú corrió desde entonces con una vibración de leyenda. (…) «Desde entonces el nombre del Perú fascina la imaginación de todos los aventureros del mundo con un espejismo áureo de riqueza y de maravilla».

Porras hace la siguiente síntesis de su descubrimiento:

«El nombre del Perú no significa, pues, ni río, ni valle, ni orón o troje y mucho menos es derivación de Ophir. No es palabra quechua ni caribe, sino indohispana o mestiza. No tiene explicación en lengua castellana, ni tampoco en la antillana, ni en la lengua general de los Incas, como lo atestiguan Garcilaso y su propia fonética enfática, que lleva una entraña india invadida por la sonoridad castellana. Y, aunque no tenga traducción en los vocabularios de las lenguas indígenas ni en los léxicos españoles, tiene el más rico contenido histórico y espiritual. Es anuncio de leyenda y de riqueza, es fruto mestizo brotado de la tierra y de la aventura, y, geográficamente, significa tierras que demoran al sur. Es la síntesis de todas las leyendas de la riqueza austral. Por ello cantaría el poeta limeño de las Armas Antárticas, en su verso de clásica prestancia:  ‘Este Perú antártico, famoso’…». La elegancia del estilo que nos enseñó a todos sus discípulos.

Raúl Porras, espíritu joven, liberal rebelde y generoso maestro de muchos, pluma excepcional, amó el Perú de todos los tiempos y la libertad. Se fue demasiado temprano a los Campos Elíseos, tenía 63 años. Se rodeó de jóvenes a quienes nos enseñó el valor de la libertad, la libertad de pensar. Nos salvó de lo que Octavio Paz llamaba la «celda de conceptos». Porras no podía callar en momentos de ceguera colectiva, tomaba riesgos, los riesgos de un hombre radicalmente libre.

Publicado en El Montonero., 25 de setiembre de 2023

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Recordando a un peruanista ilustre                                                        

Written By: Hugo Neira - Sep• 19•23

Hace 60 años que desapareció un gran etnólogo francoamericano, nacido en Suiza el 5 de noviembre de 1902, Alfred Métraux. Se quitó la vida un 11 de abril de 1963, a los 60 años. Fue director de estudios en la Ecole Pratique des Hautes Etudes en Sciences Sociales de París de 1959 hasta su muerte. Sus trabajos sobre los Incas, los Rapa Nui y los Tupi-Guaraníes son entre los más importantes que ha dejado. Cuando era periodista en el diario Expreso, comenté en un artículo el homenaje que se le hizo en la revista Cuadernos, aquí reproducido, por los alcances proféticos de Métraux. Esta columna se encuentra también en mi libro de crónicas de los años 60 que salió en Lima en el 2001: Pasado presente (SIDEA). Amable lector, lo dejo con el joven Neira.

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Acercamiento a Métraux  

(Diario Expreso, jueves 29 de agosto de 1963)

El último ejemplar de Cuadernos (julio de 1963, N° 74, 166 páginas) trae algo que nos concierne. Se trata de un homenaje a Alfred Métraux, el gran etnólogo francés, amigo del Perú. En un bosque de los suburbios de París lo hallaron muerto, en abril del presente año. Desde 1959 había iniciado sus estudios sobre la civilización de los incas. Fruto de esa humanísima curiosidad por los restos vivos de la gran cultura peruana es su libro Los incas, publicado por Ediciones de Seuil, en París (1962). Hubo en Métraux un etnólogo apasionado por la materia de su ciencia: los hombres indios de América. Quizás hemos tenido alrededor de las masas indígenas montañas de papel, sin alma, y escritas en una jerigonza que hace pensar, por momentos, que sus autores desconocen el uso normal del idioma. Métraux tuvo verdadera simpatía para nuestro campesinado indígena y escribió las conclusiones de sus pesquisas de un modo claro, sencillo y noble. Dos méritos, por lo demás, escasos.

El homenaje de Cuadernos a Métraux se compone de tres artículos. «Una carta a Alfred Métraux» de Victoria Ocampo, una reseña biográfica de Henri Lehman y, por último, el capítulo final, con las conclusiones, de Los incas de Métraux. La composición del homenaje no puede ser más justa: habla al escritor, triunfo de la palabra escrita sobre la muerte. Habla la amistad en Victoria Ocampo y la camaradería profesional en Lehman.

La carta de Victoria Ocampo deja entrever la personalidad de Métraux en el nivel íntimo de la conversación y la vida corriente. Métraux andaba, entonces, por el norte argentino, realizando estudios entre los indios chiriguanos, tobas y matacos y regresaba de Bolivia, de haber permanecido entre los chipayas y los uros del lago Titicaca. Aún no conocía el Perú. La curiosidad de la directora de Sur y la experiencia del francés convergieron en charlas prolongadas. Métraux era, al parecer, un apasionado de su oficio. Al auditorio argentino que le escuchaba en la quinta de Victoria Ocampo contaba a modo de aventuras lo que era su vida normal de etnólogo, entre tribus primitivas.

Quienes le escuchaban quedaban muy impresionados. «Usted conocía mejor a América que yo», dice Victoria Ocampo. Alguna vez discutieron la anfitriona y Métraux. Pero fue sobre Sur, a la que éste llamó «planta de invernáculo». El etnólogo, gran observador, hacía también críticas severas sobre la Argentina. Más tarde alabaría la ausencia de chauvinismo en su auditorio. La carta de Victoria Ocampo reivindica algunos de los mayores defectos que se le atribuyen a Sur, como a buena parte de la actividad cultural argentina: el esnobismo. Pero si éste conduce a la curiosidad respetuosa por los talentos como Métraux, Malraux, Caillois, Ortega y Tagore, que estuvieron en la Argentina invitados por la Ocampo; si el esnobismo es frecuencia y trato con las grandes corrientes del pensamiento contemporáneo y con los hombres que la encarnan, entonces es hora de mirar de distinto modo lo que parece a primera vista defecto y es, en las coordenadas americanas, virtud, santa virtud de la curiosidad.

¿Qué queda actualmente de la civilización incaica? Ésta es la pregunta que trata de contestar Métraux en la parte final de su libro. Halla que el quechua está hoy más difundido que en tiempos de los incas. Incluso lo hablan pueblos que jamás dependieron de éstos. Las misiones lo extienden a la Amazonía. Por otra parte, las comunidades son pequeñas sociedades replegadas en sí mismas. Están a la defensiva. No obstante, algunas se han cansado de esperar, y han tomado el progreso por sus propias manos. No halla, pues, inmóvil al mundo indígena. Métraux ve emigrar las masas campesinas a las ciudades, aprender el español o iniciarse en la política y atisba en ellas una forma de conciencia. Herencia de la tradición incaica las ve concebir el progreso «solo» en comunidad. Persiste, pues, el hábito de la solidaridad y el hábito de trabajar en común. La antigua civilización no está, pues, muerta.

Las conclusiones de Métraux son proféticas. Ha visto el etnólogo confesión de cultos religiosos en la adoración en las capillas, iglesitas serranas, de Santiago Apóstol, santo colonial y conquistador, de llameante espada, con la adoración al relámpago. Ambas deidades dan el Apullampa. Pero si la reminiscencia mágico-religiosa es evidente Métraux señala un nuevo aspecto: «Todos los indios que hablan quechua tienen el sentimiento de pertenecer a una misma nación, la de los incas». De hecho los indios de la montaña, del Ecuador a la Argentina, participan de una civilización mucho más uniforme que la existente en la época del imperio inca. La instrucción más extendida les ha hecho familiares los nombres de los grandes emperadores incas y les ha dado a conocer la riqueza y la felicidad de los pueblos que les estaban sometidos. «Cuando un día próximo, dice Métraux, las masas indias se rebelen para exigir que se les rinda justicia y que la tierra que les fue robada les sea devuelta, se asistirá, entonces, a un tercer renacimiento de los incas».

Publicado en El Montonero., 18 de setiembre de 2023

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A mi maestro Neira (ALC)

Written By: Hugo Neira - Sep• 17•23

En ocasión de su próximo cumpleaños

Por: Abner Lozano Camilo (Lima, 2000)

Historiador, humanista, doctor, palabras que apenas encuadran la figura del maestro Neira. Para mí un sabio, benefactor cultural con elegancia literaria y amante de la libertad. Hijo predilecto de la Ilustración. Arropado por ilustres intelectuales, en especial Raúl Porras, que le enseñó el amor por el Perú y el arte de pensar. Arte que con mucho esmero se esfuerza por transmitir a las futuras generaciones.

Recuerdo como le encontré, como los jóvenes universitarios de la Edad Media, recorriendo, generalmente a pie, en busca del encuentro con un gran maestro. Mi camino fue el de la red. Un mensaje respondido a altas horas de la noche. ¡Tuve suerte! Fue premeditado. Lo confieso. Tenía toda la intención, al contactar con usted, de acabar con mi incipiente formación escolar. Y como no, con la deshonestidad intelectual, con la lectura fácil y simple, con la primera idea vaga y sin fuerza. En suma, los atajos de la pereza criolla. Buscaba también que me ayudara a dilucidar mis dudas, en ese febril mensaje, pero también un guía, un orientador. Sabía que, en el fondo, no quería caer en tales males encarnados en la actual sociedad peruana y que se hace de muy fácil implantación en la mente de mis compatriotas. De no haberle encontrado, hoy sería un recalcitrante repetidor de algún ideólogo frustrado.

Debo, pues, contar algo de lo que acontecía en mi vida. Soy de barrio medio popular, si es que así se le puede llamar. Trabajaba como auxiliar en un almacén, me encargaba de repartir rodajes, chumaceras, todo lo pesado para la industria automotriz, y con eso también ayudaba a mi madre en los gastos del hogar, situación difícil que pasábamos en ese momento. Me sobraba poco, pero lo suficiente para invertirlo en mi pasión: los libros. Uno aprende a valorar lo que con mucho esfuerzo consigue. Es verdad que en internet se puede encontrar mucho material valioso y puedes ahorrarte unos soles, pero nada reemplaza la emoción de leer un libro en físico. Simplemente no es lo mismo. Ingenuo estudiante preuniversitario, atrapado por la política y los demonios de la historia peruana. En busca de respuestas para aclarar el panorama de nuestra frágil sociedad, comencé, de forma autodidacta, a leer a los grandes pensadores peruanos. Caótico y desordenado para leer. ¿Eso explica por qué el primer libro de Ciencias Sociales que compré fue Civilizaciones Comparadas (2015)? Quizás. Sabía que estaba ante un grande de la inteligencia. Sin embargo, en ese momento no pude entenderlo completamente. Sé que fue muy aventurado de mi parte leer la obra de un intelectual maduro y experimentado. Casi caigo en la desesperación, pero con esfuerzo y muchas relecturas, pude lograrlo. Un libro escrito no solo para los de ahora, sino para la posteridad. Quizás cuando ya no esté en este mundo. Rompe con la visión eurocéntrica y defiende algo maravilloso: se pensó filosóficamente en el Perú. Manojo de conceptos para explicar la adaptación a la economía mundial, tecnología y ciencia occidental por parte de China y la India. Incluso en su madurez intelectual, nunca dejó de poner al Perú en las grandes discusiones, siguiendo lo que el maestro Porras, en su Cátedra de San Marcos, decía siempre: «Que el Perú no tendría otro destino que el conocimiento de sí mismo».

Con el paso del tiempo, adquirí otras obras suyas, como El Mundo mesoamericano y El Águila y el Cóndor. En estos libros, realiza un análisis comparativo e interdisciplinario entre México y Perú. Quedé maravillado por la singularidad de México y su historia, al mismo tiempo que me preocupaba por el Perú, que aún no lograba desprenderse de la pesada herencia colonial. Todo esto me llevó a reflexionar sobre cómo los peruanos somos a menudo ajenos a lo que sucede en el mundo, viviendo en una especie de isla apartada de los acontecimientos tanto a nivel global como en la historia de nuestros vecinos. Desde entonces, el método de comparación me ha acompañado, permitiéndome comprender las particularidades de América Latina. Como buen seguidor, también disfruté enormemente de su exquisita trilogía sobre las grandes preguntas de filosofía política, una revisión absoluta de las disciplinas que se gestaron, para este nuevo y confuso siglo. Qué es República (2012), Qué es Nación (2013) y Qué es Política (2018) fue un bálsamo para mí. Aunque debo admitir que, dada mi inexperiencia, me tambaleé frente a tan vasta producción holística y totalizadora, pero mi ansia de saber me mantuvo firme. Con su obra Hacia la tercera mitad (2005), me pasa algo especial. El libro que me obsequiaste y que lleva una dedicatoria que hasta el día de hoy me hace emocionar. Es un ensayo de ensayos, una obra máxima que te convierte en uno de los mejores ensayistas que ha parido el Perú. Ahora bien, no es ser solemne decir eso, puesto que, finalista en un concurso convocado por la revista Lettre Internacional y la ciudad de Weimar, lo nombran entre los cinco mejores ensayistas vivos. No quiero extenderme demasiado, pero quiero enfatizar lo importante que fuiste para muchos y que tu huella en la historia del Perú es indeleble. Con Cuzco: Tierra y Muerte (1964) y Huillca: Habla un Campesino (1974) son, en tus propias palabras, «lo mejor que hice en mi vida: contribuir a la liberación del indígena». Bajo tu papel de «cronista de indios», recopilaste el testimonio de Huillca, alguien de quien apenas se habla y que incluso es pasado por alto por las izquierdas. Estas obras se han convertido en lecturas obligatorias en universidades de Europa. Sé que hay más por mencionar, y me disculpo por las omisiones, pero resumir tu aporte y vida no es tarea simple. Y no es el tema de esta carta. Sino el de extender mi agradecimiento. Ya habrá oportunidad, si el destino y el tiempo no nos abaten, de escribir un libro sobre su vida, como un día me lo pidió. ¡Un tremendo honor para aquel joven de dieciocho años!

Ya se imaginará el enorme privilegio que sentí al poder compartir horas con usted, incluso por teléfono, enseñándome y clarificándome conceptos complejos de manera sencilla. Lo hacías ver tan fácil, razón suficiente para que sus alumnos le dieran las mejores notas. Usted que tuvo a Lévi-Strauss en antropología, Filosofía con Lucien Goldmann, Sociología con Alain Touraine y Política con Raymond Aron. En Perú mucho antes en la Casa Colina en Miraflores junto al gran Raúl Porras y el último grupo de discípulos conformado por Mario Vargas Llosa, Carlos Araníbar y Pablo Macera. No hemos vuelto a ver un recambio como ese. Toda esa experiencia para el humilde adolescente que se preguntaba cómo un hombre de tal envergadura podía dedicarle algo de su tiempo. (No me minimizo solo me sorprendo y agradezco.) Ilustrado y humilde como pocos.

Brillante carrera como profesor titular en Francia. Pudo haberse quedado en la comodidad de alguna ciudad de Europa. Pero tu amor por el Perú y la deuda con tus maestros te hizo volver. Sufriendo el autoexilio interior y otras peripecias propias de nuestro país que espanta a quienes abogan por el pensamiento libre. Volviste para que no te entendieran. Espíritu inquebrantable de quien seguiré su ejemplo, no importa si me convierto en un peregrino en mi propia patria. Qué más da. Sería un honor pertenecer a ese selecto grupo que tienen a la curiosidad como única religión. Decía Sarmiento que los discípulos son la mejor biografía del maestro. Espero algún día poder cumplir esa máxima. Gracias, maestro.

Con mucho afecto y cariño,

Abner Lozano Camilo

Junio del 2023

Discurso del 11 de setiembre de 2001

Written By: Hugo Neira - Sep• 11•23

De casualidad, el día del ataque a las Torres Gemelas en Nueva York, me encontraba de visita en el Perú y con una ponencia que dar en el salón Raúl Porras Barrenechea del Congreso de la República. Tenía como título «El tejido despótico». En esta columna, recordaré, 22 años después, mis reflexiones finales sobre lo que estaba ocurriendo en el mundo.

                                                          ***

Algo ha pasado. Algo comienza en Nueva York. Creo que es el fin de una cierta globalización. De un dejar correr los conflictos militares de menor alcance, hasta que uno de ellos se les ha colado en pleno centro financiero, en Manhattan. Es terrible, es una señal. Ciertos valores del mundo moderno nos pueden parecer fundamentales, son sin duda los mismos, los de ustedes y los míos, el valor de la tolerancia, es decir, el reconocimiento del otro, de su libertad. Del valor del individuo. Pero no todos reconocen esos elementos de organización social como valores. El islam, por ejemplo, no ha hecho la transición del saber tradicional a la verdad objetiva. No ha separado el poder temporal y el espiritual. Es así como lo que ocurre en Nueva York significa muchas cosas. Los particularismos existen, las creencias, las religiones, hay sociedades que no han conocido la secularización, que están lejos de la sociedad laica, donde nunca la razón religiosa se ha visto enfrentada por la crítica.

¿Qué hacer entonces? Yo no creo en sólo una solución militar, aunque de inmediato el pueblo americano tiene el derecho a defenderse y responder. Creo que se abre también una estrategia no mediata. Un prolongado periodo de diplomacia y política internacional. La solución no es sólo la guerra de los Estados Unidos contra un enemigo sin rostro. Es otro orden internacional. Es la extensión de una democracia planetaria. De nuevo acuerdos entre Norte y Sur sobre redistribución de riqueza. Sobre contaminación ambiental. Es tiempo que las potencias privilegiadas asuman su papel, y que aparezcan nuevos órganos reguladores. Creo que el impacto económico y moral de esos hechos nos llevará a profundas revisiones. La extensión del neoliberalismo a escala no ha creado sociedades pacíficas, al contrario. Pensábamos que todo estaba consumado, que los rusos y los chinos no eran sino americanos un poco pobres y en vías de enriquecimiento mafioso. Que la aparición de fenómenos religiosos regresivos no nos iban a afectar. Casi ha habido la tentación entre nosotros —recuerdo los discursos de alguno de los ministros de Fujimori— de refugiarnos en los valores sagrados de la tradición; ahí están los resultados, los talibanes. Tenemos todos que acostumbrarnos al que es distinto de uno. No asimilarlo, soportarlo. Caminar hacia una ciudadanía afianzada (nacional) pero también a una ciudadanía universal. A que individuos y culturas sean reconocidos en lo que son diferentes entre sí. Y a la adquisición de lo que John Rawls llamaba «los bienes básicos», como la libertad, pero también a morigerar la desigualdad inherente a la sociedad moderna por mecanismos de justicia y de equidad, sin que lo uno anule a lo otro.

Es posible la libertad y la equidad, aunque eso no lo haya obtenido del todo ningún sistema ni nación. No hay que desesperar. ¿No ha dicho Marx que la verdadera historia no ha comenzado, sino cuando los hombres sean libres de la necesidad? El tiempo que vivimos acaso no es sino la prehistoria de otro que será el verdaderamente humano. Eso es sin duda una utopía, pero será mejor pensar en ello, aunque no lleguemos a verla en lo personal, que el retorno a una Edad Media de guerras tribales con armas totales o de hegemonías prepotentes. El tema de la tolerancia y la mundialidad, como admisión de un politeísmo de valores, es el gran tema de estos días, dentro de casa y por el convulso mundo. Y no contamos para resolver tales retos sino con nuestra endeble razón humana, pero al menos con ella podemos enmendar nuestros múltiples errores. La sabiduría comienza por la conciencia de la magnitud de nuestra propia ignorancia. Y con la colosal tarea por delante, materia no de una sino de varias generaciones. (Del pensar mestizo, pp. 445-446)

Publicado en El montonero., 11 de setiembre de 2023

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